MARÍA MADRE NUESTRA


I. Aclaración de los términos y planteamiento del problema 
María, en su historia, está íntimamente ligada a Jesús de Nazaret, el Cristo, cuya madre 
es, además de esta dimensión histórica, está el misterio de María, madre de Dios y madre 
de los hombres. La realidad de este misterio es fundamentalmente afirmación de fe. La fe 
que desvela el misterioso lazo entre María y nosotros, expresado en las palabras madre 
nuestra, tiene en sí también un elemento cultural que es preciso saber captar para 
comprender el sentido exacto de la afirmación. 
A lo largo de los siglos la maternidad ha sido considerada con acentos diversos; hoy se 
destacan también algunos aspectos negativos que la maternidad ha tenido o puede tener, 
como el lazo de dependencia del hombre que subordinaba a la mujer, o la eventualidad de 
que la madre impida la maduración del hijo; así pues, el concepto de madre puede tener 
también una resonancia negativa. Al considerar el valor y el sentido de la maternidad en el 
evangelio, hay que tener presente toda una cultura que exaltaba la figura materna. No son 
sólo Filón y el estoicismo quienes dicen: "Padre y madre son los dioses visibles"; es también 
la historia del pueblo judío, que realza y celebra la figura de las madres de Israel, 
las heroínas de un pueblo de larga historia evocada cada sábado en las sinagogas. Si fuera 
de Israel tenemos la diosa madre, y la tierra es la madre, y las capitales son llamadas 
ciudades madres (metrópolis), en Israel se leen elogios a la madre, a la que Dios quiere que 
se honre (Éx 20,12). En el evangelio, Jesús se encuentra con las madres, las admira, las 
consuela, les pide su colaboración; pero al mismo tiempo pone de manifiesto la superioridad 
de Dios y del reino sobre el afecto materno (Lc 18,29; Mc 10,29), incluso cuando habla a su 
madre (Lc 
2,49) y de su madre (Lc 8,21). 
En su esfuerzo por profundizar el sentido de la revelación, la teología de hoy relee el 
texto sagrado con la mentalidad científica del estructuralismo, haciendo emerger así 
aspectos que de otra manera podrían pasar inadvertidos. Por ejemplo, la etimología y el uso 
de la palabra madre o mujer en el hebreo de la biblia, y luego en el griego de los evangelios, 
ha puesto de manifiesto los diversos significados del término. Analizando las 220 veces que 
se usa la palabra madre y las 781 en que aparece mujer, se ve que la misma palabra puede 
usarse en sentido físico de generadora, unida con los verbos concebir, estar encinta, dar a 
luz, generar, amamantar. Otras veces el término tiene un sentido indirecto, y significa 
comienzo de la generación; por eso madre es también la abuela; hay también un sentido 
figurado, por lo que madre puede ser también el pueblo, Israel (Os 2,4-7) y el mismo Dios (Is 
66,13). Más interesante aún es el grupo de verbos y atributos a que están ligados el término 
y la función que expresa: la madre es símbolo de amor y de ternura (Is 66,13; Sal 25,ó; Lc 
13,34), que la expresión "entrañas maternas" indica bien; está ligada a la sabiduría (Prov 8 
22) a la fuerza para afrontar el sacrificio, los dolores del parto; se convierte en fuente de 
vida, de alimento, de historia (Gén 24,60); es protegida por Dios, colaboradora de Dios (Gén 
4,1), portadora de gozo.
Así pues, al hablar de la maternidad de María respecto al hombre, hay que ir más allá de 
la palabra en si misma. 

II. El fundamento bíblico
La extensión de la maternidad de María a los fieles es una ampliación del dato bíblico 
fundamental, que explícitamente nos la presenta sólo como la "madre de Jesús" o "madre 
de mi Señor", como la saluda Isabel (Lc 1,43). Por eso hemos de verificar si es una 
ampliación indebida o bien si tiene gérmenes de desarrollo en el mismo terreno bíblico; la 
biblia, en efecto, no es un libro cerrado, sino abierto a todo posible desarrollo, con tal de 
que sea orgánico para el dato primordial. 
Pues bien, creemos que, examinando el NT, se pueden encontrar elementos para 
convalidar la doctrina de una maternidad espiritual de María extendida a todos los hombres 
pero radicada en su maternidad física, que la coloca en una relación única y exclusiva con 
Cristo. 
A este respecto son significativos sobre todo los dos textos marianos del evangelio de 
Juan, el milagro de las bodas de Caná (Jn 2,1-12) y la escena de María a los pies de la 
cruz (Jn 19,25-27), así como el c. 12 del Apocalipsis, con la famosa visión de la "mujer 
vestida de sol". 

1. EL INTERÉS "MATERNO" DE MARÍA EN CANÁ. A propósito del milagro de las bodas 
de Caná, está claro por todo el relato que el evangelista quiere poner de relieve la figura de 
Cristo; es como la primera epifanía de su gloria y de su poder mesiánico. En efecto, el 
relato concluye con estos términos: "Así, en Caná de Galilea, dio principio Jesús a sus 
milagros, manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos" (Jn 2,11).
Mas, por otra parte, es obligado recordar que si Jesús es el protagonista de toda la 
escena, la que pone en marcha el mecanismo del milagro, aunque sea de modo muy 
discreto, es María, llamada la madre de Jesús hasta cuatro veces (2,1.3.4.12). Léanse sólo 
el comienzo y el final del relato: "Tres días después hubo una boda en Caná de Galilea, en 
la que se hallaba la madre de Jesús" (v. 1); "Después bajó a Cafarnaún con su madre, sus 
hermanos..." (v. 12). 
Así pues, el episodio entero está bajo el signo de María en cuanto madre de Jesús. Pero 
lo interesante es que María parece casi más preocupada de los otros que de su Hijo, el 
cual permanece siempre, sin embargo, como el punto de referencia. Ella, en efecto, es la 
que interviene y le indica a Jesús la situación embarazosa de los jóvenes esposos, que 
desconocen la penosa situación en que pronto se hubieran encontrado: "No tienen vino" (v. 
3). No sabemos si se trata de una petición o de alguna recomendación; ciertamente, no es 
un gesto de mera información. María, como se ve, sabe ponerse en el lugar de los otros, 
como una madre y más que una madre. 
Interprétese como se quiera la enigmática respuesta de Jesús: "¿Qué hay entre tú y yo, 
mujer?" (negativa, incertidumbre, acogida); lo cierto es que María deja abiertas todas las 
puertas y se preocupa de disponer a los servidores para cualquier intervención de su Hijo: 
"Haced lo que él os diga" (v. 5). 
En estas palabras de María hay un doble aspecto de la maternidad: el interés por la 
situación de apuro material de los esposos y la premura enteramente espiritual para que los 
servidores atiendan a cualquier palabra del Hijo. "En este sentido, el cuarto evangelista nos 
presenta a María como la madre de los cristianos, porque coopera a que se abra la flor de 
la fe en el corazón de los hombres, y por tanto al nacimiento de los hijos de Dios (cf Jn I, 
12)". 

2. MARÍA AL PIE DE LA CRUZ. Quizá más densa de referencias a su maternidad 
espiritual es la escena de María al pie de la cruz: "Estaban en pie junto a la cruz de Jesús 
su madre, María de Cleofás, hermana de su madre, y María Magdalena. Jesús, viendo a su 
madre y junto a ella al discípulo que él amaba, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. 
Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió 
consigo" (Jn/19/25-27). 
Aunque recuerda también a las otras mujeres, es evidente que al evangelista le 
interesan aquí exclusivamente María, en su condición de madre, y el discípulo predilecto, al 
que le incumbe una función nueva, la de hijo respecto a María. Algunos intérpretes antiguos 
(Atanasio, Epifanio, Hilario, etc.) han pensado que esto era una especie de entrega real 
que Jesús hacía al morir, de su madre a Juan para no dejarla desprotegida. "Prescindiendo 
de los desarrollos apologéticos y populares —comenta, sin embargo, un conocido 
exegeta—, dudamos que la solicitud filial de Jesús sea el objetivo principal de la escena del 
evangelista. Tal interpretación no teológica convertiría a este episodio en un pez fuera del 
agua en medio de los episodios manifiestamente simbólicos que le rodean en el relato de la 
crucifixión". 
"En realidad, pensamos también nosotros que la dimensión teológica es aquí 
preeminente y que tanto María como el discípulo predilecto son tomados aquí como símbolo 
de esta realidad nueva de salvación que nace a los pies de la cruz, a saber: la iglesia, que 
tiene como cometido esencial justamente lo que estas dos figuras emblemáticas 
representan singular y asociadamente al mismo tiempo. 
Singularmente, María representa el amor materno, que sigue y anima al Hijo hasta el 
extremo de su donación por los demás; una maternidad que se dilata en la medida en que 
aquella oferta del Hijo se ofrece por todos. Juan, singularmente, representa al discípulo fiel 
que acompaña al maestro hasta la muerte, sin dejarse amedrentar por la hostilidad y por la 
traición de muchos y sin desalentarse por el aparente fracaso de Jesús de Nazaret; la fe, 
incluso en lo increíble, es la estructura fundamental de quien quiere seguir a Cristo. 
Asociadas, estas dos figuras anticipan la realidad de la iglesia, en el sentido de que está 
constituida esencialmente por el amor y por la fe: un amor como el de María, que tenga la 
intensidad y la fecundidad del de una madre; una fe como la de Juan, que sea capaz de 
aceptar que Cristo, por darse todo por nosotros, no puede ya abandonarnos. La garantía 
de esta eterna permanencia suya entre nosotros nos la da no sólo la resurrección, sino 
también el don que él nos hace de su misma madre". 

3. "DESDE ENTONCES EL DISCÍPULO LA RECIBIÓ COMO SUYA". En esta 
perspectiva asume un significado menos banal la frase de comentario que el evangelista 
añade a las palabras de Jesús, que confía su madre a Juan: "Desde entonces el discípulo 
la recibió consigo" o "en su casa" (Jn 19,27). Así traduce y comenta la mayor parte de los 
estudiosos. 
Sin embargo, el griego se puede traducir perfectamente "entre sus cosas propias", es 
decir, entre sus bienes, como propiedad suya. María se convierte así en una riqueza, como 
en una herencia preciosa del discípulo predilecto. Es mucho más que hospitalidad lo que 
Juan da a la madre de Jesús; es más bien una riqueza que él recibe en depósito, 
justamente para realizarse como auténtico discípulo de Cristo. Si el simbolismo entrevisto 
por nosotros en esta escena grandiosa es cierto, hay que decir que María es un don hecho 
por Cristo a su iglesia; no como un ornamento, aunque sea hermosísimo, sino como una 
presencia activa y permanente, precisamente en su función de maternidad universalizada, 
puesta al servicio de todos los creyentes ". 
En esta perspectiva adquiere mayor resonancia también el apelativo que Jesús dirige a 
su madre: "Mujer" (=guynai), como ya había hecho en Caná (2,4), que no indica en 
absoluto separación o algo genérico, sino que, por el contrario, universaliza la figura de 
María, haciendo de ella como la nueva Eva. En este momento María, con el Hijo moribundo 
en la cruz y con los nuevos hijos que nacerán de aquel sacrificio de amor infinito, cuyo 
símbolo es Juan, es también ella verdaderamente, en virtud del mismo sacrificio de Jesús 
como la primera Eva, "madre de todos los vivientes" (Gén 3,20) y obtiene la gran victoria 
sobre Satanás, ya prometida a la primera mujer después de su pecado (Gén 3,15). 

4. REPRESENTATIVIDAD UNIVERSALIZADORA DE MARÍA. Recientemente un autor, 
utilizando además de cuanto hemos dicho Jn 11,52, donde se habla de la muerte de Cristo 
que habría "reunido a los hijos dispersos de Dios", y Jn 12,15, donde se cita la profecía de 
Zac 9,9 ("No temas, hija de Sión; he aquí que tu rey viene"), y releyendo estos textos a la 
luz de esta escena al pie de la cruz, de acuerdo también con la más antigua tradición 
judeo-cristiana, llega a nuestra misma conclusión: "Cuando el Señor hizo volver al seno de 
Jerusalén a los desterrados de la diáspora, la ciudad santa se convirtió en madre de todos 
los hijos e hijas, reunidos dentro de sus muros por la palabra del Santo (Bar 4,37). No sólo 
los judíos son unificados en la ciudad madre. También los otros pueblos son agregados a 
ella por Dios (Is 66,18; Jer 3,17), y se convierten también en pueblo del Señor (Zac 2,15). 
En el templo él guiará a los extranjeros que se han adherido al pacto, y allí ofrecerán 
sacrificios; su casa será llamada casa de oración para todas las gentes (Is 56,ó-7). ¡Sión es 
madre universal! (Sal 86,5c en los Setenta). A la maternidad de Jerusalén corresponde 
ahora la de María, madre de Jesús. Si la primera era esperada como un acontecimiento de 
carácter universal, otro tanto habrá que decir de la segunda. Por tanto, la persona del 
discípulo amado exige que se la interprete como tipo de todos los que, judíos o gentiles, 
llegan a la fe en Cristo o se reúnen en un solo rebaño (Jn 10,16;17,11.20-21; 11,51-52). De 
éstos María es madre". 

5. LA "MUJER", DEL APOCALIPSIS. Justamente por esta capacidad de María de 
referirse, en cuanto madre de Cristo, a todo el pueblo de los redimidos que él ha venido a 
congregar de todas las partes (Jn 11,52) y hacia el cual también ella asume una función y 
una misión de maternidad, no hay que excluir el famoso c. 12 del Apocalipsis de esta 
perspectiva de lectura que estamos desarrollando. 
¿Quién es la famosa "mujer revestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de 
doce estrellas sobre la cabeza", a la cual el dragón intenta arrebatarle el "hijo" que ella está 
para "dar a luz" y que debe "apacentar a todas las naciones con vara de hierro"(Ap 
12,1.4-5
)? 
Sabemos que los exegetas dan sobre el particular una doble interpretación: hay quien 
interpreta el pasaje en clave eclesiológica y quien lo interpreta en clave mariológica. 
Teniendo en cuenta la situación concreta en que nació el libro del Apocalipsis, hemos de 
pensar que su autor pretendía antes de nada expresar la dificultad que las diversas iglesias 
a las que se dirige experimentaban por aquel tiempo, que debía de ser el de la persecución 
más o menos abierta por parte del imperio romano. Las dos bestias, una desde el mar y 
otra desde tierra, que se ponen a disposición del dragón (c. 13) para "hacer la guerra al 
resto de su descendencia (de la mujer)" (Ap 12,17) parecen aludir justamente a este clima 
de persecución. La iglesia tiene verdaderamente dificultad para engendrar nuevos hijos y 
proteger a los ya engendrados. 
Mas para expresar todo esto el autor no ha encontrado medio mejor que revestir a la 
iglesia de las características de María, sobre todo en su función esencial dentro de la 
economía de la salvación: su maternidad, física respecto a Jesús y espiritual respecto a 
todos los que "guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús" (Ap 
12,17). 
Hemos visto ya cómo, para Juan, María es una figura no particular, sino universal y 
universalizadora: precisamente por su estrecha relación con Cristo, "nuevo Adán" y cabeza 
de la humanidad redimida, también María extiende su maternidad a todos los hombres, 
como "nueva Eva". Las dos interpretaciones, la eclesiológica y la mariológica, se integran 
recíprocamente. 
"En un contexto eclesiológico, también el acercamiento a María resaltará más profundo; 
más que la complacencia en la contemplación de los privilegios particulares concedidos a 
una persona determinada destacará en María la imagen concreta más eminente de la 
salvación operada por Cristo; la acción salvífica de Cristo respecto a la iglesia encuentra en 
María su más perfecta realización, de modo que ella se convierte en verdadero tipo de los 
creyentes y en figura de la iglesia, que por la acción directa de Dios engendra 
continuamente una multitud de hijos". 
Como se ve, el NT proporciona indicaciones más que suficientes para atribuir a María 
una maternidad espiritual efectiva en relación todos los que, actual o potencialmente, 
pertenecen al "cuerpo de Cristo", que es la iglesia. 
·CIPRIANI-S

lll. La Fe de la iglesia en María, madre nuestra 
De la lectura de los textos arriba citados y de la reflexión de todo eI conjunto del misterio 
de Cristo salvador, la iglesia saca la convicción perenne, constantemente reiterada y 
profundizada en el curso de los siglos, sobre el misterio de María. madre nuestra. 

1. PADRES Y DOCTORES. La misión de la iglesia primitiva, guiada por los sucesores de 
los apóstoles en su camino de expansión desde Jerusalén hasta los confines de la tierra fue 
la evangelización, hacer conocer, amar y seguir a Cristo Señor. La reflexión teológica venía 
después de la experiencia de fe y se detenía en los primeros misterios fundamentales: la 
divinidad de Cristo, la encarnación; María estaba presente como en el evangelio, 
silenciosamente. Cuando se comenzó a mirar hacia ella, se buscó en el evangelio su rostro, 
se afirmó su maternidad, su virginidad, la ejemplaridad de su vida, la riqueza de gracia de 
que Dios la había colmado. La fascinación de la Theotókos y la grandeza de su misión 
respecto a Cristo suscitaron primero admiración, luego confianza y después reconocimiento; 
se la vio en el cielo con él, y se comenzó a rezarle desde los primeros siglos nació 
silenciosamente el culto mariano, que tuvo su gran confirmación en Efeso (431). El tema de 
la maternidad respecto a los creyentes se vivía, pero sin expresarlo aún; se sentían 
demasiado pequeños para llamar a la madre de Dios madre nuestra, y se prefirió 
presentarla como aparece en el evangelio o con las imágenes más sugestivas: madre de 
Jesús, del Salvador, esposa del Espíritu Santo, Theotókos, reina junto al Señor, la mujer 
heroica de la cruz, la llena de gracia, y sobre todo la Virgen madre, siempre virgen, virgen 
santa, protectora, madre de la misericordia, la que ora por los cristianos. 
Lentamente, el concepto de madre nuestra brota de la reflexión teológica. Ireneo (+ 202) 
observa que "María es como Eva, la nueva Eva que regenera a los hombres en Dios". La 
idea de madre de la nueva generación de vivientes permanecerá desde entonces 
constante. Ya Ireneo la había encontrado en Justino (+ 165). En oriente, Epifanio (+ 403) 
llama a María "madre de los vivientes"; en occidente, primero Ambrosio y luego Agustín (+ 
430) ven en María a la cooperadora que con la caridad hace nacer a los fieles para la 
iglesia y engendra a los miembros para la cabeza. Pedro Crisólogo (+ 450) admira a la 
Virgen de la anunciación en su sí a la acción redentora, que hace de María la madre de los 
vivientes; en los evangelios apócrifos de los ss. V y VI María es llamada "la madre de las 
doce ramas y de todos los que son salvados". La reflexión continúa en los monasterios: 
Leandro de Sevilla (+ 601) la llama "mater et dux virginum"; Ambrosio Auperto (+ 781) 
subraya el efecto materno con que María considera como hijos a aquellos que con la gracia 
asocia a Cristo redentor, y la llama "madre de los elegidos" 4; Jorge de Nicomedia (+ 860) 
piensa en Jesús que desde la cruz confía a María, con Juan, a sus otros discípulos. 
Según van pasando los siglos, los testimonios se hacen más explícitos y frecuentes: 
Juan el Geómetra (s. x) afirma que "María no es solamente la madre de Dios, sino nuestra 
madre común, porque ella profesa a todos los hombres afecto e inclinación... y toma a todos 
en sus brazos", y la llama "la nueva madre común..., madre de todos nosotros juntamente y 
de cada uno"; Godofredo de Vendome (+ 1132) dirá con una frase característica que "María 
ha engendrado a los cristianos; si es madre de Cristo y de los cristianos, lo es porque Cristo 
y los cristianos son hermanos"'. En tiempo de Bernardo, de Anselmo y de la escolástica, 
casi todos los teólogos añaden algo a la fe en la maternidad de María respecto a los 
hombres. Bernardo no tiene ya dudas: "La madre de Dios es madre nuestra". 

2. LA LITURGIA Y EL CULTO. La iglesia, que ora con María en el cenáculo 
multiplicándose y difundiéndose, sintió lentamente la necesidad de orar a María. Germán de 
Constantinopla (+733) había dicho a María: "Incluso después de tu muerte eres capaz de 
ofrecer a los hombres la vida". Pero es sobre todo la iglesia del pueblo de los que sufren 
—más que la iglesia oficial—, la que se dirige a ella. Mas, a través de los siglos, María es 
invocada siempre como madre nuestra, madre mía, madre de los pecadores, madre de la 
humanidad. Hoy leemos en el misal romano: "Oh Dios, Padre de misericordia, cuyo Hijo, 
clavado en la cruz, proclamó como madre nuestra a santa María Virgen, madre suya, 
concédenos, por su mediación amorosa, que tu iglesia cada día más fecunda, se llene de 
gozo por la santidad de sus hijos, y atraiga a su seno a todas las familias de los pueblos". 
El mismo concepto se encuentra en el común de las misas marianas: "Dios 
todopoderoso, concede a los fieles, que se alegran bajo la protección de la virgen María..."; 
y en la memoria de santa María Virgen, Reina (22 de agosto), se dice: "Dios todopoderoso, 
que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, 
protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos". 
Una vez más María es madre, don de Dios a los hombres para que se conviertan en hijos 
de Dios, amparados por su maternal protección. 

3. EL MAGISTERIO. A través de la enseñanza de los papas y de los obispos, la iglesia 
muestra una concordancia unánime respecto al tema de María, madre nuestra. Por encima 
de las cuestiones teológicas, el magisterio da muestras de viva preocupación pastoral por 
afirmar esta verdad y hacerla aceptable y comprensible, objeto de fe y de praxis. 
Pío IX, el papa de la Inmaculada, escribía: "La madre de Dios es madre amantísima de 
todos nosotros, a todos se ofrece propicia y a todos clementísima, y con singular amor 
amplísimo tiene compasión de las necesidades de todos". León XIII: "Como llamamos a Dios 
padre, así tenemos derecho a llamar y a tener a María como madre". Pío X la llama "madre 
de Dios y de los hombres juntamente. ¿No es acaso la madre de Dios? Por tanto, es 
también nuestra madre...". Pío Xl: "Tú eres la madre de todos... Bajo la cruz fue constituida 
madre de todos los hombres". Pío Xll la llama "madre común y universal de los creyentes.... 
madre santísima de todos los miembros de Cristo". El florilegio mariano de Juan XXIII es 
riquísimo en referencias a María, madre del papa y de los obispos; a ella le confía la iglesia 
y el concilio. 
En el c. VlIl de la Lumen gentium, el Vat II resume y presenta la doctrina mariana de la 
iglesia católica; uno de los puntos de doctrina es cabalmente la maternidad de María hacia 
los hombres (n. 60) en el orden de la salvación (n. 61), perennemente operante (n. 62). 
Pablo Vl quiso rematar la enseñanza del concilio proclamando solemnemente a María 
"madre de la iglesia", es decir, "de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los 
pastores que la llaman madre amorosa, y queremos que de ahora en adelante sea honrada 
e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título". El mismo pontífice 
recordará varias veces el sentido y la praxis de esta verdad, hasta promulgar esa obra 
maestra de pastoral y de fe mariana que es la Marialis cultus (2 de febrero de 1974). En 
ella se lee que María socorre maternalmente a sus hijos; "la iglesia prolonga en el 
sacramento del bautismo la maternidad virginal de María" (MC 19); "María colabora con 
amor materno a la regeneración y formación espiritual de todos los fieles" (MC 28); es a la 
vez "madre de Cristo y de los cristianos" (MC 29 y 32). Recordando a María al pie de la 
cruz, Pablo Vl comenta: "María allí fue proclamada entonces madre no sólo de Juan, sino 
—sea permitido afirmarlo— del género humano de algún modo por él representado". 
También Juan Pablo II subraya constantemente que la vida de la iglesia, la salvación del 
hombre, la paz de la familia, el futuro de la humanidad están ligados a la colaboración entre 
María, la madre, y nosotros, los hijos; también él nos recuerda las palabras de Jesucristo: 
"He ahí a tu madre". Entre los testimonios del episcopado es particularmente rica una carta 
de los obispos de los Estados Unidos; en este texto dogmático pastoral, que precede a la 
Marialis cultus y tiende a la renovación del culto mariano, la idea de la maternidad de María 
respecto a los hombres es el punto central; idea tomada, se afirma, de la doctrina mariana 
del Vat II. 

IV. Reflexiones teológicas
El dato de fe "María, madre nuestra", propuesto y afirmado por la iglesia, ha sido objeto 
de atención por parte de la teología, que intenta profundizar su sentido y deducir las 
consecuencias. Las principales observaciones se pueden resumir en los puntos 
siguientes.

1. SINGULARIDAD. La maternidad de María respecto al hombre es singularísima, pero 
tiene los caracteres de una verdadera maternidad. Los documentos del magisterio la 
definen maternidad en el orden sobrenatural, o en el orden de la gracia, o espiritual. 
Negativamente, hay que afirmar que no es metafórica o sólo moral, como tampoco es la 
maternidad física de la madre que engendra al hijo. Positivamente, es un acto generativo de 
vida, aunque se trata de vida sobrenatural, está ligado a la maternidad de María respecto a 
Cristo, que comprende no solamente la vida física, sino la participación en toda la vida y la 
misión de Jesús. Profundizando su sentido hay quien define la maternidad de María 
respecto al hombre como "mística" o "física en el orden sobrenatural" por miedo a que el 
término espiritual usado en sentido absoluto se pueda entender en oposición a física, 
disminuyendo la plenitud de vida verdadera en el orden de la gracia, afirmada por el Vat II 
(LC 61). Es una maternidad singular, pero es maternidad verdadera en su fundamento y en 
las consecuencias que entraña; es una maternidad única por la amplitud y el misterio que 
encierra. 

2. MOMENTOS. El plano de actualización de esta maternidad de María se puede 
contemplar en algunos momentos característicos. Tiene su origen en el proyecto divino de 
salvación del hombre a través de Cristo, nacido de mujer (Gál 4,4), en conformidad con el 
amor eterno del Padre, que después de haber creado al hombre a imagen suya quiere 
unirlo a él con un lazo filial. Los padres hablan a menudo de la maternidad de María 
vinculándola a la paternidad de Dios y a la vocación del hombre a convertirse en hijo de 
Dios. El proyecto se actúa en la encarnación: comienza en el tiempo con el sí de María a la 
propuesta que Dios le hace a través del ángel; con su sí a la maternidad, María responde al 
designio del Padre y se convierte desde aquel momento en madre de todos los futuros 
redimidos. La maternidad de María se actualiza en su colaboración a la salvación del 
hombre con Cristo. En la cruz Jesús confía a María los redimidos, para los cuales es ella 
madre. Finalmente está el momento de la maternidad en cada uno de los hijos, que se lleva 
a cabo en su nacimiento por el bautismo, en su crecimiento en la vida y en su glorificación 
en el cielo. Viéndola en esta luz, la maternidad continúa en el tiempo y llega a la eternidad. 


3. RELACIÓN. El concepto de maternidad expresa una relación entre el que engendra y 
el que es engendrado, entre la madre y el hijo una relación nacida de la libre voluntad 
materna, que acepta dar la vida y que permanece viva para siempre en los hijos. A esta 
relación está ligada la vida en su nacimiento y en su desarrollo físico, psíquico, ético y 
espiritual; con la maternidad, la madre acoge y da. Esta relación recíproca crea un lazo de 
amor-don, del cual nacen derechos y deberes entre madre e hijos; en efecto, es don para el 
hijo la vida, pero también la madre es don perenne para el hijo, lo mismo que para la madre 
es don aquel hijo cuya vida le es confiada cuando la acepta en el momento de generar. Y 
todas las funciones maternas —concebir, gestar, dar a luz, nutrir, criar, educar— son 
expresiones de esta relación amor-don. La teología reconoce, aplica y recuerda lo que es 
evidente en la naturaleza y en la revelación. 

4. TÉRMINOS. En esta relación se carga un acento particular en los dos términos que 
ella une. Ante todo, la madre. La madre aquí es María, nuestra madre; no lo es sólo cuando 
concibe o alumbra, sino que lo es siempre, no es madre sólo con su inteligencia, con las 
palabras o con los actos que realiza, sino con todo lo que es, con todo lo que tiene. María 
es madre nuestra, pero en su maternidad nos da su plenitud de gracia, su dignidad y 
grandeza de madre de Dios, su particular relación con el Padre y con el Espíritu Santo. En 
la relación materna con los hijos, María lleva consigo su personalidad humana, su 
inteligencia, su capacidad de amar, su virtud, sus méritos. 
Y luego, el otro término: los hijos. No empobrecen, al multiplicarse, la riqueza materna, 
sino que la revelan y acrecientan. Jesucristo, el primogénito, no quita, sino que hace crecer 
en María el amor a nosotros. La discusión teológica sobre la extensión de la maternidad de 
María —en otros términos: ¿quiénes son los hijos de María?— tiene ahora una respuesta 
clara: es una maternidad universal, si bien es necesario distinguir los grados de actuación 
de esta maternidad. Todos son llamados a la salvación, Cristo es el salvador de todos, Dios 
llama a todos a Cristo; y donde está Cristo, allí está María. Esto no quita que la conciencia 
de esta maternidad deba ser cada vez más viva en los redimidos, en los miembros vivos del 
cuerpo místico, en los bautizados que creen, viven y ponen en práctica la santificación. 
Además, es obvio que la universalidad no borra la singularidad por lo cual "nuestra madre" 
es también "mi madre". 

5. FUNCIÓN. La maternidad de María es, más que ninguna otra, activa y fecunda; no es 
un titulo, sino un servicio, una función-misión, que María ha asumido y que practica con sus 
hijos. Iniciada con el sí de la anunciación, continuada en la vida terrena junto a Cristo, 
proseguida en la primera iglesia al lado de los apóstoles, sigue en el cielo con su "múltiple 
intercesión" (LG 62), subsiste en la iglesia invisible pero presente y operante, continúa junto 
a sus hijos tanto indirecta como directamente —si bien de modo misterioso—, como ocurre 
en la comunión de los santos. Y la iglesia experimenta esta acción materna de María (LG 
62). Función activa, pues, y fecunda, que regenera y forma. Signo y fruto de esta acción de 
María son la santidad de la iglesia, la salvación terrena y eterna de los elegidos. La teología 
insiste en que la salvación eterna es don de Dios, gracia que le llega al hombre por medio 
de María; pero está también el cuidado del reino de Dios en el hombre y en torno al hombre 
en la tierra; los hijos de María son suyos también en lo temporal, cuando les falta el vino de 
las nupcias y sufren bajo el peso de la injusticia. 

6. FIN. La teología católica llama la atención acerca de la conexión entre la misión 
materna de María y la relación con Cristo y el Padre. Las importantes palabras de María: 
"Haced lo que él os diga", dirigen la atención a Cristo, lo mismo que Cristo apela siempre al 
Padre. María primero es esclava del Señor, y su servicio materno para con los hijos 
consiste en ayudarles a realizar la voluntad del Padre en la vocación especifica de cada 
uno. El fin de la acción materna de María en sus hijos no es ella, sino ellos, y tras ellos el 
designio del Padre. María no quita a los hijos la libertad ni la posibilidad de crecer, no los 
centra en sí; al contrario, la acción de María se dirige a hacer nacer y crecer en ellos la fe, 
como en los discípulos en Caná; es para dar la gracia-vida, para unirlos a Cristo cabeza y 
hacer con ellos iglesia, familia de Dios; es para su plena felicidad, para ayudarles a dar una 
respuesta gozosa y total a su vocación y llegar a la felicidad eterna. Las palabras del 
concilio: "María colabora a la regeneración y la formación" (LG 63) y "a hacer a la iglesia 
santa e inmaculada", indican a la vez el aspecto personal y social y justifican los títulos de 
María, madre de la iglesia, madre de los fieles, madre de la misericordia, madre de la divina 
gracia, auxilio de los cristianos, madre del amor y de la esperanza. 

7. CARACTERÍSTICAS. La acción materna de María se inició hace muchos siglos, se 
realiza hoy aquí, en la iglesia, con sus hijos, pero se extiende en el tiempo hasta el aún no. 
En todo caso, tome el camino que tome el hijo, el poder del amor materno de María llega a 
todos los caminos, da seguridad para el mañana, traspasa los umbrales de la debilidad 
humana, de la fuerza del mal y de la muerte. Es la maternidad de la esperanza. 
La maternidad de María va siempre acompañada de la virginidad: Virgen madre de 
Cristo, Virgen madre también nuestra. En los primeros siglos se discutió mucho para 
sostener estas dos características; hoy la teología vuelve a hacer de la virginidad un signo: 
el signo de la acción de Dios, de la presencia del Omnipotente, de la fuerza del Espíritu 
Santo en la maternidad fecunda de María. La virginidad evoca la colaboración intima de 
Dios en y con María. Esta colaboración de Dios que fue clara para Jesús, el primogénito, 
vale también para nosotros, los hermanos de Cristo nacidos de Dios y de María. La esclava 
del Señor indica con su virginidad su secreto que será el de sus hijos también. 
Otra característica de la maternidad de María, evidente en todos los encuentros del 
evangelio, es la capacidad de llevar alegría a los hijos. La madre del Señor hace saltar de 
gozo a Isabel, a los pastores, a los esposos de Caná, a la iglesia del cenáculo en 
pentecostés, a la gran iglesia del cielo. El Magnificat es el canto de una madre feliz que 
quiere ver felices a los hijos a su alrededor. 

V. Aplicaciones pastorales
CR/M-RELACION: Después de haber reflexionado sobre la maternidad, hemos de 
detenernos ahora a ver lo que significa ser hijos, a fin de que en la relación vital entre 
madre e hijos se realice verdaderamente la vida. 

1. ACEPTACIÓN. Para ser fecunda, la fe en la maternidad de María exige un primer 
paso: la aceptación. Escribe Juan que él aceptó el don de Cristo: "El discípulo la tomó en su 
casa" (19,27). Se ha discutido mucho sobre la interpretación exacta del texto; sin embargo, 
por encima de las interpretaciones hay en Juan -como en nosotros- la necesidad de acoger 
dentro, en la mente, en el corazón, en la vida, a María como madre: madre tuya, madre 
nuestra. De esta capacidad de acogerla depende la eficacia y la fecundidad de la 
maternidad de María en la vida de los individuos, lo mismo que en la vida de la iglesia, ya 
sea la pequeña iglesia doméstica o la iglesia universal. 

2. ACCIÓN. María entra en la vida para hacer, para realizar su misión de madre. Esta 
acción suya puede ser facilitada o impedida. Podemos convertirnos en colaboradores pero 
también es posible hacer inútil su acción. El Vat II ha dicho que María "coopera a la 
formación" (LG 63); coopera con el artífice interior, el Espíritu Santo, pero coopera también 
con la voluntad del hombre. Y en esta colaboración no podemos permanecer extraños; es 
preciso obrar, caminar en la misma dirección. Ello no quita la autonomía sino que hace 
crecer la responsabilidad. 

3. AMOR. Entre madre e hijos, por ley de naturaleza y aún más a la luz de la fe, debe 
nacer y crecer el amor; el amor de la madre debe obtener respuesta en el amor de los hijos. 
María es amada tanto más cuanto más es conocida, tanto más cuanto ella nos ama. El 
amor aquí no es deber, sino necesidad; el amor se hace admiración y respeto; el amor hace 
nacer la confianza, da seguridad, aporta alegría. Amando se comprende mejor, se colabora 
sin fatiga, se crece juntos gozosamente. Es preciso cuidar el amor para que María sea 
madre. 

4. CULTO. El mandamiento "honra a tu padre y a tu madre" comprende también la 
obediencia. Esto vale igualmente con María, y el ejemplo nos lo ha dado Jesús. María 
quiere lo que Dios quiere, y Dios quiere sólo y siempre el bien de sus hijos. Esta obediencia 
de hijos puede expresarse también en el culto mariano. En la Marialis cultus, Pablo Vl ha 
trazado las lineas para que sea auténtico, pero también para que exista. Ello supone la 
apertura a la madre de la mente que ve y del corazón que ama; significa una vez mas imitar 
a Cristo, que es el primero en amar a su madre y madre nuestra; contar con ella; convertirse 
para ella en motivo de gozo. Es importante saber decir confiadamente con Pabio Vl: "Tú 
eres madre nuestra, míranos, escúchanos, monstra te esse matrem" pero es igualmente 
necesario decir con Juan XXIII: "He aprendido a amarte como a mi madre, y como tal te 
saludo cada mañana y cada noche". 

5. VISIÓN DE LA VIDA. La maternidad de María lleva espontánea y necesariamente a 
una visión nueva de la vida; es un rayo de sol que la ilumina, la calienta, la alegra. A María 
se la comprende amándola, y conociéndola se la ama más, porque el amor es fuente de 
revelación. La maternidad de María hace descubrir el sentido, el valor de ser sus hijos y de 
serlo cada vez más y mejor. Obrar como hijos de María compromete a ser como ella, a 
cambiar de modo de pensar, de amar, de obrar. Significa ver en los hombres a sus hijos, a 
mis hermanos; y será más fácil vivir con ellos, comprenderlos, amarlos. También la iglesia, 
de la cual es madre María, debe transformar las estructuras y "hacer iglesia" comenzando 
por la iglesia doméstica; hacer familia de María. Finalmente, la maternidad de María acerca 
a Dios, que es padre, que se ha hecho hermano. Somos hermanos de Cristo desde que él 
nos ha hecho hijos de su madre, decía san Anselmo; y Grignion de Montfort invita a los 
hijos de María a ir con ella a Cristo hermano y a Dios padre. El cielo se hace así más 
cercano y la tierra más amable donde María es madre. 

Vl. Dificultades
Existen obstáculos y dificultades en todos los aspectos de las relaciones con María, y 
tanto el concilio como Pablo Vl los han señalado. El paso de la fe a la praxis requiere 
siempre un camino atento y animoso. Por eso no puede sorprender que también en la 
maternidad de María respecto a los hombres haya obstáculos insidiosos que podrían 
impedir la maduración de la fe y crear dicotomías en el espíritu. 

- Ante todo, la acentuación de nuestra sin Cristo. Afirmar que María es madre nuestra no 
quiere decir negar la maternidad divina; la maternidad respecto a nosotros se deriva de la 
de Cristo, está inserta en la de Cristo, lleva a la unión con Cristo. Pero existe el peligro de 
acentuar a María excluyendo o desvalorizando la acción de Cristo. Por eso el Vat II enseña 
que María engendra a Cristo para hacerlo nacer y crecer también en el corazón de los fieles 
por medio de la iglesia (LG 65). 

- La acentuación de nuestra sin la iglesia. Si es cierto que "no puede tener a Dios por 
padre el que no tiene a la iglesia por madre", es igualmente cierto que no puede haber 
aceptado a María en el sentido exacto el que se separa de la realidad eclesial, familia de 
María. 

- La interpretación restrictiva del nuestra, como si María fuese sólo de la persona o del 
grupo, aunque sea del grupo eclesial. El nuestra debe significar de todos los hombres, 
pues con María todo hijo debe convertirse en hermano universal. 

- La interpretación protectora, ya de una confianza excesiva en ella, ya de una confianza 
excesiva en nosotros mismos. No es maternidad verdadera la que impide la acción o 
suprime la responsabilidad personal para dejar en situación permanente de niños abusando 
de la acción materna. La maternidad verdadera hace hijos verdaderos y adultos (MC 
17-20). 

- La interpretación espiritualista de la función materna de María en el sentido de una 
espiritualidad desencarnada de lo humano y lo terreno, o la interpretación sentimental o 
cultual sin coherencia de vida y compromiso personal. Nuestra madre es esclava del Señor, 
"auténtica esclava del Señor" (MC 25) en la vida terrena concreta. 
(·OSSANNA-T-F. _DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 1200-1211)
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