LA FIESTA DE LA PLENITUD Y DEL ALIVIO


Una fiesta como la de la Natividad de la santísima virgen María, por la época en que se 
celebra —es decir, cuando el tiempo, después de los calores estivales, se hace más suave, 
y cuando la uva y tantos otros frutos llegan a madurar— expresa muy bien dos conceptos: el 
de la "plenitud de los tiempos" (cf Gál 4,4; Ef 1,10; Heb 9,26) y el del alivio beneficioso 
aportado por el nacimiento de María. 

Todo en el AT converge hacia el tiempo de la encarnación, y en este punto comienza el 
NT. En ese momento de plenitud se inserta María, La natividad de María —comenta san 
Andrés de Creta en la homilía sobre la segunda lectura del oficio de la fiesta (cf Sermón 1: 
PG 97, 810)— "representa el tránsito de un régimen al otro, en cuanto que convierte en 
realidad lo que no era más que símbolo y figura, sustituyendo lo antiguo por lo nuevo". La 
liturgia de la fiesta de la Natividad de la santísima virgen María reafirma en diversos tonos la 
idea de la plenitud de los tiempos: en la primera lectura del oficio se preanuncia el gran 
momento de la aparición de la íntima colaboradora de aquel que conseguiría la victoria 
definitiva sobre la serpiente infernal, aparición, por ello, destinada a iluminar a toda la 
iglesia. 

El tema de la luz recurre constantemente en la fiesta de la Natividad de la santísima 
virgen María: "Por su vida gloriosa todo el orbe quedó iluminado" (segundo responsorio de 
las lecturas del oficio). "Cuando nació la santísima Virgen, el mundo se iluminó" (segunda 
antífona de laudes). "De ti nació el sol de la justicia" (ant. del Benedictus). Y junto al tema de 
la luz, obviamente, el tema de la alegría. "Que toda la creación... rebose de contento y 
contribuya a su modo a la alegría propia de este día" (segunda lectura del oficio). 

"Celebremos con gozo el nacimiento de María" (tercera ant. de laudes). "Tu nacimiento... 
anunció la alegría a todo el mundo" (ant. del Benedictus). 

Plenitud de los tiempos, luz y alegría. Quizá se logre entender mejor lo que representa el 
nacimiento de la Virgen para la humanidad si se tiene en cuenta la condición de un 
encarcelado. Los días del encarcelado son largos, interminables... Cuenta los minutos de la 
última noche que transcurre en la cárcel. Después, finalmente, las puertas se abren: ¡ha 
llegado la hora tan esperada de la libertad! Esos minutos interminables, contados uno a 
uno, nos recuerdan las páginas evangélicas de la genealogía de Jesús. Unos nombres se 
suceden a otros con monotonía: "Abrahán engendró a lsaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob 
engendró a Judá... Jesé engendró a David, el rey. David engendró a Salomón..." (Mt 
1,2.6ab). Hasta que suena, finalmente, la hora querida por Dios: es la plenitud de los 
tiempos, el inicio de la luz, la aurora de la salvación: "Jacob engendró a José, el esposo de 
María, de la cual nació Jesús, el llamado Cristo" (Mt 1 .16). 

Significado litúrgico y comentario homilético actualizado 
1. LA LITURGIA ESTABLECE UN PARALELISMO ENTRE CRISTO Y MARÍA. La liturgia no 
acostumbra celebrar el nacimiento terreno de los santos (la única excepción la constituye 
san Juan Bautista). Celebra, en cambio, el día de la muerte, al que llama dies natalis, día del 
nacimiento para el cielo. Por el contrario, cuando se trata de la Virgen santísima madre del 
Salvador, de aquella que más se asemeja a él, aparece claramente el paralelismo perfecto 
existente entre Cristo y su madre. Y así como de Cristo celebra la concepción el 25 de marzo 
y el nacimiento el 25 de diciembre, así de la Virgen celebra la concepción el 8 de diciembre y 
su nacimiento el 8 de septiembre, y como celebra la resurrección y la ascensión de Jesús, 
también celebra la asunción y la realeza de la Virgen. 

San Andrés de Creta exclama: "Hoy (se refiere al día del nacimiento de la Virgen), en 
efecto, ha sido construido el santuario creado del Creador de todas las cosas, y la creación, 
de un modo nuevo y más digno, queda dispuesta para hospedar en sí al supremo Hacedor" 
(Sermón 1: PG 97,810). 

2. LAS LECTURAS DE LA MISA. Las lecturas propuestas para la fiesta de la Natividad de 
la santísima virgen María son: Mi/05/02-05; Rom 8 28-30; Mt 1,1-16,18-23. Expresan ei 
trabajo de Dios, si así puede hablarse, para construir su templo, su morada, porque, según 
dice santa Matilde, Dios puso más cuidado en construir ese microcosmos que es María que 
en crear el macrocosmos que es el mundo entero. En María se pone de relieve, 
principalmente, el privilegio de la virginidad. La lectura de la carta a los Romanos (8,28-30) 
acentúa la predestinación divina y la colaboración del hombre al plan de Dios. La primera 
lectura y el evangelio acentúan en cambio la maternidad virginal a la que María está 
destinada para ser "digna Madre del Salvador". 

a) María es "la virgen que concebirá" La profecía de Miqueas representa una de las 
profecías mesiánicas más conocidas. El profeta ha anunciado la ruina de los reinos del norte 
y del sur como castigo de sus pecados; pero en medio de las tinieblas he aquí que brilla una 
luz... ¡Siempre es así! Dios entregará a los hijos de Israel al poder de otro hasta que... El 
autor parece que se quiere hacer el misterioso, el enigmático, porque sabe que va a decir 
una cosa ya muy sabida: que de Belén de Éfrata "saldrá" el abanderado, el nuevo guía. 
Verdaderamente, el autor piensa en Belén, patria de David, y en el mesías, descendiente de 
David como si la historia se hubiese detenido y empezase otra vez con un nuevo David, el 
mesías. Pero ya en los tiempos de Jesús (cf Mt 2,5-6) la expresión era entendida no sólo en 
el sentido teológico de un recomenzar la historia, sino en sentido geográfico verdadero y 
propio. Miqueas, de una manera que podría parecer cuando menos curiosa, presenta, más 
que al nuevo guía, a la mujer que lo va a dar a luz. Del guía dice que será un dominador que 
pastoreará con la gracia del Señor, y que su reino será un reino de paz universal. De la 
madre dice palabras más maravillosas todavía y envueltas en un cierto halo de misterio, 
pero que sus contemporáneos ya estaban en condiciones de comprender y valorar: "...hasta 
el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz" (5,2). Es evidente que Miqueas, y con él 
sus destinatarios, pensarían en el célebre oráculo de la álmah de Is 7,14s pronunciado unos 
treinta años antes. El mismo Vat II reconoce "apertis verbis" que la profecía de Miqueas 
encuentra cumplimiento en María: "Ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, cuyo 
nombre será Emmanuel (cf Is 7,14; Miq 5,2-3; Mt 1,22-23)": "Ella misma sobresale entre los 
humildes y pobres del Señor, que de éI esperan con confianza la salvación. En fin, con ella, 
excelsa hija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y 
se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana 
para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne" (LG 55). 

b) María es la "madre del Hombre nuevo" La segunda lectura esté tomada de 
Rm/08/28-30 y trata de la justificación que encuentra su culminación en la vida futura. En 
esta visión se inscribe el papel de la Virgen, destinada ab aeterno a ser la madre del 
Salvador, el alma colaboradora en toda la obra de la salvación. Hay que precisar que Pablo 
no separa nunca a Dios creador del Dios salvador, de modo que el hombre creatura está 
ligado al hombre que hay que salvar, y toda la creación, unida a su vez al hombre, está 
destinada asimismo a la salvación. La creación entera está sometida a la vanidad o 
caducidad en el sentido de que el hombre está llamado a dar significado y valor a la 
creación, y cuando el hombre no se sirve de ella según los planes de Dios, las creaturas, 
violentadas, gimen y sufren. La creación, por tanto, está sometida al destino del hombre y, 
por consiguiente, está fundamentada sobre la condición, o sea sobre la esperanza 
(ep'elpidi) de ia liberación del hombre, liberación futura. Se trata de un mundo nuevo en 
gestación en el actual, y que supera a éste en plenitud. 

El hombre deberá salvarse con la creación y en la creación; su quehacer de salvarse, 
con la gracia de Dios, se refiere a su alma y a su cuerpo, más aún: a todas las creaturas. El 
esfuerzo del hombre consiste en mejorar el mundo; por eso aquellos que aman a Dios 
colaboran en ello activamente. Es un quehacer extraordinario y comprometido. Para 
conseguir realizarlo, el hombre debe ser una copia de la imagen del Hijo de Dios: debe 
asociarse con Cristo, transformarse en él, asumiendo sus directrices y sus comportamientos. 

Como consecuencia de esta semejanza con Cristo se seguirá una relación de fraternidad, 
porque "Cristo es el primogénito entre muchos hermanos". En este punto Pablo pone en 
relación encadenada los diversos estadios de la iniciativa divina, considerándolos, sin 
embargo, más allá de la actuación en el tiempo; por eso usa siempre el aoristo: "... ha 
conocido..., ha predestinado..., ha llamado..., ha justificado..., ha glorificado..." (cf vv. 29-30). 

En esta visión el nacimiento de la Virgen aparece íntimamente ligado a la salvación del 
hombre y de la creatura entera. María es verdaderamente la aurora de un mundo nuevo, 
mejor: del mundo nuevo tal como había sido pensado por Dios desde la eternidad. "Ella, la 
Mujer nueva, está junto a Cristo, el Hombre nuevo, en cuyo misterio solamente encuentra 
verdadera luz el misterio del hombre" (MC 57; GS 22). 

c) "José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo" La perícopa 
evangélica (Mt/01/01-16/18-23) presenta una genealogía de Jesús a primera vista no 
necesaria, y refiere cómo José asume la paternidad legal de Jesús. 
Después de haber relatado lo referente al nombre del protagonista de su evangelio, 
Jesucristo, Mateo nos ofrece una demostración de la realidad singular del mismo con una 
genealogía voluntariamente artificiosa: el mismo número "14" (7 + 7) de los tres grupos en 
que subdivide la prehistoria de Cristo indica perfección y plenitud. En nuestro caso la 
perfección es la providencia especial de Dios en la disposición de la historia salvífica, que 
culmina en Cristo: historia presentada en sus orígenes, en sus momentos más importantes y 
en su coronamiento y plenitud. 

Mateo se propone un fin teológico más que estrictamente histórico. De hecho, en la 
relación de nombres ofrecida por él han sido omitidos tres reyes entre Joram y Ozías; 
además se podría contar a Jeconías (vv. 11-12) por dos (ya que el mismo nombre griego 
puede traducir dos nombres afines: Joakín y Joiaquín). Por otra parte, Mateo acude a una 
especie de juego: citando a Asa, escribe Asaf, que, como es sabido, es autor de algunos 
salmos; igualmente en vez de Amón escribe Amós, que fue un célebre profeta, el 
profeta-pastor, que desde el reino de Judá fue a profetizar al reino de Israel. "¿No querrá 
decirnos con este pequeño juego que también los salmos y los profetas alcanzan su plenitud en Cristo?». 

El nacimiento de Cristo viene representado por Mateo como un hecho absolutamente 
milagroso: María concibió a Jesús sin recurso de varón, por obra del Espíritu Santo: "Jacob 
engendró a José, el esposo de María, de la cual (y no ¡de los cuales!) nació Jesús, llamado 
Cristo" (Mt 1,16). 

Justamente aquí se inscribe el papel de la niña cuyo nacimiento hoy celebramos: ella es 
la Virgen, destinada por Dios a ser la madre y la válida colaboradora del Salvador. Y por 
eso, acercándose a su cuna, la iglesia pide como gracia suprema el don de la unidad y de la 
paz; paz que según los hebreos, es el conjunto de todos los bienes mesiánicos (shalom): 
"Concede, Señor, a tus hijos el don de tu gracia, para que, cuantos hemos recibido las 
primicias de la salvación por la maternidad de la Virgen María, consigamos aumento de paz 
en la fiesta de su nacimiento.

(·MEAOLO-G. _DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 1466-1470)
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2. NACIMIENTO/CELEBRAR: 
Esta fiesta destaca de la forma corriente de las festividades de los santos en la iglesia, en 
cuanto que ésta ordinariamente no celebra los natalicios, diferenciándose radicalmente en 
esto de lo que ocurría en el mundo antiguo, en el cual se celebraban con gran pompa los 
días natalicios de los poderosos -por ejemplo, de un césar o de un augusto- como días de 
«evangelio» o venturosos, como días de salvación. Sin embargo, la iglesia, en contra de 
ellos, sostiene que sería sencillamente precipitado el celebrar el día del nacimiento, puesto 
que existe mucha ambigüedad acerca de la vida de los hombres. A partir del nacimiento, no 
se sabe realmente nada sobre si esa vida será motivo para celebrarla o no: sobre si ese 
hombre se sentirá un día orgulloso y alegre de haber nacido; sobre si el mundo podrá 
mostrar alegría porque ha nacido ese hombre o si hubiera deseado lo contrario. Nosotros, 
los alemanes, tuvimos que celebrar, durante doce años, un nacimiento como la llegada del 
Fübrer o caudillo salvador, al cual, desde entonces, el mundo maldice como uno de los 
tiranos más sangrientos. La iglesia, en cambio, celebra el día de la muerte: solamente aquél 
que ante la muerte, con toda la seriedad de su juicio, puede agradecer la vida, solamente 
aquél cuya vida puede ser aceptada también del otro lado de la muerte, solamente la vida 
de ése se celebra. 

De esta regla fundamental hay en la iglesia sólo tres excepciones, o mejor, una sola 
excepción a la que corresponden de una forma indisoluble otras dos que también se 
celebran. La excepción es Cristo. Sobre su nacimiento no aparece ninguna ambigüedad, 
sino que se escucha un cántico de alabanza: gloria a Dios en las alturas. El que, como Dios, 
se hizo hombre es aquél cuyo nacimiento sólo se apoya en el puro amor, el cual puede 
celebrarse ya en su nacimiento. Más aún: su nacimiento es en fin de cuentas el motivo de 
que nosotros los hombres tengamos «algo para reír», de que nosotros podamos celebrar 
fiesta y no necesitemos ya temer, de que la vida, como un todo, sólo sea un juego de la 
muerte e, incluso en sus momentos más fuertes, solamente una mancha sobre la alegría. 
Por aquél que nació en Belén, y solamente por él, se hizo la vida humana prometedora y 
llena de sentido. 

A él pertenece Juan el Bautista, cuyo nacimiento también se celebra: él nació sólo para 
llevar delante la antorcha; el nacimiento de Jesús es el motivo interno y el comienzo de su 
nacimiento. La otra excepción es María, la madre, sin la cual no se podría dar el nacimiento 
de Jesús. Ella es la puerta, por la que él entró en el mundo, y esto no sólo de un modo 
externo: ella lo concibió según el corazón, antes de haberle concebido en el vientre, como 
dice muy acertadamente Agustín. El alma de María fue el espacio a partir del cual pudo 
realizarse el acceso de Dios a la humanidad. La creyente que llevó en sí la luz del corazón, 
trastocó, en oposición a los grandes y poderosos de la tierra, el mundo desde sus cimientos: 
el cambio verdadero y salvador del mundo sólo puede verificarse por las fuerzas del alma. 

JOSEPH RATZINGER
EL ROSTRO DE DIOS
SÍGUEME. SALAMANCA-1983.Págs. 102 s.