MARÍA TEXTOS

 

MARÍA TEXTOS

1. M/DOLOR. Mc/12/44 En este texto contemplamos, pues, la generosidad de María: "ella repite, hasta con lágrimas, el heroico FIAT de Nazaret" (Pío XII); ella, mejor aún que aquella viuda anónima a la que un día propuso Jesús a la admiración de los suyos, en el templo (Mc 12. 44), "ofrece toda su vida"; supera la grandeza de Abrahám en el monte Moria (Gn 22. 16): ningún ángel viene a devolverle a ella este Hijo en el último momento, como en otro tiempo fue devuelto Isaac a su anciano padre...

BOBICHON-1/2.Pág.156 ........................................................................

2.Lc/01/38 Lc/08/08 
María es una mujer transformada por la gracia, totalmente habitada por Dios. Ella es la "tierra buena" de la parábola del sembrador. Se ha vaciado totalmente de sí misma, de ese falso yo que nos esclaviza, para llenarse de Dios. En la medida en que nadie, ni nosotros mismos, nos ama tanto no desea tanto nuestro bien como el propio Dios, desear, amar y hacer la voluntad de Dios, es la cima de nuestra "realización" como personas y como creyentes.

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3.OBEDIENCIA/SC M/ABRAHAN: Existe unanimidad en afirmar que la contestación concluyente de María al ángel y a través de él a Dios: "Aquí está la esclava...", es la expresión acabada de la fe de Abrahán y de todo Israel. Ya a Abrahán se le había exigido una inaudita obediencia de fe, cuando sobre el monte Moria se le pidió que devolviera a Dios el regalo que el mismo Dios le había hecho, justamente por su fe, el hijo de la promesa, en un sacrificio espiritualmente consumado y solo interrumpido materialmente. Con María llegará Dios hasta el final de esta fe, cuando al pie de la cruz, devuelva a Dios su hijo, el hijo de la realización de todas las promesas, en la oscuridad de una fe incomprensible e impenetrable, y sin la intervención de ningún ángel como salvador.

HANS URS von BALTHASAR
MARIA, PRIMERA IGLESIA/NARCEA, Pág. 61

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4.PAZ/VD: Lc/02/01-05

La "tranquilidad" no existe mientras haya un hombre que salvar o redimir. Dios zarandea a los suyos haciéndolos instrumentos de gracia para los demás. Pero en el fondo del corazón, cuando uno ama de verdad, en todas las circunstancias de la historia, está la verdadera paz y tranquilidad de Cristo.

La "tranquilidad" de la vida de Nazaret, cuando José y María preparaban el nacimiento de Jesús, se quebró por una decisión de la autoridad civil pagana. Cualquiera, hubiera visto solamente un atropello de la persona humana, o de todo un pueblo, y hubiera reaccionado con violencia. Pero las dificultades se superan por otro camino: el camino del amor.

No obstante, con una visión de fe, las cosas cambian. En cualquier momento se puede amar; y esto no lo puede impedir nadie. En cualquier momento, por tanto, podemos hacer lo mejor. Había "motivos" para amargarse la vida: dificultades del viaje, precipitación, estado de María, trabajo que tienen que dejar, un hogar feliz recién comenzado, aventurarse a riesgos imprevistos..., toda una aventura. María, poco tiempo antes, había viajado para atender a su prima Isabel; entonces, era otra cosa, porque se iba en plan de servicio concreto a los demás. Pero... ahora... Cuando uno sigue un plan trazado para servir a los demás, se crece en las dificultades... Pero cuando son "los demás" los que trazan nuestros planes, o los condicionan esencialmente, uno empieza a pensar en el atropello de la personalidad. ........................................................................

5. Jn/19/25-27 Lc/02/33-35 FE/CZ M/SUFRIMIENTO Se dice a veces que María, concebida sin pecado, no tuvo dificultades en decir "sí" a Dios. Tal vez sea verdad lo contrario. Cuanto más santo se es, más se descubre quién es Dios y qué espera de nosotros. Es tanto más difícil decir "sí" cuanto más claramente se percibe la ruptura que implica esta fidelidad.

SANTIDAD/SUFRIMIENTO: No hay santidad sin tragedia: todos los místicos dan testimonio de ello. "En el orden del ser, el sufrimiento es una imperfección. En el del amor, es el sello de la perfección". El pecado, que altera la imagen de Dios, atenúa la fuerza de sus exigencias. María no tuvo fácil la vida. El hijo educará a la Madre en la magnitud de su propia misión, hasta que sea madura para permanecer al pie de la cruz y finalmente para recibir, rezando dentro de la Iglesia, al Espíritu Santo enviado para todos. Esta educación está bajo el signo de la espada que atravesará el alma de la Madre, como profetizó Simeón. Será un proceso despiadado. (...). La fe como ruptura. Es notable cómo una de las primeras palabras de la fe es el llamamiento a una marcha: "Ven, sal, abandona, deja..." Piénsese en Abrahán, en los apóstoles, en el joven rico... La fe supone un desplazamiento, una ruptura. Es, por una parte, desarraigo, renuncia y, por lo tanto, muerte; y por otra, descubrimiento, acogida, resurrección. Es notable que el Evangelio habla de María en los grandes momentos de ruptura, aquellos en que la fe se juega, se decide.

Se describen tres momentos principales:1) Caná, o la ruptura con la concepción "providencialista" del Mesías. 2) María y Jesús, en Marcos, o el final del automatismo familiar. 3) María al pie de la cruz, o el final de un sueño extraordinario de éxito humano.

Tres rupturas. Se reconocen en ellas el rechazo de los bienes, de la sangre y del poder. Rechazo de un vino que se posee sin esfuerzo, repulsa a la voluntad de la carne, rechazo del poder.

J/TENTACIONES:TENTACIONES/J:Cristo no está allí para satisfacer los deseos ilimitados del hombre: lo que ocurre en María da testimonio de lo que pasa por el creyente.

Las tres repulsas que María conoce en su existencia remiten a las tentaciones de Cristo que rechaza la facilidad maravillosa de la magia (cambiar las piedras en pan), el sueño de considerarse absoluto (en el sentido maravillosista del término, tirarse del Templo) y la fascinación del poder (los reinos). Las tres renuncias de María, situadas al comienzo de la vida pública (Caná), en su mitad (familia de Jesús) y al final (al pie de la cruz) constituyen ese sufrimiento y ese juicio que Simeón había anunciado.

Si los evangelistas hablan de María independientemente de la infancia de Cristo, lo hacen en tres momentos decisivos para mostrar que el discípulo pasa por el mismo camino que su maestro (Jn/14/03-04). María tuvo que aprender a renunciarse, a salir de sí misma, para avanzar por el camino de su Hijo. Esta ruptura la dispone para conocer la vida pascual de la fe.

Los textos que presentan así a María son para la Iglesia textos normativos, es decir, reglas de fe: para hallar a Cristo hay que dejar honores, prudencia humana, ideas hechas, voluntad de poder, etc. María es presentada como el tipo del proceso eclesial. La función de estos relatos es, pues, despertar el ardor de la Iglesia a que se decida por el Señor Vivo. Son textos "críticos", en el sentido de que juzgan la concreta praxis de la Iglesia y la reavivan; la solicitan a una decisión por la marcha, por la renuncia, por la fe.

ALBERT ROUET-ALBERT
ALCANCE 10.Págs. 75 y 102

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6. M/POBREZA:

La Virgen de Nazaret no enamora a sabios y poderosos Razones para un malentendido Lo que ocurre es que para este mundo es muy difícil digerir que sea cristianamente tan importante una mujer como María de Nazaret, pues ello pone del revés todos los valores de una «cultura». Y el primer sabio griego que polemizó largamente con los cristianos (el filósofo ·Celso) ya tomaba como uno de sus argumentos el que los creyentes en Jesús honraban a una María que era «mujer sin porvenir ni nacimiento regio, y a quien nadie conocía, ni siquiera sus vecinos» (Véase: ORÍGENES, Contra Celso 1, 39. Celso aduce eso como argumento para afirmar que Dios no pudo enamorarse de una mujer así. Véase también 1, 28: "mujer campesina y pobre que se ganaba la vida hilando"). Muchos cristianos, impactados por esa argumentación de Celso, parece que se hayan dedicado a ponerle coronas a María -para equipararla con los grandes de «nacimiento regio»-, a levantarle templos descomunales que parecen tener garantizado un «porvenir» histórico y a proclamar que se aparece aquí y allá, para que puedan conocerla -y aprovecharse de ella- no sólo los vecinos, sino todas las gentes de lugares lejanos que acuden allí con la ambigua intención de ser testigos de algún milagro, para ver si así se ahorran aquello de «creer sin haber visto» (ef. Jn. I l, 29), que tan duro se le hacía al apóstol Tomás.

J.I. GONZALEZ-FAUS
SAL-TERRAE 1987, 10

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7. El testimonio más elocuente sobre la pobreza de María lo escribió en el s. II un enemigo de la Iglesia, Celso: «Una pobre campesina que vivía de su trabajo... Allí -en Egipto- alquiló sus brazos por un salario... Una mujer sin fortuna ni nacimiento regio..., porque nadie, ni siquiera sus vecinos, la conocían» (Discurso verdadero, 7-8).

Celso habla con desprecio, pero casi le agradecemos que nos haya dejado esta pintura de María, recogida del ambiente judío. Nos convence de que no sólo fue mujer sin fortuna material, sino que fue desconocida, anónima, irrelevante, como los pobres: los que no cuentan, los que no tienen voz, los que no pueden defenderse. «¿Acaso de Nazaret puede salir algo bueno?». Celso llega a poner en duda su belleza. Y, sobre todo, Celso, y con él todos los que se dejan guiar cínicamente por la razón, se escandaliza de que Dios escoja a personas tan insignificantes. «Repugna a un Dios que El haya amado a una mujer sin fortuna». ¡Que extraños y distintos de los nuestros son los gustos de Dios! Resulta que María fue elegida y amada de Dios, no sólo a pesar de ser pobre, sino precisamente por ello, por ser radical y enteramente pobre. Pasmosa pobreza, que diría santa Clara.

CARITAS 1989-2.Págs. 32 s.

 

 

8.
Un misterio. 
Sí, un misterio que invita más a llorar de alegría que a hablar. ¿Cómo hablar 
de María con la suficiente ternura, con la necesaria verdad? ¿Cómo explicar su sencillez sin 
retóricas y su hondura sin palabrerías? ¿Cómo decirlo todo sin inventar nada, cuando 
sabemos tan poco de ella, pero ese poco que sabemos es tan vertiginoso? Los evangelios -y 
es lo único que realmente conocemos con certeza de ella- no le dedican más allá de doce o 
catorce lineas. ¡Pero cuántos misterios y cuánto asombro en ellas!
Sabemos que se llamaba María (Mirjam, un nombre al que la piedad ha buscado más de 
sesenta interpretaciones, pero que probablemente significa sólo «señora»); sabemos que 
era virgen y deseaba seguir siéndolo, y que -primera paradoja- estaba, sin embargo, 
desposada con un muchacho llamado José: sabemos que estaba «llena de gracia» y que 
vivió permanentemente en la fe... Es poco, pero es ya muchísimo.

Llena de gracia
LLENA-DE-GRACIA: Estaba «llena de gracia». Más: era «la llena de gracia». El ángel 
dirá «llena de gracia» como quien pronuncia un apellido, como si en todo el mundo y toda la 
historia no hubiera más "llena de gracia" que ella. Y hasta los escrituristas insisten en el 
carácter pasivo que ahí tiene el verbo llenar y piensan que habría que traducirlo -con perdón 
de los gramáticos- «llenada de gracia». Era una mujer elegida por Dios, invadida de Dios, 
inundada por Dios. Tenia el alma como en préstamo, requisada, expropiada para utilidad 
pública en una gran tarea.
No quiere esto decir que su vida hubiera estado hasta entonces llena de milagros, que 
las varas secas florecieran de nardos a su paso o que la primavera se adelgazara al rozar su 
vestido. Quiere simplemente decir que Dios la poseía mucho más que el esposo posee a la 
esposa. El misterio la rodeaba con esa muralla de soledad que circunda a los niños que 
viven ya desde pequeños una gran vocación. No hubo seguramente milagros en su infancia, 
pero sí fue una niña distinta, una niña «rara». O más exactamente: misteriosa. La presencia 
de Dios era la misma raíz de su alma. Orar era, para ella, respirar, vivir.
Seguramente este mismo misterio la torturaba un poco. Porque ella no entendía. ¿Cómo 
iba a entender? Se sentía guiada, conducida. Libre también, pero arrastrada dulcemente, 
como un niño es conducido por la amorosa mano de la madre. La llevaban de la mano, eso 
era.
Muchas veces debió de preguntarse por qué ella no era como las demás muchachas, por 
qué no se divertía como sus amigas, por qué sus sueños parecían venidos de otro planeta. 
Pero no encontraba respuesta. Sabía, eso si, que un día todo tendría que aclararse. Y 
esperaba.
M/VIRGEN: Esperaba entre contradicciones. ¿Por qué -por ejemplo- había nacido en ella 
aquel «absurdo» deseo de permanecer virgen? Para las mujeres de su pueblo y su tiempo 
ésta era la mayor de las desgracias. El ideal de todas era envejecer en medio de un 
escuadrón de hijos rodeándola «como retoños de olivos» (Sal 127, 3), llegar a ver «los hijos 
de los hijos de los hijos» (Tob 9, 11). Sabia que «los hijos son un don del Señor y el fruto de 
las entrañas una recompensa» (Sal 126, 3). Había visto cómo todas las mujeres bíblicas 
exultaban y cantaban de gozo al derrotar la esterilidad. Recordaba el llanto de Jefté y sus 
lamentos no por la pena de morir, sino por la de morir virgen, como un árbol cortado por la 
mitad del tronco.
Sabía que esta virginidad era aún más extraña en ella. ¿No era acaso de la familia de 
David y no era de esta estirpe de donde saldría el Salvador? Renunciando a la maternidad, 
renunciaba también a la más maravillosa de las posibilidades. No, no es que ella se atreviera 
siquiera a imaginarse que Dios podía elegirla para ese vertiginoso prodigio -"yo, yo» 
pensaba asustándose de la simple posibilidad- pero, aunque fuera imposible, ¿por qué 
cerrar a cal y canto esa maravillosa puerta?
Sí, era absurdo, lo sabía muy bien. Pero sabía también que aquella idea de ser virgen la 
había plantado en su alma alguien que no era ella. ¿Cómo podría oponerse? Temblaba ante 
la sola idea de decir «no» a algo pedido o insinuado desde lo alto. Comprendía que 
humanamente tenían razón en su casa y en su vecindario cuando decían que aquel proyecto 
suyo era locura. Y aceptaba sonriendo las bromas y los comentarios. Sí, tenían razón los 
suyos: ella era la loca de la familia, la que habla elegido el «peor» partido. Pero la mano que 
la conducía la había llevado a aquella extraña playa.
Por eso tampoco se opuso cuando los suyos decidieron desposarla con José. Esto no lo 
entendía: ¿Cómo quien sembró en su alma aquel ansia de virginidad aceptaba ahora que le 
buscasen un esposo? Inclinó la cabeza: la voluntad de Dios no podía oponerse a la de sus 
padres. Dios vería cómo combinaba virginidad y matrimonio. No se puso siquiera nerviosa: 
cosas más grandes había hecho Dios. Decidió seguir esperando.
El saber que era José el elegido debió de tranquilizarla mucho. Era un buen muchacho. 
Ella lo sabia bien porque en Nazaret se conocían todos. Un muchacho «justo y temeroso de 
Dios», un poco raro también, como ella. En el pueblo debieron de comentarlo: «Tal para 
cual». Hacían buena pareja: los dos podían cobijarse bajo un mismo misterio, aquel que a 
ella la poseía desde siempre.
¿Contó a José sus proyectos de permanecer virgen? Probablemente no. ¿Para qué? Si 
era interés de Dios el que siguiera virgen, él se las arreglarla para conseguirlo. En definitiva, 
aquel asunto era más de Dios que suyo. Que él lo resolviera. Esperó.

A la sombra de la palabra de Dios
Así vivía aquel tiempo la muchacha. Debía de tener trece o catorce años: a esta edad 
solían desposarse las jóvenes de su tiempo. Pero a veces parecía mucho más niña -por su 
pureza- y a veces mucho mayor -por su extraña madurez-. Esperaba. Todos esperaban por 
aquel tiempo, aunque puede que cada uno aguardase cosas diferentes.
Los más esperaban, simplemente, salir de aquella humillación en que vivían: su país 
invadido por extranjeros, el reino de David convertido en un despojo, su familia empobrecida 
y miserable. Vivían tensos de expectación como todos los humillados. Sabían que el 
libertador vendría de un momento a otro y olfateaban esa venida como perros hambrientos. 
¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que seguir esperando a otro? (Mt 11, 3), preguntaría 
años más tarde Juan Bautista. Esperaban y desesperaban al mismo tiempo. A veces les 
parecía que el Mesías era un hermoso sueño que inventaban en las sinagogas para 
hacerles más llevadero el pan de la esclavitud.
Ella esperaba sin desesperar. Probablemente porque estaba a la espera de algo muy 
diferente que los demás. Le esperaba a él, no porque fuera a liberarla a ella, ni siquiera 
porque fuera el libertador. Sabía que simplemente con que él viniera -aunque ellos siguieran 
esclavos y miserables- el mundo ya habría cambiado. No pensaba siquiera en el mal que él 
iba a borrar, sino en la luz que él iba a traer. No le angustiaban las tinieblas, soñaba la luz. 
Las tinieblas, cuando él llegara, se irían por si solas.
Y mientras él venía, alimentaba su esperanza en la luz que ya tenían: la luz de la palabra 
de Dios, las profecías, los salmos. Los pintores gustan siempre de presentarla con un libro 
en las manos cuando llegó el ángel. Pero ¿sabia leer María? ¿Tenia, además, dinero para 
comprar los entonces carísimos libros? Sé de muchos que se escandalizan ante la idea de 
que María fuese analfabeta. Pero es lo más probable. La mujer era entonces lo último del 
mundo y en aquel rincón del planeta el nivel cultural era de lo mas ínfimo. No saber leer y 
escribir era lo más corriente. Y María -menos en la gracia- era de lo más corriente. A Jesús le 
veremos leyendo en la sinagoga y escribiendo en el suelo. De María nada se nos dice. Pero 
el saber leer o no, en nada oscurece su plenitud de gracia.
Lo que si podemos asegurar es que conocía la Escritura como la tierra que pisaba. 
Cuando el ángel hable, mencionará al «hijo del Altísimo», citará el «trono de David, su 
padre», dirá que ha de «reinar sobre la casa de Jacob» (Lc 1, 32-33). Y María entenderá 
perfectamente a qué está aludiendo. La veremos también más tarde, en el Magnificat, 
improvisando un canto que es un puro tejido de frases del antiguo testamento. Sólo 
improvisa así, quien conoce esos textos como la palma de su mano.
Supiera leer, pues, o no, lo cierto es que la palabra de Dios era su alimento. Sabia, 
probablemente, de memoria docenas de salmos y poemas proféticos. En el mundo rural 
siempre se ha tenido buena memoria y más aún entre los pueblos orientales. Flavio Josefo 
cuenta que muchos judíos de aquel tiempo sabían repetir los textos de la ley con menos 
tropiezos que sus propios nombres. Y, además, aprendemos fácilmente lo que amamos.
En la sinagoga repetían, sábado tras sábado, aquellas palabras de esperanza. Y María 
las habla hecho ya tan suyas como su misma sangre. Sobre todo las que hablaban del 
Mesías. Aquellas alegres y misteriosas del salmo 109:
Dijo el Señor a mi Señor:
siéntate a mi diestra 
mientras pongo a tus enemigos 
como escabel de tus pies 
En el día de tu poderío 
eres rey en el esplendor de la santidad.
De mis entrañas te he engendrado 
antes que el lucero de la mañana.

Y aquellas otras tan terribles y desgarradoras:
Pero yo soy un gusano, 
ya no soy un hombre, 
ludibrio para la gente, 
desprecio para el pueblo.
Todos los que me ven se burlan 
tuercen sus labios, 
sacuden su cabeza...
Me rodea una jauría de perros, 
me asedia una banda de malvados.
Han horadado mis manos y mis pies,
han contado todos mis huesos... (Sal 22. 7-17).

Temblaba al oir estas cosas. Deseaba que viniera aquel rey en el esplendor de la santidad 
(Is 60, 3). Pero su corazón se abría al preverlo rodeado de una jauría de humanos. ¿Se 
atrevía alguna vez a imaginar que ella "lo engendraría de sus entrañas»? Sonreiría de sólo 
imaginárselo. No, el mar no cabía en su mano. Y ella estaba loca pero no tanto. Dentro del 
misterio en que vivía -y aunque sabia que todo podía ocurrir- su corazón imaginaba para ella 
una vida mansa como un río sin torrentes ni cataratas. Y aquel matrimonio con José, el 
artesano, parecía garantizarlo: viviría en Dios y en Dios moriría. Nunca la historia hablaría de 
ella. Hubiera firmado una vida tan serena como aquella que estaba viviendo aquella mañana, 
una hora antes de que apareciera el ángel. Aunque... ¿por qué vibraba de aquella manera 
su corazón? ¿Qué temor era aquel que quedaba siempre al fondo de su alma de muchacha 
solitaria? ¿Por qué Dios estaba tan vivo en ella y por qué su alma estaba tan abierta y tan 
vacía de todo lo que no fuera Dios, como si alguien estuviera preparando dentro de ella 
una morada? Fue entonces cuando llegó el ángel.
(MARTIN-DESCALZO-JL. _VIDA-MISTERIO/1.Págs. 72-76)
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9. POEMAS
María Inmaculada, la vuelta al paraíso

María Inmaculada es esperanza,
y aurora del jamás vencido día;
es fuente inagotable de alegría,
anticipo de fiel y nueva alianza.
En María ya el ser humano alcanza
soñada perfección, plena armonía:
de nueva humanidad, epifanía:
de la nueva mujer, cabal semblanza.
Es palmera de paz, ramo de oliva,
de reconciliación es blanca rosa,
retorno al paraíso, la Eva viva.
Ya no encuentras manzanas engañosas.
En su vientre un árbol se cultiva
que produce la fruta mas sabrosa.
(_CARITAS/90-2.Págs. 38 s.)
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10. María redime a Eva:
Un solo Dios trino y uno
a vos hizo sola y una:
más perfecta
después de Dios no hay ninguna,
ni es a Dios persona alguna
más adepta.

¡Oh cuánto la tierra os debe!,
pues que por vos Dios volvió
la noche en día,
por vos, más blanca que nieve,
el pecador alcanzó
paz y alegría.

Eva nos vistió de luto,
de Dios también nos privó
e hizo mortales;
mas de vos salió tal fruto
que puso paz y quitó
tantos males.

Por Eva la maldición
cayó en el género humano
y el castigo;
mas por vos la bendición
fue, y a todos dio la mano
Dios amigo. 
(Protonotario ·Pérez-Luis)
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11."Yo no sé quién eres, pero..." 
Yo no sé quién eres:
pero eres una gran ternura.
No sé lo que es la caricia de la primavera
cuando la siento subir como una turbia marea de mosto,
ni sé lo que es el pozo del sueño
cuando mis manos y mis pies con delicia se anegan,
y, hundiéndose, aún palpan el agua cada vez más
humanamente profunda.

No, yo no sé quién eres, pero tú eres
luna grande de enero que sin rumor nos besa,
primavera surgente como el amor en junio,
dulce sueño en el que nos hundimos,
agua fresca que embebe con trémula avidez la vegetal
célula joven,
matriz eterna donde el amor palpita,
madre, madre.

¡Qué dulce sueño en tu regazo, madre,
soto seguro y verde entre corrientes rugidoras,
alto nido colgante sobre el pinar cimero,
nieve en quien Dios se posa como el aire de estío, 
en un enorme beso azul,
oh tú, primera y extrañísima creación de su amor!

... Déjame ahora que te sienta humana,
madre de carne sólo,
igual que te pintaron tus más tiernos amantes,
déjame que contemple tras tus ojos bellísimos
los ojos apenados de mi madre terrena,
permíteme que piense
que posas un instante esa divina carga
y me tiendes los brazos,
me acunas en tus brazos,
acunas mi dolor,
nombre que lloro.
Virgen María, madre,
dormir quiero en tus brazos 
hasta que en Dios despierte.
(Dámaso ·Alonso-D)
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12. CORAN Algunas alabanzas a María desde El Corán 

«Y dijeron los ángeles: ¡Oh María! Seguramente Dios te ha elegido, te ha hecho pura y 
limpia y te ha escogido entre todas las mujeres del universo mundo» (_Corán, III, 42).

«Canta la gloria de María que conservó su virginidad intacta. Le infiltramos nuestro espíritu 
y ella y su hijo merecieron la admiración del universo» (Id. XXII, 92).

«Y María, hija de Amran, que conservó su virginidad, a quien la inspiramos con el soplo de 
nuestro espíritu, y creyó en las palabras del Señor y en los libros; y fue de las obedientes» 
(Id. LXVI, 12).
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13. PO/AVEMARIA

Dios te salve María,
por la luz de la luz transfigurada,
Dios te llena y te guía
y el fruto de tu vientre es tu mirada.

Dios te salvó, María.
Te llenó de su fuerza complaciente,
como el fuego del sol llena la aurora,
como el agua la fuente.

Maduró con su luz y su ternura
el fruto de tu amor y de tu vientre.

Santa María,
hija del pueblo,
madre paciente,
fiel, generosa,
pobre y rebelde...
Míranos peregrinos, vacilantes,
cultivando este viejo paraíso,
caminando hacia tu cielo lentamente.

No queremos cansarnos de este mundo,
ni buscamos un refugio celeste.
Pero tú no te canses
de mostrarnos la meta, los caminos,
ahora y siempre.
Arbeloa-VM.Cantos de fiesta y lucha, Salamanca 1976, p. 28)
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14. BERNANOS
¿Rezas a la Santa Virgen? Es nuestra madre ¿comprendes? Es la madre del género 
humano, la nueva Eva, pero es, al mismo tiempo su hija. El mundo antiguo y doloroso, el 
mundo anterior a la gracia, la acunó largo tiempo en su corazón desolado -siglos y más 
siglos- en la espera oscura, incomprensible de una «virgo génitrix». Durante siglos y siglos 
protegió con sus viejas manos cargadas de crímenes, con sus manos pesadas, a la pequeña 
doncella maravillosa cuyo nombre ni siquiera sabia... La edad media lo comprendió, como lo 
comprendió todo. ¡Pero impide tú ahora a los imbéciles que rehagan a su manera el «drama 
de la encarnación» como ellos lo llaman! Cuando creen que su prestigio les obliga a vestir 
como títeres a modestos jueces de paz o a coser galones en la bocamanga de los 
interventores, les avergonzaría a esos descreídos confesar que el solo, el único drama, el 
drama de los dramas -pues no ha habido otro- se representó sin decoraciones ni 
pasamanería. ¡Piensa bien en lo que ocurrió! ¡El Verbo se hizo carne y ni los periodistas se 
enteraron! Presta atención, pequeño: La Virgen Santa no tuvo triunfos, ni milagros. Su Hijo 
no permitió que la gloria humana la rozara siquiera. Nadie ha vivido, ha sufrido y ha muerto 
con tanta sencillez y en una ignorancia tan profunda de su propia dignidad, de una dignidad 
que, sin embargo, la pone muy por encima de los ángeles. Ella nació también sin pecado... 
¡qué extraña soledad! Un arroyuelo tan puro, tan límpido y tan puro, que Ella no pudo ver 
reflejada en él su propia imagen, hecha para la sola alegría del Padre Santo -¡oh, soledad 
sagrada!-. Los antiguos demonios familiares del hombre contemplan desde lejos a esta 
criatura maravillosa que está fuera de su alcance, invulnerable y desarmada. La Virgen es la 
inocencia. Su mirada es la única verdaderamente infantil, la única de niño que se ha dignado 
fijarse jamás en nuestra vergüenza y nuestra desgracia.. Ella es más joven que el pecado, 
más joven que la raza de la que ella es originaria y, aunque Madre por la gracia, Madre de 
las gracias, es la más joven del género humano, la benjamina de la humanidad.
(·Bernanos. Diario de un cura rural. 
El viejo cura de Torcy dice a su joven compañero sacerdote)
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15.
María 
la mujer dócil a la voz del Espíritu, 
mujer del silencio y de la escucha, 
mujer de esperanza, 
que supo acoger la voluntad de Dios 
esperando contra toda esperanza. 
Ella concibió en su seno 
por obra del Espíritu Santo 
al autor de la Vida 
y resplandece hoy, 
a las puertas del tercer milenio, 
como estrella que orienta 
los pasos de la humanidad 
al encuentro de Cristo, 
luz de los pueblos y Señor de la historia 
·JUAN-PABLO-II
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16. MISERICORDIA

María, Madre de misericordia
Cuando Pío IX definió el dogma de la Inmaculada Concepción proclamó ante el mundo que 
María fue liberada del pecado original desde el primer instante de su concepción. Pero con 
las palabras de la bula el Papa expresaba sólo un aspecto del dogma, porque leído éste en 
positivo quiere decir que nuestra Señora participa de la plenitud de la gracia de Dios, que fue 
la especialmente elegida y amada en su Hijo Jesucristo. Esta grandeza de María no la aleja 
de nosotros, al contrario, la acerca más, porque lo que aleja, lo que establece barreras entre 
los hombres, es el pecado, mientras que la gracia aúna, religa, ya que la gracia es amor. Por 
eso María es la criatura más cercana al hombre. Naturalmente no hablo de Cristo que, al ser 
divina su persona, no podemos considerarlo como sólo referencia a imitar sino como fuente 
de imitación, también para María. Nuestra Señora recibe la belleza y hermosura del Espíritu 
Santo, que sin el obstáculo del pecado plasma en Ella la más perfecta Imagen del Hijo, fiel 
reflejo del rostro paterno, el Padre de las Misericordias. Por eso María proclama en todos los 
momentos de su existencia, como evangelio vivido, los rasgos del Padre de las misericordias 
y se transforma en su Icono creatural, como la Madre de las misericordias.

Maternidad y misericordia
Porque en María maternidad y misericordia se unen en un abrazo estrecho. Su gran 
misericordia se manifiesta en primer lugar en el don de su Hijo, fruto en Ella el más hermoso 
de la gracia del Espíritu. Qué cercana resulta así para nosotros la misericordia del Padre, 
fuente de toda misericordia, en su Hijo Jesucristo y en la Madre que nos lo entrega! Y junto a 
la cruz, de un modo especial, María agranda su corazón abrazando en una nueva 
maternidad a todos los que su Hijo constituye como hermanos. 

El pueblo cristiano supo bien pronto del corazón misericordioso de María y a Ella acudió 
aquella comunidad de finales del siglo III, azotada por la persecución, con la plegaria "Bajo tu 
amparo nos acogemos, santa Madre de Dios". La Iglesia oriental la invoca como la "Eleousa", 
"la misericordiosa Virgen de la ternura" y los occidentales la proclamamos "Madre de 
misericordia" en el canto de la Salve. Y tenemos razón, porque en frase de san Bernardo 
"jamás se ha oído decir que ninguno de los que acudieron a su protección, implorando su 
misericordia, haya sido abandonado de Ella". María presenta el rostro misericordioso del 
Padre en su calidad de Madre, porque Ella vive su ser Hija como la Madre llena de amor a su 
Hijo y a los hermanos de su Hijo. Hoy, llenos de confianza nos dirigimos a Nuestra Señora 
diciéndole Monstra te esse Matrem! Muéstranos tu corazón de Madre!
MIGUEL Ponce-Cuellar
Secretario de la Sociedad Española de Mariología
y Miembro de la Academia Pontificia de Mariología
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17. SALUD-ENFERMOS 
9 de mayo, Dia del Enfermo

MARIA, SALUD DE LOS ENFERMOS

La celebración del Día del Enfermo del presente año nos acerca a Maria. El tema escogido 
-Maria, salud de los enfermos- nos describe aspectos de su proceso que explicarían la 
relación secular que se ha establecido entre Maria y los que sufren. Una relación que ha 
impregnado la religiosidad popular y también la historia de algunas advocaciones y 
santuarios marianos que tienen relación con la salud. 
Las pocas referencias evangélicas existentes sobre Maria nos la describen como la 
primera cristiana. Desde esta perspectiva es una referencia para todos nosotros. Más aún 
para quienes, desde realidades diversas, trabajamos en pastoral de la salud y se nos ha 
encomendado llevar la buena noticia de la salvación a quienes están tocados por la 
enfermedad y sus consecuencias. La campaña de este año nos debería ayudar a 
"profundizar en la figura de Maria y resaltar su aportación a la misión humana y cristiana de 
promover la salud" y también a recuperarla "como mujer experta en el dolor, y como madre 
solicita que intercede por la salud del cuerpo y del alma de los que la invocan". 

- Maria hace de su vida un sí permanente 
Es significativo el inicio de la historia de Maria. Situada en el marco de un pueblo, Nazaret, 
Galilea de las naciones, donde viven gente de diversas culturas y despreciado por no tener 
el perfil adecuado según la gente de bien de la época: fariseos, maestros de la Ley, 
personas cercanas al Templo. 
Maria se identifica con la manera de pensar, con el estilo de vida y la espiritualidad de los 
'ánawim': es decir, los pobres de Israel. Su manera de ser se manifiesta como piadosa, 
"temerosa de Dios", fiel a la Ley y a la justicia. Todo ello le facilita ser abierta, sencilla, 
alegre, fiel, detallista, responsable. Su deseo es ver cómo Dios cumple sus promesas 
enviando el Mesías, el que dará sentido y sanará los corazones heridos y los que sufren. 
Dos textos nos acercan a la personalidad de Maria: "Aqui está la esclava del Señor, hágase 
en mi según tu palabra» (Lc 1,38); 'Y Maria conservaba todas estas cosas, meditándolas en 
su corazón» (Lc 2,19). A lo largo de su vida Maria fue renovando y concretando el sí que 
había dado. 

- Maria hace de su visita un buen camino para el encuentro con el otro 
Maria está atenta a lo que pasa en su entorno. Esta percepción y esta sensibilidad la 
ayudan a estar disponible. Es una manera de vivir el si dado. Visitar es hacerse presente. Y 
Maria sabe estar presente. Esta presencia le permite acercarse al otro y a sus necesidades. 
Le enseña a mirar cada situación y cada persona con naturalidad y sencillez. Le hace 
profundizar como ella se ha sentido mirada por Dios y como esta mirada le ha ayudado a 
vivir. 
Tres textos nos situan en esta experiencia de la visita como presencia: la anunciación (Lc 
1,26-38), la visita de Maria a Isabel (Lc 1,39.56), las bodas de Cana (Jn 2,1-12). Fácilmente 
percibimos la naturalidad de Maria. Sus reacciones o sus percepciones son muy sencillas y 
ajustadas: "Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél" (Lc 
1,29); "Maria dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor..." (Lc 1,46); "No les queda vino... 
Haced lo que él diga" (Jn 2,3.5). 

- Maria sabe estar allá donde el sufrimiento se manifiesta 
Maria no huye en los momentos difíciles. Sabe que también forman parte de la vida. 
Aquella mujer que nos comenta el evangelio que "conservaba todas estas cosas, 
"meditándolas en su corazón" va constatando que su deseo se va haciendo realidad porque 
Dios cumple su palabra. 
Hay diversos momentos en que ella percibe en su vida incertidumbre, angustia o 
sufrimiento. Como en nuestras historias personales. Maria manifiesta lo que siente: "Y Maria 
dijo al ángel: ¿Cómo será esto... ?~(Lc 1,34); "Le dijo su madre: Hijo, ¿porqué nos has 
tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados" (Lc 2,48). Maria sabe también que 
hay momentos donde la presencia sustituye a la palabra: "Junto a la cruz estaban su 
madre..." (Jn 19,25). Maria experimentó el sufrimiento, pero supo situarlo para que se 
transformase en vida. Maria ha vivido lo que nos dice el evangelio: "Si el grano de trigo no 
cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24-25). 

- Maria revela su proceso por medio del Magníficat 
En el poema del Magníficat, anuncia la buena noticia de Jesús tal como ella la ha percibido 
y vivido. Si leemos el Magníficat y percibimos en sus palabras el espíritu de las 
bienaventuranzas nos damos cuenta que es una mirada al interior de uno mismo y, a la vez, 
es la concreción del propio proceso. Una vez más, se trata de penetrar en el interior de uno 
mismo para identificar los propios sentimientos desde la libertad, la autonomía y la gratuidad. 

El proceso arranca de la sencillez de los "anawim", manifiesta la alegría y el reconocimiento 
por lo que Dios hizo en ella, asume el si con toda sus consecuencias y está comprometida en 
la salvación que arranca en Jesús hasta realizarse en todos. (Mt 11,4-6; Lc 7,22-23). 

·CARRERAS-MARCEL-LI _MI-DO/99/07-53