MARÍA TEXTOS
MARÍA TEXTOS
1. M/DOLOR. Mc/12/44 En este texto contemplamos, pues, la generosidad de María: "ella repite, hasta con lágrimas, el heroico FIAT de Nazaret" (Pío XII); ella, mejor aún que aquella viuda anónima a la que un día propuso Jesús a la admiración de los suyos, en el templo (Mc 12. 44), "ofrece toda su vida"; supera la grandeza de Abrahám en el monte Moria (Gn 22. 16): ningún ángel viene a devolverle a ella este Hijo en el último momento, como en otro tiempo fue devuelto Isaac a su anciano padre...
BOBICHON-1/2.Pág.156 ........................................................................
2.Lc/01/38
Lc/08/08
María es una mujer transformada por la gracia, totalmente habitada por Dios.
Ella es la "tierra buena" de la parábola del sembrador. Se ha vaciado
totalmente de sí misma, de ese falso yo que nos esclaviza, para llenarse de
Dios. En la medida en que nadie, ni nosotros mismos, nos ama tanto no desea
tanto nuestro bien como el propio Dios, desear, amar y hacer la voluntad de
Dios, es la cima de nuestra "realización" como personas y como
creyentes.
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3.OBEDIENCIA/SC M/ABRAHAN: Existe unanimidad en afirmar que la contestación concluyente de María al ángel y a través de él a Dios: "Aquí está la esclava...", es la expresión acabada de la fe de Abrahán y de todo Israel. Ya a Abrahán se le había exigido una inaudita obediencia de fe, cuando sobre el monte Moria se le pidió que devolviera a Dios el regalo que el mismo Dios le había hecho, justamente por su fe, el hijo de la promesa, en un sacrificio espiritualmente consumado y solo interrumpido materialmente. Con María llegará Dios hasta el final de esta fe, cuando al pie de la cruz, devuelva a Dios su hijo, el hijo de la realización de todas las promesas, en la oscuridad de una fe incomprensible e impenetrable, y sin la intervención de ningún ángel como salvador.
HANS URS von
BALTHASAR
MARIA, PRIMERA IGLESIA/NARCEA, Pág. 61
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La "tranquilidad" no existe mientras haya un hombre que salvar o redimir. Dios zarandea a los suyos haciéndolos instrumentos de gracia para los demás. Pero en el fondo del corazón, cuando uno ama de verdad, en todas las circunstancias de la historia, está la verdadera paz y tranquilidad de Cristo.
La "tranquilidad" de la vida de Nazaret, cuando José y María preparaban el nacimiento de Jesús, se quebró por una decisión de la autoridad civil pagana. Cualquiera, hubiera visto solamente un atropello de la persona humana, o de todo un pueblo, y hubiera reaccionado con violencia. Pero las dificultades se superan por otro camino: el camino del amor.
No obstante, con una visión de fe, las cosas cambian. En cualquier momento se puede amar; y esto no lo puede impedir nadie. En cualquier momento, por tanto, podemos hacer lo mejor. Había "motivos" para amargarse la vida: dificultades del viaje, precipitación, estado de María, trabajo que tienen que dejar, un hogar feliz recién comenzado, aventurarse a riesgos imprevistos..., toda una aventura. María, poco tiempo antes, había viajado para atender a su prima Isabel; entonces, era otra cosa, porque se iba en plan de servicio concreto a los demás. Pero... ahora... Cuando uno sigue un plan trazado para servir a los demás, se crece en las dificultades... Pero cuando son "los demás" los que trazan nuestros planes, o los condicionan esencialmente, uno empieza a pensar en el atropello de la personalidad. ........................................................................
5. Jn/19/25-27 Lc/02/33-35 FE/CZ M/SUFRIMIENTO Se dice a veces que María, concebida sin pecado, no tuvo dificultades en decir "sí" a Dios. Tal vez sea verdad lo contrario. Cuanto más santo se es, más se descubre quién es Dios y qué espera de nosotros. Es tanto más difícil decir "sí" cuanto más claramente se percibe la ruptura que implica esta fidelidad.
SANTIDAD/SUFRIMIENTO: No hay santidad sin tragedia: todos los místicos dan testimonio de ello. "En el orden del ser, el sufrimiento es una imperfección. En el del amor, es el sello de la perfección". El pecado, que altera la imagen de Dios, atenúa la fuerza de sus exigencias. María no tuvo fácil la vida. El hijo educará a la Madre en la magnitud de su propia misión, hasta que sea madura para permanecer al pie de la cruz y finalmente para recibir, rezando dentro de la Iglesia, al Espíritu Santo enviado para todos. Esta educación está bajo el signo de la espada que atravesará el alma de la Madre, como profetizó Simeón. Será un proceso despiadado. (...). La fe como ruptura. Es notable cómo una de las primeras palabras de la fe es el llamamiento a una marcha: "Ven, sal, abandona, deja..." Piénsese en Abrahán, en los apóstoles, en el joven rico... La fe supone un desplazamiento, una ruptura. Es, por una parte, desarraigo, renuncia y, por lo tanto, muerte; y por otra, descubrimiento, acogida, resurrección. Es notable que el Evangelio habla de María en los grandes momentos de ruptura, aquellos en que la fe se juega, se decide.
Se describen tres momentos principales:1) Caná, o la ruptura con la concepción "providencialista" del Mesías. 2) María y Jesús, en Marcos, o el final del automatismo familiar. 3) María al pie de la cruz, o el final de un sueño extraordinario de éxito humano.
Tres rupturas. Se reconocen en ellas el rechazo de los bienes, de la sangre y del poder. Rechazo de un vino que se posee sin esfuerzo, repulsa a la voluntad de la carne, rechazo del poder.
J/TENTACIONES:TENTACIONES/J:Cristo no está allí para satisfacer los deseos ilimitados del hombre: lo que ocurre en María da testimonio de lo que pasa por el creyente.
Las tres repulsas que María conoce en su existencia remiten a las tentaciones de Cristo que rechaza la facilidad maravillosa de la magia (cambiar las piedras en pan), el sueño de considerarse absoluto (en el sentido maravillosista del término, tirarse del Templo) y la fascinación del poder (los reinos). Las tres renuncias de María, situadas al comienzo de la vida pública (Caná), en su mitad (familia de Jesús) y al final (al pie de la cruz) constituyen ese sufrimiento y ese juicio que Simeón había anunciado.
Si los evangelistas hablan de María independientemente de la infancia de Cristo, lo hacen en tres momentos decisivos para mostrar que el discípulo pasa por el mismo camino que su maestro (Jn/14/03-04). María tuvo que aprender a renunciarse, a salir de sí misma, para avanzar por el camino de su Hijo. Esta ruptura la dispone para conocer la vida pascual de la fe.
Los textos que presentan así a María son para la Iglesia textos normativos, es decir, reglas de fe: para hallar a Cristo hay que dejar honores, prudencia humana, ideas hechas, voluntad de poder, etc. María es presentada como el tipo del proceso eclesial. La función de estos relatos es, pues, despertar el ardor de la Iglesia a que se decida por el Señor Vivo. Son textos "críticos", en el sentido de que juzgan la concreta praxis de la Iglesia y la reavivan; la solicitan a una decisión por la marcha, por la renuncia, por la fe.
ALBERT
ROUET-ALBERT
ALCANCE 10.Págs. 75 y 102
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6. M/POBREZA:
La Virgen de Nazaret no enamora a sabios y poderosos Razones para un malentendido Lo que ocurre es que para este mundo es muy difícil digerir que sea cristianamente tan importante una mujer como María de Nazaret, pues ello pone del revés todos los valores de una «cultura». Y el primer sabio griego que polemizó largamente con los cristianos (el filósofo ·Celso) ya tomaba como uno de sus argumentos el que los creyentes en Jesús honraban a una María que era «mujer sin porvenir ni nacimiento regio, y a quien nadie conocía, ni siquiera sus vecinos» (Véase: ORÍGENES, Contra Celso 1, 39. Celso aduce eso como argumento para afirmar que Dios no pudo enamorarse de una mujer así. Véase también 1, 28: "mujer campesina y pobre que se ganaba la vida hilando"). Muchos cristianos, impactados por esa argumentación de Celso, parece que se hayan dedicado a ponerle coronas a María -para equipararla con los grandes de «nacimiento regio»-, a levantarle templos descomunales que parecen tener garantizado un «porvenir» histórico y a proclamar que se aparece aquí y allá, para que puedan conocerla -y aprovecharse de ella- no sólo los vecinos, sino todas las gentes de lugares lejanos que acuden allí con la ambigua intención de ser testigos de algún milagro, para ver si así se ahorran aquello de «creer sin haber visto» (ef. Jn. I l, 29), que tan duro se le hacía al apóstol Tomás.
J.I.
GONZALEZ-FAUS
SAL-TERRAE 1987, 10
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7. El testimonio más elocuente sobre la pobreza de María lo escribió en el s. II un enemigo de la Iglesia, Celso: «Una pobre campesina que vivía de su trabajo... Allí -en Egipto- alquiló sus brazos por un salario... Una mujer sin fortuna ni nacimiento regio..., porque nadie, ni siquiera sus vecinos, la conocían» (Discurso verdadero, 7-8).
Celso habla con desprecio, pero casi le agradecemos que nos haya dejado esta pintura de María, recogida del ambiente judío. Nos convence de que no sólo fue mujer sin fortuna material, sino que fue desconocida, anónima, irrelevante, como los pobres: los que no cuentan, los que no tienen voz, los que no pueden defenderse. «¿Acaso de Nazaret puede salir algo bueno?». Celso llega a poner en duda su belleza. Y, sobre todo, Celso, y con él todos los que se dejan guiar cínicamente por la razón, se escandaliza de que Dios escoja a personas tan insignificantes. «Repugna a un Dios que El haya amado a una mujer sin fortuna». ¡Que extraños y distintos de los nuestros son los gustos de Dios! Resulta que María fue elegida y amada de Dios, no sólo a pesar de ser pobre, sino precisamente por ello, por ser radical y enteramente pobre. Pasmosa pobreza, que diría santa Clara.
CARITAS 1989-2.Págs. 32 s.
8.
Un misterio.
Sí, un misterio que invita más a llorar de alegría que a hablar. ¿Cómo hablar
de María con la suficiente ternura, con la necesaria verdad? ¿Cómo explicar su sencillez sin
retóricas y su hondura sin palabrerías? ¿Cómo decirlo todo sin inventar nada, cuando
sabemos tan poco de ella, pero ese poco que sabemos es tan vertiginoso? Los evangelios -y
es lo único que realmente conocemos con certeza de ella- no le dedican más allá de doce o
catorce lineas. ¡Pero cuántos misterios y cuánto asombro en ellas!
Sabemos que se llamaba María (Mirjam, un nombre al que la piedad ha buscado más de
sesenta interpretaciones, pero que probablemente significa sólo «señora»); sabemos que
era virgen y deseaba seguir siéndolo, y que -primera paradoja- estaba, sin embargo,
desposada con un muchacho llamado José: sabemos que estaba «llena de gracia» y que
vivió permanentemente en la fe... Es poco, pero es ya muchísimo.
Llena de gracia
LLENA-DE-GRACIA: Estaba «llena de gracia». Más: era «la llena de gracia». El ángel
dirá «llena de gracia» como quien pronuncia un apellido, como si en todo el mundo y toda la
historia no hubiera más "llena de gracia" que ella. Y hasta los escrituristas insisten en el
carácter pasivo que ahí tiene el verbo llenar y piensan que habría que traducirlo -con perdón
de los gramáticos- «llenada de gracia». Era una mujer elegida por Dios, invadida de Dios,
inundada por Dios. Tenia el alma como en préstamo, requisada, expropiada para utilidad
pública en una gran tarea.
No quiere esto decir que su vida hubiera estado hasta entonces llena de milagros, que
las varas secas florecieran de nardos a su paso o que la primavera se adelgazara al rozar su
vestido. Quiere simplemente decir que Dios la poseía mucho más que el esposo posee a la
esposa. El misterio la rodeaba con esa muralla de soledad que circunda a los niños que
viven ya desde pequeños una gran vocación. No hubo seguramente milagros en su infancia,
pero sí fue una niña distinta, una niña «rara». O más exactamente: misteriosa. La presencia
de Dios era la misma raíz de su alma. Orar era, para ella, respirar, vivir.
Seguramente este mismo misterio la torturaba un poco. Porque ella no entendía. ¿Cómo
iba a entender? Se sentía guiada, conducida. Libre también, pero arrastrada dulcemente,
como un niño es conducido por la amorosa mano de la madre. La llevaban de la mano, eso
era.
Muchas veces debió de preguntarse por qué ella no era como las demás muchachas, por
qué no se divertía como sus amigas, por qué sus sueños parecían venidos de otro planeta.
Pero no encontraba respuesta. Sabía, eso si, que un día todo tendría que aclararse. Y
esperaba.
M/VIRGEN: Esperaba entre contradicciones. ¿Por qué -por ejemplo- había nacido en ella
aquel «absurdo» deseo de permanecer virgen? Para las mujeres de su pueblo y su tiempo
ésta era la mayor de las desgracias. El ideal de todas era envejecer en medio de un
escuadrón de hijos rodeándola «como retoños de olivos» (Sal 127, 3), llegar a ver «los hijos
de los hijos de los hijos» (Tob 9, 11). Sabia que «los hijos son un don del Señor y el fruto de
las entrañas una recompensa» (Sal 126, 3). Había visto cómo todas las mujeres bíblicas
exultaban y cantaban de gozo al derrotar la esterilidad. Recordaba el llanto de Jefté y sus
lamentos no por la pena de morir, sino por la de morir virgen, como un árbol cortado por la
mitad del tronco.
Sabía que esta virginidad era aún más extraña en ella. ¿No era acaso de la familia de
David y no era de esta estirpe de donde saldría el Salvador? Renunciando a la maternidad,
renunciaba también a la más maravillosa de las posibilidades. No, no es que ella se atreviera
siquiera a imaginarse que Dios podía elegirla para ese vertiginoso prodigio -"yo, yo»
pensaba asustándose de la simple posibilidad- pero, aunque fuera imposible, ¿por qué
cerrar a cal y canto esa maravillosa puerta?
Sí, era absurdo, lo sabía muy bien. Pero sabía también que aquella idea de ser virgen la
había plantado en su alma alguien que no era ella. ¿Cómo podría oponerse? Temblaba ante
la sola idea de decir «no» a algo pedido o insinuado desde lo alto. Comprendía que
humanamente tenían razón en su casa y en su vecindario cuando decían que aquel proyecto
suyo era locura. Y aceptaba sonriendo las bromas y los comentarios. Sí, tenían razón los
suyos: ella era la loca de la familia, la que habla elegido el «peor» partido. Pero la mano que
la conducía la había llevado a aquella extraña playa.
Por eso tampoco se opuso cuando los suyos decidieron desposarla con José. Esto no lo
entendía: ¿Cómo quien sembró en su alma aquel ansia de virginidad aceptaba ahora que le
buscasen un esposo? Inclinó la cabeza: la voluntad de Dios no podía oponerse a la de sus
padres. Dios vería cómo combinaba virginidad y matrimonio. No se puso siquiera nerviosa:
cosas más grandes había hecho Dios. Decidió seguir esperando.
El saber que era José el elegido debió de tranquilizarla mucho. Era un buen muchacho.
Ella lo sabia bien porque en Nazaret se conocían todos. Un muchacho «justo y temeroso de
Dios», un poco raro también, como ella. En el pueblo debieron de comentarlo: «Tal para
cual». Hacían buena pareja: los dos podían cobijarse bajo un mismo misterio, aquel que a
ella la poseía desde siempre.
¿Contó a José sus proyectos de permanecer virgen? Probablemente no. ¿Para qué? Si
era interés de Dios el que siguiera virgen, él se las arreglarla para conseguirlo. En definitiva,
aquel asunto era más de Dios que suyo. Que él lo resolviera. Esperó.
A la sombra de la palabra de Dios
Así vivía aquel tiempo la muchacha. Debía de tener trece o catorce años: a esta edad
solían desposarse las jóvenes de su tiempo. Pero a veces parecía mucho más niña -por su
pureza- y a veces mucho mayor -por su extraña madurez-. Esperaba. Todos esperaban por
aquel tiempo, aunque puede que cada uno aguardase cosas diferentes.
Los más esperaban, simplemente, salir de aquella humillación en que vivían: su país
invadido por extranjeros, el reino de David convertido en un despojo, su familia empobrecida
y miserable. Vivían tensos de expectación como todos los humillados. Sabían que el
libertador vendría de un momento a otro y olfateaban esa venida como perros hambrientos.
¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que seguir esperando a otro? (Mt 11, 3), preguntaría
años más tarde Juan Bautista. Esperaban y desesperaban al mismo tiempo. A veces les
parecía que el Mesías era un hermoso sueño que inventaban en las sinagogas para
hacerles más llevadero el pan de la esclavitud.
Ella esperaba sin desesperar. Probablemente porque estaba a la espera de algo muy
diferente que los demás. Le esperaba a él, no porque fuera a liberarla a ella, ni siquiera
porque fuera el libertador. Sabía que simplemente con que él viniera -aunque ellos siguieran
esclavos y miserables- el mundo ya habría cambiado. No pensaba siquiera en el mal que él
iba a borrar, sino en la luz que él iba a traer. No le angustiaban las tinieblas, soñaba la luz.
Las tinieblas, cuando él llegara, se irían por si solas.
Y mientras él venía, alimentaba su esperanza en la luz que ya tenían: la luz de la palabra
de Dios, las profecías, los salmos. Los pintores gustan siempre de presentarla con un libro
en las manos cuando llegó el ángel. Pero ¿sabia leer María? ¿Tenia, además, dinero para
comprar los entonces carísimos libros? Sé de muchos que se escandalizan ante la idea de
que María fuese analfabeta. Pero es lo más probable. La mujer era entonces lo último del
mundo y en aquel rincón del planeta el nivel cultural era de lo mas ínfimo. No saber leer y
escribir era lo más corriente. Y María -menos en la gracia- era de lo más corriente. A Jesús le
veremos leyendo en la sinagoga y escribiendo en el suelo. De María nada se nos dice. Pero
el saber leer o no, en nada oscurece su plenitud de gracia.
Lo que si podemos asegurar es que conocía la Escritura como la tierra que pisaba.
Cuando el ángel hable, mencionará al «hijo del Altísimo», citará el «trono de David, su
padre», dirá que ha de «reinar sobre la casa de Jacob» (Lc 1, 32-33). Y María entenderá
perfectamente a qué está aludiendo. La veremos también más tarde, en el Magnificat,
improvisando un canto que es un puro tejido de frases del antiguo testamento. Sólo
improvisa así, quien conoce esos textos como la palma de su mano.
Supiera leer, pues, o no, lo cierto es que la palabra de Dios era su alimento. Sabia,
probablemente, de memoria docenas de salmos y poemas proféticos. En el mundo rural
siempre se ha tenido buena memoria y más aún entre los pueblos orientales. Flavio Josefo
cuenta que muchos judíos de aquel tiempo sabían repetir los textos de la ley con menos
tropiezos que sus propios nombres. Y, además, aprendemos fácilmente lo que amamos.
En la sinagoga repetían, sábado tras sábado, aquellas palabras de esperanza. Y María
las habla hecho ya tan suyas como su misma sangre. Sobre todo las que hablaban del
Mesías. Aquellas alegres y misteriosas del salmo 109:
Dijo el Señor a mi Señor:
siéntate a mi diestra
mientras pongo a tus enemigos
como escabel de tus pies
En el día de tu poderío
eres rey en el esplendor de la santidad.
De mis entrañas te he engendrado
antes que el lucero de la mañana.
Y aquellas otras tan terribles y desgarradoras:
Pero yo soy un gusano,
ya no soy un hombre,
ludibrio para la gente,
desprecio para el pueblo.
Todos los que me ven se burlan
tuercen sus labios,
sacuden su cabeza...
Me rodea una jauría de perros,
me asedia una banda de malvados.
Han horadado mis manos y mis pies,
han contado todos mis huesos... (Sal 22. 7-17).
Temblaba al oir estas cosas. Deseaba que viniera aquel rey en el esplendor de la santidad
(Is 60, 3). Pero su corazón se abría al preverlo rodeado de una jauría de humanos. ¿Se
atrevía alguna vez a imaginar que ella "lo engendraría de sus entrañas»? Sonreiría de sólo
imaginárselo. No, el mar no cabía en su mano. Y ella estaba loca pero no tanto. Dentro del
misterio en que vivía -y aunque sabia que todo podía ocurrir- su corazón imaginaba para ella
una vida mansa como un río sin torrentes ni cataratas. Y aquel matrimonio con José, el
artesano, parecía garantizarlo: viviría en Dios y en Dios moriría. Nunca la historia hablaría de
ella. Hubiera firmado una vida tan serena como aquella que estaba viviendo aquella mañana,
una hora antes de que apareciera el ángel. Aunque... ¿por qué vibraba de aquella manera
su corazón? ¿Qué temor era aquel que quedaba siempre al fondo de su alma de muchacha
solitaria? ¿Por qué Dios estaba tan vivo en ella y por qué su alma estaba tan abierta y tan
vacía de todo lo que no fuera Dios, como si alguien estuviera preparando dentro de ella
una morada? Fue entonces cuando llegó el ángel.
(MARTIN-DESCALZO-JL. _VIDA-MISTERIO/1.Págs. 72-76)
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9. POEMAS
María Inmaculada, la vuelta al paraíso
María Inmaculada es esperanza,
y aurora del jamás vencido día;
es fuente inagotable de alegría,
anticipo de fiel y nueva alianza.
En María ya el ser humano alcanza
soñada perfección, plena armonía:
de nueva humanidad, epifanía:
de la nueva mujer, cabal semblanza.
Es palmera de paz, ramo de oliva,
de reconciliación es blanca rosa,
retorno al paraíso, la Eva viva.
Ya no encuentras manzanas engañosas.
En su vientre un árbol se cultiva
que produce la fruta mas sabrosa.
(_CARITAS/90-2.Págs. 38 s.)
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10. María redime a Eva:
Un solo Dios trino y uno
a vos hizo sola y una:
más perfecta
después de Dios no hay ninguna,
ni es a Dios persona alguna
más adepta.
¡Oh cuánto la tierra os debe!,
pues que por vos Dios volvió
la noche en día,
por vos, más blanca que nieve,
el pecador alcanzó
paz y alegría.
Eva nos vistió de luto,
de Dios también nos privó
e hizo mortales;
mas de vos salió tal fruto
que puso paz y quitó
tantos males.
Por Eva la maldición
cayó en el género humano
y el castigo;
mas por vos la bendición
fue, y a todos dio la mano
Dios amigo.
(Protonotario ·Pérez-Luis)
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11."Yo no sé quién eres, pero..."
Yo no sé quién eres:
pero eres una gran ternura.
No sé lo que es la caricia de la primavera
cuando la siento subir como una turbia marea de mosto,
ni sé lo que es el pozo del sueño
cuando mis manos y mis pies con delicia se anegan,
y, hundiéndose, aún palpan el agua cada vez más
humanamente profunda.
No, yo no sé quién eres, pero tú eres
luna grande de enero que sin rumor nos besa,
primavera surgente como el amor en junio,
dulce sueño en el que nos hundimos,
agua fresca que embebe con trémula avidez la vegetal
célula joven,
matriz eterna donde el amor palpita,
madre, madre.
¡Qué dulce sueño en tu regazo, madre,
soto seguro y verde entre corrientes rugidoras,
alto nido colgante sobre el pinar cimero,
nieve en quien Dios se posa como el aire de estío,
en un enorme beso azul,
oh tú, primera y extrañísima creación de su amor!
... Déjame ahora que te sienta humana,
madre de carne sólo,
igual que te pintaron tus más tiernos amantes,
déjame que contemple tras tus ojos bellísimos
los ojos apenados de mi madre terrena,
permíteme que piense
que posas un instante esa divina carga
y me tiendes los brazos,
me acunas en tus brazos,
acunas mi dolor,
nombre que lloro.
Virgen María, madre,
dormir quiero en tus brazos
hasta que en Dios despierte.
(Dámaso ·Alonso-D)
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12. CORAN Algunas alabanzas a María desde El Corán
«Y dijeron los ángeles: ¡Oh María! Seguramente Dios te ha elegido, te ha hecho pura y
limpia y te ha escogido entre todas las mujeres del universo mundo» (_Corán, III, 42).
«Canta la gloria de María que conservó su virginidad intacta. Le infiltramos nuestro espíritu
y ella y su hijo merecieron la admiración del universo» (Id. XXII, 92).
«Y María, hija de Amran, que conservó su virginidad, a quien la inspiramos con el soplo de
nuestro espíritu, y creyó en las palabras del Señor y en los libros; y fue de las obedientes»
(Id. LXVI, 12).
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13. PO/AVEMARIA
Dios te salve María,
por la luz de la luz transfigurada,
Dios te llena y te guía
y el fruto de tu vientre es tu mirada.
Dios te salvó, María.
Te llenó de su fuerza complaciente,
como el fuego del sol llena la aurora,
como el agua la fuente.
Maduró con su luz y su ternura
el fruto de tu amor y de tu vientre.
Santa María,
hija del pueblo,
madre paciente,
fiel, generosa,
pobre y rebelde...
Míranos peregrinos, vacilantes,
cultivando este viejo paraíso,
caminando hacia tu cielo lentamente.
No queremos cansarnos de este mundo,
ni buscamos un refugio celeste.
Pero tú no te canses
de mostrarnos la meta, los caminos,
ahora y siempre.
(·Arbeloa-VM.Cantos de fiesta y lucha, Salamanca 1976, p. 28)
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14. BERNANOS
¿Rezas a la Santa Virgen? Es nuestra madre ¿comprendes? Es la madre del género
humano, la nueva Eva, pero es, al mismo tiempo su hija. El mundo antiguo y doloroso, el
mundo anterior a la gracia, la acunó largo tiempo en su corazón desolado -siglos y más
siglos- en la espera oscura, incomprensible de una «virgo génitrix». Durante siglos y siglos
protegió con sus viejas manos cargadas de crímenes, con sus manos pesadas, a la pequeña
doncella maravillosa cuyo nombre ni siquiera sabia... La edad media lo comprendió, como lo
comprendió todo. ¡Pero impide tú ahora a los imbéciles que rehagan a su manera el «drama
de la encarnación» como ellos lo llaman! Cuando creen que su prestigio les obliga a vestir
como títeres a modestos jueces de paz o a coser galones en la bocamanga de los
interventores, les avergonzaría a esos descreídos confesar que el solo, el único drama, el
drama de los dramas -pues no ha habido otro- se representó sin decoraciones ni
pasamanería. ¡Piensa bien en lo que ocurrió! ¡El Verbo se hizo carne y ni los periodistas se
enteraron! Presta atención, pequeño: La Virgen Santa no tuvo triunfos, ni milagros. Su Hijo
no permitió que la gloria humana la rozara siquiera. Nadie ha vivido, ha sufrido y ha muerto
con tanta sencillez y en una ignorancia tan profunda de su propia dignidad, de una dignidad
que, sin embargo, la pone muy por encima de los ángeles. Ella nació también sin pecado...
¡qué extraña soledad! Un arroyuelo tan puro, tan límpido y tan puro, que Ella no pudo ver
reflejada en él su propia imagen, hecha para la sola alegría del Padre Santo -¡oh, soledad
sagrada!-. Los antiguos demonios familiares del hombre contemplan desde lejos a esta
criatura maravillosa que está fuera de su alcance, invulnerable y desarmada. La Virgen es la
inocencia. Su mirada es la única verdaderamente infantil, la única de niño que se ha dignado
fijarse jamás en nuestra vergüenza y nuestra desgracia.. Ella es más joven que el pecado,
más joven que la raza de la que ella es originaria y, aunque Madre por la gracia, Madre de
las gracias, es la más joven del género humano, la benjamina de la humanidad.
(·Bernanos. Diario de un cura rural.
El viejo cura de Torcy dice a su joven compañero sacerdote)
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15.
María
la mujer dócil a la voz del Espíritu,
mujer del silencio y de la escucha,
mujer de esperanza,
que supo acoger la voluntad de Dios
esperando contra toda esperanza.
Ella concibió en su seno
por obra del Espíritu Santo
al autor de la Vida
y resplandece hoy,
a las puertas del tercer milenio,
como estrella que orienta
los pasos de la humanidad
al encuentro de Cristo,
luz de los pueblos y Señor de la historia
·JUAN-PABLO-II
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16. MISERICORDIA
María, Madre de misericordia
Cuando Pío IX definió el dogma de la Inmaculada Concepción proclamó ante el mundo que
María fue liberada del pecado original desde el primer instante de su concepción. Pero con
las palabras de la bula el Papa expresaba sólo un aspecto del dogma, porque leído éste en
positivo quiere decir que nuestra Señora participa de la plenitud de la gracia de Dios, que fue
la especialmente elegida y amada en su Hijo Jesucristo. Esta grandeza de María no la aleja
de nosotros, al contrario, la acerca más, porque lo que aleja, lo que establece barreras entre
los hombres, es el pecado, mientras que la gracia aúna, religa, ya que la gracia es amor. Por
eso María es la criatura más cercana al hombre. Naturalmente no hablo de Cristo que, al ser
divina su persona, no podemos considerarlo como sólo referencia a imitar sino como fuente
de imitación, también para María. Nuestra Señora recibe la belleza y hermosura del Espíritu
Santo, que sin el obstáculo del pecado plasma en Ella la más perfecta Imagen del Hijo, fiel
reflejo del rostro paterno, el Padre de las Misericordias. Por eso María proclama en todos los
momentos de su existencia, como evangelio vivido, los rasgos del Padre de las misericordias
y se transforma en su Icono creatural, como la Madre de las misericordias.
Maternidad y misericordia
Porque en María maternidad y misericordia se unen en un abrazo estrecho. Su gran
misericordia se manifiesta en primer lugar en el don de su Hijo, fruto en Ella el más hermoso
de la gracia del Espíritu. Qué cercana resulta así para nosotros la misericordia del Padre,
fuente de toda misericordia, en su Hijo Jesucristo y en la Madre que nos lo entrega! Y junto a
la cruz, de un modo especial, María agranda su corazón abrazando en una nueva
maternidad a todos los que su Hijo constituye como hermanos.
El pueblo cristiano supo bien pronto del corazón misericordioso de María y a Ella acudió
aquella comunidad de finales del siglo III, azotada por la persecución, con la plegaria "Bajo tu
amparo nos acogemos, santa Madre de Dios". La Iglesia oriental la invoca como la "Eleousa",
"la misericordiosa Virgen de la ternura" y los occidentales la proclamamos "Madre de
misericordia" en el canto de la Salve. Y tenemos razón, porque en frase de san Bernardo
"jamás se ha oído decir que ninguno de los que acudieron a su protección, implorando su
misericordia, haya sido abandonado de Ella". María presenta el rostro misericordioso del
Padre en su calidad de Madre, porque Ella vive su ser Hija como la Madre llena de amor a su
Hijo y a los hermanos de su Hijo. Hoy, llenos de confianza nos dirigimos a Nuestra Señora
diciéndole Monstra te esse Matrem! Muéstranos tu corazón de Madre!
MIGUEL Ponce-Cuellar
Secretario de la Sociedad Española de Mariología
y Miembro de la Academia Pontificia de Mariología
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17. SALUD-ENFERMOS
9 de mayo, Dia del Enfermo
MARIA, SALUD DE LOS ENFERMOS
La celebración del Día del Enfermo del presente año nos acerca a Maria. El tema escogido
-Maria, salud de los enfermos- nos describe aspectos de su proceso que explicarían la
relación secular que se ha establecido entre Maria y los que sufren. Una relación que ha
impregnado la religiosidad popular y también la historia de algunas advocaciones y
santuarios marianos que tienen relación con la salud.
Las pocas referencias evangélicas existentes sobre Maria nos la describen como la
primera cristiana. Desde esta perspectiva es una referencia para todos nosotros. Más aún
para quienes, desde realidades diversas, trabajamos en pastoral de la salud y se nos ha
encomendado llevar la buena noticia de la salvación a quienes están tocados por la
enfermedad y sus consecuencias. La campaña de este año nos debería ayudar a
"profundizar en la figura de Maria y resaltar su aportación a la misión humana y cristiana de
promover la salud" y también a recuperarla "como mujer experta en el dolor, y como madre
solicita que intercede por la salud del cuerpo y del alma de los que la invocan".
- Maria hace de su vida un sí permanente
Es significativo el inicio de la historia de Maria. Situada en el marco de un pueblo, Nazaret,
Galilea de las naciones, donde viven gente de diversas culturas y despreciado por no tener
el perfil adecuado según la gente de bien de la época: fariseos, maestros de la Ley,
personas cercanas al Templo.
Maria se identifica con la manera de pensar, con el estilo de vida y la espiritualidad de los
'ánawim': es decir, los pobres de Israel. Su manera de ser se manifiesta como piadosa,
"temerosa de Dios", fiel a la Ley y a la justicia. Todo ello le facilita ser abierta, sencilla,
alegre, fiel, detallista, responsable. Su deseo es ver cómo Dios cumple sus promesas
enviando el Mesías, el que dará sentido y sanará los corazones heridos y los que sufren.
Dos textos nos acercan a la personalidad de Maria: "Aqui está la esclava del Señor, hágase
en mi según tu palabra» (Lc 1,38); 'Y Maria conservaba todas estas cosas, meditándolas en
su corazón» (Lc 2,19). A lo largo de su vida Maria fue renovando y concretando el sí que
había dado.
- Maria hace de su visita un buen camino para el encuentro con el otro
Maria está atenta a lo que pasa en su entorno. Esta percepción y esta sensibilidad la
ayudan a estar disponible. Es una manera de vivir el si dado. Visitar es hacerse presente. Y
Maria sabe estar presente. Esta presencia le permite acercarse al otro y a sus necesidades.
Le enseña a mirar cada situación y cada persona con naturalidad y sencillez. Le hace
profundizar como ella se ha sentido mirada por Dios y como esta mirada le ha ayudado a
vivir.
Tres textos nos situan en esta experiencia de la visita como presencia: la anunciación (Lc
1,26-38), la visita de Maria a Isabel (Lc 1,39.56), las bodas de Cana (Jn 2,1-12). Fácilmente
percibimos la naturalidad de Maria. Sus reacciones o sus percepciones son muy sencillas y
ajustadas: "Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél" (Lc
1,29); "Maria dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor..." (Lc 1,46); "No les queda vino...
Haced lo que él diga" (Jn 2,3.5).
- Maria sabe estar allá donde el sufrimiento se manifiesta
Maria no huye en los momentos difíciles. Sabe que también forman parte de la vida.
Aquella mujer que nos comenta el evangelio que "conservaba todas estas cosas,
"meditándolas en su corazón" va constatando que su deseo se va haciendo realidad porque
Dios cumple su palabra.
Hay diversos momentos en que ella percibe en su vida incertidumbre, angustia o
sufrimiento. Como en nuestras historias personales. Maria manifiesta lo que siente: "Y Maria
dijo al ángel: ¿Cómo será esto... ?~(Lc 1,34); "Le dijo su madre: Hijo, ¿porqué nos has
tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados" (Lc 2,48). Maria sabe también que
hay momentos donde la presencia sustituye a la palabra: "Junto a la cruz estaban su
madre..." (Jn 19,25). Maria experimentó el sufrimiento, pero supo situarlo para que se
transformase en vida. Maria ha vivido lo que nos dice el evangelio: "Si el grano de trigo no
cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24-25).
- Maria revela su proceso por medio del Magníficat
En el poema del Magníficat, anuncia la buena noticia de Jesús tal como ella la ha percibido
y vivido. Si leemos el Magníficat y percibimos en sus palabras el espíritu de las
bienaventuranzas nos damos cuenta que es una mirada al interior de uno mismo y, a la vez,
es la concreción del propio proceso. Una vez más, se trata de penetrar en el interior de uno
mismo para identificar los propios sentimientos desde la libertad, la autonomía y la gratuidad.
El proceso arranca de la sencillez de los "anawim", manifiesta la alegría y el reconocimiento
por lo que Dios hizo en ella, asume el si con toda sus consecuencias y está comprometida
en
la salvación que arranca en Jesús hasta realizarse en todos. (Mt 11,4-6; Lc 7,22-23).
·CARRERAS-MARCEL-LI _MI-DO/99/07-53