El compromiso de los laicos entre laicidad y laicismo
Los laicos en la política
Los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales
Dimensión profética de los laicos en América Latina
 



El compromiso de los laicos entre laicidad y laicismo
Por Alfonso Carrasco Rouco, decano de la Facultad de Teología «San Dámaso» (Madrid)

MADRID, sábado, 3 abril 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de don Alfonso Carrasco Rouco, decano de la Facultad de Teología «San Dámaso» (Madrid) pronunciada en la videconferencia mundial de teología organizada por la Congregación para el Clero (http://www.clerus.org) sobre « Los fieles laicos», el 30 de marzo.

 

El compromiso de los laicos entre laicidad y laicismo




Los fieles laicos \"tienen como vocación propia buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios. Viven en el mundo, en todas y cada una de las profesiones y actividades del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social … Es ahí donde Dios los llama a realizar su función propia, dejándose guiar por el Evangelio para que, desde dentro, …, muestren a Cristo a los demás.\" (LG 31).

Ahora bien, el fiel laico existe y vive como miembro del Cuerpo que es la Iglesia, y no puede ser considerado de modo individualista o aislado, separado de su pertenencia eclesial. Al contrario, por el bautismo el laico es incorporado a Cristo y participa a su modo de los tria munera, sacerdotal, profético y real, de modo que su presencia y vocación son constitutivas del Pueblo de Dios, junto con la de los ministros ordenados. Su participación en la vida eclesial es imprescindible para la existencia de la Iglesia, como también, al mismo tiempo, para su propia identidad y misión como fiel laico. Le es necesario, por tanto, participar activamente modo suo en la celebración de los sacramentos, acoger con corazón obediente el anuncio apostólico de la fe y perseverar en el esfuerzo de su inteligencia y comprensión viva, dando testimonio de ella según la medida que le otorgue el Espíritu, y vivir las propios dones y tareas en la plena comunión de la Iglesia.
El enraizamiento y la pertenencia eclesial viva es imprescindible para que el fiel laico pueda cumplir adecuadamente su misión, y ello también teniendo en cuenta que su rasgo específico es el de la presencia en medio de la sociedad. Sin vivir realmente la comunión de la Iglesia universal, en toda la concreción de sus diversas expresiones particulares, el fiel laico difícilmente podrá testimoniar su fe de forma madura e incidente en la realidad. Pero, igualmente, sin la presencia y la experiencia creyente de los fieles laicos que viven su fe en medio de la sociedad, la Iglesia tampoco consigue dar un testimonio suficiente de la verdad del Evangelio como principio de vida y de salvación del hombre. Pues, como enseña LG, toda la Iglesia, como pueblo unido \"por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo\" (LG 4), es sacramento, es decir, signo e instrumento de la unidad con Dios y de la salvación ofrecida a los hombre en Cristo.

Tiene una importancia radical, por tanto, que la Iglesia no ceda a la tentación del repliegue sobre sí misma, mantenga intacta la parresía de la fe, y precisamente a propósito de la misión de los laicos; ya que nada puede sustituir el testimonio que ellos están llamado a dar desde dentro de las realidades temporales. Por otra parte, así la Iglesia será ayudada a encontrar las vías y las palabras más pertinentes para el diálogo con el mundo de hoy. Pues la experiencia del fiel laico hará más fácil la percepción de los problemas reales y de los obstáculos particulares que encuentra la transmisión de la fe en una sociedad concreta; y, por otro lado, su presencia constituye un testimonio fundamental –no único, pero sí imprescindible– de un afecto real, de un amor lúcido por la creación y por el mundo, que es seguramente presupuesto importante para que el hombre de hoy acepte un diálogo verdadero, se abra a un camino de evangelización.

De esta manera podrá ponerse de manifiesto la afirmación primera del cristianismo: que la Encarnación del Hijo de Dios introduce la salvación en la historia y significa la afirmación definitiva del mundo, ratificando la positividad profunda de todas las cosas, que, como creación de Dios, \"están dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de un orden y leyes propias que el hombre debe respetar reconociendo los métodos propios de cada ciencia o arte\" (GS 36). Esta legítima autonomía de las realidades creadas, esta sabiduría profunda presente en las leyes de la naturaleza, es afirmada por la actividad del fiel laico, no sólo de palabra sino también a través de sus obras: en el ámbito de su trabajo, en el que destacan los esfuerzos del arte y de la ciencia, que \"escruta lo escondido de las cosas\" (Ib.) siguiendo como método precisamente la atención escrupulosa a la manifestación de la profunda razonabilidad de toda la realidad –cuyo origen reconoce el cristiano en el Logos Creador.

Este respeto profundo de todas las cosas significa, por un lado, afirmar concretamente su verdad y consistencia propia, e implica que no pueden ser reducidas a puro material informe a disposición de lo que el hombre quiera hacer por medio de una razón meramente instrumental. Por otra parte, es propio del fiel laico también poner de manifiesto el sentido de una secularidad verdadera, abierta al uso de la razón, dejando atrás posibles concepciones míticas del mundo (presentes hoy a su modo, por ejemplo, en la New Age o en la teoría de la semejante dignidad de hombres y animales).
Particularmente significativa es la iluminación que la fe cristiana aporta a la comprensión del hombre, parte principal de la creación, pues sólo en Jesucristo se desvela plenamente el enigma de su dignidad, vocación y destino (GS 22).

Esta verdad profunda del cristianismo, negada muchas veces en el mundo, es puesta de manifiesto de modo radical y singular por los fieles laicos a través del sacramento del matrimonio. El matrimonio cristiano es un signo particularmente claro de la luz y de la salvación aportadas por Cristo, que entra en las entrañas del mundo, lo libra del mal y le hace posible la realización de sus posibilidades más hondas. Pues la naturaleza del amor esponsal proviene ya de las manos del Creador, que formó al hombre a su imagen; pero la posibilidad de su realización en la historia, venciendo la fragilidad y el pecado del hombre, es dada en Jesucristo. Por ello, el matrimonio cristiano constituye un aspecto fundamental de la misión propia de los fieles laicos, que hacen presente en medio del mundo la verdad profunda del amor humano, convertido en signo de la salvación presente de Dios.

Hemos mencionado así dos grandes dimensiones del compromiso de los fieles cristianos en el mundo: En primer lugar, la relación razonable con la realidad creada, con las cosas, que puede sintetizarse con el término \"trabajo\" y que implica el conocimiento científico, pero también las diferentes artes, que ponen de manifiesto la profundidad de la realidad, que no se agota en su tratamiento técnico. En segundo lugar, el gran ámbito del afecto y del amor humano, simbolizado de modo paradigmático por el matrimonio.

Hay que mencionar ahora, en particular, el gran significado que tiene el compromiso del fiel laico en la sociedad para la percepción y la afirmación social de la libertad del hombre. Ello acontece ante todo a través de la propia existencia del cristiano, que, iluminado por el Evangelio, lleva a cabo un legítimo esfuerzo por conformar su vida según la verdad sobre el hombre y el mundo. Se introduce así, en el corazón de la sociedad, la afirmación de Jesús mismo, que sostiene toda adecuada relación Iglesia-Estado: dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

Hoy sabemos con claridad plena que la libertad de la conciencia, que busca conocer la verdad plena, la verdad sobre el Misterio de Dios que fundamenta la realidad, para poder dar forma a la propia existencia (cf. DH 2), es el centro de la libertad del hombre. Lo han demostrado hasta la saciedad los totalitarismos de la historia reciente de nuestro mundo, que han pretendido penetrar y apoderarse de las conciencias de los hombres, llegando a los mayores desastres.

Pues bien, la presencia de los fieles laicos en el mundo hace surgir con fuerza siempre nueva la cuestión de la libertad religiosa; y, por consiguiente, hace presente en medio de la sociedad la afirmación de la libertad de la conciencia humana, del respeto profundo que se debe a su dignidad.

En este compromiso, los laicos son ayudados por su experiencia cristiana, que mantiene viva la percepción de la dignidad de toda persona como hijo adoptivo de Dios, no reducible, por tanto, a una parte del mecanismo del mundo o de la sociedad, sino dotado de libertad y conciencia propias e inalienables, por estar vinculadas en lo profundo con Dios mismo. Por otra parte, como miembro del Pueblo de Dios, el fiel laico puede superar la inevitable fragilidad del hombre, ayudado por la compañía de sus hermanos, por el testimonio de su fe y de su caridad. Puede entonces, a su vez, amar al prójimo como el Señor quiere y ser así capaz de afirmar y defender la dignidad singular de su conciencia y el valor de su libertad.

Pues también este esfuerzo por reconocer y defender la dignidad y libertad propia del hombre tiende siempre a decaer. Al disminuir el ímpetu de la búsqueda y la capacidad de afirmar la libertad del prójimo en aquel que no encuentra la verdad plena –que es el Evangelio de Jesucristo–, es fácil concluir contentándose con algún sistema ideológico o de poder, que no podrá dar cabida a la estatura propia del ser humano. Así pues, ante la tendencia constante a decaer en la afirmación de la dignidad y de los derechos fundamentales del hombre, el fiel laico, individual y comunitariamente, ofrece a la sociedad un testimonio de valor inapreciable: que quien cree en el Señor Jesús descubre la grandeza de la dignidad y del destino del hombre, y es ayudado a vivir según las exigencias de esta verdad reconocida.

Este aspecto del compromiso del fiel laico en medio del mundo sigue teniendo urgencia y actualidad también en nuestros países democráticos. Pues se da en ellos la tentación de confundir la legítima laicidad del Estado con el laicismo, así como la de fundamentar la convivencia democrática en un cierto \"relativismo ético\", según el cual habría que renunciar a todo reconocimiento de la verdad moral para poder vivir en paz en una sociedad plural.

El principio de la laicidad, de por sí legítimo, \"se entiende como la distinción entre la comunidad política y las religiones\", y expresa una concepción profundamente democrática del Estado, en la que éste se concibe al servicio de los derechos del hombre en el respeto a su libertad de conciencia. El laicismo, en cambio, confunde a la sociedad con el Estado, y ya que el Estado ha de cuidar del bien común respetando las diferentes creencias sin imponer ninguna como propia, pretende negar a las religiones u otras concepciones del mundo el derecho de existir en el ámbito de la vida pública, de la sociedad, imponiendo así, en realidad, una propia ideología desde el Estado. Pero laicidad no es laicismo.

En este contexto, los fieles laicos pueden dar una gran contribución a la salvaguardia de la libertad y de la armonía en la convivencia de la sociedad, en primer lugar buscando conocer y defender, por medios lícitos, la justicia, la libertad, los derechos de la persona. Pues defendiendo el bien del hombre y de la sociedad en las diferentes problemáticas, no se están proponiendo \"valores confesionales\", como diría el laicista, ni se ejerce intolerancia religiosa alguna, como objeta el relativista; ya que se trata de verdades radicadas en el ser humano y que la razón puede conocer. Aunque la fe cristiana permita afirmarlas con mayor certeza, su afirmación es un servicio razonable a la verdad y al bien del hombre.

Ni los fieles cristianos ni la Iglesia en su conjunto pueden permitir que se acalle su voz en el debate sobre cuestiones de relevancia moral, que afecten al modo en que se construye la vida y la sociedad. Pues vivir social y políticamente conforme a la propia conciencia no es una forma de confesionalidad ni de imposición intolerante; al contrario, es la manifestación de la madurez de la persona en su inteligencia de la realidad y en la decisión de su libertad a favor de un orden social más justo. En cambio, negarle al fiel laico que actúe de forma coherente con su conciencia, descalificándolo por sus convicciones, es una forma de intolerancia.

El compromiso del fiel laico, entre laicidad y laicismo, significa, pues, evitar la tentación común en nuestra sociedad de separar el ámbito de la conciencia y el de las propias posiciones públicas. Ello no es exigido por la legítima laicidad del Estado, sino que, al contrario, socava los fundamentos de la convivencia democrática: el reconocimiento de la libertad de conciencia y de la libertad religiosa, de los derechos fundamentales del hombre, anteriores a toda estructura de poder social.

Por otra parte, asumir la insignificancia de la propia conciencia en la vida pública implicaría aceptar una sociedad donde no se valora y busca la verdad, donde se debilita toda forma auténtica de ejercicio de la libertad. Y, al mismo tiempo, significaría silenciar lo más propio de la fe cristiana, que descubre en Cristo la revelación definitiva de la verdad sobre Dios junto con la verdad plena sobre el hombre.

Para el fiel laico, en cambio, lo secular es el ámbito privilegiado en que ha de manifestarse la verdad y la fecundidad de la fe, la esperanza y la caridad que mueve su existencia. Su presencia en el ámbito del trabajo y de la vida pública de la sociedad, su defensa de la dignidad y de los derechos del hombre, la realidad de su amor esponsal realizado en el matrimonio, constituye un testimonio imprescindible, que sólo pertenece y puede ser dado por los fieles laicos, de la verdad del Evangelio de nuestro Señor y de su presencia en medio del mundo a través de la realidad de ese pueblo sui generis (Pablo VI) que es su Iglesia.
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Los laicos en la política
Por el teólogo Michael Hull

NUEVA YORK, sábado, 3 abril 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención del padre Michael Hull, profesor de Teología en varias facultades de Nueva York, pronunciada en la videconferencia mundial de teología organizada por la Congregación para el Clero (http://www.clerus.org) sobre «Los fieles laicos», el 30 de marzo.

 

Los fieles laicos en la política



La participación activa de los fieles laicos en la política contemporánea ha recibido un gran apoyo durante el Concilio Vaticano II, fundamentalmente en Gaudium et spes, Capítulo IV, \"La Comunidad política\" (números 73–76). Del mismo modo, en otros documentos, los padres conciliares subrayaron algunos aspectos del compromiso de los fieles en el apostolado (Apostolicam actuositatem), en cuanto a la salvaguarda de la libertad religiosa (Dignitatis humanae), y a la actividad misionera (Ad gentes divinitus). Y muchos de los escritos de Juan XIII (por ejemplo Mater et magistra y Pacem in terris) y Pablo VI (por ejemplo Populorum progressio y Octagesima adveniens) animaban a los fieles a comprometerse con el mudno para la gloria de Dios y la salvación de las almas.

El Papa Juan Pablo II, siguiendo de cerca los pasos del Concilio y de sus predecesores, han escrito profusamente sobre diversas cuestiones en torno a la relación de la Iglesia con la sociedad (por ejemplo Laborem exercens, Centesimus annus, Veritatis splendor, y Evangelium vitae). Es tan importante el papel que desempeñan los laicos en la política que el Papa escribe en Christifideles laici: \"Para animar cristianamente el orden temporal -en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad- los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la \"política\"; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común \" (número 42, cursiva en el original).

Sin embargo, la sustancia de la \"participación en la vida pública\" antes mencionada a veces es confusa para los fieles. Por este motivo, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó una nota doctrinal intitulada La Participación de los católicos en la vida política para aclarar las enseñanzas de la Iglesia. Citando los beneficios de la democracia y los peligros del pluralismo ética, la Iglesia defiende la primacía de la ley moral natural y recuerda a los fieles que \"están llamados a rechazar, como algo perjudicial para la vida democrática, una concepción del pluralismo que refleje el relativismo moral\" (número 3). De modo particular, la nota doctrinal apunta a la responsabilidad política de los fieles para preservar la vida (en contra del aborto y la eutanasia) y para defender la familia – elementos esenciales del bien común (número 4).

Los católicos y todos los ciudadanos tienen la obligación de seguir la ley moral natural. Pese a que la Iglesia no intenta entrar en la política con el objetivo de apoyar a los partidos políticos y de influenciar indebidamente a gobiernos legítimos, la Iglesia tiene el deber de enseñar con firmeza lo que es verdad. Dicha enseñanza no debe de ninguna manera construirse como un intento de \"ejercer el poder político o de eliminar la libertad de los católicos en relación con cuestiones contingentes. Por el contrario, intenta—tal y como indica su función propia— instruir e iluminar las conciencias de los fieles, en particular de aquellos involucrados en la vida política, de modo que sus acciones puedan actuar siempre para la promoción integral de la persona humana y el bien común\" (número 6).

De hecho, la Iglesia nunca ha buscado imponer estructuras fijas en las cuestiones políticas o socales. Por el contrario, siempre ha intentado articular principios racionales, siempre conciente de que no hay libertad fuera de la verdad. La fuerte defensa de la Iglesia de la libertad de conciencia no es una defensa del relativismo o el indiferentismo; es una afirmación una afirmación de la dignidad ontológica de la persona humana. Como escribe el Papa en Fides et ratio: \"O la verdad y la libertad van unidas o juntas perecen en la miseria\" (número 90). Los laicos tienen la obligación moral en la política—y en otras áreas—de mantener la verdad y hacer avanzar la libertad, para la gloria de Dios y la salvación de las almas.
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Los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales
Por Paolo Scarafoni, rector del Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum»

ROMA, sábado, 3 abril 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención del padre Paolo Sacarafoni, L.C. rector del Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum», pronunciada en la videconferencia mundial de teología organizada por la Congregación para el Clero (http://www.clerus.org) sobre «Los fieles laicos», el 30 de marzo.

 

Los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales



Los \" Movimientos y las nuevas comunidades eclesiales\" nos permiten admirar una \"nueva primavera del Espíritu\", como ha dicho el Santo Padre en el primer gran encuentro de estas nuevas realidades el día de Pentecostés de 1998 en Roma. La acción del Espíritu santo suscita nuevos movimientos y comunidades para renovar profundamente el rostro de la Iglesia y la vida espiritual de un gran número de fieles.
Los \"Movimientos y las nuevas realidades eclesiales\" se pueden identificar por los siguientes elementos característicos (Manuel M. Bru, Testigos del Espíritu, Edibesa, Madrid 1998):

1. La universalidad de la llamada: dirigida principalmente a los laicos, pero que implica igualmente a todas las formas de vocaciones eclesiales, sacerdotes, consagrados y consagradas, laicos; de todas las edades y condiciones sociales y culturales. Los carismas de los movimientos son capaces de penetrar, a la luz de una experiencia espiritual característica, en todos los ámbitos de la vida eclesial y humana, para evangelizarlos y cristianizarlos de modo radical.

2. La universalidad del carácter misionero: se trata de movimientos en rápida expansión capaces de penetrar en todos los ámbitos más difíciles y secularizados: la juventud, las universidades, el mundo laboral y de la empresa. Se presentan en nuevos \"areópagos\", y actúan en ambientes surgidos recientemente y donde aún debe oírse el anuncio del Evangelio, definidos en la encíclica Redemptoris Missio: los medios de comunicación, la cultura, la investigación científica, las relaciones internacionales, la economía. Algunos movimientos responden con modos nuevos y originales, respetando fuertemente a la jerarquía de la Iglesia, a los grandes desafíos planteados a la Iglesia: el diálogo ecuménico, el diálogo interreligioso, el diálogo con el mundo laico.

3. La universalidad de la comunión: los movimientos ofrecen una profunda y auténtica experiencia de comunión eclesial que permite vivir con renovación el seguimiento de Cristo, al modo de las primeras comunidades cristianas. En la sociedad secularizada son capaces de presentar un Cristo vivo, al que se adhiere en la comunidad y de hacer que se experimente la acogida, la compenetración y el espíritu de familia.

Algunas notas espirituales son comunes a los movimientos y a las nuevas comunidades eclesiales: la adhesión cordial al Papa demostrada claramente; la oración cristocéntrica y eucarística; la revalorización del papel del Espíritu Santo en la vida de los creyentes; el amor y la devoción filial a María, el espíritu conciliar, sin retornar a las nostalgias del pasado; la comunión con la iglesia local.

Podemos citar los siguientes movimientos y comunidades eclesiales internacionales: Comunión y Liberación, Regnum Christi, Comunidad de San Egidio, Focolares, Renovación Carismática, Schoenstatt; y muchísimos otros, aunque un poco más restringidos. Podemos también hablar de otras comunidades que poseen las características descritas, como por ejemplo el Camino Neocatecumenal y la Prelatura personal del Opus Dei.

Los frutos eclesiales que provienen de los Movimientos y las nuevas comunidades eclesiales son evidentes ya: han hecho entender que no basta con la renovación de las estructuras para garantizar la experiencia de la fe viva; han dado la posibilidad a amplios sectores del Pueblo de Dios de recibir una evangelización real; han hecho reflorecer las vocaciones sacerdotales y consagradas; han dado vida y sustento a muchísimas iniciativas eclesiales; han dado un rol activo y adecuado a los laicos en el proceso de la nueva evangelización de la sociedad alejada de la Iglesia.

Los obispos deben dar importancia a los Movimientos y nuevas comunidades eclesiales para devolver el vigor a la vida cristiana y a la evangelización (Directorio para los Obispos 114, Pastores Gregis 51): deben reconocer el derecho de las asociaciones de fieles, en cuanto fundadas en la naturaleza humana y en la condición bautismal y fomentar con espíritu paterno el desarrollo asociativo, acogiendo con cordialidad los \"movimientos eclesiales\"; se espera de ellos que disciernan la autenticidad de los carismas, cuidando de que se aprueben sus estatutos y teniendo en cuenta el reconocimiento o la creación de asociaciones internacionales por parte de la Santa Sede para la Iglesia universal; deben favorecer la complementariedad entre los movimientos de diversa inspiración, evitando posibles disensiones y sospechas; y promover su inserción en la comunidad diocesana y parroquial, de las cuales no deben separarse.

El Espíritu Santo suscita la variedad de los carismas en la unidad. Este hecho no es negativo en sí mismo, sino que el propio carisma se pone al servicio de la común edificación. No es siempre fácil evitar las incomprensiones y dificultades; la condición indispensable es la caridad y el diálogo. Juan Pablo II ha procurado mucho superar tales obstáculos, como otros papas en épocas anteriores de la iglesia intervinieron para resolver las tensiones frente a nuevas realidades eclesiales (por ejemplo cuando surgieron las órdenes mendicantes).

Los movimientos y nuevas comunidades eclesiales se consideran a menudo sectas. El peligro principal de las sectas es la pérdida de la libertad personal, de la autodeterminación y de la plena conciencia y el juicio. Para quien no entiende o no quiere entender la naturaleza del cristianismo es fácil confundir a las sectas con las asociaciones religiosas cristianas que sin embargo si respetan verdaderamente la libertad personal El cristianismo, de hecho, ha sido siempre el verdadero defensor de la libertad humana, y en su seno no se exaltan fanáticamente los jefes carismáticos. Las acusaciones de sectarismo sin embargo no deben atemorizar a los cristianos y hacerlos renunciar a la evangelización. El respeto de la libertad no impide el celo de la predicación y de la misión de la evangelización. La fe nunca se impone, pero se debe proponer con empeño, constancia y sacrificio. No hacerlo podría impedir a muchas personas conocer la belleza de Cristo y la salvación. La libertad humana se debe respetar con delicadeza y al mismo tiempo debe ser interpelada, también en contraposición con cuestiones consolidadas por la costumbre o el conformismo.
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Dimensión profética de los laicos en América Latina
Por el padre Silvio Cajiao, profesor de teología en Bogotá

BOGOTÁ, sábado, 3 abril 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención del padre Silvio Cajiao. S.J., profesor de teología en Bogotá,, pronunciada en la videconferencia mundial de teología organizada por la Congregación para el Clero (http://www.clerus.org) sobre «Los fieles laicos», el 30 de marzo.

 

Dimensión profética de los laicos en América Latina
 



En el marco de esta video conferencia sobre los laicos me corresponde referir a la carta de Juan Pablo II en su No. 14 que dice: \"La participación en el oficio profético de Cristo, \"que proclamó el Reino del Padre con el testimonio de la vida y con el poder de la palabra\", habilita y compromete a los fieles laicos a acoger con fe el Evangelio y a anunciarlo con la palabra y con las obras, sin vacilar en denunciar el mal con valentía.\"

Dentro del gran marco doctrinal de toda la exhortación apostólica de los obreros invitados a trabajar en la Viña del Señor, e igualmente apuntando a la gran dignidad de los fieles laicos en su incorporación a Cristo y participando con Él de su unción sacerdotal, profética y real en este apartado del número 14 se destaca de manera particular la valentía que corresponde a los fieles laicos para denunciar aquello que no corresponda con la dignidad de seres humanos y desde la fe cristiana a hijos de Dios.

Esta \"valentía\" nos refiere a la \"parresía\" que los fieles \"seguidores del camino\" en el libro de los Hechos de los Apóstoles tenían para testimoniar a Cristo Jesús en su contexto y que desde la perspectiva del mundo de hoy y en el ámbito latinoamericano están llamados a dar también los fieles laicos.

En efecto en un continente asediado por la injusticia, la corrupción político administrativa de los Estados, la violencia cotidiana de la pobreza y de la fuerza destructora de los desequilibrios sociales, de la falta de oportunidades que denotan todas ellas un irrespeto por la dignidad humana, los bautizados en su compromiso fundamental de hacer presente el Evangelio, como buena noticia de salvación, están llamados a encarnar en las estructuras sociales, políticas, económicas y religiosas un comportamiento tal, que su testimonio de vida sea un primer contraste para poner en evidencia lo que es indebido al compromiso de ciudadanos de bien.

Pero además de este testimonio fundamental han de estar preparados para personal y comunitariamente, ya sea con organizaciones confesionales católicas, u otro tipo de organizaciones de carácter civil, nacional e internacional, asumir la ardua, y en ocasiones riesgosa tarea, de denunciar y poner en evidencia situaciones que atentan contra el ser humano y que desde su perspectiva de fe se constituyen en actos que ofenden gravemente a Dios por tratarse de asesinatos, propagación de la guerra, secuestros, aprovechamiento de la posición social o política para excluir y robar el bien público. No en vano Juan Pablo II en reiteradas oportunidades ha convocado a los fieles laicos a que con responsabilidad y sacrificio asuman los papeles de dirigencia política, para librar esa lucha denodada contra quienes inescrupulosamente desde la política llevan a los pueblos a situaciones de injusticia y donde cabría hablar de un pecado social.
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