El compromiso de los laicos entre laicidad y laicismo
Los laicos en la política
Los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales
Dimensión profética de los laicos en América Latina
El compromiso de los laicos entre
laicidad y laicismo
Por Alfonso Carrasco Rouco, decano de la Facultad de Teología «San Dámaso»
(Madrid)
MADRID, sábado, 3 abril 2004 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención de don Alfonso Carrasco Rouco, decano de la Facultad
de Teología «San Dámaso» (Madrid) pronunciada en la videconferencia mundial de
teología organizada por la Congregación para el Clero (http://www.clerus.org)
sobre « Los fieles laicos», el 30 de marzo.
El compromiso de los laicos entre laicidad y laicismo
Los fieles laicos \"tienen como vocación propia buscar el Reino de Dios
ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios. Viven en el
mundo, en todas y cada una de las profesiones y actividades del mundo y en las
condiciones ordinarias de la vida familiar y social … Es ahí donde Dios los
llama a realizar su función propia, dejándose guiar por el Evangelio para que,
desde dentro, …, muestren a Cristo a los demás.\" (LG 31).
Ahora bien, el fiel laico existe y vive como miembro del Cuerpo que es la
Iglesia, y no puede ser considerado de modo individualista o aislado, separado
de su pertenencia eclesial. Al contrario, por el bautismo el laico es
incorporado a Cristo y participa a su modo de los tria munera, sacerdotal,
profético y real, de modo que su presencia y vocación son constitutivas del
Pueblo de Dios, junto con la de los ministros ordenados. Su participación en la
vida eclesial es imprescindible para la existencia de la Iglesia, como también,
al mismo tiempo, para su propia identidad y misión como fiel laico. Le es
necesario, por tanto, participar activamente modo suo en la celebración de los
sacramentos, acoger con corazón obediente el anuncio apostólico de la fe y
perseverar en el esfuerzo de su inteligencia y comprensión viva, dando
testimonio de ella según la medida que le otorgue el Espíritu, y vivir las
propios dones y tareas en la plena comunión de la Iglesia.
El enraizamiento y la pertenencia eclesial viva es imprescindible para que el
fiel laico pueda cumplir adecuadamente su misión, y ello también teniendo en
cuenta que su rasgo específico es el de la presencia en medio de la sociedad.
Sin vivir realmente la comunión de la Iglesia universal, en toda la concreción
de sus diversas expresiones particulares, el fiel laico difícilmente podrá
testimoniar su fe de forma madura e incidente en la realidad. Pero, igualmente,
sin la presencia y la experiencia creyente de los fieles laicos que viven su fe
en medio de la sociedad, la Iglesia tampoco consigue dar un testimonio
suficiente de la verdad del Evangelio como principio de vida y de salvación del
hombre. Pues, como enseña LG, toda la Iglesia, como pueblo unido \"por la unidad
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo\" (LG 4), es sacramento, es decir,
signo e instrumento de la unidad con Dios y de la salvación ofrecida a los
hombre en Cristo.
Tiene una importancia radical, por tanto, que la Iglesia no ceda a la tentación
del repliegue sobre sí misma, mantenga intacta la parresía de la fe, y
precisamente a propósito de la misión de los laicos; ya que nada puede sustituir
el testimonio que ellos están llamado a dar desde dentro de las realidades
temporales. Por otra parte, así la Iglesia será ayudada a encontrar las vías y
las palabras más pertinentes para el diálogo con el mundo de hoy. Pues la
experiencia del fiel laico hará más fácil la percepción de los problemas reales
y de los obstáculos particulares que encuentra la transmisión de la fe en una
sociedad concreta; y, por otro lado, su presencia constituye un testimonio
fundamental –no único, pero sí imprescindible– de un afecto real, de un amor
lúcido por la creación y por el mundo, que es seguramente presupuesto importante
para que el hombre de hoy acepte un diálogo verdadero, se abra a un camino de
evangelización.
De esta manera podrá ponerse de manifiesto la afirmación primera del
cristianismo: que la Encarnación del Hijo de Dios introduce la salvación en la
historia y significa la afirmación definitiva del mundo, ratificando la
positividad profunda de todas las cosas, que, como creación de Dios, \"están
dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de un orden y leyes propias que el
hombre debe respetar reconociendo los métodos propios de cada ciencia o arte\" (GS
36). Esta legítima autonomía de las realidades creadas, esta sabiduría profunda
presente en las leyes de la naturaleza, es afirmada por la actividad del fiel
laico, no sólo de palabra sino también a través de sus obras: en el ámbito de su
trabajo, en el que destacan los esfuerzos del arte y de la ciencia, que
\"escruta lo escondido de las cosas\" (Ib.) siguiendo como método precisamente
la atención escrupulosa a la manifestación de la profunda razonabilidad de toda
la realidad –cuyo origen reconoce el cristiano en el Logos Creador.
Este respeto profundo de todas las cosas significa, por un lado, afirmar
concretamente su verdad y consistencia propia, e implica que no pueden ser
reducidas a puro material informe a disposición de lo que el hombre quiera hacer
por medio de una razón meramente instrumental. Por otra parte, es propio del
fiel laico también poner de manifiesto el sentido de una secularidad verdadera,
abierta al uso de la razón, dejando atrás posibles concepciones míticas del
mundo (presentes hoy a su modo, por ejemplo, en la New Age o en la teoría de la
semejante dignidad de hombres y animales).
Particularmente significativa es la iluminación que la fe cristiana aporta a la
comprensión del hombre, parte principal de la creación, pues sólo en Jesucristo
se desvela plenamente el enigma de su dignidad, vocación y destino (GS 22).
Esta verdad profunda del cristianismo, negada muchas veces en el mundo, es
puesta de manifiesto de modo radical y singular por los fieles laicos a través
del sacramento del matrimonio. El matrimonio cristiano es un signo
particularmente claro de la luz y de la salvación aportadas por Cristo, que
entra en las entrañas del mundo, lo libra del mal y le hace posible la
realización de sus posibilidades más hondas. Pues la naturaleza del amor
esponsal proviene ya de las manos del Creador, que formó al hombre a su imagen;
pero la posibilidad de su realización en la historia, venciendo la fragilidad y
el pecado del hombre, es dada en Jesucristo. Por ello, el matrimonio cristiano
constituye un aspecto fundamental de la misión propia de los fieles laicos, que
hacen presente en medio del mundo la verdad profunda del amor humano, convertido
en signo de la salvación presente de Dios.
Hemos mencionado así dos grandes dimensiones del compromiso de los fieles
cristianos en el mundo: En primer lugar, la relación razonable con la realidad
creada, con las cosas, que puede sintetizarse con el término \"trabajo\" y que
implica el conocimiento científico, pero también las diferentes artes, que ponen
de manifiesto la profundidad de la realidad, que no se agota en su tratamiento
técnico. En segundo lugar, el gran ámbito del afecto y del amor humano,
simbolizado de modo paradigmático por el matrimonio.
Hay que mencionar ahora, en particular, el gran significado que tiene el
compromiso del fiel laico en la sociedad para la percepción y la afirmación
social de la libertad del hombre. Ello acontece ante todo a través de la propia
existencia del cristiano, que, iluminado por el Evangelio, lleva a cabo un
legítimo esfuerzo por conformar su vida según la verdad sobre el hombre y el
mundo. Se introduce así, en el corazón de la sociedad, la afirmación de Jesús
mismo, que sostiene toda adecuada relación Iglesia-Estado: dad al César lo que
es del César y a Dios lo que es de Dios.
Hoy sabemos con claridad plena que la libertad de la conciencia, que busca
conocer la verdad plena, la verdad sobre el Misterio de Dios que fundamenta la
realidad, para poder dar forma a la propia existencia (cf. DH 2), es el centro
de la libertad del hombre. Lo han demostrado hasta la saciedad los
totalitarismos de la historia reciente de nuestro mundo, que han pretendido
penetrar y apoderarse de las conciencias de los hombres, llegando a los mayores
desastres.
Pues bien, la presencia de los fieles laicos en el mundo hace surgir con fuerza
siempre nueva la cuestión de la libertad religiosa; y, por consiguiente, hace
presente en medio de la sociedad la afirmación de la libertad de la conciencia
humana, del respeto profundo que se debe a su dignidad.
En este compromiso, los laicos son ayudados por su experiencia cristiana, que
mantiene viva la percepción de la dignidad de toda persona como hijo adoptivo de
Dios, no reducible, por tanto, a una parte del mecanismo del mundo o de la
sociedad, sino dotado de libertad y conciencia propias e inalienables, por estar
vinculadas en lo profundo con Dios mismo. Por otra parte, como miembro del
Pueblo de Dios, el fiel laico puede superar la inevitable fragilidad del hombre,
ayudado por la compañía de sus hermanos, por el testimonio de su fe y de su
caridad. Puede entonces, a su vez, amar al prójimo como el Señor quiere y ser
así capaz de afirmar y defender la dignidad singular de su conciencia y el valor
de su libertad.
Pues también este esfuerzo por reconocer y defender la dignidad y libertad
propia del hombre tiende siempre a decaer. Al disminuir el ímpetu de la búsqueda
y la capacidad de afirmar la libertad del prójimo en aquel que no encuentra la
verdad plena –que es el Evangelio de Jesucristo–, es fácil concluir
contentándose con algún sistema ideológico o de poder, que no podrá dar cabida a
la estatura propia del ser humano. Así pues, ante la tendencia constante a
decaer en la afirmación de la dignidad y de los derechos fundamentales del
hombre, el fiel laico, individual y comunitariamente, ofrece a la sociedad un
testimonio de valor inapreciable: que quien cree en el Señor Jesús descubre la
grandeza de la dignidad y del destino del hombre, y es ayudado a vivir según las
exigencias de esta verdad reconocida.
Este aspecto del compromiso del fiel laico en medio del mundo sigue teniendo
urgencia y actualidad también en nuestros países democráticos. Pues se da en
ellos la tentación de confundir la legítima laicidad del Estado con el laicismo,
así como la de fundamentar la convivencia democrática en un cierto \"relativismo
ético\", según el cual habría que renunciar a todo reconocimiento de la verdad
moral para poder vivir en paz en una sociedad plural.
El principio de la laicidad, de por sí legítimo, \"se entiende como la
distinción entre la comunidad política y las religiones\", y expresa una
concepción profundamente democrática del Estado, en la que éste se concibe al
servicio de los derechos del hombre en el respeto a su libertad de conciencia.
El laicismo, en cambio, confunde a la sociedad con el Estado, y ya que el Estado
ha de cuidar del bien común respetando las diferentes creencias sin imponer
ninguna como propia, pretende negar a las religiones u otras concepciones del
mundo el derecho de existir en el ámbito de la vida pública, de la sociedad,
imponiendo así, en realidad, una propia ideología desde el Estado. Pero laicidad
no es laicismo.
En este contexto, los fieles laicos pueden dar una gran contribución a la
salvaguardia de la libertad y de la armonía en la convivencia de la sociedad, en
primer lugar buscando conocer y defender, por medios lícitos, la justicia, la
libertad, los derechos de la persona. Pues defendiendo el bien del hombre y de
la sociedad en las diferentes problemáticas, no se están proponiendo \"valores
confesionales\", como diría el laicista, ni se ejerce intolerancia religiosa
alguna, como objeta el relativista; ya que se trata de verdades radicadas en el
ser humano y que la razón puede conocer. Aunque la fe cristiana permita
afirmarlas con mayor certeza, su afirmación es un servicio razonable a la verdad
y al bien del hombre.
Ni los fieles cristianos ni la Iglesia en su conjunto pueden permitir que se
acalle su voz en el debate sobre cuestiones de relevancia moral, que afecten al
modo en que se construye la vida y la sociedad. Pues vivir social y
políticamente conforme a la propia conciencia no es una forma de confesionalidad
ni de imposición intolerante; al contrario, es la manifestación de la madurez de
la persona en su inteligencia de la realidad y en la decisión de su libertad a
favor de un orden social más justo. En cambio, negarle al fiel laico que actúe
de forma coherente con su conciencia, descalificándolo por sus convicciones, es
una forma de intolerancia.
El compromiso del fiel laico, entre laicidad y laicismo, significa, pues, evitar
la tentación común en nuestra sociedad de separar el ámbito de la conciencia y
el de las propias posiciones públicas. Ello no es exigido por la legítima
laicidad del Estado, sino que, al contrario, socava los fundamentos de la
convivencia democrática: el reconocimiento de la libertad de conciencia y de la
libertad religiosa, de los derechos fundamentales del hombre, anteriores a toda
estructura de poder social.
Por otra parte, asumir la insignificancia de la propia conciencia en la vida
pública implicaría aceptar una sociedad donde no se valora y busca la verdad,
donde se debilita toda forma auténtica de ejercicio de la libertad. Y, al mismo
tiempo, significaría silenciar lo más propio de la fe cristiana, que descubre en
Cristo la revelación definitiva de la verdad sobre Dios junto con la verdad
plena sobre el hombre.
Para el fiel laico, en cambio, lo secular es el ámbito privilegiado en que ha de
manifestarse la verdad y la fecundidad de la fe, la esperanza y la caridad que
mueve su existencia. Su presencia en el ámbito del trabajo y de la vida pública
de la sociedad, su defensa de la dignidad y de los derechos del hombre, la
realidad de su amor esponsal realizado en el matrimonio, constituye un
testimonio imprescindible, que sólo pertenece y puede ser dado por los fieles
laicos, de la verdad del Evangelio de nuestro Señor y de su presencia en medio
del mundo a través de la realidad de ese pueblo sui generis (Pablo VI) que es su
Iglesia.
ZSI04040301
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Los laicos en la política
Por el teólogo Michael Hull
NUEVA YORK, sábado, 3 abril 2004 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención del padre Michael Hull, profesor de Teología en
varias facultades de Nueva York, pronunciada en la videconferencia mundial de
teología organizada por la Congregación para el Clero (http://www.clerus.org)
sobre «Los fieles laicos», el 30 de marzo.
Los fieles laicos en la política
La participación activa de los fieles laicos en la política contemporánea ha
recibido un gran apoyo durante el Concilio Vaticano II, fundamentalmente en
Gaudium et spes, Capítulo IV, \"La Comunidad política\" (números 73–76). Del
mismo modo, en otros documentos, los padres conciliares subrayaron algunos
aspectos del compromiso de los fieles en el apostolado (Apostolicam
actuositatem), en cuanto a la salvaguarda de la libertad religiosa (Dignitatis
humanae), y a la actividad misionera (Ad gentes divinitus). Y muchos
de los escritos de Juan XIII (por ejemplo Mater et magistra y Pacem in
terris) y Pablo VI (por ejemplo Populorum progressio y Octagesima
adveniens) animaban a los fieles a comprometerse con el mudno para la gloria
de Dios y la salvación de las almas.
El Papa Juan Pablo II, siguiendo de cerca los pasos del Concilio y de sus
predecesores, han escrito profusamente sobre diversas cuestiones en torno a la
relación de la Iglesia con la sociedad (por ejemplo Laborem exercens,
Centesimus annus, Veritatis splendor, y Evangelium vitae). Es
tan importante el papel que desempeñan los laicos en la política que el Papa
escribe en Christifideles laici: \"Para animar cristianamente el orden
temporal -en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad- los
fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la
\"política\"; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social,
legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e
institucionalmente el bien común \" (número 42, cursiva en el original).
Sin embargo, la sustancia de la \"participación en la vida pública\" antes
mencionada a veces es confusa para los fieles. Por este motivo, la Congregación
para la Doctrina de la Fe publicó una nota doctrinal intitulada La
Participación de los católicos en la vida política para aclarar las
enseñanzas de la Iglesia. Citando los beneficios de la democracia y los peligros
del pluralismo ética, la Iglesia defiende la primacía de la ley moral natural y
recuerda a los fieles que \"están llamados a rechazar, como algo perjudicial
para la vida democrática, una concepción del pluralismo que refleje el
relativismo moral\" (número 3). De modo particular, la nota doctrinal apunta a
la responsabilidad política de los fieles para preservar la vida (en contra del
aborto y la eutanasia) y para defender la familia – elementos esenciales del
bien común (número 4).
Los católicos y todos los ciudadanos tienen la obligación de seguir la ley moral
natural. Pese a que la Iglesia no intenta entrar en la política con el objetivo
de apoyar a los partidos políticos y de influenciar indebidamente a gobiernos
legítimos, la Iglesia tiene el deber de enseñar con firmeza lo que es verdad.
Dicha enseñanza no debe de ninguna manera construirse como un intento de
\"ejercer el poder político o de eliminar la libertad de los católicos en
relación con cuestiones contingentes. Por el contrario, intenta—tal y como
indica su función propia— instruir e iluminar las conciencias de los fieles, en
particular de aquellos involucrados en la vida política, de modo que sus
acciones puedan actuar siempre para la promoción integral de la persona humana y
el bien común\" (número 6).
De hecho, la Iglesia nunca ha buscado imponer estructuras fijas en las
cuestiones políticas o socales. Por el contrario, siempre ha intentado articular
principios racionales, siempre conciente de que no hay libertad fuera de la
verdad. La fuerte defensa de la Iglesia de la libertad de conciencia no es una
defensa del relativismo o el indiferentismo; es una afirmación una afirmación de
la dignidad ontológica de la persona humana. Como escribe el Papa en Fides et
ratio: \"O la verdad y la libertad van unidas o juntas perecen en la
miseria\" (número 90). Los laicos tienen la obligación moral en la política—y en
otras áreas—de mantener la verdad y hacer avanzar la libertad, para la gloria de
Dios y la salvación de las almas.
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Los movimientos y las nuevas
comunidades eclesiales
Por Paolo Scarafoni, rector del Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum»
ROMA, sábado, 3 abril 2004 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención del padre Paolo Sacarafoni, L.C. rector del Ateneo
Pontificio «Regina Apostolorum», pronunciada en la videconferencia mundial de
teología organizada por la Congregación para el Clero (http://www.clerus.org)
sobre «Los fieles laicos», el 30 de marzo.
Los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales
Los \" Movimientos y las nuevas comunidades eclesiales\" nos permiten admirar
una \"nueva primavera del Espíritu\", como ha dicho el Santo Padre en el primer
gran encuentro de estas nuevas realidades el día de Pentecostés de 1998 en Roma.
La acción del Espíritu santo suscita nuevos movimientos y comunidades para
renovar profundamente el rostro de la Iglesia y la vida espiritual de un gran
número de fieles.
Los \"Movimientos y las nuevas realidades eclesiales\" se pueden identificar por
los siguientes elementos característicos (Manuel M. Bru, Testigos del
Espíritu, Edibesa, Madrid 1998):
1. La universalidad de la llamada: dirigida principalmente a los laicos, pero
que implica igualmente a todas las formas de vocaciones eclesiales, sacerdotes,
consagrados y consagradas, laicos; de todas las edades y condiciones sociales y
culturales. Los carismas de los movimientos son capaces de penetrar, a la luz de
una experiencia espiritual característica, en todos los ámbitos de la vida
eclesial y humana, para evangelizarlos y cristianizarlos de modo radical.
2. La universalidad del carácter misionero: se trata de movimientos en rápida
expansión capaces de penetrar en todos los ámbitos más difíciles y
secularizados: la juventud, las universidades, el mundo laboral y de la empresa.
Se presentan en nuevos \"areópagos\", y actúan en ambientes surgidos
recientemente y donde aún debe oírse el anuncio del Evangelio, definidos en la
encíclica Redemptoris Missio: los medios de comunicación, la cultura, la
investigación científica, las relaciones internacionales, la economía. Algunos
movimientos responden con modos nuevos y originales, respetando fuertemente a la
jerarquía de la Iglesia, a los grandes desafíos planteados a la Iglesia: el
diálogo ecuménico, el diálogo interreligioso, el diálogo con el mundo laico.
3. La universalidad de la comunión: los movimientos ofrecen una profunda y
auténtica experiencia de comunión eclesial que permite vivir con renovación el
seguimiento de Cristo, al modo de las primeras comunidades cristianas. En la
sociedad secularizada son capaces de presentar un Cristo vivo, al que se adhiere
en la comunidad y de hacer que se experimente la acogida, la compenetración y el
espíritu de familia.
Algunas notas espirituales son comunes a los movimientos y a las nuevas
comunidades eclesiales: la adhesión cordial al Papa demostrada claramente; la
oración cristocéntrica y eucarística; la revalorización del papel del Espíritu
Santo en la vida de los creyentes; el amor y la devoción filial a María, el
espíritu conciliar, sin retornar a las nostalgias del pasado; la comunión con la
iglesia local.
Podemos citar los siguientes movimientos y comunidades eclesiales
internacionales: Comunión y Liberación, Regnum Christi, Comunidad de San Egidio,
Focolares, Renovación Carismática, Schoenstatt; y muchísimos otros, aunque un
poco más restringidos. Podemos también hablar de otras comunidades que poseen
las características descritas, como por ejemplo el Camino Neocatecumenal y la
Prelatura personal del Opus Dei.
Los frutos eclesiales que provienen de los Movimientos y las nuevas comunidades
eclesiales son evidentes ya: han hecho entender que no basta con la renovación
de las estructuras para garantizar la experiencia de la fe viva; han dado la
posibilidad a amplios sectores del Pueblo de Dios de recibir una evangelización
real; han hecho reflorecer las vocaciones sacerdotales y consagradas; han dado
vida y sustento a muchísimas iniciativas eclesiales; han dado un rol activo y
adecuado a los laicos en el proceso de la nueva evangelización de la sociedad
alejada de la Iglesia.
Los obispos deben dar importancia a los Movimientos y nuevas comunidades
eclesiales para devolver el vigor a la vida cristiana y a la evangelización (Directorio
para los Obispos 114, Pastores Gregis 51): deben reconocer el derecho
de las asociaciones de fieles, en cuanto fundadas en la naturaleza humana y en
la condición bautismal y fomentar con espíritu paterno el desarrollo asociativo,
acogiendo con cordialidad los \"movimientos eclesiales\"; se espera de ellos que
disciernan la autenticidad de los carismas, cuidando de que se aprueben sus
estatutos y teniendo en cuenta el reconocimiento o la creación de asociaciones
internacionales por parte de la Santa Sede para la Iglesia universal; deben
favorecer la complementariedad entre los movimientos de diversa inspiración,
evitando posibles disensiones y sospechas; y promover su inserción en la
comunidad diocesana y parroquial, de las cuales no deben separarse.
El Espíritu Santo suscita la variedad de los carismas en la unidad. Este hecho
no es negativo en sí mismo, sino que el propio carisma se pone al servicio de la
común edificación. No es siempre fácil evitar las incomprensiones y
dificultades; la condición indispensable es la caridad y el diálogo. Juan Pablo
II ha procurado mucho superar tales obstáculos, como otros papas en épocas
anteriores de la iglesia intervinieron para resolver las tensiones frente a
nuevas realidades eclesiales (por ejemplo cuando surgieron las órdenes
mendicantes).
Los movimientos y nuevas comunidades eclesiales se consideran a menudo sectas.
El peligro principal de las sectas es la pérdida de la libertad personal, de la
autodeterminación y de la plena conciencia y el juicio. Para quien no entiende o
no quiere entender la naturaleza del cristianismo es fácil confundir a las
sectas con las asociaciones religiosas cristianas que sin embargo si respetan
verdaderamente la libertad personal El cristianismo, de hecho, ha sido siempre
el verdadero defensor de la libertad humana, y en su seno no se exaltan
fanáticamente los jefes carismáticos. Las acusaciones de sectarismo sin embargo
no deben atemorizar a los cristianos y hacerlos renunciar a la evangelización.
El respeto de la libertad no impide el celo de la predicación y de la misión de
la evangelización. La fe nunca se impone, pero se debe proponer con empeño,
constancia y sacrificio. No hacerlo podría impedir a muchas personas conocer la
belleza de Cristo y la salvación. La libertad humana se debe respetar con
delicadeza y al mismo tiempo debe ser interpelada, también en contraposición con
cuestiones consolidadas por la costumbre o el conformismo.
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Dimensión profética de los laicos en
América Latina
Por el padre Silvio Cajiao, profesor de teología en Bogotá
BOGOTÁ, sábado, 3 abril 2004 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención del padre Silvio Cajiao. S.J., profesor de teología
en Bogotá,, pronunciada en la videconferencia mundial de teología organizada por
la Congregación para el Clero (http://www.clerus.org)
sobre «Los fieles laicos», el 30 de marzo.
Dimensión profética de los laicos en América Latina
En el marco de esta video conferencia sobre los laicos me corresponde referir a
la carta de Juan Pablo II en su No. 14 que dice: \"La participación en el oficio
profético de Cristo, \"que proclamó el Reino del Padre con el testimonio de la
vida y con el poder de la palabra\", habilita y compromete a los fieles laicos a
acoger con fe el Evangelio y a anunciarlo con la palabra y con las obras, sin
vacilar en denunciar el mal con valentía.\"
Dentro del gran marco doctrinal de toda la exhortación apostólica de los obreros
invitados a trabajar en la Viña del Señor, e igualmente apuntando a la gran
dignidad de los fieles laicos en su incorporación a Cristo y participando con Él
de su unción sacerdotal, profética y real en este apartado del número 14 se
destaca de manera particular la valentía que corresponde a los fieles laicos
para denunciar aquello que no corresponda con la dignidad de seres humanos y
desde la fe cristiana a hijos de Dios.
Esta \"valentía\" nos refiere a la \"parresía\" que los fieles \"seguidores del
camino\" en el libro de los Hechos de los Apóstoles tenían para testimoniar a
Cristo Jesús en su contexto y que desde la perspectiva del mundo de hoy y en el
ámbito latinoamericano están llamados a dar también los fieles laicos.
En efecto en un continente asediado por la injusticia, la corrupción político
administrativa de los Estados, la violencia cotidiana de la pobreza y de la
fuerza destructora de los desequilibrios sociales, de la falta de oportunidades
que denotan todas ellas un irrespeto por la dignidad humana, los bautizados en
su compromiso fundamental de hacer presente el Evangelio, como buena noticia de
salvación, están llamados a encarnar en las estructuras sociales, políticas,
económicas y religiosas un comportamiento tal, que su testimonio de vida sea un
primer contraste para poner en evidencia lo que es indebido al compromiso de
ciudadanos de bien.
Pero además de este testimonio fundamental han de estar preparados para personal
y comunitariamente, ya sea con organizaciones confesionales católicas, u otro
tipo de organizaciones de carácter civil, nacional e internacional, asumir la
ardua, y en ocasiones riesgosa tarea, de denunciar y poner en evidencia
situaciones que atentan contra el ser humano y que desde su perspectiva de fe se
constituyen en actos que ofenden gravemente a Dios por tratarse de asesinatos,
propagación de la guerra, secuestros, aprovechamiento de la posición social o
política para excluir y robar el bien público. No en vano Juan Pablo II en
reiteradas oportunidades ha convocado a los fieles laicos a que con
responsabilidad y sacrificio asuman los papeles de dirigencia política, para
librar esa lucha denodada contra quienes inescrupulosamente desde la política
llevan a los pueblos a situaciones de injusticia y donde cabría hablar de un
pecado social.
ZSI04040304
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