Este documento, que acompaña la carta sobre el neoliberalismo en América Latina, es una ayuda para el estudi o, el discernimiento y la búsqueda comunitaria de líneas de acción. No es un análisis científico de un problema muy complejo. Debe leerse como la presentación de elementos para el diálogo sobre un asunto es tudiado, desde diversos ángulos, por muchos otros, y como invitación a intentar otras aproximaciones, en la búsqueda de un análisis más comprehensivo y una manera de actuar como cuerpo con nuestros compañeros jesu itas, laicos y colegas, hombres y mujeres, con quienes nos une la causa de la justicia. El texto presenta elementos conceptuales del neoliberalismo y de la concepción del ser humano que conlleva. Muestra luego los efectos del neoliberalismo sobre los pobres y sobre el bien común de la sociedad y concluye sugiriendo línea s de estudio y acción.
Nosotros, seguidores del Señor Jesús
pobre, no somos ni mejores ni peores que el pueblo latinoamericano y sus
dirigentes. Con todo, hemos sido llamados para contribuir, en la Iglesia, a que
Dios pueda manifestarse en el corazón de los hombres y mujeres, las culturas y
los procesos de este pueblo.
Dedicados al servicio de percibir los signos que hablan de Dios en la realización
de ser humano pleno o lo silencian en la persona humana excluida por otros,
hemos aprendido, en el discernimiento, que cuando las personas permiten en ellas
que Dios se manifieste, el amor misericordioso, la solidaridad, el perdón, la
justicia y la libertad brotan en las comunidades.
Desde esta perspectiva hemos contemplado el desarrollo de los acontecimientos en
nuestros pueblos en los últimos años. Vemos que, en la década de los años
80, el proceso de ajuste necesario para reorganizar las economías , superar el
déficit fiscal y de balanza de pagos, pagar la deuda y recuperar el
crecimiento, golpeó tremendamente a las mayorías populares de todos nuestros
países.
Después, en los años 90, al madurar el ajuste y la apertura, se esperaba que
los tiempos difíciles concluyeran. Pero encontramos que no ha sido así, a
pesar de que efectivamente se ha dado un crecimiento económico modera do. Hay
un sentimiento muy generalizado en los sectores populares y pobres de perdida de
la calidad de vida y evidencias contundentes de deterioro en la distribución
del ingreso. Aumenta la protesta ciudadana y en algunos lugares ha vuelto a
aparec er con fuerza la lucha armada como invitación a un cambio profundo de la
situación. Las inequidad, la miseria y la corrupción, que son los tres grandes
motivos del descontento general están presentes, y en no pocos aspectos se han
agravado.
Allí están, en la pobreza 180 millones de hermanos y hermanas nuestros y, en
la miseria 80 millones. Sabemos que este problema tiene una historia larga de
modelos de crecimiento económico desigual y de desarrollo excluyente, donde al
lado de grupos muy ricos y una clase media importante, multitudes inmensas han
quedado por fuera de una vida humana digna. Pero vemos que en los últimos años
esta situación tiene detrás una manera de hacer economía llama da
neoliberalismo que además penetra la política y toda la vida social.
El neoliberalismo, tal como se
entiende en América Latina, es una concepción radical del capitalismo que
tiende a absolutizar el mercado hasta convertirlo en el medio, el m&eacu
te;todo y el fin de todo comportamiento humano inteligente y racional. Según
esta concepción están subordinados al mercado la vida de las personas, el
comportamiento de las sociedades y la política de los gobiernos. Este mercad o
absoluto no acepta regulación en ningún campo. Es libre, sin restricciones
financieras, laborales, tecnológicas o administrativas.
Esta manera de pensar y de actuar tiende a hacer una totalidad ideológica de la
teoría económica de algunos de los economistas más brillantes del capitalismo
moderno, que crearon el pensamiento neoclásico. Pensadores que no pretendieron
reducir el comportamiento del hombre y de las sociedades a los elementos que
ellos plantearon para explicar una parte de las relaciones y de la vida compleja
de las personas y las comunidades.
Por tanto el neoliberalismo no es igual a la economía que reconoce la
importancia del mercado de todos los bienes y servicios sin absolutizarlo, ni es
igual a la democracia liberal. Oponerse al neoliberalismo no significa estar en
contra de la util ización eficiente de los recursos de que dispone la sociedad,
no significa delimitar la libertad individual, no significa apoyar el socialismo
de Estado. Oponerse al neoliberalismo significa más bien afirmar que no hay
instituciones absolutas para explicar o para conducir la historia humana. Que el
hombre y la mujer son irreductibles al mercado, al Estado o a cualquier otro
poder o institució n que quiera imponerse como totalizante. Significa proteger
la libertad humana afirmando que sólo Dios es absoluto y que su mandamiento es
el amor que socialmente se expresa en justicia y solidaridad. Y significa
denunciar las ideologías tot alitarias, porque cuando éstas se han impuesto,
el resultado ha sido la injusticia, la exclusión y la violencia.
La Congregación General 34 nos
invita a actuar ante el hecho de que "la injusticia estructural del mundo
tiene sus raíces en el sistema de valores de una cultura moderna que está
teniendo impacto mundial" (CG34, 4,24). Este impacto llega a nuestros países
a través de la tecnología y los sistemas financieros internacionales.
Este impacto cultural, al radicalizarse por el neoliberalismo, tiende a valorar
al ser humano únicamente por la capacidad de generar ingresos y tener éxito en
los mercados. Con este contenido reduccionista penetra a los dirigentes de
nuestro s países y atraviesa la clase media y llega hasta los últimos reductos
de las comunidades populares, indígenas y campesinas, destruyendo la
solidaridad y desatando la violencia.
Nos encontramos así ante un sistema de valores profundo, porque toca el corazón
humano, y envolvente, porque impone sus mensajes convincentes, que atraviesa la
vida social e institucional de América Latina.
La absolutización del mercado llega a plantearse aun con connotaciones
religiosas. Al decir que el mercado "es correcto y justo" lo
convertimos en moralmente legitimador de actividades cuestionables. Hacemos que
desde el mercado se defina el sentid o de la vida y la realización humana. Este
sistema de valores se presenta en símbolos ambiguos con gran capacidad de
seducción y, gracias a su dominio sobre los medios de comunicación masivos,
afecta fácilmente las tradi ciones locales, no preparadas para establecer un diálogo
que enriquezca a todas las partes y preserve la identidad y la libertad de
hondas tradiciones humanas que no tiene poder en los mercados para comunicar sus
mensajes.
No se nos escapan los elementos positivos de la movilización internacional
llevada a cabo por las transformaciones tecnológicas que han permitido
disminuir las enfermedades, facilitar las comunicaciones, acrecentar el tiempo
disponible para el ocio y la vida interior, hacer más cómoda la vida en los
hogares. Pero igualmente vemos los aspectos de estos procesos que disminuyen al
hombre y la mujer, particularmente en el contexto de la radicalización
neoliberal, porque - pr etendiéndolo o no- desatan la carrera por poseer y
consumir, exacerban el individualismo y la competencia, llevan el olvido de la
comunidad y producen la destrucción de la integridad de la creación.
El neoliberalismo se manifiesta en
sus políticas de ajuste y apertura que, con diversas connotaciones se aplican
en los países latinoamericanos. Estas ponen el crecimiento económico -y no l a
plenitud de todos los hombres y mujeres en armonía con la creación- como razón
de ser de la economía. Restringen la intervención del Estado hasta despojarlo
de la responsabilidad de garantizar los bienes mínimos que se merece todo
ciudadano por ser persona. Eliminan los programas generales de creación de
oportunidades para todos y los sustituyen por apoyos ocasionales a grupos
focalizados. Privatizan empresas con el criterio de que la administració n
privada es mejor en último término para todos. Abren sin restricciones las
fronteras para mercancías, capitales y flujos financieros y dejan sin
suficiente protección a los productores más pequeños y débi les. Hacen
silencio sobre el problema de la deuda externa cuyo pago obliga a recortar drásticamente
la inversión social. Subordinan la complejidad de la hacienda pública al
ajuste de las variables macroeconómicas: presupuesto f iscal equilibrado,
reducción de la inflación y balanza de pagos estable; pretendiendo que de allí
se sigue todo bien común en el largo plazo, y sin atender los nuevos problemas
de la población que emergen de estos ajuste s y que tienen que ser atendidos
simultáneamente por una política de Estado. Insisten en que estos ajustes
producirán un crecimiento que, cuando sea voluminoso, elevará los niveles de
ingreso y resolverá por rebalse la s ituación de los desfavorecidos. Para
incentivar la inversión privada, eliminan los obstáculos que podrían imponer
las legislaciones que protegen a los obreros. Liberan de impuestos y de las
obligaciones con el medio ambiente a grupos poderosos, y los protegen para
acelerar el proceso de industrialización, y así provocan una concentración
todavía mayor de la riqueza y el poder económico.
Estas medidas de ajuste han tenido aportes positivos, como la contribución de
los mecanismos de mercado para elevar la oferta de bienes de mejor calidad y
precios, la reducción de la inflación en todo el continente, el quitar a los
Go biernos tareas que no les competen para darles oportunidad de dedicarse, si
quieren, al bien común, la conciencia generalizada de austeridad fiscal que
lleva a utilizar mejor los recursos públicos, y el avance de las relaciones
comerciales e ntre nuestras naciones.
Pero estos elementos están lejos de compensar los inmensos desequilibrios y
perturbaciones que causa el neoliberalismo en términos de multiplicación de
masas urbanas sin trabajo o que subsisten en empleos inestables y poco
productivos , quiebras de miles de pequeñas y medianas empresas; destrucción y
desplazamiento forzado de poblaciones indígenas y campesinas; expansión del
narcotráfico basado en sectores rurales cuyos productos tradicionales quedan
fuera de la competencia; desaparición de la seguridad alimentaria; aumento de
la criminalidad empujada no pocas veces por el hambre; desestabilización de las
economías nacionales por los flujos libres de la especulación interna cional;
desajustes en comunidades locales por proyectos de multinacionales que
prescinden de los pobladores.
El neoliberalismo surge al interior
de la cultura moderna y, sin necesariamente pretenderlo, produce efectos
estructurales que generan pobreza y que ya han estado actuando desde much o
antes del auge neoliberal en la década de los ochenta.. Estos factores son,
entre otros, la inequidad o injusticia en la distribución del ingreso y la
riqueza, la precariedad del capital social y la desigualdad o la exclusión en
las relaciones de intercambio.
La inequidad económica o
desigualdad social no permite a casi la mitad de los habitantes de Latinoamérica
y el Caribe, alcanzar las condiciones materiales necesarias para v ivir con
dignidad y alcanzar el ejercicio efectivo de sus derechos.
El neoliberalismo, hoy día, al oponerse a la intervención redistributiva del
Estado, perpetúa la desigualdad socioeconómica tradicional y la acrecienta. El
neoliberalismo introduce el criterio de que solamente el mercado posee la virtud
de asignar eficientemente los recursos y fijar a los diversos actores sociales
los niveles de ingresos. Se abandonan así los esfuerzos por alcanzar la
justicia social mendicante una estructura progresiva de impuestos y una asignació
;n del gasto público que privilegie a los más desfavorecidos; y se dejan de
lado intentos por la democratización de la propiedad accionaria o la reforma
agraria integral.
Se entiende por capital social el
acumulado de la riqueza humana, natural, de infraestructura y de instituciones
que tiene una sociedad. Capital social es por tanto la cultura, el conocimiento,
la educaci&oac ute;n, los recursos naturales, las vías y comunicaciones,
que ofrece una nación a sus habitantes. Este capital se configura
paulatinamente, con aquellas inversiones privadas y estatales que elevan las
potencialidades y la creatividad de todo s los hombres y mujeres de un pueblo.
El capital social se fundamenta sobre todo en la participación de la sociedad
civil y del Estado en la expansión de las oportunidades.
Al mirar el capital social en nuestros países se encuentra que la oferta
educativa es escasa y de baja calidad para más de la mitad de los pobladores de
América Latina y el Caribe. La inversión en ciencia y tecnología es marginal
en la gran mayoría de los presupuestos. Las condiciones de salud son malas. Hay
un inmenso vacío de infraestructura de vías para las zonas de economía
campesina, y de infraestructura para las mayorías de los ho gares pobres
urbanos o rurales. Avanza la destrucción de la riqueza natural y, al ponerse en
marcha procesos de descentralización administrativa en todos los países, se
evidencia una gran fragilidad en las instituciones locales, parti cularmente en
los pueblos pobres.
Podría decirse que desde siempre los pobres en América Latina han vivido este
vacío de capital social, pero esta falla se ha agravado con las políticas
neoliberales, por la retirada del Estado en favor de la iniciativa privada, por
la disminución del gasto público; por el abandono del apoyo al patrimonio
natural y cultural, y a las organizaciones de la gente.
El mercado como expresión histórica
de la necesidad de los seres humanos de apoyarnos unos en otros para poder
darnos posibilidades de realización presente y futura, no es ni bueno ni malo,
ni capitalista ni socialista. Se plantea para todos como una relación que debe
ser controlada, en libertad, solidaridad y destreza, para conseguir una
existencia amable para todos. Como todo tipo de relación el mercado puede ser
empleado pe rversamente para destruir a las personas y a los pueblos. Pero el
hecho de que pueda darse esta perversión no puede llevarnos a olvidar el
patrimonio de conocimiento y de cultura que en torno al mercado ha hecho la
humanidad en su historia. El desa fío no es destruir la relación de
intercambio sino ponerla al servicio de la realización del ser humano en armonía
con la creación; colocarla dentro de un marco de condiciones de igualdad de
oportunidades básicas para todas las personas y dignificarla librándola de las
fuerzas de dominación y explotación que llegaron a tergiversarla en el modo de
producción que se generalizó en occidente (SRS, 28).
Con la entrada del neoliberalismo se han acentuado los desajustes que produce en
la sociedad la actuación del mercado que no está bajo control por la sociedad
civil y el Estado . En efecto, al descuidar la producción de capital social el
mercado queda al servicio de los más educados, de los que poseen
infraestructura y ponen las instituciones a su servicio, y de los que concentran
la información. Al establecer la desregulación laboral y financiera, el
mercado tras lada fácilmente el valor producido hacia núcleos de acumulación
nacional e internacional. En muchos casos, no se ha incorporado al pueblo en la
producción vigorosa de valor agregado. Y en procesos como la maquila o la
econom&ia cute;a informal, no se le ha al pueblo permitido participar en la
riqueza que genera. De hecho no se ha dado un proceso de incorporación de los
pobres, de los sectores populares, y clases medias en las relaciones económicas
de manera crecien te, con capacidades para retener el valor agregado por ellos y
superar la pobreza. El mercado de trabajo es elemento central de la integración
de la economía mundial. En la actual competencia neoliberal las inversiones
buscan mano de obra barata para internacionalizarse nternacionalmente. Se
rebajan así los costos d e producción y se perjudica a los obreros
latinoamericanos, que son mal pagados, y a los obreros del Norte creando
desempleo, porque las fábricas se trasladan al Sur. Por otro lado, sistemáticamente
se impide el acceso de trabajadores de países pobres a países más ricos. Los
llamados capitales golondrina, en un mercado financiero sin restricciones, se
mueven sin otro propósito que aprovechar ventajas en los sistemas bancarios y
monetarios, y pueden desestabilizar completamente cualquier país, produciendo
efe ctos devastadores incluso sobre las economías más fuertes de Latinoamérica.
Los efectos del mercado sin control social han sido particularmente graves para
los pobladores rurales, donde se sintió duramente el golpe de la apertura que
sacó de la producción a millones de campesinos. Y donde la falta de capital
social es mucho más profunda.
En consecuencia, al mirar la región en conjunto, se descubre que las políticas
neoliberales profundizan problemas estructurales que están en la base de la
pobreza: la distribución de la riqueza, el capital social, y las distors iones
sociales generadas por el mercado cuando actúa sin control social.
Es muy importante reflexionar sobre
las relaciones entre el neoliberalismo y la crisis general de nuestras
sociedades, porque percibimos que, al lado de la persistencia de la pobreza y
crecimiento de la desigualdad, viejos problemas de nuestras sociedades, que
emergen de raíces premodernas y modernas, toman nueva fuerza. Estamos
peligrosamente empujados por una cultura que radicaliza la ambición por poseer,
acumular y consumir, y que sustituye la realización de todas las personas en
comunidades participativas y solidarias por el éxito individual en los
mercados.
En efecto, en todo el continente se percibe un rompimiento general de las
sociedades que tiene múltiples causas y aparece en la inestabilidad de las
familias, las múltiples y crecientes formas de violencia, la discriminación
contra la mujer, la destrucción del medio ambiente, la manipulación de los
individuos por los medios de comunicación, hostigamiento al campesinado y las
comunidades indígenas, el crecimiento de ciudades inhóspitas, la pérd ida de
legitimidad de los partidos políticos, la corrupción de los dirigentes, la
privatización del Estado por grupos con poder económico, la pérdida de
gobernabilidad del aparato estatal, la penetración de consum os alienantes como
la droga y la pornografía, la complejidad de procesos de secularización y de búsquedas
espirituales que prescinden del compromiso comunitario y de la práctica de la
solidaridad.
El neoliberalismo exacerba esta crisis al llevar a la desaparición del bien común
como objetivo central de la política y la economía. El bien común es
sustituido por la búsqueda de equilibrio de las fuerzas del me rcado.
Contrariamente al pensamiento social de la Iglesia que considera que debe haber
tanto Estado cuanto lo requiera el bien común, el neoliberalismo plantea
escuetamente que lo mejor es tener menos Estado, tanto cuanto se requiera para
el buen f uncionamiento macroeconómico y para el impulso de los negocios
privados.
En este contexto, desaparece como horizonte la preocupación por la calidad de
vida general de la población de hoy y de mañana, que antes se expresó en los
llamados Estados de bienestar. Al desaparecer el objetivo del bien de to dos,
desaparece el sentido del hogar común o público.
Por eso no se necesita cuidar de la familia como núcleo y célula de un bien
común que ya no importa. La mujer pasa a ser simplemente fuerza de trabajo más
barata. La naturaleza se convierte en una fuente de enriquecimiento r&aa
cute;pido para las generaciones presentes, el campesino un ciudadano
ineficiente, que tiene que emigrar. En este horizonte donde lo público tiende a
desaparecer, los partidos políticos como propuesta de construcción de sociedad
y de nación pierden razón de ser. La competencia política y administrativa se
reduce a dem ostrar que el candidato o el presidente es el más capaz para crear
las condiciones exigidas por el juego abierto y libre de los mercados. Unos y
otros subordinados a programas de ajuste y apertura, impuestos por las mismas
necesidades internacional es de los mercados. No es de extrañar que, en este
contexto, donde la comunidad es irrelevante y el bien común inútil, la
violencia se acreciente, la producción y el consumo de droga se disparen, y se
refuercen los elementos más contrarios a la realización humana contenidos en
la cultura actual, mientras se dejan de lado los aportes más valiosos de la
modernidad y la posmodernidad.
Ante esta realidad, contraria a la
obra del Creador, una exigencia de la fe, para que Dios pueda ser Dios entre
nosotros, nos llama a resistir a dinámicas que destruyen a nuestros hermanos y
hermanas y a trab ajar con muchos otros en un cambio, para contribuir a
construir una sociedad más cercana al Reino de solidaridad y fraternidad del
Evangelio.
No importan los costos que tengamos que pagar en esta determinación. No tenemos
alternativa. Es nuestra lealtad con el Señor Jesús la que está en juego. Es
la fundación de las condiciones de posibilidad de la convivencia fraterna, por
la que entregaron su vida los mártires jesuitas en diversos puntos de Latinoamérica.
Nuestra aspiración es contribuir a construir una sociedad donde todas las
personas, sin exclusiones, puedan tener los bienes y servicios que se merecen
por haber sido llamada a compartir este camino común hacia el Padre. Una
sociedad justa, donde nadie quede excluido, sensible a los débiles, a los
marginados, a quienes han sufrido los impactos de procesos socioeconómicos que
no ponen al ser humano en primer lugar. Una sociedad democrática, construida
participativamente, equitativa en las relaciones de género. Una sociedad donde
podamos vivir en familia y mirar al futuro con ilusión, compartir la naturaleza
y legar sus maravillas a las generaciones que nos sucederán. Una sociedad
atenta a las tradicio nes culturales que dieron una identidad propia a nuestros
pueblos.
La primera tarea que tenemos es
entender a fondo el neoliberalismo y las dinámicas sociales concomitantes, y
llegar a descubrir su racionalidad y sus supuestos éticos.
Por eso proponemos emprender un proceso de reflexión y acción coordinada, que
recoja los aportes conceptuales y las experiencias de las diversas provincias,
los sistematice de manera útil, y los ponga al servicio de una acción de mayor
fruto, para un bien más universal, dentro de la Iniciativa Social de la Compañía.
Este proceso comienza por enfrentar con toda seriedad en las comunidades y obras
las preguntas pertinentes: ¿qué es esto del neoliberalismo y cómo vamos a
conocerlo en profundidad? ¿cuáles son sus raíces antropológicas, filosóficas,
económicas, históricas? ¿cuál es la ética implícita en sus posiciones y qué
tiene que decir allí la teología? ¿cómo debe colocarse ante él nuestra
espiritualidad ig naciana? ¿cómo discernir sus efectos en personas,
instituciones, comunidades? ¿cómo llegar al corazón de esta cultura en el diálogo
con la modernidad, la globalización y la tecnología? ¿cómo preparar a los
jesuitas y particularmente a los jóvenes para practicar el discernimiento de
esta realidad? ¿cómo trabajar con muchos otros en nuestras obras, con las
instituciones de las sociedad civil, con la iglesias y movimientos religiosos y
con los go biernos para ser eficaces aquí, donde se juega el sentido de los
hombres y mujeres de nuestro continente? ¿cómo dialogar con los que toman las
decisiones técnicas y políticas que producen efectos devastadores en los
pobre? ¿c&o acute;mo educar a nuestros alumnos para que sean capaces de
trabajar en la construcción de un mundo distinto? ¿cómo enfrentar la obsesión
del consumo en los medios de comunicación y rescatar el humanismo, la estética,
la fruición gratuita de la naturaleza, la riqueza del espíritu y la satisfacción
del ejercicio de la solidaridad?
Esta tarea de investigación interdisciplinaria tenemos que hacerla junto con
los laicos, y con otros cristianos y no cristianos, en una red apostólica que
involucre nuestras universidades y centros de investigación y acción soc ial y
muchas otras instituciones comprometidas internacionalmente por la causa de la
justicia y de la vida (CG34, 3.23).
El conocimiento de las dimensiones antropológicas que hay debajo de la
corriente neoliberal y sus consecuencias debe ser parte de la cultura de todo
jesuita. Por eso la importancia de la formación en ciencias sociales, economía,
pol&i acute;tica, ética pública..., para todos, a fin de poder asumir con
claridad los desafíos que la situación nos plantea en el presente y para el
futuro. Al avanzar en el conocimiento de estas realidades complejas tenemos que
pasar al discernimiento ignaciano y llevar a los Ejercicios, al acompañamiento
espiritual y a la predicación las exigencias del Espíritu.
Tenemos que entregar a nuestros alumnos de colegios y universidades la comprensión
de la situación y difundirla pedagógicamente por los medios de comunicación.
Tenemos una tarea pedagógica
inmensa: En un contexto donde desaparece el horizonte del bien común y cada uno
busca su propio provecho en el mercado, la exclusión social se prof undiza. Hay
que emprender una esfuerzo educativo formal e informal para transformar las
instituciones, empresas y proyectos excluyentes, las políticas de la exclusión,
y a los hombres y mujeres que son actores de exclusión, muchas vec es sin
conciencia de ello. Tenemos que empezar por examinarnos a nosotros mismos,
nuestras preferencias y los grupos que frecuentamos. Nosotros también podemos
ser parte de la dinámica de la exclusión. Y también hay que propici ar
cambios en los excluidos, porque ellos a su vez son muchas veces la contraparte
del tipo de sociedad nacional e internacional que hemos creado.
El desafío está en partir de los que han sido dejados fuera y desde allí, al
lado de los pobres y caminando con ellos, proponer para todos la más inclusiva
o incluyente de las sociedades posibles y viables. Por eso esta tarea l lama a
una transformación estructural de nuestras sociedades que va más allá de la
resistencia a los elementos perturbadores del neoliberalismo. No se trata de
incluir a los excluidos, en sistemas que son aparatos de generar exclusi&o
acute;n. Se trata de un trabajo paulatino y paciente por crear la sociedad
solidaria que no existe.
Con esta expresión no se alude la
cultura de los pobres, con edades. La expresión se refiere a una manera de
comportarse la sociedad total, en el ámbito nacional y continen tal. Una
sociedad que, en sus cuadros directivos, en sus instituciones sociales, políticas,
educativas y religiosas, y en sus pobladores populares, se ha acostumbrado a
vivir con la pobreza, como algo normal. Aunque se tengan los medios para supera
r esta situación, no hay interés para ponerlos en práctica.
Puede decirse que esta cultura de la pobreza existe desde hace muchas décadas
en América Latina, pero al propagarse el neoliberalismo en todos nuestros países,
esta manera de ver y de sentir las cosas encuentra una justificació n perversa.
En efecto, para el neoliberalismo la existencia de millones de pobres y
miserables en Latinoamérica no produce ningún escándalo. Estas personas no
tienen nada que reclamar, porque no valen nada en el mercado. Y la econom&i
acute;a no está para sacarlos de la pobreza, sino para producir más y vender más
y ganar más.
Una de las responsabilidades más
urgentes es pasar del análisis crítico a las propuestas. Por eso tenemos que
presentar alternativas viables de un desarrollo human o y sostenible, orientado
por el bien común, y que garantice la realización de todos nuestros hermanos y
hermanas, presentes y futuros, en armonía con la naturaleza.
En términos muy generales éstos son algunos de los temas que deben someterse
al estudio:
Los bienes que todos merecen
Nuestra atención debe ponerse ante todo en procurar que el Estado y la sociedad aseguren a todos los bienes que las personas se merecen por ser tales, hijos e hijas de Dios. Bienes que deben garantizarse como derechos ciudadanos básicos, independientemente de si las familias son o no capaces de comprar estos elementos indispensables en los mercados. Tales bienes son la salud, la educación, la seguridad, el hogar y la vivienda. Estos son realmente bienes públicos. No buscamo s la sociedad del bienestar dedicada a satisfacer las demandas insaciables de ciudadanos consumidores. Queremos una sociedad justa, donde cada persona tenga lo esencial para que pueda vivir en dignidad.
Los recursos naturales
El desarrollo sostenible exige la seguridad ambiental y la equidad entre los hombres y mujeres actuales y los que vendrán en el futuro. Es indispensable presentar alternativas para que la economía dé a los recursos naturales un tr atamiento distinto del que se impone hoy en el neoliberalismo, que no incorpora los costos y beneficios ecológicos y sociales de largo plazo. Tenemos la responsabilidad enorme de encontrar caminos nuevos, que garanticen la calidad de vida de todos, dentro patrones de consumo y extracción diferentes a los de los países del Norte y de las élites ricas de nuestras sociedades que destruyen el medio ambiente y se apropian de los bienes de la tierra, hasta el punto en que ellos, que son el 20 por ciento de la población del planeta, consumen el 80 por ciento de los recursos de la tierra.
La equidad de género
En los últimos años, al disminuirse el ingreso de los asalariados y aumentarse el desempleo, las familias se han visto obligadas a participar con varios miembros frecuentemente en la economía informal. En estas condiciones de merc ado de trabajo informal, la mujer de clase media y de los sectores populares se ve obligada a tener tres jornadas de diarias trabajo: ella se trabaja para contribuir al ingreso familiar, lleva el peso del trabajo doméstico y crían a los ni&n tilde;os. La mujer es además usada como objeto de publicidad y artículo de comercio. En este contexto cabe recordar las reflexiones de la Congregación General 34 que nos hablan de "una discriminación sistemática contra l a mujer" y nos propone contribuir en esta la tarea que "está en el centro de toda misión contemporánea que pretenda integrar fe y justicia" (CG34, 14.).
En la situación latinoamericana tiene pleno sentido la expresión de la Congregación : "Hay una 'feminización de la pobreza y un 'rostro femenino de la opresión'." Es indispensable tomar aquí la llamada que se nos hace a alinearnos en solidaridad con la mujer. Particularmente escuchando a la mujer, enseñando explícitamente la igualdad esencial entre la mujer y el varón, apoyando los movimientos de liberación que se oponen la explotac ión de la mujer, y haciéndola presente en las actividades de la Compañía.
La política rural
La apertura neoliberal ha causado estragos en los campesinos de todo el continente. Los agricultores pequeños y medianos representan la mayoría de los productores agrícolas de casi todos nuestros países. Emprender un proces o distinto lleva a propiciar seriamente un conjunto complejo de medidas que implican, entre otras cosas: la participación de los campesinos en los procesos de modernización de las estructuras productivas, la investigación sobre sus si stemas peculiares, el acceso a las nuevas tecnologías y a la asistencia técnica, la vinculación al mercado nacional e internacional sin dejar el autoconsumo, el cuidado de las condiciones y necesidades típicas de los diversos p roductos y localidades, el crédito agropecuario, la tenencia de la tierra su distribución y titulación, la desconcentración de los canales de distribución e información sobre mercados, el crédito, las provi sión de vías, energía rural y servicios públicos de salud y educación. Todo esto, enmarcado en un horizonte de agricultura sostenible
La política industrial
En el marco económico neoliberal el desarrollo tiene como motor la industria exportadora, sin embargo, aunque esta ha crecido, no es el motor del resto de la economía porque no está vinculada suficientemente a los demás sec tores y depende altamente de importaciones. Hay que encontrar caminos de una producción manufacturera y agroindustrial diversificada, que apoye a la mediana y pequeña empresa y no solamente a la grande, que satisfaga las necesidades bá ;sicas de la población, fortalezca el acumulado tecnológico de la sociedad, promueva la equidad y el crecimiento sostenible.
La política laboral
Las dinámicas económicas vigentes tienden a competir internacionalmente bajando los costos laborales y pagando malos salarios. Es necesario impulsar estrategias justas que lleven a una inserción competitiva en los mercados basada en la calificación de las personas y la expansión de su creatividad, y el cambio de la concepción de la empresa en una verdadera comunidad de trabajo (CA. 32). Y hay que colocarse en un horizonte de superación del desempleo y e l subempleo (SRS.18).
La deuda externa
El Sumo Pontífice nos invita a que en el espíritu del libro del Levítico, hagamos del Jubileo del año 2 mil un tiempo oportuno para pensar en "una notable reducción, si no en una total condonación, de la deuda internacional" (TMA. 51). No hay que perder de vista que la deuda externa constituye una limitación seria para el potencial del desarrollo equitativo y sostenible desde México hasta Chile. No podemos dejar de lado este tema de justicia inte rnacional, que golpea la vida cotidiana de las mayorías populares y no deja de preocupar a la Iglesia. De allí la necesidad de contribuir a presentar propuestas bien fundamentadas para que la sociedad y los gobiernos de Latinoamérica y el Caribe puedan colocarse en una negociación donde se condone una porción importante de la deuda, particularmente la que se originó por el alza abrupta de las tasas de interés. Y para que la parte de la deuda que no puede se r condonada se examine, asegurar que su pago no perjudique el gasto social. Y es indispensable ayudar a formular
Con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional
El reto es hacer avanzar el diálogo y el estudio de propuestas rigurosas que nuestros compañeros jesuitas de todo el continente, a partir de la iniciativa tomada por el Center of Concern de Washington, han adelantado.
Ante la economía norteamericana deberíamos ayudar a dar aportes a un diálogo en torno a las decisiones que más afectan a América Latina: sistema financiero, instituciones, empresas multinacionales. Con particular cui dado se debe estudiar el sector financiero privado en nuestras universidades y centros sociales; este sector está movilizando miles de millones de dólares que concentran el crédito en los países ricos, y producen efectos desest abilizadores en las principales economías latinoamericanas.
Como se vio arriba, la crisis de nuestras sociedades tiene un origen histórico y con muchas causas y es acrecentada por el neoliberalismo. Por la misma razón no podemos dejar de tocar aspectos fu ndamentales del bien común cuando tratamos de presentar alternativas a la economía política neoliberal.
La construcción de la sociedad civil
"La Iglesia, cuya misión compartimos, no existe para ella misma sino para la humanidad" (CG34, 2.3). Afirmando sus raíces cristianas, y respetando la autonomía de las realidades terrestres, nuestras comunidades de solidaridad debe n ponerse al servicio de la colectividad ciudadana de la construcción del espacio de lo público. Esta urgencia es tanto mayor cuanto más grande sea la presión en nuestros países hacia el silencio y la desaparición de las responsabilidades ciudadanas por la solidaridad y el bien común(CG34, 4. 23).
La vigorización de la vocación política
Para superar la crisis de gobernabilidad y dignificar el servicio público, y para poner la política económica y los mercados bajo el control social que protege al bien común, debemos contribuir a la formación de los hombres y mujeres con vocación política. Para que ellos y ellas se entreguen a la construcción de Estados garantes de la dignidad de todos los ciudadanos y ciudadanas, y cuidadosos de los pobres.
La transformación del Estado
Debemos contribuir a un estudio interdisciplinario que haga claridad sobre el Estado como agente importante en un modelo alternativo de desarrollo, sostenible, equitativo y donde el ser humano sea el centro; que presente alternativas al concepto neoli beral que pide que el Estado se reduzca al mínimo. Los ejemplos exitosos de desarrollo hoy en día muestran una acción estatal efectiva y eficiente para priorizar objetivos y gastos, imponer restricciones y distribuir pérdidas, con un papel importante del Estado en proyectos estratégicos y en el suministro adecuado de lo bienes que todos merecen.
La elaboración de una ética pública
Teniendo en cuenta que el neoliberalismo subordina el comportamiento moral al mercado y produce efectos destructivos de la comunidad, debemos contribuir, desde el seguimiento del Señor Jesús, quien es en última instancia nuestra l ey moral, al establecimiento de una ética pública o civil, tarea en la que somos simples ciudadanos, con los demás, creyentes y no creyentes, responsables de establecer los valores morales pertinentes de una realidad en profundos camb ios, valores sin los cuales nuestras sociedades no pueden sobrevivir y asegurar la realización de todos. En este esfuerzo seremos pedagogos, con muchos otros y otras, de la vida, la búsqueda de la verdad, la justicia, los derechos humanos, l a lucha contra la corrupción, la paz y la protección de la integridad de la creación.
Esta tarea ética tiene para nosotros, jesuitas, una dimensión más profunda. A saber, buscar estrategias apostólicas para que nuestro diálogo sobre las políticas del sistema económico lleve la sensibilid ad evangélica hasta el fondo de la experiencia cultural: donde encontramos o rechazamos a Dios, construimos o destruimos el sentido del ser humano y de la naturaleza, damos o no paso al Reino. Ese es el lugar del discernimiento profundo, donde debe mos colocarnos con lucidez, conocimiento y libertad, y colaborar con otros en la construcción de relaciones sociales nuevas en transparencia, justicia y solidaridad.
Como una tarea particular, es indispensable que, con una actitud ignaciana de búsqueda del bien más universal, lleguemos a tocar la conciencia de los directivos que toman las decisiones económicas y financieras para que sus determ inaciones técnicas tengan efectos positivos en la transformación de la cultura de la pobreza y de la muerte en una cultura de la vida compartida.
Al hacer estas reflexiones es
importante mirar a la totalidad del América Latina y el Caribe. Este
territorio, de raíces culturales y espirituales comunes, ha sido considerado
como un mosaico de n aciones con destinos distintos. Mirar así las cosas hacia
adelante no es posible. Equivaldría a aferrarnos a un pasado que se acabó.
Todavía no sabemos qué significa esta unidad latinoamericana. Pero el proceso
acelerado que conduce hacia allá es vigoroso e irreversible.
Es muy difícil avanzar en esta dirección si perdemos la dimensión
internacional (CG34, 3, 7). De allí lo importante de profundizar el diálogo y
las tareas comunes entre compañeros jesuitas, entre jesuitas y laicos con
quienes trabajamos y entre nuestras instituciones.
Una visión así tiene que llevarnos a una solidaridad continental. Una
solidaridad lúcida, que nos permita dialogar con nuestros compañeros de
Norteamérica para emprender estudios y búsquedas comunes, para presenta r
alternativas a problemas como los de las empresas multinacionales que compiten
con base en salarios bajos en nuestros países, y perjudican a los obreros de
ambas partes del continente. Necesitamos unirnos, cuando la miseria empuja la
migraci&oacu te;n de los latinos hacia Estados Unidos y Canadá; cuando el
Norte vende armas a nuestros países para acrecentar violencias fratricidas; y
la guerra se vuelve una razón más de desplazamientos a otras fronteras; cuando
los diner os de las cajas de pensión de los trabajadores de EE.UU. se invierten
en mercados financieros volátiles en Latinoamérica; cuando también en Estados
Unidos y Canadá disminuye la solidaridad social y crece la pobreza; cuan do
frenar la expansión de la cocaína y la heroína sólo es posible si simultáneamente
se trabaja para disminuir la demanda del norte y la oferta del sur.
Los problemas tienen connotaciones diferentes e intereses distintos en una y
otra parte del continente. Ha llegado el momento de que los jesuitas
latinoamericanos, unidos, podamos compartir con nuestros hermanos jesuitas del
Norte para asumir juntos, en t oda su complejidad, búsquedas comunes, por el
bien de la comunidad humana del continente a cuyo servicio estamos en la
Iglesia.
Queremos asumir con seriedad la
promoción de la justicia que surge de nuestra fe y la hace más profunda según
las cambiantes necesidades de nuestros pueblos y culturas y según las
peculiaridades del mo mento histórico de nuestro continente (CG34, 3,5).
Siempre los hombres y mujeres estarán amenazados por la codicia de la riqueza,
por la ambición de poder y por la búsqueda insaciable de satisfacciones
sensibles. Hoy esta amena za se concreta en el neoliberalismo, mañana encontrará
otras expresiones ideológicas y aparecerán otros ídolos. Nosotros hemos sido
llamados en la Iglesia para contribuir a la liberación de nuestros hermanos y
her manas del desorden humano y vamos a permanecer allí, en esta tarea al
servicio de todos, situándonos al lado de nuestros amigos lo pobres porque
desde allí lo hizo nuestro amigo, el Señor Jesús (CG34, 2,9).
Queremos conservar lo mejor de la herencia de dos décadas de "jugarnos
nuestra suerte con la suerte del pobre " (SCJ) . Por eso deseamos
multiplicar "las comunidades de solidaridad tanto de rango popular y no
gubernamental como de nivel polí tico" (CG 3,10). Para fortalecer el
trabajo por los derechos humanos; y el acompañamiento a los sectores
tradicionalmente excluidos: indígenas, campesinos, pobladores de los sectores
populares de las grandes ciudades, desplazados y refugiado s, mujeres, ancianos,
enfermos de adiciones y del SIDA, y niños abandonados.
Invitamos a que en todas nuestras Provincias se inicie un proceso de estudio y
discernimiento sobre el neoliberalismo, la pobreza y la ruptura de nuestras
sociedades, a emprender en todos nuestros apostolados tareas para enfrentar esta
realidad. Encontram os que las comunidades de solidaridad pueden ser el
instrumento privilegiado para este empeño.
Después de un tiempo prudencial cada una de nuestras provincias presentará los
resultado de este esfuerzo espiritual, intelectual y práctico. Estos resultados
serán estudiados y analizados por los Superiores Provinciales, con l a ayuda de
los coordinadores sociales, para ir uniendo esfuerzos en una perspectiva
continental. La totalidad de este empeño se adelantara en coordinación con la
Iniciativa del Apostolado Social de toda la Compañía.
A. M. D. G