«TODO LO HE DICHO EN MI HIJO»

BERNARD PIAULT

Andrés y Juan encontraron a Jesús en la orilla del Jordán. A 
su pregunta: "Maestro, ¿dónde vives?", El les respondió: «Venid 
y veréis» (/Jn/01/38-39). Aquel día los dos futuros apóstoles 
encontraron todo el misterio de Dios. 
Porque el misterio de Dios está, según la audaz expresión de 
·Agustín-SAN, totalmente en Cristo: «No hay otro misterio de 
Dios que Cristo» (Epist., 187, 11. P.L., 33, col. 845: "Non est 
aliud mysterium, nisi Christus). Adherirse por la fe al misterio de 
Cristo es adherirse al de Dios, pues la fe es esencialmente 
encuentro de una persona con quien El se abraza, se 
comprende y se manifiesta y por quien se comunica. 
Además, puesto que la Revelación se resume y culmina en 
Cristo, no hay verdadera fe si no se corona en aquel que Dios 
nos ha dado como último revelador de su misterio y al que ha 
hecho objeto o, mejor dicho, sujeto de nuestra fe, en quien nos 
ha entregado todo su mensaje y la regla y el dinamismo de 
nuestra vida. Por consiguiente, no hay una doctrina o unos 
dogmas que creer, y, por otra parte, unas reglas morales que 
practicar. Necesidades históricas han conducido a estas 
distinciones. En cierto nivel de reflexión, son admisibles e 
incluso necesarias para el análisis del contenido del mensaje 
revelado. Pero, igualmente, exigen que no se separe la doctrina 
de la regla moral. No hay separación posible si dogmas y 
preceptos están todos comprendidos en Jesucristo. Porque 
desde la primera revelación de Dios en la Biblia hasta las 
últimas normas del Magisterio, pasando por todas las etapas de 
la formulación del dogma, hay un solo mensaje: Jesucristo. 
Estas breves observaciones delimitan exactamente los cuatro 
puntos de nuestro tema: 
-Sólo hay un único revelador de Dios, Nuestro Señor 
Jesucristo, Verdad encarnada. 
-Jesucristo es también la Revelación misma y el objeto de 
nuestra fe. Todos los dogmas definidos en el curso de la 
historia, lejos de yuxtaponerse, sólo en El tienen inteligibilidad y 
sentido vital catequético.
-Jesucristo es, por consiguiente, el mensaje de Dios a los 
hombres: todo está en El, Verdad y Vida. 
-Finalmente, Jesucristo es el Camino que nos conduce a 
Dios: es la Senda por la que hemos de pasar, de tal manera 
que en El se hallan todos los caminos del hombre. 

JESUCRISTO, REVELADOR DE DIOS 
"En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios 
antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en 
esta etapa final, nos ha hablado por su Hijo, al que ha 
nombrado heredero de todos y por medio del cual ha ido 
realizando las edades del mundo" (/Hch/01/01-02). No obstante 
ser revelador de Dios, Cristo había tenido cuidado de 
advertirnos: «El que viene del cielo da testimonio de lo que ha 
visto y oído» (/Jn/03/31-32).
Lo que ·Tertuliano transcribía así: "Ninguna curiosidad para 
nosotros después de Cristo, ninguna búsqueda después del 
Evangelio". 
Sin embargo, nadie mejor que el apóstol San Juan ha 
mostrado la definitiva revelación en Cristo. Su primer encuentro 
con el Rabí de Nazaret fue decisivo. Y a partir de su experiencia 
excepcional con el Verbo de vida, a quien había escuchado, 
visto, contemplado, tocado, pudo remontarse a ese instante 
eterno en que, junto a Dios, estaba el Verbo, la Palabra 
pronunciada por el Padre en su eterno silencio, a ese instante 
en que un Dios Hijo único reveló lo que había escuchado en el 
seno (1) del Padre (Jn 1, 18). Habiendo contemplado la 
Transfiguración, la "gloria" del Hijo (Lc 9, 32), es decir, lo que en 
El aparecía del ser de Dios, puede proclamar con seguridad: 
«Hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del 
Padre, lleno de gracia y de verdad... Sí, de su plenitud hemos 
recibido todos gracia sobre gracia... 
La gracia y la fidelidad nos vinieron por Jesucristo.» (Jn 1, 
14-17). 

San Juan está fascinado por su experiencia. Un judío sabe 
que Dios es invisible: no se puede ver a Dios y permanecer con 
vida. La filosofía platónica decía: sólo podemos ver la Belleza 
elevándonos contemplativamente por encima de los cuerpos 
visibles (2). San Juan se siente trastocado en sus convicciones 
más arraigadas: a través del joven Rabí, en El, ha descubierto a 
Dios, ha visto a Dios, le ha oído proclamar: "Quien me ve a Mí, 
ve al Padre" (Jn 14, 9). Su itinerario es más el de un testigo que 
el de un teólogo; no va, como se cree a veces, del Verbo 
preexistente al Verbo manifestado -éste es el orden de su 
demostración-. Al contrario, parte de su experiencia del Hijo: de 
la gloria, de la gracia, de la vida, de la verdad descubiertas en 
El, de las acciones vivificadoras de Aquel que da el agua viva 
(Jn 4, 14), es decir, el Espíritu Santo (7, 37.39; 19, 34), de 
Aquel que es el Pan vivo bajado del cielo (6, 35.48.51, etc.), la 
Resurrección y la Vida (11, 25), la Luz de los hombres (8, 12) y 
que no da la vista al ciego de nacimiento más que para 
conducirle a la fe en El (9, 7.38), "para que los que no ven, 
vean" (9, 39). Juan ha comprendido que el joven Maestro 
confiere estas riquezas divinas porque, de Dios que era junto al 
Padre, se ha convertido en Dios para nosotros. Por Jesús, el 
Hijo del carpintero, en cuyo pecho descansó, ha descubierto al 
Dios invisible, pues El se lo ha contado (eseguesato), es decir, 
explicado e interpretado como un guía que quiere conducir al 
Padre a todos los que le han recibido. Ha descubierto, en fin, 
que Jesús mismo era Dios, fuente de verdad y de vida para este 
mundo en tinieblas, caído en el pecado y en la muerte (1, 9; lO, 
10). 
El Revelador de Dios es, ciertamente, el Hijo único, pues El es 
el Camino, la Verdad y la Vida (Jn/14/09), «la Puerta de las 
ovejas» (Jn 10, 7 y 9), fuera de la cual no hay ningún acceso al 
Padre (Mt 11, 27). A El hay que escuchar en lo sucesivo como 
al último Profeta de Dios (Mt 17, 5), al mismo que ha 
proclamado: «las palabras que os he dicho son espíritu y son 
vida» (Jn 6, 63).
APARICIONES/VCR: Tertuliano lo había comprendido bien: 
«Ninguna curiosidad para nosotros después de Cristo, ninguna 
búsqueda después del Evangelio.» Pero nadie lo ha expresado 
mejor que San Juan de la Cruz (·JUAN-DE-LA-CRUZ-SAN) 
comentando /Hb/01/01: 
"Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que 
es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o 
revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en El, porque 
en El te lo tengo dicho todo y revelado, y hallarás en El aún más 
de lo que pides y deseas. Porque tú pides locuciones y 
revelaciones en parte, y si pones en El los ojos, lo hallarás en 
todo; porque El es toda mi palabra y mi respuesta, y es toda mi 
visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado, 
respondido, manifestado y revelado, dándoosle por Hermano, 
Compañero y Maestro, Precio y Premio. Porque desde aquel dia 
que bajé con mi Espíritu sobre El en el monte Tabor diciendo: 
"Este es mi amado Hijo, en quien me he complacido; 
escuchadle", ya alcé Yo la mano de todas esas maneras de 
enseñanzas y respuestas y se la di a El. Oídle a El, porque ya 
no tengo más fe que revelar, ni más cosas que manifestar" (3). 


JESUCRISTO ES EL OBJETO DE NUESTRA FE, EL 
ES LA REVELACIÓN 

Los hechos 
«Jesucristo es el objeto de todo, y el centro donde todo 
tiende. Quien te conoce, conoce la razón de todas las cosas». 
La intuición de ·Pascal-B definió la condición cristiana. Un 
cristiano no es solamente alguien que cree en Dios, sino aquel 
para quien Cristo es el centro de referencia de su pensamiento 
y de su vida.
El deísta admite a Dios como Ser supremo; el judío cree en 
Yahvé el Dios único, y el musulmán en Alá. El cristiano cree en 
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero lo cree por la autoridad 
del Hijo, lo cree en el Hijo, en quien descubre a la vez al Padre y 
al Espíritu. Si Claudel hubiera encontrado solamente a Dios no 
habría sido cristiano. Porque la revelación del Nuevo 
Testamento tiene como objeto propio al Hijo de Dios hecho 
carne por nosotros, Jesucristo: «Tanto amó Dios al mundo, que 
le entregó a su Hijo Unigénito, para que no perezca ninguno de 
los que creen en El, sino que tengan vida eterna» (/Jn/03/16). 
Los apóstoles lo repiten hasta la saciedad: su fe judía se ha 
transformado en Jesucristo. Su nombre de "apóstol" les viene 
precisamente del hecho de ser «enviados» por Jesucristo, como 
Jesucristo lo ha sido por el Padre (Jn 20, 21). Su mensaje de 
apóstol es también Jesucristo y lo que El les ha enseñado (Mt 
28, 20). Si la novedad del mensaje evangélico es el amor del 
Padre hacia el mundo, lo sabemos por Jesucristo, lo 
aprendemos a través de su conducta (Jn 13, 1-17 y 34; 15, 13), 
porque "nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el 
Hijo lo quiera revelar" (/Mt/11/27). Sustancialmente, los 
apóstoles no han dicho otra cosa. 
Por consiguiente, con la venida de Jesús entre los hombres, 
se ha producido un nuevo hecho, que se convierte en el todo 
de la revelación evangélica. Hay que ponerse en presencia de 
Cristo, meditar su Palabra, escrutar sus actos y unirse 
definitivamente a su Persona como a lo absoluto de Dios. 
Aparentemente, la religión se descentra. Jesús exige para El la 
unión absoluta que Yahvé había exigido de toda criatura: 
«Escucha, Israel: Yahvé, nuestro Dios, es el único Yahvé. 
Ama a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, 
con todas tus fuerzas» (Dt 6, 4-5). 

J/D: Usurpa en cierto modo las prerrogativas de Yahvé. No 
las anula (Mt 22, 37), las atrae sobre su propia persona. Hay 
que seguirle tomando la cruz (Mt 10, 38), abandonarlo todo 
para unirse a El a quien corresponde retribuir a los que le han 
sido fieles (Mt i9, 27-28). El es en adelante "el centro donde 
tiende todo". 
Impregnado de esta enseñanza, Pedro, el día de 
Pentecostés, no tiene otro mensaje que anunciar a Jesús, al 
que Dios ha hecho Señor y Cristo, a quien tenemos que 
convertirnos y unirnos por el Bautismo (Act 2, 36-38). Es Jesús, 
dice, la piedra angular sobre la que hay que edificar, "porque a 
los hombres no se nos ha dado bajo el cielo ningún otro nombre 
por el que podamos ser salvados" (Act 4, 12). Un apóstol es el 
testigo de Cristo resucitado (Act 1, 21-22), de Cristo con quien 
comió y bebió «después de su resurrección de entre los 
muertos» (Act 10 41). La revelación de Jesús es su persona. Y 
San Pablo no querrá conocer ninguna otra cosa que Jesucristo, 
y Jesucristo crucificado (I Cor 2, 2), Jesucristo "que recibió los 
poderes de Hijo de Dios, a partir de su resurrección de entre los 
muertos" (Rm 1, 4). Porque el misterio de salvación está en El, 
«que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para 
nuestra justificación» (Rom 4, 25). 
Así, pues, si no hay ya "ningún atractivo para nosotros 
después de Cristo, ninguna búsqueda después del Evangelio", 
es preciso añadir, siempre con Tertuliano, que nuestra fe se 
resume en El: "Cuando creemos, no deseamos creer en más 
allá del objeto de la fe. Este es el primer artículo de nuestra fe: 
que no debemos creer en nada más allá del objeto de fe" . 

Jesucristo y su posición central en la revelación cristiana 

En consecuencia, la predicación apostólica nos afirma: la 
sustancia misma de la revelación cristiana es "menos una 
enseñanza que una persona", porque «Jesucristo es, para los 
cristianos, el objeto mismo de la fe». 
Pero parece que la misma historia de la teología nos 
desmiente. Ya que la Revelación está diferenciada en diversas 
disciplinas: 
-Dogma, moral, ascética y mística, teología pastoral y 
misionera.
Y, sin embargo, Cristo está siempre presente. Lo debemos 
encontrar presente en nuestros dogmas y en nuestras leyes 
morales. Para comprender esto, se impone un doble esfuerzo 
de reflexión: el primero, hacer de Cristo la síntesis de los 
misterios; el segundo, verle presente en ellos. 

a) Cristo, síntesis de los misterios 
En el orden científico, por ejemplo, sería ininteligible la 
multiplicidad de los hechos si no pudiéramos someterlos a una 
ley, a partir de la cual sea posible comprenderlos: la ley de la 
gravedad explica por qué los cuerpos están atraídos por la 
tierra y, también, en qué condiciones pueden escapar a su 
atracción. La teología, porque es a la vez pensamiento, acción y 
vida, exige un principio al cual puedan someterse sus diversos 
aspectos, un principio que realice su unidad. Si no lo 
tuviéramos, nunca entraríamos en la inteligencia de la 
Revelación, nunca entenderíamos el sentido de los misterios de 
Dios que Cristo nos ha hecho conocer, a fin de que poseamos 
la vida eterna: "Esta es la vida eterna, que te conozcan (4) a Ti, 
único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo" (/Jn/17/03). 
Cristo es precisamente quien hace esta síntesis, porque es Dios 
y hombre. Es inseparable de Dios: es Dios mismo, uno de la 
Trinidad. Es inseparable de la humanidad que ha asumido, que 
ha asimilado en El, con la que hace un solo cuerpo, porque el 
«pleroma» de la divinidad que habita en El está para la 
humanidad. Porque un día Cristo será todo en todos, pero 
también porque en El los hombres no son más que uno. Porque, 
como decía el padre ·TEILHARD-DE-CHARDIN, "el único trabajo 
del mundo es la incorporación física de los fieles a Cristo que 
está en Dios" (5). 
J/CENTRO: La verdad central del cristianismo, Cristo, 
Verdad, Camino, Vida, forma la unidad de toda la teología y de 
todo el cristianismo. Alrededor de El se organizan las diversas 
verdades de la fe: la Trinidad, de la que El es como la llave, 
porque, al revelarse como Hijo del Padre de los cielos, nos le da 
a conocer, con el Espíritu que ha enviado (Jn 15, 26). La 
creación, porque por El todo ha sido hecho (Jn 1, 3). La gracia, 
porque nos la da como la vid que alimenta a sus sarmientos (Jn 
15, 1-6). La Iglesia, nacida de la Cruz y del Espíritu de 
Pentecostés. Los sacramentos, que se derivan también de este 
misterio (Jn 19, 34; 7, 37-39). El misterio de la Virgen y de los 
santos, porque de El ("el único Santo": Tu solus Sanctus) han 
recibido la gracia, como los sarmientos de la vid. Para San 
Pablo, el don de Dios se resume en el Hijo entregado por 
nosotros (Rm 8, 3.32), y gracias a quien la creación redimida 
vuelve a Dios (I Cor 15, 24-28). Y si Jesús ruega por la unidad 
de los hombres, nos da a entender que esta unidad procede de 
la "gloria" que el Padre le dio y que a su vez El nos da (Jn 17, 
22). Todavía más, no hay ninguna ley moral de la Iglesia que 
pueda comprenderse fuera de Cristo. Las más excelsas 
revelaciones paulinas son siempre una exhortación a reproducir 
el misterio de Dios en Cristo: "procurad tener entre vosotros los 
mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús" (Fil 2, 5), porque 
toda la moralidad está totalmente dada en El, totalmente 
grabada en la naturaleza humana que El ha creado y rescatado. 

El Hombre-Dios es el principio de inteligibilidad de todos los 
misterios, del pensamiento y de la vida, al reunir en El el 
universo de Dios y el universo de los hombres. Dios, dice San 
Pablo, habiendo recapitulado en El todas las cosas, las puso 
bajo un solo Jefe: Cristo (/Ef/01/10). 

b) Los misterios, presencia y descubrimiento de Cristo 
Los apóstoles anunciaron el misterio de Cristo, y anunciando 
únicamente a El y lo que El les había prescrito (Mt 28, 20). 
¿Puede decirse, sin embargo, que tenían conocimiento de toda 
la verdad? Muchas veces Cristo deja entender lo contrario: «su 
mente estaba embotada» (Mc 6, 52). Tiene que venir el Espíritu 
Santo para que descubran la plenitud de Cristo, el alcance de 
su Palabra y de sus mandatos, y vean las dimensiones de su 
misterio: "El Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en 
mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando 
todo lo que Yo os he dicho" (/Jn/14/26). Gracias al Espíritu 
Santo las palabras de Cristo se convirtieron en la fuente de una 
reflexión que debía expandirse en los misterios cristianos 
(nuestros dogmas), misterios y dogmas que son únicamente 
aspectos siempre nuevos, frondosidad exuberante de un 
insondable misterio: Cristo.
Después de conocer a Cristo en el Espíritu de Pentecostés, 
los apóstoles, y después la Iglesia, pudieron desarrollar sus 
riquezas. Así la Revelación se nos manifiesta en dos tiempos: 
en el primero, la aprendemos, en su fuente y en su totalidad de 
ser, en la persona de Cristo. El es el Dogma inmutable, siempre 
idéntico: Jesucristo es "el mismo ayer y hoy, y lo será siempre" 
(Heb 13, 8). En el segundo, en el tiempo de la historia, la 
Revelación se nos da difractada y encarrilada en fórmulas 
elaboradas bajo la dirección del Espíritu Santo, para una 
intensificación y aplicación de la fe: son nuestros dogmas en los 
que está la verdad y la vida. Aquí la palabra dogma toma una 
acepción diferente: designa no ya una persona, único objeto de 
fe, sino diversos misterios, cuyo principio cognoscible sigue 
siendo, sin embargo, Cristo, Dogma inicial, síntesis de 
pensamiento y de vida. Aunque no el Cristo de la primera y 
global impresión de los apóstoles, sino el Cristo "inventariado", 
Cristo en la conexión que tienen entre sí, y con El, todos los 
misterios cristianos. 
Los misterios, los dogmas no hacen otra cosa que explicitar el 
Dogma original. Dogmas siempre homogéneos en el Único de 
los orígenes. 
Y en este sentido, la audacia de los apologistas afirmando 
que más allá de Cristo no hay nada, revela una intuición 
espiritual muy exacta. Lo que hacía decir a San Ireneo que, en 
Cristo, los apóstoles tuvieron un conocimiento exhaustivo de la 
Revelación: 
"No se puede decir que predicaron antes de tener "el 
conocimiento perfecto", como algunos tienen la audacia de 
afirmar, jactándose de corregir a los apóstoles. Pues después 
que Nuestro Señor fue resucitado de entre los muertos y que 
los apóstoles fueron "revestidos de la virtud de lo alto", por la 
venida repentina del Espíritu Santo (Act 1, 8; 2, 4), quedaron 
llenos de todos los dones y tuvieron "el conocimiento perfecto". 


JESUCRISTO, PALABRA Y MISTERIO DE 
SALVACIÓN 
Si los apóstoles predicaron continuamente y sin cansarse a 
Cristo, es porque es Palabra y mensaje de Dios, y al mismo 
tiempo Palabra de salvación y misterio de vida. 

Jesucristo, Palabra que salva J/PD:
Jesucristo es la Palabra proferida en la eternidad del Padre, 
Palabra que El se dice a sí mismo, Palabra de verdad, toda la 
Verdad de Dios y toda la del mundo al estar eternamente en El. 
Pero es también la Verdad de Dios manifestada: "Yo soy la luz 
del mundo; el que me sigue no camina en las tinieblas, sino que 
tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12). Así como "Dios es luz y en El 
no hay tinieblas" (Jn 1, 5), del mismo modo "el Verbo es la luz 
verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1, 9). 
Ahora bien, la salvación que viene de "la luz de la vida" no 
está en este mundo, y sólo puede estarlo por Cristo. En efecto, 
desde el primer pecado, el hombre se oculta de la presencia de 
Dios (Gén 3, 8), se separa de El, se convierte en su enemigo. 
Apartándose de El se entrega al error, cae en el ateísmo o en la 
superstición, es espiritualmente impotente para discernir la 
verdad religiosa y moral. Nadie se libra, porque, en frase terrible 
de San Pablo: "Dios encerró a todos los hombres en la 
desobediencia, para tener misericordia de todos" (Rm/11/32). Y, 
sin embargo, el hombre busca la Verdad, porque ninguna otra 
cosa ama más. Y Jesús dice: "Yo soy la Verdad", "Yo soy la Luz 
del mundo". En un mundo en tinieblas, pero que no puede 
impedir a la Luz manifestarse (Jn 1, 5), Jesús dice: 
"Si permanecéis en mi doctrina 
sois de veras discípulos míos 
y conoceréis la verdad, 
y la verdad os hará libres" (Jn 8. 31-32). 

La Vida eterna está en la Palabra, que es misterio de 
salvación. Está en conocer por dentro al Dios verdadero y a 
Jesucristo, en quien El se muestra. En realizar con El una 
«simbiosis» en el plano del pensamiento. En participar en el 
misterio de la salvación, al tener en nosotros «el pensamiento 
de Cristo» (I Cor 2, 16). El Hijo salva como Palabra, porque es 
imagen del Dios invisible, de distinta forma que el hombre. El 
hombre está hecho «a imagen de Dios» (Gén 1, 26), pero en un 
sentido derivado -aunque ya extraordinariamente lleno de 
grandeza y de exigencias espirituales con respecto de la 
creación (Gén 1, 27-28)-; el Hijo lo es en sentido estricto, 
porque "en El habita corporalmente toda la plenitud de la 
Divinidad" (Col 2, 9). Imagen del Dios invisible en quien se 
manifiesta su gloria (Jn 1, 14), Cristo es la teofanía saludable 
que guía hacia la Tierra Prometida, como la columna de nube a 
los hebreos en la salida de Egipto (Ex/13/21-22). Cristo es el 
pueblo definitivo de Dios. Muchos todavía no le consideran 
como el único guía de los hombres: "Si nuestro Evangelio 
(Cristo) queda todavía encubierto, es para los que se pierden, 
cuyas inteligencias cegó el dios de este mundo (Satanás), a fin 
de que no brille en ellos la luz del Evangelio de la gloria de 
Cristo, que es imagen de Dios" (2Co/04/03-04). 

Jesucristo, misterio de vida 
El plan de Dios Padre era «recapitular todas las cosas bajo 
un solo Jefe, Cristo» (/Ef/01/10). El es Jefe, Cabeza o Principio 
de todas las cosas, por dos razones: 
Por la creación primeramente, pues El es el «Primogénito de 
toda criatura» (Col 1, 15). No nacido a la manera de una 
criatura, no creado, sino Primero, porque El es su comienzo, su 
autor: "Todo ha sido creado por El y para El" (Col 1, 16). Su 
primacía es la del ser y la de Creador, la del principio de 
permanencia y de cohesión de las cosas: "Todo subsiste en El" 
(Col 1, 17), y en El encuentra su armonía y su unidad a lo largo 
de la historia del mundo. 
CREACION/J J/CREACION: De ahí que todas las cosas 
tienen con Cristo alguna semejanza, pues por El y en El todo 
fue hecho. Lo que significa, a su vez, en este mundo, que toda 
criatura es de alguna manera imagen del Verbo, y lleva su 
huella. Los Padres lo llamaban "vestigios de Dios" en la criatura. 
De ahí resulta que toda criatura es, según la palabra del 
Génesis (/Gn/01/31), "muy buena", un "reflejo de Dios". Por 
consiguiente, la creación no es un dogma ajeno a Cristo, no es 
un hecho fuera del misterio de la salvación. La creación no toma 
su sentido más que en Cristo, y por ella, para rehacerla, El 
consumará la Redención, segundo misterio de salvación, 
necesario porque el hombre se burló del primero. Pues el 
hombre tenía que imitar a Dios para permanecer a imagen del 
Verbo, tenía que ofrecerle el homenaje de su dependencia, de 
su fe y de su amor. Y rehusó hacerlo. "Pero, decía 
·Ireneo-SAN, ya que Dios es invencible y magnánimo (era 
mejor hacer prueba de magnanimidad que reprender al hombre 
y mostrarle su culpa...), sometió, por "el segundo Hombre", al 
Fuerte (el demonio), le arrancó los objetos que poseía y 
"aniquiló la muerte", para devolver "la Vida" al hombre que 
había sido llevado a la muerte». Creación y Redención no son, 
pues, dos órdenes sucesivos de los cuales uno hubiera 
suplantado al otro: la Redención está totalmente concebida 
para la Creación, para liberar de la esclavitud del pecado a la 
criatura cautiva (/Rm/08/19-22 CREACION/REDENCION 
REDENCION/CREACION), para que ésta vuelva a ser un canto 
de alabanza a Dios -por eso fue creada "muy buena"-, para que 
el hombre realice su vocación que es "reproducir la imagen del 
Hijo de Dios" (Rm/08/29), su "Principio y Fin" (Ap 22, 13). De 
esta manera todo va hacia el Hijo, desde el comienzo del 
mundo, con un mismo movimiento, con un mismo impulso que la 
rotura del pecado retarda pero nunca detiene, a no ser en 
casos particulares. 
J/CABEZA: Entonces, ya que Dios no puede ser vencido, 
aparece el Hijo: «Y el Verbo se hizo carne.» "De su plenitud 
todos hemos recibido gracia sobre gracia" (Jn 1, 14.16). Cabeza 
y Principio del mundo desde la creación, el Hijo lo es ahora por 
un segundo motivo: el de la Encarnación, de donde recomienza 
el misterio de nuestra salud. Porque Jesús es, según expresión 
del Concilio de Calcedonia, "el hombre perfecto" para rehacer al 
hombre. El momento en que el Hijo de Dios se encarna en 
María, Dios se une a una naturaleza humana para devolver a la 
humanidad la vida de Dios perdida. 
A causa de esta admirable unión del Verbo de Dios con una 
naturaleza humana, ésta se encontraba totalmente divinizada al 
comunicarle el Verbo la «Plenitud de Dios». El alma humana de 
Cristo estaba así consagrada a Dios, tan santa como una 
criatura puede serlo, proporcionada a Dios. Su inteligencia 
humana conocía perfectamente a Dios, se expandía en la visión 
en que Cristo extraía toda su ciencia de Jefe de la humanidad: 
"Padre, Yo te he glorificado sobre la tierra"... "Yo por ellos me 
santifico" (Jn 17, 4.19). Su voluntad humana estaba llena del 
amor de Dios, se abrazaba a toda la voluntad del Padre: "No 
como quiero Yo, sino como quieres Tú" (Mt 26, 39). Cristo, 
plenamente santo, hacía así su vuelta al Padre (Jn 13, 1). Pero 
nosotros íbamos a convertirnos en los beneficiarios de su 
misterio personal. Porque Cristo, al resucitar, se convirtió en «el 
Primogénito de entre los muertos» (Col 1, 18), Cabeza o Jefe de 
la Iglesia, principio del mundo salvado que yacía en la muerte. 
Un viviente surge de la tumba de José de Arimatea, no sólo vivo, 
sino comunicador de vida (1 Cor 15, 45), el "príncipe de los 
resucitados", para dar su vida a los que ha salvado (I Cor 15, 
20-21), para recrear así un mundo distinto y mejor, como si el 
fracaso que había sufrido como Creador tuviera que ser 
anulado por su papel definitivo de vencedor de la muerte. 
El mundo vuelve a caminar, o más bien continúa su camino, 
en Cristo: 
"El Verbo, pan perfecto del Padre, se ofreció a sí mismo como 
leche: esa fue su venida a nosotros para que, como niños de 
pecho, acostumbrados así a comer y a beber al Verbo de Dios, 
pudiéramos llevar en nosotros el Espíritu del Padre, que es el 
pan de la inmortalidad» (6). 
Nada se perdió de lo que surgió de "las manos de Dios" el día 
de la primera creación. El Padre nos ve en su Hijo, y todo vuelve 
a ser bueno y santo en El, pues, en Cristo, reconcilia a sí el 
mundo (2 Cor 5, 19). Todo vuelve a ser bueno y santo en Aquel 
que hizo "la paz por la sangre de la cruz" (Col 1, 20). Todo es 
bueno y santo en El porque El es la Gracia. 
ENC/CREACION: De esta manera, todo nos es otorgado en 
Cristo. Y por ese motivo, El es el misterio definitivo y único de 
salvación. Añadamos: El es la renovación y reanimación de todo 
el universo: «La Encarnación es una renovación, una 
restauración de todas las Fuerzas y Poderes del Universo. 
Cristo es el instrumento, el Centro, el Fin de toda la Creación 
animada y material: por El, todo es creado, santificado, 
vivificado» (7). Y por esto la Iglesia -aquí entrevemos su 
misterio-, portadora, como la Virgen María, de la Vida del Hijo, 
no ha de cesar hasta que no haya revelado y comunicado a 
todos los hombres, a todas las instituciones, a todo el universo 
el Verbo creador y redentor: «Es preciso que el Verbo Redentor 
se haga oír por todo lo que el Verbo creador suscitó y que nada 
sea ajeno a su 
revelación en la gloria» (·CLAUDEL-PAUL). 

JESUCRISTO, CAMINO DE NUESTRA VIDA 
El misterio de Cristo ha de pasar completamente al cristiano, 
porque para él son su Palabra y su Vida, porque el cristiano -el 
hombre- sólo puede realizarse en Cristo. En efecto, sólo Cristo 
es Luz, resorte dinámico y «práctico» de nuestra vida, nuestro 
guía en el camino hacia Dios: «Os anunciamos lo que hemos 
visto y oído, para que seáis en comunión (8) con nosotros. 
Nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (I Jn 
1, 3). San Juan nos invita a continuar su experiencia y, de la 
Didajé (10, 3) a San Juan de la Cruz, la voz de los Doctores de 
la Iglesia es unánime: "Tú no me quitarás, Dios mío, lo que una 
vez me diste en tu Unigénito Jesucristo. En El me diste todo lo 
que deseo" (9). Ha sido demasiado nefasto profesar una fe que 
no pasaba de la cabeza al corazón y a nuestras propias obras. 

En Jesucristo, en su misterio pascual que El reproduce en 
nosotros, estamos invitados a convertir nuestro corazón, seguir 
sus pasos, su mismo camino, llevando su cruz dentro de la luz 
que irradia su Resurrección. Con demasiada facilidad, hemos 
proclamado los artículos del Credo y después nos hemos 
acomodado a una moral que agradaría a Aristóteles, a una 
moral un poco de nuestra conveniencia, construida sobre 
principios racionales, y de la que Cristo no es el centro de 
referencia. Una vida cristiana, digna de ese nombre, debe ser el 
peregrinar de dos existencias, la del cristiano caminando con 
Cristo. Mejor aún, es la marcha de todos los hombres que van 
hacia Emaús con Cristo para aprender de El el sentido de la 
existencia: que es necesario pasar por la muerte, que destruye 
el fermento del pecado, para entrar en la vida y en la gloria, 
para instaurar desde esta tierra la Vida que preludia la Gloria. 
ESCUCHAR/PD PD/ESCUCHAR: Jesucristo es quien nos 
convierte y revela el sentido de nuestra vida. Hemos de 
escuchar y acoger su Palabra, como nos lo ha ordenado el 
Padre en la Transfiguración: ¡Escuchadle! Palabra de un 
sentido muy profundo. Pues, para un hebreo, el verbo escuchar 
no significa solamente oír una palabra y acogerla con la 
inteligencia. El verbo escuchar significa «obedecer». Evoca una 
actividad total, un remover todo el ser, un comprometerse 
incondicionalmente en los caminos trazados por la Palabra. 
"Escucha, Israel... Ama a Yahvé, tu Dios... Las palabras que yo 
te dicto hoy, grábalas en tu corazón" (Dt 6, 4-6). Así, pues, 
obedece mis mandamientos y marcha por mis caminos (cf. Ex 
19, 5). Escuchar es alcanzar el sentido último de la Palabra, es 
someterse a ella. Ahora bien, Jesús ha dicho: "Todo el que es 
de la verdad escucha mi voz" (/Jn/18/37). Escuchar su voz es 
guardar sus mandamientos, y a la vez probar el amor que le 
tenemos: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos" (Jn 14, 
15). "EI que guarda su palabra, en él la caridad de Dios es 
verdaderamente perfecta" (I Jn 2, 5). Es también asegurar la 
eficacia misma de la Palabra de Dios. Porque, según la 
etimología de la palabra hebrea, la Palabra es lo que "empuja 
de atrás hacia delante», la propia actividad creadora de Dios: 
Dios dice, y todo se hace (Gén 1). La Palabra de Cristo en 
nosotros, si "la escuchamos", tiene esa eficacia que no cesa de 
recrearnos y de crear el mundo: "como la lluvia y la nieve 
descienden desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de 
empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que 
dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi Palabra 
que sale de mi boca: no volverá a Mí vacía sino que hará mi 
voluntad y cumplirá mi encargo» (/Is/55/10-11). «Escuchad, 
pues, dice Jesús, la parábola del sembrador o (Mt 13, 18). 
"Aceptad dócilmente la Palabra plantada en vosotros, repite 
Santiago, y que es capaz de salvaros" (/St/01/21). 
J/CENTRO SANTOS/J J/SANTOS: Jesucristo, síntesis y 
plenitud de la fe, Palabra siempre viva, Luz siempre buscada, 
compañero de camino cuyas palabras ardientes no cesarán de 
abrazar con su amor el corazón de los que lo siguen. Fuera de 
El, todos los esfuerzos para promover la salvación de la 
humanidad son ilusorios. Sin Cristo, el universo no tiene centro. 
¡Ven, Señor! Y arranca de raíz en los hombres la ilusión de que 
la salvación puede venir de nosotros mismos. Porque Cristo se 
presenta como el único en quien reside la salvación, porque es 
la Luz del mundo y la Vida de su vida. Dios en Jesucristo, 
Jesucristo en el hombre, el hombre en Jesucristo; esa es la 
síntesis de la fe y de la vida cristiana, esa es la fuente de la 
santidad. "No hay más que una santidad, que viene de 
Jesucristo... Todos los santos del mundo no son más que el 
reflejo de Jesús. Todas las santidades del mundo no son más 
que el reflejo de la santidad de Jesús" (10). Ese es, en 
definitiva, el único mensaje que hay que anunciar hasta que 
vuelva «el que viene" (Ap 1, 8). 

J/I:I/J:Concluyamos iniciando brevemente algunas 
orientaciones. Conocemos a Jesucristo en su Evangelio, pero 
su Evangelio está en su Iglesia, porque se le ha entregado a 
ella y es ella quien debe entregarlo. Eso significa que, en la 
historia, el Cristo glorioso, centro de todo, sólo se comunica 
normalmente por la Iglesia. Por eso, si todo está en Jesucristo, 
todo está en Jesucristo en su Iglesia. De esta manera: 

-La experiencia de Cristo se hace en la Iglesia.
En ella se lee su Palabra, y la liturgia es su lugar privilegiado. 
Cuando los textos sagrados son proclamados por la Asamblea 
litúrgica, es el Señor quien le habla. Cuando son explicados y 
aplicados a su vida, es el Señor quien la compromete a 
renovarse en la fe y en el amor. 

-La Revelación permanece en la Iglesia gracias al Espíritu de 
verdad que envía Jesús desde el Padre. Creo en el Espíritu 
Santo iluminador, guía y vivificador de la Iglesia, creo en el 
Espíritu que da Jesús y le hace vivir en la Santa Iglesia, en los 
sacramentos de su Iglesia. 

-Palabra de salvación, Cristo lo es solamente en su Iglesia. Es 
necesario verle allí, y creerle en sus sacramentos. La palabra 
que hace el sacramento, decía San Agustín, no es dicha 
solamente, es también creída: «Verbum... non quia dicitur 
(tantum), sed quia creditur». Igualmente, Palabra de salvación 
en tanto, decía Pío XII, "que se manifiesta de diversas maneras 
en sus miembros". Así, pues, para encontrar a Cristo, es 
necesario partir de una experiencia en Iglesia, la que viven los 
creyentes a quienes Jesús se manifiesta cuando se juntan para 
rezar y trabajar en su nombre (Mt 18, 20), porque Cristo es más 
el don que el Espíritu Santo hace a toda la Iglesia, que la 
apropiación individual, fuera de la Iglesia, de este don: "Cristo 
amó a la Iglesia: se entregó por ella" (Ef 5, 25). Experiencia, en 
fin, que es testimonio, revelarse Cristo normalmente al mundo, a 
los que no le conocen aún, a través de la comunidad de fe y de 
caridad de los creyentes, en la fidelidad al Espíritu de 
Pentecostés (cf. Act 2, 42-46), en la unidad de una misma fe en 
Cristo, en la proclamación de su único y verdadero rostro. 
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1) En el seno: «eis to kolpon». Hay que notar que San Juan usa el 
mismo término cuando describe su actitud con Jesús, en la Cena: 
recostado "en el pecho, en el seno" de Jesús (13, 25). ¿Es para hacernos 
entender que fue el beneficiario de las más altas revelaciones del 
Maestro? 
2) El Banquete, 210-212a.
3) La subida del Monte Carmelo, lib. II. cap. XXII, núm. 5. 
4) Conocimiento que no es puramente intelectual, sino experiencia de 
una persona que se abre en amor. 
5) El porvenir del hombre. Taurus. 
6) Ireneo-san. Adv. Haer., IV, XXXVI , P.G. 7, col. 1.106. 
7) ·TEILHARD-DE-CHARDIN DE CHARDIN, «El porvenir del hombre». 
Taurus. 
8) «Comunión», es decir, comunidad de sentimientos y de vida en la 
fe y en el amor.
9) Cántico espiritual. 
10) ·PÉGUY-CH, Le mystère de la charité de Jeanne d'Arc.

BERNARD PÍAULT
EL MISTERIO DE DIOS, UNO Y TRINO
Edit. CASAL I VALL. ANDORRRA 1958.Págs. 71-86)
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2. FE/V:
Una fe en Dios que no fuera el sentido último de las 
realidades humanas más esenciales, no sería nada de nada. Si 
la fe no es la clave de bóveda del sentido que hay que dar al 
dinero, a la sexualidad, al perpetuo afrontamiento en la 
profesión o en el mundo, no tiene ningún poder sobre el 
hombre. 
·Pascal-B decía con mucho vigor:
«No solamente no conocemos a Dios más que por Jesucristo, 
sino que sólo nos conocemos a nosotros mismos por Jesucristo. 
Sólo conocemos la vida, la muerte, por Jesucristo. Fuera de 
Jesucristo, no sabemos qué es nuestra vida, ni nuestra muerte, 
ni Dios, ni nosotros mismos" (Bar. 548).