JESÚS MEDIADOR
1.
Cristo es realidad histórica; vivió en un determinado tiempo dentro
de nuestro tiempo; es el quicio en que descansan y giran los
tiempos. Su vida, como todo suceso histórico, es única e irrepetible;
fue una vez y no se repetirá. Pero la vida de Cristo trasciende la
historia, pues en su transcurrir histórico, en su sucesión y acontecer
se cumple un misterio: el misterio de nuestra salvación. En la vida
de Cristo realiza Dios su plan salvífico; concebido desde la
eternidad. Hasta que Cristo vino, este misterio estaba oculto: estaba
prometido, pero, a la vez, era un misterio escondido. En Jesucristo
fue revelado ese misterio (Rom. 16, 25). En El se dio a conocer el
gran misterio de que Dios quiso tener misericordia de todos (Rom.
11, 25). Lo que hasta entonces era un misterio de Dios, es desde la
Encarnación el misterio de Cristo (Col. 2, 2-3). San Pablo tiene
conciencia de ser un revelador; es un mensaje de poder y alegría
(Eph. 3, 3-12). Su contenido -sea glorificado por ello Dios Padre de
Nuestro Señor Jesucristo-, es: "Que en Cristo nos bendijo con toda
bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en El nos eligió
antes de la constitución del mundo, para que fuésemos santos e
inmaculados ante El, y nos predestinó en caridad a la adopci6n de
hijos suyos por Jesucristo conforme al beneplácito de su voluntad
para alabanza de la gloria de su gracia. Por eso, nos hizo gratos en
su amado, en quien tenemos la redención por la virtud de su
sangre, la remisión de los pecados, según las riquezas de su gracia,
que superabundantemente derram6 sobre nosotros en perfecta
sabiduría y prudencia. Por éstas nos dio a conocer el misterio de su
voluntad, conforme a su beneplácito, que se propuso realizar en
Cristo en la plenitud de los tiempos reuniendo todas las cosas, las
de los cielos y las de la tierra, en El, en quien hemos sido
heredados por la predestinación, según el prop6sito de Aquel que
hace todas las cosas conforme al consejo de su voluntad, a fin de
que cuantos esperamos en Cristo seamos para alabanza de su
gloria" (/Ef/01/03-12).
El misterio de Cristo en el que se cumple el eterno misterio divino
de nuestra salvación, es el misterio de nuestra gloria, que no
procede de la tierra; sólo el Señor puede darla. Ha nacido de la
hondura de su sabiduría, en la que había sido decidida antes de
todos los tiempos (2 Cor. 2, 7-9), para ser cumplida en el tiempo.
Aún no ha llegado la última y definitiva revelaci6n del misterio de
Dios, pero llegará. La realización temporal del misterio eterno de
Dios tiene carácter escatológico; lo tendrá su forma definitiva en la
segunda venida de Cristo al fin de los tiempos, cuando resuciten los
muertos. Nuestra actual existencia perecedera se transmutará en la
vida eterna e imperecedera de un cuerpo glorioso (I Cor. 15, 51). A
esa vida nos referimos al hablar de la salvación.
El misterio de nuestra salvación se realiza en Cristo por ser el Hijo
de Dios encarnado y justamente en cuanto es tal. El Verbo
encarnado y revestido de la debilidad del cuerpo humano es el
instrumento o, mejor, la realizaci6n y revelación del plan salvífico de
Dios. Por eso, El mismo es nuestra salvación. Participar de la
redención quiere decir tener parte en Cristo, en la forma de vida
realizada por El en la historia humana y preparada para todos en su
vida consumada en la cruz, Resurrección y Glorificación; tener parte
en la riqueza vital y forma existencial de Cristo. Cristo es el camino
de la salvación, el mediador y garantía de esa forma imperecedera
de existencia, y lo es por ser Dios y hombre, porque por El la
naturaleza humana fue otra vez elevada hasta Dios, fuente de la
vida imperecedera. En El irrumpe la vida de Dios mismo en la
naturaleza humana. Y así, se instituye un nuevo modo de existencia
y de vida no existente hasta la Encarnación del Hijo de Dios. Nadie
la realiza como Cristo, quien quiera participar de ella debe, por
tanto, formar comunidad con El, así podrá ser liberado de esta
perecedera forma de existencia e introducido en la vida
imperecedera de Dios. Cristo tiende el puente entre el cielo y la
tierra, entre el hombre y Dios. Y no es sólo quien hace el puente,
sino el puente mismo, que debe ser cruzado por todo el que quiera
salvar el abismo que separa a Dios del mundo. Por unir en sí las
dos naturalezas, la divina y la humana, es el centro personal entre
Dios y el hombre. Por tanto, Jesucristo es el único mediador entre
Dios y los hombres. Dogma de fe (cfr. Carta dogmática de San León
1, Decreto "pro Jacobitis". D. 711 y Concilio de Trento, sesión 5.a,
canon 3, D. 790).
TEOLOGIA DOGMATICA III
DIOS REDENTOR
RIALP. MADRID 1959.Pág. 294 ss.)
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2.. YO-AUT/VD
La idea que Dios tiene de las cosas implica todo el proceso
evolutivo, a partir del primer germen hasta la última forma que
puedan adoptar los seres particulares. La forma última de la
creación entera es eso que la Sagrada Escritura llama "nuevo cielo
y tierra nueva", expresión que se halla tanto en el Antiguo como en
el NT. En el nuevo cielo y en la nueva tierra, cada una de las cosas
recibirá la forma que corresponde al mundo transformado.
El hombre obtiene su última forma, la que Dios le ha señalado,
cuando voluntariamente se decide a adoptarla, es decir, cuando se
somete libremente a la voluntad de Dios. Cuanto más acomoda su
vida a la voluntad de Dios, tanto más se acerca a la idea de su
esencia y vida, idéntica con Dios, y tanto más es él su propia
mismidad. Cuanto más se aparta de Dios, tanto más se separa de
su idea, de su arquetipo y, por tanto, de su esencia. Aquí aparece
con toda evidencia que la pérdida de Dios implica la pérdida del
propio ser.
El hombre llega hasta Dios mediante Cristo, en quien se ha
convertido en realidad histórica el Logos, es decir, el arquetipo e
imagen originaria del mundo. La unión con Dios y con la idea divina
del propio ser significa unión con Cristo. El hombre se acerca, pues,
a Dios por el camino de la imitación de Cristo.
Aparece aquí también con palmaria evidencia que el servir y amar
al prójimo es servir y amar a Cristo. Porque en todos los seres se
manifiesta de alguna manera Cristo, el arquetipo eterno de cada
uno de los hombres. En todos los hombres resplandece el
semblante de Cristo, aunque múltiplemente desfigurado, a pesar de
la autonomía personal de cada uno de los seres humanos, de modo
que el trato con nuestros semejantes es un encuentro con Cristo.
Como quiera que en el Logos se hallan también las ideas del
bien, de la verdad y de la belleza, la búsqueda de los
correspondientes valores es búsqueda del Logos. Y como quiera
que el Logos ha aparecido históricamente en Cristo, el que busca el
bien, la verdad y la belleza, busca al Hijo de Dios encarnado,
crucificado, que ha resucitado, y que vive ahora en la gloria de
Dios. De este modo se nos revela en este pasaje que la concepción
divina del mundo es personalista y no a la manera de una cosa.
TEOLOGIA DOGMATICA II
DIOS CREADOR
RIALP. MADRID 1959.Pág. 50
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