LA CONFESIÓN DE FE EN LA DIVINIDAD DE JESUCRISTO

 

JOSÉ RAMÓN GARCÍA-MURGA


La escasa plausibilidad de los dogmas de la Trinidad y de la 
divinidad de Jesús -que se encuentra en la raíz del primero- es un 
hecho constatado por la sociología de la religión. Realidad 
preocupante ésta de que los dogmas centrales de la confesión 
católica gocen de escasa aceptación y tengan poca repercusión en 
la vida misma de los creyentes.
Constatación que inquieta sobre todo si tenemos en cuenta que el 
cristianismo posee vocación universal. «Id por todo el mundo ... », 
evidentemente no para propagar una doctrina sin sentido, sino para 
anunciar algo que afecta hondamente a la vida de los hombres de 
todos los tiempos
El cristiano no puede ceder al espíritu de ghetto, o a la tentación de 
convertirse en una secta. Ha de anunciar a todos la Buena Noticia; 
ha de preguntarse por la manera de hacerla creíble y de convertirla 
en manantial de sentido, en cualquier punto del espacio y del 
tiempo.
La sensibilidad por la causa del hombre nos ha ayudado a 
descubrir en Jesús de Nazaret el mensaje acerca de «una divinidad 
preocupada por todo lo que sea humano», para emplear la 
expresión de Schillebeeckx. La preocupación, no sólo por el 
hombre, sino por el hombre situado históricamente, nos conduce a 
comprometernos con la praxis de Jesús para transformar este 
mundo de injusticia en Reino de Dios.
Recuperar la humanidad concreta de Jesús, y subrayar su 
solidaridad y compromiso con los pobres de este mundo, contribuye 
a devolver plausibilidad a la confesión cristiana. ¿No sería más 
prudente poner entre paréntesis, al menos por un tiempo, la 
cuestión de la divinidad del mismo Jesús? Enfatizarla ¿no significa 
de hecho disminuir la importancia de lo humano?
La situación se torna aún más delicada cuando quien debe tratar 
de la divinidad de Jesús es consciente de que hay una manera 
-ideologizada, conservadora e interesada- de repetir que «Jesús es 
Dios». Es la actitud de quienes se rasgan las vestiduras ante lo que 
estiman que menoscaba la ortodoxia; en realidad lo que pretenden 
-consciente o inconscientemente- es evitar comprometerse con la 
causa del hombre, lo que les conduciría a tener que renunciar a 
una serie de privilegios injustos.


I. REINTERPRETAR LAS 
VIEJAS CONFESIONES DE FE

Enfocar la cuestión como problema de lenguaje abre un portillo a la 
esperanza, y a un trabajo teológico apasionante. No se trata ya de 
abandonar la confesión en la que los primeros cristianos 
encontraron gozo y fortaleza, y que constituyó la fuente de su 
identidad. La tarea consiste en encontrar las categorías adecuadas 
que permitan realizar en nuestra época esa misma confesión, de 
manera que confiera sentido a la existencia humana y, así, la 
planifique; de manera también que empuje a comprometerse por la 
liberacíón del hombre.
Se nos invita a traducir a categorías más personalistas y vinculadas 
con nuestra historia la terminología sustancialista, cosista, con que 
nos parece se expresaron los primeros concilios. Es necesario 
pasar de unas categorías estáticas a otras que interpelen a la 
persona y la comprometan.
Conviene recordar que el primer concilio ecuménico, el de Nicea, 
puede considerarse como desembocadura de un proceso que parte 
del encuentro con el Jesús histórico, y del reencuentro con él a la 
luz de le experiencia pascual. No existe discontinuidad entre las 
confesiones de las primeras comunidades cristianas, y la fe que se 
expresa en Nicea con el famoso término homooúsios o 
consustancial con el Padre.

1. La pretensión de Jesús
El encuentro con el Resucitado había acentuado el proceso 
-multiforme- de profundización en la personalidad de Jesús. Si Dios 
ha pronunciado su sí definitivo sobre esa vida es porque Jesús de 
Nazaret, el hijo del carpintero, es el justo, el Profeta, el Señor, el Hijo 
de Dios..., como nos decían en una conferencia anterior. Muchos de 
estos títulos fueron acuñados por las primeras comunidades 
cristianas y expresan la comprensión creciente que éstas van 
adquiriendo de la historia de Jesús y de su significado.
J/LEY: Son títulos que enlazan con los interrogantes que había 
suscitado la misma vida de Jesús, y que los van despejando. La 
conducta de Jesús ¿no había implicado de hecho la pretensión de 
presentarse como Salvador absoluto, y de detentar así el lugar que 
únicamente a Dios correspondía? Parece que Jesús desabsolutizó y 
se puso por encima de realidades sobre las que únicamente Dios 
poseía autoridad, y que hasta cierto punto ocupaban el lugar de 
Dios en la mentalidad ambiente. La Ley, en la concepción rabínica, 
había llegado a tener tal entidad que se decía que el mismo Dios se 
instruía cuidadosamente en ella cada día. Y Jesús reivindicó una 
autoridad total sobre la Ley 1.
El templo era el lugar invadido por la Gloria de Dios, y donde 
únicamente Dios se encontraba como en su casa. Jesús se sitúa 
por encima de él, hasta el punto de ser acusado como reo de 
muerte por hacerlo 2. Lucas comprende que también Jesús se 
encontraba en el templo como en su hogar, cuando nos dice que él 
es la Gloria que lo inunda al ser presentado por sus padres; el 
mismo sentido tendría la indicación puesta en boca de Jesús, y 
dirigida a sus padres que lo andaban buscando: «¿No sabíais que 
yo debía estar en la casa de mi Padre?» (Lc 2,49) 3.
Jesús pretendió realizar acciones -como la de perdonar pecados 4 
- reservadas sólo a Dios. Al invocarlo como a su abba, se sitúa ante 
él y con él en una relación filial de carácter especial, hasta entonces 
inusitada. Probar que Jesús utilizó la invocación abba no implica 
afirmar que Jesús es Dios, como tampoco lo supone aplicarle el 
título de «hijo de Dios». Sin embargo los relatos evangélicos van 
descubriendo a Jesús como «el» Hijo en un sentido especialísimo, 
diferente de aquel que también permite decir con verdad, y por 
indicación del mismo Jesús, que todos los hombres son hijos del 
Padre. El llamado logion ioánico -«nadie conoce al Padre sino el 
Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar»- es muy posible que 
proceda de labios del mismo Jesús; indica una intimidad muy 
particular entre el Padre y el Hijo. A partir de la aparición de ese 
logion, el evangelio de Mateo considera sistemáticamente al Hijo en 
una relación especial con el Padre, diferente de la que se puede 
atribuir a los demás hombres 5.

2. El que trasciende la historia vivió la historia
Los contemporáneos de Jesús lo conocieron, sí, como uno más 
entre ellos. Pero al mismo tiempo se vieron sorprendidos por su 
pretensión de trascender la historia. Algunos, confirmados después 
por la experiencia pascual, aceptaron como fundada esa 
pretensión. En Jesús Dios mismo ha entrado en la historia.
Una de las últimas etapas de esa profundización en la personalidad 
de Jesús está constituida por el desarrollo de la teología del 
preexistente. Textos -y perspectiva- que afirman algo sobre el 
mismo Jesús, y no sólo sobre su importancia existencial sobre 
nosotros 6. No afirman únicamente que hay que definirse ante 
Jesús para encontrar a Dios, sino que esa necesidad se funda en 
que ese hombre, Jesús, es -como dice el cuarto evangelio- el Verbo 
de Dios, que es Señor y Dios.

3. Los dos primeros siglos
Todo este proceso no es simplemente racional, sino enteramente 
vital. Quienes habían seguido a Jesús durante su vida se ven 
confirmados en su compromiso con Aquel por quien lo habían 
dejado todo. Y los nuevos cristianos se encuentran celebrando, en 
su liturgia, a Jesús como Señor. Bautizan en su nombre, y en el 
nombre del Padre, lo que supone concederle implícitamente la 
misma categoría que a éste.... le cantan himnos, lo reconocen 
prácticamente como a Dios... 7.
La discusión estalla cuando esta confesión vital en la divinidad de 
Jesús ha de situarse en relación con el monoteísmo judío, al que los 
cristianos no renuncian, por una parte. Y por otra, en relación con el 
Dios absolutamente trascendente y separado de este mundo, de la 
filosofía helénica, y más concretamente de las corrientes 
platonizantes.

4. Cristianismo y cultura helénica
La confrontación con la filosofía y la religiosidad helenística 
determina todo el proceso de conceptualización en que se sitúan los 
dos primeros concilios ecuménicos de Nicea y Constantinopla. En 
ellos encontramos la afirmación que todavía hoy continuamos 
repitiendo en el Credo de la Misa: el Hijo es homooúsios to Patri, 
consustancial con el Padre. El Hijo posee el mismo contenido de 
vida de Dios. Jesús es Dios como el Padre, y tan Dios como el 
Padre 8 .
Se afirma además en estos concilios que Jesús es Dios por ser el 
Hijo engendrado por el Padre. O dicho en nuestro lenguaje, que la 
manera que tiene Jesús de ser Dios, plenamente Dios, es filial.
Vamos a examinar ahora más de cerca el significado y, sobre todo, 
el sentido que estas dos afirmaciones pueden contener para la 
existencia creyente de hoy.


II. JESÚS ES DIOS: SERIEDAD 
ABSOLUTA DEL VIVIR HISTÓRICO

Afirmar que Jesús posee la misma ousía, esencia, o contenido de 
vida que Dios supone modificar cualitativamente la visión helenista 
platonizante, aun empleando sus mismas categorías.

1. La cosmovisión platonizante
D/VISION-PLATÓNICA: En síntesis, esta visión se caracterizaría:

1) Por la separación entre Dios y el mundo. La filosofía griega más 
depurada nunca llegó a acuñar el concepto de creación; éste fue de 
hecho una aportación cristiana. Si Dios no crea el mundo, mucho 
menos puede contaminarse asumiendo su realidad.

2) Por una visión peyorativa de la materia y, por consiguiente, 
dualista del hombre. De ahí las concepciones fisosófico-místicas 
que desprecian el cuerpo (recordemos el soma sema de Platón) y 
tratan de ascender al mundo de lo divino, el único real, 
abandonando el de aquí.

3) Por introducir, pese a todo, intermediarios entre Dios y el mundo. 
Sea porque ese mundo enemigo e independiente en su origen de lo 
divino ha de ser configurado y mejorado según el mundo 
verdadero... y Dios no podría hacer directamente esa tarea sin 
mancharse los dedos. Sea porque esos intermediarios son en 
realidad seres degradados, caídos del mundo celeste y que deben 
recuperar su condición inicial (gnosticismo...

2. Nicea como correctivo de la visión platónica
CONCILIO-NICEA: Subrayo la perversión que puede entrañar esa 
imagen de Dios separado, poder supremo que actúa por 
intermediarios. El administrador o representante es quien ahorra 
líos al amo; el que actúa sin corazón porque lo hace en nombre de 
otro y, al mismo tiempo, posibilita que éste obre también sin 
entrañas, al alejarle de la situación sobre la que actúa. En el Arbol 
de los zuecos, de Claudio Olmi, el «padrone» nunca aparece; sólo 
actúa el administrador que expulsa a la familia de arrendatarios por 
el único delito de haber talado un solo árbol para fabricar el zueco 
de madera que permitiría al chavalín llegar y volver de la escuela 
después de una agotadora caminata diaria.
ENC/D-HUMANO: Debemos poner de relieve que, en Jesús, Dios 
mismo y no otro es quien se acerca al hombre. La humanidad de 
Jesús es lugar de encuentro de Dios con el hombre. Se trata de un 
Dios humano, que sale hacia nosotros, sin pretender parapetarse 
en una morada inaccesible desde la que actuaría a través de 
intermediarios.
Al mismo tiempo y a la luz de lo dicho me parecen justificadas las 
reservas que ha suscitado el hecho de designar a Cristo como 
«representante» de Dios. Ciertamente lo es; pero no como alguien 
distinto de Dios. Es el mismo Dios en lo otro.

3. La salvación en la historia
J/D: Para clarificar estas reservas me parece que conviene advertir 
la diferencia que existe entre las expresiones «Dios estaba en 
Cristo» (empleada por el mismo san Pablo) y «Jesús es Dios». Pese 
a la verdad de la primera, creo necesario mantener también la 
segunda. Y esto en base a la seriedad que hemos convenido 
necesario otorgar a la historia. Afirmar que Jesús es Dios significa 
que un trozo de nuestra historia, precisamente la de Jesús, ha 
entrado en Dios de manera tan irreversible que constituye un solo 
ser con el de Dios. El verbo ser indica en español mayor 
permanencia que el estar. «Estar en» parece puntual, algo que se 
verifica en determinado momento, y quizá sólo entonces. «Ser» 
comporta un mayor grado de estabilidad.
San Atanasio, contrincante infatigable de los arrianos y defensor 
inteligente de la fe de Nicea, ya insistíó en su tiempo en que lo que 
estaba sobre el tapete no era un mero juego de palabras, sino la 
cuestión misma de la salvación 9. Por ser el Hijo homooúsios 10, es 
decir, por poseer el mismo contenido de vida que el Padre, se 
produce la salvación. Esta consiste en la donación al hombre de la 
vida de Dios. Hay un hombre, Jesús, que por ser, él, Dios, posee 
esa vida en plenitud y por derecho propio.

4. Relevancia de la historia gracias a la Encarnación de 
Dios
Por ese mismo hecho la historia de Jesús adquiere una relevancia 
definitiva, e imposible de sustituir por cualquier otra mediación de 
salvación. El hecho de que Jesús sea Dios significa que su historia 
es historia de Dios, que se ha hecho con ella una sola realidad.
Por consiguiente, la única forma de salvarnos es vivir como Jesús 
vivió. Pues es esa vida, y no otra, la que Dios ha unido 
irreversiblemente a la suya. Nuestra confianza total en Jesús se 
basa en esta aceptación por Dios de su historia y de su praxis 
histórica. Aceptación que se contiene en la afirmación que los 
cristianos realizamos hoy con la misma fuerza y la misma alegría 
que ayer: Jesús es Dios.
J/ABSOLUTO: El hecho de que la historia de Jesús pertenezca 
irreversiblemente a Dios supone que nunca podrá ser sustituida por 
otra que la supere 11. ¿Por qué seguimos a Jesús con preferencia 
a Buda o a Mahoma? Porque sólo de Jesús podemos decir que es 
Dios. Esta afirmación convierte en relativas a todas las demás. El 
cristiano refiere a Jesús cualquier otro proyecto de salvación 
religiosa y de liberación humana que encuentre o que él mismo 
elabore.
Esto no quiere decir que esos proyectos sean inútiles. Pueden 
constituir las mediaciones concretas, en consonancia con nuestro 
momento histórico, para vivir y comprometernos. Pero el creyente 
se mueve hacia ellas impulsado por la Fuerza del Resucitado, y las 
asume o purifica a la luz del proyecto de Jesús. Es éste el que ha 
sido aceptado por Dios por encima de cualquier otro, y, por tanto, el 
que siempre sirve de medida.

5. En Jesús nuestra historia queda asumida por Dios
J/HMD-PLENA-PERFECTA: La cristología contemporánea inició un 
camino fecundo cuando advirtió que la humanidad de Cristo es 
absolutamente plena y perfecta como humanidad, precisamente por 
ser la humanidad de Dios; y cuando advirtió simultáneamente que la 
humanidad de Cristo es humanidad de Dios, precisamente por ser 
absolutamente plena y perfecta como humanidad 12 . La confesión 
de la divinidad de Jesús nunca puede realizarse a costa de mermar 
la plenitud de su ser hombre y la realidad de su historia.
J/D-H: Así nos lo hacen ver no sólo nuestra sensibilidad actual por 
los valores del hombre como tal, sino los mismos relatos 
evangélicos. La humanidad de Dios es la Buena Noticia que se 
encuentra en la raíz de nuestra fe 13.
J/SENTIDO-COTIDIANO: Jesús se inserta profundamente en la 
situación de su tiempo. A través de sus parábolas aparece el 
conocimiento connatural que él poseía de las costumbres de su 
pueblo: si parte de la semilla -en la parábola del sembrador- cae 
sobre el camino, es porque la siembra se realizaba, contra nuestra 
costumbre actual, antes de roturar el terreno. Si habla de un tesoro 
escondido en un campo, es porque ese caso era frecuente en una 
época de revoluciones y guerras en que se escondían 
apresuradamente las cosas de valor ante la llegada del enemigo... 
Al referirse a la mujer que mezcla un poco de levadura en la masa, 
es muy posible que Jesús pensase en lo que tantas veces habría 
visto hacer a su madre. Muestra un profundo y sencillo sentimiento 
de la naturaleza cuando habla de los pájaros y de los lirios, o 
cuando goza de la calma del lago de Genesaret después de haber 
predicado al pueblo.
Jesús une a este sentido de lo cotidiano su extraordinaria firmeza y 
claridad de propósito. No es un caudillo exaltado. Conjuga el poder 
de denuncia con la misericordia; la confianza en su abba con la 
solidaridad con los hombres. Solidaridad, por cierto, crítica. De ahí 
su postura frente a la sociedad de su época en todo lo que tenía de 
deshumanizadora.
Jesucristo, plenamente Dios, fue al mismo tiempo perfectamente 
hombre, como advirtió el concilio de Calcedonia, completando así la 
confesión de Nicea. Constituye un progreso cristológico observar 
que la divinidad de Jesús no merma la autonomía de su humanidad, 
sino que precisamente la constituye.


III. VIVIR FILIALMENTE,
Y POR ELLO COMPROMETIDAMENTE,
LA HISTORIA

La segunda afirmación del concilio de Nicea que nos interesa 
destacar era que Jesús tuvo una manera filial de ser Dios. Jesús es 
Dios, sí; pero por ser el Hijo engendrado por el Padre.

1. Dios en sí mismo, comunidad viva de relación
Cuando Nicea se expresa así, diciendo que el Hijo es engendrado y 
no creado, no pretende sino reafirmar la divinidad de Jesús, al 
aseverar contra Arrio que el Hijo no está hecho; no es poíema 
(producto) ni ktisma (creatura); no es alguien que no existía y que 
comienza a existir 14". Sino que por ser Dios posee otro origen que 
el de las creaturas. Como éstas, tiene su origen en Dios; pero de tal 
modo que él mismo es Dios, cosa que de ninguna manera se podía 
afirmar de lo creado, Trazada la raya divisoria entre las creaturas y 
Dios, el Hijo queda totalmente de parte de la divinidad, dice Nicea. 
Calcedonia añadirá que queda también totalmente de parte de la 
humanidad, pero sin que por ello surja un tertium quid o realidad 
intermedia.
TRI/DESARROLLO-TECO: Al hablar de que en Dios hay un Hijo 
engendrado por el Padre, Nicea abre la puerta a una concepción de 
la divinidad, articulada y dinámica. El Hijo es Dios, pero es al mismo 
tiempo distinto del Padre. El desarrollo posterior de la historia del 
dogma confirmará que no es posible interpretar la fórmula de Nicea 
en un sentido modalista. Dios es simultáneamente Padre e Hijo y 
(como lo explicará más claramente el concilio primero de 
Constantinopla) Espíritu Santo. Entre los tres se da una taxis o 
articulación, de manera que constituyendo unidos el mismo Dios, 
son sin embargo distintos entre sí 15.
Este desarrollo teológico -que constituye la teología por excelencia: 
la ciencia que se ocupa del mismo Dios- es imposible exponerlo 
ahora aquí. Sólo quiero subrayar un aspecto que a mí me cautiva 
por la contribución que puede suponer a la creación de un hombre 
nuevo. Y es que en el interior de Dios, el Hijo lleva una intensa vida 
de relación social. Porque lo único que le diferencia del Padre es 
acoger la vida que éste le entrega. Y con él, expresa y transmite su 
amor sustancial, es decir, el Espíritu Santo 16.

2. La vida de Jesús, traducción en la historia de su ser 
relacional de Hijo
Se podría preguntar qué tiene que ver este viaje hacia el interior de 
Dios con el hombre nuevo. Pues para ser concretos, y para 
dejarnos de especulaciones que serían ahora excesivas, invito a 
dirigir de nuevo los ojos hacia Jesús de Nazaret. Acabamos de 
subrayar la autonomía de su ser hombre: pero éste forma una sola 
realidad con su ser Dios. De ahí que lo que el Hijo sea en la 
intimidad de Dios se exprese y se trasluzca en la historia de Jesús.
J/H-AUT/NO-MARIONETA: Esta es la razón última por la que en él, 
en ese hombre, encontramos y conocemos a Dios de una manera 
nueva. Porque su humanidad no es una especie de uniforme que 
oculte su condición filial divina; ni es tampoco una marioneta que 
nada nos diga acerca del verdadero Dios que estaría oculto entre 
telones moviendo los hilos. Al contrario. Jesús, y por extensión todo 
hombre que sea fiel a su verdadera humanidad, es lo que surge 
cuando Dios quiere expresarse en nuestra historia 17.
J/ACOGIDA-TOTAL: Mirando pues hacia Jesús, no cabe duda de 
que él vive una actividad básica, que se caracteriza por acoger la 
vida como regalo y la historia como misión, y esto desde su 
intimidad con el Padre. Un acoger que le condujo a entregar toda su 
realidad humana, hasta convertirse en la Cruz en puro acogimiento, 
para hacer mayor espacio al amor.
Jesús acoge la vida como regalo. Su sensibilidad para descubrir la 
belleza, la inocencia de los niños, la sencillez de determinados usos 
sociales... a que antes hicimos referencia, se refiere a algo de esto. 
Jesús vive con el Padre todas estas realidades, y desde él ve 
confirmado ese mensaje de confianza en la realidad que, como 
esperanza básica, a todos nos sustenta a pesar de todos los 
pesares. Jesús lucha contra todas las situaciones de pobreza e 
injusticia, pero nunca echa mano del odio para combatirlas, porque 
sabe que la palabra definitiva y el horizonte que siempre hay que 
mantener es precisamente el del amor 18.
Jesús acoge la vida y se complace en ella con amor. Al mismo 
tiempo acoge también, deja penetrar hasta su interior, todas las 
realidades negativas contra las que él se rebela, y que, aun sin 
destruir su amor, le producen unas veces ira, otras amargura o 
inmensa tristeza. Desde la historia del Calvario, morir crucificado 
significa morir a manos de aquellos a quienes la víctima se niega a 
odiar, y por quienes ha entregado lo mejor de su existencia.
ACOGER/AMAR: A/ACOGER: Acoger es una manera de amar, que 
lleva la muerte en sus entrañas. Porque supone dar la vida, y en 
este sentido, dejar de vivir para que viva el otro (subrayo: para que 
viva el otro; no porque uno se complazca en el propio sufrimiento o 
en la autodestrucción). Jesús mantuvo su solidaridad hasta la 
muerte.
Morir significa dejar de ponerse en la existencia, abandonar toda 
postura de afirmación de sí y, desde luego, cualquier tipo de 
dominación sobre los demás... Si después de morir surge el Señor 
Resucitado, éste se constituirá como acogimiento de otra vida que 
el Padre le entrega, precisamente como confirmación de que la 
auténtica manera de realizarse como hombre es ir dando vida, 
entregándola en favor de los demás, y, en este sentido y no en otro 
cualquiera, ir muriendo.

3. El rostro solidario del Padre, revelado en Jesús
Al vivir así, Jesús no sólo manifiesta su propia condición filial, sino 
también el rostro del Padre entre los hombres. Se trata del mismo 
Dios que desde el Antiguo Testamento prefirió definirse por su 
solidaridad con los hombres.
D/DOS-DEFINICIONES D/ENC-ZARZA: Quizá podamos considerar 
la revelación de Dios como enmarcada por dos grandes 
definiciones: la de la zarza, «yo soy el que soy», y la de san Juan, 
«Dios es amor». Ambas suenan a definiciones metafísicas, 
abstractas, y no lo son. En el primer caso, Dios desciende a la 
zarza, el arbusto que simboliza la humillación y la realidad de una 
vida que se desliza entre espinas e injusticias. El «yo soy el que 
soy» significa para una mentalidad semita algo así como «yo soy el 
que estoy entre vosotros solidariamente». Es la definición de un 
Dios que ha bajado para hacerse presente y para liberar a su 
pueblo oprimido por la esclavitud
J/ENC-ZARZA: «Dios es amor» es la conclusión del discípulo que 
considera que Dios nos ha entregado a su propio Hijo, que también 
descendió a la zarza de la condición humana, sellada por el 
sufrimiento. Desde ahí, desde dentro y sufriéndola en su propia 
carne, combatió Jesús la injusticia. En esta perspectiva, el 
homooúsios significa que Jesús es el mismo Dios que ya en el 
Antiguo Testamento se inclinó hacia los hombres (contra la visión 
del Dios aklinés de Filón), y asumió su suerte 20.
En Jesús se revela el Padre, de cuya intimidad vive y cuya Fuerza 
transmite. Jesús se caracteriza por estar en la vida con una 
capacidad desconocida de amar. Amor que no rehuyó la 
confrontación. Jesús no se escondió ni cuando la posibilidad de que 
lo matasen se hizo patente. Como Fuerza, este amor alentó siempre 
la vida de Jesús. Lo empujó a morir como insurrecto contra un 
sistema donde imperaba el odio y la violencia, sin caer en la 
tentación de dejarse arrastrar hacía las mismas actitudes que él 
pretendía combatir 21.

4. Jesús transmite la misma Fuerza que impulsó su vida
J/ES-FUERZA: Esta es la Fuerza de amor que se transmite a los 
discípulos y a las comunidades que viven su experiencia pascual. 
Se le designa como «espíritu» de Jesús, y ya en el Nuevo 
Testamento comienza a configurarse como alguien que con el 
Padre y el Hijo participa de su misma condición divina.
J/TALANTE-RELACIONAL: En la vida humana de Jesús se 
manifiesta el talante relacional de su ser divino. Actúa como Hijo, y 
transmite amor. Acoge y entrega. Vive desde el Padre y hacia él. Se 
compromete por ello a transformar las relaciones insolidarias entre 
los hombres, mediante la Fuerza de ese amor que recibe del Padre. 
A través de su comportamiento filial y solidario se manifiesta como el 
Hijo 22 que la comunidad eclesial descubrirá como consustancial 
con el Padre, y como el que junto con él da origen al Espíritu de 
amor.
Confesar la divinidad de Jesús significa que en esa vida de 
hombre, por encima de cualquier otra, se manifiesta lo que es el 
hombre en plenitud: el que desde la fe en el Padre contempla la 
historia con ojos nuevos, y el que sabe amar con un amor también 
absolutamente nuevo. Una manera de amar que trabaja 
incansablemente para conducir a los hombres a la casa del Padre, 
a través de una praxis comprometida en la extensión del Reino.
Praxis comprometida y Reino de Dios que se aprende a través de 
la comprensión creyente -guiada por la lectura total del Nuevo 
Testamento- de la historia de Jesús de Nazaret, el Hijo del Padre, 
consustancial con él por su divinidad, y con nosotros por su 
humanidad.
....................
1. V. TAYLOR, The Person of Christ in New Testament teaching, New York 
(1966), pág. 160. W. TRILLING, Jésus devant I'histoire, Paris (1968), págs. 
111-129, especialmente páginas 128-129.
2. «Nosotros le oímos decir: "Yo destruiré este santuario hecho por hombres 
y en tres días levantaré otro no hecho por hombres"»: /Mc/14/58. «Este logion, 
esencialmente auténtico de Jesús», advierte que «el lugar de encuentro con 
Dios no es el templo sino el propio Jesús. Jesús reemplaza al templo como 
medio para la relación con Dios» (E. SIIILLEBEECKX, Jesús, la historia de un 
viviente, Madrid [1981] págs. 222-223). La purificación del templo suscita la 
pregunta por la exousía de Jesús para proceder así (Mc 11,18a.28). La 
respuesta queda en suspenso, y Marcos la encuentra en la revelación 
progresiva de la filiación de Jesús (cfr. E. SHILLEBEECX, O.C. pág. 221, y H. 
Urs von BALTHASAR, Ensayos teológicos II Sponsa Verbi, Madrid [1964], pág. 
133, a la luz de W. MARC H EL, Dieu Pére dans le Nouveau Testament, Paris 
[1966], págs. 39-53).
3. R. LAURENTIN, Jésus au temple, Paris (1966). Esta extensa monografía 
está dedicada a mostrar que debe optarse por traducir «en la casa de» en vez 
de «en las cosas de mi Padre». La historia de la infancia en el tercer evangelio 
contribuye a penetrar en la condición trascendente de Jesús, desde las 
peculiaridades de su género literario. Cfr. del mismo R. LAURENTIN, Structure 
et théologie de Luc I-II, Paris (1964).
4. E. SHILLEBEECKX, o:c:, págs. 187-193, especialmente páginas 189-190.
5. J. JEREMIAS, El mensaje central del Nuevo Testamento, Salamanca 
(1966), págs. 15-37. 
6. X. PIKAZA, Los orígenes de Jesús, Salamanca (1976), págs. 235-257, 
resume bien el problema. Ver sobre todo: F. B. CRADDOCK, La preexistencia 
de Cristo en el Ntievo Testamento, Bilbao (1972); y muy especialmente C. H. 
DODD, Interpretación del cuarto evange!io, Madrid (1978), págs. 254-265.
7. M. WILES, Del Evangelio al dogma. Evolución doctrinal de la Iglesia 
antigua, Madrid (1974), págs. 61-85. J. L. PRESTIGE, Dios en el pensamiento 
de los Padres, Salamanca (1977), págs. 101-177.
8. E. BOULARAND, L'hérésie d'Arius et la «foi» de Nicée, 2 vols., Paris (1972). 
J. ORTIZ DE URBINA, Nicea y Constantinopla, Vitoria (1969). 
9. M. WILES, o.c., págs. 87-102.
10. Sobre el significado y el sentido de este término en Nicea, J. L. PRFSTIGE, 
o.c., págs. 205-223,
11. «Quien admite que Jesús le dice la verdad últíma de su vida y confiesa que 
en Jesús y en su muerte Dios le ha dícho la última palabra, no las palabras 
penúltimas.... acepta a Jesús como Hijo de Dios, tal como lo confiesa la 
Iglesia»: K. RAHNER, Curso fundamental sobre la fe, Barcelona (1979), pág. 
270.
12. K. RAHNER, Escritos III, Madrid (1963), pág. 41.
13. Pocos autores han mostrado de manera tan penetrante como P. 
SCHOONENBERG, Un Dios de los hombres, Barcelona (1972), págs. 
106-119, la imbricación de la trascendencia de Jesús en su vida de hombre. 
Por lo dicho es obvio que no compartimos la postura de Schoonenberg acerca 
de la preexistencia de Jesús. 
14. W. MARCUS, Arrianismo, Sacramentum mundi I, Barcelona (1972), págs. 
420-424.
15. Cfr. obras citadas en notas 7 y 8.
16. La intuición de que en la vida y sobre todo en la muerte de Jesús, el Hijo se 
revela como Puro acogi- miento del Padre, en nadie la he encontrado tan 
penetrantemente captada como en G. LAFONT, Peut-on connaitre Dieu en 
Jésus- Christ?, Paris (1969), páginas 235-262. También se encuentra en J. 
MOLTMANN, Der gekreuzigte Gott, München (1972), páginas 184-267, 
17. Estas metáforas de Karl Rahner se encuentran a la base de la actual 
revalorización de la humanidad de Jesús. Ver, por ejemplo, Escritos IV, Madrid 
(1961), págs. 123-125 y páginas 154-155.
18. Quien desee desarrollar esta afirmación puede referirse a W. 
PANNENBERG, Teología y Reino de Dios, Salamanca (1974), págs. 49-54,
19. A. LACOCQUE, Le devenir de Dieu, Paris (1967), pá ginas 94-95,
20. W. MAAS, Unveränderlíchkeit Gottes als Horizont einer zukunftigen 
Christologie, München-Panderborn- Wien (1975), pág. 103.
21. L. BOFF, Paixao de Cristo, paixao do mondo. Os fatos as interpretaçoes e o 
significado ontem e hoje, Petropolis (1978), págs. 160-161.
22. Jon SOBRINO, Cristología desde América Latina, México (1977), páginas 
292 y 294: la relación filial de Jesús al Padre, definitorio de la personalidad del 
primero; la historia concreta de Jesús, versión histórica de la filiación eterna 
del Hijo; págs. 191 y ss.: la vida del hombre que se identifica con el oprimido 
es participación de la vida misma de Dios: nos incorpora por el Espíritu a la 
manera que tuvo el Hijo de estar en la vida.

JOSÉ RAMÓN GARCÍA-MURGA
LA CONFESIÓN DE FE EN LA DIVINIDAD DE JESUCRISTO
Cátedra de Teología Contemporánea
Colegio Mayor CHAMINADE. Madrid 1984. Págs. 7-30