Característica de la Encarnación según la fe cristiana

No es venida de Dios para estar con nosotros, sino venida para que 
nosotros estemos con él. Es punto de partida de una divinización, 
divinización que no se realiza por sí misma, sino en orden a que, 
hechos de alguna forma "divinos", seamos capaces de trabajar con 
Cristo eficazmente en la reconstrucción del mundo para gloria del 
Padre. No asistimos, pues, pasivamente a la Encarnación, sino 
que esta es un fenómeno trastornador para la historia del mundo y 
para nuestra propia historia; confrontación del plan de Dios con 
cada uno de nosotros; y cada uno tiene que jugar su propio papel. 

Para muchos todo esto resulta bastante irreal. Lo que hoy 
preocupa no es tanto el problema teológico de las dos naturalezas 
y de la única persona de Cristo como fue el caso del siglo IV, 
cuanto la utilidad de esta venida de Dios. 
La extrañeza ante esta metodología divina de la salvación me 
parece venir del hecho de que se considera a la Encarnación 
demasiado en sí misma, y no en continuidad con toda la historia de 
la salvación y como el principio de una actividad-cumbre que es la 
Nueva y Eterna Alianza.
Consideramos la natividad de Cristo, lo mismo que muchos 
acontecimientos bíblicos, demasiado como "historias" separadas, 
acontecimientos casi folklóricos y en todo caso misteriosos, y 
olvidamos su nexo con el pasado, con el presente y con el futuro. 
La Encarnación se aclara desde el momento en que la vemos en 
conexión con el misterio de Pascua y con la Alianza. 
Pero si la Encarnación, tal como el cristiano la concibe, reviste 
un carácter muy diferente del mito pagano, no es menos cierto que 
sigue siendo un acontecimiento de fe, lo cual no quiere decir que 
ésta no pueda y no tenga que ser esclarecida.
Por eso somos más conscientes de la necesidad de profundizar 
la realidad del fenómeno de la Encarnación rehuyendo toda 
representación demasiado humana, sin por ello poner en duda que 
Dios haya podido servirse de la sensibilidad humana, del arte, de 
la afectividad para atraer a los hombres de las diversas épocas del 
mundo a la vida del misterio. 
NV/ORIGEN: Hemos de subrayar, no obstante, según tendremos 
ocasión de hacerlo más tarde, que los orígenes de la fiesta de 
Navidad nos hacen remontarnos a una fiesta de gloria: la del 
triunfo del Sol sobre las invasoras nubes del invierno, y ello en el 
momento en que se quiere celebrar el nacimiento del Verbo según 
la carne. 
La celebración de la Encarnación fue, pues, en sus orígenes, 
celebración pascual del triunfo del Señor. Esto significa la fe 
profunda de la Iglesia en la Encarnación. Esta fe es tal, que 
algunos autores antiguos pudieron exagerar su importancia y se 
expresaron desafortunadamente. Por ejemplo, san Hipólito de 
Roma, en la "Tradición Apostólica", escrita a principios del siglo III, 
y en la oración eucarística que propone a los obispos 
recientemente consagrados, se expresa de una manera extraña 
pero significativa: el Verbo tomó carne y "se mostró Hijo". Esta 
forma de expresarse podría parecer no conforme a nuestra fe, 
porque el Hijo es eterno. Pero para Hipólito, el nacimiento del 
Verbo según la carne tiene una importancia tal, que permite al Hijo 
afirmarse verdaderamente Hijo, porque la cualidad del Hijo es 
cumplir la voluntad del Padre. Hay que recordar que san Hipólito 
conocía perfectamente los escritos de san Ireneo de Lyon, que era 
discípulo de Papías, el cual había conocido a san Juan. Pero su 
forma de ver y de expresarse demuestra cómo la Iglesia primitiva 
ligaba profundamente el nacimiento de Cristo a su misterio 
pascual. 
J/MU/SIGNO: Podría también pensarse que la Encarnación y la 
muerte no están faltas de semejanza con los mitos paganos. Pero 
se olvidarían así determinados elementos absolutamente 
exclusivos de la fe cristiana. Aunque la Encarnación está al 
principio del sacrificio de Cristo y de su muerte, sería un error 
entender la muerte de Cristo considerándola en sí misma y por sí 
misma. En efecto, la Escritura insiste muchas veces en la inutilidad 
de los sacrificios, subrayando, por el contrario, la importancia del 
don y de la ofrenda espiritual. Y eso es precisamente lo que 
constituirá la total cualidad de la muerte de Cristo: que es signo de 
la interior donación a la voluntad del Padre; es un sacrificio 
espiritual, significado mediante la muerte física; sacrificio espiritual 
que obtiene todo su valor del hecho de ser el sacrificio de 
Dios-Hombre cuya muerte es signo y cumple una ofrenda digna del 
Padre. La muerte de Cristo tiene, pues, valor de signo; de no tener 
más que la muerte en sí misma, no podríamos ser salvados por 
ella, ya que Dios no necesita sacrificios humanos, como no los 
necesita de animales. Sin embargo, esa muerte es necesaria sobre 
todo por ser signo del asentimiento del Hombre-Dios a la voluntad 
del Padre, gesto de amor a su gloria. 
Y por otro lado, de no existir esta muerte, tampoco seríamos 
salvados, ya que no tendríamos la posibilidad de constatar y de 
tocar la realidad de esa ofrenda espiritual de Cristo bajo el signo 
de su muerte, ni podríamos estar unidos en ese signo, a su vez 
significado sacramentalmente ahora en la Cena siempre repetida 
que es la Misa. La Encarnación toca aquí cimas jamás 
sospechadas por mito alguno.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 2
NAVIDAD Y EPIFANIA
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág.12 ss