La
dominación masculina, |
Una libido institucional - notas
La preocupación por la verdad, sobre todo en asuntos que, como las relaciones entre los sexos, son particularmente vulnerables a la transfiguración mistificadora, obliga a decir cosas que a menudo están calladas y que tienen muchas posibilidades de ser mal entendidas, sobre todo cuando parecen reconocer o recortar el discurso dominante. La revelación, si está dedicada a aparecer a quienes toman partido por los intereses dominantes como una denuncia parcial e interesada, tiene más posibilidades de ser recusada por otros, que se dicen críticos, como ratificación del orden establecido en cuanto que el modo más normal de describir o registrar se inspira a menudo en la intención (subjetiva u objetiva) de justificar y que el discurso conservador avanza a menudo sus órdenes normativas bajo las apariencias del acta de comprobación.(79) El conocimiento científico de una realidad política tiene, necesariamente, efectos políticos que pueden ser de sentido contrario: la ciencia de una forma de dominio, en este caso el dominio masculino, puede tener por efecto reforzarlo -en la medida en que los dominantes pueden utilizarla para "racionalizar" los mecanismos propios para perpetuarla-, o puede tener el resultado de impedirlo, un poco a la manera de la divulgación de un secreto de Estado, favoreciendo la toma de conciencia y la movilización de las víctimas. Al igual que para abrir a la escuela una posibilidad real de ser una "escuela liberadora", como se decía antaño, y no para conservar las cosas como están, era preciso revelar que la escuela era conservadora, es necesario hoy en día correr el riesgo de que parezca que se justifica el estado actual de la condición femenina mostrando en qué y cómo las mujeres, tal como son, es decir, tal como el mundo social las ha hecho, pueden contribuir a su propia dominación.
Se conocen los peligros a los cuales se halla inexorablemente expuesto todo proyecto científico que se define con relación a un objeto preconstruido, en especial cuando se trata de un grupo dominado, es decir, de una "causa" que, como tal, parece hacer las veces de justificación epistemológica y eximir del trabajo propiamente científico de construcción del objeto, y los estudios de la mujer, los estudios de las minorías, los estudios sobre homosexualidad que en la actualidad vienen a sustituir a nuestros estudios populistas de las "clases populares", están sin duda menos protegidos contra la ingenuidad de los "buenos sentimientos", que no necesariamente excluye el interés bien entendido por los beneficios asociados a las "buenas causas", que no tienen porqué justificar su existencia y que además confieren a quienes se apoderan de ellas un monopolio de hecho (a menudo reivindicado por la ley), pero llevándolos a encerrarse en una suerte de ghetto científico. Transformar, sin otra forma de proceso, en problema sociológico el problema social planteado por un grupo dominado equivale a condenarse a dejar escapar lo que constituye la realidad misma del objeto, sustituyendo una relación social de dominio por una entidad sustancial, una esencia, pensada en sí misma y para ella misma, como lo puede ser (y de hecho ya se hace por medio de los men's studies) la entidad complementaria. Es también, simple y sencillamente, condenarse a un aislacionismo que sólo puede tener efectos por entero funestos, cuando conduce por ejemplo a ciertas producciones "militantes" a acreditar a las fundadoras del movimiento feminista "descubrimientos" que forman parte de los conocimientos más antiguos y de los que con mayor antigüedad han admitido las ciencias sociales, como el hecho de que las diferencias sexuales son diferencias sociales naturalizadas. Si no se trata de excluir de la ciencia, en nombre de no sé qué Wertfreiheit utópico, la motivación individual y colectiva que suscita la existencia de una movilización política e intelectual (y cuya ausencia basta para explicar la pobreza relativa de los men's studies), queda que el mejor de los movimientos políticos está destinado a hacer mala ciencia y, al final, mala política, si no logra convertir sus pulsiones subversivas en inspiración crítica, y ante todo de sí mismo. Esta acción de revelación cuenta con tantas más posibilidades de ser eficaz, simbólica y prácticamente, cuanto se desempeñe a propósito de una forma de dominio que descansa casi exclusivamente en la violencia simbólica, es decir, en el desconocimiento, y como tal, puede ser más vulnerable que otras a los efectos de la destrivialización realizada por un socioanálisis liberador. Sin embargo, debe hacerse dentro de ciertos límites porque esas cosas son asunto no de conciencia sino de cuerpo, y los cuerpos no siempre comprenden el lenguaje de la conciencia, y también porque no es fácil romper la cadena continua de aprendizajes inconscientes que se logran cuerpo a cuerpo, y con circunloquios, en la relación a menudo oscura en sí misma entre las generaciones sucesivas.
Sólo una acción colectiva que busque organizar una lucha simbólica capaz de cuestionar prácticamente todos lo presupuestos tácitos de la visión falonarcisista del mundo puede determinar la ruptura del pacto casi inmediato entre las estructuras incorporadas y las estructuras objetivadas que constituye la condición de una verdadera conversión colectiva de las estructuras mentales, no sólo entre los miembros del sexo dominado sino también entre los miembros del sexo dominante, que no pueden contribuir a la liberación más que librando la trampa del privilegio.
La grandeza y la miseria del hombre, en el sentido de vir, estriba en que su libido se halla socialmente construida como libido dominandi, deseo de dominar a los otros hombres y, secundariamente, a título de instrumento de lucha simbólica, a las mujeres. Si la violencia simbólica gobierna al mundo, es que los juegos sociales, desde las luchas de honor de los campesinos kabilas hasta las rivalidades científicas, filosóficas y artísticas de las señoras Ramsay de todo tiempo y lugar, pasando por los juegos de guerra que son el límite ejemplar del resto de los juegos, están hechos de tal modo que (el hombre) no puede entrar en ellos sin verse afectado por ese deseo de jugar que es asimismo el deseo de triunfar o, por lo menos, de estar a la altura de la idea y del ideal del jugador atraído por el juego. Esta libido institucional, que reviste también la forma del superyo, puede conducir también, y a menudo en el mismo movimiento, a las violencias extremas del egotismo viril así como a los sacrificios últimos de la abnegación y del desinterés: el pro patria mori nunca es sino el límite de todas las maneras, más o menos nobles y reconocidas, de morir o vivir por causas o fines universalmente reconocidos como nobles, es decir, universales.
No se ha visto que, por el hecho de estar excluidas de los grandes juegos masculinos y de la libido social que se genera, las mujeres suelan inclinarse por una visión de dichos juegos que no esté tan alejada de la indiferencia que predica la cordura: pero esta visión distante que les hace percibir, así sea vagamente, el carácter ilusorio de la ilusión y sus apuestas, no tiene muchas posibilidades de estar en posición de afirmarse en contra de la adhesión que se impone a ellas, al menos en favor de la identificación con las causas masculinas, y la guerra contra la guerra que les propone la Lisístrata de Aristófanes, en la cual rompen el pacto ordinario entre la libido dominandi (o dominantis) y la libido sin más, es un programa tan utópico que está condenado a servir de tema de comedia.
No podría, sin embargo, sobreestimarse la importancia de una revolución simbólica que busca trastocar, tanto en los espíritus como en la realidad, los principios fundamentales de la visión masculina del mundo: hasta tal punto es cierto que la dominación masculina constituye el paradigma (y a menudo el modelo y la apuesta) de toda dominación, que la ultramasculinidad va casi siempre de la mano con el autoritarismo político, mientras que el resentimiento social más cargado de violencia política se nutre de fantasmas inseparablemente sexuales y sociales (como lo testimonian, por ejemplo, las connotaciones sexuales del odio racista o la frecuencia de la denuncia de la "pornocracia" entre los partidarios de revoluciones autoritarias). No debe esperarse de un simple socioanálisis, aun colectivo, y de una toma de conciencia generalizada, una conversión duradera de las disposiciones mentales y una transformación real de las estructuras sociales mientras las mujeres continúen ocupando, en la producción y la reproducción del capital simbólico, la posición disminuida que es el verdadero fundamento de la inferioridad del estatuto que le imparten el sistema simbólico y, a través de él, toda la organización social. Todo lleva a pensar que la liberación de la mujer tiene por condición previa una verdadera maestría colectiva de los mecanismos sociales de dominación, que impiden concebir la cultura, es decir, el ascenso y dominación en y por los cuales se instituye la humanidad, salvo como una relación social de distinción afirmada contra una naturaleza que no es otra cosa que el destino naturalizado de los grupos dominados, mujeres, pobres, colonizados, etnias estigmatizadas, etc. Queda claro que, sin estar aún todas y siempre completamente identificadas con la naturaleza, contraste en relación a la cual se organizan todos los juegos culturales, las mujeres entran en la dialéctica de la presunción y la distinción en calidad de objetos más que de sujetos.
NOTAS
1.
Lacan, J. Ecrits, Seuil, París, 1966, p.692.
2.
El vínculo entre el falo y el logos se encuentra condensado (según una lógica
que es la del sueño) en un juego de palabras característico de la lógica
del mito docto. La célebre descripción de la oposición entre el norte y
el mediodía, donde se ha visto la primera expresión del determinismo
geográfico, parece un ejemplo paradigmático de mito docto destinado a
producir ese "efecto ciencia" que he denominado efecto
Montesquieu (cfr. Bourdieu, P. "Le nord et le midi: contribution á
une analyse de l'effet Montesquieu", Actes de la recherche en
sciences sociales, núm.35, 1980, pp.21-25). Está asimismo en el juego de
palabras (y en particular a través del doble sentido cargado de
sobreentendidos) en el que los fantasmas sociales del filósofo
encontraban la ocasión de manifestarse sin tener que aceptar su culpa
(cfr. Bourdieu, P. L'ontologie politique de Martin Heidegger, Minuit, París,
1988).
3.
Speziale-Bagliacca, R. Sulle spalle di Freud, psicoanalysis e ideologia
fallica, Astrolabio, Roma, 1982, pp.43 y ss.
4.
Freud, S. "Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica
entre los sexos", en La vie sexuelle, PUF, París, 1977, pp.126 y
131.
5.
Llama la atención que el discurso feminista suela caer en el esencialismo
que reprocha, con razón, al "conocimiento masculino" (cfr. Féral,
J. Towards a theory of displacement, en Sub-stance, núm.32, 1981,
pp.52-64): no se terminará de recontar los enunciados (de la forma: la
mujer es plural, indefinida) que están dominados por la lógica profunda
de la mitología de la que toman la contrapartida (cfr. Irigaray, L.
Speculum, De l'autre femme, Minuit, París, 1977; Kristeva, J. "La
femme, ce n'est jamais ça", en Tel Quel, núm.59, otoño, 1974,
pp.19-25).
6.
La antropología comparada, a la cual se puede recurrir, corre el riesgo
de perder la lógica del sistema de las oposiciones pertinentes que no se
logra y no se entrega por completo más que en los límites históricos de
una tradición cultural (cfr. Héritier-Augé, F. "Le sang du
guerrier et le sang des femmes. Notes anthropologiques sur le rapport des
sexes", Cahiers du Grif, Tierce, París, invierno 1984-85, p.7-21).
En cambio, permite aparecer lo arbitrario de las oposiciones homólogas en
el interior de las cuales la oposición entre lo masculino y lo femenino
se halla sumergida (y naturalizada por el efecto de la coherencia sistémica).
Así, entre los inuit, la luna es un hombre y el sol es su hermana, las
cualidades que la tradición mediterránea atribuye a la mujer (como el frío,
lo crudo) y la naturaleza se asignan al hombre, mientras que el calor, lo
cocido y la cultura se asocian a la mujer, lo que no impide a los inuit
relegar a la mujer al universo doméstico y minimizar al máximo su papel
en la procreación (cfr. Saladin d'Anglure, citado por Héritier-Augé, op
cit.).
7.
Sobre el cuerpo y la práctica ritual como conservatorios (y no
"memoria") para transmitir y conservar el pasado véase:
Bourdieu, P. Le sens pratique, Minuit, París, 1980, sobre todo la primera
parte, capítulo 4.
8.
Cfr. Peristiany, J. (ed.) Honour and shame: the values of mediterranean
society, Chicago University Press, 1974; Pitt-Rivers, J. Mediterranean
countrymen. Essays in the social anthropology of the Mediterranean, Mouton,
París-La Haya, 1963.
9
Cfr. Gennep, Van. Manuel de folklore français contemporain, Picard, París,
3 vols., 1937-1958.
10.
Du Bois, P. Sowing the body, psychoanalysis and ancient representations of
women, Chicago University Press, 1988. Svenbro, J. Phrasikleia:
anthropologie de la lecture en Gréce ancienne, La Decouverte, París,
1988.
11.
En la cual, por ejemplo, Michel Foucault se encierra cuando, en el segundo
volumen de su Historia de la sexualidad, opta por iniciar con Platón su
indagación acerca de la sexualidad y el sujeto, ignorando autores como
Homero, Hesíodo, Esquilo, Sófocles, Herodoto o Aristófanes, por no
mencionar los filósofos presocráticos, entre quienes aflora con mayor
claridad el viejo sustrato mediterráneo.
12.
Bourdieu, P. "Lecture, lecteurs, lettrés, littérature", en
Choses dites, Minuit, París, 1987, pp.132-143.
13.
Como el tratado de cirugía que analiza Marie-Christine Pouchelle en Corps
et chirurgie á l'apogée du Moyen-Age, Flammarion, París, 1983.
14.
No sería oportuno hablar aquí de ideología. Si las prácticas rituales
y los discursos míticos cumplen incuestionablemente una función
legitimadora, jamás encuentran su principio, contrariamente a las
afirmaciones de ciertos antropólogos empeñados en legitimar el orden
social. Es notable que la tradición kabila, no obstante organizada según
la división jerárquica entre los sexos, no propone mitos justificatorios
de esta diferencia (salvo tal vez el mito del nacimiento de la cebada,
cfr. Bourdieu, Le sens pratique, op cit., p.128, y el mito que trata de
racionalizar la posición "normal" del hombre y de la mujer en
el acto sexual). La concepción que imputa los efectos de legitimación a
acciones intencionalmente orientadas a la justificación del orden
establecido no vale ni para las sociedades diferenciadas, en las cuales
las acciones de legitimación más eficientes son dejadas a instituciones
como el sistema escolar y a mecanismos que aseguran la transmisión
hereditaria del capital cultural. En Kabilia todo el orden social funciona
como una inmensa máquina simbólica fundada en la dominación masculina.
15.
Sobre la estructuración del espacio interior de la casa ver: Bourdieu, P.
Le sens pratique, op cit., pp.441-461, y sobre la organización de la
jornada, pp.415-421.
16.
Aunque no todas las sociedades han sido estudiadas, y las que lo han sido
no necesariamente han buscado aclarar la naturaleza de la relación entre
los sexos, no es descabellado pensar que, con toda probabilidad, la
supremacía masculina es universal (cfr. Héritier-Augé, op cit.).
17.
Es lo que dice la lengua cuando, por hombre, entiende no sólo al ser
humano varón sino al ser humano en general, y emplea el género masculino
para hablar de la humanidad. La fuerza de la evidencia dóxica se observa
en que esta monopolización gramatical de lo universal, hoy en día
reconocida, no aparece en su verdad sino después de la crítica femenina.
18.
Para un cuadro detallado de la distribución de las actividades entre los
sexos, véase: Bourdieu, P. Le sens pratique, op cit., p.358.
19.
Las pláticas y las observaciones realizadas en el marco de nuestras
investigaciones sobre el mercado de la casa permiten verificar que, todavía
en la actualidad y cerca de nosotros, la lógica de la división de las
tareas, nobles o triviales, entre los sexos, conducía a menudo a un
reparto de los papeles que deja a la mujer el cuidado de hacer las compras
ingratas, como preguntar los precios, verificar las facturas, pedir las
rebajas, etc. (cfr. Bourdieu, P. "Un contrat sous contrainte",
en Actes de la recherche en sciences sociales, núm.81-82, marzo de 1990,
pp.34-51).
20.
La "intuición femenina" es un caso particular de la lucidez
especial de los dominados que ven más de lo que son vistos. Cfr. Van
Stolk, A. y C. Wouters. "Power changes and self-respect: a comparison
of two cases of established-outsiders relations", en Theory, culture
and society, núm.4, 1987, pp.477-488. Los mismos autores sugieren que los
homosexuales, habiendo sido criados como heterosexuales, han interiorizado
el punto de vista dominante, por lo que pueden adoptar ese punto de vista
sobre ellos mismos (lo que los condena a una discordancia cognitiva y
valuativa que podría explicar su lucidez especial), y pueden comprender
mejor el punto de vista de los dominantes de lo que éstos alcanzan a
entender el suyo.
21.
Se puede preguntar si, como sugiere la definición de los diccionarios, la
virtud no es identificada con la "castidad" o la "fidelidad
sentimental o conyugal". Como siempre, la relación entre dominantes
y dominados no es simétrica: se concede tanto más a los hombres la
potencia sexual y su ejercicio legítimo cuanto que son más poderosos
socialmente (salvo, tal vez, como lo han mostrado algunos escándalos
recientes, en Estados Unidos), mientras que la virtud de las mujeres es
tanto más controlada, de hecho y de derecho, en la mayoría de las
sociedades, cuanto más ocupen un rango social más elevado.
22.
Sobre esta relación y las condiciones de su funcionamiento véase:
Bourdieu, P. Le sens pratique, op cit., pp.266-268.
23.
Ya desarrollé ese punto en Esquisse d'une théorie de la pratique, Droz,
Ginebra, pp.195-196, y en Le sens pratique, pp.115-116.
24.
Entre ellos las etnias estigmatizadas por el hecho de su origen étnico o
religioso, marcado o no por algún rasgo físico -por ejemplo, el color de
la piel-, representan el caso límite.
25.
Es el tipo de elección que toman, de manera más o menos consciente,
quienes, preocupados por la rehabilitación, quieren a toda costa hablar
de "cultura popular".
26.
Sobre la institución de una nobleza escolar a través de la fractura
instaurada por el concurso y el trabajo de imposición y de inculcación
realizado por la institución escolar, véase: Bourdieu, P. La noblesse
d'Etat, Minuit, París, 1989.
27.
Sobre las razones que me han llevado a sustituir la noción de rito de
institución (palabra que debe entenderse en el sentido a la vez de lo que
está instituido -la institución del matrimonio- y del acto de instituir,
la institución del heredero) a la noción de rito de paso, que debe su éxito
inmediato al hecho de que no es una premonición de sentido común
convertida en concepto de conducta cuerda. Véase: Bourdieu, P. "Les
rites d'institution", en Ce que parler veut dire, Fayard, París,
1982, pp.121-134.
28.
La tradición europea, que permanece viva en el inconsciente masculino
europeo contemporáneo, asocia el valor físico o moral con la virilidad
y, al igual que la tradición bereber, establece explícitamente un vínculo
entre el volumen de la nariz (nif), símbolo del pundonor, y el supuesto
tamaño del falo.
29.
El lazo morfológico, a primera vista sorprendente, entre abbuch, el pene,
y thabbucht, el seno, puede explicarse por el hecho de que representan dos
manifestaciones de la plenitud vital, de lo vivo que da vida, a través
del esperma y la leche. (Igual relación entre thamellalts, el huevo, símbolo
por excelencia de la fecundidad femenina, e imellalen, los testículos).
30.
Cfr. Bourdieu, P. Le sens pratique, op cit., pp.412-415.
31.
Cfr. Bourdieu, P. Ibidem, pp.452-453 (sobre los esquemas lleno/vacío y
sobre el llenado) y también p.397 (sobre la serpiente).
32.
Se observa que no se puede comprender la percepción ordinaria en su
verdad salvo a condición de exceder la alternativa del constructivismo
idealista y del objetivismo realista.
33.
Cfr. Bourdieu, P. Le sens pratique, op cit., pp.426 y ss.
34.
Estas palabras están empapadas de tabú, así como los términos anodinos
en apariencia como duzan, los asuntos, los utensilios; laqul, la vajilla;
lah'wal, los ingredientes, o azaakuk, la cola, que les sirven con
frecuencia de sustitutos eufemísticos.
35.
Sartre, J.P. L'etre et le néant, Gallimard, París, 1943, p.706.
36.
Ibidem, pp.699-701; subrayados del autor.
37.
Ibid., p.701.
38.
Ibid., p.702.
39.
Pouchelle, M. Corps et chirurgie á l'apogée du Moyen-Age, Flammarion,
París, 1983. Como Marie-Christine Pouchelle, que muestra que el hombre y
la mujer son dos variantes, superior e inferior, de la misma fisiología,
Thomas Laqueur estableció que hasta el Renacimiento no se dispone de términos
anatómicos para describir en detalle al sexo de la mujer, que se le
representa como compuesto de los mismos órganos que el del hombre, pero
organizados de otra forma (cfr. Laqueur, Th. "Orgasm, generation and
the politics of reproductive biology", en C. Gallagherand y Th.
Laqueur (eds.), The making of the modern body: sexuality and society in
the nineteenth century, University of California Press, Berkeley, 1987).
40.
Yvonne Knibiehler muestra cómo, al prolongar el discurso de los
moralistas como Roussel, los anatomistas de principios del siglo XIX,
sobre todo Virey, tratan de encontrar en el cuerpo de la mujer la
justificación del estatuto social que le asignan en nombre de las
oposiciones tradicionales entre el interior y el exterior, la sensibilidad
y la razón, la pasividad y la actividad (cfr. Knibiehler, Y. "Les médecins
et la nature femenine au temps du Code Civil", en Annales, núm. 31,
1976, pp.824-845).
41.
Laqueur, Th. W. "Amor Veneris, Vel Dulcedo Appeletur", en M.
Feher con R. Naddaf y N. Tazi (eds.), Zone, Parte III, Zone, Nueva York,
1989.
42.
Según Charles Malamoud, el sánscrito emplea para calificarla la palabra
Viparita, que es utilizada también para designar el mundo al revés, en
sentido de arriba a abajo.
43.
Ese mito fue recopilado en 1988 por Tassadit Yacine (le agradezco que me
lo haya querido comunicar).
44.
El simple uso de la palabra sexualidad puede fomentar una lectura etnocéntrica.
En ese mundo que se podría decir enteramente sexualizado, nada es
propiamente hablando sexual en el sentido moderno, y secularizado, del término:
además de otras razones por las que las realidades sexuales no están
constituidas en estado separado, en ellas mismas (como, por ejemplo, en la
intención erótica), y están entrelazadas en el sistema de las
oposiciones que organizan todo el cosmos.
45.
Como lo muestra bien Yvette Delsaut en un texto inédito, es mediante un
trabajo muy semejante de formación o, mejor aún, de reforma del cuerpo y
de los usos del cuerpo, las elecciones estéticas, vestimentas y cosméticas,
que la institución escolar trataba de imponer ambiciones, pero encerrándolas
en sus propios límites, a las hijas de las clases "modestas"
que destinaba a la profesión de institutriz (cfr. Delsaut, Y. "Carnets
de socioanalyse, 2: Une photo de classe", en Actes de la recherche en
siciences sociales, núm.75, noviembre de 1988, pp.83-96).
46.
Sobre la palabra qabel, él mismo vinculado a las orientaciones más
fundamentales de toda la visión del mundo, véase: Bourdieu, P. Le sens
pratique, op cit., p.151.
47.
Toda la ética (por no hablar de la estética) participa del conjunto de
los adjetivos fundamentales (elevado/bajo, derecho/torcido, rígido/flexible)
de los cuales una buena parte designa asimismo posiciones o disposiciones
del cuerpo, o de tal o cual de sus partes.
48.
Como se ha podido apreciar en el mito original, donde descubría con
estupor el sexo de la mujer y el placer (sin reciprocidad) que se le
revelaban, el hombre se sitúa, en el sistema de las oposiciones que lo
unen a la mujer, del lado de la buena fe y de la ingenuidad (niya), antítesis
perfectas de la astucia diabólica (that'raymith).
49.
Primero, al menos en el caso de las sociedades norteafricanas, sobre el
plano físico, como lo certifica el testimonio, recogido en 1962, de un
farmacéutico de Argel, es muy frecuente y común entre los hombres
recurrir a los afrodisíacos, por otra parte presentes en la farmacopea
tradicional. La virilidad es la prueba de una forma más o menos
disfrazada de juicio colectivo, con ocasión de los ritos de desfloración
de la recién casada, pero también a través de las conversaciones
femeninas que, como lo prueban los. registros que llevé a cabo, en los años
sesenta, ocupan un lugar destacado en las cosas sexuales y en las proezas
o fallas de la virilidad. En las sociedades diferenciadas, donde la fuerza
de la diferenciación social tiende a disminuir cuando se asciende en la
jerarquía social (o, al menos, hacia las regiones del campo del poder),
el peso de la carga viril se ejerce particularmente sobre los dominados
que enfrentan cada vez más a menudo exigencias imposibles.
50.
Toda la moral del honor no es más que el desarrollo de esta fórmula
fundamental de la illusio viril.
51.
Virginia Woolf tenía conciencia de la paradoja, que no sorprenderá a
quienes tienen de la literatura, y de sus propias vías de verdad, una
visión simplista: "Prefiero, siempre que la verdad sea importante,
escribir ficción" (Woolf, V. The pargiters, Harcourt Brace
Jovanovich, Nueva York, 1977, p.9). Más aún: "Es probable que la
ficción aquí contenga más verdad que hechos" (Woolf, V. A room of
one's own, Leonard y Virginia Woolf, Londres, 1935, p.7).
52.
Woolf, V. To the lighthouse. En México se puede conseguir una traducción
de esta obra: Al faro, Antonio Marichalar (trad.), Hermes/Sudamericana, México,
1987 (n. 53. La palabra paterna se sitúa espontáneamente en la lógica
de la predicción conjuradora o profiláctica, que anuncia el futuro
temido para exorcizarlo, y también como una amenaza ("terminarás
mal", "nos deshonrarás a todos", "no lograrás jamás
tu bachillerato") y cuya confirmación mediante los hechos ofrece la
ocasión de un triunfo retrospectivo ("te lo dije"), compensación
encantada del sufrimiento causado por la decepción de no haber sido
sacado del error ("esperaba que me hicieras mentir"). 54. Y
también, si se quiere, la respuesta de la señora Ramsay, que opone al
veredicto paterno un cuestionamiento de la necesidad o una afirmación de
la contingencia fundadas en un puro acto de fe: "Pero tal vez haga
buen tiempo, creo que lo hará". 55. "Si James hubiera tenido a
su alcance una hacha, un atizador o cualquier otro instrumento susceptible
de clavarse en el pecho de su padre y de matarlo ahí mismo, de un golpe,
lo habría hecho. Tales, así de extremas, eran las emociones que el señor
Ramsay hacía nacer en el corazón de sus hijos con su sola presencia
cuando estaba ante ellos, presente a su manera, delgado como un junco,
estrecho como una hoja de cuchillo, con la sonrisa sarcástica que
provocaba en él no sólo el placer de desilusionar a su hijo y
ridiculizar a su mujer, no obstante superior a él en todos los aspectos
(a ojos de James), sino además de la secreta vanidad sacada de la
rectitud de su propio juicio".
56.
To the lighthouse, pp.10-11; cursivas del autor.
57.
Ibidem, pp.45-46; cursivas del autor.
58.
" sin replicar, y adoptando la actitud de una persona aturdida y
cegada, ella inclinó la cabeza No había nada que decir".
59.
Esto se aprecia en la participación que las mujeres jóvenes de las
clases populares prestan a las pasiones deportivas de "su"
hombre, y que, por su carácter decisorio y afectivo, no puede aparecer a
los hombres más que como frívola, hasta absurda, por la misma razón,
por otra parte, que la actitud opuesta, más frecuente en el matrimonio,
es decir, la hostilidad celosa en cuanto a una pasión por cosas a las
cuales no tienen acceso.
60.
La función protectora de la señora Ramsay es evocada en varias
ocasiones, sobre todo a través de la metáfora de la gallina que aletea
para proteger a sus polluelos: "tomaba bajo su protección la
totalidad del sexo que no era el suyo y eso por razones que no alcanzaba a
explicar".
61.
Al evocar explícitamente el veredicto a propósito del paseo al faro y al
pedir perdón a la señora Ramsay por la brutalidad con la cual la ha
asestado (él le hace cosquillas "no sin cierta timidez, en las
piernas desnudas de su hijo"; propone "muy humildemente" ir
a pedir consejo a los guardias costeros), el señor Ramsay traiciona que
esta negativa rotunda tiene que ver con la escena ridícula y con el juego
de la illusio y de la desilusión. 62. Se descubre más tarde que ella
conocía perfectamente el punto sensible en que su marido podía en
cualquier momento ser conmovido: "Ah, ¿pero cuánto crees que durará?
preguntó alguien. Es como si ella tuviera antenas que se proyectaban
hacia afuera temblando y que, al interceptar ciertas frases, llamara la
atención sobre éstas. Esta era una de ellas. Sintió el peligro
proveniente de su marido. Una pregunta de ese tipo llevaría, estaba casi
segura, a alguna afirmación que le haría pensar en lo que su propia
carrera había tenido de fallido. ¿Cuánto tiempo continuaría leyendo?
se preguntaría al instante".
63.
Ibid., p.126.
64.
Woolf, V. Tres guineas.
65.
Ibidem.
66.
" su madre mirándolo guiar diestramente las tijeras en torno al
refrigerador, lo imaginaba sentado en un sillón de juez, todo de rojo y
armiño, o en vías de dirigir alguna empresa seria en un momento crítico
del gobierno de su país".
67.
Kant, E. Antropología desde el punto de vista pragmático. En la
continuación del texto, Kant, por una de esas "degradaciones
encadenadas" que traicionan las asociaciones del inconsciente, pasa
de las mujeres a las "masas", de la renuncia que está inscrita
en la necesidad de delegar a la "docilidad" que conduce a los
pueblos a dimitir en beneficio de "padres de la patria". 68.
Esto contra la tendencia a encerrar todos los intercambios sexuales del
universo burocrático, sobre todo entre patrones y secretarias, en la
alternativa del "acoso sexual" (sin duda aún subestimado por
las denuncias más "radicales") y del uso cínico e instrumental
del encanto femenino como instrumento de poder. El efecto mismo del
encanto que es inherente al poder consiste en impedir discernir, en una
relación afectiva (o sexual) entre personas de rango estatutario
diferente, la parte del constreñimiento y la parte de la seducción. Cfr.
Pringle, R. Secretaries talk, sexuality, power and work, Allen and Unwin,
Londres/Nueva York, 1988, en especial las pp.84-103.
69.
"Luego decía: `Dios mío'. Añadía: `Mañana seguramente llueve'.
Decía: `No lloverá'. Y he aquí que una perspectiva divina de seguridad
se abría instantáneamente ante ella. No había nadie a quien
reverenciara tanto" (To the lighthouse).
70.
"Las mujeres por siglos sirvieron a los hombres de espejos, poseían
el poder mágico y delicioso de reflejar una imagen del hombre dos veces más
grande que la naturaleza" (Woolf, V. A room of one' own, op cit.).
71.
En la medida en que ella se inspira en la intención de romper con las
impresiones superficiales "torciendo la batuta en el otro
sentido", esta evocación de la visión femenina del papel bueno
corresponde a un estado de la división del trabajo entre los sexos que,
en numerosos puntos, está superado, en especial con la abolición de la
segregación sexual en la escuela y en muchos otros lugares públicos y
con el acceso de una parte cada vez más importante de la población
femenina a la enseñanza superior y a la vida profesional (a veces en
posiciones tradicionalmente consideradas masculinas), tanto como de
cambios que implican el deterioro del modelo tradicional de la mujer en el
hogar y en la vida doméstica, sin hablar del efecto, indiscutible aunque
diferenciado socialmente, de las luchas feministas que se constituyen como
políticas, es decir, como posibilidad de cuestionar y transformar, las
diferencias naturalizadas del orden antiguo. Queda que, en la situación
de transición, el estado arcaico que ha sido evocado aquí sobrevive
todavía mucho tiempo en las prácticas y en las disposiciones
inconscientes.
72.
Cfr. Thomas, J. "Women and capitalism: oppression or emancipation? A
review article", en Comparative studies in society and history, núm.30,
1988, pp.534-549.
73.
Cfr. Bourdieu P. y M. de Saint Martin. "Le patronat", en Actes
de la recherche en sciences sociales, núm.20-21, 1978, pp.3-82.
74.
La tesis de Mary O'Brien según la cual la dominación masculina es
producto del esfuerzo de los hombres para superar su alienación de los
medios de reproducción de la especie y para restablecer la primacía de
la paternidad disimulando el trabajo real de las mujeres en el parto,
omite señalar ese trabajo "ideológico" en sus bases, es decir,
en las constricciones del mercado de los bienes simbólicos y en la
necesaria subordinación de la reproducción biológica a las necesidades
de la reproducción del capital simbólico. Cfr. O'Brien, M. The politics
of reproduction, Routledge and Kegan Paul, Londres, 1981.
75.
Scott, J. W. "L'ouvriére, mot impie, sordide", Le discours de
l'économie politique française sur les ouvriéres (1840-1860), en Actes
de la recherche en sciences sociales, núm.83, junio de 1990, pp.2-15 (en
especial p.12).
76.
Cfr. Bourdieu, P. La distinction, Critique sociale du jugement, Minuit,
París, 1979, pp.226-229; Ce que parler veut dire, op cit.
77.
Cfr. Bourdieu, P., con la colaboración de S. Bouhedja, R. Christin y C.
Givry, "Un placement de pére de famille. La maison individualle:
specificité du produit et logique du champ de production", en Actes
de la recherche en sciences sociales, núm.81-82, marzo de 1990, pp.6-33.
78.
Se podría mostrar que toda una serie de estrategias de subversión
propuestas por el movimiento feminista (como la defensa del aspecto
natural o la denuncia del uso de la mujer como instrumento de exhibición
simbólica, sobre todo en la publicidad) descansan en la intuición de los
mecanismos evocados aquí. Pero esta intuición parcial debería
extenderse a situaciones en las cuales las mujeres pueden tener toda la
apariencia de ejercer las responsabilidades de un agente que actúa al
mismo tiempo que permanecen prisioneras de una relación instrumental.
79.
El texto de Kant citado aquí ofrece un ejemplo notable de este efecto retórico.
Fin
Fuente: La ventana, revista de estudios de género de la Universidad de Guadalajara (México) nº3 1996.