Iglesia y salvación 

I/SV  I/ORIGEN-DIVINO
La fundación de la Iglesia por Cristo supone el eterno decreto de 
salvación, la economía de Dios Padre (Eph. 1, lO; 3, 2. 9, C 25) y la 
preparación histórica ocurrida en razón de la eterna economía divina. 
La Iglesia está, pues, como Cristo mismo en el punto de intersección 
de un movimiento vertical de arriba hacia abajo y de un movimiento 
horizontal que atraviesa la historia.
La existencia de la Iglesia debe atribuirse en primer lugar a la bajada 
de Dios al mundo, al descensus Dei ad creaturas. Sólo en razón de 
esa bajada divina a la historia, a la creación, existe un grupo de hijos 
de Dios, de elegidos, sacados de la total comunidad humana y que 
forman una unidad visible y ordenada en Cristo. La Iglesia no procede, 
pues, de la tierra sino del cielo. La Iglesia -al menos la militante- vive 
"abajo", pero no es de abajo; no es una libre reunión de hombres para 
satisfacción de sus necesidades religiosas; si sólo fuera eso, quien no 
sintiera esas necesidades, tendría derecho a mantenerse apartado de 
ella. Pero procede de Dios y es, por tanto, obligatoria para todos los 
hombres más allá de las necesidades religiosas de cada individuo; no 
es resultado de anhelos o esfuerzos humanos, sino institución de Dios; 
su origen está en Dios y no en los hombres. Existe la Iglesia porque 
existe Dios y porque en su eterno plan de salvación ha decidido incidir 
en la historia humana para crear una nueva humanidad dentro de un 
orden visible. El origen divino de la Iglesia no impide que sus 
respectivas manifestaciones tengan elementos configurados por los 
hombres mismos, que la forman. Al afirmar el origen divino de la Iglesia 
no se dice que todos sus modos de existencia y todas sus formas 
hayan sido creadas inmediatamente por Dios. Puesto que es una 
comunidad viviente, es evidente que se desarrolla según las 
necesidades y leyes de la vida histórica sobre la base de la estructura 
que Dios le ha dado. 
El decreto divino de fundar una Iglesia está muy íntimamente 
relacionado con el decreto de salvación; es evidente si pensamos que 
la Iglesia es la comunidad en la cual y por la cual Cristo actualiza su 
obra para todas las generaciones hasta el fin de los tiempos, para que 
todos participen de ella y así tengan también parte en el reino de Dios 
y en la salvación. Si la Iglesia es la pervivencia de Cristo, si es su 
cuerpo y Cristo es su cabeza, fue decretada a la vez que la 
encarnación del Hijo de Dios. Ya hemos dicho que Cristo es la 
primera idea creadora del Padre celestial. Hay que completar esta 
afirmación diciendo que se trata no de Cristo considerado aparte de 
los hombres, sino de Cristo en cuanto primer padre de la humanidad; 
la concepción creadora cristológica incluye, por tanto, la idea 
eclesiológica. ·Malebranche expresa este pensamiento de la manera 
siguiente:

J/CENTRO:«Lo mas importante en los planes de Dios es Cristo y su 
Iglesia. Fuera de Cristo nada puede complacer a Dios. Por Cristo y en 
Cristo existe el mundo, porque sólo El puede ser su justificación, sólo 
El le libera de su estado profano, le diviniza... Al formar el mundo Dios 
tuvo tan en cuenta a Cristo, que tal vez no haya nada más admirable 
en su providencia que esta continua relación entre naturaleza y 
sobrenaturaleza, entre el impulso del mundo y el destino de la Iglesia 
de Cristo.» 

·Möhler dice: «Todos los sucesos del mundo están ordenados a la 
fundación de la Iglesia, a su conservación y propagación. Quien 
pertenece a ella está eternamente unido a Dios por medio de Cristo.» 

Págs. 58 s.
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Diferencia entre la Iglesia y las demás instituciones 
DIOSES-MITICOS: Por su origen divino, la Iglesia se distingue de 
todas las comunidades religiosas y no religiosas nacidas a lo largo de 
la Historia, todas de abajo, ya que son resultado de los deseos y 
sueños de la fuerza organizadora y de los esfuerzos de los hombres. 
En el ámbito de lo religioso, nuestra afirmación se aclarará si 
consideramos que los grupos religiosos extrabíblicos tienen dioses 
míticos. Los dioses míticos son creaciones del corazón de los hombres 
necesitados de salvación; son producto de la necesidad humana. El 
corazón humano los forma con el material que el mundo le ofrece. Las 
esperanzas de quien sólo conoce el mundo se dirigen a la luz, al sol, a 
la inagotable fecundidad de la madre tierra, al nacimiento, al niño, 
incluso a la muerte; en una palabra, a los sucesos y cosas más 
importantes de este mundo. De ellos crea el creyente de mitos los 
dioses de que espera su salud y salvación; a ellos convierte su fe, su 
esperanza y su amor; la fe en los mismos dioses reúne a todos los 
fieles de los mitos en una comunidad religiosa en que son adorados los 
dioses terrenos. 
Un claro ejemplo de este proceso es la antigua polis y la antigua 
civitas. Entendamos la ciudad como estado o como ciudad-estado; la 
civitas tiene siempre carácter religioso; es entendida y sentida 
numinosamente; es lugar de venerar los dioses; es a la vez comunidad 
política y religiosa; sus dioses son figuras expresivas de lo divino que 
determina y define la civitas o la polis; por tanto, quien no venera a los 
dioses, choca contra el sentimiento de la civitas; se sale de la 
comunidad, se hace extraño y se separa. No tiene importancia la fe en 
los dioses. La civitas no necesita teologías. Basta el cumplimiento del 
rito en que son venerados los dioses y a la vez la civitas misma. El rito 
se mueve en un ámbito intramundano; no le importa un dios 
esencialmente distinto del mundo y del hombre, sino el hombre 
entendido numinosamente. Tal comunidad religiosa es, por tanto, una 
formación de este mundo, en él está encerrada y no sale de él. Más en 
concreto, es una comunidad nacional. Si se quiere llamarla Iglesia hay 
que llamarla iglesia nacional. Este hecho es patente tanto en la polis 
griega como en la civitas romana. Ambas consideraban a los no 
pertenecientes a sus respectivas comunidades como extranjeros, 
extraños y bárbaros. Viceversa, el civis romanus se considera a la vez 
piadoso. Propiedad suya era la pietas, que significaba a la vez la 
fidelidad a los dioses y fidelidad al Estado, ambas cosas en una; la una 
no podía existir sin la otra. La actitud política y la religiosa coinciden en 
estas comunidades, porque la comunidad religiosa y la política eran 
una sola y la misma. Desobedecer al Estado era desobedecer a los 
dioses, era ateísmo. Así se entiende, por ejemplo, que Sócrates 
pudiera ser acusado de ateísmo y tuviera que morir. 
En la Iglesia de Cristo ocurre justamente lo contrario; no es una 
iglesia de dioses miticos y terrestres, sino la Iglesia del único Dios 
viviente, por El pensada y formada; no es un fenómeno intramundano 
o intrahistórico, sino una estructura que trasciende el mundo y la 
Historia; por eso no puede ser eliminada por la evolución histórica, ni 
su núcleo o estructura radical pueden ser variados por ella. El hecho 
de que exista o no, está sustraído a la voluntad de los hombres y a la 
voluntad de la Iglesia misma; existe porque Dios quiere y como El la 
quiere. Sólo puede cumplir su vida en obediencia a Dios. La 
desobediencia a Dios no puede destruir la Iglesia, sino sólo negar o 
reprimir su vida en un lugar determinado o en un país concreto. 
Resulta, además, que la Iglesia no se identifica con ninguna 
estructura de este mundo, pueblo, estado o cultura. Tan pronto como 
se la entendiera así, se la incluiría en la serie de comunidades 
religiosas antiguas y se pasaría por alto lo propio y distintivo de ella. 
Cuando en el siglo pasado algunas formas de protestantismo (en 
relación con la expresión «Dios alemán»), defendieron a veces la 
opinión -que influyó en los movimientos nacionalistas del siglo XX-, de 
que la Iglesia debía ser alemana, recaían en el mito precristiano 
superado por Cristo. Tal concepción de la Iglesia no significa ningún 
progreso, sino que es un manifiesto retroceso; era un anacronismo; 
era una rebelión contra la historia en que Dios se hizo presente y 
fundó la Iglesia; era, por tanto, una rebelión contra Dios mismo. Más 
tarde indicaremos hasta qué punto la Iglesia es «iglesia nacional» a 
pesar de todo. 
El mismo veredicto, que hemos dado contra la identificación de 
pueblo e Iglesia, hay que dar contra la identificación de Iglesia y 
cultura; aparece esta segunda tesis en el llamado cristianismo cultural 
(Kulturchristentum) del siglo XIX. Aunque algunas figuras de la cultura 
-lo mismo que algunas figuras de la política- facilitan la actividad de la 
Iglesia, y aunque, por otra parte, los fieles de la Iglesia produzcan 
ciertos fenómenos culturales y políticos a partir de su fe en Dios, sería 
negar la Iglesia de Cristo identificarla con una estructura de este 
mundo. 
La fundación divina de la Iglesia salta toda equiparación de acción 
política y fe religiosa, de grupos políticos y comunidad religiosa. Dios 
ha elegido libremente los fieles de su Iglesia entre todas las naciones, 
pueblos y estados y les ha juntado en unidad. La Iglesia atraviesa 
todos los estados y pueblos; es una comunidad que abarca hombres 
de todas las agrupaciones políticas y nacionales. Todos estos grupos 
han sido separados de la vinculación religiosa a la que antiguamente 
estaban incorporados y han sido asumidos en una nueva comunidad 
de forma que pertenecen a dos ámbitos: al político y al religioso, 
distinto del primero. Y así la conciencia fue liberada por una parte de la 
esclavitud, fue llevada a enfrentarse con Dios, pero, por otra parte, fue 
llevada a una problemática nueva, ya que los fieles y miembros de la 
Iglesia deben cumplir dos tareas que pueden estar entre sí en tensión. 


La Iglesia celeste I/CELESTE:
La época de los Santos Padres -sobre todo San Agustín- da un matiz 
especial al origen divino de la Iglesia. El prototipo de la Iglesia -según 
una opinión defendida en la época patrística- está en el ámbito de los 
espíritus. Los ángeles son el prototipo y primer fundamento de la 
Iglesia. Según la segunda epístola de San Clemente -el más antiguo 
sermón cristiano de todos los conservados, pronunciado por un autor 
desconocido en Corinto hacia el año 150- hay que admitir una Iglesia 
espiritual creada antes que el sol y la luna. Pertenecemos a esa iglesia 
espiritual cuando cumplimos la voluntad del Señor. También los 
profetas y los apóstoles enseñan, según el pseudo-Clemente, que la 
Iglesia no ha empezado a existir ahora, sino que existía desde el 
principio, como Cristo. Antes de existir en la tierra tenía, como Cristo, 
una existencia espiritual. Pero en los últimos tiempos ha salido del 
ámbito de lo invisible, como Cristo, y se ha hecho visible. Existe, pues, 
desde el momento en que Dios creó seres espirituales que debían 
alabarle y glorificarle. La Iglesia visible es una copia o imagen de esa 
Iglesia espiritual (cap. 14 1-3). El Pastor de Hermas dice también 
(Visión II, 4): «La Iglesia fue creada la primera de todas las cosas; por 
eso es antigua y por ella fue creado el mundo.» Al fin de los tiempos 
apareció en la existencia terrena. Según ·Agustín-san, la Iglesia está 
desde el principio en el mismo lugar en que se reunirá la Iglesia terrena 
después de la resurrección, para que nosotros seamos iguales que los 
ángeles de Dios (De genesi ad lit., lib. 5, cap. 19). San Agustín 
relaciona esta tesis con su distinción de la civitas terrena y la civitas 
Dei; la primera es para él el Estado; la segunda, la Iglesia. De ésta dice 
que tiene su correspondencia o analogía en el cielo; la comunidad de 
los ángeles. La Iglesia pertenece, por tanto, al estado de los ángeles, a 
la «civitas angelica» (De civitate Dei XI, 34). La comunidad de los 
ángeles es, según él, la «madre» de la Iglesia (XX, 21, 1). La Iglesia 
celeste se encarnó en la tierra, cuando los hombres creados por Dios 
entonaron a Dios el mismo canto de alabanza que los coros de los 
ángeles en el cielo. Por eso buscan los Padres el origen terreno de la 
Iglesia en el paraíso. 


10 Preparación histórica de la Iglesia de Cristo 
I/PREHISTORIA (Causalidad de la economía salvífica) 

1. Generalidades 
Todo el tiempo que precede a Cristo es prehistoria de Cristo y lo es 
también de la Iglesia. La palabra «prehistoria» debe ser entendida en 
sentido teológico, que es distinto del sentido que se da a la palabra en 
el uso profano de ella. La prehistoria de la Iglesia empieza en la 
creación del mundo y del hombre. El transcurso de la historia tiende a 
Cristo y tiende también a la Iglesia. Pasa por la revelación 
viejotestamentaria y por el mundo extrabíblico, que también es un 
camino hacia Cristo. Aunque el anhelo de Dios y de salvación se 
enredara en un laberinto de egoísmo humano, de superstición y de 
engaños diabólicos, las religiones no cristianas fueron también un 
presagio de Cristo y de su Iglesia. Con todo derecho pueden ponerse 
en boca de la Iglesia las siguientes palabras: «...en mí se arrodillan los 
pueblos que existen desde hace mucho y muchos paganos alumbran 
hacia lo eterno desde mi alma. Yo estaba oculta en los templos de sus 
dioses y escondida en las sentencias de todos sus sabios. Yo estaba 
en las torres de sus astrólogos y en las mujeres solitarias sobre las 
que el espíritu caía. Yo era el anhelo de todos los tiempos, la luz de 
todos los tiempos y soy la plenitud de todos los tiempos. Soy su gran 
estar-juntos y su eterno estar-unidos. Yo soy la calle de todas las 
calles: por mí pasan los milenios hacia Dios» (·Gertrud-LE-Fort von le Fort, Himnos a la Iglesia). 
Págs. 64-68

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA IV
LA IGLESIA
RIALP. MADRID 1960
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