LA IGLESIA, ESPOSA DE CRISTO

El Antiguo Testamento describe la relación entre Dios y su pueblo 
con la imagen de la unión conyugal, pero se trata de una comunidad 
de amor. Es Oseas quien crea esa imagen (caps. 1-3): Yavé ama a su 
adúltera esposa -su pueblo- como el profeta sigue amando a su 
adúltera esposa. La castiga para moverla a conversión. Jeremías llama 
desposorios a la alianza del Sinaí (31, 32) y adulterio a la ruptura de la 
alianza (9, 2). Aunque Yavé entrega su infiel esposa a manos de sus 
enemigos (3, 1; 11, 15; 12, 7-9) no la repudia; porque no puede olvidar 
a quien amó de joven (2, 1-3). 
Ezequiel (cap. 16 y 23) amplía y desarrolla intuitivamente la imagen. 
Isaías dibuja la imagen de la amada de la juventud, a quien Dios vuelve 
a recibir con infinita misericordia (54, 4-8; 60, 15; 62, 5). El Cantar de 
los Cantares, desde que ha sido aceptado en el canon de la Sagrada 
Escritura, ha sido interpretado como representación del matrimonio de 
Dios con su pueblo; también el salmo 44 ha sido interpretado en el 
mismo sentido. 
Los profetas predican que en el tiempo de salvación venidero Dios 
volverá a desposarse con los hombres. Las ideas de la antigua 
teología judía ayudan también a entender la concepción paulina; 
fundándose en los profetas los rabinos interpretan la alianza del Sinaí 
como los desposorios de Dios con Israel. Yavé sale al encuentro del 
pueblo como un esposo y Moisés cumple el papel de acompañante de 
la esposa. También encontramos la idea de que la boda entre Dios y el 
pueblo se celebrará al fin de los tiempos; según eso este eón sería una 
especie de noviazgo. La teología judía no dice jamás que el Mesías 
enviado por Dios sea esposo del pueblo; sólo llama esposo del pueblo 
al Dios que envía al Mesías 
Aquí se ve sobre toda en qué se distingue la concepción paulina de 
la viejotestamentaria y de la de los teólogos judíos: según San Pablo 
es Cristo y no Dios quien adquiere la comunidad humana como 
esposa. 
EVA/I I/EVA: Según San Pablo estos desposorios fueron ya 
profetizados y prefigurados en la infancia de la humanidad (Eph. 5, 31). 
La creación del primer hombre como varón y mujer (Gen. 2, 18-25) no 
puede según esto ser entendida exclusivamente como función del 
matrimonio, sino que significa también la misteriosa unidad entre Cristo 
y la Iglesia. La formación de Eva es un símbolo de la Iglesia que nace 
del costado de Cristo muerto. Cristo abandonó en cierto modo a su 
Padre celestial al asumir la naturaleza humana, y abandonó a su madre 
la sinagoga para reunirse con su esposa, la Iglesia. Dice el Concilio de 
Vienne: «El mismo Verbo de Dios, para obrar la salvación de todos, no 
sólo quiso ser clavado en la cruz y morir eN ella, sino que sufrió que 
después de exhalar su espíritu, fuera perforado por la lanza su 
costado, para que, al manar de él las ondas de agua y sangre, se 
formara la única inmaculada y virgen, santa madre Iglesia, esposa de 
Cristo, como del costado del primer hombre dormido fue formada Eva 
para el matrimonio; y así a la figura cierta del primero y viejo Adán que, 
según el Apóstol, es forma del futuro (Rom. 5, 14), respondiera la 
verdad en nuestro novísimo Adán» (D. 480). 
La propiedad decisiva del matrimonio, según la Escritura, es la 
unidad. Toda la creación está bajo la ley de la diferenciación y de la 
división: también el hombre está sometido a ella. Ni el varón solo ni la 
mujer sola realizan la plenitud de la humanidad. Sólo en Dios se da la 
suma plenitud dentro de la suma simplicidad y viceversa. En el ámbito 
de lo creado sólo se da la sencillez a costa de la plenitud y la plenitud a 
costa de la sencillez. Varón y mujer son, pues, distintas 
representaciones y distintos modos de realización de lo que llamamos 
hombre; sólo entre ambos representan toda la amplitud de lo humano. 
Pero ellos están, por tanto ordenados el uno al otro como miembros 
pertenecientes a la realidad una que es el "hombre». Esta recíproca 
ordenación se manifiesta claramente en el sentimiento de soledad de 
Adán y en el modo de ser creada la mujer (/Gn/02/18-25). Varón y 
mujer tienden naturalmente el uno al otro. En su diversidad corporal, 
anímica y espiritual se funda precisamente el hecho de que puedan y 
quieran completarse para lograr la plenitud de lo humano. En el 
intercambio vital se funda la unidad de varón y mujer que la Escritura 
expresa con la fórmula "convertirse en una sola carne». La expresión 
"una carne» o "un cuerpo» significa que varón y mujer se convierten en 
uno en toda la amplitud de su ser humano (cuerpo significa la totalidad 
del hombre en su realidad corporal) y que la unidad logra su expresión 
y sello en la comunidad de cuerpos. El matrimonio es imagen de la 
comunidad de ser y vida entre Cristo y la Iglesia justamente en el 
intercambio vital y en la unidad de varón y mujer fundada en ese 
intercambio. 
Según San Pablo la relación de varón y mujer -tal como es descrita 
en el Génesis- es un anteproyeoto y prefiguración de la relación entre 
Cristo y la Iglesia. Así supera y trasciende la idea viejotestamentaria, 
que también aparece en el Nuevo Testamento (Mt. 12, 39; Mc. 8, 38, 
Sant. 4, 4; y quizá Apoc. 2, 22). San Pablo en cambio usa la idea 
común del Antiguo Testamento para describir la relación entre el nuevo 
pueblo de Dios y su fundador. ADAN/J J/ADAN: Según San Pablo 
Cristo es el segundo Adán (/Rm/05/12-19; /1Co/15/02 /1Co/15/45-49). 
El primer Adán fue causa de toda la desgracia y el segundo Adán fue 
causa de la salvación. Pero al lado de Adán vivía y obraba Eva que 
había sido sacada de él. 
El hecho de que muchas veces los Santos Padres llamen a la Iglesia 
segunda Eva está en la dirección del pensamiento de San Pablo. 
Cuando Cristo vino y tomó a la Iglesia por esposa, pudo entenderse 
por fin el sentido pleno de la relación entre Adán y Eva. El varón 
significado en último término por Adán es Cristo y la mujer significada 
por Eva es la Iglesia. Entre la época empezada y caracterizada por 
Adán y la época de Cristo hay, pues, continuidad a pesar de las 
diferencias; ya que el matrimonio entre Cristo y la Iglesia es la plenitud 
del matrimonio fundado por Dios en el Paraíso entre Adán y Eva. San 
Agustín habla con especial frecuencia de la Iglesia como segunda Eva 
y esposa del segundo Adán. 
San Pablo da testimonio de la imagen de la Iglesia-esposa de Cristo 
en /2Co/11/02; describe su actividad apostólica; en cuanto apóstol es 
padre espiritual de la comunidad de Corinto, y en cuanto Padre quiere 
llevar a su hija espiritual como casta virgen ante su esposo. El 
momento de la entrada en la casa del esposo es la parusía. La esposa 
de que San Pablo habla aquí es la comunidad cristiana de Corinto; 
pero representa a la Iglesia total. Su virginidad consiste, según la 
descripción del Apóstol, en la pureza e integridad de la fe. Más 
ampliamente habla San Pablo de la Iglesia como esposa de Cristo en la 
Epístola a los Efesios (/Ef/05/21-33). El Apóstol usa para su 
descripción el salmo 44, el Cantar de los Cantares y, sobre todo, el 
Génesis 2, 24. Describe la Iglesia como esposa de Cristo; la ha ganado 
como esposa al morir. En la muerte se entregó por ella (Eph. 5, 2; Gal. 
2, 20; 1, 4;1 Tim. 2, 6; Tit. 2, 13; Act. 20, 28). Pero al sacrificar su vida 
por ella le regaló la vida eterna. En la resurrección y ascensión se 
manifestó esa vida en El mismo; al enviar el Espíritu Santo la infundió a 
la Iglesia. Entonces fue fundada no sólo una comunidad entre almas o 
del alma con el Logos, sino también una viva e íntima relación que 
abarca el cuerpo y el alma de sus miembros de toda la comunidad a la 
que fue enviado el Espíritu Santo. La Iglesia acepta la vida que se le 
regala para protegerla y cuidarla. La entrega de Cristo a su esposa no 
es un proceso transitorio y momentáneo; jamás termina porque su 
amor es incansable; vive siempre para su esposa, la cuida y protege 
como a su propio yo; la alimenta con su palabra y, sobre todo, con su 
carne y sangre eucarísticas. Al regalarla su cuerpo y sangre en el 
sacramento se convierte realmente en un solo cuerpo y en una sola 
carne con ella. La unidad entre Cristo y la Iglesia supera la de la 
comunidad matrimonial de varón y mujer en intimidad, fuerza y 
duración; Cristo atrae a la Iglesia con una fuerza que supera toda 
posibilidad humana. La unidad de varón y mujer es una débil imagen 
de la unidad entre Cristo y la Iglesia. Lo que aquí se intercambia es 
vida eterna e inmortal, no sólo vida terrena y perecedera como en el 
matrimonio de varón y mujer. Cristo se une a la Iglesia en último 
término por medio del amor personificado, es decir, por medio del 
Espíritu Santo. 
La unidad y totalidad que anhela toda la creación logra su plenitud 
en los desposorios entre Cristo y la Iglesia. Sobre el matrimonio 
cristiano cae un reflejo de esta unidad. El matrimonio de los bautizados 
es la consecuencia y representación de la unidad entre Cristo y la 
Iglesia. Pero lo significado en el matrimonio -la unidad de varón y 
mujer- es realizado en la unión de Cristo con la Iglesia; cierto que 
ocurre necesariamente de otra forma, porque las formas fisiológicas 
condicionan precisamente los límites de la unificación.
Ahora se entiende lo que significa la obediencia que San Pablo exige 
a la esposa y a la Iglesia, respectivamente. Se cumple cuando la Iglesia 
acepta los dones de Cristo -su esposo- y configura su vida hasta 
penetrar en la forma de vida propia de Cristo, es decir, en la vida que 
consiste en amar y entregarse a Dios. La forma existencial del amor es 
fundamental en la Iglesia considerada como esposa de Cristo. 
Aquí se ve también la viva relación entre la idea de la Iglesia-esposa 
de Cristo y la imagen de la Iglesia-cuerpo de Cristo. La esposa se 
convierte en cuerpo de Cristo aceptando su vida y el cuerpo de Cristo 
se convierte en esposa, por tener carácter personal. «La novia es 
primero extraña al novio y está frente a él a distancia y sólo deseando 
su vida y cuando de hecho recibe su vida se hace con él una caro, una 
sola carne y esposa; así la Iglesia, cuando representa a la humanidad 
que anhela la salvación y la plenitud de vida divina es sólo prometida 
de Cristo; pero cuando el Hijo de Dios cumple su anhelo y la da su vida 
enviándole el Espíritu Santo, se convierte con El en una sola carne; es 
decir, la esposa de Cristo se convierte en cuerpo de Cristo, se 
convierte en un solo ser místico con El» (J. Pinsk). La unión de ambas 
ideas está en el amor que Cristo concede a sus redimidos. El segundo 
versículo del capítulo quinto de la Epístola a los Efesios exhorta a los 
lectores a vivir en caridad y funda esta exigencia diciendo que también 
Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a 
Dios en olor suave. 
La esposa participa de la gloria de Cristo, pero esa gloria no está 
todavía revelada. La Iglesia espera la hora en que el esposo la lleve a 
casa de su padre; el día de la parusía Cristo le saldrá al encuentro 
desde el cielo para cuidarla con El. Encontramos esta interpretación 
escatológica de los desposorios en Eph. 5, 31 y en ll Cor. 11, 2; pero 
aparece con más claridad en los capítulos finales del Apocalipsis. El 
Vidente del Apocalipsis ve llegada la hora de las bodas del Cordero, y 
su Esposa, la comunidad de los elegidos, está dispuesta y adornada 
(/Ap/19/07-09). La esposa le llama en espíritu y anhelante: ven, y oye 
que el esposo contesta: sí, voy pronto (/Ap/22/17-20). Ella desea que 
llegue la hora y puede dejar de anhelarla, porque se acerca; y se 
adorna como una novia para el esposo (21, 2 9). Después se 
celebrarán las eternas bodas del Cordero; su esposa, la Iglesia, se 
adornará con vestidos radiantes y el esposo saldrá de su ocultamiento 
y dominará como rey. Bienaventurados los invitados a esta boda (19, 
6-9). En Apoc. 21, 2. 9 la esposa se identifica con la Jerusalén celestial 
que baja a la tierra. Aquí se cumple ls. 61, 10, que dice que la nueva 
Sión aparece como una esposa adornada para su esposo. La razón 
objetiva de la identificación dicha es que la ciudad celeste de Dios se 
convertirá en morada de la comunidad de Dios; y está además 
constituida por la comunidad de los hombres justos y de los ángeles. 

Testimonio de los Santos Padres 
En los Santos Padres encontramos la imagen con distintas 
formulaciones, lo que demuestra que la idea de la Iglesia-esposa de 
Cristo había calado muy hondo en los corazones. Continuamente 
resuena el himno de júbilo y acción de gracias por la unión de amor en 
que los hombres han sido recibidos.
Págs.302-306
......................

Los Santos Padres destacan en la imagen de la Iglesia-esposa de 
Cristo un momento o propiedad que no aparece expresamente en la 
Escritura; mientras que San Pablo destaca el momento de la unidad 
entre Cristo y la Iglesia, los Santos Padres subrayan la fecundidad de 
la Iglesia. Según ellos la Iglesia es a la vez virgen y madre; es virgen 
por la pureza de su fe; pero es a la vez la santa madre Iglesia, porque 
continuamente da a luz nuevos hijos, nuevos miembros del cuerpo de 
Cristo. Es cierto que la idea de la fecundidad de la Iglesia no es ajena a 
la Escritura, ya que la Iglesia debe crecer cada vez con más fuerza en 
la vida de Cristo; su unidad de corazón y de alma con Cristo debe ser 
cada vez mayor; la imagen de Cristo brillará así en ella cada vez con 
más esplendor (Col 2, 19; Eph. 2, 22; 4, 11-16). Aquí se alude a una 
forma de fecundidad que consiste en un enriquecimiento interior y en la 
creciente profundización e intensificación del vínculo con Cristo. Pero la 
forma de fecundidad de que hablan los Santos Padres consiste en que 
la Iglesia tiene continuamente nuevos hijos e hijas de su comunidad 
con Cristo; es un gran número que nadie puede contar (Apoc. 7, 9). 
Así surge junto a la idea de que la Iglesia es la comunidad unida a 
Cristo de los que creen en El (su cuerpo), la idea de que la Iglesia es 
su madre. 
I/MADRE-VIRGEN: Nace la idea de la Iglesia madre virgen, la 
encontramos por vez primera en una carta de los cristianos de Vienne 
y Lyon (del año 177) a las comunidades de Asia y Frigia, que habla de 
la persecución de los cristianos en Lyon (San Eusebio, Historia de la 
Iglesia 5, 1, 1-2, 8) y en la obra del Pastor de Hermas; es, por tanto, 
antiquísima. Los Santos Padres eran conscientes de la diferencia e 
incluso de la tensión y contraste de ambas ideas e intentan ponerlas 
de acuerdo con una dialéctica detallada. La síntesis de la maternidad y 
virginidad de la Iglesia se puede explicar, porque la comunidad entre la 
Iglesia y Cristo es espiritual. En esta unidad con Cristo fundada en el 
Espíritu y configurada por el Espíritu recibe la Iglesia la fecundidad que 
la capacita para dar a luz continuamente nuevos hijos de Dios. 
El nacimiento de los creyentes ocurre mediante la predicación y el 
bautismo. En el sermón sobre el bautismo, de Zenón, obispo de Verona 
(desde 362 al 371/2) se trata ampliamente la idea de que el bautismo 
es el seno de la Iglesia. Aparece también en la inscripción del batisterio 
de Letrán, compuesta por el papa León Magno y en el rito de la 
bendición del agua bautismal. 
Es ·Agustín-san quien estudia estas relaciones con más frecuencia 
y hondura; en la plática 12 sobre el Evangelio de San Juan (5) dice: 
«Un padre mortal engendra en su esposa un hijo que será su 
heredero. Dios engendra mediante la Iglesia y de la Iglesia hijos que no 
le sucederán sino que estarán con El eternamente.» Y así la Iglesia, 
elegida de entre el género humano por Cristo que se entregó por ella y 
hecha también por Cristo su esposa virginal para que transmita su vida 
a los demás, se convierte en madre fecunda al hacer, por la palabra y 
el sacramento, de los pecadores justos, de los injustos santos, de los 
ateos cristianos e incluso Cristo mismo. Sólo una persona es 
comparable a ella en esa doble dignidad de virgen y madre: María. 
María da a luz a la Cabeza y la Iglesia a los miembros que por su 
pertenencia a la cabeza son también Cristo. San Agustín atribuye la 
fecundidad a la Iglesia total. La característica de la Iglesia en cuanto 
madre-virgen consiste, según San Agustín, en que los engendrados 
por ella se incorporan a su maternidad; en cuanto individuos son hijos 
de la Iglesia, pero en cuanto comunidad son ellos mismos la madre 
Iglesia. La maternidad espiritual (=sobrenatural) de la Iglesia no es 
propiedad de los individuos de forma que dentro de la Iglesia total haya 
miembros a quienes compete ser madre y otros a quienes compete ser 
hijos; la Iglesia total es esposa de Cristo y la Iglesia total es madre 
virginal que engendra continuamente nuevos hijos que a su vez 
participan de esa su fecundidad sobrenatural causada por Cristo. La 
Iglesia total en cuanto esposa llena del Espíritu Santo y de la vida de 
Cristo obra el renacimiento y perdón de los pecados. La Iglesia realiza 
su efecto creador en la palabra y en los sacramentos; sólo ella puede 
realizarlo así. Los sacramentos son administrados por uno sólo, pero 
en el ministro visible del sacramento actúa la Iglesia total, la comunidad 
de los santos llena de la vida de Cristo. «El individuo actúa como 
miembro de esa comunidad que ha sido calificado y autorizado por 
Cristo para servirle; en él está representada la comunidad. La Iglesia y 
no el individuo es la verdadera madre de la nueva vida. Cuando un 
obispo le pregunta cómo renacen en el Espíritu Santo los niños que 
son llevados al bautismo con intenciones falsas y supersticiosas, 
contesta San Agustín: 
«El renacimiento no es impedido a los niños por el hecho de que los 
que los llevan a bautizar no tengan intención recta. Son prestados por 
ellos los servicios necesarios; se pronuncia el juramento bautismal; se 
hacen los servicios indispensables para que el niño sea santificado. Y 
el Espíritu Santo, que habita en los santos, de los que se forma en el 
fuego del amor aquella paloma plateada (cfr. Ps. 67, 14), obra lo que El 
obra, a veces incluso mediante el servicio de hombres que no sólo son 
ignorantes, sino indignos hasta merecer la condenación. Los niños no 
son llevados a recibir la gracia del Espíritu por quienes los llevan en 
brazos, aunque también por ellos, si son buenos creyentes, sino por la 
comunidad total de los santos y creyentes. Pues con buenas razones 
se puede suponer que son llevados al bautismo por todos los que se 
alegran de ello y por todos aquellos cuyo santo amor incondicional les 
ayuda a entrar en la comunidad del Espíritu Santo. Toda la madre 
Iglesia, que vive en los santos, es la que obra eso, porque es toda la 
Iglesia quien da a luz a todos y a cada uno» (Cartas, 98, número 5). 
Aquí se ve también la razón de que la Iglesia en cuanto comunidad 
unida con Cristo engendra la vida sobrenatural: es en cuanto totalidad 
la esposa de Cristo en quien el Espíritu Santo infundió el germen de la 
vida de Cristo. En el fondo es Cristo o el Espíritu Santo quien actúa por 
medio de la Iglesia (cfr. San Agustín, Sermón 99, 9; Contra epistolam 
Parmenidis 2, 11, 24; Plática 27, 6, sobre el evangelio de San Juan; 
Sermón 71, 13, 23). La producción de la vida sobrenatural y el perdón 
de los pecados competen, pues, a la totalidad de los justos; pero el 
ejercicio de ese poder creador está vinculado a los sacramentos, cuya 
realización está reservada por voluntad de Cristo a determinados 
miembros calificados para ello.
Según San Pablo el momento de las nupcias es la parusía; según los 
Santos Padres ocurren en la historia; por eso la Iglesia incluso dentro 
de la historia no sólo es la prometida sino la esposa. Hay algunas 
excepciones. San Agustín distingue dos nupcias: en la historia Cristo 
es prometido de la Iglesia inmaculada y sólo al fin de la historia serán 
las nupcias. Por otra parte, según él, la Iglesia es verdadera esposa de 
Cristo porque a través de ella Cristo da la vida a los hijos de la Iglesia 
en el bautismo. En general, los Santos Padres dicen que las bodas 
entre Cristo y la Iglesia ocurrieron en la pasión: Eva fue extraída del 
costado de Adán y la Iglesia nació del costado abierto de Cristo. 
Págs. 309-312

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA IV
LA IGLESIA
RIALP. MADRID 1960