Yo creo en la iglesia

La última parte de Je crois en Dieu enumera varias convicciones que parecen estar desvinculadas entre sí: el Espíritu, la iglesia, la comunión, el perdón, la resurrección o vida eterna. Parece que una de las antiguas redacciones del Credo había utilizado las preposiciones: «Yo creo en el Espíritu dentro de la iglesia para la resurrección, el perdón...».

La actual redacción, que es una simple yuxtaposición, deja una libertad que yo quiero utilizar. Propongo, pues, una reagrupación de las frases de esta tercera parte en torno a la palabra «iglesia»: «Creo en la iglesia del Espíritu -en la iglesia del perdón -en la iglesia de la comunión -en la iglesia de la resurrección».

De lo visible a lo invisible

¿Por qué esta elección? Parto de lo que me es más próximo. El Espíritu, el perdón, la comunión, la resurrección son apelaciones diversas del reino, de la realidad que nos viene, que nosotros no producimos en absoluto y que sólo podemos acoger. No tengo ningún control sobre la realidad divina del reino.

Por el contrario, la iglesia somos nosotros, es nuestra carne: nuestra palabra, nuestro sudor, nuestro entusiasmo y nuestros proyectos, nuestras manías y nuestros vicios. Tenemos cierto ascendiente sobre la iglesia porque está formada por la humanidad real, del burócrata al poeta, del contable al teólogo, del monje al tribuno.

Para la primera, la segunda o la tercera sección del credo, propongo el mismo proceso: partir de lo que es próximo para abrirse a lo que no es inmediato. El Espíritu, el perdón, la comunión, la resurrección, son cosas que no conozco directamente, no son cosas de aquí. Se tiene cierta intuición, cierto presentimiento, pero lo que el credo designa en singular: el perdón, el Espíritu, la comunión, la resurrección, todo es el sol que se ve ascender y ocupar el cielo, es el sol que despierta a la tierra y da los colores a la vida.

No pongo a la iglesia en este nivel celeste. Yo no llego a creer en la «santa iglesia» (por el contrario, creo en la iglesia de la santidad), pues la iglesia no es una realidad invisible, sino que, por el contrario, es perfectamente visible, mesurable, calculable; basta con que nos observemos en cualquier reunión eucarística, allí la iglesia está en su visibilidad completa: una comunidad estructurada por ministerios, una comunidad organizada (cf. 1 Cor 12). La iglesia no es un sueño (tampoco una pesadilla), está ahí, con el color del tiempo y de lo cotidiano, tan poco extraordinaria que se la clasifica con mucha facilidad entre las instituciones humanas.

En esta iglesia sí que creo. ¿Qué quiere decir esto? Aplicada a la iglesia, la palabra creer no tiene el sentido fuerte que tiene cuando se habla de Dios, de Cristo, del Espíritu'. Sin embargo se aplica también aquí.

2. Creer en la iglesia

Mi mirada de creyente se posa en la iglesia, realidad muy visible, descubre en ella algo que procede de la fe, no de la evidencia. Esta cosa viene de la Biblia,

1.CL P. Guérin, Je crois en Dieu, Paris 1974, 113-115.

antiguo y nuevo testamento: es una idea muy bíblica que Dios se compromete de forma irreversible con un pueblo, que la revelación toma partido en y por la historia. No se trata de dominar un pueblo para hacer de él una demostración deslumbrante de santidad: «No es porque tú seas justo, Israel..., eres un pueblo de dura cerviz» (Dt 9). Sino de vincularse a un pueblo, a un grupo, uno entre otros, y plantar allí la escala de Jacob: «Es el Señor quien está aquí y yo no lo sabía» (Gén 28, 16).

Creo que en la historia humana hay un lugar que Dios se ha hecho, río arriba y, sobre todo, río abajo de Jesucristo. No es una fortaleza, ni un arca, sino un lugar de irradiación, de infiltración, de propagación. Hay una institución de Dios, aquella por la que Dios quiere hacer que su proyecto pase a la historia concreta. Hay un grupo humano que cree estar investido de una responsabilidad única: la responsabilidad del reino (es decir, de la presencia activa de Dios). Investido y desbordado, pues el reino no pertenece a la iglesia, es la iglesia la que pertenece al reino.

La mejor imagen de la iglesia, para mí, es la imagen de un claustro (o de un forum, de un ágora a cielo abierto): lugar de encuentro, de intercambio, lugar estructurado, organizado, espacio construido. Pero sin techo, sin limitación vertical, lugar abierto a las visitas, lugar cuya alma es una luz imprevisible, lugar hecho para acoger lo que va a darle forma. Este es el sentido en que digo: iglesia de la resurrección, de la comunión, del Espíritu, del perdón. Creo que la iglesia es el espacio concreto de la humanidad concreta en que el Espíritu, el perdón... se asientan (o surgen), ganan, se infiltran, irradian, captan realmente a la humanidad real.

Todo este discurso de la iglesia estaba apuntando en primer lugar a las antiguas expresiones catequéticas que parecían hacer de la iglesia la propietaria feliz de las realidades del reino. Esta imagen se nos ha hecho insoportable por ser históricamente inexacta: manifiestamente, la iglesia es superada por el evangelio, del que ella ha renegado en varias ocasiones con el mismo escándalo que Pedro en el pretorio. Esta pobreza radical de la iglesia con relación al reino (= al evangelio se nos presenta, además, como su estatuto básico, su condición normal, la que se refleja en la comparación de la esposa (aunque es una comparación que comienza a cojear en la actual situación de emancipación femenina).

La tendencia actual en algunos cristianos es subrayar de tal manera la indignidad de la iglesia que no ven ningún lazo estructural entre el evangelio (el reino) y la iglesia. Quieren admitir, desde luego, que toda intuición tiene necesidad del soporte de una institución, que, sin la iglesia, no sería ya más que una palabra. En resumen, algunos admiten la iglesia como un mal necesario. Ahora bien, la fe tradicional pone un vínculo indisoluble entre la iglesia y el reino. La iglesia es una voluntad de Dios,.como el destino carnal de Jesús. Es el juego de la encarnación jugado de verdad. ¿Por qué admirar la complicidad de Dios con los caminos seguidos por Israel, por qué adorar el aniquilamiento de Dios en el hombre crucificado y escandalizarse de los compromisos de Dios con esta iglesia tan unida a la historia que parece confundirse con ella?

Con un poco de perspectiva (y un poco de humor) el itinerario de la iglesia parece la marcha traqueteante de un carro demasiado cargado. Enviada por las rutas sinuosas de la historia, la iglesia soporta una carga de ideal claramente excesiva. El evangelio la aplasta, por lo que no es de extrañar que sienta periódicamente la tentación de soltar lastre. Actualmente, la iglesia parece un poco «perdida», como si ya no supiera dónde está lo urgente: en proteger a los frioleros o atraer a los ardientes. Arbol milenario donde ya no hay muchos nidos.

Es en esta iglesia en la que creo. La creo habitada por el reino, visitada por el Espíritu, fuente de perdón y de resurrección, garantía de comunión perfecta. Creo en la iglesia, posesión del Resucitado, cabeza de puente de la eternidad, emergencia de la vitalidad de Dios. La iglesia que, al reunirse actualmente, no se despliega ya como un ejército, sino que forma un círculo en torno a un vacío, en torno a un promesa: «Estaré con vosotros». Yo lo creo a causa de esta promesa. Se habría preferido otra vitrina al reino. Creer es siempre hacer pasar lo real de Dios por delante del propio sueño.

Paul Guerin
El Credo, hoy
Edic. Sígueme.Salamanca 1985, págs. 127-131