«Gratos son al olfato tus perfumes» (Cant 1,3)
Consideraciones apasionadas sobre
«Juventud y Vida Religiosa»
Gabino URIBARRI
Jesuita, Profesor de Teología
en la Universidad Comillas. Madrid
«Gratos son al olfato tus perfumes;
perfume que se expande es tu nombre;
por eso te aman las doncellas» (/Ct/01/03)1
Los anuncios de TV operan muy calculadamente con la sugestión
de asociar a una marca de perfume o a una colonia un mundo de
ensueño que conecta con nuestros deseos íntimos2. Deseos que
todos llevamos dentro—también los eclesiásticos, religiosos y
religiosas—de ser bellos, atractivos, subyugadores, irresistibles. Su
mensaje no se centra en una descripción detallada de las bondades
del producto, sino que evoca y sugiere la identidad, el escenario
social y el mundo al que dicho perfume transporta. Así, se habla a
la fantasía y al deseo, no a la lógica o a la razón. Estas ofertas de
éxito, de felicidad, de identidad y de prestigio social provocan
resonancia y empatía. Enel fondo de nosotros mismos, quizá
inconfesadamente, una parte nuestra nos dice que sería
maravilloso ese mundo de ensueño; pero es sólo un anuncio. Como
dice la sabiduría recogida por el Cantar de los cantares, las
doncellas aman a quien exhala perfumes, aromas y encantos; las
mozas acuden atraídas por la fragancia que encadila, enamora,
enciende, subyuga y apasiona. Esto es una verdad de todo amor:
del amor interhumano y del amor a Dios.
Pues bien, de esta forma de publicidad por todos conocida me
gustaría extraer dos conclusiones para situarnos en nuestro tema.
En primer lugar, el tipo de discurso es simbólico, no racional.
Tampoco se trata de un lenguaje ético ni, mucho menos,
moralizante. En segundo lugar, no se apela a razones, sino a
deseos, a la fantasía y a la imaginación. El mundo evocado por el
producto es más importante que el producto mismo. Éste aparece
como un mediador para entrar en esta esfera de vivencias y de
identidades. Sugiero que el discurso religioso con el que
acercarnos a los jóvenes, o presentar entre ellos nuestro modo de
vida, debería igualmente ser predominantemente simbólico y
dirigido a la fantasía y al deseo. Negativamente, estimo que un
lenguaje preponderantemente racional, lógico y/o ético resulta, de
entrada, menos cautivador y más desencaminado3. Más
radicalmente, y dicho de manera un tanto brusca: el problema de la
abundancia (o escasez) de vocaciones a la Vida Religiosa
finalmente estriba en que nosotros mismos seamos (o no seamos) y
nuestras comunidades y obras sean (o no sean) lenguaje simbólico
que hable a los deseos y a la fantasía de los jóvenes. En una
palabra, que seamos «fragancia de Cristo», en formulación de san
Pablo (cf. 2 Cor 2,15). Parafraseando al autor del Cantar, todo se
juega en que nuestro «perfume» sea grato al olfato de los jóvenes.
En estas páginas ofrezco unas consideraciones en las que
pretendo explorar cómo podemos en la Vida Religiosa ser fragancia
y exhalar un perfume que cautive, hechice, embelese y atraiga a los
jóvenes. Antes de abordar este tema, me parece oportuno explicitar
desde dónde hablo. También daré unas pinceladas sobre el marco
social y religioso que afecta hoy día a la escasez de vocaciones,
que es tema de fondo solicitado para este artículo.
1. Confesión inicial
Parto de las siguientes convicciones.
a) El Dueño de la mies quiere servirse de la Vida Religiosa para
alentar y fortalecer la vida de su Iglesia.
b) El Espíritu sigue activo, mueve los corazones y habla a los
jóvenes. Los jóvenes de hoy no son irreligiosos4, y generosidad no
les falta. Baste con pensar, para lo segundo, en el eco que
despiertan las conductas y los compromisos ecológicos, de los que
no se obtiene ni un beneficio personal ni inmediato. ¿Cuánta gente
se ha volcado por Bosnia o por el 0,7%? Como señala Ukeretis,
más que falta de generosidad escasean los canales concretos para
encauzarla, especialmente para dar respuesta a necesidades
nuevas y desatendidas5.
c) La vocación a la Vida Religiosa puede llenar efectivamente de
gozo y de alegría la vida de un joven.
d) La Vida Religiosa tiene futuro si logramos articular bien tres
elementos: 1. Una relación personal, intensa y gozosa con Dios,
junto con la capacidad de ser mistagogos del encuentro con Dios.
2. Una vida que no sea ajena a los dolores del mundo, sino que, en
medio de ellos y sin desentenderse de ellos, descubra la presencia
del Dios de la esperanza y el consuelo. 3. Un estilo de vida sencillo
y fraternal, que sea una alternativa al consumo y la competencia
avasalladora que genera la sociedad capitalista. Sobre este último
punto volveré más adelante.
Voy a hablar, primero, desde Europa occidental y para Europa
occidental. Segundo, desde una orden religiosa de vida activa y
apostólica, la Compañía de Jesús. Por ello, y en tercer lugar, desde
una perspectiva masculina y clerical. Todo esto tiñe mis
apreciaciones.
2. Pliego de descargo
No todos los factores que inciden negativamente sobre las
vocaciones son achacables a los religiosos ni se remontan a sus
fallos6. Me limito a enumerar algunos de ellos, sin ánimo de
exhaustividad.
a) No cabe duda de que la opción celibataria carece de sustento
y de aprecio social, incluso en círculos creyentes. El voto de
castidad resulta francamente desmesurado e incomprensible.
b)Tampoco parecen evidentes ni fáciles de mantener los
compromisos definitivos: ligarse a un modo de vida, a unas
personas y a una institución de por vida.
c) El número de hijos por familia ha disminuido notablemente. El
clima religioso dentro de las familias de raigambre católica ha
reducido su intensidad en amplios segmentos sociales, si es que no
ha desaparecido por completo.
d) La imagen de la Iglesia que reflejan los medios de
comunicación social suele ser más bien negativa, particularmente
cuando se refieren a la institución eclesial o a sus representantes
oficiales. Frecuentemente aparece como una institución retrógrada,
autoritaria y sexualmente represiva; en una palabra: un detritus
histórico anacrónico.
e) Las Iglesias institucionales no se beneficiand de un cierto
resurgir ambiental de lo religioso. El lema parece ser: «religión sí,
Iglesia no».
i) Ante una cierta moda teórica de lo solidario, las razones
humanitarias aparecen espontáneamente como válidas y
ejemplares, mientras que las estrictamente religiosas siguen siendo
opacas e impenetrables para la mayoría.
g) La Vida Religiosa o el sacerdocio ya no son tras el Vaticano II
las únicas posibilidades de vivencia radical de la fe.
La mayoría de estos factores escapan a nuestro control. Apenas
podemos incidir siquiera modestamente sobre ellos, excepción
hecha del último.
3. «Somos, en honor de Dios, fragancia de Cristo»
(/2Co/02/15)
Cuando discutimos acerca del problema de las vocaciones, se
suele mencionar la conveniencia de una propaganda más
adecuada o, más tímidamente, de una presentación más atractiva
del carisma de la congregación. Ciertamente, algo de ello será
necesario (cf. Rm 10,14), pero no reside ahí la cuestión. El asunto
está en si vivimos el carisma de forma fiel, auténtica, adaptada,
atractiva, visible, comprensible y asimilable. Es decir, si a través del
don del carisma de nuestro instituto podemos exclamar en verdad
con san Pablo.
«Pero gracias a Dios, que siempre nos hace triunfar en Cristo, y
en todo lugar pone de manifiesto por nosotros el olor (osmé) de su
conocimiento. Porque somos, en honor de Dios, fragancia (euôdia)
de Cristo...» (2 Cor 2,14-lSa).
En el lenguaje cotidiano manejamos el conocimiento por olor.
Entendemos perfectamente frases del estilo: «algo huele a podrido
en algunos sectores de la clase política». O nos atufa la petulancia
de los arrogantes. Los mercaderes huelen el negocio. Igualmente,
hemos conocido y visitado comunidades y familias con un aire
cautivador por su frescura evangélica, su sencillez, su hospitalidad,
la radicalidad de su compromiso lejos de toda arrogancia afectada o
automplaciente; es decir, por su fragancia. Así, puede decir Amós:
«Yo aborrezco, desprecio vuestras fiestas, no resisto el olor de
vuestras asambleas» (/Am/05/21).
Me interesa proponer la metáfora manejada por Pablo. Se está
refiriendo a su ministerio apostólico y a sí mismo, empleando para
ello el plural mayestático: «somos».
Si somos fragancia de Cristo, se debe primero a Dios. No es obra
nuestra; no se explica por nuestras fuerzas ni se reduce a nuestra
pericia. Tampoco es el resultado escueto de nuestro heroísmo ni de
nuestro compromiso.
Si somos fragancia de Cristo, es porque él primero nos ha
vencido. Y como los esclavos que acompañaban el cortejo triunfal
de los cónsules romanos, estamos encadenados a Cristo que nos
arrastra en su triunfo. Por Cristo hemos sido vencidos y humillados;
por Cristo se han deshecho nuestros planes y cálculos; por Cristo
hemos pasado por el escarnio y el hazmerreír; por Cristo hemos
optado por ser eunucos por el Reino de los cielos (cf. Mt 19,12) y
por la desposesión. Por Cristo encarnamos ya ahora el carácter
escatológico (definitivo) del Reino; por Cristo somos incapaces de
compaginar la pasión por Dios y su Reino con cualquier otra cosa
buena y santa; por Cristo somos ofrenda exclusiva para Dios en
favor de su pueblo.
Si somos fragancia de Cristo, entonces Dios nos ha convertido,
por el honor de su Nombre, en instrumento de su gracia y de su
salvación. Hemos sido constituidos en mediación, sacramento,
signo. En un instrumento por el que Dios actúa simpre (pantote) y
en todas partes (en panti topô). En una mediación para
manifestarse (faneroô) Él mismo y darse a conocer. El que se
acerque a nosotros, religiosos y religiosas, percibiendo el aroma
que expandimos y liberamos, entrará en contacto con el «olor del
conocimiento de Dios». Quien visite nuestras comunidades,
nuestras instituciones, habrá de percibir las esencias de este
perfume.
No somos fragancia de Cristo si, habiendo sido vencidos por Él,
mantenemos este elixir celosamente escondido en un hermoso
frasco de alabastro, tapado y bien lacrado, sin osar quebrarlo (cf.
Jn 12,3 y Mc 14,3), no sea que se pierda y disperse el aroma.
No somos fragancia de Cristo si tenemos que explicar con
palabras altisonantes y hueras que estamos entrando la vida por
Jesús Mesías y su evangelio, sin que esto se capte de forma no
verbal, por simple ósmosis.
No somos fragancia de Cristo si hemos de justificar y acreditar
con largas razones y discursos teológicos la bondad y la verdad de
nuestro carisma. No somos fragancia de Cristo que se expande si el
gesto de nuestra vida es una señal difusa, ambigua e indescifrable,
a no ser que se esté familiarizado con un código laborioso de
manejar.
No somos fragancia de Cristo cuando al rezar por las vocaciones
deseamos herederos; cuando al suplicar al Dueño de la mies que
envíe obreros a su viña (Mt 9,38) estamos más preocupados por las
fichas que necesitamos sustituir en nuestros tableros de
planificación pastoral, que movidos por la pena de ver tantas y tan
diversas gentes necesitadas de consuelo y de guías que les
orienten en el camino hacia el encuentro con el Padre de toda
bondad. No somos fragancia de Cristo cuando pedimos a los
jóvenes que pongan «todo su haber y su poseer» a la libre
disposición y determinación de la orden, y nosotros nos esforzamos
en mantener todo atado y bien atado. No somos fragancia de Cristo
cuando lo que ansiamos es que sigan adelante nuestras
fundaciones y obras—naturalmente, concebidas a mayor gloria de
Dios—y no nos duele el alma de anhelar que se mantega en pie un
estilo radical de vivir consumido por el Reino.
No somos fragancia de Cristo cuando el Espíritu ya no encuentra
ninguna ranura, grieta u orificio por donde colarse en nuestros
edificios, para ponerlos patas arriba y descabalar nuestro orden y
nuestras previsiones sensatas. No somos fragancia de Cristo
cuando hemos fortificado nuestras casas a prueba de vendavales y
huracanes.
No somos fragancia de Cristo si de nuestros poros brota el
agotamiento, el cansancio y el mal humor.
Somos fragancia de Cristo si el contacto con nosotros genera
esperanza, alegría e ilusión. Cuando somos fragancia de Cristo,
nuestra vida resulta un sacrificio de olor grato a Dios.
Para que no quede todo en la abstracción, voy a enumerar
algunos de los ingredientes concretos que, sabiamente mezclados,
sirven para elaborar el divino perfume «fragancia de Cristo».
3.1. Peculiaridad, diferencia y expresión simbólica
En primer lugar no podremos ser fragancia de Cristo sin un
aroma especial, inconfundible, distinto, que se haga notar entre los
miles de ofertas que reciben los jóvenes en el mercado. Si nos
parecemos demasiado a sus padres o apenas nos distinguimos de
los «laicos comprometidos», no tendrá ningún sentido optar por la
Vida Religiosa.
Del estudio ya mencionado de Nygren y Ukeretis se desprende
que no tenemos claridad suficiente sobre el rol de los religiosos8.
Mayor claridad reina entre los contemplativos. No es casualidad que
en Alemania, con una crisis galopante de vocaciones femeninas, las
contemplativas tengan proporcionalmente muchas más que las de
vida activas. Éste es el terreno donde sería más deseable e
importante avanzar; primordialmente en el terreno vivencial, más
que en los aspectos teóricos.
Además, a partir del Vaticano II muchos religiosos y religiosas han
optado por una inserción muy fuerte en las estructuras de la Iglesia
local. Dicho crudamente, se han «parroquializado» y
«diocesanizado» 10. Esto repercute negativamente en las
posibilidades de percepción de la peculiaridad propia de la Vida
Religiosa y del carisma de la congregación en cuestión. Si las
órdenes religiosas surgen en la Iglesia como un soplo renovador del
Espíritu para atender a necesidades nuevas o desatendidas, la
asimilación a las estructuras diocesanas parece seguir el viento
contrario: la incorporación a lo ya existente e inventado. La
asimilación diocesana mina la fuerza profética de la Vida Religiosa.
La parroquialización encubre la misión particular y propia del
instituto. Tendrán más fácilmente futuro las congregaciones en las
que prima el sentido de la propia misión, y lo sepan articular
respondiendo a necesidades reales, críticas y desatendidas.
Los símbolos ostentan un gran poder expresivo. Además, poseen
la virtualidad de significar vivencias. Y no sólo significan
experiencias pasadas, sino que también pueden generar y
engendrar vivencias nuevas. Estas dos virtualidades operan tanto
en la esfera de los subgrupos culturales como en el conjunto de
una sociedad. De ahí la fuerza insustituible de los símbolos para
expresar la peculiaridad y la identidad; lo observamos a diario en
las tribus urbanas juveniles. Muchos religiosos hemos liquidado,
después del Vaticano II, la simbología que nos hacía a primera vista
socialmente identificables y diferentes: vestido (sotana, alzacuellos,
hábito) y tipo de vivienda (convento). Muy posiblemente, era
necesario para romper con un pasado en que aparecíamos
marcados por una teología preconciliar. Indudablemente, el deseo
de «encarnarse» quería derribar los muros de distancia que nos
alejaban de las condiciones normales de la vida de nuestros
contemporáneos. Posiblemente no haya que volver a lo anterior o a
todo lo anterior, pero sí creo que debemos generar una nueva
simbología social que exprese nuestra identidad. Por lo menos,
estas razones abogan en su favor; otra cosa es cómo pueda
concretarse.
Primero, Jesús mismo en el evangelio realiza acciones simbólicas.
Por ejemplo, la expulsión de los mercaderes del templo, el bautismo
en el Jordán, las comidas con los pecadores o la última cena. En
nuestra vida no deberían faltar por completo las acciones
simbólicas. Con ellas nos damos a conocer más que con palabras.
Segundo, los sacramentos ponen muy particularmente de
manifiesto la importancia de los símbolos en el lenguaje y la
experiencia religiosa. Los símbolos hablan a la fantasía y al deseo,
sugieren significados no desglosables en palabras, llegan a niveles
recónditos de la conciencia y arraigan muy en lo hondo de la
manera de sentir la verdad de la vida.
3.2. Mistagogia
MISTAGOGO/QUIEN-ES: Somos fragancia de Cristo si con
nuestro perfume «Dios pone de manifiesto por nosotros el olor de
su conocimiento» (/2Co/02/14b). Si Karl Rahner dijo en repetidas
ocasiones, hace ya años: «el cristiano del futuro será un místico, o
no será nada»", hoy día me atrevo a parafrasearle afirmando: o los
cristianos de hoy somos mistagogos, o no habrá cristianos mañana.
De modo equivalente podemos decir: o los religiosos de hoy somos
mistagogos, o no habrá religiosos mañana. Sólo se dan vocaciones
donde hay una experiencia fuerte y apasionada de Dios.
«Mistagogía» significa conducir al misterio. Más sencillamente, el
mistagogo es aquel que ayuda a la gente a encontrarse con Dios, a
experimentar personalmente el misterio de Diosa. Resulta chocante
y alarmante nuestra incapacidad—y la de la Iglesia en su
conjunto—para generar y transmitir experiencia religiosa originaria y
fundante. Omito un comentario sobre la liturgia y su papel en este
campo. Volveríamos a la importancia de lo simbólico, de un lenguaje
para la fantasía, el deseo y las entrañas.
Comentaba un compañero jesuita que en Guatemala, hace
bastantes años, más de veinte, un padre más bien mayor decía que
los evangélicos les ganarían la batalla a los católicos (en
Guatemala). Los demás se reían de él y no le daban crédito. La
mitad de la población guatemalteca, hoy, es evangélica. Además,
según este compañero, que dirige un programa de educación por
radio, inicialmente es más de fiar un maestro evangélico que uno
católico: es más honrado, más responsable, trata mejor a su familia,
se emborracha menos.
¿Por qué este cambio? Porque los evangélicos generan
experiencia religiosa original y fundante. Eso cambia la vida. No así
la instrucción catequética ni la amonestación moral.
3.3. Vida comunitaria
Somos fragancia de Cristo si nuestro perfume es atractivo, si la
gente quiere regresar embelesada a degustar su olor, si se
encuentra envuelta en un aroma de acogida, de fraternidad, de
espontaneidad, de simplicidad, de hospitalidad, de ternura, de
aprecio sin adulación. A pesar del individualismo de que hace gala
nuestra sociedad, en todos está muy arraigada la necesidad de una
pertenencia. Los jóvenes se asocian tribalmente. El deseo de una
vida comunitaria más intensa y auténtica es uno de los elementos
más buscados por los candidatos que se interesan por la Vida
Religiosa. Podemos ser signo contracultural atractivo.
De nuevo, el problema me parece más nuestro que de los
jóvenes. ¿A cuántas de nuestras comunidades podemos invitar a
un «prenovicio» o a una candidata para que confirme con los
hechos su deseo de vivir en comunidad, acogido, siendo sostenido
por los otros? ¿En cuántas de nuestras comunidades no reina un
individualimo atroz, un respeto excesivo? ¿Cuántas de nuestras
casas no están semiparalizadas en su dinámica comunitaria por
heridas viejas sin cicatrizar del todo? ¿Cuántas decisiones
personales tomamos sin filtro comunitario? ¿Cuánto tiempo
perdemos con los hermanos o hermanas de la comunidad
escuchándoles «inútilmente», sin rendir apostólicamente? ¿Qué
sacrificios hago gustoso por mi comunidad, porque triunfe una
iniciativa común que yo no he propuesto?
3.4. Opción por los pobres
A veces creemos ser fragancia de Cristo, porque estamos
trabajando como Jesús por los pobres y entre los pobres. De ahí la
perplejidad con que constatamos que nuestro perfume no parezca
ser grato al olfato, ni dé la impresión de que se expande su aroma,
ni mucho menos que las doncellas amen este perfume (cf. Cant
1,3). ¿Cómo puede ser esto? Ciertamente es innegable que los
religiosos, y más particularmente las religiosas, han hecho suya la
opción por los pobres preconizada por la Iglesia. Con temor y
temblor, presidido por un respeto enorme a quienes hacen carne
este modo de vida según el santo evangelio, insinúo tímidamente
estas reflexiones.
Primero, no es lo mismo la opción por los pobres en un país
occidental industrializado que en el Tercer Mundo, especialmente
en América Latina. Los pobres de un sitio y otro son muy distintos.
Acercarse a los pobres del Cuarto Mundo es sumergirse en un
ámbito donde «no se generan lenguajes creyentes»14. Así,
inicialmente parece que en el Cuarto Mundo la presencia de Dios es
más tenue y difícil de percibir. Si sólo se dan vocaciones desde una
experiencia intensa de Dios, y aquí Dios tiende a esconderse, es
más difícil que aquí se den vocaciones.
Segundo, no es fácil la integración de la vida espiritual y de fe
con la vida en el Cuarto Mundo. En algunos casos puede privar un
cierto voluntarismo disociado de la propia experiencia espiritual y de
Dios15.
Tercero, a veces surge la sospecha de si no reducimos nuestra
imagen de Jesús a su comportamiento ético. Si fuera así, le
estaríamos asimilando al Bautista. Igual que el precursor, nos
afanamos en denunciar los atropellos y las injusticias, vivimos
ascéticamente con el mínimo indispensable, deseamos como él que
Dios haga de una vez tabla rasa con los pecadores por amor a su
pueblo. Jesús no vivió tan ascéticamente: comía, bebía e iba a
casas de ricos y de explotadores consumados y reconocidos por el
pueblo: los recaudadores (Zaqueo).
También se mezclaba con las autoridades (el fariseo Simón,
Nicodemo). Jesús se acercó a los plagados de dolores y les curó,
pero no cerró su corazón a los ricos. No perdió el candor y la
ternura, no se amargó por tanto mal sin solución. Se alegró de la
preferencia de Dios por los pequeños (Lc 10,21). Si trató con
dureza a alguien, fue a los escribas y fariseos, los eclesiásticos de
la época.
Cuarto, la opción por los pobres es una llamada del Señor, no un
señuelo para las vocaciones16. Parece que Jesús nos dijera, como
a Pedro: «tú sígueme», y que lo que pase con Juan, más joven, es
otra historia (cf. Jn 21,22). Nuestra llamada no incluye como
contrapartida la promesa de una descendencia numerosa, al estilo
de Abrahán (cf. Gn 12,1; 15,5). La opción por los pobres parece
improcedente desde las técnicas del marketing «vocacional».
Según Nygren y Ukeretis: «... el mayor compromiso para trabajar
con los pobres, un valor fuertemente abrazado por la Iglesia y
particularmente entre los religiosos, se encontrará en una joven
hermana [de una congregación] apostólica. Actualmente este grupo
muestra la menor tendencia a aumentar de tamaño»17.
Mas el reclutamiento de vocaciones no es el objeto primordial de
la Vida Religiosa.
4. «Buscad primero su Reino y su justicia» (Mt 6,33)
Angustiarnos por la escasez de vocaciones puede ser muy
paralizante y estéril. Además, esta angustia se percibe en seguida y
repele las posibles vocaciones. El estudio de Nygren y Ukeretis
llega a esta conclusión:
«Si la Vida Religiosa ha de continuar siendo una fuerza vital en la
Iglesia y el mundo, el estudio del futuro de las órdenes religiosas en
Estados Unidos concluye que deben ocurrir cambios dramáticos en
la mayoría de las congregaciones en los Estados Unidos. Fidelidad
al espíritu del fundador y sensibilidad para necesidades críticas y
desatendidas de las personas son cruciales para la pervivencia de
la misión de las comunidades religiosas»18.
Parafraseando libremente una perícopa del sermón del Monte (Mt
6,25-34), podríamos decir: no os preocupéis primero de cuántos
vais a ser, de cómo vais a mantener vuestros colegios,
universidades, centros sociales, escuelas de catequesis,
guarderías, ambulatorios y hospitales. De esto se preocupan los
gentiles, los que no cuentan con la gracia de Dios. Mirad el inicio de
vuestros institutos y congregaciones; mirad los medios con que
contaba el fundador; mirad la confianza de vuestra fundadora en la
Providencia; mirad los pasos que dieron sin cálculo, sin tener todo
atado o claro; mirad la pasión y el amor que tenían a quienes
sirvieron y atendieron; mirad las dificultades en que osaron meterse
y cómo su fidelidad a Dios les porporcionó tribulaciones, angustias y
fracasos, mas en ellos Dios les sostuvo y les llevó en sus alas (cf.
Dt 32,11-12), les dio fuerza, sabiduría, bienhechores, amigos y
compañeros. Mirad los lirios y los pájaros, pues ellos alaban a Dios
sin construir graneros. Dios les alimenta y cuida. Vosotros buscad
primero el Reino y su justicia. Sed fieles a mi llamada. Entregad
vuestra vida ahora con coraje y aplomo. Compartid una misión que
desgarre de entusiasmo vuestras entrañas; una misión y un
entusiasmo de los que broten manantiales de agua viva para mi
pueblo y mi Iglesia. Atended a mi pueblo desamparado, perdido,
angustiado, solo, enfermo, maltratado y alejado de mí. Acercadle a
la fuente del consuelo, de la esperanza, de la Verdad y de la Vida.
Y no os preocupéis del mañana, que el manana se preocupará de
sí mismo.
Si vivimos así, si trabajamos según este estilo; mejor, si somos así
de manera visible y articulada, con un cierto bizqueo hacia el mundo
juvenil, seremos lenguaje simbólico que hable a su fantasía y a sus
sueños de entrega. Por la gracia del don vivificante del Espíritu,
exhalaremos un perfume que anime a otros a pronunciar,
derrotados, conmovidos, arrebatados, entusiasmados y postrados
junto con nosotros: «El alma se me ha salido en su seguimiento»
(Cant 5,6).
Gabino
URIBARRI
SAL TERRAE 1994/06 Págs. 473-485
........................
1. Sigo la traducción de Cantera-Iglesias, BAC, Madrid 19792, quienes
mantienen el texto hebreo propuesto en la Biblia hebraica stuttgartensia.
Otras versiones insertan el primer verso en el versículo 4. La elección de
un verso del Cantar en el título es premeditada. Desde los comentarios al
mismo de Hipólito (comienzos del s. IIl) y Orígenes (ca. 239-247), los
cristianos han leído e interpretado en él su experiencia espiritual,
comunitaria y personal.
2. Me inspiro en R. APARICIO, J. BENAVIDES, J. GARCIA, A. TORNOS,
«La publicidad: la nueva cultura del deseo e interpelación a la fe»:
Miscelánea Comillas 47 (1989) 495-546; X. QUINZÁ, La cultura del deseo
y la seducción de Dios (Cuadernos FyS, 24), Sal Terrae, Santander
1993.
3. J. MARTh4EZ CORTÉS, ¿Qué hacemos con los jóvenes? (Juventud /
sociedad / religión) (Cuadernos FyS 5), Sal Terrae, Santander 19892, pp.
45S, advierte sobre las nulas posibilidades de un discurso arrogante.
4. Ver: J. MARTINEZ CORTÉS, op. cit., p. 37.
5. D. NYGREN, M. UKERETIS, «Futura of Religious Orders in tille United
States. Research Executive Summary»: Origins 22, núm. 15 (sept. 24,
1992), PP. 257-272, aquí p. 261 en el margen. Es el resumen de los
resultados de un estudio sobre el futuro de la Vida Religiosa realizado en
Estados Unidos. Los autores dedicaron tres años de trabajo a la empresa,
contactaron con más de 10.000 hermanos, hermanas y sacerdotes
religiosos utilizando diversos instrumentos de medida para obtener
información: talleres, grupos de trabajo, entrevistas, etc. La investigación
final opera con una muestra aleatoria de 9.999 encuestas, de las que
recibieron un 77,4% de respuestas (7.736). Muchos de sus resultados son
claramente extrapolables a otros países occidentales industrializados. En
adelante me referiré a él como FORUS. Ahora han publicado un libro:
NYGREN & UKERETIS, The Future of Religious in the United States:
Transformation and Commitment, De Paul University, Chicago 1994.
6. Puede verse una lista bastante completa en «A Lineamenta Response
Letter from the National Religious Vocation Conference», escrito por Sister
Catherine BERTRAND, SSND, executive director, pp. 2-3.
8. Cf. FORUS, P. 263. La menor proporción de claridad se registra en
Estados Unidos entre las religiosas.
9. Lo mismo cabe pronosticar en general de las congregaciones monásticas
en Estados Unidos, cf. FORUS, P. 270.
10. Sigo reflexiones y datos de NYGREN Y UKERETTS, FORUS, P. 272.
14. T. CATALÁ. <<Salgamos a buscarlo» Notas para una teología y una
espiritualidad desde el Cuarto Mundo (Cuadernos «Aquí y Ahora» 21). Sal
Terrae. Santander 1992. p 12.
15. Ver FORUS. P 264, además de muchas observaciones agudas de T.
CATALÁ, op cit.
16. Ver T. CATALÁ, op. cit., p. 15.
17. FORUS, P. 264. Traducción mía.
18. FORUS, P. 270. Traducción mía.