La Teología subyacente a la Experiencia Pastoral de la Iglesia particular de Ciudad Guzmán, Jalisco, México

 

José SÁNCHEZ SÁNCHEZ

 

Toda acción o proceso, tanto de la persona humana, como de una comunidad o pueblo tienen un sostén teórico. A veces se es consciente de él, a veces, no; pero basta que se haga una reflexión sobre la acción o proceso para descubrir el marco teórico que los fundamenta. Los generadores de mentalidad, los intelectuales, son quienes generan o ayudan a explicitar dicho sostén teórico.

En el propósito de descubrir la teología subyacente al proceso pastoral de una Iglesia Local, es necesario conocer, por lo menos, los rasgos fundamentales de dicho proceso. Por tanto, al querer descubrir la teología subyacente al proceso de la Diócesis de Cd. Guzmán, es necesario conocer la descripción la experiencia por lo menos en sus rasgos más importantes. El ser breves tiene el riesgo de ser simplistas en la descripción. La presente ocasión amerita correr dicho riesgo.

 

1.- UNA IGLESIA EN CAMINO.

1.1.- El inicio

La Diócesis de Cd. Guzmán fue creada por el Papa Paulo Vi, el 22 de Marzo de 1972, en plena efervescencia de renovación del Vaticano II.

Desde el principio, se dieron pasos importantes de renovación eclesial como la creación del Consejo presbiteral, la organización diocesana por Vicarías (decanatos) y el intento de planificar la pastoral, a través de una comisión nombrada por y con miembros del Consejo presbiteral.

El proceso de una pastoral, conforme a los principios del Vaticano II y de Medellín y de Puebla inició con la inquietud de algunos sacerdotes. Cada uno de ellos trabajaba en diversos lugares intentando una pastoral comprometida con la comunidad, pero la búsqueda era aislada, por lo que sintieron la necesidad de interrelacionarse y unificarse en los criterios y en el método.

El contexto de este trabajo fue difícil, la coyuntura pastoral diocesana no apoyaba un trabajo en esta línea de compromiso pastoral y la falta de claridad hacía lento el avance.

La llegada de D. Serafín Vásquez Elizalde, como segundo Obispo de Cd. Guzmán, el 31 de enero de 1978, dio esperanzas de un apoyo a esta línea de trabajo. Él convocó a los presbíteros, desde el principio, a trabajar unidos, a orar juntos y a estudiar en equipo.

 

1.2.- La opción pastoral

La invitación expresa a trabajar en una pastoral de conjunto nos llevó a iniciar un estudio sobre la espiritualidad de los presbíteros y la pastoral orgánica. El estudio del Documento de Puebla, la investigación de la realidad y la reflexión sobre la Iglesia servidora del Reino llevó en 1983, a Dn. Serafín, junto con los presbíteros y algunos agentes de pastoral a hacer una opción pastoral que marcaría la vida diocesana: una Iglesia que hiciera opción por los pobres, por las Comunidades eclesiales de base y por los jóvenes.

Poco a poco se fueron aclarando los alcances de esta opción, que sin duda fue animada por el Espíritu Santo. Desde ese tiempo se optó por reconstruir la Iglesia como comunidad al servicio del Reino de Dios desde la base, es decir, una Iglesia descentralizada a los barrios y ranchos de las parroquias y articulada en Comunidades Eclesiales de base.

La participación de los seglares comenzó a ser un elemento indispensable en la vivencia de esta opción eclesial, no únicamente en la realización de tareas, sino en la búsqueda y la toma de decisiones en el proceso pastoral, tanto en las asambleas parroquiales, vicariales y diocesanas.

Los espacios de articulación vicariales (decanales) y diocesanos se comenzaron a poner al servicio de la vivencia de este Nuevo Modelo de Iglesia, que se convirtió en el inspirador de las acciones evangelizadoras.

En esta etapa de la vida diocesana, D. Serafín junto con el presbiterio vimos la necesidad de que los seminaristas fueran formados en la Diócesis, teniendo como marco referencial el proceso pastoral diocesano. En 1983, se iniciaron los estudios de Teología en el seminario diocesano y en 1986, los de Filosofía.

El terremoto de 1985 trajo como consecuencia positiva el caer en la cuenta de que la Iglesia, al servir al pobre, tenía que estar comprometida con la organización del mismo para alcanzar su liberación. En esta coyuntura nacieron innumerables organizaciones básicas de cooperativas de autoconstrucción, de consumo, comités de solidaridad y una organización popular más amplia: El comité central de damnificados.

La coyuntura de 1988, ayudó a aclarar el compromiso de la participación de los seglares en el campo político. Lo que influyó en la alternancia del gobierno en algunos municipios y en el nacimiento de la oposición en algunas comunidades que eran tradicionalmente del partido oficial. También trajo conflictos con las personas comprometidas con el régimen oficial. No se hicieron esperar las críticas, los rumores y los periodicazos.

 

1.3.- Repensar la identidad de las Comunidades Eclesiales de base

El vivir en todas sus dimensiones el Nuevo Modelo de Iglesia, llevó a tener que repensar la identidad de las Comunidades Eclesiales de Base. Si éstas son la Iglesia de Jesús en la base, no se podía pensar que ésta fuera sólo un grupo de adultos que reflexionan su realidad a la luz de la Palabra de Dios y se comprometen en la construcción de una Iglesia y sociedad nuevas, dejando fuera a los otros sectores del Pueblo de Dios, porque no sería realmente una comunidad eclesial. Para esto se necesita vivir las 4 mediaciones de la Iglesia: kerigma, liturgia, koinonía y diakonía. Lo que supone una vida de comunidad, no sólo de grupo.

Así a través de una reflexión que nos llevó tiempo, llegamos a la conclusión de la que Comunidad eclesial de base es “ La Iglesia de Jesús con todos sus elementos fundamentales ahí donde el pueblo se juega la vida”. Se conforma, por tanto, por la articulación de los grupos y servicios que se prestan en el barrio o rancho. Es la comunidad que se responsabiliza de la vida cristiana de la comunidad más amplia. Sólo así se podría pensar en que la parroquia se estructurase a través de la articulación de comunidades, llegando a ser: Comunidad de comunidades.

Si ya se había iniciado el proceso de descentralización no únicamente de la pastoral sino de la vida de la Iglesia, ahora tendría que buscarse la articulación de esa vida comunitaria desde la base, hasta llegar a la parroquia. Para esto se vio la importancia de las asambleas comunitarias y de los consejos comunitarios. Las primeras son la expresión de la Iglesia unida y reunida, ya sea a nivel de base o parroquial; los segundos son el ministerio indispensable de coordinación en la comunidad a la base o la parroquial.

 

1.4.- El Sínodo y la etapa postsinodal

Al convocar D. Serafín a la Iglesia diocesana a un proceso sinodal, nos propuso como objetivo el recuperar , valorar y proyectar la experiencia de Iglesia que vivimos.

El Sínodo nos llevó a una amplia participación de todos los miembros del pueblo de Dios: Seglares, religiosos, religiosas y presbíteros. Las etapas de Sínodo correspondieron lo mismo que los documentos emanados de la reflexión eclesial, a los niveles de Iglesia: Comunidad Eclesial de Base, Iglesia de Jesús a la base; Parroquia, comunidad de comunidades; Diócesis; Iglesia inculturada con rostro propio; y el espacio de apoyo pastoral: la Vicaría o decanato.

Los 6 documentos promulgados por D. Serafín fueron fruto de una participada reflexión eclesial y nos ayudaron a aclarar puntos sobre le experiencia eclesial y reforzaron los ya seguros. El Sínodo no fueron únicamente las asambleas sinodales diocesanas, sino también y principalmente el trabajo y las reflexión de conjunto que se llevó a cabo desde la base, las parroquias, las vicarías y que ayudaron a reforzar el Modelo de Iglesia. Estos documentos son la expresión de la Teología subyacente de nuestro proceso pastoral.

La etapa postsinodal ha consistido en la búsqueda de cómo llevar a la práctica los documentos sinodales. Las prioridades del tercer Plan diocesano de pastoral surgieron de las acciones necesarias para vivir el Sínodo Diocesano, sobre todo en el nivel de la base.

En todo este proceso, la Pastoral de conjunto ha sido no únicamente un método de planificación pastoral, sino una mística de vivencia eclesial, que ha sido expresión de la Iglesia, misterio de comunión, y que ha ayudado a vivir una significativa integración de los agentes de pastoral. Los tres planes diocesanos han respondido al momento eclesial y social que se ha vivido.

 

2.- EL DIOS DE LA HISTORIA Y DEL REINO.

En la experiencia pastoral de nuestra Diócesis, comenzamos a repensar el mismo concepto de Dios, de Cristo y de Espíritu Santo.

El Concilio Vaticano II, hablando de la revelación de Dios afirma que ésta se realiza en la historia. Las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan. (DV.2). Dios ha querido intervenir en la historia para salvar a la humanidad. Por esto llamó a Abraham desde Ur para darle una tierra; por esto liberó a los hebreos de la esclavitud de Egipto; por esto les dio una tierra que mana leche y miel; por eso los volvió a la tierra que habían perdido por su infidelidad a la alianza. Y todo este proceso histórico de revelación y de salvación llegó a su plenitud en Cristo Jesús.

La historia es el espacio y la mediación de la salvación de Dios. Por esto, las realidades de este mundo no son ajenas al proyecto de liberación de Dios.

Jesús, Verbo de Dios encarnado, vino de parte de Dios a anunciar y hacer presente el Reino de Dios, centro de su vida, mensaje y obras y que era esperado con ansias por el Pueblo de Israel, aunque de diverso modo. “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios se acerca, conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Mc. 1,14-15). Jesús en la historia de su tiempo discierne el proyecto de Dios de salvar a su pueblo, y él se convierte en el servidor de ese Reino, que los apocalípticos afirmaban que se realizaría entre las nubes del cielo, que serían totalmente trascendente y en el que los humanos no tendríamos sino que disponernos a recibirlo (Cfr. Dn. 7, 9,14). Jesús lo anuncia ya presente en la historia, pero al mimo tiempo, trascendente; don de Dios, pero también tarea humana; espiritual, pero también abarcando todas las realidades humanas. ( Mt. 12,28; Lc. 12, 54-57; 17,20-21).

Este Reino de Dios se hace presente en proyectos históricos concretos, tanto eclesiales como sociales. Para construir el Reino de Dios, hay que partir de la realidad de pecado y de gracia en la que se vive. Este es el punto de partida ( término a quo). Nuestra mirada debe estar puesta en la plenitud del Reino que está siempre por delante de nosotros (Término Ad quem). El camino que hay que recorrer entre ambos puntos, son los proyectos históricos, son etapas en la tarea de la presentización del Reino de Dios. Estos proyectos históricos, ya sea pastorales o sociales, son signos que nos anuncian su plenitud más allá de la historia, son adelantos de la plenitud, son mediaciones de la construcción. Como semillas tienden a la plenitud, como signos tienen la seriedad de la voluntad salvífica de Dios, por ellos pasa la fidelidad de Dios a sus promesas y la fidelidad nuestra a la voluntad de Dios. Tienen una seriedad que traspasa la historia.

Elaborar y realizar los proyectos históricos en favor del Reino supone la fe, que es la actitud de confianza en que Dios puede cambiar la historia de perdición, en historia de la salvación. La fe es una virtud activa. “Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: ‘Trasládate allá’ y se trasladaría; nada les sería imposible” (Mt. 17,30). La fe está íntimamente ligada a la esperanza y suscita el amor, que es la fuente del compromiso en la construcción del Reino. La fe también es discernimiento, es búsqueda de la voluntad de Dios, quien se manifiesta en la historia de las personas y de los pueblos. El no saber discernir los signos del Reino raya en la “perversidad” . “Esta generación perversa e infiel reclama una señal, pero no tendrá otra señal que la del profeta Jonás” (Mt. 12,39).

El ser fiel a esta misión recibida del Padre lleva a Jesús a entregar su vida. Muere y el Padre lo resucita y lo constituye Señor y Mesías (Hech.2,32-33. 36), quien, una vez resucitado, envía a los discípulos el Espíritu Santo para tengan la fuerza y la sabiduría para cumplir la misión.

El Espíritu Santo es la presencia viva de Jesús resucitado, quien actúa en la Iglesia y a través de ella para hacer realidad la salvación de Dios, el perdón de los pecados (Jn. 20,21-22).

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una comunidad divina, la mejor comunidad, a imagen de la cual, hemos sido creados y que se expresa en la historia a través de la Iglesia, que es la comunidad terrena, sacramento de la comunidad divina de Dios.

 

3.- LA IGLESIA, AL SERVICIO DEL REINO.

Para cumplir su misión, Jesús escoge discípulos que colaboren con él. Primero escoge 12, signo profético del Israel restaurado, luego 72, signo profético de la totalidad de los pueblos y los envía a anunciar y a hacer presente el Reino de Dios (Cfr. Lc. 9,1-6;10,1-12). Cuando Jesús se da cuenta del rechazo de gran parte del pueblo de Israel, (Cfr. Mt. 11,20-24 y par.) sobre todo de sus dirigentes religiosos, les encomienda una tarea escatológica: la de juzgar a las 12 de tribus de Israel (Cfr. Mt. 19,28) y los convierte en semilla del nuevo pueblo al que se le encomendará el Reino para que entregue sus frutos a tiempo (Cfr. Mt. 21,43).

Esta misión que en la primera parte de su vida, Jesús encomienda sólo a sus discípulos, en la segunda parte, la extiende a todos los que quieran seguirlo (Lc. 14,25-26), de ahí en adelante, todo el que quiera ser discípulo de Jesús, tendrá que seguirlo, es decir, tendrá que continuar la obra que inició Jesús. Los discípulos son los encargados de proseguir la misión de anunciar y hacer presente el Reino de Dios.

Una vez resucitado Jesús, se aparece a los discípulos para devolverles la fe, que el escándalo de la cruz les había disminuido y para reforzarles la esperanza (Cfr. Lc. 24,13-35) y para confiarles la misión (Hech. 1,8; Mt. 28, 16-20). La Iglesia nace de la misión del Resucitado. Ella es la continuadora de la obra de Jesús.

Esta condición de sierva del Reino de Dios descentra a la Iglesia de sí misma. La Iglesia no es para ella, sino que está en función del Reino de Dios, por tanto, debe cumplir su misión en condición de sierva como su fundador. La Iglesia es sacramento del Reino de Dios, ella es su presencia en el mundo, en la fase procesual. La Iglesia... constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino dice la Lumen Gentium (LG.5b). El documento de Puebla desarrolla más esta dimensión de la Iglesia y dice: Este Reino, sin ser una realidad desligable de la Iglesia (Lg. 8ª.), trasciende sus límites visibles, Porque se da en cierto modo donde quiera que Dios esté reinando mediante su gracia y su amor, venciendo el pecado y ayudando a los hombres a crecer hacia la gran comunión que les ofrece en Cristo.(DP.226).

La Iglesia ha recibido la misión de anunciar y hacer presente ese Reino. Ella es su signo. En ella se manifiesta, de modo visible, lo que Dios está llevando a cabo, silenciosamente en el mundo entero (Cfr. DP.227). La Iglesia es también el instrumento que introduce el Reino entre los hombres para impulsarlos hacia su meta definitiva (DP.227).

El reino de Dios se hace presente tanto en la Iglesia como en el mundo, por lo que la misión de la comunidad de los discípulos de Jesús no se encierra únicamente en ella misma, sino que está abierta al mundo. La Iglesia es un instrumento de la construcción del Reino en la sociedad, de aquí su compromiso social.

 

Un Nuevo Modelo de Iglesia

Del Concilio Vaticano II, aplicado a la realidad de América Latina por las Conferencias de Medellín y de Puebla, surgió una nueva forma de vivir la Iglesia muy en contacto con la realidad de un pueblo pobre y creyente. Guiados por la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia, lo mismo que atentos a la realidad de pobreza de nuestro pueblo del Sur de Jalisco, hicimos en la Diócesis la opción por este Modelo de Iglesia. Es un modelo que vive en íntima interacción con el pueblo. Ambos se van construyendo como sujetos, el pueblo, más amplio, más englobante, la Iglesia, más especial, constituida en comunidades. No podemos pensar nuestra América Latina sin comunidades eclesiales, ni tampoco podemos pensar las comunidades aisladas del pueblo.

Esta Iglesia-comunidades se va construyendo en el camino y trata de responder evangélicamente a las necesidades del pueblo. En el trasfondo de ella está Jesús, Servidor del Reino y las Comunidades apostólicas, paradigma de la Iglesia de todos los tiempos y lugares. La Iglesia es un don inacabado del Padre que nos compromete en su construcción como servidora del Reino y puesta al servicio de la humanidad.

A partir de esta relación entre Comunidades Eclesiales y pueblo, la Iglesia repiensa su misión y reafirma algunas notas específicas, que le dan rostro nuevo.

 

3.1.- Iglesia solidaria

Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todos de los pobres y de cuantos sufre, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. (GS.1). Ante la realidad de pobreza y de postración de los pobres, La iglesia – pensamos - no puede pasar como el sacerdote o levita de la parábola del Samaritano (Lc. 10,25-37), ella debe apiadarse del desvalido y solidarizarse con él. Es a través de las acciones y organizaciones asistenciales, promocionales, civiles que ella sale al encuentro del pobre para defender sus derechos y su dignidad.

Este campo social es el ámbito propio (no exclusivo) de los fieles laicos, a quienes se les ha encomendado la transformación de las realidades terrenas según el Evangelio (IA.44). No se puede dispensar de este compromiso ni en el caso de que participen de las labores pastorales, en tal caso, deben de coexistir el trabajo pastoral y el social. (IA.44).

Es por esto, que la formación y concientización social es parte de la labor de la Iglesia, que siente como su obligación preparar hombres y mujeres que participen en el campo de la política. La Iglesia para que pueda cumplir su misión de ofrecer la salvación a la humanidad, debe tener los pies en la tierra, y actuar conforme al Evangelio y a los condicionamientos concretos de los hombres y mujeres de su tiempo.

Esta solidaridad con la causa de los pobres trae como consecuencia que los poderosos, que se sienten amenazados en sus intereses con la acción de la Iglesia, la persigan, la critiquen y la calumnien. Íntimamente ligada a la dimensión de solidaridad va unida la dimensión martirial.

 

3.2.- Iglesia misionera

La Iglesia nace de la misión del Resucitado, por tanto, por naturaleza es misionera. Su misión es la evangelización, es lo que le da su identidad más profunda (EN 18). La comunidad eclesial, que ha tenido un encuentro con Cristo, no puede quedarse sin dar testimonio de él y de invitar a otros a tenerlo. Este encuentro se da en la historia, en la Sagrada Escritura, en la Eucaristía y demás sacramentos, pero sobre todo , en los pobres. (IA. 12). La evangelización es el servicio que la Iglesia presta al mundo, que no está del todo evangelizado y que debe serlo continuamente.

La Iglesia misiona cuando proclama el Evangelio a sus mismos miembros, tanto a los cercanos como a los alejados. Ella trata de que comprendan que ser discípulos de Jesús no es sólo cumplir con una serie de normas, sino tener un encuentro con El que transforme la vida y comprometa a transformar la realidad. La Iglesia debe evangelizar y evangelizarse continuamente.

La misión también la lleva a cabo cuando con la fuerza del Evangelio renueva todas las cosas (EN.21). Ayuda a pasar de situaciones injustas a situaciones más humanas.

 

3.3.- Iglesia profética

La Palabra de Dios está en el corazón de la Iglesia, le da fuerza para peregrinar entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios (LG. 8). Ella, como discípulo, cada mañana se despierta escrutando los signos de los tiempos para encontrar la acción salvífica de Dios. Es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual (DV.21).

Poner la Biblia en las manos del pueblo y de guiarla para su recta interpretación a partir de la vida y de las necesidades de los cristianos es una tarea impostergable que realizamos. La lectura orante de la Biblia es un método que se recomiendo y se pone en práctica en nuestra Diócesis. No se puede comprender la vida de las pequeñas comunidades eclesiales, sin la palabra de Dios.

La confrontación de la realidad con la palabra de Dios lleva a descubrir la situación de pecado en la que vivimos, por esto la dimensión profética también consiste en denunciar el pecado personal y estructural.

 

3.4.- Iglesia ministerial

Si la misión de la Iglesia es evangelizar, ésta se lleva a cabo a través de los diversos ministerios. La participación de los laicos es imprescindible en la Iglesia (EJS.221) América necesita de laicos cristianos... no vivirá la cultura globalizada de la solidaridad sin fieles laicos maduros (EJS. 221-222).

Además de la responsabilidad de los Ministerios ordenados, en la Iglesia se confieren Ministerios laicales, a todos aquellos seglares que después de una cuidadosa formación, se les reconoce su compromiso y participación en las tareas pastorales. Entre estos ministerios resalta el de la coordinación, quien se encarga de la articulación de todos los ministerios en la comunidad. No centraliza, no acapara, no monopoliza, sólo articula, anima y acompaña.

Sin negar las notas de la Iglesia: Una, santa, católica y apostólica que desde los primeros siglos se le atribuyen a la Iglesia, en este modelo de Iglesia comprometida y liberadora, las notas de misionera, profética, solidaria y ministerial le dan un rostro propio.

 

4.- UN NUEVO NIVEL DE IGLESIA

Una de las dimensiones más características de este Modelo de Iglesia es la de ser comunidad.

Iglesia quiere decir comunidad (ekklesía). Ser Iglesia es ser comunidad. Si no se viven relaciones de fraternidad, de compartir, de verdadera comunión entre los miembros de la comunidad, no se es Iglesia. La comunión es un elemento fundamental del ser de la Iglesia. El vivir la comunión es lo que le da rostro a la Iglesia de Jesús. Este vivir unidos era lo que llamaba la atención a los que veían a los primeros cristianos, y por eso decían: “Miren cómo se aman” y gozaban de la simpatía del pueblo (Hech. 2,47).

 

Vivir la comunión, ser Iglesia no se logra de una vez por todas, es un proceso. Es un camino como el que recorrió Israel en el desierto hasta llegar a la tierra prometida. La Iglesia es un don inacabado de Dios, es una tarea a realizar continuamente que no se termina en esta historia. Por tanto, nosotros, como discípulos de Jesús, tenemos la tarea de construir la comunidad, la Iglesia.

Ahora bien, ser comunidad, formar la comunidad, vivir en comunidad es algo que se descuidó durante muchos años. En la sociedad rural, las comunidades eran pequeñas y se vivían relaciones más estrechas. Se pensaba que la Iglesia y la sociedad se identificaban, por lo que con el hecho de pertenecer a la Iglesia, ya se vivía en comunidad, y no se veía la necesidad de insistir en la formación de la comunidad, se nacía y se vivía en ella. Pero la sociedad moderna va pasado de lo rural a lo urbano. Las grandes urbes han crecido de una forma incontrolada y las ciudades medias por su crecimiento han perdido la cercanía que antes tenían.

Así como el tejido de la sociedad se ha ido destruyendo, así también la conciencia y vivencia de comunidad se ha ido perdiendo en la Iglesia moderna. Por tanto, ha ido perdiendo el rostro de ser Iglesia de Jesús y ha ido perdiendo la fuerza de fermentar la sociedad con los valores del Evangelio. Para poder construir el Reino de Dios, es necesario que ahora también reconstruyamos la Iglesia, reconstruyamos las relaciones comunitarias entre los cristianos. Las parroquias son demasiado extensas, por lo que ya no son el primer nivel comunitario de la Iglesia de Jesús. Ya en ellas no se pueden vivir las relaciones de comunión. Urge, por tanto, volver al nivel de Iglesia doméstica que vivían los primeros cristianos dispersos por el mundo del Imperio Romano. Los cristianos de las primeras generaciones no conocieron el cristianismo masivo que nosotros conocemos, ellos vivieron el misterio de la Iglesia en las casas (Rom. 16,3 –5) Esto es lo que intentamos al vivir en las Comunidades Eclesiales de base.

Cada una de estas CEBs. deben ser verdaderamente una comunidad, deben ser la Iglesia de Jesús en su dimensión más pequeña. Formar, entonces, las CEBs. como auténticas Comunidades cristianas es una tarea indispensable hoy. Sólo así se podrá lograr que las parroquias sean verdaderas comunidades cristianas, sean “comunidad de comunidades”.

Actualmente son dos las grandes alternativas para vivir la Iglesia: La Iglesia comunidad y la Iglesia de movimientos. En la primera, se busca que la Iglesia crezca y madure en su compromiso y en su articulación. En la segunda son los movimientos los que crecen, sin tener en cuenta, en muchos casos, el que la Comunidad en cuanto tal crezca. Es aquí donde se necesita hacer una opción.

Los movimientos son eclesiales, pero no pueden apropiarse el ser comunidad, Iglesia. No son incompatibles con el modelo comunitario, sólo que tienen que estar al servicio de la Iglesia y no ésta al servicio de los Movimientos eclesiales. Esta debe discernir sobre su oportunidad y su servicio.

Para reconstruir la comunidad se necesita hacerlo desde la base. Para que la parroquia sea una comunidad vida se tienen que favorecer las pequeñas comunidades eclesiales de base, también llamadas comunidades vivas, donde los fieles pueden comunicarse mutuamente la Palabra de Dios y manifestarse en el recíproco servicio y en el amor; estas comunidades son verdaderas expresiones de la comunión eclesial y centros de evangelización, en comunión con sus pastores (ChFL. 26) y reestructurarse como “Comunidad de comunidades” , para lo cual hay que descentralizar la vida de la Iglesia hacia los barrios, colonias o ranchos en donde el pueblo se juega la vida.

Esta comunidad a la base del pueblo, descentralizada es la Comunidad Eclesial de Base, que cuenta con las dimensiones fundamentales de la Iglesia. En ella se articula la vida y el trabajo de la comunidad, de forma que se dan los ministerios y servicios necesarios para que la comunidad más grande viva cristianamente.

Hay dos elementos fundamentales para la articulación de la vida eclesial descentralizada: El Consejo comunitario y la Asamblea comunitaria. Articuladas por la Asamblea parroquial y el Consejo de pastoral, las CEBs. constituyen la Parroquia, comunidad de comunidades y la comunión de éstas realiza la Iglesia particular como Iglesia inculturada con rostro propio.

Vivir este modelo de Iglesia lleva necesariamente a vivir el nivel de base de la Iglesia. Ambos elementos son interdependientes: No se da el uno sin el otro.

 

5.- LA IGLESIA PARTICULAR.

El movimiento descentralizador nacido del Vaticano II dio mucha importancia a las Iglesias nacionales y diocesanas, es decir, a las Iglesias particulares. El Concilio reconoce su legítima existencia, porque gozan de tradiciones propias, permaneciendo inmutable el primado de la Cátedra de Pedro, que preside la asamblea universal de la caridad, protege las diferencias legítimas y simultáneamente vela para que las divergencias sirvan a la unidad en vez de dañarla. (LG.13 c).

Ya desde las Iglesias apostólicas, a las comunidades que se reunían en las casas y que estaban ubicadas en las ciudades se les daba el nombre de Iglesias (Cfr. Rom. 16,5; 1 Cor. 1,2), de la misma manera que a la comunidad de cristianos dispersos por el orbe de la tierra (Col. 1,18).A estas Iglesias particulares autóctonas suficientemente fundadas, y dotadas de propias energías y maduras, que, provistas suficientemente de jerarquía propia, unida al pueblo fiel, y de medios apropiados para llevar una vida planamente cristiana (Cfr. GS.6 c), hay que promoverlas y suministrarles continuamente toda especie de socorro para que puedan llegar a la madurez.

La Iglesia particular en cierto modo, es expresión y concretización de la Iglesia universal. Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de fieles, que, unidas a sus pastores, reciben también en el Nuevo Testamento el nombre de Iglesias (LG.26 a).pero tiene su peculiaridad que la constituye en Iglesia particular o local.

La Iglesia particular por excelencia es la Diócesis presidida por el Obispo, en cooperación de su presbiterio. Esta Iglesia Local además de la presencia del Espíritu Santo que la anima, renueva constantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo (Cfr. LG.4), posee rasgos que le dan la peculiaridad propia que la hace Iglesia particular. Estas son las tradiciones propias que poseen las Iglesias particulares. ¿Cuáles son los rasgos que nuestra Iglesia particular de Cd. Guzmán ha ido asumiendo y que le han ido dando rostro propio, que la van forjando como Iglesia particular, inculturada?.

 

5.1.- Discernir los signos de los tiempos

Tratamos de ser una Iglesia que procura discernir los signos del reino de Dios en la realidad que vivimos. La investigación y el análisis de la realidad tienen una importancia grande, no únicamente por razón de método pastoral, sino también porque sabemos que Dios nos salva en la historia y que es en ella donde se hace realidad su proyecto de vida para los pobres. Discernir los signos de los tiempos ha sido una constante preocupación nuestra Es el Espíritu de Dios, quien nos ha ido enseñando el camino a través de los signos que nos da en la realidad de nuestro pueblo.

Esto también nos ha ido dando una conciencia histórica. Cuando la Iglesia es consciente de este caminar, cuando tiene memoria de su pasado, cuando el pasado ilumina el presente y éste se proyecta en el futuro, la identidad de Iglesia particular crece y se fortalece.

Asumimos la realidad tanto histórica como social - que vivimos y nos dejamos tocar por la cultura específica propia de nuestro pueblo del sur de Jalisco. Nuestro pueblo, guiado por el Espíritu Santo ha entrado de tiempo atrás en un proceso de inculturación del Evangelio en su religiosidad popular. Asumirla es una de las tareas prioritarias de nuestra Iglesia diocesana. (Carta Pastoral, Junio, 199, p.,12).

 

5.2.- Reflexión teológica propia

La palabra primera en el caminar de una Iglesia local es la realidad y la respuesta de fe que da a ella. La palabra segunda, la reflexión teológica también es indispensable. A una práctica pastoral especifica corresponde una reflexión teológica propia, con rasgos característicos, Una reflexión autóctona, que refuerce y que provoque la pastoral. En nuestro proceso pastoral hemos hecho esfuerzos por hacer una reflexión que ilumine nuestro caminar. Esta reflexión teológica es la que nos ha ayudado a forjar el rostro de la Iglesia que queremos ser: Un Nuevo Modelo de Iglesia, viva y evangelizadora, que se renueva desde la base (Ibid. P12-13).

 

5.3.- Magisterio episcopal propio

El Obispo, junto con su presbiterio es el signo visible de la unidad y comunión de la Iglesia local, su palabra es también expresión y germen de la Iglesia particular. Este magisterio local no es obra personal sino colegial, es decir, elaborado en colaboración con los presbíteros.

En nuestra Diócesis, el Sínodo ha sido un esfuerzo de reflexión teológica y de magisterio local muy significativo.

 

5.3.- Las celebraciones encarnadas en la realidad

Las celebraciones son un elemento fundamental en la Iglesia, en ellas se hace presente la salvación de Dios ofrecida por Cristo, a través de la acción de la Iglesia en favor de la comunidad. La cultura de cada pueblo tiene sus signos y símbolos que si se retoman en la liturgia, ésta manifiesta de forma más entendible la salvación y el mensaje de Dios. Por eso hemos tratado de hacer de nuestras celebraciones acciones que retomen la vida de nuestras comunidades y los símbolos culturales de nuestro pueblo.

 

5.4.- Comunión con las demás Iglesias.

Nuestra Iglesia particular ha estado en comunión con otras Iglesias locales. Ya sea por la comunicación epistolar de nuestro Obispo con otros Obispos, ya sea por su presencia en las reuniones regionales y nacionales de pastoral de conjunto, ya sea a través de la coordinación pastoral regional de los equipos de pastorales específicas, ya sea a través de visitas que nos han hecho miembros de otras Diócesis, ya sea por las visitas que hemos hecho a otras Iglesias ya sea a través de la asesoría que hemos prestado a procesos pastorales de otras Iglesias locales.

También hemos tenido muy en cuenta la comunión con el Papa, signo visible de la unidad de la Iglesia de Jesús (Cfr. Mt. 16,17-20).

Todo esto nos ha llevado a ir forjando nuestro Iglesia diocesana, como una Iglesia local en proceso de inculturación y con rostro propio.

 

6.- LAS OPCIONES DIOCESANAS.

La opción por los pobres, por las Comunidades Eclesiales de Base y por la participación de los laicos, que hicimos desde 1983 no son tres opciones, sino una sola con tres dimensiones.

La fe en un Dios que opta por los pobres, la opción fundamental de Cristo por los desheredados, los excluidos y la realidad que vivimos nos animó a optar por los pobres. No se trata de una opción exclusiva y excluyente, sino evangélica e incluyente. Esta opción consiste en asumir la vida de los pobres y sus causas, ya que ellos son los beneficiarios del Reinos, son los sujetos del mismo y son quienes mejor entienen los misterios del Reino (Cfr. Mt. 11,25- 26).

Esta opción nos ha llevado a elaborar proyectos de promoción de los pobres, en los que son ellos los sujetos de su propia evangelización y de su propio desarrollo y a no considerarlos objetos de beneficencia o de asistencia social . También nos ha llevado a aceptar que los proyectos que realizamos tienen las mismas características de los signos del reino puestos por Jesús: pequeños, a veces, poco eficaces, no deslumbrantes.

En las CEBs. encontramos el espacio de participación de los pobres y de su evangelización. Son comunidades de pobres y de aquellos que se solidarizan con ellos. La Religiosidad popular un espacio privilegiado de evangelización, en donde el pobre pone en práctica su gran potencial evangelizador.

La opción por los seglares nos ha llevado a buscar la participación de ellos y ellas en las tareas pastorales, sin descuidar la tarea social específicamente encomendada a los laicos y laicas. Esta participación va desde la investigación y análisis de la realidad, desde el discernimiento de las prioridades, desde la toma de decisiones, en los consejos comunitarios y el parroquial, hasta la realización de las acciones. La participación de la mujer es apreciada, porque además de ser la mayoritaria, es también de calidad. Hemos llegado a conferir ministerios a los seglares, lo que es el signo de la aceptación de su participación como algo imprescindible en la misión de la Iglesia, en ella y en el mundo.

Somos conscientes de que el ámbito de lo social es el propio de los fieles laicos por lo que ayudamos en la capacitación y formación cívica, tanto en las coyunturas electorales como en todo tiempo. Esto se expresa en la promoción y articulación de organizaciones básicas, civiles, populares y en la concientización política.

En nuestro proceso hemos hecho otra opción: la pastoral de conjunto. El organizarnos para optimizar los recursos y dar testimonio de unidad ha sido no sólo un método de trabajo, sino también una mística. La pastoral orgánica la hemos considerado una expresión de la sinodalidad de la Iglesia. El método inductivo: Ver, juzgar, actuar, evaluar y celebrar ha sido para nosotros una experiencia vital.

 

CONCLUSIÓN

Para concluir quiero sintetizar diciendo: A la base de nuestro proceso diocesano está una teología de Dios que salva en la Historia, de Jesús que predica y hace presente el Reino. Una concepción de Iglesia que está al servicio de este reino, que es su signo e instrumento de su presencia en el mundo. Nuevo Modelo que se vive en las Comunidades eclesiales de base; comunidad que opta por los pobres, en interacción con la Parroquia, comunidad de comunidades y la Diócesis, Iglesia inculturada con rostro propio. Una Iglesia misterio de comunión que actúa orgánicamente a través de planes de pastoral de conjunto, con una amplia participación de los seglares, a algunos de los cuales se les han conferido ministerios laicales.

Las Comunidades apostólicas han sido para nosotros el paradigma de nuestra Iglesia diocesana. Todo nuestro trabajo de construcción de la Iglesia local, como signo e instrumento del Reino de Dios ha estado inspirado en lo que los Hechos de los Apóstoles y las cartas nos cuentan de ellas. Por lo que hemos tratado de ser una Iglesia misionera, profética, comunidad, servidora. Nuestro trabajo de Comunidades Eclesiales de Base toma su inspiración en su dimensión de Iglesia doméstica de la que nos habla la Carta a los Romanos (Rom.16) y la 1 Carta a los Corintios (1Cor.16).

Las fuentes de nuestra reflexión han sido: La Palabra de Dios, el Magisterio de la Iglesia, la realidad de nuestro pueblo y nuestro mismo proceso de pastoral. Hemos bebido continuamente de nuestro propio pozo.

Esta reflexión hecha junto con los seglares es la que ha fundamentado nuestro proceso y nos ha ayudado a dar razón de nuestra esperanza.

 

José Sánchez Sánchez,
teólogo mexicano
diócesis de Ciudad Guzmán, Jalisco

josanch@guzman.podernet.com.mx