¿QUÉ LUGAR OCUPA DIOS EN EL BUDISMO?

En HUMANITAS Nro.15

Así como en el hinduismo, lo “Divino” o “Dios” tiene un rol sumamente importante, ¿qué lugar ocupa en el budismo? La primera respuesta posible es que no ocupa lugar alguno. Con todo, si vamos más al fondo del problema, podemos dar una segunda respuesta, que no niega enteramente la primera, pero la aclara y le introduce matices. En realidad, si bien en el budismo no se puede hablar de Dios, por una parte existen ciertas realidades absolutas, que podrían considerarse, al menos en cierta medida, equivalentes a la Realidad Suprema llamada Dios en otras religiones; y por otra parte existe una religiosidad popular budista, que además de venerar las divinidades de los pueblos donde se ha afirmado el budismo al salir de la India, diviniza al mismo Buda.

Así, no es posible resolver en forma apresurada el problema de lo Divino en el budismo afirmando que es ateo, y es preciso enfocarlo en sus diversos aspectos, teniendo en cuenta tanto el budismo primitivo como las manifestaciones que ha tenido en sus 2.500 años de historia. Esas manifestaciones no deben considerarse puramente aspectos degenerativos del budismo puro, que sería el primitivo (el Theravada), sino derivaciones de un aspecto fundamental del budismo, que es su capacidad de adaptarse a las necesidades espirituales de sus seguidores, necesidades que varían de acuerdo con las razas, las culturas, el grado de inteligencia y compromiso y los regímenes políticos. En realidad, el budismo ha adoptado distintas formas en los distintos países, tales como el budismo tailandés, vietnamita y cingalés, el lamaísmo y el tantrismo tibetano, el zen y el amidismo japonés.

Para saber qué afirma el budismo de Dios, se requiere ante todo saber qué pensó y dijo de Dios el Buda, su fundador. No es fácil, porque su vida se pierde en la leyenda y su enseñanza adquirió forma escrita mucho después de su muerte. Así, el canon de las Escrituras budistas se redactó en Sri Lanka alrededor de los años 35 a 32 AC. Está compuesto por tres “cestas” (Tripitaka), siendo el Sutrapitak la primera de ellas. Contiene los discursos de Buda, que habrían sido pronunciados por Ananda, fiel servidor (upasthayaka) de Buda durante 25 años, en el primer concilio budista, celebrado en Rajagriha, capital de Magadha, inmediatamente después de la muerte de Buda. Con todo, conocemos con certeza los datos esenciales de la vida de Buda y los fundamentos de su enseñanza. Nació en Kapilavastu, en la frontera con Nepal, en el año 565 AC, en un clan de guerreros, los Shakya, y su madre era Siddhartha Gautama, siendo más tarde llamado Shakyamuni (“el sabio asceta de los Shakya”). Después de pasar por una dolorosa prueba, tomó conciencia del sufrimiento y el carácter transitorio de la vida humana, dejando a su familia y convirtiéndose en asceta ambulante (bhikshu). Se sometió a la enseñanza de varios ascetas brahmanes, pero sus doctrinas, basadas en los Upanishaad, le parecieron vacías e inútiles. Ellos debatían sobre la eternidad y la infinitud del mundo, afirmando algunos que era infinito y otros que era finito, considerándolo algunos eterno y otros no. Pensaban que el universo fue creado por un Dios eterno y omnipotente, identificado en general con Brahma, personificación del Brahman, incognoscible e inefable, pero fundamento y esencia de todo lo real. Hablaban de la identidad del atman con el Brahman.

Todos esos discursos le parecían ociosos a Gautama, porque no servían para resolver el problema del sufrimiento propio de la condición humana. Así, abandonó la escuela de los brahmanes y con cinco compañeros realizó una serie de prácticas ascéticas sumamente duras junto el río Nairanjana; pero comprendió que el ascetismo riguroso no era el camino justo y abandonando a sus compañeros el día de la luna llena del mes de vaishakha (abril-mayo) del año 531, se sentó a meditar al pie de un árbol de pippala (ficus religiosa).

Ahí tomó conciencia de las cuatro “nobles verdades” (aryasatya): todo es dolor (duhkha); el origen del dolor es el deseo o “sed” (trisna); el remedio para el dolor es la supresión (nirodha) de la sed; el óctuple sendero es el camino (marga) que conduce a la “extinción” (nirvana). El tomar conciencia de estas cuatro verdades constituyó para Gautama la “Iluminación”, el “Despertar” (bodhi): en lo sucesivo sería el Buddha, es decir, el “Despierto”. Según las Escrituras budistas, Buda permaneció siete semanas en el lugar de la bodhi, cerca de Gaya (al sur de Patna, en Bihar), que desde entonces se llamó Bodhgaya.

Después del “Despertar”, Gautama se dirigió a los alrededores de Varanasi (la actual Benares, a orillas del Ganges) y pronunció su primera prédica en el Parque de las Gacelas a sus cinco viejos compañeros de ascetismo, anunciándoles que se había convertido en un Tathagata (el que ha llegado) y exponiéndoles las cuatro “nobles verdades”. Así puso “en movimiento la rueda de la ley”, dando inicio a su enseñanza y formando con sus compañeros, convertidos en “monjes”, la primera “comunidad” (samgha). Según la tradición, Yasas, hijo de un rico banquero de Varnasi, fue el primero en pronunciar la fórmula que luego sería el rito para convertirse en discípulo de Buda: “Yo busco refugio en el Buddha, busco refugio en el Dharma (Ley), busco refugio en el Samgha (comunidad)”.

En su predicación ambulante, que duró alrededor de 40 años, Gautama tuvo un gran éxito, ya que logró agrupar alrededor suyo a muchos hombres y mujeres. Algunos se convirtieron en monjes (bhikshu) y monjas (bhikshuni) y otros formaron comunidades de laicos (upasaka) y laicas (upasika). En señal de veneración, muchos regalaban el Tathagata terrenos con árboles en los cuales éste hacía edificar monasterios (vihara) donde los monjes, aún cuando fuesen ascetas ambulantes, debían reunirse durante algunos días en ciertos períodos del año para mantenerse unidos en la misma doctrina y vivir de acuerdo con las normas de la disciplina monástica. En realidad, para Buda era muy importante la vida en comunidad, porque el samgha ayuda al monje a alcanzar la perfección, convirtiéndose en un arahat al recorrer el “óctuple sendero” y llegar al nirvana. Gautama murió -o mejor dicho, se “extinguió”- entrando en el paranirvana, en noviembre del año 486 AC, en Kushinagari, debido a una intoxicación intestinal grave. Según la tradición, antes de morir, preguntó a sus monjes si tenían dudas, pero ellos guardaron silencio, de manera que Buda sólo les recomendó mantenerse en estado de alerta. “Luego se concentró, entró en todos los estados de la meditación y murió en la tercera vigilia de la noche. En ese momento hubo un gran terremoto, mientras todos estaban conmovidos y muchos lloraban. Da la impresión de que Brahma e Indra presenciaban ellos mismos el gran evento” (A. Pezzali, Storia del Buddhismo (Historia del Budismo), Bolonia, EMI, 1983, 74).

Esa es en líneas esenciales la figura histórica de Siddhartha Gautama, tal como se desprende de la tradición budista. Tiene muchos aspectos legendarios, pero esto carece de importancia, ya que en el budismo no interesa la persona de Buda, sino su enseñanza, o más bien dicho el Dharma, es decir, la Ley eterna, el Camino descubierto e indicado por él para alcanzar el nirvana, con lo cual se resuelve el problema esencial de la condición humana, que es el sufrimiento. En último término, aun cuando Buda no hubiera existido (evidentemente un razonamiento basado en lo absurdo, puesto que Buda es sin duda alguna un personaje histórico), eso no invalidaría la “verdad” del budismo. Dice un aforismo budista: “Es preciso adherirse al Dharma y no a un hombre, quienquiera que sea” (Mahaprajnaparamita-padesha, IX, 433). Eso significa que el valor de Buda no está en “su” persona ni en “su” enseñanza, puesto que no fue él quien formuló el Dharma que enseñó. Este existía desde la eternidad. El mérito de Buda está en haberlo descubierto, proclamado y enseñado. Se dice en el Samyutta-nikaya (II, 25 y 105): “Independientemente del hecho que haya o no nacido el Tathagata, el Dharma fue determinado como tal, establecido como tal. El Tathagata es el perfectamente iluminado por éste, que lo comprendió plenamente y como tal lo proclama y lo enseña. En verdad, oh, monjes, yo soy aquel que ha descubierto el viejo Camino (purana magga)”. Así, Buda es “quien indica el Camino a seguir” (maggakkhayin). Es el “Maestro supremo”, “el único que ha alcanzado la iluminación suprema” (Vinaya, I, 8) y por eso “es digno de respeto”.

Observemos de paso que aquí reside una de las diferencias esenciales entre el budismo y el cristianismo. El cristianismo se basa en la Persona y la Palabra de Jesús, y se basa en su Palabra porque se basa en su Persona, en cuanto su Palabra tiene valor por cuanto proviene de Él y es Él quien la pronuncia. De hecho, Él no sólo indica el Camino; es el Camino para que los hombres puedan llegar a Dios. No es aquel que ha descubierto la verdad por haberla encontrado con su inteligencia o porque le ha sido revelada desde lo alto; es la Verdad, es decir, la revelación personal de Dios. Él no sólo indica el camino para llegar a la vida; es la Vida misma y por eso transmite la vida eterna a quienes creen en Él, haciéndolos participar en su vida misma. Por consiguiente, si Jesús no hubiera existido y no hubiera muerto y resucitado, no habría podido nacer el cristianismo.

Ahora bien, en el “camino” indicado por Buda no hay lugar para Dios o lo divino. No se trata de que éste niegue su existencia. Por el contrario, el Majjhima-nikaya (109, 90) afirma que Buda, como todos los hombres de su época, admitió la existencia de divinidades (deva), es decir, seres insignes que habitan en los cielos, donde viven gozando de todos los placeres. El más grande de estos deva es Brahma. Así, Buda no se aparta de las creencias religiosas del hinduismo ni de las otras tres creencias tradicionales: la doctrina de la retribución de los actos (karma), de acuerdo con la cual toda acción del hombre, buena o mala, tiene su “fruto” en esta vida o en una existencia futura, con una necesidad inevitable de renacimiento en una condición de vida animal, humana o divina; la creencia en la transmigración (samsara) del karma; y la creencia en la posibilidad de “liberación” (moksha), una vez agotado el karma.

La diferencia entre Buda y el hinduismo en cuanto al problema de lo Divino reside en el hecho de que él no se pronuncia sobre la naturaleza de Dios, de los dioses, del Atman-Brahman. Sobre esos asuntos, guarda silencio. Para él son motivo de debates ociosos y sin solución, ya que no sirven para resolver el único problema que realmente considera importante: el problema de la liberación del samsara mediante la “iluminación” (bodhi). Así, el hecho de interesarse en esos problemas es claramente nocivo porque aumenta el apego a uno mismo y a los propios puntos de vista, siendo un obstáculo para alcanzar el nirvana.

Al respecto, él hace una comparación con una flecha: “Un hombre herido por una flecha envenenada (visasalla) procura sacársela sin preguntarse en momento alguno de qué material está hecha” (Majjhima-nikaya, I, 428 s; II, 216). Así, para una persona herida por una flecha, lo importante para sobrevivir no es preguntarse quién la lanzó, de qué material está hecha ni qué veneno contiene su punta, sino sacársela cuanto antes. Perder el tiempo en otros asuntos sería mortal. Del mismo modo, es inútil y perjudicial -y es mortal- perder el tiempo en debates filosóficos sobre Dios y su mundo; lo importante es evitar el sufrimiento y la muerte y procurar alcanzar el nirvana.

Para Buda, en segundo lugar, Brahma y los otros dioses del pantheon hindú no pueden ayudar en nada al hombre para liberarse del samsara. Así, también ellos necesitan la liberación y para ellos también es válido el mensaje de Buda. De hecho, Brahma, Indra y todas las demás divinidades viven en un estado sin permanencia: cuando se agotan sus méritos por las buenas acciones realizadas en vidas anteriores, termina su carrera divina, descienden a los cielos inferiores y luego regresan a la Tierra, donde si quieren alcanzar el estado definitivo de “liberación”, deben comprender el Dharma descubierto por Buda y recorrer el “noble óctuple sendero” indicado por él. En otras palabras, las divinidades, cuya existencia Buda no niega, son parte del mundo sin permanencia y por lo tanto están sujetas al samsara: para perder la necesidad de renacer, deben alcanzar el nirvana recorriendo el “camino” indicado por Buda, el cual no es un deva (dios), sino alguien superior a todos los deva, es el Maestro supremo de los dioses y los hombres.

Sin embargo, si por Dios y lo Divino se entiende el Ser eterno e infinito, absolutamente perfecto, que para los cristianos es un Dios personal, creador de todo el mundo, y para los hindúes, entendido en sentido análogo, es el Brahman impersonal (el “Sí” universal) con el cual cada “sí” individual (atman) se reconoce idéntico; si con Dios se quiere indicar a Aquel al cual el hombre aspira con todas sus fuerzas unirse para encontrar en Él la felicidad suprema y total, debemos decir que Buda es ateo. En realidad, para él Dios no puede ser “personal” ni “substancial” y “plenitud de la realidad” ni “creador del mundo”. Para el budismo, la “persona” es una imperfección, significa individualidad, repliegue en uno mismo, apego al propio ser. La perfección consiste, en cambio, en la no posesión de sí mismo, en el no apego al propio ser, en el no egoísmo. En otras palabras, la “persona” significa limitación, finitud y dependencia, y por tanto imperfección. Por esta razón no se puede atribuir a Dios, eterno e infinitamente perfecto, un carácter personal. Tampoco puede atribuírsele carácter substancial y plenitud del ser porque nada substancial existe, ni el yo, ni el alma inmaterial e inmortal, ni Dios como Substancia infinita y por tanto “plenitud de la realidad”.

Todo esto se basa en la doctrina central del budismo, la anatta, central en tal medida que si no se comprende, nada se comprende del budismo, y si no existiese, tampoco existiría el budismo. Para la doctrina de la anatta, única doctrina específicamente budista, tanto en el mundo fenoménico como fuera del mismo no existe substancia alguna de carácter permanente y fundada en sí misma, ningún “sujeto” en el sentido metafísico del término. Por consiguiente, con la doctrina de la anatta (“No Sí”), “el Budismo es la única manifestación en la historia del pensamiento humano que llega a negar la existencia de un Alma, de un Sí o del atman. De acuerdo con la enseñanza de Buda, la idea del Sí es una creencia falsa e imaginaria, que carece absolutamente de correspondencia con la realidad y es causa de los pensamientos peligrosos “yo” y “mío”, de los deseos egoístas e insaciables, del apego, el odio y la malevolencia, de los conceptos de orgullo y egoísmo y de otras fealdades, impurezas y problemas. Esa es la fuente de todas las perturbaciones del mundo, desde los conflictos personales hasta las guerras entre naciones. En suma, todo el mal del mundo puede atribuirse a esta visión falsa (de las cosas)” (W. Rahula, L'enseignement de Bouddha, París, 1977, ch. VI: “La doctrine du Non-Soi: anatta”).

En realidad, el Yo es una suma de diversos elementos materiales y mentales (los cinco khandha), de cuya acción combinada nace la percepción del mundo del yo. Estos elementos se mantienen unidos por el “deseo”, por la “sed”, pero carecen de permanencia, son precarios. Así, el yo no tiene consistencia ni solidez, pero aparece (en la vida) y desaparece (en la muerte) en una serie infinita de renacimientos, aun cuando no siempre renace el mismo “yo” ni pasa a otro cuerpo la misma “alma”.

Un catecismo budista moderno se pregunta: “¿Qué es entonces lo que renace?”. Y responde: “Nuestro deseo de vivir, nuestro carácter moral. Eso constituye el núcleo central de nuestro ser, y al desintegrarse el cuerpo actual, se crea un nuevo cuerpo que corresponde exactamente con su naturaleza”. “¿Pero se trata de lo mismo que se llama “alma”?”. No, Buda considera un error la creencia en un alma inmortal. El budismo no enseña la transmigración del alma, sino la nueva formación de un individuo en el mundo material de los fenómenos, en virtud del deseo de vivir (tanha) y del carácter moral (karma)”. “¿Pero es el Yo idéntico a lo que se llama alma?”. “No, el Yo no es una entidad duradera, una substancia inmaterial, sino una determinada condición que surge de la unión de los cinco khandha”.

Por consiguiente, puesto que nada substancial y permanente existe, tampoco puede existir Dios como Yo personal ni como Ser substancial (como Ipsum Esse Subsistens, diría Santo Tomás de Aquino) y por tanto como Ser Inmutable, Eterno e Infinito, al cual se opone la doctrina de la anatta. Así, con esta visión metafísica de la realidad, el budismo es ateo. Admite los dioses en cuanto también ellos son sujetos de la anatta, pero no puede admitir a Dios -y con Él, un alma inmortal, un Yo personal que permanece aun cuando se transformen los elementos físicos de su cuerpo, cambien sus estados de ánimo y se produzcan cambios profundos en su espíritu- porque Dios no puede estar sujeto a la radical no permanencia, que es la ley de toda existencia.

En este punto existe por lo tanto una oposición radical entre el budismo y el cristianismo, oposición aún más marcada por el hecho que en el cristianismo el fin del hombre es la unión con Dios, la participación en su felicidad y gloria infinita, por lo cual el cristiano dirige todo su deseo hacia Dios, tiene sed de Dios. Para el budismo, cualquier “deseo”, cualquier “sed” -aunque sea de Dios- es siempre un mal porque es origen del “dolor”. De aquí se desprende la primera norma del budismo, que es suprimir todos los deseos, apagar toda forma de sed, ya que “quien no tiene más deseos no tiene más dolor”, como afirma la tercera “noble verdad”. Así, aunque existiera, Dios no podría ser el último Fin del hombre, su felicidad suprema.

Al no admitirse un Dios personal y creador, ¿existen “equivalentes” del mismo en el budismo? Al respecto debemos destacar dos posiciones. Por una parte, entre los budistas hay quienes afirman que en el budismo, por ser ateo, no existen equivalentes del Dios cristiano. P.M. Zago cita una declaración de las asociaciones budistas: “Nuestra religión budista no reconoce a Dios ni cree en seres superiores que habiten en los cielos y tengan poder para ayudarnos. Ella enseña nuestra responsabilidad, la responsabilidad exclusiva de nuestra acción: lo que hacemos produce sus efectos, sin interferencias de Dios, ángeles ni espíritus” (“El equivalente de “Dios” en el budismo”, en La ricerca di Dio nelle religioni (La búsqueda de Dios en las religiones), Bolonia, EMI, 1980, 173). Por otra parte, en Occidente, algunos de los orientalistas más representativos afirman que el budismo es ateo. Así, H. Von Glasenapp señala que si bien en su forma popular es politeísta, el budismo es manifiestamente ateo en su forma superior y en su estructura filosófica por cuanto niega la existencia de un creador, de una Providencia, y no concibe la salvación como comunión con un Absoluto personal.

En realidad, el elemento que divide el cristianismo y el budismo es el carácter personal de Dios. Para los budistas, como hemos visto, lo Absoluto no puede ser “personal” y por tanto no puede reconocerse como Otro ante el cual se ubica el hombre y hacia el cual camina para entrar en comunión con el mismo. Para ellos, lo Absoluto se concibe como meta del propio camino espiritual, de manera que carece de función para alcanzar la salvación, que es puramente obra del hombre. Para el cristianismo, en cambio, además de ser el Dios personal el último Fin de la salvación, es también con su Palabra y su Gracia principio y causa de la salvación. Por este motivo, conceptos como revelación, gracia, oración, encarnación, pecado y redención son esenciales en el cristianismo, pero carecen enteramente de sentido en el budismo.

En todo lo señalado anteriormente se observa una forma de budismo no religioso (con esta expresión se alude a las formas del budismo que aún siendo experiencias espirituales muy profundas, no implican una relación interpersonal con Dios y por consiguiente no conocen la fe, el culto, la oración, la gracia y la comunión con Dios en la vida eterna); pero existen otras formas de budismo propiamente “religiosas”.

No pretendemos extendernos aquí sobre el hecho que el budismo, al difundirse en todo el continente asiático, además de permitir que sobrevivieran las religiones de cada país, las absorbió, dando vida a un sincretismo religioso en el cual el budismo, como doctrina espiritual y como práctica ascética y moral, se amalgama con las anteriores religiones populares y sus expresiones de creencias, cultos, hábitos y usos religiosos. Así, todos los países budistas de Asia son “religiosos”.

En todo caso, lo que convierte al budismo en religión no es su encuentro con las religiones de los países donde se propagó, sino el hecho que con el transcurso de los siglos se ha producido una divinización del Buda.

En la devoción popular, Buda se convierte en objeto de fe, culto y devoción intensa; se acude a él con gran confianza para obtener las gracias requeridas; se ve en él un ser divino compasivo, de tal manera que el budista común lo considera el Ser supremo en la escala de los seres, depositando en él su confianza y esperando contar con su ayuda y protección. En ese clima espiritual, se desarrolla en Japón una forma en particular del budismo llamada amidismo.

Antes de convertirse en el Buda Amida, éste era el bodhisattva Hozo, que en vez de entrar en el nirvana, hizo el 18º voto de permanecer en la Tierra con “la firme voluntad de salvar a todos los seres sensibles”. Él creó una “Tierra pura”, en la cual acogería, para que vivan felices, a todos aquellos que acudiesen a él e invocasen su nombre. Después de adquirir infinitos méritos en innumerables épocas, Hozo se convirtió en el Buda Amida, es decir el Buda de la misericordia, que salva, llevando a la “Tierra pura” a todos aquellos que lo invocan expresando su fe y confianza en él con el Nembutsu, es decir, recitando la fórmula Namu Amida Butsu, que significa “Yo creo y confío en Buda Amida”. Así, en el amidismo la salvación no se obtiene con el compromiso moral y ascético que conduce a la “iluminación” y por consiguiente al nirvana, sino con la fe y confianza en Amida (cfr. Incontro con il Buddhismo della Terra Pura (Encuentro con el Budismo de la Tierra Pura), Bolonia, EMI, 1989).

Como vemos, el budismo es una realidad bastante compleja y diversificada y se vive de acuerdo con tradiciones no sólo diferentes, sino también divergentes y a veces opuestas. Aquí nos hemos limitado a hablar únicamente de algunas corrientes, omitiendo otras -como el lamaísmo y el tantrismo tibetano- y sin detenernos en puntos centrales como, por ejemplo, la doctrina de los bodhisattva en el Mahayana y la práctica del Zen en el budismo japonés, cuyo objetivo es hacer tomar conciencia directa e intuitiva a quienes lo practican, en la “iluminación” (satori), de la “naturaleza del Buda”, es decir, de la propia “budeidad”. Dada la variedad de formas adoptadas por el budismo a lo largo de los siglos, resulta imposible emitir juicios sobre el budismo como totalidad. Así, es falso afirmar que el budismo es ateo, como es igualmente falso decir que es religioso. En realidad, si bien la corriente Theravada es ciertamente atea, no se puede decir lo mismo de la corriente Mahayana. Es falso afirmar que en el budismo se considere a Buda puramente un hombre, un “terapeuta” del espíritu, porque existe una gran corriente que le atribuye un carácter y poderes sobrenaturales y lo diviniza en la religión popular. Por otra parte, para los occidentales, especialmente los cristianos, resulta difícil comprender el budismo porque las palabras tienen significados y valores distintos. Así, para el cristiano la palabra deva alude a “Dios” como Ser infinito y trascendente, de manera que tiene un valor enorme en cuanto significa la Realidad más alta que pueda existir; en cambio, para el budista significa “dios”, es decir, un ser sujeto a la no permanencia, que por lo tanto necesita liberarse del samsara convirtiéndose en discípulo de Buda. Del mismo modo, la palabra puggala (persona, individuo) para el cristiano indica la máxima perfección, ya que al atribuir al hombre este carácter se alude a lo más grande que puede decirse del mismo; para el budista, en cambio, significa estar poseído por sí mismo, egoísmo, afirmación del Yo y fuente de la “sed”, causa del “dolor”, de manera que además de no ser un valor, es un mal; la persona, el Yo, debe destruirse, desintegrándose los elementos (khandha) que lo componen, debe desaparecer, “extinguirse” completamente.

Por otra parte, no se trata únicamente de una dificultad de comprenderse debido a la diferencia de sentido de las palabras. En un nivel más profundo existe una diferencia radical entre el cristianismo y el budismo en la forma de concebir al hombre y la condición humana. Para el budismo, la condición humana es un estado de “sufrimiento” (duhkha), que se resume en tres cosas: el nacimiento, la vejez y la muerte (cfr. Anguttara-Nikaya, vol. V, 144). Esto se debe al hecho que el hombre está condenado permanentemente a renacer a raíz de sus actos (karma). Además, para el budismo toda la realidad carece de permanencia, es insubstancial e ilusoria y el hombre vive en una ilusión hasta alcanzar la iluminación. Por último, el hombre es puramente un conjunto de elementos físico y mentales, sin un Yo, sin una substancia que los mantenga unidos, y está movido únicamente por la “sed de placer, existencia y poder”. La salvación consiste en la “extinción de la sed al desaparecer totalmente el deseo”, como señala la tercera “noble verdad”, es decir, la “extinción” del Yo y del Sí. Para el cristianismo, en cambio, toda la realidad fue creada por Dios libremente y por amor. Por consiguiente, en cuanto el ser de Dios le otorga participación, es “real”, tiene consistencia propia y carácter substancial, de manera que no es ilusoria; en cuanto es creada por Dios-Amor por amor, es buena y ha sido creada para el bien y la felicidad del hombre. En la creación, el ser humano tiene un lugar único: se encuentra en el vértice por estar dotado de un alma espiritual e inmortal y por estar destinado a vivir eternamente con Dios. La condición del hombre es de pecado, sufrimiento y muerte a raíz de su culpa; pero Dios, en su misericordia, libera al hombre del pecado y la muerte y le otorga participación en su vida y por lo tanto en su felicidad mediante al muerte y la resurrección de su Hijo, encarnado en Jesús de Nazaret. Así, el hombre en cuanto persona, en cuanto Yo, está hecho para la “plenitud de la vida” en Dios-Amor.

Como vemos, son dos visiones de la realidad absolutamente distintas e incompatibles. Evidentemente, la diferencia está determinada por el lugar asignado a Dios en el cristianismo y el budismo, lugar que en el cristianismo es esencial y en el budismo es inexistente. Con todo, esto no descarta la posibilidad de un provechoso diálogo entre cristianos y budistas, que nos parece incluso necesario para aclarar, con espíritu de estimación y respeto mutuos, las posiciones de ambos y así evitar falsedades y malentendidos, y para crear las bases de una colaboración en el campo moral, donde el budismo y el cristianismo tienen muchísimo en común, y en el campo social, con el fin de promover la justicia, la fraternidad y la paz.

Si consideramos tres actitudes fundamentales de la moral budista -la no violencia (ahimsa), la benevolencia amistosa y desinteresada (maitri) y la compasión por todos los seres que sufren (karuna)- es imposible no pensar en la profunda correspondencia entre estas actitudes budistas y la esencia del cristianismo. Indudablemente, en el budismo está ausente la caridad para con Dios, primer mandamiento del cristianismo y motivo y fuente del amor al prójimo. Con todo, aún cuando éste no se basa en el amor de Dios, nace del deseo de “eliminar el dolor del mundo” y ayudar a los seres a liberarse del samsara, de tal manera que también es un amor desinteresado al prójimo que sufre y por lo tanto en armonía con la caridad cristiana.

Partiendo de estas y otras convergencias entre el budismo y el cristianismo, nos parece posible desarrollar un diálogo, que evitando cualquier sincretismo indebido, favorezca la colaboración en las obras de asistencia con el fin de aliviar, aún cuando no se elimine del todo, el sufrimiento de los hombres.