Por Paul Haffner
En HUMANITAS 17
El Papa Juan Pablo II manifestó recientemente que “en la actualidad, casi medio
siglo después de la publicación de la Encíclica
Humani Generis, los nuevos
conocimientos nos han llevado a reconocer que la teoría de la evolución es algo
más que una hipótesis”[1].
El objetivo de este artículo es examinar los efectos de la teoría de la
evolución en la interpretación filosófico-teológica del origen y la naturaleza
del hombre. La evolución puede definirse sobre la base de una serie de teorías
mediante las cuales los hombres de ciencia procuran explicar cómo los organismos
vivos de nuestros días se han desarrollado sucesivamente a partir de formas de
vida más simples en un proceso de centenares de millones de años. El proceso
evolutivo, como veremos, plantea dos tipos de problemas hasta ahora no resueltos
completamente: el nivel probatorio de sus demostraciones y los mecanismos que
han dado origen a la evolución.
Ciencia versus ideología
En primer lugar, es significativo el hecho de que muchos diarios y revistas
hayan interpretado equivocadamente el Mensaje del Santo Padre, especialmente el
pasaje anteriormente citado. A pesar de que Darwin jamás se menciona en el
Mensaje del Papa, en la prensa internacional aparecieron titulares en primera
página tales como “El Papa recluta a Darwin” o “Darwin rehabilitado”. Esto nos
muestra la profunda raigambre de la ideología darwinista de la evolución en la
sociedad de nuestros días. Una breve historia del enfoque darwinista nos muestra
de qué manera se ha llegado a esta situación.
Desde el punto de vista científico, la teoría de la evolución fue divulgada por
J.B. de Monet, caballero de Lamarck (1744-1829), quien planteó la existencia de
un mecanismo hereditario de nuevas características adquiridas. En sus obras
El origen de las especies (1859) y
La descendencia humana (1871),
Darwin propuso un mecanismo evolutivo diferente, cual es la selección natural.
Esta última teoría incluía las nociones de las variaciones al azar, la lucha por
la supervivencia y la supervivencia de los más aptos. Inicialmente, Darwin era
anglicano, pero fue perdiendo gradualmente la fe en un Dios Creador personal y
procuró eliminar del todo el rol divino en la evolución, sustituyendo la Divina
Providencia con su teoría de la selección natural como fuerza rectora. Darwin
heredó la corriente de pensamiento iniciada por Rousseau. Por paradojal que
parezca, aun cuando era contrario a las ciencias, Rousseau estableció un nuevo
rumbo para la ciencia del hombre. Este filósofo legó la negación romántica de la
lógica y las distinciones, a lo cual Darwin agregó el materialismo al señalar lo
siguiente: “¿Por qué el pensamiento, secreción del cerebro, ha de ser más
maravilloso que la gravedad, propiedad de la materia?[2].
Al despojar al hombre del aspecto espiritual de su naturaleza, la norma de
Darwin afirmó la ausencia de toda norma. Este sistema “nos llevaba hacia
torbellinos insondables donde sólo íbamos a la deriva precipitados una y otra
vez por el más ciego de los destinos”[3].
Los discípulos de Darwin, especialmente E. Haeckel (1834-1919) y T.H. Huxley,
plantearon la teoría de la evolución como una ideología materialista y atea y
como instrumento de propaganda antirreligiosa. La biología molecular reveló que
los mecanismos hereditarios se dan a nivel genético microscópico y el
neodarwinismo procuró ampliar el enfoque de Darwin considerando la evolución
como una combinación de los cambios genéticos casuales y la selección natural.
Richard Dawkins ejemplifica la ideología neodarwinista, en la cual el azar está
dotado de las propiedades metafísicas de una fuerza creativa.
La esencia de la vida es de una improbabilidad estadística en escala colosal.
Por consiguiente, la explicación de la vida en ningún caso puede ser el azar. La
verdadera explicación de la existencia de la vida constituye necesariamente la
antítesis misma del azar. La antítesis del azar es la supervivencia no azarosa,
debidamente comprendida... Hemos buscado una forma de domar el azar... El “azar
no domado”, puro, en su desnudez, implica un diseño ordenado que surge en la
existencia a partir de la nada, en un solo salto... “Domar” el azar significa
descomponer lo muy improbable en pequeños componentes menos improbables
dispuestos en una serie... Y en la medida que postulemos una serie
suficientemente amplia de grados intermedios suficientemente finos, estaremos en
condiciones de derivar algo de otra cosa[4].
Esto constituye una negación de la idea de cualquier casualidad extracósmica,
que se pierde en una red de cantidades infinitesimales. El azar no puede
explicar la presencia de la belleza en el universo ni la capacidad humana de
apreciar esa belleza cósmica. Como dice Stanley Jaki, “de todas las grandes
teorías científicas, el darwinismo es aquella que más afirma a partir de una
base relativamente menor”[5].
Por consiguiente, es necesario hacer una distinción entre el evolucionismo y el
darwinismo, de tal manera que el cristiano no arroje al bebé evolutivo en el
baño materialista. El cristiano debe distinguir “entre el oro y la paja en la
teoría de la evolución”[6].
El tiempo tiene una dignidad especial en el marco de la fe cristiana porque
Cristo vino en el tiempo. Por lo tanto, la tentativa de comprensión del reino
biológico considerando su desarrollo en el tiempo no debería en sí misma
constituir un problema. No obstante, con frecuencia los pensadores cristianos no
han advertido los “enormes montones de paja” de la teoría de la evolución. Esta
omisión reside en el hecho de no percatarse de que la ideología darwiniana en
realidad convierte el tiempo en un tráfago sin esperanza. Por su parte, Darwin
tampoco advirtió que la fe cristiana libera al hombre de la prisión pesimista de
una imagen del mundo basada en ciclos inexorables de tiempo. Es bastante trágico
que habiéndose liberado de la servidumbre de antiguas visiones paganas, el
hombre caiga nuevamente en otra imagen cíclica del mundo, moderna esta vez[7].
Huxley evocó “la visión de una evolución carente de sentido, en la cual era
imposible distinguir lo superior de lo inferior, precisamente porque en la
perspectiva darwiniana no había diferencia entre moverse hacia el futuro y
retroceder al pasado”[8].
La confrontación con el darwinismo llevó a enfocar nuevamente la relación entre
la naturaleza humana y el tiempo en la teología cristiana, como ocurriera al
producirse el gran choque entre “la cristiandad naciente y la cultura
helenística en torno a la interrogante sobre la vida, incluyendo la vida
redentora de Cristo, vista como propuesta única y definitiva o puramente como un
ir a la deriva en las insondables corrientes cíclicas de una fuerza cósmica
ciega”[9].
No existe oposición entre la creación y la evolución. El choque con el
darwinismo se produce por cuanto éste constituye una posición materialista que
excluye la creación. Además, el problema básico de la perspectiva darwiniana
sobre la evolución es la ceguera ante los objetivos y la mente en una filosofía
“en definitiva carente de sentido, en la cual únicamente los aspectos parciales
se consideran dotados de significado, pero nunca la totalidad”[10].
Jaki observa que el darwinismo encuentra su más fértil crecimiento en suelo
anglosajón, donde “las enciclopedias contienen artículos sobre la evolución, la
antropología, la familia, la procreación, la educación, la sicología, el
lenguaje e incluso la inteligencia, mientras el Hombre como tal es ignorado”[11].
La ciencia de la evolución
Del mismo modo que el estudio del desarrollo del cosmos material, la teoría de
la evolución procura descubrir los secretos del mundo de las criaturas vivas
desde sus etapas iniciales en el pasado más remoto. Las teorías científicas
sobre la evolución se basan en diversos tipos de datos empíricos. La
paleontología, que estudia los fósiles y otros restos de antiguos organismos que
yacen en la tierra y el hielo, entrega las únicas pruebas directas de la
evolución. Con todo, muchas teorías sobre el paso de un animal a otro procuran
explicar la forma en que se dieron las diversas transiciones[12].
La anatomía y la fisiología comparadas han indicado relaciones entre seres vivos
y además han descubierto pruebas de adaptación evolutiva. Las comparaciones de
la estructura genética de distintas especies de organismos vivos han mostrado un
vínculo entre diversos seres vivos, incluso entre plantas y animales. La
distribución geográfica de una serie de especies entrega pruebas vinculadas con
la evolución si se considera el desplazamiento continental. Con toda esta
información ha sido posible diseñar árboles evolutivos y mostrar cómo algunos
organismos vivos se han desarrollado a partir de especies más primitivas. Los
distintos tipos de evidencia se corroboran entre sí y convergen en una visión de
acuerdo a la cual la evolución tuvo un rol en el desarrollo de la vida en el
planeta. Con todo, en el campo de la ciencia se carece de una serie de
relaciones empíricas en las diversas cadenas de evidencia requeridas para
comprobar la evolución en cada etapa del proceso de desarrollo biológico.
Tanto en el ámbito legal como científico, matemático, filosófico o teológico
existe una relación analógica entre varios tipos de pruebas. En un caso legal,
evidentemente es más difícil perseguir a un criminal por un delito cometido en
una época muy anterior porque no se cuenta con algunos de los testigos claves.
Además, con los años pueden producirse distorsiones en los hechos e incluso
alteraciones en las pruebas. Se requieren criterios precisos para reconocer un
elemento de prueba proveniente del pasado remoto. En las pruebas científicas,
que difieren de las pruebas legales, existen no obstante ciertas extrapolaciones
en el debate sobre el desarrollo del cosmos primitivo y la evolución de las
formas iniciales de vida. Además, si bien en algunos casos es posible documentar
claramente la microevolución (el estudio de transiciones entre organismos muy
similares), es mucho más difícil plantear la macroevolución (que estudia un
cuadro más amplio de relaciones entre diversos organismos vivos).
Los datos empíricos no permiten justificar el planteamiento de algunos
evolucionistas en el sentido de que las mutaciones genéticas se produjeron por
azar. Es preciso distinguir cuidadosamente entre un hecho rigurosamente
científico (obtenido a posteriori)
en la teoría de la evolución y una extrapolación injustificada a
priori de esta teoría para
constituir una ideología atea. Una interpretación completa de la evolución de
los seres vivos debe considerar no sólo los efectos del medio ambiente o las
modificaciones genéticas, sino también estar abierta por encima de todo a
considerar el poder de la Providencia guiando a los seres creados mediante leyes
inscritas en ellos. El azar no puede ser responsable de desarrollos dirigidos y
coordinados que han dado origen a estructuras biológicas complejas tales como el
oído o los ojos. La evolución no puede visualizarse como un medio para excluir
al Creador y es más bien un supuesto previo de la creación. En realidad, es
posible visualizar la creación a la luz de la evolución como un hecho que se
extiende en el tiempo -como una creación continua- en el cual Dios es claramente
visto como el Creador del cielo y la tierra[13].
La teoría de la evolución natural, entendida en un sentido que no excluye la
causalidad divina, no está necesariamente en contradicción con la verdad
presentada en el Libro del Génesis sobre la creación del mundo visible[14].
La evolución puede enfocarse como una especie de creación programada, en la cual
Dios ha inscrito las leyes de su evolución. De este modo, es posible observar un
claro vínculo entre la acción divina en el comienzo del cosmos y Su permanente
Providencia, que guía el desarrollo constante del mismo.
Desde la antigüedad hasta el siglo XVIII, se suponía que podía surgir vida
subhumana a partir de la materia orgánica sin intervención de otro ser vivo.
Esta teoría, conocida como la generación espontánea, se descartó a raíz de la
investigación de L. Pasteur y otros hombres de ciencia en el siglo pasado. Hasta
ahora la ciencia y la tecnología no han podido producir vida
in vitro a partir de materia
inanimada. Pareciera subsistir el principio
omne vivum ex vivo, es decir que
los seres vivos sólo pueden evolucionar a partir de otros seres vivos. Aun
cuando se considerase posible la generación espontánea de seres vivos, esto no
sería un argumento contra la existencia de Dios, puesto que Él sería responsable
de la vida al encaminar causas secundarias hacia este fin en particular. Con
todo, aun cuando se consideren causas evolutivas, no es posible excluir cierta
intervención divina especial en el paso de la materia inanimada al ser vivo.
Marcozzi diría que hay por lo menos tres etapas en las cuales es necesaria y
evidente la intervención de Dios: “la aparición de la vida, es decir, de los
primeros organismos vivos; las posibilidades evolutivas con que Dios dota a
estos organismos; y por último la llegada del hombre, cuyas cualidades
espirituales implican una intervención especial de Dios”[15].
Es posible observar empíricamente en el mundo subhumano la existencia de una
jerarquía en los reinos vegetal y animal, aun cuando la distinción entre planta
y animal no es tan marcada puesto que existen ciertos organismos primitivos con
características de ambos reinos. Las especies superiores del reino animal son
las de mayor desarrollo y por eso mismo más cercanas al hombre. La persona
humana, por tener un alma espiritual, es la cúspide de la creación visible, y
por lo tanto está dotada de intelecto y libre albedrío, pudiendo elegir para
bien o para mal, y no está determinada ni programada por su entorno, lo cual la
diferencia esencialmente de los animales.
La evolución y la creación del hombre
El posible rol de la evolución en la formación del cuerpo humano es un tema
considerado ya por el Papa Pío XII en 1950:
La enseñanza de la Iglesia no prohíbe abordar la doctrina de la evolución en la
investigación y el debate de los expertos del ámbito de las disciplinas humanas
y la teología sacra, de acuerdo al estado actual de estas disciplinas, en cuanto
esta doctrina se pregunta por el origen del cuerpo humano a partir de la materia
viva existente. En cuanto a las almas, la fe católica nos exige sostener que son
creación inmediata de Dios[16].
En general, las tentativas de concebir el alma espiritual como producto de la
evolución y por consiguiente proveniente de la materia implican en mayor o menor
medida un grado de materialismo, el uso de una ideología evolucionista para
negar la naturaleza espiritual del hombre y la obra de Dios Creador. En todo
caso, si se sostiene que la evolución sólo ha incidido en el cuerpo de la
persona humana, preparándolo hasta cierto grado para recibir el alma, creada
luego por Dios, esto no sería necesariamente contrario a la fe cristiana.
Una cosa es considerar el efecto de las leyes de la evolución en el reino animal
y otra muy distinta es aplicarlas arbitrariamente a la creación del hombre. Así,
un debate sobre el origen del hombre en una perspectiva evolucionista no implica
que Adán haya sido en realidad hijo de un animal. Sería teológicamente más
acorde con la tradición cristiana sostener que la creación programada que puede
llamarse evolución dio origen a una especie utilizada luego por Dios para crear
al hombre. El ser inferior (que podría llamarse protohumano) llegó a un punto en
que estaba preparado para recibir el alma humana, de tal manera que en el
momento indicado Dios introdujo el alma en un embrión o en un miembro adulto de
la especie. Al mismo tiempo, Dios modificó y reconfiguró la estructura genética
de ese protohumano para que pudiera recibir efectivamente el alma convirtiéndose
así en un ser humano. De este modo, el nuevo ser heredó en parte su estructura
genética del ser inferior y en parte la recibió por obra de la intervención
divina directa. Ciertamente, no es posible verificar esta hipótesis mediante la
investigación científica. Sin duda, algunos pensadores cristianos preferirían
sostener que el cuerpo del primer ser humano fue producto de una intervención
divina directa al margen de la evolución. Sin embargo, no es fácil decir que la
creación del primer cuerpo humano simplemente haya brotado de la nada, puesto
que las Escrituras dicen que se formó a partir del polvo de la tierra (Gn
2:7). Aun cuando sigue siendo un misterio la relación precisa entre el aporte de
los procesos evolutivos y la intervención divina directa en la creación del
cuerpo humano, en definitiva Dios es el responsable de la creación de la
totalidad de Adán y la totalidad de Eva.
En el documento en el cual alude a la evolución, el Papa Juan Pablo II ha
reafirmado con especial énfasis la acción directa de Dios Creador en el origen
del alma humana. El Santo Padre subraya el hecho de que la introducción del alma
en el cuerpo constituye un salto en el orden del ser, “un salto ontológico”[17].
Ha sido una gran preocupación del Papa rechazar aquellas teorías sobre la
evolución “que de acuerdo con las filosofías en las cuales se inspiran,
consideran la mente como un producto de las fuerzas de la materia viva o mero
epifenómeno de la materia”[18],
por cuanto estas teorías son incompatibles con la verdad sobre el hombre. Estas
filosofías obstinadas e inadecuadas constituyen más que nada variantes del
materialismo ateo. Como ha señalado muy claramente el Sumo Pontífice, es
necesario defender la verdadera naturaleza del hombre para proteger su dignidad.
Ciertamente, la experiencia humana nos muestra que al alzar la cabeza el
darwinismo y otras ideologías similares, la dignidad del hombre se ha visto en
gran peligro.
Hay una perspectiva darwinista detrás de la política totalitaria más represiva
de este siglo: “Es muy comprensible el entusiasmo por el darwinismo de los
partidarios de la dictadura del proletariado y de quienes han sostenido la
existencia de una raza superior. Marx percibió de inmediato que la teoría
darwinista era útil para promover la lucha de clases, y Hitler repetía con
facundia los puntos de vista darwinistas, muy populares entre los líderes
militares alemanes anteriores a la Primera Guerra Mundial, que como él los
utilizaron para justificar sus planes”. El peligro real para el hombre y la
sociedad reside en las filosofías que niegan la verdadera naturaleza del hombre
y por lo tanto despojan a la sociedad de sus bases. Así, afirmaba Stanley Jaki:
“Los verdaderos enemigos de una sociedad abierta no son las sociedades basadas
en verdades absolutas o verdades sobrenaturales reveladas, sino las ideas de los
círculos intelectuales que han optado por el azar considerándolo esencial... Las
ideas son más peligrosas que las armas”. La sociedad occidental ha prosperado
sobre la base de un cuerpo heredado de creencias absolutas implícitas. Por el
hecho de no reconocerse la Revelación Cristiana, razón y trasfondo de estas
creencias, la sociedad secular se enriquece como un “parásito” con estas
verdades implícitamente cristianas.
La actual tendencia reduccionista en relación con el hombre, con sus orígenes
darwinistas, también debe observarse en el problema de la “inteligencia
artificial” o de las computadoras pensantes, otra cara de la misma moneda.
Exaltar la materia hasta el punto de ubicarla en el reino del pensamiento
equivale a reducir al hombre a un ser puramente material. La doctrina darwiniana
en toda su amplitud, con sus dos principios centrales, a saber “el origen
espontáneo de la vida y la aparición espontánea de la mente”, también implica la
existencia al azar de la vida y seres racionales en otros planetas. Sin embargo,
siendo la gran mayoría de las estrellas más antiguas que el sol, sus planetas
deberían haber desarrollado supercivilizaciones cuyos representantes ya podrían
haber establecido contacto con nosotros. Los darwinistas eluden este argumento
apoyándose en el tamaño gigantesco del universo; pero en ese caso “nuestra
propia búsqueda de inteligencia extraterrestre también debe considerarse una
empresa mucho menos promisoria que la búsqueda de una aguja en un pajar”.
El tema de la inteligencia extraterrestre es “una interrogante realmente
abierta, que no puede prejuzgarse de forma científica. Evidentemente, nadie
puede ordenar a Dios la creación de intelectos en todas partes ni limitar su
facultad de hacerlo”. Si existe vida inteligente en otro lugar del cosmos, surge
una interrogante sobre nuestra comunicación con esa inteligencia extraterrestre.
El darwinismo no sería útil en este aspecto porque no ve elemento alguno de
carácter universal o fijo en la naturaleza humana ni vería una
naturaleza o
esencia en otros seres. La
posibilidad de un discurso racional entre una inteligencia extraterrestre y los
seres humanos depende del realismo metafísico, pero se debilitaría “en un
discurso filosófico basado directa o indirectamente en el nominalismo”. Los
darwinistas que sostienen la existencia de una inteligencia extraterrestre con
frecuencia se ven obligados a dar saltos mortales en el dominio intelectual
debido a su enfoque a priori de
la cosmología. En todo rechazo de las visiones reduccionistas del hombre antes
señaladas, la existencia del alma humana es la clave en la defensa de la
dignidad humana. Es necesario sostener la noción cristiana de la creación en
contraste con el enfoque de la evolución al azar de la inteligencia o de su
aparición como epifenómeno de la materia[19].
Desde el momento que se pone en duda la verdadera naturaleza del hombre, se
cierra un camino hacia la fe en Dios Creador. Al negar la distinción entre el
espíritu y la materia, todo pasa a ser materia existente por sí misma sin
necesidad de un Creador o todo se convierte en una mente cerrada en sus
presuposiciones a priori. Si es
producto de semejante mente, el mundo material deja de ser un reino privilegiado
que revela su propia existencia como obra del Creador. La solución del dualismo
cristiano es la unidad en la dualidad y esta posición sobre la naturaleza del
hombre tiene consecuencias en su vida social y política.
Por otra parte, la construcción de la ética depende de una interpretación de la
naturaleza humana. La palabra clave fue “hombre” en “los debates filosóficos que
llevaron al nominalismo de Ockham, y más allá del mismo, al empirismo y al
racionalismo”. El debate se centró en los universales, especialmente en
determinar si existía una naturaleza humana común en todos los hombres. El punto
de vista que ganó terreno con el nominalismo fue la idea de que sólo existen
individuos. Partiendo de esta base, se cierra el camino hacia valores éticos de
carácter universal. El nominalismo permite entrar fácilmente a visiones del
mundo impregnadas del azar, con lo cual la visión darwiniana del mundo y la
ética darwiniana son consecuencias inevitables. Así, las consecuencias prácticas
de la ética darwiniana se recogen en una sociedad en la cual la vida humana
tiene poco valor, donde se rechaza la familia y se adopta la cultura de la
muerte en forma de anticoncepción artificial, aborto y eutanasia.
Monogenismo y poligenismo
El libro del Génesis señala que toda la raza humana tiene su origen a partir de
una pareja. En otro pasaje del Antiguo Testamento se señala que de Adán y Eva
“nació todo el linaje humano” (Tb
8,6). En su discurso al Consejo del Areópago, San Pablo menciona el hecho de que
toda la raza humana desciende de una sola pareja: “Él hizo de uno todo el linaje
humano” (Act 17, 26). El
Apóstol hace además un paralelo entre la Caída, que se produjo a través de un
solo hombre, Adán, y la Redención, que llegó a través de Cristo, el Nuevo Adán:
“Como por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la resurrección
de los muertos. Y como en Adán hemos muerto todos, así también en Cristo somos
todos vivificados” (1 Co
15:21-22; cfr. Rm 5:12-21). San
Atanasio desarrolló en mayor medida la base cristológica de la doctrina conocida
como el monogenismo, es decir
que toda la raza humana desciende de Adán y Eva: “Lo nacido de María, de acuerdo
a las Escrituras, fue por naturaleza humano; el Cuerpo del Señor era real, real
porque era igual al nuestro. Esto fue así porque María era hermana nuestra,
puesto que todos descendemos de Adán”. El hecho de no mencionarse explícitamente
la esposa de Caín (Gn 4:17)
entre los hijos de Adán y Eva no demuestra que no descendiera de ellos. Nuestros
primeros padres tuvieron muchos hijos hombres y mujeres (Gn
5:4). Tampoco es válida la objeción según la cual el monogenismo no es posible
porque exigía el matrimonio de los hijos de Adán con sus hermanas. En las
circunstancias especiales del comienzo del linaje humano, la generación entre
parientes cercanos estaba permitida, como puede observarse al menos en una
ocasión más en el Antiguo Testamento (Gn
19:31-38), con el fin de perpetuar la raza humana. El monogenismo está
necesariamente vinculado con la enseñanza cristiana sobre el pecado original.
Por otra parte, el poligenismo
es la teoría que plantea la existencia de numerosas parejas en el origen de la
raza humana. El apoyo a las teorías poligenistas sobre el origen del hombre
suele estar marcado por matices ideológicos de fondo, entre ellos la noción del
azar de la teoría de la evolución. Al prevalecer semejante idea, es más fácil
concebir el desarrollo espontáneo al azar de diversos seres humanos “originales”
en distintos lugares, de acuerdo únicamente con el criterio de la selección
natural. El poligenismo conduce a una o más de por lo menos tres hipótesis
inaceptables: en primer lugar, que el pecado original no se transmitió a todos
los miembros de la raza humana; segundo, que aun cuando el pecado original se
haya transmitido a todos los miembros de la raza humana, esto ocurre mediante un
proceso que no es la generación; y la tercera hipótesis errónea es que el pecado
original se trasmite por generación a todos los hombres, pero Adán no es un
individuo en particular, sino un conjunto de personas[20].
Hay una diferencia entre poligenismo
monofilético y polifilético.
De acuerdo con el primero, el linaje humano desciende de varios seres humanos y
no sólo de Adán y Eva, pero todos los seres humanos originales pertenecen a la
misma estirpe o fílum. En este caso, es mucho más fácil decir que todos esos
primeros seres humanos cometieron juntos el pecado original y éste se transmitió
luego a sus descendientes. Con todo, el poligenismo monofilético no bastaría
para explicar satisfactoriamente las epístolas paulinas y la afirmación de que
todos los hombres mueren con Adán. De acuerdo con el poligenismo polifilético,
la raza humana desciende de numerosas estirpes o fílumes, con lo cual sería
imposible garantizar la enseñanza de la Iglesia en el sentido que el pecado
original se hereda a través de la generación. En todo caso, el Papa Pablo VI
reafirmó las reservas de la Iglesia con respecto al poligenismo en el contexto
de explicaciones inadecuadas sobre el pecado original dadas por algunos teólogos
modernos. Estos autores, cuyo punto de partida es un poligenismo “que no ha sido
demostrado”, prácticamente niegan la doctrina del pecado original. El Papa
además señaló con énfasis la condición de primer padre universal de Adán[21].
El hecho de descender todo el linaje humano de una sola pareja pone en relieve
la unidad esencial de toda la humanidad y la igualdad de todas las personas en
una naturaleza única y constituye por lo tanto una poderosa defensa contra las
diversas formas de racismo.
Hay una tendencia entre los nuevos teólogos a negar el monogenismo o poner en
tela de juicio esta doctrina por cuanto ven que últimamente no se ha reafirmado
en forma explícita. Con todo, el hecho de que el Magisterio no se haya
pronunciado últimamente sobre el tema no implica una abrogación de la doctrina.
Se presume que una enseñanza de la Iglesia (aún no declarada irreformable)
subsiste mientras no se modifique explícitamente. Podríamos preguntarnos por qué
estos teólogos tienden a apoyar el poligenismo. Tal vez no quieren estar
rezagados en relación con los descubrimientos científicos. Sin embargo, hasta
ahora la ciencia no ha podido demostrar el poligenismo ni el monogenismo.
Algunos hombres de ciencia han planteado el origen monogenético del cuerpo
humano basándose en conocimientos genéticos. Las diferencias de color y forma
del cuerpo humano podrían explicarse en términos de adaptación evolutiva de
acuerdo con las condiciones de los distintos lugares del planeta. Suponiendo que
la evolución tuvo un rol en la preparación del protohumano antes de la
introducción del alma, y suponiendo incluso que la ciencia pudiera detectar un
poligenismo en estos seres inferiores, la revelación parece indicar que Dios
introdujo el alma únicamente en una pareja elegida entre esos diversos
protohumanos hipotéticos. La introducción del alma directamente por Dios otorga
al ser humano una condición esencialmente distinta de los animales. Esta acción
está fuera de la competencia de la investigación científica, como afirmó
recientemente el Papa Juan Pablo II: “Las ciencias de la observación describen y
miden las múltiples manifestaciones de la vida con precisión cada vez mayor y
establecen una correlación entre ellas y la línea temporal. El momento de la
transición a lo espiritual no puede ser objeto de este tipo de observación, que
no obstante puede descubrir a nivel experimental una serie de señales muy
valiosas indicadoras del carácter específico del ser humano”.
En otras palabras, las ciencias empíricas no tienen competencia para medir el
acto de introducción por Dios de la primera alma humana y luego de todas las
almas posteriores, y se ocupan únicamente de mediciones de los estados sucesivos
de carácter material[22].
Por consiguiente, siendo los orígenes monogenéticos de la humanidad una elección
divina, no son puramente producto del proceso evolutivo, de tal manera que es
discutible la posibilidad de obtener una prueba científica definitiva en favor
del monogenismo o el poligenismo. Si bien la ciencia de la paleontología
ciertamente puede indicar qué fósiles son humanos y cuáles no lo son, la
determinación de fechas de dichos materiales con el fin de ubicar a los primeros
seres humanos no es siempre muy precisa. Este problema subsiste aun cuando
exista la posibilidad de distinguir científicamente entre restos humanos y
prehumanos. La dificultad reside en establecer el vínculo entre lo prehumano y
lo humano, sobre todo porque en la actualidad ya no es posible encontrar una
gran cantidad de restos. Es sumamente dudoso que la ciencia alguna vez realmente
esté en condiciones de refutar el origen monogenético de la persona humana. Por
otra parte, es posible que sobre la base de consideraciones genéticas se
determine efectivamente el origen de los seres humanos a partir de una sola
pareja.
Conclusión
La afirmación más fundamental que debe hacerse contra el reduccionismo de los
enfoques darwinianos de la antropología es que el dogma de la Encarnación
garantiza la verdadera naturaleza del hombre. El propósito dentro del universo
es reforzado por Cristo, cuya venida despliega en forma total y definitiva la
economía de la salvación. Al margen de esta visión cristiana, el concepto de
propósito está en peligro, y además de visualizarse con frecuencia el universo
como producto del azar o el caos, también se expresa en estos términos la vida
humana en el interior del mismo. El Concilio Vaticano II nos enseñó claramente
que el misterio del hombre puede interpretarse a la luz del misterio de Cristo:
En realidad, únicamente en el misterio de la Palabra encarnada se aclara el
misterio del hombre, porque Adán, el primer hombre, era uno como Aquel que
vendría, Cristo el Señor. Cristo, el Nuevo Adán, en la revelación misma del
misterio del Padre y Su amor, revela plenamente el hombre a sí mismo e ilumina
su más alto llamado[23].
La doctrina del alma humana inmortal de Cristo es fundamental al respecto, por
cuanto “sobre esa alma, inseparablemente unida con su naturaleza divina y su
persona divina, la Escritura y los Credos predican el descenso de Cristo a los
infiernos”. La creencia en el alma humana de Cristo refuerza el hecho de que el
hombre es “radicalmente diferente del resto de la creación e incluso del resto
del proceso evolutivo”[24].
[1]
PAPA JUAN PABLO II, Mensaje a la Pontificia Academia de Ciencias, 22 de octubre
de 1996.
[2]
Cuadernos iniciales no publicados de Darwin, transcritos y comentados por P.H.
Barret, con un prefacio de J. Piaget, Cuaderno C, E.P. Dutton, Nueva York, 1974,
451.
[3]
S.L. JAKI, Angels, Apes and Men
(Los ángeles, los monos, y los hombres), Sherwood Sugden and Company, La Salle,
Illinois, 1983, 55.
[4]
R. DAWKINS, The Blind Watchmaker
(El relojero ciego), Longmans, Harlow, 1986, 317.
[5]
S.L. JAKI, The Purpose of It All
(El propósito de todo eso), Scottish Academic Press, Edimburgo, 1990, 32.
[6]
ID., Angels, Apes and Men, 67.
[7]
Para una relación sobre la forma en que la visión cristiana lineal del cosmos
liberó al hombre de las nociones paganas cíclicas, panteístas y eternalistas,
ver S.L. JAKI, Science and Creation
(La ciencia y la creación), Scottish Academic Press, Edimburgo, 1986.
[8]
S.L.JAKI, Apes and Men, 67.
[9]
Ibid.
[10]
Ibid.
[11]
Ibid.
[12]
Ver PAPA JUAN PABLO II, Mensaje a la Pontificia Academia de Ciencias, 22 de
octubre de 1996, donde afirma: “en vez de la teoría de la evolución, deberíamos
hablar de varias teorías de la evolución”.
[13]
Ver PAPA JUAN PABLO II, “Discurso a los participantes en un simposio
internacional sobre la fe cristiana y la teoría de la evolución” (26 de abril de
1985).
[14]
Ver ID., “Discurso en el Plenario”.
[15]
Ver entrevista con V. MARCOZZI en Inside
the Vatican, 5/1, 27.
[16]
PAPA PÍO XII, Encíclica Humani Generis,
N.36.
[17]
PAPA JUAN PABLO II, Mensaje a la Pontificia Academia de las Ciencias, 22 de
octubre de 1996.
[18]
Ibid.
[19]
Ver PAPA JUAN PABLO II, Mensaje a la Pontificia Academia de las Ciencias.
[20]
Ver PAPA PIO XII, Humani generis,
N.37.
[21]
Ver PABLO VI, “Discruso en el Simposio sobre el pecado original”, 11 de junio de
1966.
[22]
HAFFNER, Mystery of Creation,
75.
[23]
Concilio Vaticano II, Gaudium et spes,
N.22.1.
[24]
S.L.JAKI, Chesterton, A Seer of Science
(Chesterton, Un vidente de la ciencia), University of Illinois Press, Urbana,
1986, 79-80.