El matrimonio homosexual
y la desintegración de un país

 

John Pacheco 16/10/2003
www.e-cristians.net

 

Desde tiempos inmemoriales, el matrimonio ha sido entendido como la unión entre un hombre y una mujer, excluyendo cualquier otro tipo de relación. En primer lugar, la unión matrimonial posibilita la reproducción de la especie humana, el componente fundamental y más necesario para la supervivencia de la sociedad. En segundo lugar, como muchos estudios han confirmado, la familia tradicional proporciona el entorno más estable y formador para las necesidades sociales, psicológicas, espirituales y emocionales de los niños. No existe nada que pueda sustituir esto. Dios nos lo ha revelado a través del mismo Derecho Natural. Y, además, todo el mundo sabe esta verdad, porque está dentro de cada conciencia humana.
 

La razón por la cual el matrimonio ha sobrevivido a lo largo de los siglos, mientras otras formas de relación no, es que refleja el orden natural que Dios ha creado. Cuando el hombre intenta artificialmente crear otros tipos de uniones, como recientemente los tribunales canadienses han intentado en relación con los matrimonios entre homosexuales con la pretensión de que éstos sean igualmente válidos o sublimes como los matrimonios de verdad, está abocado al fracaso. Estos tipos de uniones no se hunden porque se hagan en el marco de una sociedad intolerante o represiva. Hemos aprendido de la historia antigua que las comunidades homosexuales dentro de la civilización griega simplemente desaparecieron. Incapaces de reproducirse, llevaron a la desaparición, con ellas, de toda una cultura. El fracaso de las sociedades permisivas con la homosexualidad, en definitiva, no es político, social o ideológico.
 

Intrínsecamente desordenado
 

Más allá de esto, el fracaso surge de no querer admitir que el acto homosexual es contrario a la misma naturaleza humana. Es contrario a la dimensión más fundamental e intrínseca de nuestro ser, que expresada sexualmente existe para crear. Un hombre que tiene relaciones sexuales con otro hombre no puede crear nueva vida. Ni tampoco una mujer con una mujer. Su acto está cerrado a la creación. Éste es el motivo por el cual el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados.
 

Algunos activistas homosexuales canadienses argumentan, en contra de esto, que no todos los matrimonios entre personas heterosexuales son físicamente capaces de procrear. ¿Quiere decir esto que sus actos sexuales son también inmorales? De ninguna de las maneras, porque la ley natural habla de los sexos masculino y femenino en términos genéricos y no de parejas concretas que, por un azar biológico, no pueden concebir una criatura. Si los partidarios del matrimonio homosexual quieren utilizar esto, deberán admitir que este escenario es una excepción.
 

Una pretensión imposible
 

Por otro lado, el acto homosexual está siempre cerrado a la vida humana. No hay excepciones. Así, el intento del homosexualismo de reproduïr la unión que se da en un matrimonio heterosexual va contra la verdad más esencial y fundamental de la fisiología humana. Rechaza la simplicidad con que el hombre y la mujer se complementan uno con el otro. Por ejemplo, en mecánica, un tornillo y una tuerca se juntan con una final¡dad. Dos tornillos no encajan porque no es posible.
 

Como el Santo Padre explica al encíclica Familiaris Consortio, el acto conyugal tiene dos finalidades: procrear y unir. De esto, se deriva una gran consecuencia de la unión conyugal. Su clímax quiere reflejar físicamente el gozo espiritual del acto creativo en el que un hombre y una mujer participan. Ninguna de estas características se puede separar de la otra. No se puede separar legítimamente la procreación de la unión sin consecuencias funestas. Dicho de otro modo, de acuerdo con la ley natural, las relaciones conyugales no están dispuestas sólo por el placer que den a los sentidos. Esto deja fuera tanto la contracepción como los actos homosexuales. No se puede pretender imitar las relaciones conyugales tanto con respecto al placer como en relación con la procreación sin estar dispuesto a unirse con la otra persona. Esto deja fuera también la fornicación así como la gratificación sexual egoísta que satisface sólo a una de las partes, incluso dentro del matrimonio.
 

El acto conyugal es incluso un hecho sagrado y noble. Es participación sublime en la creación y la propagación de la especie humana para mayor gloria de Dios y, como tal, no puede ser manipulado moralmente o interrumpido de ninguna forma. Sus atributos no se pueden separar y aislar arbitrariamente a expensas de la finalidad del mismo acto. Pese a lo que se pretenda, no alteraremos la imagen del hombre. Ésta ha sido ya establecida. Si los tribunales canadienses lo intentan, sólo resultarán de esta actitud la desintegración y la degeneración de Canadá, como cultura y como país.