ESCOGER «MI» VIDA
por José A. GARCIA-MONGE
Psicólogo
Profesor de Teología en la
Universidad Comillas. Madrid
1. Tierras de penumbra
En una película reciente, el protagonista, un maduro
profesor de Oxford de los años 50, vive una vida confortable.
Desde la carencia infantil de madre se ha instalado en un
útero securizante, coherente, cerrado, explorado por el
pensamiento, la idea, la lectura; una vida en que entretiene su
narcisismo a través de tareas y rituales, de diálogos
ingeniosos y brillantes; una vida «pensada». A este profesor
de Oxford se le ofrece, ya en edad madura, la posibilidad de
elegir su vida, pasar del útero a la realidad, del pensamiento a
la experiencia. La presencia de una mujer en su historia le
ofrece la posibilidad de hacer una elección en la que el amor
va a acarrearle dolor, felicidad, responsabilidad de adulto,
riesgo e imposibilidad de tenerlo todo controlado. El
protagonista pasa, de una vida decidida por otras instancias,
por inercias y rutinas, a una vida elegida, con todo lo que esto
supone. Nos sirve este anecdótico argumento cinematográfico
para introducir el planteamiento de estas reflexiones.
«Escoger mi vida» va a ser el acto de consciencia libre,
fundante, de mi identidad adulta. Nada fácil, por todo lo que
supone y acarrea, pero apasionadamente desafiante para
pasar de una vida planificada a una vida elegida.
1. 1. La vida prefabricada
EDUCO/V-PREFABRICADA V/PREFABRICADA: El proceso
vital, si sigue un desarrollo normal, procede de la vida
prefabricada al bricolage personal. De la vida diseñada desde
fuera a la creatividad personal que va dejando la huella cada
vez más honda de la individualidad única, irrepetible e
insustituible que somos. La vida se nos da escogida; no sólo
genéticamente orientada, sino a veces directa y
explícitamente prefabricada. En psicología, los ecos de
Watson y Skinner, «fabricadores de vidas y conductas
vitales», tienen todavía una impronta demasiado intensa,
sobre todo en la psicología oficial académica. Se encarga un
niño, y al nacer se le encarrila en una «vida», se le programa
una educación, se le orienta estrechamente hacia
determinadas metas, se le amaestra para que responda
adecuadamente a la cultura, y se le premia o castiga en
función de los valores de los que orientan su vida.
No es que todo esto esté mal. Se trata de un andamiaje
provisionalmente necesario o, sencillamente, útil, que ayudará
en los primeros pasos del niño o en el acontecimiento
adolescente. Tal vez, como ocurre en más de la mitad de la
humanidad, desde otra perspectiva tercermundista al niño
que nace se le condena a sobrevivir en una marginación que
otros le han fabricado con los desperdicios de su bienestar.
Se le condena a vivir una vida que otros han tirado al
basurero.
1.2. ¿Quién decide «mi» vida?
CONSUMO/PUBLICIDAD: No sólo hablamos de una cierta
dirección genética o del aprendizaje familiar o social. Nuestra
vida está programada desde muchas instancias que van,
desde lo económico, a lo más sutilmente cultural. Nuestra vida
está decidida desde el mercado; la sociedad de consumo
quiere saber, no quiénes somos, sino qué vamos a consumir,
el dinero de que vamos a disponer, y nos va a motivar y
programar en ese sentido; al final sólo seré un consumidor
cuantificable, numéricamente identificable. Desde la política
de intereses partidistas, soy y seré un elector, y
probablemente sólo interesaré como elector (en caso, claro
está, de democracia; en el resto de la humanidad manipulada
y oprimida por dictaduras, seré mano de obra barata o
excedente humano inservible).
La publicidad, al condensar conductas y teledirigirlas,
decide qué intereses voy a tener, hacia dónde voy a dirigir
mis gustos. De la misma manera que la moda decide cómo
voy a vestir, la cultura decide cómo voy a pensar, valorar,
aprender a esquivar la vida. La subcultura grupal, familiar, el
apellido o el estatus van a decidir casi todo el resto.
Verdaderamente, queda muy poco a la libertad del individuo;
queda poco donde escoger.
La empresa, las instituciones de diferentes tipos, la
religión, con su moral, tienen -es verdad- una palabra que
decir, pero al ideologizarse pueden suplantar mi
responsabilidad vital en función de intereses respetables,
pero no del todo respetuosos de la libertad del individuo.
Los roles sociales tienen también un peso importantísimo
en la planificación de mi vida. Es cierto que para funcionar
ágilmente en grupo, en sociedad, necesitamos roles, pero a
veces el consenso social que los normativiza se me impone
férreamente. Con el fin de hacernos previsibles, de darnos
una existencia sin sobresaltos, se nos restan las posibilidades
de creatividad personal, se nos dificulta el ser personas
dentro de esos roles, rostros detrás de esas máscaras.
La familia también nos maneja para evitar que nos
manipulen, pero la dependencia aprendida en la familia de
una manera estricta producirá más tarde los frutos no
deseables de acomodación y dependencia que nos permiten
cambiar de amo, pero no ser verdaderamente libres. El
hombre, la mujer, dimite de su vida diluyéndose en una
sociedad enferma. Dejándose llevar por las diferentes
corrientes que nos deciden desde fuera, incluso bajo el
pretexto de hacernos un bien.
Preguntarse por quién decide mi vida es interrogarse por el
locus of control. En la respuesta, forzosamente compleja, no
podemos pasar por alto las fuerzas que influyen en mi
decisión o decisiones desde eso que llamamos inconsciente.
La tarea de construir un yo, tarea para toda la vida y de toda
vida, es la extensión de la consciencia. Rescatar lo que soy y
quiero eficazmente ser desde mi realidad nebulosa. La
consciencia me permite escoger. Me permitirá ser quien soy,
ser quien quiero ser.
Esta tarea conlleva un diálogo con la realidad. Mi vida no
es un acontecimiento individual, aislado, interior, sino una
encrucijada social, un diálogo con la realidad: un barullo y un
silencio.
Las amenazas contra la libre elección de mi propia vida,
entre otras muchas, son el autoritarismo y la permisividad. El
autoritarismo es la eficacia invasora de un poder decisorio
que me manipula desde fuera. La permisividad, el «laissez-
faire», me hurta modelos de referencia que necesito para
poder escoger y me abandona al zarandeo de todo viento
cambiante. El autoritarismo me suplanta; es el otro quien,
decidiendo en mí, me señala quién debo ser. La permisividad
total me desorienta, disfrazada de confianza en mis propios
recursos. El autoritarismo me mete en el molde de su
retrato-robot; la permisividad me dice que no importa quién
sea, que da lo mismo ser uno u otro. En los dos casos, no
tengo yo el timón de mi propia vida.
Se trata, como vemos, de un difícil equilibrio: a quién o a
qué doy poder para decidir mi vida. La respuesta sana sería:
«admitiendo muchas fuerzas que me influyen, reservarme el
campo de la decisión a mí mismo. No se trata de decidir ni con
dependencias que me suplantan ni con contra-dependencias
que me permiten sólo elegir aquello que agrede al poder o a
la autoridad en mi vida». Es verdad que existen muchas
fuerzas -no hay campos neutrales y benevolentes-
personales, institucionales, pero la capacidad de decidir, de
escoger mi propia vida, debería madurar en mí a través de
recursos personales, ayudado por una educación sana. La
dificultad está muchas veces en decidir «en contra» de
personas significativas. Nos atenaza el miedo a la libertad, el
miedo a frustrar las expectativas de esas personas o la
desconfianza en nosotros mismos, que no nos permite
aventuramos en proyectos de vida distintos de los que esas
personas significativas piensan para nosotros.
2. El riesgo de escoger
ESCOGER/RIESGO RIESGO/ESCOGER: Escoger es un
acto arriesgado. El problema de escoger está en el temor al
error, a la equivocación, a la culpabilidad que nos acarrearía
hacerlo «mal». Escoger es ciertamente un riesgo. Este riesgo
genera a veces tal intensidad de angustia o de miedo que
puede resultar paralizante.
Los fantasmas que nos asustan en el proceso de escoger,
entre otros muchos, suelen ser el deseo omnipotente o la
dolorosa realidad limitada. El deseo omnipotente fantasea una
total libertad de. La realidad limitada nos permite imaginar que
estamos o somos personas totalmente condicionadas por. La
realidad equilibrada es que tenemos una modesta libertad
para escoger. Escogerme, si sé asumir mi elección, no
hipoteca mi libertad, sino que me permite ejercitarla: hacerme
más libre.
Escoger conlleva percibir, valorar, establecer prioridades,
renunciar, elegir y comprometerse con lo elegido. Al escoger
algo, estoy eligiendo ser alguien. Esto es muy importante,
porque nuestras elecciones nos personalizan, aun con el
riesgo de que, haciéndolas mal, nos puedan despersonalizar.
Influidos por necesidades, a veces compulsivas o acuciantes,
por deseos, por expectativas de otros, por premios o castigos,
por aterrorizantes culpabilidades, por miedos o angustias, el
acto de escoger es un acto densamente humano, amenazado
por el bloqueo paralizante que nos impediría equivocamos (y
también vivir) y por la compulsión de una tempestad de
movimientos producida más por la vida que nos lleva en su
corriente que por llevar nosotros nuestra propia vida.
2.1. Vivirse desde fuera
Para protegernos de escoger nuestra vida y repartir
responsabilidades, aprendemos muy pronto a decir «yo
tengo, yo debo» en lugar de «yo quiero, escojo y elijo». No es
que esté mal apelar responsablemente al sentido del deber,
pero sí sería un empobrecimiento reducir nuestra vida a una
programación legal, superyoica, hecha desde instancias
autoritativas del deber. El camino de la madurez personal va
del «yo tengo» y «yo debo» al «yo quiero» y «escojo». Este
camino se ve a veces amenazado por algo tan postmoderno
como es el «me apetece» y «me gusta», que a veces se
considera como el criterio decisivo de la acción. «Me
apetece» y «me gusta» no es más que una pista indicadora
de una zona importante de nuestra experiencia, pero
probablemente no decisiva. El camino a la personalización del
elegir recoge muchas pistas, pero prioriza, valoriza,
selecciona y decide unificándose con todo el ser. La
apetencia no es estación término; es tan sólo un momentáneo
apeadero, más o menos agradable, y un dato de nuestra
compleja realidad.
Es verdad que en la vida tenemos una gran necesidad de
seguridad (recordemos al profesor de Oxford en Tierras de
Penumbra), pero esa necesidad de seguridad no nos permite
enlatar la vida, protegerla de todo desgaste y de todo riesgo
al escoger, optar sólo por su duración biológica. Esa
necesidad de seguridad no nos autoriza a vivir como niños,
con la vida decidida desde instancias parentales que
envuelven como un útero y desresponsabilizan al niño de sus
pequeñas encrucijadas. Lejos de repetirme o imitarme a mí
mismo, la vida me invita, como una tarea, a descubrirme a mí
mismo. Más allá de este descubrimiento, la sabiduría vital me
llevará a trascenderme y olvidarme de mí mismo.
Si no escojo más que vivir, seré vivido y me tendré que
conformar con sobrevivir, pensar en la vida, soñar la vida. Es
decir, funcionar, no vivir. La vida pensada no es más que un
ensayo de la vida vivida. El concepto de vino no emborracha;
lo que emborracha es la realidad bebida del vino. La vida
sentida es un indicio de que algo pasa por mí, con tal de que
no confundamos el «sentir la vida» con la «existencia vital».
La vida vivida es la experiencia, es el fluir de experiencias.
Solamente aquí nos encontramos maduramente con una
existencia habitada por mí. Llevar el proceso de vivir, desde el
útero a la tarea, pasa necesariamente por el acto de escoger.
La tendencia actualizante, concepto fundamental para Carl
Rogers, nos lleva a ser nosotros mismos de una manera más
compleja y a la vez más unificada, más personal, más
auténtica. La memoria y el deseo iluminarán la experiencia
vital del proceso de ser persona, que necesariamente pasa
por la arriesgada elección de ser yo mismo, de escoger mi
propia vida.
3. Apropiarme de mi vida o escoger «mi» vida
Escoger «mi» vida puede tener varios sentidos: nos puede
hablar de posesividad en mi vida, de administración de una
corriente de vida que pasa por mí, soy yo y va más allá de mí;
tal vez comporta un sentido identificatorio: soy un viviente; o
un aspecto responsable: mi vida es mi respuesta, mi palabra y
mi silencio.
Del «mi vida es mía» (reto, liberalismo y posesividad)
dialéctico, al «yo soy mi vida», que conlleva elección y
compromiso, hay un camino de maduración. Al escoger mi
vida, estoy eligiendo la único que puedo vivir en coherencia
con quien soy. ¿Qué estoy escogiendo al elegir mi vida?
Escojo ser mi cuerpo y en mi cuerpo; ser mi sexualidad y en
mi sexualidad; ser mi realidad y en mi realidad; ser mis valores
y en mis valores; ser yo ante los tús que elijo para verificarme.
Elijo también mi argumento vital, como dicen algunos modelos
psicológicos, mi guión existencias. Ese hilo conductor -parte
consciente o menos consciente- que irá enhebrando
decisiones y conductas para dar razón coherente de mi
existencia feliz o desgraciada. Es verdad que, si tengo una
visión profunda del hombre, sabré, sapiencialmente, que al
escoger mi vida estoy haciendo una elección más grande que
la actividad con la que lleno mi tiempo, que una
profesionalidad. Sabré que en realidad no quepo en mi vida,
que soy más grande que mi muerte. Sabré que puedo
escoger mi propia muerte, no en el sentido de una opción de
eutanasia, sino de existencia que desemboque en la muerte y
la supere . Por eso puedo morir vivo e incluso «creer» que, si
estoy «vivo», no moriré jamás.
Una amiga mía tiene en su despacho un gracioso dibujo
con este lema: «Justo a mí me tocó ser yo». El dibujo,
simpático y resignado, carga con la fatalidad de tener que ser
uno mismo. Yo lo leo sintiendo que justo a mí me corresponde
escoger ser yo, llegar a ser yo. En este problemático y difícil
proceso radica, entre otros conflictos, la dificultad de elegir
pareja sin haber previamente elegido quién soy y quién quiero
ser; escoger con quién voy a compartir mi vida cuando mi vida
todavía no es mía, todavía no soy yo. Problema complicado
que exige maduración, ayuda, crecimiento personal.
3, 1. Habitar «mi» vida
Escoger mi propia vida es hacerla habitable. Mi vida será el
lenguaje que puede expresar quién soy de verdad yo. Más
allá de los roles, más allá de situaciones transitorias, si yo
habito mi vida, puedo acoger a otros en mí. Puedo dar mi
vida. Esta tarea humana se complica cuando la espiritualidad
susurra a mi oído expresiones como: «Vivo sin vivir en mí, y
tan alta vida espero que muero porque no muero». Esta
formulación, que el humor popular ha convertido en un
acertijo, es muy profunda, pero puede, a un nivel psicológico
y existencial, confundimos. Si vivo sin vivir en mí, estaré, como
decía al principio, alienado, evitando mi realidad, no
identificándome con mi verdadera existencia. No seré un
hombre habitado, sino una persona deshabitada. En una
dimensión mística, esta expresión es profundamente
verdadera. El amor hace que pueda vivir sin vivir en mí; el
amor es el fuego que mejor quema el ego. Si desde una
experiencia mística la formulación es adecuada, transponerla
a un plano psicológico sin la base de esa experiencia es
arriesgado e inadecuado. En un plano más profundo, cuando
Pablo dice: «Vivo yo, ya no yo, es Cristo quien vive en mí»,
está afirmando una verdad de fe honda, fundante de la vida
cristiana y accesible a través de una experiencia creyente
gratuita. El largo camino psicológico hasta el umbral de la
mística nos invita a vivir en nuestra propia vida, a afirmar
nuestra identidad con lo que realmente somos, abriéndonos,
eso sí, al camino, como diría un psicólogo, Maslow, «más allá
del ego».
4. Autoconcepto y vida: Yo soy yo
La vida vivida me permite hacer mi autoconcepto; la
autoimagen auténtica y mi autoconcepto seleccionan mi vida,
identificando lo que le es propio y lo que le es ajeno. Escoger
mi vida supone tener claro mi autoconcepto y, en función de
él, asumir lo que realmente soy, de una manera flexible,
procesual, cambiante, integradora, pero totalmente
coherente. Mi vida proclamará quién soy yo, y yo decidiré cuál
es mi vida.
Sería una actitud equivocada, desde el punto de vista
psicológico negar la realidad que no encaja en mi
autoconcepto. Negar aquel aspecto de mi vida que no
identifico como mío, en lugar de, paciente y humildemente,
cambiar mi autoconcepto para ajustarlo a la realidad.
Fácilmente podemos tener un autoconcepto que no sólo no
corresponde con lo que en verdad somos, sino que a veces
es todo lo contrario, por lo menos en alguna de las
dimensiones de nuestro ser. El autoconcepto me ayuda a
elegir lo coherente con mi vida, me ayuda a decir simple y
llanamente: «yo soy yo». No olvidemos, sin embargo, que esa
afirmación vale para un tramo de nuestra vida, y que las
diferentes crisis existenciales irán invitándonos a cambiar
nuestro autoconcepto dentro de una lógica afectiva interna y
a flexibilizarlo para adecuarlo a la realidad de lo que somos,
vamos siendo y llegamos a ser.
5. Escoger: acto fundante de mi identidad
La dificultad de escoger mi vida en el proceso psico-social,
radica frecuentemente en que nos dejamos «colonizar» por
los demás. El timón de mi vida, zarandeada por fuerzas
económicas, institucionales, culturales e ideológicas,
frecuentemente no lo llevo yo, sino que los otros lo llevan por
mí. Me voy poco a poco convirtiendo en mera respuesta a... o
de ... ; no soy una palabra original, única, fundante, de mi
identidad.
Un psicólogo gestáltico, dentro del modelo humanista, F.
Peris, afirma frecuentemente, en lo que él llama «oración de
la Gestalt», lo siguiente: «Yo soy yo, y tú eres tú; yo no estoy
en la vida para llenar tus necesidades, ni tú estás para llenar
las mías. Si por casualidad nos encontramos, será hermoso;
si no, no podemos hacer nada». El primer eco de esta
afirmación psicológica, que Peris pone en boca de sus
pacientes en búsqueda de su autonomía y salud, nos resuena
enormemente egocéntrico e incluso egoísta; y, sin embargo,
la intuición de fondo es la responsabilidad de ser, libre y
conscientemente, autor y fundador cada uno de su propia
vida, sin dejarse manipular, colonizar, invadir por las
necesidades o expectativas de los otros. Es verdad que la
flexibilidad en el vivir nos llevará a soluciones de compromiso
entre la autoafirmación y la apertura a las necesidades del
otro que yo elijo satisfacer, siempre que esto no suponga
merma considerable de mi coherencia personal, social o
moral. Yo invitaría al lector a releer la «Oración gestáltica» y
quedarse con el sabor de esa afirmación. ¿A qué te suena?
¿La harías tuya? ¿La expresas implícitamente en tus
relaciones humanas habituales?
Tal vez el cuadro que sigue pueda ayudamos a
comprender lo que quiero expresar, y a llegar a ese difícil
equilibrio yo-tú ante la amenaza de ser vivido o la soledad del
aislamiento cuando elijo mi propio yo con todas sus
consecuencias.
Las dos preguntas que me ayudarán a encontrar mi sitio en
el cuadro podrían ser éstas: ¿tengo la sensación de estar
escogiendo mi propia vida, aun afrontando tensiones con los
demás, pero contento conmigo mismo? (situarse
aproximadamente del 0 al 10 en la línea horizontal); y ¿me
siento invadido por los otros, manejado por sus necesidades,
expectativas o deseos, hasta el punto de que me experimento
viviéndome desde fuera, más que con el timón de mi propia
existencia? (situarse en la línea vertical). La respuesta a estas
dos preguntas me permitirá apreciar hasta qué punto elijo mi
propia vida o en qué grado considero que me viven los otros
desde fuera, relegándome al papel de respuesta, de
marioneta de sus propios deseos. Los círculos, más o menos
amplios, iluminarán la zona de mi elección, con sus
características intra o interpersonales.
Es importante ser yo (escoger mi vida) no solamente por mi
propia coherencia, autonomía, libertad y felicidad, sino
también porque, si no vivo mi vida, furtivamente viviré la de los
demás. Consciente o inconscientemente invadiré a los otros,
los manipularé, los suplantaré y, para curar la frustración de
no decidir mi propia vida autoritativamente, estaré viviéndome
en las realizaciones de los demás dictadas por mis deseos. Al
escoger mi vida, estoy respetando la elección del otro, la
capacidad del otro de ser diferente, de escoger la suya
propia. Escoger mi vida es la pedagogía del respeto a la
elección del otro de su propia vida. Sólo a través de la
diferencia me puedo vincular libremente a ti como a otro.
5. 1. Del niño al adulto
Se suele decir en Psicología Evolutiva que el crecimiento
del niño va del soporte ambiental al autosoporte. Nacemos
necesitados de todo, y la lenta maduración de nuestro
cuerpo, cerebro, respuestas, nos va a ir permitiendo, poco a
poco, pasar de un andamiaje que sostenía nuestra vida al
autoapoyo en el cual nuestra vida se sostiene en sí misma,
con una evidente relación de intercambio con los demás. El
soporte ambiental primero es la madre, el padre, el andamiaje
que nos sostiene, alimenta, cuida, y que se hace patente a
través de un amor ambiental que se puede ir transformando
en autoestima para que el incipiente adulto pueda apoyarse
en sí mismo.
PADRES-HIJOS: En el difícil espacio de la familia,
podríamos ampliar la «oración gestáltica» en un hipotético
diálogo padres-hijos que se expresara de esta forma:
«Nosotros, tus padres, somos nosotros; tú, hijo, eres tú.
Nosotros no podemos imponerte nuestra vida ni impedirte a ti
(joven adulto) vivir la tuya. Puedes hacer lo que elijas. En
cualquier caso, no te vamos a proteger de las consecuencias
de tu elección y nos vamos a reservar el derecho de
protegemos a nosotros mismos de los efectos de tu elección».
Soy consciente de que con esta formulación complico y
polemizo en el espacio familiar el difícil acto de escoger. En la
encrucijada de relaciones padres-hijos, la elección tiene un
espacio, nada fácil, en el que un difícil equilibrio y una
formulación de mensajes claros invita a cada uno a sus
propias responsabilidades en diálogo honesto y claro.
Enseñar a otro a escoger su vida supone haber escogido la
nuestra y admitir otros modelos de vida que, sin manipularnos
ni utilizarnos, puedan seguir caminos distintos de los propios.
Recordemos aquello de K. Gibran referido a los hijos: «No
podemos obligarles a vivir con nuestras verdades, pero
podemos ayudarles a vivir sin sus mentiras».
6. El arte de escoger la vida
La vida es proyecto, tarea, llamada y don. Escoger «mi»
vida supone elegir a qué o a quién quiero dar mi vida. Implica,
primero, que mi vida es mía y, segundo, que puedo darla,
perderla, sólo si es mía; y al darla me doy, me pierdo y, tal vez
gozosamente, me encuentro.
Escoger mi vida es difícil. Primero hay que acoger la vida,
asumir la vida; segundo, identificar la autenticidad de «mi»
vida. La necesidad de identificación racional y afectiva exige
diálogo, confrontación, comunicación y soledad. Escoger mi
vida exige decir Sí y NO. Decidirse a habitar la propia vida es
escoger el camino de ser feliz sabiendo que por la vida pasa
el dolor y el gozo, y que no puedo huir de mi propia vida
cuando aparece el fantasma del dolor, ni puedo alienarme en
el supuesto gozo. No es fácil saber gozar ni saber sufrir
viviendo en coherencia y en fidelidad a uno mismo y a las
causas a las que he entregado mi vida. Escoger mi vida es un
imperativo de la persona madura, pero sabiendo que es
relativo a tiempos, crisis, momentos; es importante saber
desdramatizar. Elegir sin grandilocuencias que desfigurarían
la verdadera talla de mi vida, importante pero no absoluta.
Escoger es el prólogo de una existencia auténtica; pero por
elegir no me voy a convertir en el ombligo del mundo. La
obsesión autorrealizadora muchas veces me lleva a erigir un
monumento a mi propio yo, y entonces, más que escoger mi
vida, estoy escogiéndome a mí, aun a riesgo de no vivir ni
vivirme.
El perfeccionanismo es una incapacidad de elegir. Es
verdad que en la cultura actual tenemos tan inmensa
pluralidad de modelos que dificultan una coherente elección.
Pero, al mismo tiempo que la dificultan, la posibilitan como
libre. Es decir, la pluralidad de modelos hace difícil el acto de
escoger, pero me garantiza que la elección será exactamente,
o lo más aproximadamente posible, lo que yo quiero para mí.
Es más fácil comprar en la tienda del pequeño pueblo que en
el gran almacén de la ciudad; y, sin embargo, aunque sea
más fácil elegir, no por eso es más fácil acertar. Escoger mi
vida es escoger las conductas, la acción que más autenticidad
acarree en el diálogo con la realidad, en un diálogo que me
dará información sobre mis capacidades, motivaciones,
valores. Escoger la acción a sabiendas de que soy más
grande que mi acción, que mi vida no cabe en mis hechos
aunque se exprese a través de ellos.
7. Fe en mí mismo. Fe en Dios
H/CREER-EN-SI-MISMO: Escoger mi vida supone creer en
mí mismo. Esta fe en mi propia persona es necesaria para
creer en Dios. En un plano creyente, escoger mi vida está
presuponiendo este lenguaje del Dios Creador y Padre: «Hijo,
estás equipado por mí para tu vida, pero sólo para tu vida.
Tienes todo lo necesario para vivir tu propia aventura
personal, para ser tú mismo y realizar así mi sueño sobre ti».
El dicho rabínico nos recordará que al final de la vida no se
nos pedirá cuentas por no haber sido Moisés, sino que se nos
preguntará sencillamente por qué no hemos sido nosotros
mismos. Es como si Dios nos equipase para ir a la montaña,
emprender una arriesgada escalada, y nosotros, con ese
equipo, vestidos extrañamente, pasáramos las vacaciones en
una calurosa playa. Estamos equipados para nuestra vida, y
nuestra tarea es descubrirla y aprovechar todos los recursos
para ella. Escoger, en el ámbito de la experiencia cristiana, es
discernir. Supone cribar las motivaciones, las cualidades, las
alternativas, escuchar el susurro más hondo de nuestro
espíritu, dialogar con la realidad y los signos de los tiempos y
orar, contemplar la presencia de Dios en mi existencia como
llamada en Jesús al servicio de su Reino. Buscar y hallar la
voluntad de Dios es la posibilidad de escoger nuestra propia
vida en una dimensión creyente, sabiéndonos habitados por
Alguien que nos llama por nuestro nombre.
8. Escoger es una forma de amar
Escoger la vida es, en el fondo, elegir el lenguaje y los
gestos que van a acarrear más amor desde la propia
existencia. Un tradicional planteamiento equivocado ante la
elección de vida nos hace pensar que tenemos delante varias
vidas, y yo tengo que elegir una de ellas. El problema estará
en acertar con la verdadera. Un planteamiento más adecuado
me indica que no tengo más que una vida; el problema no es
acertar con la verdadera, sino amar la que tengo y ser capaz
de amar desde ella. La cuestión no está tanto en «acertar»
con lo elegido cuanto en la tarea de elegir lo amado y amar lo
elegido. La pregunta auténtica es qué proyecto de vida me
permite amar mejor, qué coherencia personal me invitará a
ser yo mismo en el amor, aun cuando pase por el dolor y el
conflicto. Escoger la propia vida es liberar operativamente
toda mi capacidad de amar y actuarla en una existencia
históricamente tangible, sabiendo que «al atardecer de la vida
se nos examinará del amor».
9. Veinticinco indicadores de que estoy escogiendo
«mi» vida
Estoy escogiendo mi vida:
1. Si soy consciente de las dificultades al intuir mi
programación desde fuera y/o desde otras instancias
introyectadas o no en mí.
2. Si dedico tiempo, consciencia y energía, a escoger
lúcidamente en las encrucijadas, atento a las alternativas.
3. Si asumo el dolor de renunciar. Capaz de cortar
cordones umbilicales.
4. Si sospecho que la motivación que me doy no es la
única, y posiblemente, todavía no la última.
5 . Si dialogo con la realidad histórica, personal y social,
interna y externa, recogiendo datos iluminadores.
6. Si sé qué quieren los otros y cómo necesito a los otros.
7. Si puedo frustrar a los otros sin sentirme culpable, como
puedo frustrarme a mí mismo sin sentirme desdichado.
8. Si me arriesgo a elegir sin la aprobación del poder o de
los poderosos.
9. Si me amo lo bastante para vivir, al menos un trecho de
mi existencia, sin el afecto o los premios de los otros.
10. Si sé que mi vida tiene sentido, aunque no lo sienta.
11. Si soy consciente de que al escoger mi vida sólo estoy
eligiendo una vida dentro de una comunidad, de un pueblo,
de un universo personal, eligiendo con seriedad y sin
dramatismos.
12. Si sé que sólo me puedo equivocar al escoger, si no soy
capaz de: primero, escoger lo que amo de verdad; segundo,
amar de verdad lo que escojo.
13. Si al escoger lo que me unifica me experimento yendo
en el sentido de mi vida.
14. Si al sentirme incapaz de escoger, en lugar de pensar
que el problema está todo en el entendimiento, lo sitúo en mis
sentimientos profundos y en mi experiencia de libertad.
15. Si me doy cuenta de que al elegir no genero vida, y
compruebo que sólo «funciono», entonces sabré que no he
elegido vivir, sino sólo hacer cosas.
16. Si, al no experimentar algún tipo de dolor o conflicto, en
alguna ocasión intuyo que estoy evitando mi vida situada en
esta historia. Elegirla puede ser contracultural.
17. Si soy consciente de que, al pasar por alto mi cuerpo en
la elección, no he hecho una elección verdaderamente
espiritual.
18. Si al escoger mi vida la percibo como proyecto, proceso,
acontecimiento.
19. Si mi motivación última es más fuerte que la muerte.
20. Si me doy cuenta de que, después de elegir, vuelvo
constantemente sobre la elección, no asumiendo el riesgo de
vivir.
21. Si elijo sin paz, si lo hago con miedo, probablemente
sólo estaré eligiendo huir de la vida, librarme del miedo.
22. Si, de una manera no fatalista, tengo la experiencia de
ser elegido. De lo contrario, me será difícil ser contemplativo
en mi vida.
23. Si al escoger la vida puedo «confirmar» en la historia
personal y política mi elección.
24. Si soy creyente y elijo orientado por las proféticas
bienaventuranzas del Jesús de la historia. De no
experimentarme así, no encontraré en ella al Cristo de la fe.
25. Si, sin retener posesivamente mi vida, puedo entregarla
con libertad a una causa, tarea o persona.
(·GARCIA-MONGE-JA._SAL-TERRAE/94/04.
Págs.277-290)