Cuerpo, cristianismo y capitalismo
Jung Mo Sung
El cuerpo y el cristianismo
"El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14): una
afirmación tan absurda como fundamental para el cristianismo.
¿Cómo el Ser infinito se puede encarnar y manifestar plenamente en
el cuerpo humano? Si la manifestación de lo divino se diese en la
grandiosidad del universo sería incluso incomprensible e inaceptable;
pero, ¿en el cuerpo humano? Para muchos, el cuerpo, con todas sus
ambigüedades y límites, no es un lugar digno para esta manifestación
grandiosa. La filosofía platónica expresó esta visión pesimista con la
idea de que el cuerpo es "la prisión del alma", de la cual debemos
liberarnos.
A pesar de ello, todo el cristianismo gira en torno al cuerpo. El
misterio de la encarnación, la fe en la resurrección corporal de Jesús
y la presencia sacramental de Jesús en el pan, que alimenta el
cuerpo. Pero eso no quiere decir que la tradición bíblica tenga una
visión ingenua de la corporalidad. "Ganarás el pan con el sudor de tu
frente" (Gn 3, 19) expresa este realismo histórico. La vida dura, el
trabajo fatigoso que cansa el cuerpo, el hambre que afecta al
estómago y al espíritu, la pobreza que condena a una vida difícil: son
realidades concretas y cotidianas de los pobres que están al origen
de la imagen del Reino de Dios como el banquete, la vida en
abundancia entre los amigos.
El capitalismo y la abundancia
En las sociedades premodernas, sin gran desarrollo tecnológico, la
abundancia que permite una vida buena es fruto de una naturaleza
extremadamente generosa asociada a una población pequeña, o es
fruto de conquistas militares sobre los pueblos vecinos. En este
segundo caso, la abundancia por la propia lógica de la conquista, es
un privilegio de una pequeña minoría, a costa de un gran sufrimiento
de los pueblos sojuzgados. No hay cómo extender la vida confortable
para todos o para la mayoría.
Es la revolución industrial, con su aumento fantástico de
productividad, la que permite vislumbrar la extensión de la vida
confortable. Cuando hoy llegamos a casa extenuados del trabajo y
tomamos del frigorífico una cerveza fría y nos sentamos en un sillón
cómodo para escuchar un CD o para ver una novela o un programa
internacional en la televisión, difícilmente nos damos cuenta de lo
impensable que era eso para la inmensa mayoría de las personas
que ya habitaron en la tierra en el pasado.
Sabemos que el progreso tecnológico y la expansión del capitalismo
exigió un alto costo social o sacrificio de vidas humanas. Más allá de
la explotación de los trabajadores y de las colonizaciones -hechos ya
tan conocidos-, hubo también una profundo cambio en relación al
cuerpo. Sin la disciplina corporal, sin la represión de la espontaneidad
corporal, difícilmente habría sido posible la revolución industrial. Pues
ésta significó no sólo un aumento de productividad, sino también una
inversión en el proceso de trabajo. El sujeto humano dejó de ser el
agente principal de la producción que se sirve de herramientas, para
convertirse en un apéndice que debe seguir el ritmo de las máquinas,
que son los verdaderos "sujetos" de la producción.
Todo ello fue legitimado en nombre del "progreso", el mito de que
los sacrificios serían compensados con la vida en abundancia para
todos en el futuro. La lógica que exige una vida sacrificada en el
trabajo para conseguir una vida confortable en casa debe fragmentar
la vida del ser humano al menos en dos partes: la del trabajo y la del
consumo o del ocio. Se vive así de un modo extraño: para tener más
tiempo de ocio con equipos que faciliten la vida y tener también una
vida más confortable con el consumo de nuevos bienes, es preciso
trabajar cada vez más y de modo más arduo. En otras palabras: para
que nuestro cuerpo vida de un modo más confortable y placentero, es
preciso maltratarlo.
Así, la noción de una vida corporal vivida de un modo placentero se
va tornando cada vez más abstracta. Es decir, el ser humano, como
cuerpo en relación consigo mismo, con otros, con la naturaleza y
abierto a la transcendencia, se va fragmentando y perdiendo esta
dimensión relacional globalizante. De este modo, la "buena vida" pasa
a ser percibida como la vida de quien que posee muchos bienes de
consumo.
El deseo de una vida buena, que presupone la superación de una
vida dura y sufrida pero que no se identifica simplemente con eso, es
reducido así al deseo de posesión de mercancías para cumplir ciertos
patrones de consumo y de belleza impuestos por la sociedad de
consumo y por el mercado. Se pierde de vista que una vida buena no
es tener una casa con piscina y una comida sofisticada, sino reunirse
con amigos en torno a una buena mesa o en la piscina. Y que aunque
no haya piscina o comida sofisticada, lo más importante es reunirse
con los amigos en torno a la mesa.
En el fondo, uno de los mensajes del cristianismo como humanismo
es ése: el secreto de una buena vida no está en la acumulación de
bienes, sino en la reunión de los amigos en torno a la comida y la
bebida.
El cuerpo y el deseo
Esta visión abstracta del cuerpo reduce el ser humano en el local
de trabajo a un simple apéndice de las máquinas o a una pieza en el
sistema productivo, y su vida a un costo a ser añadido o recortado en
la relación de los costos de producción. Los deseos, a su vez, son
reducidos a objeto de consumo, y el ser humano-deseante es
reducido al consumidor que consume bajo los dictámenes de la
"moda" impuesta por el mercado. Pero esta "fetichización" o
cosificación de las relaciones no ocurre solamente en el campo
económico, pues una de las características del capitalismo es la
expansión de la lógica económica a todas las dimensiones de la vida
humana.
En el campo de la sexualidad, por ejemplo, el cuerpo es o debe
volverse un "objeto" de deseo para otros. Y en esta relación de
desear y ser deseado, el cuerpo humano es reducido a un mero
cuerpo. Es decir, todos los sueños, deseos e historias personales, las
relaciones personales y sociales y otros aspectos de la vida humana
que se vuelven concretos en el cuerpo de la persona y hacen de ella
un ser único en el mundo desaparecen y solamente queda un cuerpo
para ser consumido en la fantasía de alguien, que cerrado en su
mundo fetichizado, no es capaz de reconocer o ser deseado como el
otro/a y establecer relaciones de sujeto a sujeto.
El consumo ávido de revistas o de programas de televisión que
"venden" o se sirven del cuerpo desnudo o semidesnudo para vender
objetos de deseo es una muestra de cómo la fetichización o la
cosificación de las relaciones personales y sociales no se restringe al
campo de la producción y consumo de bienes económicos, sino que
también alcanzó otras dimensiones de la vida.
En ese sentido, sería interesante que releyéramos el dicho de
Jesús: "todo aquél que mira a una mujer con deseo libidinoso ya
cometió adulterio con ella en su corazón" (Mt 5, 28).
Conclusión
El sistema capitalista tiende a reducir al ser humano a un cuerpo sin
valor, que solamente adquiere valor en cuanto pieza eficiente en la
producción o en cuanto consumidor, o como objeto de deseo sexual.
El cuerpo humano sujeto de relaciones subjetivas con otros sujetos
desaparece.
En un mundo que cosifica tanto nuestro cuerpo, continúa siendo
profundamente "revolucionario" afirmar que Dios ocurre en el mundo
cuando el cuerpo humano es reconocido como ser humano en la
relación entre sujeto y sujeto, cuando sus derechos de tener una vida
buena son realizados y cuando las personas se reconocen como tales
en la comunidad al comer juntos al Dios que se hace pan para
alimentar todos los cuerpos.
Y para que el sueño de esta comunidad fraterna se vuelva un poco
más real, es preciso que no olvidemos que la búsqueda de la
abundancia por la abundancia -el espíritu capitalista- trae consigo
necesariamente la negación de nuestro cuerpo y de otros cuerpos. La
superación del capitalismo presupone el redescubrimiento de una
verdad muy antigua: la buena vida no consiste en la acumulación de
bienes o en la negación de nuestra corporeidad, sino en el placer de
saciar nuestra hambre de pan y de calor humano en torno a una
buena mesa con los amigos.
·Jung-Mo-Sung