PABLO Y SU EXPERIENCIA DE LA GRACIA

JOSE RAMON BUSTO
Prof. de Sagrada Escritura
Univ. Comillas. Madrid

 

1. Por la gracia de Dios soy lo que soy (1 Cor. 15,10)

PABLO/GRACIA: De las 155 veces que aparece la palabra gracia (járis) en los escritos del Nuevo Testamento, 100 casos tienen lugar en las cartas paulinas y de ellos 66 en las cartas que con toda seguridad tienen por autor al apóstol de Tarso 1. Esta simple constatación estadística es indicio de otra realidad hace tiempo percibida: Pablo es el teólogo de la gracia entre los autores del N.T. Claro que lo que Pablo expresa con ese término no es desconocido para los demás, pero cada uno lo dice con su estilo propio. Probablemente no es muy distinto lo que Pablo llama gracia de lo que el evangelio de Juan denomina Vida 2.

En el presente articulo no pretendo ofrecer una exposición de la teología de la gracia de Pablo 3 sino más bien hacer aflorar el testimonio que un teólogo de la gracia como Pablo nos da de la actuación de la gracia en su propia persona. Es de todos conocido que Pablo es un gran teólogo, quizá el más creativo del más primitivo cristianismo, pero no es un teólogo sistemático. Expone su evangelio (cf. Gál. 2,2) que brota de su propia experiencia (cf. Gál 1,12) al hilo de los problemas y necesidades que van surgiendo en las comunidades de las que se siente apóstol (cf. 1 Cor. 1,11).

No es difícil, pues, obtener de las cartas de Pablo elementos autobiográficos. De ahí que en estas páginas voy a fijarme especialmente en aquellos pasajes de las cartas paulinas donde el apóstol habla en primera persona de su propia experiencia de la gracia, o allí donde Pablo vincula una experiencia o actuación suyas a la gracia de Dios. Lo primero que hay que decir es que Pablo se reconoce obra de la gracia de Dios. Con ese testimonio dado por el mismo Pablo he titulado este apartado. En una digresión que interrumpe su argumentación sobre la resurrección del Señor y la de los cristianos, Pablo se reconoce obra de la gracia de Dios: él y su trabajo apostólico. "Por la gracia de Dios soy lo que soy; su gracia no ha sido estéril en mí, sino que he trabajado más que todos (los demás apóstoles). Pero, no yo sino la gracia de Dios que está conmigo". Así, pues, todo lo que nos encontramos en la vida y en el apostolado de Pablo es reconocido por él como regalo y obra de Dios. Pues ese es precisamente el significado básico del término: es gracia lo que se regala, lo que se da sin merecerlo y sin que se pida nada a cambio. Por eso puede decir el apóstol que en el fondo no es él el autor de su trabajo: "No yo sino la gracia de Dios que está conmigo".

Más aún, puede llegar a decir que ni siquiera su vida es su vida de verdad "sino que es Cristo quien vive en él" (Gál. 2,20). De tal manera todo es don recibido de otro, que es ese otro quien alienta bajo su persona.

2. Me llamó por su gracia (Gál. 1,15)

Ciertamente, lo primero que vincula Pablo en su vida a la obra de la gracia es el haber sido llamado por Cristo. Así lo manifiesta en la carta a los gálatas cuando trata de legitimar su actuación y su predicación del Evangelio frente a otros cristianos procedentes del judaísmo para quienes la observancia de la religión judía en su totalidad era necesaria para la existencia cristiana. Precisamente la predicación de Pablo se legitima por tener su origen en una actuación graciosa de Dios, es decir regalada a quien era perseguidor de los cristianos.

Cualquiera que fuera la experiencia en el camino de Damasco, Pablo ha visto ahí una actuación de Dios inesperada y gratuita, que "le derribó" (cf. Hech. 9,4) y que cambió su vida.

La primera carta a Timoteo, (1,12-14), no escrita ya por el propio Pablo pero que recoge su tradición y se presenta bajo su nombre nos dice: "Estoy agradecido al que me dio fuerzas, Cristo Jesús nuestro Señor, porque al ponerme en este ministerio, me consideró digno de confianza, a mi que primero fui blasfemo, perseguidor e insolente; pero fui objeto de su misericordia porque en mi incredulidad actué sin saber; pero ciertamente fue mucho mayor la gracia de nuestro Señor..." Llamada y misión o llamada para la misión son los dos conceptos principales que Pablo encuentra vinculados a la gracia en su experiencia personal. Y ambas realidades nacen de la salvación, que también es gracia, de Cristo.

3. En quien tenemos el perdón de los pecados (Ef. 1,7)

GRACIA/JUSTIFICACION: Evidentemente el aspecto nuclear de la actuación de la gracia es la salvación operada en Cristo. La carta a los efesios se abre con un gran himno cristológico donde Pablo bendice a Dios por haber desbordado sobre nosotros las riquezas de su gracia. En la carta a los romanos (cap. 3-5) la gracia va a ser un término con el que Pablo va a expresar la salvación. La gracia es el don de Dios de donde nacen todos los demás: la redención y el perdón de los pecados, la "justificación", que es gracia de Dios precisamente por ser regalo suyo. Aquí radica para Pablo el punto nuclear de "su" evangelio: que el perdón de los pecados es algo que el hombre no ha merecido ni conseguido sino que únicamente la misericordia de Dios le ha regalado (cf. Rom. 3,24). ¿Cómo ha llegado Pablo a este convencimiento? Sin duda, a partir de su propia experiencia de saberse cambiado por el Señor, sin que él hiciera demasiado para merecerlo. Son varios los pasajes en que Pablo se refiere a la actuación gratuita de Dios colocándole a su servicio (cf. Gál. 1,11 y sigs.).

Precisamente a causa de la gratuidad del perdón de Dios, el cumplimiento de la ley, aunque en sí mismo fuera cosa buena, ha quedado sin fuerza salvadora (cf. Rom. 7,12 sigs.). El creyente no puede pasar ningún recibo a Dios por sus buenas obras. Antes de haber hecho la primera, Dios ya le ha regalado en Cristo con todas las cosas. Así lo siente Pablo: "El que no perdonó a su propio Hijo sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no va a regalarnos también con él todo lo demás?" (Rm 8,32)

En otro contexto distinto, cuando Pablo cura la herida abierta en su relación con la comunidad de Corinto, argumentará también en este sentido: "¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si realmente lo has recibido ¿por qué te enorgulleces como si no lo hubieras recibido?" (2 Cor. 4,7).

Hasta tal punto Pablo está convencido de que todo ha sido ya conseguido gratis por Cristo que en la carta a los romanos, donde encontramos su exposición más sistemática sobre la gracia, llega a preguntar dos veces, aunque sea de manera retórica, si hemos de seguir pecando para que la gracia, el regalo del perdón de Dios a nosotros, aumente (Cf. Rom. 6,1 y 6,15).

Esa es la fuerza con la que Pablo siente el poder de la gracia. Los pecados nunca podrán anular la gracia. En todo caso, sólo conseguirán aumentarla. Como a veces la infidelidad no logra más que hacer crecer el amor del amante.

4. Yo no anulo la gracia de Dios (Gál. 2,21)

Pero, según Pablo, la gracia de Dios se puede anular de otra manera. ¿Cómo? Viviendo como si la obra de Dios dependiera de nosotros y fuera conseguida o se perdiera por nuestra actuación. La humanidad ya lo tiene todo conseguido en el corazón de Dios. Actuar como si nos faltara algo por conseguir es anular la gracia de Cristo.

No sería verdad que Cristo nos ha reconciliado con el Padre si fuéramos nosotros los que tuviéramos que alcanzar todavía esa reconciliación. Según Pablo quienes buscan conseguir a Dios con su actuación "se desgajan de la gracia" (cf. Gál. 5,4). Entonces, ¿qué sentido tiene y qué razón la actuación del hombre? Pablo sabe que en su situación de hombre en Cristo está ya transformado por la gracia y que sus obras de hombre nuevo no brotan mandadas o forzadas desde fuera, es decir, por la ley, sino generadas desde dentro, desde su corazón nuevo renovado por la gracia de Dios (cf. Rom. 6,2 y sigs.).

Las buenas obras del hombre no consiguen el perdón de Dios sino que por el contrario, son expresión de que el hombre ha sido perdonado y transformado. La actuación del hombre no consigue la salvación de Dios sino que haber sido salvado es la causa de que el hombre pueda actuar bien. Eso significan las buenas obras del hombre nuevo: ¡que ha sido transformado! Bien claro lo dice Pablo: "Pues en Cristo Jesús no tiene valor alguno ni la circuncisión ni la incircuncisión, sino la fe que se muestra activa mediante la caridad" (Gál. 5,6), y poco después, al final de la carta, de puño y letra de Pablo, -";mirad con qué letras más grandes os escribo de mi propia mano!"-, lo va a repetir de nuevo: "Ni circuncisión ni incircuncisión significan algo sino criatura nueva" (Gál. 6,11.15). Por eso nadie puede gloriarse, ya que nuestras obras no consiguen la gracia de Dios, sino que sencillamente la manifiestan.

5. La gracia de Dios que se me ha dado para vosotros (Ef. 3,2)

De ahí que Pablo sienta la gracia vinculada a la misión. La gracia es un regalo de Dios pero no para nosotros solos. Es un regalo para ser regalado. He descrito hasta ahora la gracia de Dios como perdón de los pecados. Eso es sólo el reverso de la salvación. El anverso del regalo es que el Espíritu que se nos ha dado nos transforma en hijos: "Como prueba de que sois hijos envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo para que grite ¡Abbá! ¡Padre!" (Gál. 4,6). Transformados en hijos en el Hijo nuestra actuación es un trasunto de la actuación de Jesús. O sea que la actuación de Jesús respecto a nosotros es modelo de nuestro comportamiento respecto a los demás. Así entiende Pablo su misión. Primero, la misión de Pablo es un regalo de Dios: "por medio de Jesucristo nuestro Señor recibimos la gracia del apostolado para predicar la obediencia de la fe, a gloria de su nombre, a todos los gentiles..." (Rm 1,5); "A mí, el más insignificante de todos los santos, se me concedió esta gracia: predicar a los gentiles el Evangelio de las riquezas insondables de Cristo" (Ef. 3,8).

GRACIA/PLURIFORME: Ahora bien, la actuación del Espíritu se manifiesta en pluralidad de dones. Aunque es verdad que Pablo utiliza siempre el término gracia en singular, nunca en plural, sin embargo, también es cierto que la gracia recibida es pluriforme. Por tanto, podemos hablar no sólo de regalo de Dios sino también de regalos que se nos conceden con la gracia fontal de haber sido hechos hijos: "Tenemos dones diferentes, según la gracia que se nos concedió..." (Rm 12,6).

Y esto Pablo no sólo lo expone en teoría sino que se lo aplica a si mismo en un momento en que podría entrar en competencia apostólica con otros, como nos atestigua su critica a las divisiones surgidas en la Iglesia de Corinto: "Conforme a la gracia que se me concedió puse los cimientos como sabio arquitecto, y otro edifica encima" (1 Cor. 3,10). Lo mismo en un momento en que Pablo reconoce la pluralidad en la Iglesia. Si sus dones son distintos es que Dios no lleva a todos por el mismo camino. Quizá en algunas ocasiones bajo tendencias uniformistas o bajo pretexto de una buena organización en la Iglesia se esconde una falta de fe en la pluriformidad de la gracia de Dios. Los múltiples dones de Dios no se dejan medir por el concreto don que ha recibido cada uno de nosotros: "Querría que todos los hombres fueran como yo; pero cada uno tiene su propio don de Dios, uno de una forma y otro de otra" (1 Cor. 7,7).

6. Reconocieron la gracia que se me había concedido (Gál. 2,9)

Es claro que reconocerse obra de la gracia y saber que los demás también lo son, pone las bases de una especial forma de relación dentro de la Iglesia. Porque así como Pablo reconoce los dones múltiples que Dios ha concedido a los otros, los demás deben reconocer, y en el caso concreto que cito, también las columnas de la Iglesia "la gracia que se ha concedido a Pablo".

El pasaje de donde he tomado el titulo para este apartado ha sido citado con frecuencia para legitimar, con razón, la critica fraterna, honesta y a cara descubierta a la autoridad en la Iglesia. "Cuando Cefas llegó a Antioquía me encaré con él porque era digno de reprensión", a causa de que cedió a las presiones de los cristianos del grupo de Santiago frente a las decisiones colegiadas del concilio de Jerusalén.

Aquí quiero subrayar dos momentos de la polémica sobre la circuncisión que me parecen especialmente "obra de la gracia". Por una parte el hecho de que Santiago, Cefas y Juan reconocieran la gracia de Pablo. Por otro lado, el hecho de que Pablo tuviera la libertad de encararse con Pedro. Creo que ambos episodios sólo pueden entenderse desde la acción de la gracia.

Que las columnas de la Iglesia, los que habían seguido al Señor desde el principio, que habían sido testigos de momentos especialísimos de la vida de Jesús como la transfiguración y su oración en el huerto de los olivos y que habían sido distinguidos por él durante su vida de especial manera, reconozcan "el evangelio", la buena noticia, en la que, a decir verdad, ellos no habían reparado demasiado, de que los gentiles han sido llamados a la salvación en pie de igualdad con los judíos, que les viene a descubrir un "recién llegado" como Pablo me parece que sólo puede entenderse como un regalo de Dios a su Iglesia naciente.

Por otro lado, que ese recién llegado, y antes perseguidor, no se sintiera en la necesidad de hacer méritos ante las autoridades reconocidas o estudiara la conveniencia de transigir por estrategia o por convencimiento inducido, creo que sólo es explicable de nuevo desde la gracia de Dios, que, como el mismo Pablo dice, "no ha sido estéril en mi" (1 Cor. 15,10).

7. Te basta mi gracia (2 Cor. 12,9).

Hasta ahora hemos recorrido cuatro aspectos de la obra de la gracia de Dios en Pablo. Primero hemos visto a Pablo llamado a ser seguidor de Jesucristo, luego le hemos visto salvado, esto es, reconciliado con Dios por la oblación de Cristo y destinado a reproducir su imagen (cf. Rom. 8,29); le hemos visto trabajando en la predicación del evangelio a los gentiles y por fin viviendo en la Iglesia en una interdependencia de carismas y misiones que es la manera como "está armónicamente ensamblado y ajustado" el Cuerpo de Cristo (cf. Ef.4,16).

Me parece que todavía queda por apuntar un aspecto importante de la obra de la gracia en el que Pablo hubo de ser enseñado. El aspecto es el siguiente: la gracia de Dios, sea cual sea el don, basta y sobra al hombre para llevarle a su realización porque con la gracia se nos regala también todo lo demás (cf Rom. 8,32). En los capítulos 10 al 13 de la segunda carta a los corintios, con toda probabilidad, guardamos lo que nos ha quedado de la carta que con muchas lágrimas (cf. 2 Cor. 2,4) escribió Pablo a los corintios en unos momentos de graves dificultades en que los propios corintios rechazaron la autoridad del apóstol.

En ese contexto Pablo nos atestigua una dificultad de su vida personal: "Me han clavado en la carne una espina, emisario de Satanás, que me abofetee para que no me ensoberbezca..." (/2Co/12/07-09). No sabemos en concreto qué fue esa espina, pero sí sabemos más o menos de qué hubo de tratarse: un emisario de Satanás, clavado en la carne ha de ser una enfermedad o un defecto. Más probablemente lo primero que lo segundo. Ello hace que Pablo no pueda ensoberbecerse pues cada tanto algo le recuerda su débil condición. Y Pablo pide a Dios verse libre de esa espina, pero... "Se me ha dicho: Te basta mi gracia, pues la fuerza se realiza en la debilidad" (2 Cor. 12,9).

Pablo aprendió desde su primer encuentro con Cristo en el camino de Damasco a reconocer el poder de Dios y de su gracia en la capacidad de ésta para transformar al hombre como él experimentó. Luego fue percibiendo su fuerza en la efectividad de sus correrlas apostólicas: "La gracia que se me dio no fue ineficaz; al contrario, trabajé más que todos (los demás apóstoles); no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo" (1 Cor. 15,10).

Sin embargo, Pablo necesitaba, como también probablemente nosotros ser enseñados a reconocer el poder y la actuación de Dios, es decir, su gracia y sus dones en lo aparentemente, -sólo aparentemente-, negativo. Eso es así porque el don de Dios, su gracia, está presente en el hombre aunque no aparezca su operatividad. Por eso, Pablo puede escuchar: "Te basta mi gracia. Pues la fuerza se realiza en la debilidad". Me parece que esta experiencia es de tal manera básica para el cristiano que me atrevo a decir que allí donde no se haya dado no hay propiamente fe cristiana. Quien se experimenta querido por Dios, abrazado por su gracia no necesita ya ninguna otra cosa 4. En otro pasaje de sus cartas Pablo nos atestigua también esta forma de comprender su vida y su situación: "Lo que eran para mi ganancias, a causa del Mesías las he considerado una pérdida; más aún, incluso considero que todo es una pérdida por la enorme ventaja del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor, por quien sufrí la pérdida de todo, y considero todo basura a fin de ganar a Cristo, y existir en él, sin poseer una justicia mía que proceda de la ley..." (Fil. 3,8-9).

8. ¿Son ministros de Cristo?... ¡Yo más! (2 Cor. 11,23-28)

En el mismo contexto de legitimación de su propia autoridad frente a la comunidad de Corinto, que Pablo hace en la carta de las muchas lágrimas, hay un pasaje que me parece especialmente importante para subrayar cómo entiende Pablo lo que significa "ganar a Cristo y existir en él".

En un momento en que la autoridad de Pablo está puesta en entredicho por una de sus propias comunidades, siendo coherente con su concepción de que su ministerio y la predicación de "su evangelio" es algo que se debe al don de Cristo, Pablo sólo puede legitimar su autoridad refiriéndose al mismo Cristo y a su vinculación con él. "Nuestro motivo de orgullo es el siguiente: el testimonio de nuestra conciencia de que hemos procedido en el mundo, y más ante vosotros, con sencillez y sinceridad de Dios, y no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios" (2 Cor 1,12).

Pablo se reconoce entonces tan hebreo y tan israelita como sus oponentes en Corinto. Pero más discípulo de Cristo que ellos. Reconociendo que habla entre delirios Pablo se presenta como un discípulo de Cristo especialmente aventajado. ¿A qué es debido? Pablo es más discípulo de Cristo porque Pablo ha seguido más de cerca el camino de entrega, debilidad y sufrimiento de Cristo. Merece la pena citar un texto un poco largo: "En trabajos, más; en cárceles, más; en golpes, de sobra; en peligros de muerte, muchas veces; cinco veces recibí de los judíos cuarenta golpes menos uno; tres veces fui azotado con varas, una vez apedreado, tuve tres naufragios, he pasado un día y una noche (flotando) en alta mar; en viajes a pie, muchas veces, con peligros de ríos, peligros de bandidos, peligros de los de mi raza, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; con trabajo y fatiga; con noches sin dormir, muchas veces; con hambre y sed; con ayunos muchas veces; con frío y desnudez; sin contar lo que habría que añadir, mi carga de cada día, la preocupación por todas las Iglesias" (2 Co 11,23-28).

Pablo podría haber aportado otros motivos para ser reconocido por los corintios, también podría haber aducido otros méritos que le hicieran más discípulo de Cristo. Por ejemplo, sus éxitos apostólicos, haber convertido a personas importantes como el procurador Sergio Paulo, haber sido el teólogo triunfante en el concilio de Jerusalén, haber introducido el cristianismo en Europa al fundar la Iglesia de Filipos, ser el fundador de la Iglesia de Corinto, una de las ciudades más importantes del Mediterráneo oriental en aquel entonces, etc... Sin embargo Pablo aduce solamente un tipo de méritos: sus sufrimientos que le acercan más a los sufrimientos de Cristo y por tanto le hacen más discípulo que sus oponentes. Entre todos los aspectos con los que el discípulo sigue al Maestro, -predicando como Cristo predicó, enseñando como Cristo lo hizo, curando o consolando como Cristo, retirándose a orar o anunciando su perdón-, el aspecto que más le identifica con el Señor es el realizar su entrega muriendo su misma muerte. La fuerza de la gracia se realiza en la debilidad humana. En este sentido Pablo, es discípulo aventajado de Cristo que llevó adelante su misión no desde la gloria y el poder sino desde la humillación y la Cruz (cf. Lc. 4,1-3 y Fil. 2,6 8).

9. Haceos imitadores míos (Fil. 3,17)

Un último elemento me queda por anotar aún: Pablo, obra de la gracia de Dios, se ve convertido a sí mismo en gracia para los otros. Así lo da a entender Pablo en la segunda carta a los corintios cuando vincula una visita suya con la gracia: "Quería ir primero a vosotros para que obtuvierais una segunda gracia" (2 Cor. 1,5). Una visita de Pablo, hechura él mismo de la gracia ha de ser también una ocasión de gracia para los demás cristianos. Y es que, como decía más arriba, la gracia no se nos ha regalado para nosotros solos. Toda gracia concedida a un cristiano es gracia para la Iglesia entera. Por eso Pablo puede reconocer a los filipenses como "partícipes de mi gracia en mis cadenas" (Filp. 1,7) y presentarse ante ellos como modelo para que, mediante su imitación, ellos también lleguen a un más cercano seguimiento de Jesús: "Haceos imitadores míos".

En resumen, me parece que, según lo que hemos aprendido de Pablo, experimentar la gracia significa pasar del miedo a la responsabilidad. Quien no sabe lo que es la gracia tiene miedo de no "merecer" una palabra aprobatoria de Dios y eso, con frecuencia, le lleva a enterrar su talento haciendo un hoyo en el suelo para poder devolverlo cuando se lo reclamen. Haber experimentado la gracia es sentirse libres para colaborar a que la gracia se multiplique. "Para la libertad os liberó Cristo" (Gál. 5,1). En la parábola de los talentos (cf. /Mt/25/14-30) no aparece ningún siervo que empiece a negociar con su talento y lo pierda, mereciendo así la recriminación de su señor. No aparece porque negociar con el talento y perderlo es sencillamente imposible.

J.R. Busto Saiz
SAL TERRAE 1989/05. Págs. 347-357

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1. La distribución es la siguiente: Rom. 24 veces, I Cor. 10, 2 Cor. 18, Gál. 7, Ef 12; Flp 3; Col 5; 1 Th 2; 2 Th 4; 1Tm 4; 2 Tm 5, Tt 4 Fm.2.

2. Término que aparece en Jn. 36 de las 135 veces que se halla en el N.T.

3. Puede verse una buena exposición que explica además la evolución del concepto en Pablo y en los textos postpaulinos en E. Schillebeeckx, Cristo y los cristianos, Madrid 1982, 105-211.

4. Pueden recordarse formulaciones de esta experiencia en nuestra tradición mística. Así Ignacio de Loyola: "Dadme vuestro amor y gracia que ésta me basta" (E.E. 234) y Teresa de Jesús en la letrilla "Nada te turbe", que acaba: "Quien a Dios tiene / Nada le falta / Sólo Dios basta".