2.2.6. La palabra como gracia o la gracia como palabra

a) Planteamiento

La palabra evangélica lo garantiza: la gracia es la vida eterna, la vida de Dios ya comenzada en el hombre. La reflexión teológica insiste en el carácter creador del amor de Dios: este amor hace verdaderamente amables a las criaturas que ama. La gracia transforma al hombre asemejándole al Dios trinitario y uniéndolo a él. Semejanza y unión que son un compartir la vida de Dios ofrecida por el Dios que viene hacia el hombre. ¿Cómo es posible explicar esto dejando a salvo la trascendencia del Dios que viene? Por otra parte, ¿cómo es posible que Dios pueda convertirse en el principio mismo de mi identidad, de mi ser auténtico, sin destruir ni anular mi yo? Si Cristo vive en mí, entonces ya no soy yo quien vive, pero si ya no soy yo quien vive, ¿cómo puede vivir otro en mí?

GRACIA/DIFICULTAD: La gracia es el resultado de la iniciativa de otro, de otro diferente a mí. Tiene su origen en el amor del Padre, que se nos ha revelado y comunicado en Jesucristo, y se imprime en nosotros haciendo donación de sí mismo mediante la imagen del Hijo en virtud de la acción del Espíritu. Volvemos a preguntar: ¿cómo es posible que Dios pueda realizarme convirtiéndose en mi estructura? Quizás, planteado así el problema, nos encontramos ante una de las mayores dificultades del hombre moderno: la de pensar la gracia; pensar que otro se me entregue en persona, que este don se convierta en la estructura de mi vida y que, lejos de hacerme otro, me haga yo, me personalice. Recibir al otro y que el otro se convierta en mi vida...

Algunos teólogos 68 sugieren una explicación del misterio de la gracia a partir de la imagen de la formación y del desarrollo de la personalidad tal como se deduce de las adquisiciones o de las búsquedas de las ciencias humanas, especialmente de la psicoterapia. La psicología, especialmente el psicoanálisis, nos muestra una ley fundamental de la constitución del hombre como sujeto que puede iluminar definitivamente nuestro problema.

b) El modelo

YO-AUT/DEPENDIENTE: Es propio del ser humano el tener que contar con otro, aunque sólo sea para entrar en el mundo. Sólo, pues, el que cuenta con otro puede caminar hacia sí mismo. La identidad del hombre sólo puede encontrarse en otro. El hombre no puede autofundarse. Pero esto no sólo es verdad en el «inicio», sino que, una vez en la existencia, el psicoanálisis nos enseña que en la estructura y en el desarrollo de su personalidad el sujeto se constituye como sujeto por la palabra de otro. Por tanto, en su formación y en su desarrollo, el yo no aparece como opuesto al otro. No hay contradicción entre mi personalidad y el otro, entre lo que me hace ser yo y lo que el otro me hace.

El hombre comienza a existir como sujeto cuando, continuando y superando sus necesidades biológicas, interioriza la palabra del padre, la palabra que su padre dice sobre él, la palabra que su padre dice de él y la palabra que su padre le dice a él. El niño no sólo lleva el nombre de su padre, sino que este nombre es el nombre propio del niño, el suyo. El padre no me da una etiqueta, sino una identidad.

PALABRA/IDENTIDAD-H:La palabra, que es anterior al yo, se dirige al hombre y le permite tomar conciencia de su propia autonomía, ofreciéndole un principio de comportamiento, una línea de conducta y la posibilidad de construir su propio porvenir original. La palabra del otro suscita el sentido, despierta la propia identidad (¡tú eres!, tú eres niño o niña, según el modelo de esta cultura, de esta moral...), y abre la capacidad de desarrollo. El hombre, pues, es sujeto y se convierte en sujeto porque es sujeto de la palabra de otro, y porque está sujeto a la palabra de otro (incluso si esto quiere decir que está subyugado por la palabra de otro).

Esta palabra (primitiva) es decisiva por su contenido (indicando el modelo que hay que seguir), por la manera de ofrecer el contenido (con amor, comprensión, suscitando libertad...) y por la acogida que despierta (amor, reconocimiento o rechazo, resentimiento, frustración).

El psicoanálisis nos obliga a rechazar y a superar algunas falsas contradicciones entre mi personalidad y el otro. No es alienante el que sea «yo» por la palabra de otro; al contrario, sin esto no hay ni siquiera sujeto. Por eso, este mecanismo de identificación con la palabra (del padre y/o de la madre) no es un mecanismo enfermizo, sino normal, es el fenómeno constitutivo de toda personalidad humana. Cada hombre es engendrado por la palabra, a través de un nacimiento ­un re-nacimiento­ que lanza al hombre más allá del determinismo biológico inicial, conduciéndole a sobrepasar el conformismo ciego o los conflictos con la realidad del mundo o de los otros. Y no vale el indicar que hay procesos de identificación que son patológicos, porque incluso este proceso patológico es constitutivo de la personalidad. Más todavía: cuando la palabra primitiva (del padre o de la madre), por la razón que sea, resulta frustrante, la palabra del psicoterapeUta se presenta como una nueva oferta de salvación para el hombre perdido. También aquí la salvación, el encuentro con la propia identidad procede de la palabra, de una palabra de comprensión, de aceptación, y no de un juicio moral, de una ley. La psicoterapia es antimoralista, pues las neurosis no pueden curarse con juicios morales, sino aceptando al inaceptable, creando una relación de comunión con él, permitiéndole participar en una nueva realidad.

De ahí que este proceso no tiene posibilidad de desembocar en la formación de una personalidad equilibrada más que si la palabra (creadora y educadora) surge del amor, crea un clima de amor y suscita una respuesta de amor. Desde este punto de vista, todos los conflictos y anormalidades que se dan en el desarrollo humano tienen su raíz en la deficiencia de la palabra, en sus deformaciones de sentido, de orientación (en la imposición o en la ausencia de dirección), en su falta de espontaneidad o de firmeza. Esta palabra creadora y constitutiva del sujeto inaugura el diálogo, pide una respuesta y despierta la responsabilidad. Es además una palabra liberadora que, por una parte, pide que el «deber ser» se realice espontáneamente y, por otra, con originalidad propia: el hijo no es educado para convertirse en copia del padre, sino para que viva a su manera como su padre tiene su manera de vivir. En una palabra, el psicoanálisis nos enseña que nuestra personalidad se constituye por la palabra de otro, por su palabra histórica y concreta, así como por su palabra original y «mítica», y de hecho esto sucede para lo mejor o para lo peor, o más bien, para lo mejor y para lo peor. .

c) Aplicación

Con la gracia tenemos un caso análogo al de la formación de la personalidad: así como un hombre no puede constituirse en su personalidad humana más que interiorizando la palabra de su padre, igualmente un hombre no puede constituirse en su personalidad humana y espiritual más que interiorizando la palabra del Padre, lo que puede ser una manera de designar la gracia. Para el creyente, que cree que su destino está en Dios, y que en él está su salvación y por eso quiere identificarse y comulgar con Dios, esta función de la palabra puede resultar esclarecedora, tanto más cuanto que, según el testimonio de la Escritura, Dios se nos revela y se nos da por la palabra.

La analogía que estamos presentando aclara la estructura aparentemente contradictoria de la gracia como principio extrínseco que se convierte en realidad interior 69. En efecto: la gracia es el resultado de la iniciativa de otro, de otro distinto al sujeto. La gracia se convierte en un principio interior, pero en su origen y en su contenido está la iniciativa concreta e histórica de otro. La gracia es una palabra que otro me dirige. Y si la gracia se interioriza, esto quiere decir que se interioriza en mí la palabra de otro: la palabra que otro me dirige convirtiéndose en mi estructura. Trascendencia e inmanencia de la gracia, trascendencia e inmanencia de la palabra. Gratuidad de la gracia (iniciativa de otro), necesidad de la gracia (al constituirse en mi estructura). El amor, que se expresa siempre en forma de palabra que otro me dirige, siempre es indebido, y sin embargo el hombre tiende siempre hacia tal amor, espera la palabra del amor. No hay pues contradicción, sino condicionamiento mutuo entre la necesidad y tendencia del hombre hacia el amor y su radical gratuidad.

También queda aclarado por medio de esta analogía el sentido de la filiación y de la liberación que resultan de la gracia. La palabra del otro (paterno/materna), en la medida en que brota del amor y quiere suscitar amor, nace de la libertad y conduce a la libertad, pues despierta la capacidad de autonomía y la identidad personal. Esto mismo es lo que Dios hace al adoptarnos como hijos (¡y los hijos son libres!: Mt 17,26). La verdadera filiación es la que se produce por la palabra del amor, no la que nace del deseo físico o de la sangre: «La palabra vino a su casa. A los que la recibieron los hizo capaces de ser hijos de Dios. A los que le dan su adhesión, y éstos no nacen de linaje humano, ni por impulso de la carne ni por deseo de varón, sino que nacen de Dios» (Jn 1,11-13). El verdadero nacimiento, en el plano del desarrollo humano y en el plano espiritual, siempre se produce por la adhesión y la interiorización de la palabra: «Habéis vuelto a nacer, y no de una semilla mortal, sino de una inmortal, por medio de la palabra de Dios viva y permanente» (1 Pe 1,23; cf 1,24-25; también Mc 3,35 y par; Lc 11,28).

La filiación, que es también lo que me identifica, se produce por la palabra. Claro que en el caso de los humanos tal palabra puede resultar deficiente o frustrante. Ya hemos indicado anteriormente que en este caso la palabra del psicoterapeuta se presenta como una nueva oferta de «salvación», como posibilidad de recuperación para el hombre «perdido». Tenemos aquí una analogía con lo que clásicamente se ha llamado función sanante de la gracia. Pero precisamente la función del psicoterapeuta con respecto al enfermo nos permite profundizar más en el sentido de la gracia y desplegar todo el valor de la analogía: el psicoanálisis nos enseña que la significación de la gracia y del perdón consiste en aceptar a los que son inaceptables y no a los que son buenos. Todo hombre, delante de Dios, es pecador: «todos pecaron» (Rm 3,23). La palabra gracia puede adquirir un nuevo sentido a la vista de la actitud del analista ante su paciente. Lo acepta. No le dice: «usted es aceptable», sino que lo acepta. Así nos trata Dios, así todo cristiano debería tratar al prójimo 70. De esta forma, la gracia aparece como perdón de los pecados y al mismo tiempo como regeneración, como nueva creación. Sin embargo, ¡y por suerte para el creyente!, la analogía no es perfecta: la psicoterapia puede liberar al hombre de una dificultad particular. La gracia muestra al que ha sido así liberado, y que debe decidir sobre el sentido y la finalidad de su existencia, una vía final 71.

Y ya que hemos entrado en el terreno de los límites que supone nuestra analogía, indiquemos otro: toda experiencia amorosa, la del amor paterno en nuestro caso, es incompleta para expresar la gracia. Pues humanamente no tenemos experiencia de un ser que se nos entrega entera y gratuitamente únicamente para su felicidad y la nuestra. Para la experiencia humana la buena noticia del evangelio termina siendo en definitiva una locura, un escándalo, que siempre suscita la pregunta por su carácter ilusorio. En el mundo de los hombres no existe un ser que como Dios se dé de forma totalmente gratuita, sin otra razón que su propia felicidad y la nuestra. Sólo Dios puede amar así: «Con dificultad se dejaría uno matar por una causa justa; con todo, por una buena persona quizá afrontaría uno la muerte. Pero el Mesías murió por nosotros cuando éramos aún pecadores: así demuestra Dios el amor que nos tiene» (Rm 5,6-8). El ágape es una locura que no tiene analogado posible. Sólo la propia experiencia del ágape nos permite comprenderlo adecuadamente. El amor de Dios sólo resulta creíble para quien ha sido transformado por este mismo amor.

Pero la analogía de la palabra nos permite al menos superar las falsas contradicciones entre yo y el otro, entre el hecho de ser yo y el hecho de ser obra de otro. Pues en definitiva, la pregunta de la gracia es la pregunta por la relación Dios-hombre, la pregunta por el «nosotros», y la pregunta de cómo es posible que el hecho de convertirnos en «nosotros», me permita a mí ser lo que soy y al otro ser lo que es. Pues si la gracia es lo que permite al hombre ser lo que es por Dios, también podemos decir qué es lo que permite a Dios ser verdaderamente lo que es: amor creador y difusivo.

H/RELACION-ESENCIAL: Precisamente el diablo es el ser que, en su soberbia, lo quiere todo para sí y se quiere independiente, absoluto, solitario, sin comunión. Vivir entregado al diablo, al pecado, es vivir sólo para sí, vivir sólo en sí, lo que equivale a vivir en la contradicción suprema, porque es pretender lo imposible, pues todo hombre ha sido creado para ser habitado 72.

d) Valoración

El modelo que acabamos de presentar es el que mejor describe el proceso de la gracia (el cómo de esta relación que es la gracia y no tanto el resultado de la relación, que se describiría con el modelo de la opción), con una sorprendente fidelidad a los datos bíblicos. Además este modelo traduce creativamente los datos que la teología católica y el concilio de Trento habían expresado en otros registros gnoseológicos.

En efecto: ya en el Antiguo Testamento, la expresión «palabra de Dios» es la privilegiada, la más frecuente y significativa para manifestar la comunicación divina 73. Pero el Nuevo Testamento va más allá: afirma que Dios ha llegado hasta nosotros en el hombre Jesús de Nazareí. Ahora bien, la fe cristiana confiesa que Jesús es el Verbo o la Palabra de Dios, la Palabra que desde el comienzo estaba junto a Dios (Jn 1,1). Por medio de esta Palabra, Dios nos ha hablado definitivamente (Heb 1,2), pero no sólo para comunicarnos algo, sino para comunicarse a sí mismo, haciendo posible la comunión con su propio ser. Y Dios hace posible la comunión porque de lo contrario se negaría a sí mismo: lo suyo es comunión. Para que esta comunión sea posible, también por su poderosa Palabra crea todas las cosas (Heb 1,3) llamando a la existencia lo que no existe (Rm 4,17). Y así, una vez que se ha complacido en la obra de sus manos, habita entre nosotros como palabra de Dios para comunicarse a sí mismo (Jn 1,14). En la Palabra, Dios sale de sí mismo y nos revela su ser, y su ser es amor, efusión. Por eso, en la Palabra, Dios se comunica a sí mismo 74. Dios crea por la Palabra (2 Pe 3,5-7) y recrea por la Palabra (1 Pe 1,23).

La revelación neotestamentaria nos permite dar otro paso, y éste decisivo: la persona de Jesús se identifica con sus palabras, con su mensaje (Mc 8,38; cf Le 12,8). El cuarto evangelio equipara la permanencia de Jesús y la permanencia de sus palabras en sus discípulos (Jn 15,5-7). Al contrario, rechazar su palabra es rechazarle a él (Jn 8,43). Los poderes de su palabra son sus propios poderes: su palabra es vida (Jn 6,63.68; 8,51; 5,25 s) y su palabra juzga (Jn 12,48), como él es vida y es juez (Jn 5,22). Por su Palabra Dios se comunica y por su palabra Jesús permanece entre los suyos y en los suyos.

Es propio de la palabra permitir participar en el ser del que habla, y así la palabra nos obliga a volvernos hacia el otro. En la palabra, el ser del que habla se exterioriza. Desde un punto de vista antropológico, es incluso verdad que, con frecuencia, en la palabra, el ser del que habla se exterioriza más de lo que éste sabe o quiere (y esto lo conoce muy bien el psicoanalista). Evidentemente, desde un punto de vista teológico, la palabra no puede considerarse como exteriorización involuntaria, podríamos decir que traidora. La identificación del Logos con Dios mismo (Jn 1,1) afirma, por el contrario, que Dios exterioriza sin restricción su más profunda intimidad. Se vuelve hacia el exterior, sin retener nada de sí mismo. Se abandona totalmente en la palabra que pronuncia. En este sentido, podríamos afirmar con G. Ebeling que «sólo Dios viene en la palabra sola» 75. Por otra parte, Dios como Palabra salvaguarda la estructura propia de Dios: trascendente e inmanente, presente y ausente, inmanente como trascendente, presente como ausente. Dios viene hacia mí, está en mí, pero lejos de ser una posesión mía me obliga a salir de mí, me lleva más allá de mí mismo. La palabra cubre la distancia, y la cubre en su grado máximo, pues hace que los unos estemos en los otros (Jn 14,23), pero respeta la alteridad

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Hemos dicho antes que la gracia entendida como palabra puede salvaguardar las preocupaciones del concilio de Trento. Sí, pues la palabra produce una verdadera transformación interior con carácter permanente, por la que «somos renovados en el espíritu de nuestra mente», y esta transformación nos queda «inherente» 77. La tendencia a cosificar la gracia o a entenderla de forma fisicista, quizás sea debida a la falsa concepción de lo espiritual como algo irreal o etéreo. Pero, posiblemente, nada hay tan real como lo espiritual. De hecho, la palabra interiorizada puede llegar a ser obsesiva y dominar al hombre hasta el punto de convertirse en un enfermo con una segunda personalidad. No es éste el caso de la palabra de Dios, aunque ésta, como toda palabra bien dicha, puede hechizar al hombre (y no sólo su entendimiento, sino también y sobre todo su «corazón»). La palabra no sólo interpela, sino que domina al hombre y le re-liga (manteniéndole en su identidad).

«El lenguaje es el órgano del ser interior; este mismo ser en cuanto logra paso a paso reconocerse interiormente y exteriorizarse», escribe Humboldt 78. y Miguel de Unamuno: «El lenguaje es la sangre del espíritu» 79. No hay pensamiento sin palabra 80. Por eso, detrás de la palabra subsiste la totalidad del alma que la ha creado. Y así, «el que a otro dirige la palabra, ha puesto algo de su alma en la del otro» 81.

PALABRA/AMISTAD:El lenguaje es mucho más que un puro instrumento del que en última instancia se podría prescindir. Sin palabra no hay vida humana. Toda la persona, toda la vida intelectual y social se estancan y se quedan en un estado embrionario cuando está ausente el lenguaje 82. Pero la realidad de la palabra va más allá. Es primeramente encuentro interpersonal, dirigirse a alguien, interpelarle. Es una llamada, una demanda de reacción, porque tiende a la comunicación (aunque a veces no la produzca). En la medida en que nos expresamos en nuestra palabra, y nos introducimos en ella, en la medida en que nos comunicamos con otro y nos dirigimos a él como persona, encuentra la palabra su plenitud de sentido. Expresión del misterio personal, se dirige al misterio personal ajeno. «La palabra es, pues, el medio por el que dos interioridades se manifiestan una a la otra para vivir en reciprocidad. Cuando la palabra alcanza este nivel, es signo de amistad y de amor; es brote y expresión de la libertad que se abre a otro y se da. Hablar se hace así una forma de donación de la persona a otra persona. Uno se abre al otro, ofreciéndole la hospitalidad, en lo mejor de sí mismo. Cada uno da y se da en una comunión de amor» 83.

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La última consideración a propósito de este modelo: se ha dicho que la acción del Espíritu no puede separarse de la obra de Cristo, so pena de caer en el entusiasmo o en el fanatismo que denunciaba Lutero contra los anabaptistas:

«En lo referente a la palabra hablada, exterior. hav que mantenerse fuertes en afirmar que la única forma en que Dios otorga su Espíritu o gracia es por medio de o con la palabra externa previa. Nos precavemos así contra los 'iluminados', es decir, contra los espíritus que fanfarronean de poseer el Espíritu sin la palabra o antes de ella, y que después juzgan, explican y alargan la sagrada Escritura o la palabra hablada según su capricho... Por eso tenemos nosotros la obligación de defender que Dios se relaciona con nosotros, sólo los hombres, a través de la expresión de su palabra y del sacramento. Todo lo que se dice 'espíritu' independientemente de esta palabra y de este sacramento, no es más que demonio» 84.

GRACIA/PALABRA:Tomás de Aquino, en otro contexto, se refiere «a los errores en los que caen con frecuencia en la contemplación de las cosas divinas los que ignoran las Escrituras» 85. No hay Espíritu de Dios sin Verbo de Dios. No hay gracia sin palabra. Pero la palabra, por ser del espíritu, es dinámica, capaz de permanente actualidad, tal como veremos más adelante. Y es además inquietante, por indominable y exigente. Y es que, en definitiva, si se entiende con las debidas salvedades tiene su parte de razón Ernst Bloch cuando afirma:

«La Iglesia no es la Biblia, pero ésta sí ha sido su mala conciencia... En gran parte puede ser juzgado y condenado desde la propia Escritura lo que los frailes de los señores han hecho de ella» 86.

La correcta presentación de la gracia como vida de Dios expresada en su palabra, que se hace vida de mi vida, no puede dejar nunca indiferente, pues la palabra que sale de la boca de Dios nunca vuelve vacía (Is 55,11), pues «la palabra de Dios es viva y enérgica, más tajante que una espada de dos filos, penetra hasta la unión del alma y espíritu, de órganos y médula, juzga sentimientos y pensamientos. No hay criatura que escape a su mirada, todo está desnudo y vulnerable a sus ojos, y es a ella a quien habremos de dar cuenta» (Heb 4,11-12; también Jer 20,9).

MARTÍN GELABERT BALLESTER
SALVACIÓN COMO HUMANIZACIÓN
Esbozo de una teología de la gracia
PAULINAS.Madrid-1985.Págs. 114-144

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68. P. TILLICH, Théologie de la culture, Planéte, París 1968, 197 ss, 221 ss, 312 es, J.-M. POHIER, Remarques d'un theologien, en Le Supplément» (1969) 345-355; J.-C. SAGNE, Questions d'inspiration psychologique posées a la théologie de la grace, en «Le Supplément» (1970) 437-459. En la exposición del modelo vamos a seguir a estos autores, principalmente a Pohier.

69. Cf T. DE AQuiNo, Suma Teológica, 1-11, 90, prol.

70. Cf P. TILLICH, O.c. en nota 68, 197 198.

71. Id, 222.

72. Sobre la situación desesperada en que vive el hombre que sólo cuenta consigo mismo ha escrito con maestría S. KIERKEGAARD, Traité du désespoir, Gallimard 1973, 142-153.

73. Cf R. LATOURELLE, Teología de la revelación, Sígueme, Salamanca 1967, 18.

74. Cf o.c. en nota 1, t. 1, 16.

75. Citado en o.c. en nota 1, t. I, 274-275.

76. DS 786.

77. DS 821.

78. Citado por J. M. VALVERDE, Guillermo de Humboldt y la filosofía del lenguaje, Gredos, Madrid 1955, 31.

79. EI lenguaje... es la sangre del espíritu, y son de nuestra raza espiritual humana los que piensan y por tanto sienten y obran en español. Y la acción sin lenguaje no es más que gesto (M. DE UNAMUNO, o.c. en nota 26, t. IV, 646).

80. No existe antes el pensamiento (solitario y aislado. sin palabras) que recurra luego a la palabra como vehículo de comunicación. Por el contrario, es la palabra la que existe como ambiente propio del pensamiento, de modo que el pensamiento se realiza siempre y necesariamente como pensamiento parlante. La palabra es solamente palabra por ser encarnación del pensamiento. El pensamiento es lo que es sólo como palabra y discurso. En ninguna parte de nuestra experiencia encontramos un pensamiento puro. Por doquier encontramos un pensamiento que es palabra. Incluso cuando me encierro en mi habitación para pensar, sigo hablando conmigo mismo, busco fórmulas y expresiones que permitan aclarar mi pensamiento (J. GEVAERT, El problema del hombre Sígueme, Salamanca 1976, 51).

81. J PEDERSEN, Israel, its Life and Culture, London 1946, 107.

82. Cf J. GEVAERT, o.c. en nota 80, 49.

83. R. LATOLURELLE, o.c. en nota 73, 406.

84. M. LUTERO, Obras, ed. preparada por Teófanes Egido, Sígueme, Salamanca 1977, 353-354.

85. Suma Teológica, II-II, 188 5.

86. El ateísmo en el cristianismo, Taurus, Madrid 1983, 26 y 34.