HISTORIA OCCIDENTAL

Historia Occidentalis

Jacques de Vitry

Traducción de José María Lodeiro

CAPITULO XXXIX

EL SACRAMENTO DEL ALTAR

En la medida en que el sacramento del altar  es incomparablemente superior a todos los otros, el sacerdote celoso lo trata con  un cuidado mucho mayor. Atendiendo a su virtud, instruirá al respecto con toda reverencia y moderación; sabrá responder  a las calumnias de los herejes y confundir sus blasfemias.

LOS TESTIMONIOS.

La Santa Escritura

Conviene administrar este sacramento después de la ablución bautismal: así, los egipcios ahogados en el mar Rojo, o sea, todos los pecados borrados por el bautismo, el maná bajado del cielo, será dado a los verdaderos hijos de Israel  en el desierto de este mundo. El maná, es decir, la eucaristía, significa acción de gracias: restaurados con este viático, confortados para el camino, son conducidos por el mismo Maestro  a la verdadera tierra de promisión.

Cuando vieron el maná, los judíos dijeron Manhu, lo que quiere decir: ¿qué es esto?  En efecto, para muchos  estas palabras son duras y se apartan, no quieren creer. Pero para los que creen, este sacramento es totalmente admirable.

Es la harina de la viuda de  Sarepta: utilizada cada día, no se acaba ni disminuye. Es el verdadero pan bajado del cielo, encierra en sí todo lo que hay  de delicioso, todo lo que puede ser agradable al gusto. Tales son los alimentos que el Señor ha dado a los hijos de Israel  en el ocaso de este mundo: al crepúsculo, dice el Señor, comeréis los alimentos y a la mañana seréis saciados  de pan, pues la luz  de la gracia brilla con todo su fulgor al salir  de las tinieblas. Es el sacrificio del verdadero Melquisedec  que ofreció el pan y el vino al Altísimo y sobre el que está escrito en la profecía:   Comeréis de las más antiguas cosechas y cuando vengan las nuevas, tiraréis las viejas, pues este sacrificio que retoñará la novedad de la gracia, ha precedido en imagen al de la antigua Ley.

He aquí el pan graso de Aser, los reyes encontraban en él su satisfacción. He aquí  el vino sacado de la uva y traído por los hijos de Israel desde la Tierra prometida, en una pértiga. El vino  sacado de  un racimo de las viñas de Engaddi, sobre  el cual dijo el profeta:  el Señor preparará para todos los pueblos sobre esta montaña,  un festín de carnes gordas  y   de  vinos añejados. Y Jacob bendecirá  a Judá: él lavará su vestido en el vino y su manto en la sangre de las uvas. 

He aquí la sangre con la que los hijos de Israel  han asperjado los dos montantes  de la puerta contra el ángel exterminador, pues no se ha bebido sólo sacramentalmente por la boca exterior, sino también por la boca del corazón. Es para la protección del cuerpo y del alma.

Es el verdadero cordero pascual que es comido con pan ácimo y hierbas amargas, a saber, la sinceridad del corazón y la amargura de la compunción. Es el agua que el Señor, en las bodas, cambia en vino para que el corazón del hombre se regocije; esa agua producida por el peñasco del desierto y del que el apóstol dijo: Nuestros padres todos han comido el mismo alimento espiritual, bebieron la misma bebida espiritual, pues bebieron agua de la roca que les acompañó: la roca es Cristo. Todo ello precedió  figuradamente a  este gran sacramento.

Si las sombras y las figuras son dignas de admiración, ¡cuánto más lo son la luz  y la verdad! El Señor no habla  en figura y enigma, sino a la luz del día, abiertamente, cuando dice:  Mi carne es verdadero alimento y mi sangre verdadera bebida,  y también: Si no coméis la carne del Hijo de hombre y no bebéis su sangre, no  tendréis vida en vosotros. Aquel que come mi carne mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna; pero además afirma: Yo soy el pan vivo descendido del cielo. Si alguien come de este pan vivirá eternamente; el pan que yo os daré es mi carne para vida del mundo;  y también: Aquel que come mi carne y bebe mi sangre  permanecerá en mí  y yo en él. El que me come vive para mí. En la Cena dice: Tomad y bebed, ésta es mi sangre que será derramada por vosotros.

Así, pues, el Señor  ha hablado abiertamente de este sacramento  lo cual hizo desaparecer cualquier duda del corazón de los fieles, pues no puede ser mentira ni llevar a engaño, la verdad tantas veces develada.

El apóstol dice también: Todo aquel que coma el pan y beba el cáliz del Señor indignamente, será culpable  del cuerpo y la sangre del Señor. Quien come  y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación.

Es el cáliz del  que habla el Señor  en el salmo: Cuan admirable  es mi cáliz que tiene el poder de embriagar.

Los Padres

Dice el bienaventurado Agustín: “Afirmamos y creemos que antes de la consagración  hay pan y vino tal cual la naturaleza los formó, pero después de la consagración está verdaderamente la carne y la sangre tal cual la bendición las ha consagrado.”

San Ambrosio habla así: “Es pan ordinario antes de las palabras de la consagración; luego de ésta el pan se cambia en la carne de Cristo.”. Nuevamente: “Este pan que   mencionamos en el misterio, yo lo tengo verdaderamente como pan hecho por la mano del Espíritu Santo  en el seno de la Virgen y que fue cocido en el fuego de la Pasión sobre el altar de la Cruz.”

Jerónimo: “Cada uno recibe a Cristo Señor  y El está  entero en cada parte.

Eusebio: “El sacerdote invisible  convierte las criaturas visibles  por su palabra, en virtud de un poder secreto,  en la sustancia de su cuerpo y de su sangre.” “Por mandato del Señor y Maestro, en lo alto de los cielos, de manera súbita, brota de la nada, así como de las profundidades de los mares la inmensidad terrestre. Por un mismo poder, el efecto se realiza en los sacramentos espirituales en los que  El tiene poder de  actuar.”

León papa: “¿Por  qué buscar aquí en el  cuerpo de Cristo el orden de la naturaleza, cual él mismo nació de una Virgen por fuera del orden natural?”      

Ambrosio: “La palabra de Cristo produce este sacramento. ¿Qué palabra de Cristo? La misma por la cual todo fue creado. Si esta palabra  del Señor Jesús tiene tanta fuerza  que lo que no existía comenzara a existir, ¡cuánto más eficaz será  para hacer que lo que ya existe sea transformado en otra cosa! Así lo que era pan antes de la consagración, es después,  por la consagración, el cuerpo de Cristo.”

Agustín: “Cristo es comido, él lo quiere, pues muerto  ha resucitado. Cuando lo comemos no lo hacemos en trozos.”

Ambrosio: “Más grande es la fuerza de la bendición que la fuerza de la naturaleza, porque la misma naturaleza es transformada por la bendición. Por la gracia profética, el bastón fue transformado en serpiente. Si la bendición de un hombre fue tan poderosa que pudo hacer esta transformación, qué diremos de la consagración realizada por el mismo Dios, allí donde obran las palabras del Salvador.”

“Exempla” y milagros

Cuando el Señor ha confirmado la verdad de este sacramento por tantas autoridades  y lo reveló a tantos santos, no queda lugar alguno para la duda. Cómo permitirá errar a la Iglesia universal  o ser engañada, cuando por la unción nos enseña todo lo que le compete  y, “como prometió su Hijo, nos guía hacia la verdad total.” Puesto que la inabarcable y admirable profundidad de este sacramento está más allá de la razón, es obligatorio creer y prohibido discutir. Es por esto que el Señor, para fortificar la fe de los débiles que son sacudidos ante este sacramento, confirma la verdad  por los muchos  argumentos que surgen de los milagros.

Leemos que un día, cuando el bienaventurado Basilio  celebraba, un judío  vino de incógnito a la iglesia como un fiel más. Al ver entre las manos del santo a un niño  de gran belleza, creyó y fue bautizado.

En la vida de los Padres, encontramos la historia de un eremita a quien el Señor mostró un ángel en actitud de cortar con una especie de cuchillo los miembros de un pequeño, recibiendo la sangre, mientras partía la hostia, en un cáliz.

El símil con la carne ensangrentada, fue revelado muchas veces por el Señor en el sacramento del altar.  Lo hemos constatado con nuestros propios ojos en un monasterio de Premostratenses, cerca de un pueblo llamado  Braisne, en el reino de Francia.

En París, el obispo Maurice de feliz memoria, debilitado por su avanzada edad, no pudiendo ya tragar alimento y sintiendo  la inminencia de su muerte, pidió el viático. Los canónigos de San Víctor le llevaron una hostia no consagrada, por temor de que no pudiera tragar la eucaristía. Pero él percibió, por divina inspiración, lo que habían tramado con intención piadosa. “Esto no es lo que he pedido con gran anhelo”. Llenos de asombro  le trajeron entonces el cuerpo de Cristo. Sintiendo la presencia de Cristo, el  obispo solamente tocó con sus labios la hostia, la besó con lágrimas  y devoción, y así rindió su alma al Señor.

Una santa mujer de nombre María, de Nivelles en Braganza, vivía cerca de la  iglesia de Oiguies, en donde hay canónigos regulares; enferma durante cuarenta días, no había podido comer nada, excepto el santo cuerpo de Cristo que, sin dificultad, recibía casi a diario. El prior de esa lugar queriendo probar si realmente no podía comer otro tipo de alimento, sin saberlo esta santa mujer, le llevó estando yo presente, una hostia no consagrada. Después  de haberla tocado apenas con los labios, pegó un grito  y con muestras de asco  rechazó de su boca ese pan material; después no pudo reposar  hasta lavarse  varias veces la boca con agua  fría.

También vi en Poitou a un sacerdote que después de la celebración del sacrificio divino, vio que había quedado una hostia sobre el corporal al costado de la que había preparado. Realizada la consagración y llegado el momento de comulgar, le surgió la duda si debía  tomar una hostia o las dos. En el mismo momento la segunda hostia desapareció, dejando impreso sobre el corporal el contorno de su forma: el sacerdote me la mostró  con profundo temor y gran admiración.

TEOLOGÍA DE LA EUCARISTÍA

Sería de no terminar extendernos sobre las diferentes maneras  en que el Señor ha manifestado la virtud de este sacramento o revelado a las almas santas la certeza de su presencia  mediante un signo claro de su bondad y su misterio.

Los efectos de la eucaristía

El hombre nuevo vino  al mundo para  realizar obras nuevas que nadie antes había realizado. Si éstas fueron todas comprensibles para la razón, ¿cómo sería en el caso de los misterios insondables? “La fe no tendría mérito alguno, si la razón humana pudiera aportar las pruebas por la experiencia.” Para mostrar su amor a los hombres  e infundir en nosotros  el amor a Dios, no sólo se entregó como precio de nuestro rescate sino más aún, se hizo alimento para  fortalecernos; en fin, se ha dado en préstamo como recompensa  para  glorificarnos. Así como ha destruido nuestra muerte por su muerte, igualmente  refuerza y alimenta nuestra vida con la suya.

El pan  de los ángeles se convirtió en comida para los hombres proponiéndonos tomar la carne del Señor como alimento, nos lleva  por una alimento humano  a gustar la divinidad, a fin de que probemos y veamos cuan bueno es el Señor.  No contento de restaurarnos con su humanidad, mientras lo recibimos corporalmente en el sacramento, sacia nuestra alma con su divinidad  si lo recibimos con corazón puro.   Así como todos morimos en Adán  por el gusto, también  por el gusto recibimos la vida en Cristo, “para que resurja la vida allí donde se originó la muerte.”

Este precioso alimento no sacia el cuerpo sino el espíritu, restaura la morada del corazón, repara y fortalece el alma, acrecienta la gracia, la caridad y todas las virtudes. Fortifica el alma contra los espíritus del mal, borra los pecados veniales  y nos protege de los mortales. Así como Cristo nos  lavó del pecado en su sangre derramada por nosotros, así también nos lavará  de los pecados cotidianos en esa misma sangre cuando lo recibamos diariamente  en este sacramento, para ser incorporados en la unidad del amor y ser transformados  con tan santo alimento, en miembros  de ese cuerpo que es la Iglesia.

Es por eso que es tomado bajo las especies de pan y vino  en la realidad de la carne y la sangre. El pan fortifica el corazón del hombre y el vino lo alegra. La carne sacia y satisface, la sangre vivifica. Por la virtud de este sacramento  el espíritu se prepara para el combate, se llena de gozo, aumenta su devoción  y es vivificado  en el deseo y el fervor.

Como el pan da fuerza y el vino regocija más que cualquier otro alimento y ambos complementan la satisfacción, así el sacramento del cuerpo y sangre de Cristo afirma y restaura al hombre interior, sobre cualquiera otro. El mismo Cristo dijo:  Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.

Las especies eucarísticas

Puesto que este sacramento vale para la “protección del alma y del cuerpo”, es tomado bajo las dos especies del pan y del vino. La carne de Cristo es ofrecida  bajo la especie de pan para la salvación del cuerpo; la sangre lo es bajo la especie de vino para la salvación del alma.  Moisés es testigo de ellos: el alma está en la sangre, o dicho de otro modo,  la sangre es la sede del alma. Al caer la responsabilidad en el Cristo  de la carne y del alma  y la liberación de una y del otro están significados así a fin de que, gracias a la virtud de este sacramento, el alma se prepare para la glorificación y el cuerpo para la resurrección.

Por múltiples razones, el Señor ha establecido que se tome su carne y su sangre  no bajo sus propias especies, sino bajo otras “a fin de que la fe, a quien la razón humana no rinde pruebas, tenga el mérito pues allí el ojo ve una cosa  y el espíritu cree otra. Ha querido también que el espíritu no experimente aversión  a la vista de lo que verá el ojo, pues no tenemos nosotros el hábito de comer carne cruda  ni de beber sangre humana.” Ha cuidado, en fin, que el cristiano  evite el ridículo, por miedo al insulto de los incrédulos  de que comemos  la carne y bebemos la sangre de un hombre muerto.

Por esta causa  dispuso ocultar los sacramentos  a los ojos de la gente indigna, quedándose bajo otra especie distinta, (sub specie aliena) a fin de no arrojar las margaritas a los puercos, y que viendo no vean, oyendo no entiendan. Es así que está escrito en Números de cubrir el altar para que no sea visto por los indignos. No se debe dar las cosas santas a los perros; los misterios de Dios   no fueron revelados a los indignos  por temor a que los envilezcan  y los transformen en irrisión.

El Señor, por otra parte, bajo el pobre aspecto del pan y del vino (sub vili habitu)  quiso probar la fe y el amor de los hombres. Sucede que, al  estar oculto su rostro, le desprecian  por su aspecto de forastero  (in peregrino habitu): celebran los sacramentos sin respeto  sin respeto, como algunos sacerdotes miserables que se acercan al altar como para realizar una tarea cualquiera. Cuando aparezca en su gloria, esos serán confundidos y castigados.

Sucede, por el contrario, que le reciban  en la envoltura de los sacramentos, con una fe sin vacilación y una caridad verdadera, con toda reverencia y honor, con temor y respeto, como si estuvieran viendo la especie del pan glorificado: éstos serán recibidos por el Señor con honor en la gloria del Padre.

Se cuenta que un conde de Poitou tomó el hábito de pobre y recorrió como peregrino numerosos países, a fin de probar el comportamiento y la fe de los hombres. Un sacerdote piadoso  le dio humanitaria hospitalidad y lo trató con benevolencia. Más  tarde el conde promovió al sacerdote  al obispado de Poitiers.

 

El signo. La realidad. La realidad y el signo. “Sacramentum. Res. Res et sacramentum”

El sacerdote diligente y cuidadoso (diligens et prudens) debe considerar atentamente  tres grados respecto a la eucaristía. El signo solo y no la realidad del signo, o sea “la forma” del pan y de vino. La realidad y no el signo, a  saber, el cuerpo espiritual de Cristo que es la Iglesia, asamblea de fieles o unidad de  los que están reunidos.   Por último, la realidad y el signo, es decir, el cuerpo y la sangre de Cristo.

Signo solamente. “Sacramentum  tantum”

La forma del pan  es signo del cuerpo de Cristo. Así como el pan está hecho con numerosos granos de trigo, el cuerpo de Cristo está compuesto de muchos miembros. Lo mismo el vino que es extraído de numerosos granos de uva. La forma del pan    verdaderamente significa y contiene el cuerpo de Cristo, pues el pan es transformado en cuerpo y no en sangre. Pero la forma del vino, en cuanto es líquido y rojo, representa la imagen de la sangre pues el vino es cambiado en sangre.

Además, la forma del pan indica el cuerpo místico de Cristo, pues la unidad de la Iglesia está compuesta  de la diversidad de las personas. El  apóstol dijo:   Nosotros estamos unidos como un solo pan y un solo cuerpo. En efecto, los fieles  son guardados en el granero de la Iglesia, son atormentados por tribulaciones varias, triturados entre las muelas del temor y la esperanza, rociados por el agua del bautismo y de las lágrimas, cocidos  en el fuego de la caridad, a fin de que se conviertan en un solo pan, profesen una sola fe, una única esperanza, un temor sin fisura. El vino representa  la unidad de la Iglesia puesto que mana de los numerosos granos del racimo y es cálido, rojo, perfumado, designando así la caridad de la Iglesia.

Así, pues, mientras  las formas  del pan y del vino designan uno y otro el cuerpo de Cristo, su verdadero cuerpo y el cuerpo místico. El verdadero cuerpo de Cristo, compuesto por diversos miembros, significa y realiza la unidad de la Iglesia. De ahí que el es signo (sacramentum) y además realidad del signo (res sacramenti), pues, como se dijo anteriormente, está significado por la forma del pan. Ahora bien, la sangre de Cristo es el signo del cuerpo místico, del hecho que la vida está en la sangre.

En cuanto a los miembros muertos que ya no viven, no son ya  parte del cuerpo de Cristo  en su integridad.

En tanto que los miembros significan el único cuerpo de Cristo, las formas del pan y del vino son llamadas  único signo, como aquí: “Tengamos presente que  este sacramento de tu cuerpo y de tu sangre  no nos sea imputado como castigo”. A veces, sin embargo, se dice que los signos  son diversos porque no designan sólo el verdadero cuerpo de Cristo, sino además  el cuerpo místico, según oramos: “Te rogamos, Señor que estos sacramentos cumplan en nosotros  lo que contienen.”

Del pan y del vino, no podemos decir que son signo puesto que al no permanecer después de la consagración, dejan de ser signos. Aunque la forma del pan no esté compuesta de diversos granos, ella representa el pan que era y que había sido hecho de numerosos granos, antes de la consagración. Es por eso que la forma que queda, es llamada “signo”.

A lo que precede, puede ayudar lo siguiente: algunos reciben la eucaristía sólo como signo o sea, bajo la especie de sacramento; otros sólo espiritualmente, otros, en fin, como signo y de manera espiritual

Lo reciben sólo como signo, los pecadores que no están incorporados al cuerpo de Cristo  y   de los cuales  el apóstol ha dicho: El que  come indignamente, come y bebe su propia condenación. Lo que Judas comió de esa manera no entró ni en su cuerpo ni en su alma; no le fue provechoso sino perjudicial. Es por lo que el bienaventurado Agustín dijo: “Las cosas santas  pueden perjudicar o matar, como el bocado que tomó Judas; lo que es malo para algunos, aprovecha a los buenos, como fue el ángel de Satán para Pablo.”

Y además: “Judas cuando tomó el pan que le tendió Cristo, el diablo tomó posesión de él, no porque hubiera recibido algo nocivo, sino porque él recibió mal lo que era bueno.”

Sin embargo, algunos aseguran que el Señor no dio la eucaristía a Judas, sino solamente un bocado mojado por el cual El habría designado a aquel que le entregaría. Le dio un bocado mojado sólo a Judas, sin duda para expresar su hipocresía. Es por esto que la Iglesia ha establecido que la eucaristía no sea dada por intinción. Se trataría sobretodo de extirpar una cierta herejía que sostenía engañosamente que el Cristo no estaba enteramente presente  ni bajo una ni bajo la otra especie.

Ahora bien, Mateo parece querer decir que el Señor ha dado bien la eucaristía a Judas, y no sólo un trozo de pan mojado. Relata, en efecto, que el Señor ha dicho sin excluir a nadie: Bebed todos de él. Marcos dice lo mismo: Ellos bebieron todos. Después que Cristo ha pronunciado estas palabras: Este cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre que será derramada por vosotros, Lucas agrega: He aquí que la mano de aquel que me traiciona está conmigo en esta mesa. Así Judas fue con los otros a recibir el sacramento.

Cuestión

¿Qué responderemos nosotros entonces a la expresión de Juan que dice: Cuando el hubo tomado el bocado, salió enseguida? El no permaneció entonces con los otros. Pues es después de haber acabado la comida que Cristo celebró el sacramento.

Respuesta

Puede ser que el haya dicho “enseguida”, porque Judas salió sin demora, o porque Jesús ha dado el bocado de pan mojado primero a Judas para hacer comprender a Juan que ese era el traidor y luego ha dado verdaderamente a los otros el bocado de la eucaristía. Y Judas salió enseguida.

Aunque Jesús sabía la indignidad de Judas, le dio sin embargo el bocado, a fin de no hacer público su pecado que era oculto. Pero a aquellos cuyos pecados son manifiestos la eucaristía no debe ser otorgada.

Otra cuestión

Si uno se interroga: el Señor ha dado la eucaristía para el bien o para el mal, no hay dudas de que Judas la recibió para su mal.

El Señor no se la ha dado para el mal, pues esta proposición devela su intención o sus sentimientos.

Pero no parece que se la haya dado por su bien, por miedo a no ser desviado de su intención.

Si se admite que la propuesta de este bocado está hecha consecuentemente, está claro que el Señor ha dado su cuerpo a Judas para mal.

Ahora bien, hay quienes creen que el Señor ha dado solamente a Judas, una sola vez un bocado eucarístico (buccellam eucharistie intinctam), del momento que Juan dice: Después que le fue ofrecido este bocado, Satán entró en él.

La realidad solamente. “Res tantum”

Por otra parte no se come el cuerpo de Cristo sólo espiritualmente. Dice al respecto el bienaventurado Agustín: “¿Por qué preparaste tus dientes y tu vientre? ¿Por qué crees que comiste?”  Ten fe, y tú has comido.” Así el que cree en Cristo con fe operante por la caridad, le come a El mismo, aún cuando no lo haya recibido  bajo la forma del sacramento. Está incorporado a Cristo por la fe, deviene miembro de El y forma un solo espíritu, cuando adhiere  por la caridad, en la unidad de la Iglesia, al Cristo que es su cabeza.

Es por eso que Cristo dijo en el evangelio: Aquel que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.

Dice el  bienaventurado Agustín: “Este sacramento de piedad es signo de unidad, lazo de caridad. Quien quiere vivir, que se acerque, que crea y que sea incorporado.” Más aún: “Creer en Jesucristo es comer el pan vivo. El que cree come. Está invisiblemente nutrido  porque renació  de manera invisible.”

Y más aún: “Aquél que no está de acuerdo con el Cristo no come su carne ni bebe su sangre; si recibe diariamente  el signo de  tan  grande realidad, es para el juicio de su perdición.” 

La realidad y el signo. “Res et sacramentum”

Otros comen el cuerpo de Cristo como signo y espiritualmente (sacramentaliter  et spiritualiter): son los que lo reciben bajo la forma del sacramento y que son incorporados al Cristo por la fe, la esperanza y la caridad. Pues este alimento, no del cuerpo sino del alma, no de la carne sino del corazón, cuando es comido no es incorporado sino que él incorpora. Para los demás alimentos, lo que se come es incorporado. En la eucaristía el que come dignamente  es incorporado. El Señor señala  esta doble manera de comer cuando dice:  Tomad y comed, es decir, comed  y hazlo  a la vez, corporalmente y espiritualmente.

Esto no quiere significar que lo hayan recibido de sus propias manos. Más aún, con excepción del sacerdote cuando celebra, no está permitido a nadie comulgarse de su propia mano, ni siquiera en peligro de muerte.

A esta doble manera  de comer su cuerpo, Cristo mismo hace alusión cuando dice en el Evangelio: Es el espíritu el que vivifica,  no la carne, porque la carne de Cristo tomada sólo como signo y no espiritualmente, no se recibe para la salvación sino para la condenación. Pero si es tomada con dignidad, como ya se dijo, es muy provechosa para quien la come.

En su incomprensión de las palabras  del Señor, los Judíos se escandalizaron y muchos retrocedieron diciendo: Estas palabras son duras, de ahí el comentario del bienaventurado Agustín: “¿Cómo lo entendieron? Entendieron la carne, como si se tratara de un cadáver  o de la que se vende en trozos en el mercado.” También dice: “No es ese cuerpo que vosotros veis lo que coméis; no beberéis la sangre que será derramada por los que me van a crucificar. Es El y no es El. El  invisiblemente y no visiblemente.

El cuerpo de Cristo no es dividido en trozos  o desgarrado por los dientes, puesto que es inmortal e impasible. Por eso dice el bienaventurado Agustín:  “Cuando Cristo es comido, restaura no destruye; cuando nosotros comemos, no introducimos su cuerpo en trozos.”  En efecto, la fracción, la división  y otras cosas semejantes,  tienen relación a las apariencias.

La institución de la eucaristía

El Señor instituyó este sacramento de su cuerpo y de su sangre durante la Cena, después que hubieron comido el cordero que era su símbolo. Cumplidos estos actos figurativos, la verdad sucedió a lo figurado, la luz a la sombra. Para grabar este sacramento  más profundamente en la memoria, como última voluntad del  testador, entrega su cuerpo y su sangre a los discípulos  antes de dejarlos, después de la Cena. El bienaventurado Agustín escribió: “A fin de manifestar más vivamente la grandeza de este misterio, el Salvador quiso fijar  este mensaje último en el corazón y la memoria  de los discípulos que iba a dejar,  para dirigirse a su pasión. No dispuso  nada sobre el orden  según el cual  el sacramento sería después celebrado, dejando este cuidado a los discípulos que  fundarían las Iglesias.”  Son palabras de Agustín  (AGUSTÍN, Enarrationes in psalmos, 98, 9, PL, 37, 1265)

Aunque el Señor no haya dado este sacramento a personas en ayunas, no es menos cierto que debe observarse la costumbre de la Iglesia. Conforme a las disposiciones  de los apóstoles que han regulado el testamento del Señor  relativo a los sacrificios, la Iglesia ha ordenado recibir en ayunas estos sacramentos. De donde dice el bienaventurado Agustín: “El Espíritu Santo ha querido que para honrar tan gran sacramento, el cuerpo del Señor entre en la boca de un cristiano antes que los alimentos del exterior.”  Y el apóstol: Cuando os reunía en común, no es la comida del Señor lo que tomáis, Cada uno se apresura a tomar su propia comida. Denunció a los que  se aproximan a los sacramentos  sin estar en ayunas. Sin embargo, está permitido a los enfermos, en caso de necesidad, recibir el viático no estando en ayunas. Pensamos igualmente que un sacerdote el cual no haya dormido  en la noche, debería ser considerado en ayunas al amanecer y podría celebrar los sacramentos.

Igualmente la hora en que el Señor ha instituido en la Cena el memorial del sacrificio, no debe ser observada por la Iglesia, pues el sacerdote no debe celebrar después de la hora nona, en que Cristo murió en la cruz. Si bien, suspendido  en la cruz de la sexta a la hora nona, El se ofreció en verdadera hostia por nosotros, la Iglesia admite, sin embargo, por prudencia  en cuanto al pueblo y en caso de urgente necesidad, que los sacramentos no aguarden ese tiempo para ser celebrados. En efecto, el tiempo no forma parte de la sustancia   del sacramento. Es por ello que para el nacimiento del Señor, la misa es dicha de noche, por decisión de la Iglesia. El Señor ha celebrado este sacramento después de la Cena, al caer la noche, a fin de cumplir lo que figuraba la Ley (ut legis figuram adimpleret). Según el precepto de la Ley, en efecto, se comía el cordero símbolo, de decimocuarto día del primer mes, al crepúsculo.

Por diferentes razones es que quiso el Señor instituir este sacramento y que dejó a la Iglesia el cuidado de celebrarlo. Una de ellas fue enunciada por mismo Señor:  Haced esto, dijo,   en memoria mía (in mei memoriam) o en mi conmemoración (in meam commemorationem). Y el apóstol:   Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor hasta que vuelva. El Señor que tomó un cuerpo y un alma a fin de curar  en nosotros uno y otro, quiso dejar esta prenda  de su amor y memorial de nuestra salvación, como si partiera para un largo viaje. Así, para despertar al enfermo aletargado  y evitar que se pierda en el olvido, el tan grande beneficio de la muerte del Señor. He aquí el manto que el verdadero Elías ha dejado a Eliseo al partir, o sea su cuerpo  y su sangre envueltos en la forma de los sacramentos, a fin de cumplir lo que había prometido a su Iglesia con estas palabras: Y yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos. El está invisiblemente bajo la especie del sacramento, bajo otra forma pero en u propio se. Cuando dijo: a los pobres los tendréis siempre con vosotros, mas a mí no me tendréis  siempre, hay que relacionarlo con su presencia corporal  y visible.

El bienaventurado Agustín asigna a otra causa la institución de este sacramento: “puesto que tropezamos continuamente, el Cristo es inmolado a diario por nosotros de manera mística.” Con otras palabras expresó que cada día su inmolación es representada.

Eusebio: “Como debía alejar de los ojos de los hombres su cuerpo y llevarlo al cielo, era necesario que celebrara para nosotros, en la Cena, el sacramento del cuerpo y de la sangre, de manera que fuera sin cesar honrado por los santos misterios, aquello que una vez  fuera ofrecido en rescate.”

LAS CUATRO CONDICIONES NECESARIAS PARA LA VALIDEZ DEL SACRAMENTO

Para que haya sacramento deben satisfacerse cuatro exigencias relativas en cierto modo  a  su misma sustancia: la materia del pan y del vino, la forma de las palabras, la intención, la secuencia del orden recibido por el celebrante  (ordo conficientis)

La materia del  pan y del vino

El pan

El pan debe ser de trigo candela pues Cristo se ha comparado él mismo al grano de trigo, cuando ha dicho: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, permanece solo. No puede haber consagración a partir de pan de cebada u de otro pan que no sea de trigo, igualmente el sacramento no puede ser celebrado a partir de granos o de harina. Es preciso, en efecto, para que el misterio sea cumplido, que el pan sea hecho con el agua mezclado a la harina, y por cocción, pues Cristo se ha comparado el mismo al pan. Como el pan está hecho de múltiples granos, el cuerpo de Cristo está compuesto de diversos miembros. Caído en tierra, triturado por la muela de la cruz, mojado por el agua de las lágrimas o aquella caída de su costado, cocido al fuego de la pasión, el grano de trigo deviene entonces el pan de las almas. Después que ha sido cocido sobre el altar de la cruz, se ha vuelto comestible.

Pero si la harina de trigo, está mojada con vino, aceite u otro líquido no se puede hablar propiamente de pan y no creemos que se pueda celebrar a partir de tal “pan” pues esto iría en contra de lo que ha instituido el Señor: él ha hecho el sacramento a partir del pan, es decir, de la harina de trigo candela mezclado con agua. Mezclado a la harina, el agua puede, en efecto, simbolizar al pueblo unido de Cristo.

El sacerdote debe pues elegir con gran cuidado y prudencia el trigo muy puro del que hará las hostias. Sin embargo si uno o dos granos de cebada están mezclados al trigo, sólo lo que es salido del trigo será transustanciado. Si fue tan bien mezclado que un único cuerpo compuesto haya salido de su dualidad, sin que las partes permanezcan en su naturaleza, alguna transustanciación tendrá, desde luego, lugar. Sin embargo, yo digo que si la naturaleza de cada parte persiste en aquello que está mezclado, sólo lo que proviene del trigo está transustanciado.

El pan fermentado, si lo es a partir del trigo, es transustanciado en el Sacramento, sin embargo, nosotros no admitimos que convenga hacerlo así, pues, según la enseñanza del Señor, el Sacramento debe ser celebrado a partir de un pan ácimo.

En la Cena, el Señor ha comido el cordero pascual, según el rito legal, el decimocuarto día del primer mes, al atardecer. Ahora bien, no se encontraba pan fermentado entre los hebreos, según la prescripción divina, en el Éxodo: no se encontrará levadura en vuestras casas durante siete días. Cualquiera que coma pan leudado perecerá en medio de Israel. Está claro que el Señor ha consagrado el pan ácimo en su cuerpo. En consecuencia, los apóstoles han transmitido esta costumbre a la Iglesia. Es principalmente la Iglesia romana que toma de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo este rito del sacrificio: ella recibió el mandamiento (ordinatio), estando ellos vivos, ella lo guarda, después de su muerte, hasta hoy.

No contentos con haber, por odio a los latinos, desgarrado la túnica sin costura de Cristo, los griegos han modificado el rito del sacrificio con una obstinación encarnizada, a fin de que no parezca imitar a la Iglesia romana. Hasta hoy ellos celebran con pan fermentado, con desprecio del misterio y de las Escrituras.

Para manifestar que no hay nada de corruptible en este sacramento sobreviviente, sino que, por la celebración con los panes sin levadura de la sinceridad y de la verdad, la vieja levadura es purificada, nosotros no utilizamos pan fermentado, consagramos el pan ácimo. Como el pan ácimo está hecho a partir de una masa pura, sin fermento, así el Cristo ha tomado cuerpo, sin corrupción, de una Virgen pura. Como el agua es mezclada con la harina de trigo candela, sin fermento, así el pueblo de los fieles adhiere al Cristo, sin corrupción.

Sin embargo, los griegos buscan defender su error con una obstinación falsa. Imaginan en su corazón que el pan fermentado designa el cuerpo animado y rechazan el pan ácimo como si significara un cuerpo muerto y sin alma. Afirman, por otra parte, que el Señor ha sido crucificado y el cordero verdadero inmolado el decimocuarto día del primer mes, es decir en la decimocuarta luna. El atardecer precedente, cuando estaba aún permitido utilizar pan fermentado, el Señor ha comido antes el cordero pascual con sus discípulos, según ellos, instituyó el sacramento con pan fermentado. El día siguiente, fue la solemnidad pascual. Si los judíos no entraron en el pretorio fue para no ser manchados y poder comer la Pascua. Juan el evangelista, atestigua, en efecto, que Jesús ha tomado la comida con sus discípulos el día antes de la Pascua.

En cuanto a nosotros, respondemos al error de los griegos que la fiesta de la Pascua caía en la decimoquinta luna según fue dicho: al decimoquinto día celebraréis una fiesta solemne en honor del Señor, el altísimo. La fiesta no era el decimocuarto día, si no es a partir del atardecer en que el Señor ha comido, conforme a la Ley, el cordero pascual, que era igualmente llamada la Pascua, como lo dijo el evangelista Mateo: el primer día de los ácimos, los discípulos fueron a encontrar a Jesús y le dijeron: ¿Dónde quieres que te preparemos la comida de Pascua? Llegada la tarde, el se encontró en la mesa con los doce. Está pues claro que el Cristo no ha anticipado el día o la hora, sino que ha hecho la Pascua con sus discípulos el mismo día prescripto por la Ley, sin embargo, si el se hubiera anticipado, como debía morir, esos días eran todos solemnes, aunque no lo sean igualmente el primero y el último. Ellos no podían pues entrar en el pretorio ninguno de esos siete días, por temor a mancharse, para que comieran ácimo, es decir la Pascua. O expuesto de esta manera: que no se manchen, si quieren comer la Pascua, es decir  que no se manchen en la Pascua.

El vino

Como la consagración no puede tener lugar con el trigo no transformado en pan, igualmente el sacramento no puede cumplirse a partir de racimos de uva, si no se ha extraído el vino. En cambio a partir del mosto, aunque sea dulce, el sacramento puede cumplirse, pues es vino, como está dicho en el evangelio: nadie ponga vino nuevo en odres viejos. Pero en uva fermentada, no puede haber sacramento porque no es aún vino. Se dice del vinagre que es vino, aunque agrio, en consecuencia se puede utilizar para el Sacramento.  A algunos les parece que no es vino porque es frío mientras que el vino es naturalmente caliente. En la duda, se debe siempre elegir un vino puro, y que sea el mejor, para el sacramento. En algunas regiones que no tienen vino a no ser que lo traigan de países lejanos, se moja con agua una tela impregnada en vino (que la tela retiene) y se la utiliza para el sacramento. Tanto tiempo, en efecto, como se conserve la naturaleza del vino, incluso si este es extraído de un trozo de tela, la consagración puede ser efectuada.

Es preciso poner siempre agua con el vino conforme a lo instituido por el señor y en razón del misterio. En la Cena, el Señor ha consagrado el vino cortado con agua (vinum limphatum), porque no se utiliza vino puro en esos países. Es por esto que el bienaventurado Cipriano dijo: “Si algunos de nuestros predecesores no ha observado lo que el Señor nos ha enseñado a hacer por su ejemplo o enseñanza, a causa de su simplicidad o de la indulgencia del Señor, le puede ser perdonado. En cuanto a nosotros, nos es imposible ignorar, preparados como somos, instruidos por el Señor, que debemos ofrecer el cáliz del Señor con el vino mezclado al agua, conforme a lo que el Señor ha ofrecido”. Salomón ha dicho: La sabiduría se ha construido una casa, tallado siete columnas, colocado la mesa, mezclado su vino.

En razón del misterio, el vino debe estar mezclado con agua.

El agua fluida e inestable designa al género humano fluctuante. Sobreabundantes son las aguas y numerosos los pueblos.

El agua es mezclada al vino para significar al pueblo que se une al Cristo.

No es solamente la sangre de la redención que salió del costado de Cristo, sino también el agua de la ablución. El bienaventurado Ambrosio dijo: “De su costado corrió agua y sangre. Agua para purificar, sangre para rescatar. ¿Por qué del costado?. Porque la gracia partió de donde vino la falta. La falta vino por la mujer, la gracia por el Cristo”.

Debiéndose hacer la consagración como Cristo la ha instituido, algunos piensan que sin agua el vino no puede ser transustanciado, sobre todo a causa de las palabras del bienar Cipriano: “La copa del señor no puede ser solo de agua o solo de vino, del mismo modo que el cuerpo del Señor no puede ser de agua sólo o de harina sola, si una y otra no han sido reunidas para componer juntas un solo pan”.

Sin embargo, nos parece que, si alguno no agrega agua por ignorancia o por olvido, sin que haga en ellos ninguna intención maligna o herética, ciertamente se trata de una falta grave, sin embargo el sacramento es válido. Lo que Cipriano dijo con estas palabras: “ne peut (non potest)”, debe entenderse en derecho “no puede”, es decir, “no debe”. Desde el momento que un poco de agua es mezclado a mucho vino, ella es absorbida por el vino y todo se vuelve vino, a partir del cual el sacramento es realizado.

El sacramento no puede hacerse a partir del agua sola. El sacerdote debe cuidar de no mezclar poco vino con mucho agua. Si el vino es absorbido por toda esa agua, el Sacramento está invalidado. Conviene siempre poner mas vino y menos agua.

Si están mezclados en partes iguales y de allí resulta una tercera sustancia, según la opinión de aquellos para quienes la naturaleza de las partes no permanece, a semejanza de la naturaleza de la harina o del agua con el pan, ningún sacramento puede existir a partir de esta mezcla. Sin embargo, nos parece, la naturaleza de las partes permanece, pues el vino puede ser artificialmente separado del agua. Así el vino está transustanciado mientras que el agua mantiene su naturaleza. Igualmente, si se mezclase un grano de cebada al trigo, sólo lo que es trigo es transustanciado.

Nosotros no aprobamos la opinión según la cual, a ejemplo (a semejanza) del vino convertido en sangre, el agua del cáliz es cambiada en el agua que corrió del costado de Cristo. En la Cena, ¿y el Señor no celebró los sacramentos antes que el agua brotara de su costado?. Nosotros rechazamos enteramente esta opinión engañosa según la cual, así como el vino es cambiado en sangre, el agua mezclada al vino es convertida en humor (latin flucma) o en humores acuosos que, se dice, corrieron del costado de Cristo. En efecto, no somos bautizados en un humor exudado, sino en el agua, este Sacramento del bautismo nació del costado de Cristo con la sangre de la redención.

Aunque el agua sea tomada con la sangre, porque ella es figura del pueblo y está muy ligada al símbolo de la sangre, no se declara roto el ayuno por la absorción de agua: por esto sería posible comulgar otra vez, el mismo día, si fuera necesario. Pero no podría hacerse, si hubiera tomado la primera ablución, pues el agua o el vino que han servido para purificar el cáliz no son sacramentales, ni ligados el sacramento. Por esta razón, cuando el sacerdote debe celebrar una segunda vez, es preciso que conserve con cuidado la ablución y no la beba hasta después de la segunda comunión.

Nosotros no decimos que el vino de la ablución se ha cambiado en la sangre de Cristo, por el hecho de su contacto con ella. Permanece vino puro, aunque sea santificado con la realidad santa (sancta res) del sacramento como se dice que el agua de un río mezclado a agua bendita es santificado. Mienten, pues, aquellos que dicen que el día del viernes santo, el cuerpo de Cristo cambia por su contacto la sangre en vino. Aquel día, es el cuerpo de Cristo que es recibido, no la sangre. No se celebra la eucaristía pues, ese mismo día, la víctima fue inmolada, verdaderamente, por esta razón no se le inmola figuradamente (o en figura).

De lo que hemos dicho, resulta que el sacerdote peca más si olvida el vino que el agua, porque sólo el vino es transustanciado mientras que el agua no es cambiada.

Si, pues, se apercibe después de la consagración que no puso más que vino en el cáliz, no debe recomenzar la consagración, debe solamente agregar el agua.

Pero si se da cuenta que no puso más que agua, debe agregar vino y consagrarlo. En fin, si no sabe bien si ha puesto vino con el agua y si ha constatado probando con el dedo que se trata de agua pura, debe agregar el vino y consagrarlo. Pero, se dirá, ese día no debe comulgar pues ha roto el ayuno probando el agua.

La forma de las palabras

A propósito de la forma de las palabras, nosotros decimos que tiene lugar la transustanciación del pan y del vino en cuerpo y sangre de Cristo, cuando son dichas estas palabras: “Este es mi cuerpo... éste es el cáliz de mi sangre, de la nueva y eterna Alianza, misterio de fe, que será entregado por vosotros y por muchos en remisión de  sus pecados”.

Mateo dijo: mientras cenaban, Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo dividió y lo dio a los discípulos diciendo: Tomad y comed, este es mi cuerpo. Luego tomando una copa, dio gracias y se las dio diciendo: Bebed todos de ella. Esta es mi sangre, la sangre de la nueva alianza que será derramada por muchos en remisión de los pecados.

Marco dijo: Mientras comían, Jesús tomó el pan y habiéndolo bendecido, lo rompió y se los dio, diciendo: tomad, este es mi cuerpo. Habiendo tomado la copa, después de haber dado gracias, el se las dio y bebieron todos de ella. El les dijo: ésta es mi sangre de la nueva alianza que será derramada por todos.

Lucas dijo: Habiendo tomado el pan, dio gracias, lo partió y se los dio diciendo: este es mi cuerpo que será entregado por vosotros. Haced esto en memoria mía. Del mismo modo tomó la copa después de la comida, diciendo: esta copa es la nueva alianza en mi sangre, que será entregado por vosotros.

Juan dijo: habiendo mojado el pan se lo dio a Judas Iscariote, hijo de Simón Iscariote. Cuando hubo tomado este bocado, Satán entró en él.

¿Quién pues, ha osado agregar algunas palabras dichas en el canon y que ningún evangelista nos hizo conocer: “Los ojos levantados hacia el cielo, alianza eterna, misterio de fe”?. Es preciso saber que los evangelistas no han referido todo lo que ha hecho o dicho el Señor. Los apóstoles han agregado mucho, así, la forma antedicha de la consagración utilizada en el canon, los apóstoles la han recibido del Señor y la Iglesia la toma de los apóstoles.

En cuanto a estas palabras del Señor: Este es mi cuerpo, esta es mi sangre, el sacerdote las utiliza en el modo recitativo, como cuando dice: Yo soy la verdadera viña, yo soy el verdadero pan. De otro modo, si las pronunciara en el modo enunciativo, mentiría. La voz habla eternamente en el modo recitativo cuando se trata de oficiar, es decir cumplir el oficio sacerdotal instituido por el Señor. Es el que ha dado fuerza a estas palabras a fin de que la transustanciación se opere cuando son pronunciadas.

Las palabras que, en el canon, preceden o siguen no forman parte de la sustancia del sacramento. Ellas han sido agregadas por los santos, por devoción y para acrecentar la solemnidad.

Algunos se preguntan qué designa el pronombre demostrativo, cuando se dice: esto es mi cuerpo. Si se lo refiere al pan, es equivocado, eso no es más pan, va a ser el cuerpo de Cristo. Si el pronombre es referido al cuerpo de Cristo, la expresión no es menos falsa, porque la transustanciación aún no tuvo lugar, es pan aún puro que está presente sobre el altar. Este problema se resuelve fácilmente por la forma en que el sacerdote pronuncia las palabras antedichas. El no utiliza el pronombre con un valor demostrativo preciso, sino que dice todo en el modo recitativo.

¿No es verdad que nuestro Señor Jesucristo se sirvió de esas palabras en el modo del enunciado?. ¿A qué quiso remitir cuando utiliza el pronombre demostrativo?. Se puede responder de manera bastante pertinente que El ha designado el cuerpo que, bajo la forma de pan, vendría al fin de la enunciación. Así el pronombre remite al último instante de la formulación.

Parece a algunos que la forma del pan está indicado de manera que el sentido sea: “Bajo esto está mi cuerpo”. El tenor de la enunciación en lo que hace a “esto” se relaciona al último instante de la formulación: habiendo tenido lugar la transustanciación, el cuerpo de Cristo estaba ya (o iba a estar) en adelante bajo la forma del pan.

Otros dicen que el Señor ha utilizado estas palabras: “Esto es” en el sentido de “ se transformará enseguida en mi cuerpo”.

En cuanto a nosotros, no admitimos expresiones del género: “El pan será o se volverá el cuerpo de Cristo”, allí donde ese mismo pan no permanece más en sustancia. Aceptamos las palabras relativas a la transubstanciación en locuciones tales como éstas: “El pan será convertido, o transubstanciado, o transformado en cuerpo de Cristo”.

Algunos dicen con cierta razón que, en virtud de su poder (escondido) (oculto) el Señor instituyó el sacramento antes de pronunciar las palabras susodichas mientras bendecía. Seguidamente pronunció estas palabras en modo enunciativo para designar su cuerpo. Confirió su eficacia a las mismas de forma que la transubstanciación se obra mientras son  pronunciadas.

¿El sacerdote consagra si dice esas palabras a caballo, en ropa secular, a cualquier hora, con intención de celebrar el sacramento?. Se opina que pecaría gravemente, pero entretanto el sacramento habrá sido válido, porque la hora, las vestiduras y otras palabras pronunciadas antes o después, no afectan su sustancia.

Si con todo si él utiliza esas palabras como suyas propias y no de manera recitativa, la formulación es inválida y no tiene lugar la transubstanciación.

Estas, además de otras, son las objeciones que nos hacen los herejes: (están) pues abrumados por la gloria de Dios los que pretenden inquirir su grandeza y rehúsan aceptar lo que está reservado a la fe, o sea al espíritu Santo, el misterio que encierra este sacramento. Más aún, creen que pueden reducir a cenizas los huesos del rey de Edom.

Según algunos, mientras el pan es transubstanciado en el cuerpo de Cristo, está el pan y no el cuerpo o, a la inversa, porque el pan y el cuerpo no están en el mismo instante sobre el altar. A éstos respondemos: mientras que las palabras están siendo pronunciadas y hasta el último instante de su formulación, lo que es pan es transformado (transubstanciado) en el cuerpo de Cristo, éste no está aún sobre el altar hasta tanto no se concluyan las palabras. Esto acontecerá cuando el pan que ya no es pan, es transubstanciado en el cuerpo que está  se hace presente. Aunque la formulación sea sucesiva, la transubstanciación no se opera sucesivamente como sí por partes el pan fuera convertido en partes del cuerpo, sino que todo el pan es transubstanciado en todo el cuerpo.

La fracción del pan eucarístico

Algunos opinan que no importa que pequeña parte del pan sea transubstanciada al cuerpo entero, pues, realizada la fracción, el cuerpo de Cristo está todo entero bajo las especies, sin importar el tamaño de la forma.

El bienaventurado Jerónimo dice: “Cada uno recibe a Cristo el Señor, que está todo entero en cada parte”.

El bienaventurado Hilario dice: “Allí donde está una parte del cuerpo, éste está todo completo”, es decir una parte de la forma. Y agrega: “Para el cuerpo del Señor hay que usar la misma lógica que para el maná que lo anuncia en figura y sobre el cual dice el Señor: Aquél que nos recoja no tiene por ello más, y aquél que menos recoja no tiene por eso menos”. No se trata de cantidades visibles para tener mayor o menor estima de este misterio.

Objeción

Nos parece que, existiendo la forma en su integridad, el cuerpo entero está contenido bajo la forma entera y no bajo las partes de aquella, en efecto, no es bajo partes sin límites que está el Cristo en su infinitud (infinites).

Algunos sostienen  que no importa qué parcela de pan esté transustanciada en el cuerpo entero.

Respuesta

Desde que la fracción es operada comienza a estar entero bajo cada una de las partes, igual que una sola imagen se refleja en mi espejo intacto pero si este se quiebra, aparece en cada uno de los fragmentos.

El fuego dividido en muchas partes no disminuye, igualmente, el mismo cuerpo de Cristo esta en su integridad en cada parte de la forma. Por otra parte no existe medida común entre la forma y el cuerpo, y no se debiera comparar el cuerpo glorioso a la cantidad de la forma diciendo: la excede, es sobrepasada, es igual en dimensión. Aunque tenga siempre el mismo tamaño el sol es tan pronto ocultado por una gruesa nube como por una pequeña, igualmente, el cuerpo del Señor está contenido en su totalidad bajo la especie del pan, sea grande o pequeño.

La localización del cuerpo de Cristo

El cuerpo de Cristo no puede ser medido con la vara de un lugar corporal y visible, esté en un gran o en un pequeño copón, permanece allí en igual cantidad. Así El apareció al lado de los apóstoles, con todas las puertas cerradas y sin ser detenido por ningún obstáculo ni la división de los lugares a atravesar. Existe una relación entre la sutileza que le es propia y la naturaleza del alma, como el alma está presente en las diversas partes del cuerpo, así el cuerpo de Cristo es el mismo en los diferentes altares. En esto la gloria de su cuerpo trasciende a los otros cuerpos ya glorificados o que lo serán: estos cuando estén en un lugar no estarán en otra parte en el mismo momento, aunque les sea posible, en razón de su agilidad pasar en un “guiño” de un lugar a otro por alejado que esté. Así como las palabras de un hombre llegan al mismo tiempo a los oídos de muchos, igualmente Cristo está, en el mismo momento, enteramente en el cielo, y enteramente sobre el altar en el sacramento.

Siendo que el cuerpo de Cristo no tiene medida común con un lugar material y que no está circunscrito por él, es impropio localizarlo a menos que se quiera significar propiamente que está en un lugar glorioso.

Se dice que está en un lugar o que es “lugar”, no en el sentido que sea o esté de tal manera circunscrito a un solo lugar que no habría otros donde no esté contenido.

Siguiendo esta forma de expresarse, el cuerpo de Cristo está en distintos lugares y bajo diversas formas. Por consecuencia, aunque muchas hostias sean consagradas, si una se encuentra al costado o por encima de otra, tales expresiones pueden ser aceptadas. El cuerpo de Cristo está al costado o encima de si mismo, a menos que no está alejado, siguiendo la configuración de los diversos lugares y las diversas formas. Por lo cual se puede comprender lo que dijo el bienaventurado Gregorio: “En un solo y mismo momento, es llevado al cielo por el ministerio de los ángeles para ser asociado al cuerpo de Cristo y lo vemos sobre el altar ante los ojos del sacerdote”. Así, el mismo cuerpo, en la medida en que está bajo otra forma, se une a sí mismo.

Es inadecuado decir que se le ve sobre el altar: pues aquello que es el continente es atribuido a lo que está contenido, como cuando uno dice ver una mano envuelta  en un velo, cuando sólo vemos el velo.

Se pueden comprender de otro modo estas palabras: la Iglesia, cuerpo de Cristo, está unida por la virtud de tan grande sacramento al cuerpo de Cristo que está en el cielo. Del mismo modo se puede explicar estas palabras del canon: “Haz llevar estas ofrendas por las manos de tu santo ángel, arriba sobre tu altar del cielo, en presencia de tu divina majestad”. Dicho de otro modo: “Ordena que, por la virtud de este sacrificio, tu cuerpo, que es la Iglesia y que está designada por este misterio, sea llevada sobre tu altísimo altar y sea unido a tu cuerpo en el cielo”.

Estas palabras pueden relacionarse también a la devoción del celebrante y a las plegarias del pueblo. El sentido es entonces: “Haz llevar estas ofrendas”, es decir las oraciones del pueblo que implora, “sobre tu altar celestial”, es decir “en presencia de tu divina majestad”, a fin de que ellas te complazcan, “por las manos de tu santo ángel”, es decir por el ministerio de Cristo o bien de los ángeles que asisten al celebrante, como lo testifica el bienaventurado Gregorio: “Quien de los fieles podría dudar que en la hora de la inmolación los cielos se abren a la voz del sacerdote, que los coros de ángeles asisten a este misterio, que lo muy bajo está unido a lo muy alto, que lo terrestre se junta con lo celestial”.

Igualmente cuando se dice en el canon: “Sobre estas ofrendas dígnate echar una mirada favorable y benevolente, acéptalas como han querido aceptar los presentes de tu servidor Abel el justo, etc.”, estas palabras se refieren a la devoción y al mérito del celebrante. El Cristo ofrecido sobre el altar del Padre es más agradable a Dios que las ofrendas de Abel, de Abraham o de Melquisedec.

Sustancia y accidentes

Pero he aquí que el herético objeta y acorrala. ¿No vemos algo blanco y redondo en el sacramento del altar? Eso mismo es percibido por el gusto y susceptible de ser tomado en tal cantidad que alguien pueda saciarse o embriagarse. Puede ser quemado, podrido, ser roído por los ratones o, una vez comido, ser expulsado por vómito. Y otras cosas semejantes que los impíos gustan de oponer a los fieles, olvidando el poder de Dios y el hecho de que la naturaleza cede ante los milagros.

El apóstol nos dio un sabio consejo: no conocer más de lo conveniente sino gustar sobriamente el placer de saber. Igualmente ha dicho el sabio: no busques aquello que está por sobre ti, no escrutes lo que sobrepasa tus fuerzas. Piensa siempre en lo que Dios ha prescripto y no tengas la curiosidad de examinar la mayoría de sus obras. Por ese poder el ha hecho todo de la nada, el habló y todo existió, el mandó y todo ha sido creado, el convirtió a la mujer en estatua, la varilla en serpiente, las aguas en sangre. Este poder puede cambiar el pan en su cuerpo y el vino en sangre. Si la palabra de Elías ha hecho descender el fuego del cielo ¿la palabra de Cristo no tendría la fuerza de convertir el pan en su cuerpo?. Es mucho más grande procrear a partir de la nada lo que no existe que transmutar aquello que existe en otra cosa. Es incomparablemente más grande que Dios se haya hecho hombre, sin dejar de ser Dios, que ver el pan volverse carne sin dejar de ser pan. Por el trabajo ¿no es la tierra transformada en hierro, la ceniza en vidrio?. Gracias a la naturaleza, ¿el alimento no se transforma en carne, y el huevo en pájaro?.

Nosotros entonces respondemos  a los herejes, que operada la transustanciación, las formas del pan y del vino permanecen sin sustancia (sine subiecto) no obstante el curso habitual de la naturaleza. En efecto, no están ni en el cuerpo de Cristo, ni en el aire como sustancia, sino que asisten al cuerpo de Cristo y hacen el límite con el aire ambiente.

El cuerpo de Cristo glorificado que no puede ser visto por el ojo del hombre, ni tocado por su mano, no sería percibido más que bajo formas sensibles. Una verdadera blancura se ve, un verdadero sabor se gusta, no hay allí nada imaginario. Sin embargo, el blanco no es visto y tocado porque ninguna sustancia esta provista de esa blancura.

 La  forma es tocada, dividida, deshecha; se echa a perder y se corrompe, es reducida a cenizas o roída, mientras que Cristo permanece en su integridad e inmutabilidad y no recibe ninguna mancha, como el rayo de sol que atraviesa un lugar impuro sin ser manchado. Nosotros no negamos que se puede ser saciado, sustentado, hasta embriagado por las formas eucarísticas pues, más allá del sacramento, alguien puede embriagarse por el solo olor del vino. Se dice que en Oriente  hay hombres a quienes sacia  el solo aroma de un fruto.

Está escrito, sin embargo, que dudando un sacerdote de la verdad de este sacramento, tomó en gran cantidad  después  de la consagración, la forma del pan y del vino. Como no tomó ningún otro alimento durante muchos días, casi desfalleció por debilidad y agotamiento. El Señor actuó especialmente  así en él para confirmarlo en la fe.

La forma eucarística es saboreada, sentida, triturada por los dientes. Sin embargo el cuerpo de Cristo no desciende al estómago; pasa de la boca al corazón. Es comido pero no consumido. La presencia corporal no desaparece, mientras los sentidos corporales son susceptibles  de percibir las formas eucarísticas.  El Cristo está allí con su presencia  corporal tanto como se puede ver, sentir, tocar. Llegado a su fin el ciclo de los elementos, cuando las especies dejaron de existir, no sostenemos ya que  el Cristo está corporalmente presente. Así, pues, luego de una cremación, el cuerpo de Cristo no está bajo las cenizas.

Sin embargo hallamos que el cuerpo de Cristo es fraccionado, dividido en tres  partes, triturado por los dientes. Estos y otros términos que  indican alteración, no deben ser relacionados con la sustancia incorruptible e impasible del cuerpo de Cristo, sino a la forma. Esas palabras que expresan la acción de tomar convienen perfectamente al cuerpo de Cristo cuando es tomado, recibido, comido.

Tales expresiones convienen perfectamente al cuerpo de Cristo cuando es tomado, recibido, comido. Así se defendió Berenguer ante el papa Nicolás para dar más fuerza a sus proposiciones, al ser sospechado de herejía:  “El cuerpo de Cristo es tocado y dividido por las manos del sacerdote, molido por los dientes”

Cuando fue dicho: “Comed todos de él”, está claro que estas palabras se refieren a la carne pero la preposición que significa una división,  se refiere a la forma, como si hubiera dicho “comed el cuerpo entero bajo una forma dividida”.

Cualquiera sea la cantidad de pan transformado en cuerpo de Cristo, ello no lo aumenta en nada; del mismo modo que es comido todos los días  sin ser disminuido. Como la viuda de Sarepta que consumía cada día harina  que no por eso disminuía. El Cristo es recibido sin ningún menoscabo, comido sin ser afectado en su integridad. “Comido está vivo, como muerto está resucitado.”

En la naturaleza existen dos formas de mutación: una se relaciona con los accidentes, por ejemplo, la sustancia permanece igual aunque el blanco cambie en negro, o el que está sano, enferma; otra se refiere a la sustancia y sobreviene  cada vez que los elementos sustanciales  dejan de estar y permanece la materia prima (materia), así cuando el aire se transforma en fuego o la harina y el agua en pan.

Una tercera mutación se opera de manera admirable  en este sacramento. En efecto, la materia del pan no permanece, incluso deja de estar como forma sustancial  de aquél. Así como la paridad no se transforma en humanidad, la materia original del pan no pasa  a su cuerpo ni le es agregada y no se confunde con la corporeidad de su propia materia. Nada de esto agrega algo al cuerpo de Cristo, sino que deja de ser en tanto que son sustancia y materia del pan. Sin embargo, como los accidentes permanecen como aquellos bajo los cuales está contenido  el cuerpo de Cristo, se dice que el pan es convertido en el cuerpo de Cristo.

Objeción

A algunos les parece que el pan, en tanto fue materia, se transforma en cuerpo de Cristo y es unida milagrosamente a la materia del cuerpo de Cristo, sin ningún acrecentamiento de éste, el pan en tanto fue materia y sustancia  cesa completamente de ser. Si es reducido a nada y si comienza entonces a ser el cuerpo de Cristo, no les parece que se opere así una transustanciación del hecho que el cuerpo de Cristo suceda al pan que fue y que dejó de ser.

Sucede como con el agua que reemplaza al vino en una garrafa, nada de ese vino se transforma en agua, sino que deja completamente de ser. ¿Quién a causa de esto, soñaría con decir que el agua ha sido producida a partir del vino? Más bien que el agua ha sucedido al vino.

Se dice entonces esto: para que se opere la conversión o transustanciación del pan en el cuerpo de Cristo, es necesario que aquello que era pan deje de ser pan – por desaparición de su sustancia – y que comience a ser lo que es el cuerpo de Cristo o lo que es la materia del cuerpo de Cristo.

A esta manera de ver, el bienaventurado Ambrosio parece dar su acuerdo cuando dice: “Si hay tal fuerza en la palabra del Señor Jesús que comienza a ser lo que no era, cuanto es aun más eficaz para hacer que lo que era exista y sea cambiado en otra cosa. Así lo que era pan antes de la consagración es, después de la consagración el cuerpo de Cristo. En consecuencia debe admitirse que lo que es el pan será el cuerpo de Cristo.

Sin embargo, no se debiera decir que el pan será el cuerpo de Cristo, puesto que dejará de ser pan. Siguiendo esta opinión si se admite que lo que es pan deja de serlo y deviene carne, parece que Cristo va a encarnarse: y así parece que cada día tendrá lugar una nueva encarnación.

Respuesta

Por nuestra parte,  conforme a la primera opinión según la cual la sustancia del pan deja de ser, tanto como su materia, y permanecen los accidentes en apariencia, sin sujeto (sine subjecto), nosotros entendemos así la proposición de Ambrosio: “Esto que era y ha sido cambiado en otra cosa”, es decir que todo no está aniquilado sino que permanecen los accidentes. Del pan, en efecto, permanecen el color, el sabor, la forma redonda, el olor, y sin embargo, ha cesado de ser. He aquí lo que dijo: “Esto que era pan antes de la consagración es, después de la consagración, el cuerpo de Cristo”, es decir que es cambiado en el cuerpo de Cristo. Se dice que es cambiado en cuerpo, como los gramáticos dicen que homo es derivado de humo, siendo la u cambiada en o, no fue una vocal puesta, hablando propiamente, ser cambiada por otra sino porque en lugar de una vocal se pone otra, permaneciendo las restantes letras en común en una parte y en la otra. Así, en el lugar del pan que ha dejado de ser, mientras los accidentes permanecen, Cristo desciende sobre el altar. Y es bajo esos accidentes  que es tomado por el sacerdote.

Sin embargo, parece mas seguro creer simplemente en la conversión o transustanciación del pan en el cuerpo de Cristo, que es lo admirable y milagroso, y no discutir el modo de esta conversión. Igual que confesamos simplemente que el hijo se ha hecho carne; nadie en esta vida puede comprender ni entender plenamente el modo de la encarnación (unión de la divinidad con la humanidad). Y como dijo Juan: Yo no soy digno de desatar las correas de sus sandalias.

Concomitancia de la consagración del pan y del vino

Aun cuando hablando propiamente el Cristo sea recibido enteramente en el sacramento, sin embargo no se puede decir que el pan es, hablando apropiadamente, cambiado en otra cosa que la carne. Si encontramos que alguna otra cosa está cambiada en Cristo, esta manera de hablar sería para comprender como dicho fortuitamente o a título de imagen (per synodochen), en razón de la parte y no del todo. A la inversa, se dice que la carne de Cristo es fuente de salvación para aquél que la recibe dignamente, se toma entonces la parte por el todo, es decir que Cristo es fuente de salvación si es tomado dignamente según la carne, de otra manera, la carne no es provechosa en absoluto.

El cuerpo de Cristo no puede existir sin tener sangre, no puede existir sin alma. Como el pan no se cambia en sangre ni en alma, la carne no está sobre el altar si faltan la sangre y el alma. La carne no puede, tampoco, ser tomada si la sangre no está. Sin embargo no es por esta razón que la sangre es consumida o bebida. Es tomada bajo la especie del vino, con un fragmento del pan. No se dice por tanto, que el vino es bebido pues no es tomado por él mismo en su sustancia líquida y no es el vino, sino el trozo de pan que es comido.

De la misma manera, el vino es cambiado en sangre solamente y no en carne. No es sangre pura lo que está en el cáliz, sino Cristo entero con su alma y su cuerpo. La sangre, en efecto, no puede jamás existir sin cuerpo. Cuando la sangre es bebida,  es el cuerpo de Cristo que es tomado. No es comido, sin embargo, dado que no es masticado, no es bebido, dado que no es una sustancia líquida. Se dice que es tomado por medio de la sangre con la cual permanece inseparablemente.

Es pues evidente que Cristo entero es tomado: en primer lugar cuando su cuerpo es comido, en segundo lugar, cuando la sangre es bebida. No decimos que es recibido dos veces, o que alguien comulga dos veces en un día, a causa de la pequeña distancia o el modesto intervalo de tiempo. Del mismo modo que no decimos que come dos veces aquel que toma su alimento una primera y una segunda vez con una pequeña pausa o interrupción.

Aunque el cuerpo no sea bebido, ni la sangre comida, pues no se bebe bajo la especie del pan ni se come bajo la del vino, la sangre es recibida cuando primero se come y el cuerpo lo es cuando enseguida se bebe. En consecuencia, el pan no debe ser consagrado sin el vino, ni el vino sin el pan.

En cuanto a la cuestión de saber si el pan puede ser transustanciado, en principio, sin el vino, como está dicho: Este es mi cuerpo, o enseguida cuando dice: este es el cáliz de mi sangre y el vino es transustanciado en sangre, la duda no es menor. Algunos de nuestros maestros dicen que el pan no puede ser consagrado sin el vino, ni el vino sin el pan. En esta materia, es preciso observar la institución por el señor y, según ella, la transustanciación no se hace sucesivamente, sino cuando todo está dicho, cuando todo está hecho.

En consecuencia, si el sacerdote muere después de haber pronunciado las palabras: “Este es mi cuerpo” no habría sacramento.

Si por azar no se pone más que agua pura en el cáliz, ella permanecerá en estado puro al fin de la comida, aun cuando sea pronunciada la fórmula sobre el pan con la intención de que sea eficaz: Este es mi cuerpo.

En fin, si no encuentra mas que agua pura en el cáliz, antes mismo de tomarla, deberá, después de haber puesto vino, volver a decir las palabras de la consagración sobre el pan y recomenzar a partir del principio.

Esta opinión parece ir en contra de lo que se dijo en el concilio de Toledo: “Cuando un sacerdote celebra, si debe interrumpir por razones de salud, que otro lo reemplace a fin de acabar el sacrificio”. A lo que parece, en el caso de que un sacerdote se detiene por enfermedad después de haber pronunciado la fórmula y si otro lo reemplaza, debería limitarse a acabar lo que falte hacer. En otras palabras, el pan fue transustanciado por el ministerio del primer sacerdote.

Esta posición parece estar de acuerdo con el texto del evangelio. Mateo dijo, en efecto: Durante la comida Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo dividió  y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y comed, este es mi cuerpo. Tomando el cáliz, dio gracias y se los dio diciendo: Bebed todos, pues esta es mi sangre, la sangre de la nueva alianza. Así, pues, parece que el Señor ha consagrado primero el pan transustanciado en su cuerpo y lo ha dado a sus discípulos. Después consagró el vino y les dio su sangre.

En cuanto a Marcos, relata que el Señor ha instituido este sacramento y lo ha dado a los discípulos, según el mismo orden. Igualmente, después de haber narrado que el Señor ha bendecido el pan y lo dio a sus discípulos, Lucas concluye: Igualmente, después de comer tomó la copa diciendo: Esta copa es la nueva alianza en mi sangre.

Mi espíritu se inclina mas a favor de esta opinión, a saber que el pan es transustanciado primero en el cuerpo de Cristo, cuando son dichas esas palabras: Este es mi cuerpo. Tal parece ser la tradición de la Iglesia: Se levanta, en efecto, la eucaristía después de haber dicho la fórmula, no es el pan que es adorado sino Cristo mismo. La elevación no debe tener lugar antes de que se digan las palabras, por miedo de que el simple pan sea adorado por el pueblo.

Si bien uno puede ser consagrado sin el otro, pensamos que sería pecar gravemente, si uno consagrara el pan sin el vino, o inversamente.

Siguiendo una y otra opinión, es más seguro que el sacerdote en caso en que no encontrara vino en el cáliz, antes de comulgar, ponga el vino, luego saque la hostia, ponga otra, bendiga el pan y el vino y, después de haber comulgado, que tome la primera hostia.

¿Qué debe hacer el sacerdote que encuentre el cáliz vacío después de haber consumido la forma del pan? Según aquellos que dicen que el pan no puede ser consagrado sin el vino el sacerdote ha roto el ayuno comiendo el simple pan. Debe entonces consagrar otra hostia con el vino, pero no debe comulgar el sacramento ese mismo día. Según otros, que ponga vino en el cáliz, que lo consagre y tome el sacramento de la sangre bajo la especie del vino.  

Objeciones y opiniones a propósito de la eucaristía

El hereje objeta todo esto.

En la Cena, el cuerpo de Cristo es pasible, denso y mortal. ¿Cómo entonces, pudo ser comido por los discípulos?

En realidad, no era aún comestible, porque no había sido aún consumido por el fuego de la pasión. Sin embargo, fue comido, igual que como el se tenía a él mismo milagrosamente en sus manos bajo las especies del pan y el vino. Uno no diría de un hombre rubicundo, que es pálido, aún cuando haya palidecido momentáneamente. Del mismo modo, El fue comido aunque no era comestible. Tal como David, ante Achis, rey de Geth, llevado por sus propias manos, en figura, así el verdadero David, es decir, el Cristo, llevó a la Cena su cuerpo en sus propias manos. El dio, sin embargo, su cuerpo tal como era, es decir pasible, pero que aún no había sido probado (nec patiebatur), bajo la especie del sacramento. Esto fue un milagro del poder divino: igualmente, cuando no había sido aún glorificado, salió milagrosamente del seno de la Virgen, sin afectar la integridad de la Madre.

Pero, dice el hereje, si uno de los discípulos hubiera guardado una partícula en un copón hasta la hora de la cruz y de la muerte, el Cristo que murió en la cruz ¿muere también en el copón?

¿Quién osaría decir, en verdad, si esto hubiera ocurrido, que estaría muerto en el copón, en el sacramento? Pues su alma se habría retirado de su cuerpo, el no habría sido ni matado ni herido en ese copón, es decir bajo la especie del sacramento. Yo no podría aceptar tales proposiciones que expresan por su tenor una transposición de la pasión. Están también aquellos que explican la pasión en su naturaleza como: El murió, El sufrió bajo la especie del sacramento.

El hereje objeta aún. Y si un sacerdote ha consagrado el pan y el vino, el sábado, diciendo: Este es mi cuerpo, este es el cáliz de mi sangre, etc. ¿Cristo estaría al mismo tiempo muerto en el sepulcro y vivo en el sacramento? Así, sería resucitado de entre los muertos por la palabra del sacerdote.

Nosotros respondemos a este hereje que en el tiempo de la muerte de Cristo, nadie podía celebrar el sacramento empleando tales palabras. Habría que ir al encuentro de la institución por Cristo: El transustanció el pan en cuerpo animado y ha instituido la transustanciación futura. Ciertamente, habría podido, si hubiera querido conferir una fuerza suficiente a las palabras para que a su enunciación el pan fuera transustanciado en un cuerpo inanimado: de esta manera, el sacramento podría haber sido celebrado durante los tres días.

Entre nuestros maestros, se han encontrado muchos que dicen que en la Cena, Cristo ha dado a sus discípulos su cuerpo impasible. Aunque fuera pasible bajo la especie de la carne, El revistió por un tiempo la impasibilidad y la inmortalidad a fin de ser impasible bajo la especie del sacramento. Él ha revertido, en efecto, lo que ellos afirman, y ha manifestado en El, antes de resucitar, las cuatro propiedades de un cuerpo glorioso: la claridad sobre la montaña, la agilidad cuando se pone sobre el mar, la sutileza cuando sale del seno de la Virgen, la impasibilidad a la hora de la Cena.

¿Cómo puede comprenderse entonces que Cristo, según una misma naturaleza, fuera a la vez pasible e impasible? No parece verdad que el prefijo ponga aparte sea el poderío sea la aptitud, pues él era a la vez poderoso y capaz de sufrir. Nuestros maestros conceden esto: si una parte del sacramento hubiera sido conservada durante estos tres días simultáneamente el Cristo habría sufrido sobre la cruz y no habría sido afectado en nada bajo la especie del sacramento, habría reposado muerto en la tumba y habría continuado vivo bajo la especie del sacramento.

Pero ¿cómo podemos comprender que, según la misma naturaleza, El haya podido simultáneamente estar muerto y vivo?

Según la primera opinión nosotros decimos: en la Cena, El no revistió la impasibilidad, sino que en tanto fue pasible, no fue probado. Esto fue un milagro, no una cosa natural.

Igualmente, cuando caminó sobre el mar, no asumió la agilidad, no se libró de su peso. El milagro consistió en que el agua soportó el peso  de su cuerpo.

En Navidad, el no asumió la sutileza. El milagro consistió en esto: teniendo un cuerpo, El salió milagrosamente del seno de la Virgen sin dolor para su Madre y sin afectar su integridad.

En el monte Tabor, una luz atravesó el aire. El Espíritu Santo se mostró bajo la forma de una paloma. Así, Cristo cuidó su propio color, en cuanto hizo aparecer una claridad entorno suyo. A menos que se diga: asumió una forma accidental en la superficie de su cuerpo, a saber, esta claridad sin abandonar de esta manera su forma natural. Igualmente, tomó el aspecto de un peregrino, sin abandonar por esto su naturaleza de cuerpo glorioso. De manera semejante, un hombre puede enrojecer temporalmente mientras que su tono natural es pálido. Cristo no se apareció a sus discípulos como un fantasma, como una vara quebrada en el agua, o como se produce en las giras de los magos, El apareció en la verdad de lo que era realmente. Cristo apareció a los discípulos, en verdad, bajo el aspecto que tenía antes.

La intención del ministro del Sacramento

Igual que la forma de las palabras, la intención es requerida para que se opere el sacramento.

Si alguno, ordenado hace poco, pronuncia las palabras y hace los signos sobre el pan y el vino, con la intención de instruirse y a manera de ejercicio, no realizará con este hecho, el sacramento.

Aunque crea en la virtud del sacramento, el hereje realiza los sacramentos, si ha recibido la orden del sacerdocio y pronuncia las palabras debidas, con la intención de hacer lo que hace la Iglesia. Lo hemos dicho antes a propósito de aquel que es bautizado por un pagano o un hereje según la forma prescripta por la Iglesia.

Primera cuestión

Está claro que el sacerdote no celebra a partir de hostias puestas aparte sobre el altar, dado que no dirige su intención hacia ellas.

Si se supone que el sacerdote ponga delante suyo muchas hostias cerca del cáliz con la intención de celebrar a partir de ellas y que, por azar, una hostia se desliza bajo el mantel del altar, ¿es ella consagrada con las otras? No parece, pues él tiene la intención de consagrar solamente aquellas que ve delante suyo.

Sucede lo mismo, parece, si el sacerdote pone once hostias sobre el corporal creyendo haber puesto diez solamente. No consagra más que diez, porque no dirige su intención sobre una cantidad mayor. Pero, dado que cada una de las hostias es onceava según el sentido en que se cuenten, no hay una que sea más consagrada que otra.

Respuesta

He aquí lo que se debe responder, a nuestro parecer a esta clase de proposición. El sacerdote no consagra la hostia caída, sin saberlo él, bajo el mantel del altar, igual que aquella que quedó aparte en un costado del altar.

Sin embargo, todas aquellas que están colocadas ante él, aún cuando él no las vea todas e ignore su cantidad, nosotros decimos que las consagra porque dirige su intención sobre ellas en general. Aunque no tuviera una intención particular por una u otra, tiene una intención común para todas.

En cambio, si se propone consagrar una sola y dos están puestas juntas por haberse pegado fortuitamente una a la otra, nosotros creemos que él consagrará solamente aquella sobre la cual puso su intención.

De lo que precede, resulta que el sacerdote puede consagrar una hostia que no ha visto, cuando muchas son consagradas al mismo tiempo bajo una intención común.

Segunda cuestión 

Si el sacerdote está un poco alejado del altar cuando pronuncia las palabras sobre el pan con la intención de consagrarlo se puede plantear la pregunta: ¿y la proximidad o el alejamiento forman parte de la sustancia del sacramento?

Parece que no. Un sacerdote tiene el hábito de poner la hostia bastante lejos, cerca del medio del altar. Si se aleja y se encuentra en medio de la iglesia, ¿podrá consagrar el pan depositado sobre el altar? Admitámoslo. Entonces, por la misma razón si se encuentra en la puerta de la iglesia, o al exterior, y si pronuncia las palabras con la intención de celebrar, ¿podrá consagrar el pan puesto sobre el altar, por alejado que esté? Igualmente, parecería que, permaneciendo en el mismo lugar, podría celebrar los sacramentos sobre todos los altares de esta región.

Respuesta

Nos sentiríamos inclinados a descartar tales preguntas u otras semejantes, como ociosas e indiscretas, si no fuera necesario contestar a las preguntas inoportunas de los herejes.

Entonces nosotros les respondemos que ni el alejamiento ni la proximidad modifican la sustancia del sacramento. Sólo se exige la presencia del pan y del vino.

A quien pregunta sobre la distancia a partir de la cual una persona es considerada como presente o ausente, que se pregunta a partir de cuántos cabellos caídos se decide que alguien es calvo o cuántas palabras es necesario pronunciar para ser tratado de charlatán o qué cantidad de bebida es necesaria para hacer un ebrio.

Si él celebra según la forma de la Iglesia, lo hace válidamente, sea hereje infamado, excomulgado o irregular. De donde viene la fórmula: “Fuera de la Iglesia no hay lugar para un verdadero sacrificio”. Lo que quiere decir: si es ofrecido en contra de la forma de la Iglesia. O bien, por esta razón, se dice que no es meritorio para tales personas el celebrar el sacramento.

La celebración de la Eucaristía

Quien celebre indignamente, come y bebe su propia condenación, es decir, quien está en pecado mortal, o es irregular, excomulgado, degradado, epiléptico, loco o adolece de un enorme vicio corporal.

Si se trata, sin embargo, de un pecador oculto, podemos oír su misa. Si es notoriamente conocido por casos determinados y prohibidos no debemos participar en los sacramentos, por ejemplo si mantiene públicamente una concubina. Se dice notorio aquel cuya culpabilidad está probada y que ha confesado ante la justicia, o cuyo crimen es conocido por la multitud de tal suerte que no pueda negarlo de ninguna manera.

No debemos oír la misa de un hereje, ni recibir el sacramento de su mano, aunque sea en situación de muerte, en razón del carácter pernicioso de tal ejemplo y de miedo de parecer que se consiente en ello. Por otra parte, mas valdría morir sin viático.

Nadie debe celebrar si se encuentra en situación de pecado mortal, igualmente aquel que tiene conciencia de un pecado mortal, no debe dar a nadie el sacramento del altar.

Quienquiera que se encuentre en ese estado no debe ocuparse de la eucaristía o tocarla, si no es en caso de peligro de muerte y que nadie pueda darle el viático a un enfermo, o por respeto, si quiere levantar el cuerpo del Señor caído en tierra.

Celebrar el sacramento es un acto mas elevado en dignidad que recibirlo. En efecto, es mas digno celebrar que recibir: testimonia mas desprecio y ofensa ante aquel que cae de mas alto.

El diácono no puede dar el sacramento de la eucaristía a nadie, salvo si hay peligro de muerte y el sacerdote está ausente.

En caso en que un sacerdote que celebra la misa no tenga mas que una hostia, antes de comulgar él mismo, si un enfermo en peligro de muerte solicita el viático, el sacerdote puede reservarle una de las tres partes de la hostia. Pues, si bien es obligatorio dividir la hostia en tres, no lo es, en este caso, consumir las tres.

Es porque el cuerpo de Cristo es tripartito que se divide la hostia o la forma de la eucaristía en tres. La ofrenda hecha  en el sacramento del altar en que el Hijo es presentado al Padre, es acción de gracias por aquellos que están salvados, sufragio por los difuntos presos aun de los tormentos del purgatorio, remedio para los vivos aun expuestos a los peligros de este mundo. Los vivientes que es posible significar por la partícula mezclada a la sangre en el cáliz, por el hecho de que están aún bajo el dominio de las prensas de este mundo. La sangre simboliza la vida del alma en el cuerpo, pues la vida – o el alma – está en la sangre. El cáliz designa las tribulaciones de esta vida mortal, según está escrito: ¿podéis vosotros beber el cáliz que yo voy a beber?

Desde otro punto de vista, la partícula puesta en el cáliz puede designar el cuerpo de Cristo resucitado de entre los muertos. Como se ha dicho antes, el pan se refiere a la carne y la sangre al alma. La conjunción de la forma del pan y la del vino significa la unión del cuerpo y el alma de Cristo resucitado.

Primera cuestión

Un solo sacerdote puede consagrar juntas muchas hostias, e igualmente muchos sacerdotes pueden celebrar a partir de la misma hostia.

Los sacerdotes cardenales acostumbran asistir al Soberano Pontífice en el sacramento del altar y celebrar simultáneamente con él. Si uno de ellos dice las palabras de la consagración antes que los otros, ¿es entonces que el pan es transustanciado en el cuerpo de Cristo? Si es así los otros no consagran y parecen así ser traicionados en su piadosa intención, pues todos creen igualmente estar celebrando.

Respuesta

Nuestros maestros dicen que las intenciones y las palabras de cada uno son referidas a las palabras del obispo, celebrante principal.

Pero si se dice que la transustanciación se opera en la primera enunciación, la intención de los otros celebrantes no sería traicionada porque lo que ellos se proponían hacer está realizado.

El orden y la eucaristía

El orden es exigido en aquel que celebra el sacramento del altar. Ciertamente, el orden  no es requerido por dar el bautismo, pues se trata de un sacramento general y de estricta necesidad.

Numerosas autoridades consideran que los herejes no cumplen el sacramento: lo que hay que entender en el sentido de que ellos no ofician para sí mismos, es decir para su utilidad personal. Que un sacerdote sea herético o culpable de algún grave pecado, si celebra, hay sacramento, pues la virtud de este no depende de los méritos del oficiante.

El bienaventurado Agustín dijo: “En el seno de la Iglesia católica, en cuanto al misterio del cuerpo de Cristo, nada de más es operado por un buen sacerdote, nada de menos por un mal sacerdote, pues este misterio resulta no del mérito de aquél que consagra, sino de la palabra del Creador y de la fuerza del Espíritu Santo”.

Así habla Agustín y es la razón por la cual no se dice simplemente que el sacerdote “hace” sino que “hace con” el Sacramento. En efecto, Cristo opera este Sacramento por su propio poder, el sacerdote coopera como ministro. Se dice también que el Sacramento es “hecho con” porque resulta de dos elementos.  El bienaventurado Agustín dice: “He aquí lo que decimos y nos esforzamos en demostrar por todos los medios. El Sacramento de la Iglesia está hecho de dos partes, está compuesto así: la especie visible de los elementos, la carne y la sangre invisible de Nuestro Señor Jesucristo, es decir el signo y la realidad del signo, como la persona de Cristo que unió Dios y el hombre”.

Si alguien recibió un día la ordenación sacerdotal, no puede jamás perder ese carácter. Si celebra según la forma de la Iglesia, lo hace válidamente, sea hereje, degradado, excomulgado o irregular.

La recepción de la eucaristía

Todo revela a quien lo examina con atención cuan provechosa es el alma que la acoge dignamente la virtud del ministerio conmemorado (virtus memorati sacramenti).

A menudo caemos, a menudo pues, debemos recurrir a este remedio contra las recaídas en el pecado y las faltas cotidianas. Pero si nuestro espíritu permanece disponible para el pecado, la recepción de la eucaristía no cura, por lo contrario agrava el caso.

Frecuentemente es preciso comer el cordero con hierbas amargas, es decir, con contrición del corazón, a fin de que a la salida de Egipto seamos protegidos del ángel devastador.

El bienaventurado Agustín dice respecto a tomar la eucaristía cotidianamente: “yo no apruebo ni censuro, pero aconsejo hacerlo todos los domingos”.

Yo hablo así porque algunos se abstienen, lo más a menudo por temor y reverencia, considerándose indignos en su humildad, a ejemplo del centurión que dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Otros por devoción y deseo se acercan a menudo en imitación de Zaqueo que acogió al Señor con alegría, mientras que otros, en razón de un uso frecuente, se acercan sin respeto y con una menor devoción.

Algunos sacerdotes osan celebrar dos veces por día por avidez. Contra ellos el papa Alejandro declara: “Basta al Sacerdote celebrar una misa por día, pues Cristo sufrió una sola vez la Pasión. Muy feliz es aquel que puede celebrar con dignidad una sola vez. Sin embargo en caso de necesidad, una segunda misa para los difuntos puede ser celebrada, en lugar de una de otro día”. Igualmente, en Navidad, un sacerdote puede celebrar tres misas, a condición, sin embargo de que las abluciones sean reservadas a la última misa.

Ciertamente, en la Iglesia primitiva, los fieles comulgaban todos los días. En número creciente, fueron tomando el hábito de comulgar los domingos solamente. Más tarde aún, la caridad de muchos se fue enfriando y pareció prudente que el pueblo comulgara tres veces al año.

Para evitar peligros, no se debe dar la eucaristía a los laicos bajo la especie de la sangre. Lo que dijo el Señor: Si no bebéis la sangre del Hijo del hombre, no tendréis la vida en vosotros, puede ser interpretado de dos maneras: que sea tomada con el cuerpo o que se crea que debe ser bebida.

Que el sacerdote cuide por sobre todo que ninguna gota de sangre se derrame por negligencia. Si la eucaristía bajo la forma del pan o de la sangre cayera en tierra, habría que raspar el piso con cuidado, lavarlo con vino o con agua, o quemarlo, siendo depositada la ceniza en la piscina (en el lavatorio de la sacristía) o recogida en una sustancia líquida.

Si la eucaristía cae sobre una vestimenta, se cortará y lavará cuidadosamente la parte alcanzada, se beberá el agua de la ablución. Luego, esa parte será quemada y la ceniza será puesta en la piscina o recogida en una sustancia líquida.

Si la sangre cae sobre la hijuela del altar o sobre el corporal, es necesario lavar cuidadosamente y beber el agua de la ablución. El corporal será quemado o dejado aparte en el santuario con las reliquias. La parte del mantel del altar sobre la cual corrió la sangre será cortado y quemado o puesto aparte en el santuario.

Si después de la recepción del sacramento, un enfermo es atacado de vómitos, se debe recoger con mucho cuidado en un recipiente apropiado lo que ha sido expulsado. Si es posible sin repugnancia, debe tomárselo con mucha agua y vino, o quemarlo, consumar la ceniza con alguna sustancia líquida o ponerla en la piscina.

El sacerdote velará atentamente de no celebrar los sacramentos en recipientes de cobre que puedan provocar vómitos a causa de la oxidación. Está estipulado en los cánones que el sacerdote no se atreva a celebrar la misa en un cáliz de madera o de vidrio.

Si una mosca o una araña cayera en el cáliz, no es prudente, por el peligro de vomitar, absorber la mosca o la araña con la sangre. El sacerdote debe entonces lavar con cuidado y repetidas veces la mosca y la araña y beber el agua de la ablución. Lo que fue lavado será quemado, la ceniza depositada en la piscina o recogida en una sustancia líquida.

Algunos sacerdotes han tragado alguna vez una mosca o una araña con tal fe que no experimentaron ningún inconveniente.

Yo, por otra parte, he oído hablar del caso de uno de ellos que había tragado una araña con la sangre. Como se le hizo una sangría, unos días después, la araña salió viva e intacta de su brazo con la sangre.

Las especies eucarísticas (forma sacramenti) no deben ser conservadas más de ocho días: a causa del envejecimiento es necesario renovarlas cada siete días.