HISTORIA OCCIDENTAL

Historia Occidentalis

Jacques de Vitry

Traducción de José María Lodeiro

CAPITULO XXXVII

LOS SACRAMENTOS. EN PRIMER LUGAR EL BAUTISMO

Hay siete sacramentos principales en la Iglesia: bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia, matrimonio, extremaunción, consagración.

A excepción del matrimonio  todos, en la medida de lo posible, realizan lo que figuran y persiguen el acrecentamiento de la gracia, a menos que sea impedido por la indignidad de quien lo recibe; en este último caso, la gracia de los sacramentos no cumple su fin, porque fueron instituidos para significar y santificar. En el matrimonio, en cambio, no hay un acrecentamiento de la gracia  en virtud del sacramento, pues sirve sólo  de remedio a la debilidad de la carne, del mismo modo que al monje se le permite comer carne  y, si está enfermo, tomar baños.

Hay sacramentos  voluntarios como  el matrimonio o el orden para los clérigos. Los otros cinco sacramentos son necesarios, en tanto puedan ser celebrados  en el lugar y tiempo prescripto. En el caso que se los desprecie, sin ellos no hay salvación.

Dos son de primera y estricta necesidad: el bautismo y la penitencia. No hay salvación para los muy pequeños sin el bautismo; sin la penitencia, no hay salvación para los que pecaron gravemente. Estos dos sacramentos no pueden ser impedidos por ninguna  interdicción. Sin los otros sacramentos es posible la salvación  a  condición de que omitirlos no se deba a desprecio.

Los dos sacramentos voluntarios son especiales;  los otros cinco son   generales; se les puede recibir   en todo tiempo y lugar.

EL CARÁCTER SACRAMENTAL

Conviene señalar que algunos sacramentos han sido instituidos no sólo como remedio o para aumentar la gracia, sino también para  distinguir (marcar): imprimen un signo, imprimen carácter (signum  sive caracter).

Como ese signo no puede ser destruido, aunque se pierda la gracia por el pecado, esos sacramentos no pueden ser reiterados, “sin hacerles entonces  injuria”. Así es para el bautismo, la confirmación y el orden.

Los otros sacramentos que no fueron creados para distinguir  y no imprimen la marca del carácter, pueden ser reiterados: así la eucaristía, la penitencia, la extremaunción y el matrimonio que son remedio para la debilidad cotidiana  y contra las caídas  por nuestra fragilidad.

El carácter está impreso en los tres sacramentos antedichos, según está escrito: De la tribu de Judá  doce mil fueron marcados. Apenas el hombre es bautizado, el alma hasta entonces informe, se transforma como en una nueva  hechura. Por el sello del carácter el hombre es separado de los infieles.

Después, en la confirmación, por la marca de la fortaleza, se imprime lo que significa: el signo de la cruz trazado  sobre la frente del bautizado, indica que en adelante pertenece al Cristo, al rebaño del buen Pastor, al ejército del rey celestial; que está protegido  para el combate contra el demonio. Los Padres, como Cirilo de Jerusalén, han destacado el aspecto indeleble, imborrable, de la  “sphragis”  bautismal que reposa  en el compromiso de Dios. San Agustín ha precisado esta teología del carácter sacramental en su lucha contra los donatistas, cuando condenó la reiteración del bautismo. El término carácter es empleado por Agustín, según la historia de la teología del carácter, como el revestimiento de una nueva armadura, en una nueva milicia.

En tercer lugar, por el carácter del orden, más elevado, está como marcado  por el emblema  de la autoridad (vexillum praelationis), el privilegio  de la dignidad, la responsabilidad del rebaño.

Estos caracteres, pues, están así impresos por la distinción, la belleza, el recuerdo imperecedero.

EL BAUTISMO: DEFINICIÓN Y NECESIDAD

Que con respecto a estos sacramentos, el sacerdote considere cuidadosamente las relaciones  y diferencias que guardan entre sí; su virtud y eficacia. Que los examine  cada uno por separado, reflexionando con sabiduría  en primer lugar en el bautismo, puerta de los demás sacramentos, en su eficacia, en todo para lo que es necesario.

El bautismo es  el carácter o el signo de la religión cristiana. Consiste en la inmersión de la persona en el agua, el respeto a las palabras prescriptas, la intención de bautizar, todo lo cual es necesario para que haya bautismo. A veces, sin embargo, se llama bautismo  a la misma inmersión o la ablución exterior, signo de la purificación interior.

EL SIGNO. LA REALIDAD. LA REALIDAD Y EL SIGNO. “SACRAMENTUM”.

“RES”. “RES ET SACRAMENTUM”.

El Señor ha ordenado que el bautismo sea dado  en el agua y no en otro líquido, a fin de que sea patente el misterio de la purificación interior y de que nadie invoque  su falta como excusa: el agua se encuentra  común y fácilmente, en todas partes. 

Si el sacramento del bautismo fuera conferido con diferentes líquidos, no se podrían manifestar  ni la unidad, ni la uniformidad. Esta cualidad demuestra que se trata de un solo y mismo sacramento para todos y no diferente, como sugeriría la diversidad por riqueza o adornos. Es por ello que el Señor cuando su bautismo, quiso dar al agua fuerza de regeneración, con el contacto de su propio cuerpo; en la cruz, el agua brotó de su costado, significando  el misterio del bautismo por el agua  y el de la Redención por la sangre.

A veces, sin embargo, el agua de la contrición  y el torrente de la sangre de los mártires, constituyen un bautismo de reemplazo, allí donde no hubo desprecio del sacramento, sino caso de necesidad. Por esto la palabra del Señor: Si alguien no renace del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios, debe ser entendida así: “En la medida de su voluntad, a menos que no sea impedido por la necesidad o si no se produce esa regeneración por el agua y el Espíritu Santo”. Tales personas reciben  la realidad del signo, pero no el signo  (res sacramenti  et non sacramentum).

A la inversa, algunos reciben el signo  y no la realidad del signo, a saber, quienes acceden por engaño al bautismo, reciben la impresión del carácter pero no la gracia. Cuando desaparece el engaño, el bautismo comienza  a producir en ellos su efecto.

Otros reciben el signo y la realidad del signo, como los que acceden a él con el corazón contrito; lo mismo los niños pequeños, bautizados en la fe de la Iglesia, reciben  no sólo el signo, sino la realidad del signo, es decir, la gracia divina junto con la fe y  la otras virtudes dispuestas por el Señor  a título de normas generales (in habitu). Los niños pequeños son hechos salvos por  el  bautismo fundado en la fe de la Iglesia madre, como la hija de la cananea curada por el Señor gracias a la fe de su madre. Fuera de la Iglesia no hay salvación a excepción sin embargo, de los Inocentes que Herodes mató por querer matar a Cristo, pero este privilegio no constituye una ley común y no puede ser extendido a otros, aun cuando  los hijos de los cristianos, no bautizados, puedan hoy ser  masacrados por paganos  a causa de la fe en Cristo. Algunos, es verdad, habiendo sido justificados por la circuncisión que se tuvo en lugar del bautismo, fueron tenidos como mártires por un privilegio especial.

Para los que han sido santificados en el seno de su madre, fue acordado el privilegio especial de que el Espíritu Santo supla el defecto  del bautismo, sin que haya habido ningún gesto. Según la ley común un niño no debe ser bautizado en el vientre de la madre pues quien aún no ha nacido, no puede renacer ni ser regenerado.

La fe de la Iglesia, para los nacidos, suple el bautismo en orden a la salvación, sin mérito de su parte, así como el pecado de Adán trajo la muerte, aunque el niño no haya efectivamente pecado. Sin el bautismo, la fe de los padres no sirve al hijo para su salvación. De los bautizados que fueron purificados, los hijos nacen con el pecado original, del mismo modo que el grano librado de la vaina, germina un grano con vaina.

EL BAUTISMO: SUS EFECTOS

Antes de la institución del bautismo  se era purificado  del pecado original, de cuatro maneras. Al comienzo la purificación se obraba por la fe de los padres, los sacrificios y las buenas obras; así fue con la descendencia de Job. Para los descendientes de la raza de Abraham, la purificación se obraba por la circuncisión en los hombres y la plegaria y el sacrificio  en las mujeres.  En todos los tiempos  y bajo toda ley, los adultos eran purificados al morir por la fe y la contrición.

El bautismo sucedió a la circuncisión y demás géneros de purificación, en virtud de su institución por Cristo, en tiempos de la gracia. Es  general para todas las naciones  y personas sin distinción y más eficaz que cualquier otra forma de purificación. Borra la mancha del pecado original como las prácticas anteriores, pero de manera más eficaz, sin satisfacción exterior; además borra todo pecado actual lleva  consigo el aumento de gloria.

El bautizado está mejor dispuesto  para resistir al demonio, fortalecido contra las tentaciones. Después de la Pasión de Cristo, por virtud de su muerte, el bautismo abre a los bautizados las puertas del paraíso.

Las razones por las que  practicamos en el bautismo la triple inmersión, son éstas:  la fe en la Trinidad y los tres días que duró la sepultura del Señor. Así, por esas formas de inmersión demostramos que sepultados con El, muertos al pecado, resucitamos con El y nos dirigimos  a una vida nueva. Por eso dice el apóstol: Todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte, fuimos sepultados con El por el bautismo para morir al pecado, a fin de que, como Jesucristo resucitó  de entre los muertos  para gloria de su Padre, nosotros también caminemos en una nueva vida. Si nos hacemos semejantes por su muerte, también nos asemejaremos por la resurrección. Con estas palabras el apóstol  indica cómo el bautismo es semejante a la muerte, a la sepultura y a la resurrección de Cristo: todos  los vicios fueron  muertos en nosotros; a manera de una mortaja, reprimimos los movimientos de la sensualidad en nuestro cuerpo; haciendo abandono  de la falta y pena original, nos elevamos a la novedad de la gracia.  Si por necesidad o costumbre de alguna iglesia, en el bautismo se practica una sola inmersión, la persona está igualmente bien bautizada.

EL BAUTISMO: LA CEREMONIA

Todo lo que precede  o sigue a la inmersión no es parte substancial del bautismo; hacen a su dignidad y belleza  (ad reverentiam et decorem), como sucede en el matrimonio que es sacramento por el solo consentimiento mutuo, sin importar lo que hace a su ornato. Lo mismo puede decirse de la consagración eucarística.

Lo mejor sería que el niño pequeño comprendiera a qué se compromete por el bautismo. No siendo ello posible, los padrinos contraen la obligación  de instruirlos cuando lleguen al uso de razón. Ellos responden  en lugar de los pequeños: “Yo creo”. Estos no tienen fe actual, pero al recibir el sacramento de la fe, se convierten en fieles. Los padrinos responden:  “Quiero ser bautizado”, pues no sólo consienten en su nombre personal  al bautismo del niño, sino también significan así la voluntad de la Iglesia universal en la fe en que son bautizados.

Los exorcismos del inicio no están puestos sólo para embellecer, sino para debilitar  la fuerza  y malicia del demonio; a tal punto que éste, en el bautismo, cede ante el Espíritu Santo  y el exorcismo cumple plenamente su objetivo. Además el alma se prepara  para recibir al Espíritu Santo o un aumento de gracia en quienes acceden  al bautismo con el corazón contrito,  A veces por necesidad  los ritos preparatorios  se omiten, sin embargo,  el bautismo por su virtud, suple los exorcismos y limpia las faltas del alma.  Por este sacramento  el demonio sufre la conjura y el ataque, y como el Faraón, es arrojado al mar Rojo, es decir, a las aguas del bautismo.

Las unciones y demás gestos que siguen no son sólo signo de la unción espiritual, además acompañan  un suplemento de gracia  y un aumento de la fortaleza.

EL BAUTISMO:  MINISTROS, INTENCIÓN, FORMAS VARIAS

Es de necesidad  la forma requerida de las palabras para el bautismo: “La palabra se une a la materia y se obra el sacramento”.

La fórmula del bautismo de Juan era la siguiente:  “Yo te bautizo en nombre de aquél que viene”, es decir, del Mesías o Cristo. Este bautismo sólo tenía lugar en el agua, a fin de habituar y preparar a los hombres a recibir el bautismo del Cristo; razón por la que quienes fueron bautizados por Juan, después fueron rebautizados  con el bautismo de Cristo, por el agua y el Espíritu Santo.  A algunos les parece que los bautizados por Juan, que tenían la verdadera fe  y no ponían su esperanza en ese bautismo, no eran vueltos a bautizar, sino que recibían el Espíritu Santo por la sola imposición de manos.

Al comienzo los discípulos del Señor bautizaban  en nombre de Cristo, para que este nombre fuera conocido por los hombres y que el poder del Cristo se manifestara a todos. En el nombre de Cristo se puede implícitamente comprender la Trinidad. Cristo se traduce por ungido (unctus): aquel que es ungüento (unguens), unción (unctio) y el que es ungido  (ungitur), es decir, el Padre, el Espíritu Santo y el mismo Hijo.

Ahora bien, no es admisible que los discípulos  hayan permanecido sin ser bautizados, cuando ellos bautizaban a los demás en nombre de Cristo y predicaban el bautismo. Los discípulos tomaron el baño del santo bautismo, según el Señor lo indica en la Cena: Aquel que ha tomado el baño no tiene necesidad  de lavarse sino los pies, pues está enteramente puro.

Después de que la Iglesia se extendió y que el nombre de Jesús, como aceite derramado llegó al conocimiento de muchos, los discípulos recurrieron a la forma instituida por el mismo Señor cuando dijo: Enseñad a todas las naciones, bautizándolos  en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Así para que la Trinidad sea conocida en el mundo y que todos sepan que la virtud del bautismo no proviene de la virtud de los ministros, sino de la misma Trinidad. 

En consecuencia, no sólo los fieles de uno o del otro sexo, sino además sarracenos y herejes pueden bautizar en caso de necesidad, bajo la invocación de la Santísima Trinidad y, por supuesto, que tengan la intención de realizar lo que hace la Iglesia, pensando que  el bautismo  no produce ningún fruto. Sin embargo, regularmente, en razón del respeto debido al sacramento, éste  debe ser administrado por los sacerdotes, a no ser en caso de necesidad  en que convenga hacerlo de otra manera.

Quienes han sido bautizados  a la manera de mimos o bufones, si lo hacen con la intención  y la forma de la Iglesia, no deben ser nuevamente bautizados pues el sacramento fue válido. La intención de quien bautiza es fundamental para la validez y no depende  de quien lo realice. Por el contrario no se requiere  ninguna intención en quien es bautizado. En cuanto a la forma instituida por el Señor, es tal cual el la señaló  e invalidaría la omisión de una de las divinas Personas, por ejemplo hacerlo “en nombre de Cristo”. La lengua en que se pronuncie no altera el valor, lo mismo si por ignorancia de la lengua, se tienen errores de pronunciación. La casuística puede ofrecer otras variantes, pero siempre queda en pie el núcleo esencial de la forma y la intención de realizar y decir el sacramento según la Santa Iglesia Católica y la tradición Apostólica. Si surgen dudas razonables sobre la validez, cabe conferir el bautismo nuevamente. En caso de haberlo realizado  en peligro de muerte, omitiendo las ceremonias accidentales y con solo el núcleo substancial, éstas deben suplirse  posteriormente, si el bautizado sobrevivió.