Los medios útiles para la formación humana integral

 

«Estoy desesperada, Padre. Hago repetidamente el propósito de ser paciente con los niños del catecismo, pero no lo consigo». El sacerdote permaneció pensativo, con la mirada fija y le preguntó: «¿Tiene los mismos problemas de paciencia en la casa con sus hijos?». «No, Padre», respondió la catequista, «por eso, me pregunto cómo lograrlo». «Y ¿qué medios ha puesto para no irritarse con sus alumnos?». «Pues, repetirme el propósito siempre que voy a iniciar una clase». El sacerdote sonrió:

«Es una excelente intención. Pero no basta tener buenos pro propósitos para superar las dificultades. Necesitamos medios. ¿ Verdad que a usted cuando va a preparar una comida, no le basta el propósito de prepara la bien, sino que pone los medios, como ir al mercado, seleccionar los platillos, cocinar...

 

Los medios útiles para la formación humana del catequista deben ser prácticos. Algunas personas intentan superarse sólo con buenos deseos. Y hay formadores que sólo dan principios generales a quienes orientan. La variedad de circunstancias y personalidad de la gente crea dificultades reales para precisar los medios prácticos más convenientes. Es comprensible. Pero es muy necesario ofrecer medios prácticos para que cada persona seleccione el más útil para ella. Nosotros hemos publicado un libro de consejos para el matrimonio con 2480 medios prácticos, precisamente porque las parejas se casan sin que nadie les diga cómo tratar a la familia política, cómo lograr una buena comunicación en la pareja o cómo manejar los celos «Consejero matrimonial», México 19941.

 

Todo formador debe dar los principios de formación a quien orienta. Y debe añadir algunas sugerencias prácticas, como medios necesarios para aplicar los principios. Así procederemos nosotros en este capítulo: daremos los principios que guían el trabajo práctico en la formación humana y daremos algunas sugerencias aplicables.

 

1) Conocerse bien es la base de toda la formación.

El párroco y el joven catequista caminaban por el atrio frente a la Iglesia. El joven estaba preocupado por dar mejor testimonio. Se lamentaba de sus caídas. Era entusiasta y deseaba superarse. Pero no sabía cómo. El párroco le comentaba: «Debes saber cuáles son tus puntos débiles, en los que fallas más frecuentemente. Debes conocer los ambientes que te arrastran más fácilmente. Necesitas descubrir lo que te da fuerzas». «Si, Padre, pero me parece un poco teórico. ¿Cómo puedo lograrlo en la práctica ?». «Sencillo, hijo mío», respondió el sacerdote, «con un balance espiritual cada noche en donde descubras lo positivo y lo negativo de cada día. Y además aceptes y reconozcas lo que debes cambiar en la jornada siguiente».

 

 

 

No basta conocerse. Algunas personas conocen bien sus defectos, sus cualidades, sus posibilidades.., y no mejoran. Les falta reconocer sus puntos débiles para cambiar un poco cada día. El primer escalón para subir en la propia formación y para no elegir senderos peligrosos es siempre el autoconocimiento.

 

¿Qué debemos conocer de nosotros mismos? No sólo los puntos negativos, como suele preocupar excesivamente a algún catequista. También debemos descubrir nuestras fuerzas y cualidades, pues son el apoyo para lograr nuestras metas.

 

Evidentemente, necesitamos conocer nuestros puntos débiles, pues son donde fallamos más fácilmente. Es la técnica del médico: descubrir el virus para poder elegir la vacuna o dar las vitaminas más adecuadas y curar al enfermo.

 

También debemos conocer los ambientes que nos arrastran más fácilmente a descuidar nuestra coherencia personal. Los seres humanos somos influenciables. No somos islas. Y las amistades o ambientes nos impulsan a éxitos o a fracasos en nuestra vocación. El catequista debe descubrir los ambientes nocivos para vigilar y cuidar su integridad. Lo hacemos en la vida física, evitando calles oscuras donde asaltan ladrones o puentes frágiles con peligro de quebrarse. Del mismo modo, debemos cuidar la vida espiritual y humana ante atmósferas viciadas y peligrosas.

 

Vamos a precisar los medios útiles para conocernos mejor. Pero insistamos: estos medios exigen el esfuerzo personal para aprovecharlos. No son recetas médicas para tomar en una pildorita. Son ejercicios para descubrir con más seguridad cómo somos y cómo nos desenvolvemos.

 

 

 

a) La reflexión nos garantiza aprovechar todas las energías.

 

«Don Antonio, ¿por qué algunos catequistas tienen problemas con las mamás de los niños de la catequesis y otros no?». El anciano catequista sonrió. Y dijo pasándose la mano sobre su cabello blanco: «Hay dos tipos de catequistas: quienes piensan antes de actuar y quienes piensan cuando ya han dado el primer paso. No es malo ni lo uno ni lo otro. A veces, conviene decidir rápido, como cuando debe salvarse a un niño en medio de las llamas. Pero, obviamente, conviene detenerse a reflexionar unos momentos las más de las ocasiones. Contar diez antes...”.

 

Un catequista puede educar la reflexión con estos recursos prácticos:

 

·   Preparar sus clases por escrito, aunque escriba sólo los puntos principales.

·   Recordar el objetivo existencial y el doctrinal de cada clase antes de iniciar.

·   Valorar mentalmente el resultado de cada clase de catequesis en cuanto termina, repasando qué funcionó y qué faltó.

·   Callar en los momentos de conflicto o de roce, para buscar la mejor solución.

·   Hacer una visita al Santísimo o un rato de meditación en la casa, para re­cogernos en diálogo espontáneo con Dios.

·   No discutir para no herir a nadie, aunque sintamos intensos deseos de defender una posición. Así nos enseñamos a enfriar nuestro ánimo.

·   Tomar notas en los cursos y pláticas que recibe o al estudiar.

·   Preguntarnos repetidamente qué nos pide Dios ante cada situación.

·   Responder por escrito los cuestionarios de cursos o libros.

·   Cuando nos pregunten algo que desconocemos, reconocerlo y estudiar la respuesta correcta.

 

b) La dirección espiritual asegura resultados sólidos.

 

Un seminarista cercano a su ordenación sacerdotal reconocía no haber dado importancia a la dirección espiritual en sus primeros años de seminario. «Sinceramente, no le veía utilidad. Asistía por obligación, porque me lo exigían». Pero, con las tensiones propias de la cercanía al sacerdocio, comenzó a descubrirla necesidad de confiar sus dudas, sus ilusiones ysus angustias a alguien. «Experimentaba la falta de un apoyo», comentaba. «Y de un apoyo neutro que buscara mi bien según los caminos de Dios».

 

La dirección espiritual es la ayuda de un guía para caminar según los deseos de Dios. Es, pues, una búsqueda. Pero no es una búsqueda sólo humana. Es humana y religiosa. Porque es el descubrimiento de las llamadas internas de Dios para distinguirlas de las sugerencias del mal espíritu, de nuestras pasiones o de las inclinaciones acentuadas por nuestros estados de ánimo. Observemos, por lo tanto, cómo la dirección espiritual atiende a puntos de la vida espiritual y a puntos de la formación humana. Más aún, la formación humana influye mucho en la formación espiritual. Por ejemplo, muchos católicos descuidan la asistencia a la Misa dominical por pereza, no por rechazo de Dios o de la ceremonia religiosa. Y la pereza es, a fin de cuentas, un factor de formación humana.

 

Hay tres personas influyendo en cada dirección espiritual: el guía espiritual, el cristiano dirigido y el Espíritu Santo. Porque la función del guía es ayudar al dirigido a descubrir los caminos de Dios para su vida. Y el papel del dirigido es descubrir las auténticas llamadas de Dios con la ayuda de su guía espiritual. Pero ¿cómo pueden descubrir ambos los verdaderos deseos de Dios para la vida del dirigido? Muy sencillo: escuchando al Espíritu Santo. Los tres, pues, participan en una buena dirección espiritual.

 

Consejos para aprovechar mejor una dirección espiritual en el propio conocimiento y formación:

 

·   Prepararla bien: fijar cuáles puntos son más importantes a tratar cada vez y preparar preguntas útiles y de peso para el guía espiritual.

 

·   Exponer con sinceridad los avances y retrocesos en la vida personal, superando el temor de comentar los propios errores, debilidades o peligros.

·   Practicar los consejos recibidos del director espiritual con esfuerzo y dedi­cación. Muchas veces, la práctica nos ayuda a descubrir más que las solas palabras.

·   Descubrir los puntos de formación humana que son causa de avances o retrocesos en la vida espiritual.

·   Preguntar al director espiritual si su presentación o modos exteriores son los correctos, para poder corregir los defectos de su manera de hablar, de vestirse, etc.

 

c) El autoexamen diario es imprescindible.

«Me cuesta mucho. Llego cansado a la cama cada noche. Trato de hacer mi examen de conciencia del día. Pero me gana el sueño. ¿No será un pecado, Padre?». «Evidentemente que no», respondió el sacerdote. «No es un pecado descuidar una ayuda para tu vida espiritual. Pero tú mismo sientes que la necesitas. ¿No es así?».

 

El autoexamen es descubrir nuestros avances y nuestros retrocesos en la vida espiritual y humana. Pero no es un simple recuento de éxitos y de fallas. Lo más importante de un balance espiritual es descubrir las causas de nuestro progreso o de nuestro retroceso. Y tratar de impulsar lo positivo y remediar lo negativo. Y es por eso un excelente medio para conocernos. Porque nos permite vernos cómo actuamos y las raíces de nuestro comportamiento.

 

Los medios útiles para sacar el mayor provecho al balance espiritual son los siguientes:

 

·   Hacerlo todos los días, con perseverancia. No sirve de mucho analizarnos sólo un día muy tormentoso o una jornada de gran triunfo. Lo útil es mi­rarnos todas las noches al espejo de Dios y descubrir el brillo o las arrugas de nuestro rostro interior.

·   Examinar tanto los avances como los retrocesos. Ver sólo los éxitos nos oculta la verdad de nuestra limitación; ver sólo los fallos nos creará un sentir pesimista. Necesitamos vernos equilibradamente.

·   Fijarnos mucho en las causas de los fallos y de los éxitos para poder co­rregirlas y darnos un conocimiento más profundo de nuestro interior.

·   Pedir ayuda a Dios para vernos como somos, para aceptarnos en nuestros puntos débiles y en nuestras fortalezas.

d) La sinceridad es el cimiento de la integridad.

Un sabio obispo visitó una parroquia. La dirigía un sencillo sacerdote, de unos cuarenta años. Quedó feliz al ver la buena organización de la parroquia, la cantidad de catequistas, la calidad de los programas. Cuando regresó a la sede episcopal, le preguntó el encargado diocesano de la catequesis qué le había gustado más de la visita. Y el obispo respondió: «La sinceridad del párroco. Porque, cuando le pregunté si todo estaba bien en la catequesis, me respondió: ‘Todo menos el párroco. He estudiado muy poco este año. Y usted sabe, mi querido vicario, que es el sacerdote más estudioso de la diócesis

 

Un catequista sincero es quien reconoce sus cualidades y sus defectos. No debe confundirse la sinceridad con el descaro. Tampoco con la vulgaridad de arrojar cuanto pensamos a quien se nos para delante. Porque la sinceridad es, ante todo, una actitud interior para reconocer cómo somos verdaderamente.

 

Un catequista encontrará en el orgullo o en el miedo los obstáculos principales para la sinceridad. Los orgullosos y los miedosos no pueden aceptar las cosas como son. Los primeros porque hiere su autoestima; los segundos porque un filtro de temor ennegrece cuanto aparece en su vida. Y ¿cuál es el resultado? La hipocresía. Es decir, vivir con una careta ante Dios o ante los demás y vivir una vida diferente de tejas para abajo. La insinceridad es, pues, tan peligrosa que puede desembocar en el cinismo.

 

Por ello, el catequista debe esforzarse por reconocer sus defectos y no quitarle valor a sus cualidades. Así tendrá la suficiente sinceridad para enriquecer su personalidad.

 

Los recursos más útiles para lograr la sinceridad son:

·   Examen de conciencia diario para vernos desde la mirada de Dios y no sólo según nuestro cálculo humano.

·   No justificarnos cuando nos corrijan.

·   Callar cuando nuestros sentimientos nos mueven a revelar secretos o co­mentar puntos negativos. Así nos fortalecemos para decir la verdad cuando conviene.

·   Reconocer nuestras cualidades sin quitarles mérito.

·    Exponer claramente nuestras faltas al confesor o al director espiritual, sin ocultar cuanto nos hiere.

 

Fuente

Libro Formación humana

Pontificio Instituto Catequetico

Rafael Llanes tovar