PARTE I

 

EL MATRIMONIO EN EL DESIGNIO DE DIOS

 


Para la educación de los hijos la condición más importante es la comunión de los padres. Estamos todos de acuerdo, y lo sabemos por experiencia, que la condición principal para una auténtica educación de los hijos y para la transmisión de la fe, es la comunión entre los padres: marido y mujer.

 

Es por esta razón que mencionaré algunos aspectos tratados en años anteriores sobre el matrimonio, sobre la teología del cuerpo desarrollada por el Papa Juan Pablo lI, que nos ayuden a comprender mejor la vocación y la misión específica de la vida matrimonial, porque viviendo el matrimonio según el diseño de Dios se descubre mejor el papel del padre y de la madre en la educación de los hijos.

 

El hombre está llamado "desde el principio" a la comunión con Dios y con el prójimo.

 

El hombre, en cuanto imagen de Dios, ha sido creado para amar: Esta verdad ha sido revelada plenamente en el Nuevo Testamento, junto con el misterio de la vida intratrinitaria: «Dios es amor (1 Ge 4,8) Y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen... Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y, consiguientemente, la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión. El amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata de todo ser humano. Todo el sentido de la propia libertad, y del autodominio consiguiente, está orientado al don de sí en la comunión y en la amistad con Dios y con los demás (S. h. 8).13

 

La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador. CEC 1603

 

Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador. Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la creación. "Y los bendijo Dios y les dijo: 'Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla'" (Gn 1, 28). CEC 1604.

 

La Sagrada Escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: "No es bueno que el hombre esté solo". La mujer, "carne de su carne", su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como un "auxilio", representando así a Dios que es nuestro "auxilio". "Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (Gn 2, 24).100 Que esto significa una unión indefectible de sus dos vidas, el Señor mismo lo muestra recordando cuál fue "en el principio", el plan del Creador. "De manera que ya no son dos sino una sola carne" (Mt 19, 6). CEC 1605

 

Mediante su recíproca donación personal los esposos tienden a la comunión... en la generación y en la educación de nuevas vidas.

 

El matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor. Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas. En los bautizados el matrimonio reviste, además, la dignidad de signo sacramental de la gracia, en cuanto representa la unión de Cristo y de la Iglesia. (S. h. 28).

 

Para comprender mejor esta vocación al mutuo don de sí inscrito por el mismo Dios en la estructura sexual del varón y de la mujer, el Papa Juan Pablo II en las Catequesis sobre lo teología del Cuerpo (1979-1984) en las Audiencias de los miércoles profundizó y explicó el sentido del ser varón (hombre, masculinidad) y del ser hembra (mujer, feminidad).

 

Con esta enseñanza el Papa, a la luz de la Revelación y de la Tradición, arroja una luz en medio de la confusión que se ha creado en la sociedad por lo que concierne la visión antropológica del hombre y de la mujer y sus papeles en matrimonio y en la familia.

 

Asumir su propia masculinidad o feminidad

 

El Papa en estas catequesis ahonda en estos aspectos, porque, según veremos más adelante, la confusión creada en el mundo de hoy sobre la identidad del sexo y, por consiguiente, del papel del padre y de la madre, exige hoy más que nunca a los cristianos el asumir su propia sexualidad como querida en el designio de Dios sobre la familia, imagen de la comunión trinitaria.

 

El cuerpo, que expresa la feminidad "para" la masculinidad, y viceversa, la masculinidad "para" la feminidad, manifiesta la reciprocidad y la comunión de las personas. La expresa a través del don como característica fundamental de la existencia personal.

 

Este es el cuerpo: testigo de la creación como de un don fundamental, testigo, pues, del Amor como fuente de la que nació este mismo donar. La masculinidad-feminidad -esto es, el sexo- es el signo originario de una donación creadora y de una toma de conciencia por parte del hombre, varón-mujer, de un don vivido, por así decirlo, de modo originario. Este es el significado con el que el sexo entra en la teología del cuerpo. (Discurso XIV, n. 4, Varón y mujer lo creó 75).

 

El Creador ha asignado como tarea al hombre el cuerpo, su masculinidad y feminidad

 

Reconociendo esta originaria destinación se puede afirmar que "el Creador ha asignado como tarea al hombre el cuerpo, su masculinidad y feminidad; y que en la masculinidad y feminidad le ha asignado, en cierto modo, como tarea su humanidad, la dignidad de la persona y también el signo transparente de la "comunión" interpersonal, en la que el hombre se realiza a si mismo a través del auténtico don de si. (Discurso LIX, n. 2, Varón y mujer /o creó, 235).

 

Para cada cristiano todo es un don gratuito: es don la vida recibida de Dios por medio de los padres, es don el cuerpo, es don la sexualidad: y se siente llamado a responder a estos dones donando a si mismo a Dios, a los padres, a los demás.

 

La llamada a la comunión inscrita en la sexualidad ha sido trastocada por el pecado original, con consecuencias negativas en la relación entre hombre y mujer.

 

El pecado: ruptura con Dios, ruptura y oposición entre hombre y mujer.

 

Cometiendo el pecado el hombre rechaza este don y a la vez quiere llegar a ser "como Dios, conociendo el bien y el mal" (Gn 3,5), decidiendo lo que es bien y lo que es mal independientemente de Dios, su creador.

 

El pecado de los orígenes tiene su medida humana, su metro interior en la libre voluntad del hombre y conlleva en sí una cierta característica "diabólica", como revela claramente el libro del Génesis (3, 1­5). El pecado actúa la ruptura de la unidad originaria de la que el hombre gozaba en el estado de justicia original: la unión con Dios como fuente de la unidad dentro del propio "yo", en la mutua relación del hombre y de la mujer (comunión de personas) y, finalmente, respecto al mundo exterior, a la naturaleza.14

 

Las consecuencias del pecado: "él te dominará". El dominio sustituye el vivir "para" el otro.

 

La descripción bíblica del Libro del Génesis delinea la verdad acerca de las consecuencias del pecado del hombre, así como indica igualmente la alteración de aquella originaria relación entre el hombre y la mujer, que corresponde a la dignidad personal de cada uno de ellos.

 

Por tanto, cuando leemos en la descripción bíblica las palabras dirigidas a la mujer: «Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará» (Gén 3, 16), descubrimos una ruptura y una constante amenaza precisamente en relación a esta «unidad de los dos», que corresponde a la dignidad de la imagen y de la semejanza de Dios en ambos. Pero esta amenaza es más grave para la mujer.

 

En efecto, al ser un don sincero y, por consiguiente, el dominio sustituye el vivir «para» el otro: «él te dominará».

 

La unión matrimonial exige el respeto y el perfeccionamiento de la verdadera subjetividad personal de ambos.

 

La mujer no puede convertirse en «objeto» de «dominio» y de «posesión» masculina. Las palabras del texto bíblico se refieren directamente al pecado original y a sus consecuencias permanentes en el hombre y en la mujer.

 

Ellos, cargados con la pecaminosidad hereditaria, llevan consigo el constante «aguijón del pecado», es decir, la tendencia a quebrantar aquel orden moral que corresponde a la misma naturaleza racional y a la dignidad del hombre como persona. Esta tendencia se expresa en la triple concupiscencia que el texto apostólico precisa como concupiscencia de los ojos, concupiscencia de la carne y soberbia de la vida (Cf.Jn 2,16). (Mulieris Dignitatem,10).

 

Es muy importante tener siempre presente esta luz que nos viene de la revelación, para saber "discernir" la verdadera causa de los conflictos de la vida conyugal y familiar.15

 

Todos los conflictos, en efecto, pueden nacer entre marido y mujer, por ejemplo, la rivalidad, y se pueden manifestar de muchas formas también en la relación conyugal, como asimismo los conflictos de los padres con los hijos, o de los hijos con los padres y sus hermanos, o con los suegros, los yernos, las nueras: tienen su origen en el pecado que habita en nosotros.16

 

Aunque el pecado original haya sido perdonado por el Bautismo, queda siempre la tendencia al pecado17 explicitada en los siete vicios capitales. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, el no tener presente la realidad del pecado original es causa de valoraciones erróneas en el campo familiar y social, algo que conlleva graves consecuencias.18

 

En Jesucristo la contraposición entre hombre y mujer es esencialmente superada

 

En el comienzo de la Nueva Alianza, que debe ser eterna e irrevocable, está la mujer: la Virgen de Nazaret. Se trata de una señal indicativa que "en Jesucristo" "ya no hay ni hombre ni mujer" (Gal 3,28). En él la mutua contraposición entre hombre y mujer - como legado del pecado original - es esencialmente superada. "Vosotros sois uno en Cristo Jesús", escribe el apóstol (Gal3,28).

 

Las palabras paulinas comprueban que el misterio de la redención del hombre en Jesucristo, hijo de María, retoma y renueva lo que en el misterio de la creación correspondía al eterno designio de Dios creador.

 

La redención restituye, de algún modo, a su misma raíz el bien que fue esencialmente "disminuido" por el pecado y por su legado en la historia del hombre19.

 

Los sacramentos injertan la santidad: penetran el alma y el cuerpo, la feminidad y la masculinidad del sujeto personal.

 

"Gran misterio es este, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia. En todo caso, en cuanto a vosotros, que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al marido" (Ef. 5, 32-33)

 

Los sacramentos injertan la santidad en el terreno de la humanidad del hombre: penetran el alma y el cuerpo, la feminidad y la masculinidad del sujeto personal, con la fuerza de la santidad. La liturgia, la lengua litúrgica, eleva el pacto conyugal del hombre y de la mujer, basado en el "lenguaje del cuerpo" releído en la verdad20.

 

El sacramento presupone la "teología del cuerpo", es un "signo visible" de una realidad invisible.

 

"El sacramento o la sacramentalidad - en el sentido más general de este término - se encuentra con el cuerpo y presupone la "teología del cuerpo".

 

El sacramento, en efecto, según el significado generalmente conocido, es un "signo visible".

 

El "cuerpo" significa también lo que es visible, significa la "visibilidad" del mundo y del hombre. De alguna manera, pues, aunque en sentido más general, el cuerpo entra en la definición del sacramento, siendo el mismo "signo visible de una realidad invisible", es decir, de la realidad espiritual, trascendente, divina.

 

En este signo - y mediante este signo - Dios se dona al hombre en su trascendente verdad y en su amor. El sacramento es signo de la gracia y es un signo eficaz (miércoles, 28 de julio de 1982).

 

Subrayo esta afirmación repetida más veces por el Papa, como también invito a los esposos a recuperar la dimensión divina del acto conyugal.

 

En efecto dice el Papa: en este signo (el acto conyugal) - y mediante este signo - Dios se dona al hombre en su trascendente verdad y en su amor. Por eso invita a los esposos a librarse de los elementos maniqueos, que han distorsionado la visión de la sexualidad, presentándola como algo que está sucio, algo negativo, como un mal necesario, creando traumas de varia índole (cerrazón al acto, sentimiento de culpabilidad, de pecado tolerado, etc.) e impidiendo una visión positiva de la unión conyugal como vehículo de transmisión de la gracia divina a los esposos.

 

"Es necesario reconocer la lógica de estupendo texto, que libera radicalmente nuestro modo de pensar de los elementos del maniqueísmo o de una consideración no personalista del cuerpo y al mismo tiempo acerca el "lenguaje del cuerpo", encerrado en el signo sacramental del matrimonio, a la dimensión de la santidad real".

 

Explicando la analogía del amor de Cristo por la Iglesia con la unión sacramental del hombre con la mujer, el Papa enseña:

 

Cristo verdadero hombre, varón, es el esposo: paradigma del amor de los hombres-varones.

 

"Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entrego a sí mismo por ella, para santificada, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha y arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo..."

 

Cristo es el esposo. En esto se expresa la verdad sobre el amor de Dios que "nos amó primero" (lJn. 4,19) y que con el don generado por este amor esponsal hacia el hombre ha superado todas las expectativas humanas: "Amó hasta el final" Jn 13,1).

 

El esposo - el Hijo consustancial al Padre en cuanto Dios - se ha convertido en hijo de María, "hijo del hombre", verdadero hombre, varón. El símbolo del esposo es de género masculino.

 

En este símbolo masculino está representado el carácter humano del amor con el que Dios ha expresado su amor divino para Israel. para la Iglesia, para todos los hombres.

 

Precisamente porque el amor divino de Cristo es amor de esposo, este es el paradigma y el prototipo de todo amor humano, en particular del amor de los hombres-varones.

 

Cada persona presenta en sí misma unas características masculinas y femeninas.

 

Esta analogía entre Cristo esposo y el hombre, subraya el Papa, no contradice el hecho de que cada persona presente en sí misma unas características masculinas y femeninas. En efecto, en cuanto miembros del Cuerpo de Cristo, entre los cuales destaca por encima de todos la Virgen María, la mujer, todos, también los varones, están llamados a tener una actitud de receptividad y de respuesta generosa al amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, por otro lado, todos, también las mujeres, están llamadas al don de sí mismas a Dios y a los demás.

 

En el ámbito del "grande misterio" de Cristo y de la Iglesia, todos están llamados a responder ­como una esposa- con el don de su vida al don inefable del amor de Cristo, que solo, como redentor del Mundo, es el esposo de la Iglesia. En el "sacerdocio real", que es universal se expresa al mismo tiempo el don de la esposa.

 

La mujer es la esposa: es ella la que recibe el amor, para poder amar a su vez.

 

En el fundamento del designio eterno de Dios, la mujer es aquella en la que el orden del amor en el mundo creado de las personas encuentra un terreno para su primera raíz.

 

El orden del amor pertenece a la vida intima de Dios mismo, a la vida trinitaria. En la vida íntima de Dios, el Espíritu Santo es la personal hipóstasis del amor. Mediante el Espíritu, don increado, el amor se convierte en un don para las personas creadas. El amor, que viene de Dios, se comunica a las criaturas: "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm. 5,5).

 

La llamada a la existencia de la mujer al lado del hombre ("una ayuda adecuada"; Gn. 2,18), en la unidad de los dos, ofrece en el mundo visible de las criaturas unas condiciones particulares a fin de que "el amor de Dios se ha derramado en los corazones" de los seres creados a su imagen.

 

Si el autor de la carta a los Efesios llama a Cristo esposo y a la Iglesia esposa, confirma indirectamente, a través de tal analogía, la verdad sobre la mujer como esposa.

 

El esposo es aquel que ama: La esposa es amada: es ella la que recibe el amor, para poder amar a su vez.

 

Cuando dijimos que la mujer es la que recibe el amor para poder amar a su vez, no entendemos solamente o antes que nada la específica relación esponsal del matrimonio.

 

Entendemos algo más universal, fundado en el hecho mismo de ser mujer en el conjunto de las relaciones interpersonales, que, de las formas más variadas, estructuran la convivencia y la colaboración entre las personas, hombres y mujeres. En este contexto, amplio y diversificado, la mujer representa un valor particular como persona humana y, al mismo tiempo, como esa persona concreta, por el hecho de su feminidad. Esto concierne a todas las mujeres y a cada una de ellas, independientemente del contexto cultural en la que cada una se encuentra y de sus características espirituales, psíquicas y corporales, como la edad, la instrucción, la salud, el trabajo, el ser casada o soltera.

 

Asunción de la unidad en la diversidad: masculinidad y feminidad.

 

El Papa, tanto en la carta Mulieris Dignitatem, como en la teología del cuerpo, acentúa la urgencia de recuperar la masculinidad y la femineidad: puesto que Dios creó al hombre a su imagen: varón y hembra los creo.

 

En la estructura sexual diferenciada está inscrita, pues, la llamada a la comunión, a la formación de la familia, un amor fecundo: sacramento visible de la Santísima Trinidad.

 

Pero, para que un matrimonio sea verdadero, y pueda constituir la base de una autentica educación de los hijos, está llamado a asumir la unidad: ("Por eso el hombre dejará la casa de su padre y de su madre y se unirá a su mujer y los dos formarán una sola carne") en el respeto de la dualidad, o de la diversidad sexual, la masculinidad y la femineidad. Una autentica unión y armonía conyugal depende, casi al cien por cien de esta asunción y este respeto. La repercusión sobre los hijos y sobre su educación depende fundamentalmente de la armonía, del amor de la mujer y del marido: amor en la libertad de ser cada uno sí mismo.

 

El amor excluye todo tipo de sumisión, según la cual la mujer llegaría a ser sierva o esclava del marido, objeto de sumisión unilateral.

 

El amor permite que también el marido esté al mismo tiempo sometido a la mujer, y sometido en esto al Señor mismo, así como la mujer al marido. La comunidad que ellos deben constituir con motivo del matrimonio, se realiza a través de una recíproca donación, que es también una sumisión mutua. Cristo es la fuente y al mismo tiempo el modelo de tal sumisión que, siendo mutua" en el temor de Cristo", confiere a la unión conyugal un carácter profundo y maduro.

 

La categoría introducida por Marx de la lucha de clases, que contrapone los dueños a los obreros, según decía el Papa León XIII es una categoría falsa, que no tiene en cuenta la realidad de la diversidad de dones que Dios da a los unos y a los otros, no para luchar uno contra el otro, sino para complementarse, para ayudarse recíprocamente21 .

 

Esta categoría ha entrado también en la relación de los dos sexos: el sentido de lucha por la afirmación de sus propios derechos. Aunque empezó empujada por algunos aspectos verdaderos, ha llevado a una contraposición de los sexos cada vez más acentuada, y la lucha por los justos derechos se ha convertido en una lucha exasperada para la igualdad de derechos, que no tiene en cuenta la diversidad inscrita por el mismo Dios en la naturaleza del hombre y la mujer.

 

Pero, así como por la lucha de clases, también en la lucha por los derechos de los sexos, a la luz de la Revelación, sabemos que la verdadera causa del conflicto radica en el pecado. El pecado es lo que divide y contrapone, no sólo a los sexos, sino también el hombre al hombre, la mujer a la mujer, y los pueblo entre sí.

 

Jesucristo vino a abatir el muro de separación, la enemistad, y a hacer de los dos un solo pueblo.

 

El pecado es lo que divide y contrapone.

 

Es importante tener siempre presente esta verdad para saber deshacer las trampas, los engaños del demonio, que siempre nos engaña con sofismas, en apariencia racionales y buenos y que sin embargo, por los frutos de muerte, se reconocen que provienen del mismo demonio.

 

El sentido del "Debitum Coniugalis"22: importancia de la relación conyugal.

 

En el contexto de las Catequesis sobre la teología del cuerpo el Papa insiste sobre el valor sacramental del acto conyugal:

 

Que el marido dé a su mujer lo que debe y la mujer de igual modo a su marido. No dispone la mujer de su cuerpo, sino el marido. Igualmente, el marido no dispone de su cuerpo, sino la mujer. (1 Cor 7,3-4)

 

Lo que un tiempo se presentaba como el "Debitum Coniugalis ", es decir la actuación del mandato que el cuerpo de la mujer pertenece al marido y viceversa, y que ha llevado a menudo en el pasado a abusos sobre todo por parte del hombre sobre la mujer, y por consiguiente a una visión a menudo del acto conyugal por parte de la mujer, como un mal que había que soportar y en lo posible evitar, subrayaba por otra parte la indicación de la Iglesia que para una serena vida matrimonial es importante el acto conyugal.

 

Ciertamente, también gracias a algunas conquistas del movimiento feminista, percibidas por la Iglesia, pero sobre todo en las enseñanzas del Papa Juan Pablo II sobre la teología del cuerpo, en una visión personalista hoy, justamente se subraya que el acto conyugal ha de realizarse siempre de común acuerdo, en el respeto de la libertad del otro. Tanto es así que el Papa llega a hablar de adulterio del corazón cuando el marido mira a la mujer como si se tratará de un objeto de placer y no como una persona.

 

Aún no habiendo leyes ni disposiciones explícitas sobre la cuestión por parte de la Iglesia, cuando San Pablo invita a los esposos a abstenerse del acto conyugal, de común acuerdo y temporalmente para dedicarse a la oración, deja entrever que eso acontezca, precisamente, en un lapso de tiempo breve y después volver juntos para no caer en las tentaciones de Satanás.

 

No os neguéis el uno al otro sino de mutuo acuerdo, por cierto tiempo, para daros a la oración; luego, volved a estar juntos, para que Satanás no os tiente por vuestra incontinencia (l Cor 7,5).

 

En efecto, los esposos encuentran normalmente en el acto conyugal la gracia que los une y les ayuda a superar las dificultades de su vida en común y la vida familiar.

 

Una pareja no puede quedarse tranquila si se abstiene del acto conyugal durante mucho tiempo, sin que tercien causas verdaderamente graves. Esta es una alarma que conmina a profundizar en las causas de esta falta grave contra el matrimonio para intentar remediarlo. A veces sucede que unas mujeres, por falta de educación sexual, o por traumas de la infancia, o por el comportamiento tal vez violento del marido, se cierre al acto conyugal y se abstenga durante años, sin ningún remordimiento de conciencia, sin saber que está faltando gravemente contra el sacramento del matrimonio, falta de amor al marido y lo sitúa en ocasión de pecado.

 

No vale decir: estoy en crisis, luego no tengo relaciones, cuando justamente la unión conyugal ha sido instituida para ayudar a la pareja a superar las dificultades, en una comunión y donación mutua cada vez más profunda, fortificada por la presencia del Espíritu Santo.

 

La relación conyugal ayuda a la pareja a unirse también cuando no puede tener más hijos. Por estos motivos la Iglesia enseña que la relación conyugal ayuda a la pareja a unirse también cuando no puede tener más hijos.

 

Acabó una época, pero comienza otra, la de la educación de los hijos, de su colocación, de los nietos, de la enfermedad y después de la muerte. Acontecimientos todos que exigen a la pareja que esté profundamente unida en el Señor, para sostenerse recíprocamente. En la fe y en el amor mutuo.

 

Amor en la libertad.

 

Además de la recuperación de su propia diversidad en el respeto de la diversidad del otro, el Camino ayuda a los esposos a sincerarse poco a poco, a hacerlos más libres para manifestarse por lo que son, y el Señor va solidificando el vínculo del amor en la diversidad y en la libertad.

 

En el Camino muchas parejas redescubren una nueva libertad de relación; muchas mujeres antes sometidas por temor, por miedo, o por chantajes afectivos por el marido empiezan a sentirse más ellas mismas, más libres, a lo mejor discuten más, dicen lo que piensan, buscan más la gloria de Dios que la de los hombres, nace un verdadero amor en el Señor, donde cabe la posibilidad de ser si mismos, de amarse en la libertad, donde cabe la posibilidad -por la participación en el Espíritu de JC-  de perdonarse, de amarse en el respeto de la diversidad; respeto mutuo y amor sincero también en las relaciones sexuales.

 

Este descubrimiento que es fruto del camino de fe, de una fe más adulta, de una diversidad cada vez más plena y viva en la vida divina, en el seno de la pequeña comunidad, es la mejor herencia que podemos transmitir a nuestros hijos; un testimonio que podemos ofrecer a las nuevas generaciones del hecho que en Cristo, en la Iglesia, es posible el amor auténtico, que crece en la libertad y en el amor, en el respeto mutuo, en el espíritu del Señor, tanto en el matrimonio y en la familia cristiana, como en la comunidad cristiana.

 

Amor en el respeto por la diversidad.

 

Es falso pensar que la comunión equivale a una igualdad de puntos de vista.

 

Aquí también hay que evitar el peligro de idealizar el matrimonio como correspondencia e igualdad de puntos de vista, de gustos, de maneras de ser: la tensión entre varón y fémina, entre una manera de ver más racional y una más intuitiva y a veces más realista, ha sido querida por Dios misma.

 

La comunión nace del Espíritu Santo en nosotros, que nos deja ver en nosotros el amor de Dios, el totalmente Otro de nosotros.

 

La alteridad, sobre todo de Dios pero también del sexo distinto al nuestro es una ayuda, es una gracia, porque nos invita a la humildad, a reconocer nuestras limitaciones, ¡qué no somos Dios!' Esta diversidad afina el uno con el otro, se convierte en un ejercicio de amor cristiano auténtico día tras día.

 

Es sobre todo en este punto que el demonio tiene un campo de juego fácil dentro de la relación entre hombre y mujer, entre esposo y esposa, entre padre y madre: es aquí que se insinúa el juicio hacía el otro que no piensa como yo, que no comparte mi punto de vista, que me juzga, que me exige... de ahí la cerrazón en sí mismos, en no hablarse durante muchos días y semanas, la tentación del victimismo, del llorar sobre sí mismos acusando constantemente al otro como causa de su propio sufrimiento e infelicidad.

 

Juicios y aptitudes que inevitablemente repercuten en las relaciones sexuales y cuyas consecuencias recaen sobre los hijos.

 

El amor auténtico, el amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, respeta nuestra libertad, y nos ama en nuestra diversidad, en nuestra necedad, en nuestros pecados y nos renueva constantemente con el perdón. El amor conyugal para ser auténtico está llamado a renovarse cada día, en el vivir cotidiano de la conversión del uno hacía el otro, y en el otro al totalmente Otro, a Dios.

 

Para confirmar lo que he dicho antes, traigo aquí un texto sacado del libro: La reciprocita uomo­donna, que ya hemos citado en una nota a pie de página, que recoge textos de varios autores católicos, algunos de cuales muy bien argumentados, por si alguien quisiera profundizar en estos temas 23.

 

 "No está bien demonizar el conflicto, considerándolo una prerrogativa de parejas incapaces y fracasadas. Según ha afirnado el psiquiatra René Sitz: "una existencia sin conflicto es la existencia de un ambicioso. "

 

También una vida de pareja sin conflictos es una utopía peligrosa, ligada al sueño de un pacifismo que de hecho existe sólo en las proclamaciones de los así llamados universales. Sería como cerrar los ojos a la alteridad del otro o, peor aún, quererla eliminar, porque asusta y molesta. Una relación constantemente e irónicamente reconciliada haría pensar en la incapacidad de confrontarse y de gastarse por el otro, a una adhesión acrítica e infantil de una parte a la otra, a una fusión indistinta, a una parálisis de la creatividad...

 

El conflicto llama a la persona a su soledad ontológica, en sentido de su ser no complementario, no dependiente del otro, sino autónomamente fundado en Dios. Hay acontecimientos y responsabilidades que cada uno debe afrontar él solo, sin poder apoyarse en otros (cuando se muere, se muere solo). Esta soledad ontológica garantiza a la pareja la fecundidad de una relación que no es fusión en la confusión, apoyo recíproco por la incapacidad de estar solos de pie, sino una continua aportación de nuevas energías que cada uno personalmente introduce en la comunicación.

 

Para el matrimonio creyente, el conflicto puede ser una llamada al diálogo profundo con Dios, a que el Dios celoso que de vez en cuando reafirna el primado del diálogo del alma con su creador, para asirla a sí mismo y hacerla de nuevo fecunda..."24

 

 Cuando los papeles del padre y de la madre se invierten, se crean graves problemas en los hijos. Se forman mujeres masculinizadas, y hombres débiles y afeminados.

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13 La sigla "S. h" de las citas siguientes se refiere a un Documento del Pontificio Consejo para la Familia: Sexualidad humana: verdad y significado, Ediciones Palabra, 1996 (hay ediciones posteriores), que ya presentamos en la Convivencia de los Catequistas de principio de curso de 1997, Y que constituye un óptimo documento de referencia para la educación sexual y afectiva de los hijos.

 

14 Estas palabras encuentran su confirmación de generación en generación. Ellas no significan que la imagen y la semejanza de Dios en el ser humano .sea mujer que varón, haya sido destruida por el pecado; significan, más bien, que ha sido "ofuscada" y, de alguna manera, "disminuida". Cf. Libertatis Conscientiae).

 

15 "...Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre, Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre." (Mc 7, 20-23)

 

16 "Habiéndose convertido en el centro de si mismo, el hombre pecador tiende a autoafirmarse y a satisfacer su anhelo de infinito, sirviéndose de las cosas: riquezas, poderes y placeres, sin preocuparse de los otros hombres a los que injustamente expolia y trata como si fueran objetos o instrumentos. Así, por su parte, contribuye a crear aquellas estructuras de explotación y de esclavitud, a las que, además, pretende denunciar" (Libertatis Conscientiae), n. 42).

 

17 "En el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del pecado... así como una inclinación al pecado que la Tradición llama concupiscencia, o "fomes  peccati" CEC 1264

 

18 "Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres". CEC 407

 

19 Sin embargo, el orden de la Creación subsiste aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia infinita, jamás les ha negado. 106 Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó "al comienzo". CEC 1608.

 

20 La palabra hebrea para el matrimonio es "qiddushin", es decir, santificación.

 

"Sobre todo el estudio del Rito caldeo, pero en general la estructura de los rituales orientales y occidentales nos ayuda a comprender que en la base de los rituales cristianos se coloca el antiguo ritual hebraico en toda su estructura y en sus contenidos, releídos a la luz de Cristo: bendición para el noviazgo, las nupcias, la bendición del tálamo nupcial; esta última bendición duró hasta el siglo XIII en la Iglesia Occidental.

 

"Acérquese el Presbítero y bendiga el tálamo diciendo: bendice, oh Señor, este tálamo y a cuantos habitan en ello para que puedan quedar en tu paz, estén firmes en tu voluntad, vivan, envejezcan y se multipliquen durante sus días.

 

Después bendice a los esposos diciendo: que Dios bendiga vuestros cuerpos y vuestras almas y derrame sobre vosotros su bendición como bendijo a Abraham, a Isaac y a Jacob. La mano del Señor esté sobre vosotros, envíe su Ángel Santo, que os custodie todos los días de vuestra vida. Amén." (Documentos de la antigua liturgia occidental para el rito del Matrimonio, en Lamberto Crociati, o.c., p. 232-242.)

 

21 "En la presente cuestión, el escándalo mayor es éste: suponer una clase social como enemiga natural de la otra; como si la naturaleza hubiese hecho a los ricos y a los proletarios para entablar entre sí un duelo implacable; algo que es tan contrario a la razón y a la verdad Sin embargo está clarísimo que, como en el cuerpo humano varios miembros son compatibles juntos y forman aquel armónico temperamento que se llama simetría, así la naturaleza quiso que en el consorcio civil se armonizaran entre ellas las dos clases, y de eso resultase el equilibrio. La una tiene necesidad absoluta de la otra: ni el capital puede existir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital. La concordia permite la belleza y el orden de las cosas, mientras que un perpetuo conflicto no puede sino engendrar confusión y barbarie. Ahora bien, para recomponer la disensión, y desarraigarla con firmeza, el cristianismo tiene la riqueza de una fuerza maravillosa "(Rerum Novarum,n.15).

 

22 "Débito conyugal, es decir la obligación que corresponde al derecho conyugal, los cónyuges deben prestar esta mutua acción por el contrato matrimonial. En efecto, al no tener el hombre la potestad sobre su cuerpo sino su mujer, y viceversa, deriva que cada cónyuge está sujeto a ofrecer su cuerpo a petición del otro. De ahí el débito de la donación a la petición. No obstante: "el derecho y el oficio concerniente al débito conyugal, del que habla el Canon 1111, no es una acción obnoxium, perteneciente al fuero interno (F.Cappello, Tracdatus Canónico-Mora/is de Sacramentis, Vol. V, De Matrimonio, Marietti 1950, Págs. 791-792).

 

23 En esta catequesis cito los libros que he encontrado más valiosos sobre la vida de la pareja y la educación de los hijos y que si alguien quisiera profundizar puede consultar. He visto y leído muchos otros que, por tener una connotación casi exclusivamente humanista y psicológica, no he considerado útil citar.

 

24 G.P. Nicola-A. Danese, Maschile e femminile, conflitto e reciprocita, en La reciprocita uomo-donna, Op. Cit., pág. 227-228.