FAMILIA - TEXTOS

 

1.ORACIONES/FAM:
Oración del Papa por la familia

Oh Dios,
de quien procede toda paternidad
en el cielo y en la tierra.
Padre, que eres Amor y Vida,
haz que cada familia humana se convierta,
por medio de tu Hijo Jesucristo,
"nacido de mujer",
y mediante el Espíritu Santo,
fuente de caridad divina,
en verdadero santuario de la vida
y del amor
para las generaciones
que siempre se renuevan.

Haz que tu gracia
guíe los pensamientos y las obras
de los esposos
hacia el bien de las familias
y de todas las familias del mundo.

Haz que las nuevas generaciones
encuentren en la familia un fuerte apoyo
para su humanidad y su crecimiento
en la verdad y en el amor.

Haz que el amor
corroborado por la gracia del sacramento
del matrimonio,
se demuestre más fuerte
que cualquier debilidad y cualquier crisis
por las que pasan las familias.

Haz, finalmente,
te lo pedimos por intercesión
de la Sagrada Familia de Nazaret,
que la Iglesia en todas las naciones
pueda cumplir fructíferamente su misión
en la familia y por medio de la familia.

Por Cristo nuestro Señor,
que es el camino, la verdad y la vida,
por los siglos de los siglos. Amén.
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2.FAM/SECRETO:
El secreto de la familia

1. Comprometerse mutuamente. Por encima del bien individual está 
el bien del otro.
2. Apreciarse mutuamente. No insistir en los fallos, sino en los 
aciertos.
3. Comunicarse. Para dialogar, primero escuchar y... después 
hablar, contar, expresarse.
4. Estar juntos. Pasear, viajar, divertirse... juntos. Nada une tanto 
como hacer las cosas juntos.
5. Hacer causa común. Sobre todo frente a las dificultades, la 
adversidad y el dolor.
6. Tener un horizonte espiritual. No se puede vivir... si no hay una 
razón poderosa para vivir. (Nick ·Stinnett-N y John De 
Frain)
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3.
Seguimos el símil paulino. Invitaba el apóstol a despojarse de trajes 
viejos y a revestirse con los nuevos: que estuviesen a la moda. 
Podemos aplicarlo a las familias. 

1.- Despojaos del consumismo.FAM/CONSUMO:CONSUMO/FAM:
La familia es la presa más codiciada del consumo. El consumo es la 
serpiente antigua. Os ofrece manzanas de oro y a cambio os hace 
esclavos. El consumo es el vampiro actualizado que chupa la sangre 
de la familia. El consumo es un virus que destruye todas vuestras 
energías. Es el dios a quien inmoláis vuestros hijos. Es vuestro 
espejismo permanente, que promete haceros felices, pero os deja 
terriblemente insatisfechos y desilusionados.
Adoráis el tener. Dividís el tiempo entre el consumo y su 
preparación. O bien trabajáis para consumir, o bien consumís para 
trabajar. Trabajáis para consumir y gastar. Deberíais trabajar para 
crear y compartir. Os pasáis el tiempo consumiendo; cosas, 
productos, palabras, imágenes y hasta personas.
El consumo lo pervierte todo: convierte las personas en objetos, las 
ideas en mercancía, los sentimientos en placer, el amor en 
hedonismo, el trabajo en castigo, el juego en espectáculo, el diálogo 
en consenso. La casa resulta una fonda, la familia un refugio, la 
convivencia una coexistencia. No conviváis para consumir, sino para 
compartir y para amar. La convivencia es comunión. El amor es la 
vida. No es una tarta que se consume, sino una tarea que se 
consuma; no es un objeto que se posee, sino unos estímulos que se 
conjuntan.

2.- Despojaos del autoritarismo.
Las familias jerárquicas son patriarcales, es decir, antiguas, como 
las del Viejo Testamento, como las de Ben Sirá. Pero no son 
cristianas. Cristo no gustaba de pirámides, sino de círculos. El niño 
Jesús escuchaba y obedecía a sus padres, pero también se hacía 
escuchar. Prefiere el diálogo a la imposición, la persuasión al castigo, 
la colaboración al dirigismo.
En la familia cristiana y en toda familia verdadera no hay 
subordinación sino colaboración. No sobre sino con. Y los miembros 
más débiles sean los más estimados y honrados. Los padres no se 
impongan por su autoridad ni los hijos tiranicen con sus caprichos. La 
autoridad verdadera no necesita de gritos, amenazas y castigos; es 
algo que se manifiesta y acepta por el brillo de su verdad y el calor de 
su disponibilidad; es más un don que una ley. La autoridad no se 
teme, sino que se desea. Donde hay temor puede haber banda, pero 
no familia. El autoritarismo es tabú, ave de mal agüero, que lo reviste 
todo de hipocresía. Donde hay autoridad hay colaboración, 
creatividad y mutuo enriquecimiento.

3.-Despojaos del familiarismo.
No se puede absolutizar la propia familia, aislándola y encerrándola 
en sí misma. La familia está bien, pero no basta ni se basta. Una 
familia cerrada rápidamente se pudre, como el agua que no corre. 
Una familia aislada no tardará en enfermar de egoísmo. Una familia 
individualista es una caricatura de familia.
La familia no es charca, sino río navegable; no es isla, sino 
península; no es traje, sino surco; no es cadena, sino lanzadera de 
hijos. La familia ha de tener siempre una puerta o ventana abierta, 
invitando a la amistad. La familia ha de asumir "los gozos y las 
esperanzas, las tristezas y angustias" de las demás familias. La familia 
cristiana ha de comprometerse solidariamente en la construcción de 
otras familias más grandes y más valiosas.
El familiarismo es raquitismo, envejecimiento prematuro, parálisis 
progresiva. Es un tumor maligno en el cuerpo social y eclesial.

4.- Despojaos de la rutina.
Despojaos de la costumbre y del culto idolátrico a la tradición. La 
rutina es el polvo que oscurece toda luz, la polilla que consume 
vuestros mejores vestidos, la carcoma que destruye inexorablemente 
todo el entramado de vuestro hogar. Hace más daño a la familia que 
las discusiones y traiciones.
Hay que limpiar el polvo cada día; hay que preparar la sorpresa 
cada día; hay que renovar el encanto cada día; hay que vencer el 
egoísmo cada día; hay que convertirse y renacer cada día. La familia 
no es lección aprendida, sino asignatura pendiente. Por eso "nadie es 
digno del amor sino lo conquista en la batalla de cada día, amor que 
no es la creación continuada del uno por el otro, al precio de lo que 
sea, es todo lo contrario de verdadero amor." (·Garaudy-R). El amor 
no es un tesoro que se guarda, sino una semilla que se cultiva; no es 
una herencia que se gasta, sino una inversión que se negocia.

5.-Despojaos, en fin, del sexualismo.
No es la vida para el sexo, sino el sexo para la vida. No es libre para 
gozar del sexo, sino que se goza del sexo para ser libre. No se ama 
para "hacer el amor", sino que se "hace el amor" para amar. Si la 
familia es una simple legitimación del ejercicio de la sexualidad, no 
pasamos de fariseos.
El sexualismo es droga insaciable y mortal de necesidad. Da la 
mano al egoísmo grosero, al utilitarismo interpersonal, al divorcio fácil, 
al aborto, si se da el caso, y a la ruina total de la familia.

NUEVOS MODELOS 
1.- Democracia familiar.
Por así decirlo. Respeto mutuo. Todos los miembros valen igual, 
tienen derecho al voto; deben estar convenientemente informados; 
han de participar -a su manera- en las decisiones grandes o 
pequeñas.
Es la educación liberadora y participativa, performativa y operante. 
No sea la familia fábrica de ideologías despersonalizadoras, sino forja 
de responsabilidad.
Y para lograr todo eso, el diálogo. La familia es tarea a realizar 
entre todos, y el diálogo -de ideas- es la mejor herramienta.

2.- Critica 
Frente a la domesticación de las personas, revisión constante de 
valores: personales, familiares y sociales, los que se ofrecen en las 
modas y medios de comunicación. Esto exige una actitud vigilante y 
consecuente, y un dejarse ayudar en grupos de reflexión.

3.- Austeridad.
Prevalezca el ser sobre el tener, el compartir sobre el derrochar, el 
invertir sobre el guardar. Prevalezca la solidaridad sobre el confort, el 
desprendimiento sobre la avaricia, el esfuerzo sobre el embotamiento, 
el trabajo sobre el vivir de las rentas.

4.- Compromiso 
También la familia debe colaborar en la superación de los 
problemas sociales, cívicos y políticos. También la familia debe 
participar en las tareas eclesiales. Es célula viva y activa del tejido 
social y eclesial. En este aspecto religioso, la familia cristiana ha de 
celebrar y vivir su fe comunitariamente y ser testigos familiares de 
esta fe.

5.- Amor 
Es la roca firme sobre la que hay que construir toda familia estable. 
"Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y 
embistieron contra aquella casa, pero no cayó, porque estaba 
cimentada sobre roca". (Mt. 7,25).
Amor desinteresado y generoso, "un hacerse espaldas el uno para 
el otro'', un amor concreto y detallista, un amor sensible y acariciante, 
un amor oblativo y entregado, un amor de amistad y comunión, un 
amor fecundo y creador. Un amor así es en verdad "el ceñidor de la 
unidad consumada" y la roca firme de la casa.
(_CARITAS/85-2.Pág. 95-98)
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4. FAM/SOCIEDAD: 
Los numerosos estudios sobre la familia han constatado cómo en la medida que ésta 
pierde funciones en beneficio de la sociedad, va adquiriendo nuevas funciones por delega- 
ción y dejación de la sociedad. De modo que la ecuación familia-sociedad sigue siendo 
fundamental de cara al futuro, si queremos un futuro humano. La familia, en efecto, ha ido 
cediendo buena parte de sus funciones educativas, económicas y asistenciales, conforme 
éstas iban engrosando las tareas que se atribuía el Estado de Bienestar. Pero la creciente 
intervención del Estado en el proceso de socialización no ha sido capaz de contrarrestar la 
masificación y deshumanización de una sociedad cada vez más atomizada y reducida a la 
soledad y al silencio de la incomunicación.
La gente, cada vez más, valora, reclama y busca refugio en la familia, huyendo de la 
soledad y del vacío que se produce en la sociedad masificada. La 
compañía, el afecto, la comprensión, el sentido de la gratuidad 
apenas si tienen cabida en una sociedad competitiva y tecnificada, 
pero sin corazón, sólo con cuentas corrientes. Por otra parte, la 
familia se presenta también como un lugar privilegiado y cada vez más 
escaso de encuentro y comunicación en un mundo en que los medios 
de información reducen a todos al silencio con la omnipotente fuerza 
de su inagotable bla, bla, bla. De modo que la familia está asumiendo 
nuevas emociones, indispensables para una sociedad de seres 
humanos.
Por eso, hace falta que esta sociedad valore, reconozca y 
promueva el desarrollo y mantenimiento de la institución familiar, 
dentro de su innumerable variedad y riqueza. El Estado-providencia 
ha sabido tomar a su cargo y mejorar muchas de las funciones que 
gravaban penosamente sobre la familia, pero no ha sabido o no ha 
querido proteger y potenciar la cohesión familiar, indispensable a 
todas luces. Una pretendida neutralidad se ha traducido en una 
inaceptable actitud de indiferencia, cuando no de recelo hacia la 
familia, sobre todo en sus formas más frecuentes y socialmente 
practicadas, negándoles a veces la ayuda y casi siempre la 
protección.
(_EUCA/95/60)
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5. FAM/FELICIDAD  MA/FELICIDAD:
Seis condiciones para una familia feliz 
A ellas han llegado a modo de conclusiones los profesores Nick 
Stinnett y John DeFrain, tras un estudio sobre tres mil familias de 
distintas razas y países. Libro: El secreto de las familias sólidas.

1. Comprometerse mutuamente. Por encima del bien individual está 
el bien del otro.
2. Apreciarse mutuamente. Nada de estar recordándose uno a otro 
los fallos. Siempre hay algo bueno que decir del otro.
3. Comunicarse. Supone escuchar con interés al otro y contarle 
nuestras cosas. Los casados conversan poco.
4. Reservar tiempo para estar juntos. Un paseo, un viaje. Nada une 
tanto como hacer cosas juntos.
5. Unirse en las dificultades. El dolor común une. Y más, si se hace 
frente común.
6. Buscar un horizonte espiritual. Los encuestados, de distintas 
religiones, lo expresan con diversos términos: integridad, honradez, 
virtud, principios, moralidad...
(_CARITAS/89-2.Págs. 131 s.)
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6. FAM/FRATERNIDAD 
El obispo de Huelva critica a las familias que se conforman con un 
solo hijo. 

Monseñor Ignacio Noguer, obispo de Huelva, ha dedicado una carta 
pastoral a comentar la situación de la familia hoy en España. Fija su 
atención el prelado onubense en aquellas parejas que autolimitan el 
número de hijos a uno solo, pues considera que están privando a ese 
hijo de la experiencia de la fraternidad al no darle ningún hermano. 
En su carta pastoral, escrita con motivo de la solemnidad de la 
Sagrada Familia, que se celebrará el próximo domingo, monseñor 
Noguer indica que «son cada vez más numerosos los matrimonios que 
se cierran al don de la vida. Se ha convertido casi en una norma el 
hijo único, que permanece injustamente privado de la experiencia de 
la fraternidad. Hay, además familias que recurren incluso al aborto 
como medio de controlar la natalidad. Las separaciones, el divorcio, 
constituyen sin duda una gran violencia, porque violencia es privar a 
los hijos de un ambiente familiar sereno y de normal convivencia». 
Frente a esto, monseñor Noguer señala que la familia como tal no 
está en crisis, hay familias que ciertamente lo están, pero son más los 
hombres y mujeres que viven con alegría y sosiego su ambiente 
familiar, que viven en amor y en fidelidad, abiertos generosa y 
responsablemente a la vida». 
Por eso -añade el prelado onubense-, nada de complejos ni 
desalientos en la lucha de cada día. Mucho más fuerte que la 
corrupción presente en el mundo, es la esperanza a la que nos 
impulsa la Sagrada Familia de Nazaret». 

Don de Dios 
En Nazaret -dice monseñor Noguer- la Sagrada Familia nos enseña 
a descubrir por qué los hijos son el don más precioso de Dios para los 
esposos, a apreciar más la vida, a amarla, a acogerla y protegerla 
porque sólo la familia es el santuario y la cuna de la vida». 
Además, en la fiesta de la Sagrada Familia el prelado anima a los 
matrimonios a mostrar la realidad hermosa de vuestra familia a los 
jóvenes, a quienes, por diversas causas, cuesta tomar la decisión de 
casarse. Os invito a participar activamente en la vida y en la misión de 
la Iglesia; sólo a través de esta participación, alimentada por la 
Palabra de Dios, fortalecida por la Eucaristía y en unión con otras 
familias cristianas, podréis alcanzar la fecundidad a la que el Señor os 
llama». 
(·OB-HUELVA._ABC/DIARIO 27-12-95.Pág. 60)
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7. PAREJAS-DE-HECHO/FAM FAM/PAREJAS-DE-HECHO 
·ROUCO-VARELA-AM
Madrid, 27 de septiembre de 1997

LA REGULACIÓN JURÍDICA DE "LAS PAREJAS DE HECHO"
O LA DESPROTECCIÓN DE LA FAMILIA

Mis queridos hermanos y amigos: 
Acaba de comenzar el nuevo curso escolar, cuando se vuelve a 
activar en el Parlamento el debate sobre la propuesta de regulación 
jurídica de las llamadas "parejas de hecho". ¡Curiosa coincidencia y 
significativa paradoja! Porque precisamente la vuelta al Colegio iba 
acompañada de una noticia, ya habitual desde hace más de un lustro, 
y sobre la que se camina como sobre ascuas en los comentarios 
periodísticos y políticos de actualidad: un curso más ha disminuido el 
número de los alumnos matriculados en los niveles primarios y 
secundarios de enseñanza. En Madrid han sido veintisiete mil niños 
menos los que han accedido a su primer año de escuela, y doscientas 
las aulas que hubo de cerrar la administración educativa. 
Una primera consecuencia alarmante de este fenómeno, reiterado 
curso a curso desde 1991, y al que no se le ve una solución ni a 
corto, ni a medio plazo, viene siendo subrayada desde hace algún 
tiempo, con la sabia e inapelable objetividad de los números, por 
eminentes estudiosos y expertos de la ciencia económica en España: 
si la evolución demográfica continúa su actual línea descendente 
--dicen-- las dificultades para el mantenimiento del actual sistema de 
la seguridad social van a ser enormes. 
Al lado de esta lectura económica de los datos demográficos, en el 
fondo tan preocupante y dramática, se coloca otra de naturaleza 
moral, cultural y espiritual, mucho más grave: la de la crisis del 
matrimonio y de la familia. Un joven y una joven, que quieran contraer 
matrimonio hoy en España y fundar una familia, se ven enfrentados 
desde el comienzo de su compromiso a una casi heroica carrera de 
obstáculos. Arduas dificultades para encontrar trabajo digno; 
perentoria necesidad de trabajar los dos esposos fuera del hogar si 
quieren acceder a una vivienda digna y tener hijos; una frágil 
cobertura jurídica en lo laboral y asistencial en los momentos de la 
maternidad; unas bienintencionadas pero absolutamente insuficientes 
desgravaciones fiscales; una casi nula compensación económica para 
el sostenimiento y educación de los hijos; el importe de los subsidios 
familiares: sencillamente ridículo... La familia en España se encuentra 
en un estado de desvalimiento socio-económico y jurídico como 
apenas sucede en otro país de la Unión Europea. Una pregunta se 
impone a cualquier observador que haya seguido con atención la 
evolución de la política familiar: ¿qué se ha hecho del Art. 39,1, de la 
Constitución Española en la que se afirma solemnemente: "Los 
poderes públicos aseguran la protección social, económica y jurídica 
de la familia?". La contestación, sobre todo de los matrimonios 
jóvenes, de las familias trabajadoras y de las familias numerosas sería 
sin duda, que se sienten desprotegidas. 
Desprotección que encubre una verdadera discriminación. A la 
familia con hijos --con sus hijos-- se les está pidiendo, por una parte, 
consciente o inconscientemente, que pongan a disposición de la 
sociedad el trabajo y el sacrificio de sus miembros para que pueda 
sostenerse el futuro de las generaciones de mayores y necesitados 
de todo orden; es decir, se les pide solidaridad para el futuro y en el 
futuro; pero, por otra, se les niega a ellas esa solidaridad en el 
presente. ¿Cuándo vamos a dar el paso personal y colectivo de 
entender y de vivir la solidaridad social con toda la verdad de sus 
exigencias privadas y públicas tomando de nuevo en serio el apoyo y 
la protección social, económica y jurídica de la familia?
Y, lo que es peor, a la desprotección y discriminación sociales se 
añade el acoso cultural y moral al que la familia se ve sometida día a 
día por los medios de comunicación, de toda especie, en especial por 
los audiovisuales, incluidas --¡hay que decirlo con mucha pena!-- las 
televisiones públicas; y por una cierta industria del ocio y del tiempo 
libre sin escrúpulos, preocupada solamente del negocio, y ansiosa de 
ganancias a toda costa. ¿Por qué extrañarse entonces del 
crecimiento incesante, poco menos que imparable, de la delincuencia 
y violencia juveniles, de la drogadicción, de la corrupción de menores, 
del sida, del fracaso escolar, cada vez más masivo, entre los 
adolescentes y los jóvenes...? También aquí habría que preguntarse 
por la protección a la infancia que promete constitucionalmente el 
Estado en el citado Art. 39 de nuestra Ley Constitucional en su 
apartado cuarto.
Y es que la familia es el ámbito de vida y relación primero y básico, 
donde la persona nace, se educa y puede aprender la experiencia 
humana fundamental: la experiencia del amor gratuito o, simplemente, 
del amor. Pues el amor o es gratuito o no es. Éste es el amor que 
conduce necesariamente al don de la vida.
En este momento tan difícil por el que atraviesa la familia en 
España la reacción de muchos, ante lo que parece una inquieta y 
activísima ocupación de nuestros legisladores con la regulación 
jurídica de "las parejas de hecho", es de estupefacción y asombro. No 
sólo no se va a adelantar con ello ni un ápice en la vía de habilitar 
soluciones de los graves problemas que afectan en este momento a la 
familia española; antes al contrario, se la va a hacer daño, y 
justamente en aquello en lo que significa y contiene de valor humana, 
social y espiritualmente insustituible para la persona humana. Y le 
causará grave perjuicio sea cual sea la forma técnico-jurídica que se 
arbitre para esa regulación. Para la solución de los legítimos 
problemas de las personas que se ven involucradas en ese fenómeno 
de "las parejas de hecho" búsquese el cauce político-jurídico 
adecuado; pero nunca el del remedo o imitación institucional del 
matrimonio y de la familia.
Si la familia es aquella comunidad íntima de vida y amor entre los 
esposos entre sí y entre los padres e hijos, imprescindible para la 
constitución de la sociedad en justicia, solidaridad y abierta y 
generosa humanidad, al servicio del bien común y de la promoción de 
la persona humana; igualmente, y con un significado propio y 
específico, lo es también para la Iglesia, en cuanto instrumento y 
realidad sacramental donde se hace presente el Señor Jesucristo, 
Salvador del hombre. Así como la Iglesia no se puede constituir en 
plenitud sin sacramento del matrimonio, tampoco podrá realizar su 
misión evangelizadora sin el concurso de los matrimonios y familias 
cristianas. ¿No habremos fallado también nosotros en la atención 
pastoral que les es debida en el seno de la comunidad eclesial? ¿No 
es también por nuestra culpa que pase lo que está pasando en la vida 
y en la opinión públicas respecto a la familia, en nuestra patria, y en 
Madrid?
Una respuesta a estas preguntas, nacida de una actitud de 
conversión al Señor, se nos pide con urgencia al comienzo de este 
curso pastoral, que hemos emprendido "animados por el Espíritu". 
Con María, la Virgen y Madre de Nazaret, se puede hallar la acertada 
respuesta: una respuesta espiritual y pastoralmente nueva y 
evangelizadora.
Con mi afecto y bendición,
+ Antonio Mª Rouco Varela
Arzobispo de Madrid
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8. FAM/ROUCO-VARELA-AM

 Madrid, 4 de octubre de 1997
LA FAMILIA:
PREOCUPACIÓN CENTRAL DE LA IGLESIA

Mis queridos hermanos y amigos:
Hoy se clausura en Río de Janeiro el II Encuentro Mundial de las 
Familias con el Santo Padre. Una muestra excepcional de la 
preocupación que siente la Iglesia por el bien de las familias, o dicho 
con otras palabras, por el bien o valor inestimable e insustituible que 
significa la familia para el destino de cada persona y de toda la 
humanidad.
Desde los lejanos años treinta de este siglo en el Pontificado de 
Pío XI, con su famosa Encíclica "Casti Connubii" de 30 de diciembre 
de 1930, hasta estas dos últimas décadas del ministerio pastoral de 
Juan Pablo II, ha ido creciendo la sensibilidad espiritual y apostólica 
de la Iglesia en torno a la suerte que corren el matrimonio y la familia 
en todo el mundo: en las zonas menos desarrolladas y más pobres del 
planeta y, cada vez con mayor alarma, en las sociedades más 
avanzadas de nuestro entorno. Se es consciente cada vez más del 
deterioro creciente de esa institución básica para el bien de la 
sociedad y el futuro del hombre: deterioro social, cultural y jurídico, 
que corre pareja con un debilitamiento de su substancia moral y 
religiosa. Al mismo tiempo que se percibe con una mayor clarividencia 
doctrinal y práctica, a la luz de una fe más empapada del cuidado 
evangélico por la persona humana, que, en el fondo, las crisis más 
graves por las que atraviesa hoy la sociedad --incluida la de la 
violencia y de la amenaza para la paz interna y externa-- sólo son 
superables en raíz por la vía de la promoción de una familia sana e 
íntegra en los elementos humanos y espirituales que la configuran 
como la comunidad de amor y de vida entre los esposos y los hijos, tal 
como es querida constitutivamente por Dios. En el Concilio Vaticano II 
cristaliza esa conciencia de la Iglesia contemporánea en torno al 
matrimonio y a la familia en ese doble aspecto: el de la constatación 
dolorida de una realidad social caracterizada por un cuestionamiento 
progresivo de la concepción cristiana del matrimonio y de la familia en 
las ideas y en la conducta, y el de la suma importancia pastoral de 
una presentación y vivencia renovadas de lo que significan para el 
bien del hombre y de su salvación.
La dificultad más sutil y quizás, por ello, la más peligrosa, con la 
que se enfrentan hoy todos los que se proponen la recuperación del 
verdadero valor del matrimonio y de la familia en la opinión pública y, 
lo que es más importante, en las costumbres sociales, es la que 
proviene de lo que ha venido en llamarse la legitimidad de un 
pluralismo en la forma de configurar y vivir matrimonio y familia, pero 
tan radical en su esencia, que alcanza a lo que es su nervio y 
fundamento: la fidelidad matrimonial y la apertura del matrimonio al 
don de la vida. Esa supuesta teoría pluralista se ampara en una 
dominante visión materialista y hedonista de la existencia, que cifra 
todo su sentido en el logro del placer y de las comodidades y 
conveniencias individuales pase lo que pase; y se convierte en la 
práctica en una cultura del divorcio a la carta que conduce 
inexorablemente a la destrucción de la familia. Sus principales 
víctimas son los hijos. Precisamente el drama creciente de los hijos de 
los divorciados y de las familias "desestructuradas", tan sangrante 
entre las capas más pobres y desatendidas de nuestra sociedad, 
también en Madrid, demuestra que el matrimonio no es un asunto 
meramente privado que afecta en exclusiva a marido y mujer, sino que 
repercute en el corazón mismo de la vida social, para su bien y para 
su mal. Habría que cerrar los ojos del cuerpo y del alma para no ver 
cómo la difusión de la cultura del divorcio está desembocando en un 
creciente número de existencias rotas de niños y de jóvenes y en un 
descenso angustioso de la natalidad. Es más la forma ética y humana, 
tan absolutamente relativista con la que se presenta --se separan por 
principio matrimonio y fidelidad--, está llevando a la desaparición del 
matrimonio mismo y de la familia como las formas primarias de 
relación interhumana y de socialización. ¿Qué significa si no el 
fenómeno social del "single", de ese tipo de existencia personal en 
que las personas habitan y hacen su vida solas, cada una en su 
vivienda, y que comienza a dominar el panorama humano de las 
grandes ciudades europeas? ¿De una ciudad de "solitarios" es 
posible que surja una ciudad de "solidarios"?
No obstante, y como un contraste que invita a la esperanza, son 
cada vez más los jóvenes que descubren el valor inmenso, 
infinitamente gratificante, de lo que es el amor fiel: o sencillamente de 
cómo fidelidad y amor son inseparables, de cómo ese amor no sólo no 
es una utopía imposible, que no se sostiene ante las adversidades de 
la vida y de nuestros propios defectos y pecados, sino que en 
Jesucristo, y en su amor crucificado, se va haciendo y madurando 
como una realidad auténtica, ejercitada en la donación mutua, que se 
verifica en la acogida del don de los hijos, como un don de Dios 
Creador y Padre, en los que se pueden experimentar los frutos de la 
nueva vida del Resucitado. Frutos palpables cuando se les lleva al 
agua del Bautismo --el segundo nacimiento--; se les educa 
cristianamente y se les inserta en una comunidad familiar donde cada 
uno es amado por sí mismo --no por su utilidad--; donde son 
especialmente mimados los miembros más necesitados y los más 
débiles de la familia: los niños, los enfermos, los abuelos...; donde el 
pobre siempre tiene sitio y donde los ecos y los retos sociales y 
políticos que plantea la pobreza pueden ser comprendidos y asumidos 
con actitudes de entrega y compromiso evangélicos.
El Papa Juan Pablo II ha ido a Brasil acompañado por el afecto y la 
oración de toda la Iglesia para renovar ante el mundo el anuncio del 
Evangelio del matrimonio y de la familia. Hagámoslo nuestro con fe y 
confianza en el Señor, que nació en Belén en el seno de la familia de 
Nazaret; apoyados en la intercesión de María y de José; en un día en 
que toda España se alegra por el matrimonio de dos jóvenes, tan 
unidos a la familia de sus Reyes, y, por ello, a su propia historia y 
destino. A la Virgen y Madre de La Almudena los encomendamos, 
junto con todas las familias de Madrid y de España.
Con mi afecto y bendición,
+ Antonio Mª Rouco Varela
Arzobispo de Madrid

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9. PAREJAS-DE-HECHO/FAM
Un respeto para la familia
La familia es el ámbito en que tiene lugar la socialización y la 
educación más fundamental de las personas. Gracias a Dios los 
españoles, y en particular la juventud, aprecian la familia como uno de 
los valores más fundamentales en sus vidas. Y es que en la sociedad 
familiar es donde más fácilmente se les abre a cada uno el sentido 
profundo de su vida que radica en la "ley de la gratitud", según la cual 
cada miembro de la familia es apreciado ante todo por lo que es 
-esposo o esposa, hijo o hija, hermano o hermana- y no por lo que 
tiene o puede.
"Las relaciones entre los miembros de la comunidad familiar 
-escribe Juan Pablo II- están inspiradas y guiadas por la ley de la 
gratuidad, que, respetando y favoreciendo en todos y cada uno la 
dignidad personal, cono único título de valor, se hace acogida cordial, 
encuentro y diálogo, disponibilidad desinteresada, servicio generoso y 
solidaridad profunda".

Las uniones de hecho
Las relaciones humanas de este género son la fuente básica de la 
constitución y formación de la persona. Son el lugar apto para la 
generación de nuevas vidas humanas y la escuela integral en la que 
se pueden poner las bases de una personalidad abierta a la Verdad 
del hombre. Por eso la familia merece toda la atención y todo el 
respeto por parte de la Iglesia, del Estado y de la sociedad. No 
podemos, pues, dejar de ver con preocupación ciertas campañas y 
ciertas iniciativas legales o administrativas que tienden a desfigurar la 
imagen y la realidad de la familia.
Las llamadas "uniones de hecho" siempre han existido y hoy, a 
causa de la gran crisis moral que afecta a nuestras sociedades, 
abundan más. Las situaciones son muy variadas y no se puede emitir 
un juicio moral general sobre todos los casos. Hay personas que 
conviven al modo de los cónyuges, pero sin contraer matrimonio, y 
que han probado una gran fidelidad y responsabilidad en su 
convivencia. Si son católicos, habrán de preguntarse por qué no viven 
con coherencia su compromiso bautismal y por qué rechazan la gracia 
del sacramento del matrimonio. En cualquier caso, sean o no 
católicos, habrán de pensar que la ingeniosa frase "el amor no 
necesita papeles" es verdad, pero sólo a medias. El amor nace y se 
cultiva por cauces distintos de los actos y los compromisos jurídicos, 
es cierto, pero el amor verdadero no rehusa asumir hasta el fondo 
ninguno de los compromisos que la fidelidad y la 
paternidad/maternidad llevan consigo, tampoco los de índole jurídica. 
Una situación totalmente diversa es, en cambio, la de las personas del 
mismo sexo que conviven juntas.

Los legisladores deben distinguir y discernir
En los últimos meses asistimos a una especie de campaña en la 
que todas estas situaciones aparecen intencionadamente mezcladas 
para pedir una regulación jurídica que las abarca a todas bajo el 
concepto general de "parejas de hecho" o "uniones de hecho". Los 
legisladores habrán de saber distinguir y discernir si se dan 
situaciones que merecen en realidad un tratamiento legal especial 
que evite discriminaciones e injusticias o si este objetivo se puede 
lograr ya mediante una aplicación oportuna de la legislación vigente y 
de los principios generales del Derecho. Pero lo que no nos puede 
parecer lícito en ningún caso, es que se equipare jurídicamente lo que 
no debe ser equiparado por constituir realidades antropológicas y 
sociales muy diversas.
En el caso particular de las llamadas "uniones homosexuales", lo 
primero que hay que decir es que, a diferencia de las uniones de 
hecho entre un hombre y una mujer, nada pueden tener que ver con 
la familia, por más que se trate de oscurecer las cosas recurriendo a 
expresiones como "diversos tipos de familia" u otras semejantes. La 
familia se basa en la unión conyugal que "hunde sus raíces en el 
complemento natural que existe entre el hombre y la mujer". 
Permítanme recordar lo que la Comisión Permanente de la 
Conferencia Episcopal declaró ya en su día a este respecto: 
"Cualquier equiparación jurídica de dichas uniones (homosexuales) 
con el matrimonio supondría otorgarles una relevancia de institución 
social que no corresponde en modo alguno a su realidad 
antropológica. La solidez y trascendencia del amor conyugal, su 
carácter procreador y definitivo, es lo que le confiere una dimensión 
social y, por tanto, institucional y jurídica. El matrimonio, engendrando 
y educando a sus hijos, contribuye de manera insustituible al 
crecimiento y estabilidad de la sociedad. En cambio, a la convivencia 
de homosexuales, que no puede tener nunca esas características, no 
se le puede reconocer una dimensión social semejante a la del 
matrimonio y a la de la familia".

Legitimación de un mal moral
Que nos opongamos decididamente a "la legitimación de un mal 
moral como el comportamiento homosexual institucionalizado" no 
quiere en absoluto decir que no tengamos y pidamos el mayor respeto 
para las personas de orientación homosexual, que no deben ser 
discriminadas en sus derechos humanos ni, mucho menos, vejadas en 
su inalienable dignidad humana. Pero hemos de manifestar con tanta 
firmeza como respeto que las leyes no discriminan a estas personas 
cuando no les reconocen un derecho inexistente al matrimonio o a la 
adopción.
Los legisladores han de tener muy presente el valor simbólico y 
pedagógico de las leyes. Aunque todavía queda mucho camino por 
andar, gracias a Dios los españoles cada vez distinguen menos entre 
las obligaciones y las posibilidades que derivan de las leyes, por un 
lado, y las obligaciones y las exigencias de la moral, por otro. Se va 
entendiendo mejor que el ámbito de la moral es más amplio, más 
radical y más confiado a la libertad de la persona; que la legislación 
civil no siempre debe o puede imponer con su fuerza propia lo que la 
ley moral nos pide. Sabemos también que puede incluso haber leyes 
injustas que permiten y hasta alientan la conculcación de derechos 
humanos fundamentales. Leyes de este género existen hoy, por 
desgracia, en nuestro Estado democrático y, como católicos, estamos 
obligados a resistir frente a ellas y a procurar seriamente que se 
cambien. Pero las leyes no sólo desempeñan una función reguladora 
más o menos acertada técnicamente y más o menos justa o injusta. 
Además, dada su autoridad, ejercen también una función orientadora 
y educativa de la conducta de los pueblos. Pedimos a Dios que la 
legislación sobre la familia contribuya realmente no sólo a evitar 
situaciones de real discriminación, sino también a favorecer la vida y 
la misión de las familias, tan decisiva para el bien de todos.
·YANES-ALVAREZ-ELIAS
+Elías Yanes Álvarez 
Arzobispo de Zaragoza y Presidente de la Conferencia Episcopal 
Española 
(Del discurso de apertura de la LXVII Asamblea del Episcopado. 
Abril de 1997)
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