CARA Y CRUZ DE LA FAMILIA EN EL EVANGELIO:
una tensión que no cesa


GREGORIO RUIZ
Profesor de Sgda. Escritura
Univ. Comillas. Madrid


«
Sus padres no le comprendieron» (Lc 2,50). 
«Sus familiares venían a atarlo, porque pensaban que estaba loco» (Mc 3,23). 
«¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?» (Mc 3,33).
«Bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad» (Lc 2,51)


¿En qué quedamos? ¿Hay que hacer caso al evangelio de Lucas 
cuando exalta la sujeción de Jesús a sus padres o, más bien, cuando 
nos lo muestra desentendiéndose de ellos en el Templo o 
enfrentándose con una pregunta que suena a reproche?
No vale decir que ese acontecimiento era de un orden 
sobrenatural, imposible de darse en los hijos "normales" de una familia 
cristiana. Ni vale aducir el carácter menos histórico de los evangelios 
de la infancia. Los textos de Marcos arriba aducidos son aún más 
"fuertes". Tanto que otros evangelios, escritos después del de 
Marcos, se cuidan muy mucho de repetir un adjetivo tan escandaloso 
como el de "loco" y que, por eso mismo, tiene todos los rasgos de 
autenticidad histórica.
El evangelio lucano, al tratar de cubrir la laguna informativa sobre 
la infancia y la familia de Jesús, deja enfrentadas en tensión dialéctica, 
de una parte, la autoridad acatada ejemplarmente (y con fruto: crece 
el hombre allí adonde ha bajado, en Nazaret; hay más favor y gracia 
de Dios allí donde ha habido más sometimiento) y, de otra parte, la 
libertad filial afirmada y ejercida.
EVS/APOCRIFOS: La misma tensión entre ambos aspectos 
continuará, notablemente aumentada por una imaginación 
desbordada, en los llamados evangelios apócrifos.1 Entre los 
continuos milagros que en su vida diaria realiza el Jesús-niño (muchos 
de los cuales son una "retroproyección" del Jesús adulto que pasó 
haciendo el bien2 y otros anticipan su relación infantil con personajes 
posteriores,3 llaman la atención los que presentan a un niño irascible 
que abusa de sus poderes frente a quienes le contradicen.4 Parte de 
esa agresividad afectará a sus padres, a los que, sin embargo, 
favorece con sus capacidades milagrosas.5
Lo que nos interesa especialmente es advertir también en la 
tradición apócrifa, junto a travesuras infantiles,6 la misma doble y 
opuesta línea de sumisión obediente y libertad consciente.
Ejemplos de lo primero se encuentran en el evangelio conocido con 
el título de "Historia de José, el carpintero", probablemente del siglo IV 
o del siglo V. Delante de sus discípulos, en el monte Olivete, Jesús da 
un repaso a toda su vida. Dice así:

«Yo, por mi parte desde que mi madre me trajo al mundo, le estuve sometido 
siempre como un niño y ejecuté lo que es natural entre los hombres, excepto el 
pecado. Llamaba a María mi madre, y a José mi padre. Les obedecía en todo lo 
que estuvieran a punto de mandarme, sin que jamas me permitiera replicarles 
una palabra, sino que les mostraba siempre un gran cariño."7
«Yo dije: Guarda a José como a la niña de tus ojos, pues es mi padre según 
la carne y ha compartido conmigo el dolor durante los años de mi niñez... y me ha 
dado instrucción como la suelen dar los padres para provecho de sus hijos.» 8

Un ejemplo, por el contrario, de su libertad en oposición consciente 
lo podemos ver en el evangelio armenio de la infancia (del siglo V al 
VI):

«Jesús le pregunto a María: '¿Qué piensas hacer conmigo?'. Ella le responde: 
'Esto es lo que me tiene preocupada: que hemos puesto sumo empeño en que 
aprendieras durante tu infancia todos los oficios, y hasta ahora no has hecho 
nada en este sentido ni te has prestado a nada. Y ahora que ya te has hecho 
mayorcito, ¿qué prefieres hacer o cómo quieres pasar la vida?'. Al oir esto, Jesús 
se indignó: '¡Has hablado muy inconsideradamente! Con tantos prodigios como 
he hecho ante ti, ¿aún no me das crédito? Ten paciencia hasta que veas 
realizadas todas mis obras. pues aun no ha llegado mi hora. Mientras tanto, 
mantente fiel a mi». Y, diciendo esto, salió de su casa apresuradamente.» 9.

Algunas conclusiones podemos avanzar: Es claro que a los 
biógrafos de Jesús, como a todos los biógrafos, les faltaban datos del 
hombre grande cuando todavía era pequeño y nadie sabía lo que iba 
a dar de sí. En esas situaciones, los seguidores/admiradores se 
esfuerzan por trasladar y retrotraer a la infancia del héroe aquellos 
rasgos que le caracterizarían de mayor.
(A la tan traída y llevada anécdota del Año Cristiano -aquel santo 
asceta y penitente que, ya de niño, rechazaba [¡angelito!] el pecho de 
su madre los viernes- se podrían añadir otras más recientes. Una 
militante socialista, tan ardorosa como ingenua, me contaba hace 
tiempo que, por lo visto, ya de niño, Felipe González, en su barrio de 
Bellavista, como era de una posición modesta, pero más elevada que 
la del resto de sus compañeros, llevaba todos los días su bocadillo a 
la escuela y terminaba repartiéndolo, sin él probar bocado).
El que se recurriera a esa alternante muestra de sumisión y libertad 
frente al entorno familiar se explica porque se encontraba bien 
confirmada en sus manifestaciones y prácticas de adulto: junto a 
textos que manifiestan la cercanía y familiaridad del carpintero hijo de 
José con su padre y con su madre, que le sigue hasta la cruz, y con 
los apóstoles hasta Pentecostés, se encuentran otros que parecen 
sugerir un distanciamiento pretendido, como la desabrida respuesta 
de Cana o el "¿quiénes son mi madre y mis hermanos?".
¿Qué hacer ante estas constataciones?
No vale recurrir a la engañosa historicidad que nos ofrecería un 
análisis de las condiciones de vida de la familia judía de hace veinte 
siglos, para ver cómo la vivió Jesús en realidad. Pues, por una parte, 
lo que nos interesa de Jesús, en orden a su seguimiento, no es 
exactamente repetir las condiciones sociológicas en que desarrolló su 
vida, sino la traducción que de ella podemos y debemos hacer para 
las nuestras. Y, por otra parte, nos interesa especialmente lo que de 
nuevo aportó Jesús en aquellas circunstancias y costumbres judías 
que le tocó vivir. Tampoco nos iba a valer plenamente el recurrir 
exclusivamente a aquel perfecto modelo de familia, con un hijo único, 
que lo era por muchos conceptos.
Nos interesará comprobar si esa tensión dialéctica que se afirma en 
los relatos de la infancia y se adivina en el resto de los evangelios es 
también confirmada de algún modo por los análisis que de la familia se 
pueden insinuar hoy día y es corroborada por los otros libros del 
Nuevo Testamento.

La tensión, constante de/en toda familia.
FAM/TENSIONES: En actuales análisis seculares de los problemas 
de la familia13 se advierte la dificultad que encierra encontrar el justo 
medio entre las diversas tensiones que la trabajan y en medio de las 
cuales sobrevive, no sabemos si por su imprescindible calidad o 
porque, como en la famosa frase de Churchill sobre la democracia, es 
la institución menos mala que ha podido encontrarse. "La familia -dice 
Cernada-, ese cristal que tantos quieren romper pero nadie consigue 
doblar". Así se va abriendo camino la nave familiar entre las continuas 
"Scyllas" y "Caribdis" que la asedian.

1. Tensión entre familia y pareja.
¿Hay que poner a los hijos como la meta suprema a la que aspira 
la constitución de la pareja? ¿O, más bien, lo primero que hay que 
buscar es la plena integración de la pareja, y lo de los hijos ya vendrá 
por añadidura? Es la eterna disputa sobre si el fin primario del 
matrimonio es el amor o la fecundidad.
Con decir que lo son ambas cosas, se acaba la discusión, pero no 
el problema. Este se le plantea a la pareja cada vez que la demasiada 
atención y presencia que los hijos requieren les roba tranquilidad y 
tiempo para el desarrollo de su mutua entrega.
Es verdad que los hijos constituyen un primer terreno 
imprescindible de actuación conjunta que consolida a la pareja, y por 
eso son más frecuentes las rupturas en matrimonios que no los 
tienen. Pero no es menos verdad que los hijos constituyen 
muchísimas veces piedra de tropiezo. O sirven -sutilmente 
instrumentalizados- para realizarse y volcar en ellos y recibir de ellos 
un afecto que uno ya no se esfuerza en buscar en el cónyuge. O 
-todavía más sutilmente instrumentalizados- se vuelca en ellos un 
rencor y unas reprensiones que van dirigidas al cónyuge que las está 
oyendo. O, finalmente, se lucha soterradamente por ganarse cada 
uno el favor del hijo, sobre todo si es único, hasta acabar en una 
"paidocracia", convertido el niño en tirano juez dictaminador de quién 
es el bueno.

2. Tensión entre la familia y la persona.
De tal modo puede llegar a absorberle a uno la imperiosa 
necesidad de ser buen padre (o buena madre) que éste es el título 
con que uno se ve para toda la vida. Durante veinte años se deja de 
lado cualquier otra realización personal; y en los treinta restantes, 
después de que los hijos han dejado el hogar, ya no queda sino 
lamentar haberse quedado sin un proyecto vital personal. Lo de 
perderse y entregarse en totalidad también tiene que mantenerse en 
tensión con el crecimiento del propio ser. El amor propio con el amor a 
los otros. Hay que entregarse; pero se entrega más y mejor quien más 
es.

3. Tensión entre la familia y la sociedad.
No puede uno volcarse tanto en la familia que se resientan 
esencialmente la profesión y las obligaciones y compromisos con el 
más amplio grupo social. Los hijos necesitan no sólo sentir detrás de 
ellos a unos padres esclavizados que les llenan de cariño y 
atenciones, sino también, junto a ellos, unos modelos cercanos de 
identificación que desempeñen ejemplarmente su papel en la 
sociedad. Los hijos no sólo quieren verse obligados a agradecer, sino 
también a admirar. Huelga explicar el otro polo de la tensión, porque 
está a la orden del día ese vaciarse de profesionales (políticos y 
mujeres liberadas) en todo menos en demostrar continuamente a sus 
hijos que alguien les ha querido profundamente, antes y más allá de 
hacer ellos algo por merecerlo.

4. Tensión entre el atosigamiento y la laxitud.
Tan fatal como una actitud autoritaria y dogmática que no deja 
espacios a la creatividad ni educa para la libertad es una actitud que 
disfraza de talante comprensivo y tolerante lo que en el fondo es 
debilidad y falta de personalidad. La escuela de juego relacional que 
es la familia debe enseñar también que el diálogo, como la 
democracia, tiene unos supuestos y normas de juego 
"constitucionales" que no se discuten, a no ser de tiempo en tiempo. 
No se trata de imponer muchas normas, sino de mantener en paz y 
seriedad unas pocas que, a lo mejor. se tardará tiempo en poder 
racionalizar y explicar.

5. Sólo queda apuntar que ahora, en este final de siglo que nos 
toca vivir se han agudizado todas estas tensiones. La creciente 
disminución del número de hijos desvía hacia la relación padres-hijos 
(o hijo) muchísimas tensiones que antes se arreglaban y diluían 
horizontalmente, con los demás hermanos. La creciente ampliación de 
las influencias extrafamiliares (más horas de escuela y, sobre todo, de 
televisión) sustraen muy pronto a los hijos de la autoridad p(m)aterna 
como única fuente de formación/información, y les permiten aumentar 
sensiblemente el caudal de elementos que les identifican con los de 
su edad (modas, rasgos, gustos, argot. . . ) y les desenganchan de la 
esfera p(m)aterna. Una ruptura que es necesaria para el desarrollo de 
la personalidad, pero que, debido a los factores señalados, se realiza 
ahora con mayores prisas y riesgos.

También en la familia cristiana.
El factor religioso está marcado por esa misma tensión entre polos 
opuestos.

En primer lugar, la que existe entre la necesidad sentida de 
transmitir una fe que ha dado sentido a tu vida y la libertad que debe 
caracterizar el acto de la recepción de esa fe, que es un don. Frente 
al complejo de culpabilidad de algunos padres cuyos hijos ya no 
practican, a pesar de (o precisamente por) haberles estado 
insistiendo en ello a todas horas y toda la vida, está el otro polo: tratar 
por todos los medios de que no se escape, en la educación de los 
hijos, el más mínimo resquicio de influencia religiosa, a fin de no 
influenciarle ni "marcarle" sin su consentimiento y al objeto de que 
pueda ser él quien escoja un día, ya de mayor, lo que de verdad le 
va.
(Curiosamente, en otras cuestiones no son tan mirados. Le 
imponen un nombre, una lengua, unos modales que le marcarán 
ineludiblemente; y hasta se permiten -si es niña- hacerle un agujerito 
en los lóbulos, sin consultarle si de mayor le va a gustar llevar 
pendientes).

En segundo lugar, la tensión entre el amor intrafamiliar y el 
universal. Un punto bien decisivo para creyentes que tienen en el 
amor universal, incluso a los enemigos, su mayor distintivo. ¿No es 
verdad que puede ser tan grande el buscado y alimentado cariño 
intrafamiliar, y tan espesos los muros de la casa, que se corra el 
riesgo de que acabe ahí el imperativo del amor?

Mensaje del evangelio para la familia hoy.
Diversos textos del Nuevo Testamento corroboran, con sus 
lecciones opuestas, la necesidad de vivir esta difícil tensión:

1. Preocupación, pero no tanta.
Jesús responde y ratifica con sus curaciones las preocupaciones 
de la viuda de Naím o las del régulo por sus respectivos hijos, y 
reconoce que hacemos bien cuando damos a los hijos el pan que 
piden, en lugar de darles un escorpión. Pero se muestra evasivo y 
exigente cuando el desmedido y equivocado afán de la esposa de 
Zebedeo le hace a ésta pedir para sus hijos sendas "carteras 
ministeriales". Un buen relato evangélico para hablar del mal 
endémico de las "recomendaciones". Desde que sus hijos dejaron a 
Zebedeo plantado entre las redes de pescar, la esposa no debió de 
quitar ojo del "carrerón" que habían emprendido los hijos, ni debió de 
dejar de exhortarles a ellos, por más mayorcitos que fueran, a subir 
más y más. Hace unos meses, mostraba el programa televisivo 
"Segunda enseñanza" cómo una desmedida exhortación paterna a la 
superación puede extenuar al exhortado estudiante hasta llevarle al 
suicidio.

2. La fe no se hereda, sólo se prepara.
Largo tiempo acostumbrados a vivir en un universo sociocultural en 
el que la fe es un componente más (uno se bautiza lo mismo que 
habla español, como otros hablan hindú y se bañan en el Ganges), 
deberemos, para tranquilizarnos (o para preocuparnos, según), leer 
frases bien apodícticas de los evangelios: "De estas piedras podría 
sacar Dios hijos de Abraham". "La fe no viene de la carne ni de la 
sangre"...
Y es que el cristianismo se diferencia del judaísmo, entre otras 
cosas, en que no se hereda ni permite hablar de raza. La llamada a 
formar parte de la Iglesia es una llamada individual de Dios, que nos 
convoca en Jesucristo a formar parte de un colectivo que no está 
unido por la sangre. Lógicamente, no tendría que parecernos tan raro 
el que un hijo no termine teniendo la misma fe que sus padres.
Con todo, seguimos a vueltas con la tensión dialéctica. Porque en 
el mismo evangelio siguen a Jesús, a pares, los hermanos de carne y 
sangre que se transmiten en familia el entusiasmo de ese 
seguimiento. En Cafarnaún hay una "movida" semifamiliar en torno al 
clan de Pedro. Y será su propia casa física la que constituirá la base 
de la primera iglesia de Cafarnaún, la "Domus Petri", recién 
excavada.
Más aún, una de las innovaciones de Pablo de mayor 
transcendencia para la extensión de la fe cristiana será la de hacer 
pivotar sobre la casa familiar la difusión de esa fe. La casa se 
convierte, con Pablo, en la estructura básica de la primera Iglesia.11 
Con los jefes de familia se convertirán casas (familias) enteras, como 
más tarde con los reyes se convertirán pueblos enteros (lo cual no 
ocurrió sólo en los remotos tiempos de nuestra historia, como con 
Recaredo, sino en los más cercanos tiempos de los príncipes 
luteranos, en los que se hizo proverbio el "cuius regio eius et religio"). 
Pablo escogió la vía de la familia como mediación de la fe, lo mismo 
que había escogido ciudades importantes como mediación de toda la 
región. Es evidente que esa afirmación de la familia condicionará 
muchas de sus exhortaciones prácticas de aceptación de la esclavitud 
o de supremacía del varón que se oponen a sus principios teóricos de 
igualdad entre el esclavo y el libre, el judío y el griego, el hombre y la 
mujer.12
Sin embargo, ni Pablo dejó de vivir la tensión entre sus principios y 
su práctica ni daba por supuesto que todos los miembros de la casa 
habrían de aceptar automáticamente la fe. Su insistencia en ser cartas 
vivas, ejemplos andantes que trasluzcan en su comportamiento al 
Cristo que les ha alcanzado, es la mejor lección para los padres en 
este punto. Más que mucha doctrina y muchos sermones, interesa 
vivir coherentemente lo poco que se predique al interior de la familia. 
Los hijos, a la larga, van a ser moldeados más por lo que vean que 
por lo que oigan. Y el rechazo global del paquete de instrucciones 
recibidas, que se produce inevitablemente -con mayor o menor fuerza- 
en el momento de ruptura de la adolescencia, va fundamentalmente 
dirigido contra lo sermoneado, no contra lo transmitido 
ejemplarmente.

3. Los lazos familiares tiene que acabar soltándose.
Lucas muestra al Jesús-niño en el templo, en el momento de su 
barmiswah (semejante a nuestra confirmación, el momento en que aún 
hoy al joven judío se le declara súbdito de la Ley, lee en la sinagoga 
el Libro y se le hacen preguntas acerca de cómo entiende el pasaje 
leído), diciendo a sus padres, sin que éstos le entiendan: "¿Por qué 
me buscabais? ¿No sabíais que debía ocuparme en las cosas de mi 
Padre?".
Pero, si se le pueden poner objeciones históricas de teolo-gización 
a este episodio de los doce años, es más difícil encontrarlas para el 
momento en que, a la edad de unos 30 años, el circulo más amplio de 
familiares de Nazaret intenta atarle, porque piensan que se ha vuelto 
loco. (Jesús se había acercado al Jordán para vivir la experiencia del 
bautismo de Juan, un acontecimiento que ejercía en aquel momento 
en Palestina una atracción semejante a la que en nuestros días ha 
ejercido el fenómeno de Taizé). Allí le sorprendió la experiencia del 
Espíritu, que le llenaba, y la llamada del Padre. Comenzará entonces 
su predicación itinerante, seguida de lejos con ansiedad por unos 
familiares que no entienden este brusco cambio y este abandono de 
sus deberes, y que quieren aprovechar su acercamiento por la zona y 
su llegada al pueblo para retenerle y volverle al buen camino.
Cuesta aceptar que uno no educa a sus hijos para sí, ni siquiera 
para que sean iguales a uno mismo. Sólo cuando va llegando el 
momento de emancipación maduradora empieza a decantarse la 
cantidad de egoísmo que encerraba un amor a los hijos que creíamos 
totalmente abnegado. Querer que los hijos sigan apegados a 
nosotros, o incluso que sean lo más iguales posible a nosotros 
mismos, es un índice de personalidades flojas que necesitan apoyo y 
perpetuación. (Como también son los malos profesores los que 
prefieren que el alumno repita lo que él ha dicho, y no que sepa 
discutirlo y rebatirlo). Similis similem queerit. Cuanta más personalidad 
se tiene, más se crean otros seres que tienen su propia personalidad 
y. por eso mismo, distinta de la nuestra en decisiones y actitudes. 
DEMOCRACIA/REBELDIA: Ya Platón se atrevió a deducir la grandeza de la democracia ateniense por la cantidad de ciudadanos rebeldes que había producido.
Por eso no debería extrañarnos el que Jesús utilice positivamente 
un texto como el de "he venido a enemistar al hombre con su padre, a 
la hija con su madre, a la nuera con la suegra; así que los enemigos 
de uno serán los de su casa"13 que ocho siglos antes había sido 
usado por el profeta Miqueas como algo fatal que sucedía en 
Jerusalén. Pero esta posibilidad de que la familia pueda convertirse 
para sus componentes en enemigo u obstáculo nos lleva al siguiente y 
último punto.

4. La familia no debe absorber la capacidad de amar 14
La familia figura como un posible obstáculo no sólo en la última 
frase citada. Son muy numerosas y conocidas las ocasiones en que 
Jesús incluye el abandono de la familia entre las condiciones exigidas 
para ser su discípulo. Al que quería diferir su seguimiento por enterrar 
a su padre, llega a decirle: "Deja que los muertos entierren a sus 
muertos"; y a su propia madre le da en Cana una respuesta ("¿Quién 
te mete a ti en esto?") que es exactamente igual a la que en los 
evangelios sinópticos [15] dan los demonios a Jesús cuando éste 
irrumpe como un obstáculo en sus actuaciones: "¡Déjanos (déjame) 
en paz!".
La familia puede convertirse en un ídolo que exija y absorba sin 
reservas nuestro amor, entrando así (lo mismo puede pasar con otras 
instituciones como el Estado, el partido político o el instituto religioso) 
en colisión con el único Absoluto digno de tal nombre y devoción, el 
cual nos requiere continuamente a volcarnos en todo aquel que tiene 
necesidad de nosotros.
"El que no me prefiere a su padre y a su mujer y a sus hijos, a sus 
hermanos y hermanas y hasta a sí mismo, no puede ser mi discípulo" 
(Lc 14,26s.). La propia persona queda alienada junto a los diversos 
miembros de la familia. El demasiado amor a la familia, junto al 
demasiado amor a nosotros mismos. Por eso no puede cubrirse con la 
misma capa de "servicio al Reino universal" lo que en muchas 
ocasiones no será más que pura comodidad, justamente lo contrario 
de lo que debería ser siempre la motivación última. Una ruptura que 
no sea dolorosa para el que la emprende, sino cómoda o provechosa, 
es para desconfiar. ¿Nos desligamos de los padres enfermos o 
ancianos para servir mejor a quien nos necesite, o quizá no teníamos 
que ir tan lejos para encontrar al que nos estaba necesitando en ese 
momento más que nadie?
Sin una palestra como la que ofrece la familia, nos será muy difícil 
irnos ejercitando en el arte de amar y ser amados. Pero hay que 
ampliar (y aun revolverse contra) ese estrecho campo del amor. La 
familia puede ofrecer el primer terreno de aprendizaje, pero puede 
también convertirse en peligrosa celada o círculo caucasiano del que 
no logremos ya salir.
Será tanto más cristiana la familia cuanto más vaya dejando de 
serlo en exclusividad, cuanto más vayamos queriendo como a 
verdaderos hermanos carnales a quienes no lo son. "¿Quiénes son mi 
madre y mis hermanos?", preguntó Jesús, y se volvió a los que le 
escuchaban. Si los primeros cristianos se llamaban "hermanos", si 
Pablo erige la familia como modelo de comportamiento, y si el propio 
Jesús llama "Padre" a Dios, es porque la familia ofrece una base ideal 
de comportamiento que hay que seguir extendiendo a espacios más 
amplios.
Hay miles de excusas teóricas para librarnos del deber de la 
fraternidad universal. Pero todas esas excusas desaparecen en 
cuanto vemos el mundo, de verdad, como una familia. ¿Es que a mi 
hermano carnal le dejo morir, aunque yo sea millonario, porque él sea 
menos capaz o esté paralítico o le haya ido fatal en los negocios?
La pregunta "¿quiénes son mi madre y mis hermanos?" recuerda, 
en su estructura, la que precede a la parábola del buen samaritano: 
"¿Quién es mi prójimo?". También aquí responde Jesús ampliando el 
horizonte del que pregunta, cambiándole de signo la pregunta. En 
efecto, al terminar la parábola, Jesús no le pregunta al letrado quién 
era para los viandantes el prójimo al que había que ayudar, sino quién 
de los viandantes se hizo prójimo (se sintió próximo) de aquel que 
había caído en manos de los ladrones. Hay que sentirse próximo a 
todo aquel que nos necesita. "Si sólo amáis a los que os aman", a la 
propia familia, ¡valiente cosa...!

GREGORIO RUIZ
SAL TERRAE 1986/05 Págs. 379-390

...................
1. Para los evangelios apócrifos, contamos en castellano con una completa, 
cuidada y económica edición, la de A. DE SANTOS OTERO, Los evangelios 
apócrifos, Ed. BAC, Madrid 1963. A sus páginas se refieren los números entre 
paréntesis que cito en las notas que siguen.
2. Así, la resurrección del niño Zenón (294) o la curación de la herida producida por un hachazo (295) o una siembra milagrosa que produce fruto para muchísima 
gente durante años (296). El solo contacto con los pañales o la cuna del niño y, 
sobre todo, con el agua empleada momentos antes para lavarle obra innúmeros 
milagros contra lepras y enfermedades de todo tipo
3. De este tipo son las curaciones del hermano Santiago (300s.), de Cleofás, el de 
María (325), del buen ladrón que a la vuelta de Egipto no les roba (322), del 
Cireneo, al que cura de una mordedura de serpiente sufrida de niño (333), o el 
episodio de Judas, que muerde al niño de tres años en el costado que después 
sería traspasado (329).
4. Cuesta imaginar cómo pudieron inventarse y contar con cierta aceptación -a no 
ser desde una óptica de perseguidos, concretamente por rabinos judíos, y con el 
objeto de destacar el sentido de piedra de escándalo y contradicción que habría 
constituido Jesús desde su infancia- los milagros de un niño irritable que da la 
muerte o deja ciego a cualquiera que le contradiga (cfr. 293, 298s., 335s.) y se 
muestra sabihondo y repelente -conoce toda la astronomía, la física, la 
metafísica, la hiperfísica (sólo metafísica sería poco: (cfr. 337)- con todos sus 
maestros, que no hacen vida de él (291, 298s., 336s.) y que, además de ser 
puestos en ridículo, tienen razones para temer por su propia vida.
5. En especial a José, cuya falta de habilidad para hacer los varales de un lecho o 
el respaldo de un trono queda suplida por los milagros del niño nada más tocar 
el objeto defectuoso (cfr. 297, 331), pero también a su madre para la que, 
fatigada por el sol, planta un palo seco, el cual se convierte en árbol frondoso a 
cuya sombra pueda descansar (cfr. 369s.).
6. Prolongan colorísticamente la escapada del templo, aunque sin el valor 
paradigmático de ésta, algunas travesuras como la relatada en el evangelio 
armenio de la infancia (entre los siglos V y VI): "Jesús llevaba a otros muchachos 
a un pozo, rompían los cántaros y los echaban al fondo. Los muchachos no se 
atrevían entonces a volver a sus casas, por miedo a sus padres; pero iba Jesús y 
daba órdenes al agua, la cual devolvía intactos los cántaros a la superficie, con lo 
que dejaban todos de llorar y cada cual volvía con su cántaro a su casa" (XXIII 2: 
p. 364). Y a continuación: "Otro día los llevó junto a un árbol enorme; mandó a 
éste inclinarse, se subió él encima y luego le ordenó que se enderezara. Estando 
arriba dominando todo el paisaje, le pidieron que hiciera lo mismo con ellos. Al 
final, bajados todos, el árbol volvió a su posición normal" (XXIII 3: p. 364).
7. Historia de José, el carpintero XI 1: p. 346.
8. Ibid. XXII: p. 353.
9 .Evangelio armenio de la infancia XXV 7: p. 364s. 
10. Es francamente acertada y comprehensiva la visión que ofrecen los diez amplios artículos de sociología, psicología, pedagogía y etnología reunidos en el libro de E. FROMM, M. HORKHEIMER, T. PARSONS y otros, La familia, Ed. Península, Barcelona.
11. Cfr. Flp 2; Rom 16, 3.22; Hech 20, 20. Para toda esta cuestión, véase R. 
AGUIRRE MONASTERIO, La Iglesia del Nuevo Testamento y preconstantiniana 
(Cátedra de teología contemporánea), Madrid 1983, esp. pp. 21-27.
12. Cfr. 1 Cor 7,7.20ss.; 11,3.9; Gal 3,28.
13. Cfr. Mt 10,34ss.; Le 12,51-53; Miq 7,6.
14. Sigo de cerca, en esta última parte, el ultimo capítulo de mi libro La familia frente al evangelio, Ed. PPC, Madrid 1984.