«SÓLO EL ESTUPOR CONOCE»

 

por Luigi Giussani

 

Un fragmento de El milagro del cambio.

Apuntes de las meditaciones de Luigi Giussani para los Ejercicios de la Fraternidad de Comunión y Liberación (Rímini, 1998)

Me gustaría añadir que me hubiera gustado hablaros esta mañana únicamente de una cosa, de una frase que he leído hace dos o tres dias de san Gregorio de Nisa (una gran figura de los primeros siglos cristianos): «Los conceptos crean ídolos, sólo el estupor conoce». Me ha impactado mucho, porque es igual al concepto de conocer a Cristo, de reconocer a Cristo, que se encuentra en nuestros textos, en nuestro lenguaje. ¿Cómo podemos definir el motivo por el que se dice «si» a Cristo? El motivo para decir «si» a algo que se introduce en nuestra vida venciendo todos los prejuicios es la belleza: ese «algo» tiene que implicar una belleza y una bondad que incluso podemos no llegar a saber definir, pero que sí percibimos como el contenido de nuestra razón para la decisión más grave que ésta tiene que tomar: la fe. Porque la fe nace por reconocimiento de la razón.

«Los conceptos crean idolos». En la sencillez de los niños se encuentra nuestra verdadera adhesión a la fe, la adhesión de nuestra fe a lo que la Iglesia dice, a lo que la Tradición cristiana nos comunica, a lo que la Iglesia, mediante el movimiento, nos dice: es la actitud del niño, que se coloca ante las cosas sin «pero», «si», «sin embargo», se acerca a ellas y las toca, las trata, con inmediatez. Por eso Jesús dice: «Si no os volvéis así cuando sois mayores, no entraréis jamás, no entenderéis jamás, no sentiréis jamás». Por la misma razón nosotros decimos que «los conceptos crean ídolos, y sólo el estupor conoce».

¿Cómo podemos reconocer—decimos en nuestros textos—que nuestra adhesión a Cristo pasa por la llamada que nos hacen el movimiento y la Iglesia de Dios, por la Iglesia Católica y no por otro tipo de llamadas? «Sólo el estupor»: con el asombro, como el de Juan y Andrés. Esta es la palabra que explica todo lo que nosotros decimos acerca del comienzo de la fe. El gesto de la fe tuvo su primer embrión, surgió y se «gestó» en Juan y Andrés, (¡qué importancia tiene para nosotros esta primera página del Evangelio de Juan!) debido a una Presencia: una Presencia sugerente, que producía un impacto, que asombraba: «Pero ¿cómo puede El ser así?». Es exactamente lo mismo que dicen las frases de gente con la que vivimos, que, a partir del ejemplo de algunos de nosotros, de su testimonio, se ven «forzados», a decir: «¿Por qué están tan contentos?», «Pero, ¿cómo puedes estar así, tan sereno?».

Por eso decimos, cada vez más a menudo, que a partir de la fe—que es afirmación de un hecho, de un hecho objetivo, Cristo—se desarrolla una experiencia estética, una fascinación sugestiva que muestra el ejercicio real de una razón adecuada: lo que produce estética en una relación es que ésta tenga una razón adecuada. Porque la bondad, es decir, la ética, deriva de la estética, como solemos decir. En la misma medida en que la figura de Cristo me produjo fascinación desde adolescente, cuando entré en el seminario, y se multiplicó después, volviéndose cada vez más seria, en esa misma medida mi cabeza dura, mi negatividad se ha visto forzada a mirar siempre el bien, hasta llegar a tener conciencia delante de Dios de que lo hago, o trato de hacerlo.

Si no se tiene esta regla, si no se intenta seguir esta regla, la bondad—la adhesión a la moral, a lo que dice la moral de la Iglesia—, no persuade, porque no es una propuesta válida para la naturaleza del hombre. Con esto añadimos un nuevo comentario a la pregunta que habéis hecho antes sobre el sacrificio.

Esperemos que el Espíritu Santo nos haga entender cada vez más esta frase de san Gregorio de Nisa: «Los conceptos crean ídolos, sólo el estupor conoce», conoce y, por consiguiente, concibe.

Acordémonos del prejuicio: no es justo nuestro modo de razonar si no tomamos conciencia del prejuicio del que partimos. Porque cuando somos mayores, aunque también de pequeños —es decir, si no somos como niños, en el sentido del Evangelio—, se parte de un prejuicio. Y no nos podemos adherir a algo que exige sacrificio sólo por un prejuicio: debemos adherirnos por la fuerza de atracción que tiene. Igual que Juan y Andrés: «¡Qué fascinante resulta ese Hombre!». Y entonces también nacía en ellos la pregunta: «¿Qué significa lo que Él dice de sí mismo? ¿Qué es lo que dice de Dios?». Por todo esto, es necesario descubrir en nuestra educación la manera de percibir, de hacer que salga a la luz y de afirmar la fuerza de sugerencia, en el sentido de que la propuesta sea sugerente.

Sólo si la propuesta tiene esa fuerza la tomamos en serio. De otra forma, de la propuesta sólo tomamos en serio lo que decidimos nosotros: es decir, abolimos la propuesta. La reducción de la fe a sentido religioso sucede exactamente así. Esperemos que el Señor nos dé más ocasiones de hablar de estas cosas.

·Giussani-Luigi _30 DIAS/98/08 Pág. 58 s.