«Defensor del enemigo» 
VIVIR CON ESPÍRITU
EN SITUACIONES DE MUERTE


Teresa Ruiz
Hermana Auxiliadora
Profesora de Catequética
Madrid 


1. El sueño y el reto de estar en armonía con.. 
Vivir con Espiritu. El enunciado me evoca un grabado de Picasso. 
Un grupo de mujeres, hombres, y hasta un perrillo, danzan en corro, 
con las manos enlazadas y los pies saltarines sobre una tierra 
salpicada de flores. Bailan en torno a un árbol, cuyas ramas siguen el 
movimiento de los danzantes. El conjunto, armónicamente unido, se 
mueve al soplo de una paloma con un ramito de laurel en el pico. 
Todo en el cuadro refleja el sueño al que aspiramos: la paz como un 
estar en armonía con nosotros mismos, con la naturaleza, con los 
demás y con Dios. Cada vez que lo contemplo, escucho: «Mi paz os 
dejo, mi paz os doy..; recibid el Espíritu.. Os envío a perdonar, a 
reconciliar, a recrear la armonía del proyecto inicial» (cf. Jn 20,20). 
Dejando el cuadro que me sirve de soporte, me asombro ante el gran 
don del Espíritu, la «ruah», que en el original hebreo designa 
también el suspiro de la madre en el momento de dar a luz. El 
Espíritu, la dimensión femenina de Dios, nos engendra, nos alimenta 
y nos envía al mundo para «ser y hacer felices a los demás», a pesar 
de las trampas seductoras del mal que impiden o entorpecen la Paz. 


Entre sombras de muerte. La luz y las sombras se mezclan en 
nuestras vidas. Nos cuesta percibir dónde comienza aquélla y dónde 
las tinieblas. Todo parece estar fundido en una gran ambigüedad. 
Trigo y cizaña crecen juntos. Buscamos armonía y sentimos rupturas, 
heridas. El mal que no queremos nos invade, y hablamos de él como 
enemigo1. La tendencia a personificar el mal como algo exterior a 
nosotros se expresa en el himno del «Veni,Creator»: 

«Aleja de nosotros al enemigo 
Y danos la paz verdadera.
Y así, guardándonos tú, 
Evitaremos todo lo malo». 

PATER/LIBRANOS-MAL: En el NT, mal, maligno, se aplica a todas 
esas voces que en nosotros o en el mundo tienden a separarnos del 
amor, arrancando de nosotros la confianza en Dios, Abbá. Es la gran 
tentación de la que pedimos ser librados en la oración que Jesús nos 
enseñó. «No nos dejes sucumbir a la prueba y Iíbranos del maligno» 
(/Mt/06/13). 
A lo largo de los siglos, la tentación se ha ido cargando de tintes 
moralistas, oscureciendo el sentido de prueba. En el Padre Nuestro 
expresamos nuestro deseo de resistir a la seducción de «ser como 
dioses», actitud que se opone frontalmente a dejarnos amar por Dios 
Padre/Madre, Abbá, y conducir por su Espíritu. Prueba muy sutil que 
nos acecha y envuelve como el aire contaminado de las grandes 
urbes y en la que caemos sin darnos cuenta. Porque los demonios 
que nos tientan no están en las nubes: anidan y dormitan en nuestro 
inconsciente. Un estimulo inesperado, un acontecimiento exterior, los 
revela en forma de sentimientos malsanos, violencia, envidias.. o en 
forma de reproches, frustraciones, culpas que nos desazonan y 
afligen, al destruirse la imagen ideal que teníamos de nosotros 
mismos, etc2. 
En la oración del Padre Nuestro, no pedimos que desaparezca la 
prueba, sino que tengamos fuerza para superarla como Jesús «Lleno 
de Espíritu Santo, se dejó llevar por el Espíritu al desierto.. mientras 
el diablo lo ponía a prueba» (Lc 4,1). El diablo, personificación de lo 
que divide, separa, desarmoniza, nos engaña, incluso con frases de 
la misma Escritura, como a Jesús. Nos pone trampas que no se ven, 
y por eso son peligrosas y reclaman de nosotros alerta, vigilancia y 
sospecha de la propia ceguera. 
«Aleja de nosotros al maligno» significa desenmascarar y hacer 
frente a nuestras tendencias posesivas y narcisistas que se nutren 
del «tener, poder, prestigio». 

2. Sospecha de la propia ceguera
Somos «ciegos que viendo no ven». Afirmación de Jesús que José 
Saramago actualiza en su obra Ensayo sobre la ceguera3, una 
parábola que refleja los horrores de una sociedad cegada. En el 
relato, los que asumen su propia ceguera descubren y cultivan los 
valores soterrados de la ternura, el cariño, el afecto. La única 
persona que ha quedado con vista, una mujer, al ver los horrores 
que se van cometiendo a su alrededor, sufre tanto que hubiera 
preferido estar ciega; no obstante, como ve, actúa, se pone al 
servicio de los que sufren a causa de la ceguera generalizada. 
Entrega su vida para ayudar a los que viendo no ven. 
CEGUERA/TENTACION: Nos acecha la tentación de la ceguera. 
Un mal que atraviesa la Biblia hasta nosotros: «Si estuvierais ciegos, 
no tendríais pecado; pero, como decís que veis, vuestro pecado 
permanece» (/Jn/09/41). Ante una enfermedad tan generalizada, 
Jesús se asombra ante los sencillos que ven con el corazón, más allá 
de lo visible, las señales de un amor que nos acompaña en la historia 
y se dejan mover por él: «Te doy gracias, Padre, porque, ocultando 
estas cosas a los entendidos, se las has revelado a los ignorantes» 
(Lc 10,21). «Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios» 
(Mt 5,8). 
«Ceguera» significa «autoengaño», a veces por inconsciencia, 
como nos recuerda Goleman en su última obra, Punto ciego. 
Psicología del autoengaño4, en la que sugiere adentrarse en las 
bodegas y desvanes del inconsciente, donde se albergan las raíces 
de muchas de las sombras que nos afligen y que pueden ir 
desapareciendo con la luz de la verdad. Pero aquí radica una de 
nuestras mayores dificultades y pruebas. Nuestra ceguera habitual 
nos hace creer que la realidad se reduce a nuestra percepción de la 
misma. Y desde esa visión autosuficiente, somos capaces de 
justificarlo todo: negar el saludo, la agresión verbal, el consumismo, 
las diferencias norte-sur, el racismo, la deuda externa, el 
neoliberalismo, la venta de armas, el aislamiento social, etc. Nos 
parece normal lo que otros más sencillos, desde otras latitudes, no 
entienden. Una inmigrante africana, marginada, ante los efectos 
devastadores de las últimas inundaciones en las viviendas de los 
pobres comentaba: «No entiendo, no entiendo..; en mi tierra pobre, 
muchos no tienen casa, pero es como si la tuvieran, porque todo es 
de todos. Pero aquí, que sois un país rico y civilizado, no entiendo, 
no entiendo que no haya casas para todos». Lo malo es que, al no 
ver, no cambiamos de actitud, y nuestra ceguera continúa generando 
males a nuestro alrededor sin que nos demos cuenta. Vivimos 
engañados en la mentira. El progreso, los avances técnicos y 
económicos, nos aturden y atontan Y caemos en la trampa, 
valoramos a las personas por lo que tienen no por lo que son; o 
concebimos la felicidad como un pasarlo bien sin más, etc. 

La verdad aleja al padre de la mentira. Vivir en verdad supone 
caer en la cuenta de nuestra propia ceguera o, al menos, sospechar 
de su posibilidad. ¡Qué advertencia tan sabia la del sermón del 
monte «Quítate primero la viga de tu ojo, para ver la mota en el de tu 
hermano»! Espontáneamente, sospechamos de los otros por temor, 
al sentirnos amenazados ante nuestras propias sombras proyectadas 
en los demas. La sospecha de uno mismo brota del amor que no 
quiere hacer daño a nadie y controla el propio mal en su corazón. Es 
el movimiento del Espíritu. 
Sospechar de nosotros mismos nos mantiene despiertos y alerta 
para caer en la cuenta de las trampas y los dinamismos del mal en la 
sociedad, sus raíces estructurales, y nuestra implicación personal, en 
ocasiones por ignorancia. Todo ello requiere adentrarnos para 
descubrir las propias sombras que tanto nos asustan. Tarea que se 
hace más fácil cuando se sabe, se saborea, que ese fondo oscuro 
está habitado por el Dios de los Pobres, que nos ama como somos, 
de barro, y ama con preferencia las zonas más pobres de nuestro 
corazón. Allí nos espera para salvarnos «Mira que estoy a la puerta y 
llamo» (Ap 3,20). 

3. Viaje al interior
Respiramos superficialidad. INTERIORIDAD/MIEDO: El ambiente 
nos estimula a ser felices dando plena satisfacción, y de modo 
inmediato, a las necesidades de los sentidos. Y corremos alocados, 
saltando de flor en flor, de novedad en novedad, de emoción en 
emoción, arrastrados por la corriente de la masa tele-dirigida, sin 
tener tiempo para caer en la cuenta de quiénes somos. En esta loca 
carrera, son muchos los que andan perdidos. Instalados en la 
superficie, nos asusta viajar al interior, porque no controlamos lo que 
se nos va revelando de nosotros mismos. Tememos descubrir 
nuestra fragilidad y vulnerabilidad, al mismo tiempo que nuestra sed 
de amor, que se sacia cuando, perdiendo pie, nos echamos en los 
brazos de la presencia misteriosa, origen y fuente permanente de 
nuestra Vida. Por miedo al riesgo, nos quedamos en la superficie, 
insaciables e insatisfechos, vivimos distraídos. No obstante, todos, en 
un momento u otro, hemos gustado, más allá de nuestros desajustes 
emocionales, más hondo que el yo engañoso y engañado, un 
silencio, un espacio en el que nos sabemos recibidos, acogidos, en 
paz. Por gustar de nuevo esos momentos, corremos a veces al 
monasterio, al retiro, a la naturaleza, en la que todo es verdad, 
armonía, belleza, y donde hasta el simple respirar simboliza la 
presencia del Espíritu que nos hace vivir. 
En nuestras vidas, llenas de prisas y ruidos, necesitamos reservar 
espacios de soledad. Lo importante, tanto en el marco de la 
naturaleza como en el corazón de la ciudad, es encontrarnos y 
dejarnos encontrar por Dios, despojándonos de lo que nos distrae, y 
disponernos a escucharle en la Escritura, en la oración y en el 
acompañamiento personalizado. Es lo que buscaban las madres y los 
padres del desierto5. Los Ejercicios ignacianos en la vida diaria son 
una posibilidad entre otras. 
La vida misma nos brinda otras muchas posibilidades para viajar al 
interior. A veces es el sillón de un terapeuta; otras, la relación con 
una persona amiga que nos acompaña en el proceso de vernos 
como somos, nos escucha sin juzgarnos y nos permite decirnos cómo 
nos sentimos. Al verbalizar, objetivamos, nos vamos reconciliando 
con nosotros mismos; y al hacerlo nos adentramos en nuestro propio 
misterio y en el de Dios, que nos dice: Te quiero como eres (Is 
54,10-13). 
INTERIOR/VIAJAR-AL: Viajar al interior supone parón y esfuerzo 
personal. Y para ello hay que sacudir la pereza. De la pereza—o 
acedía, en las versiones más antiguas— proceden la ociosidad, la 
somnolencia, el desasosiego, la curiosidad.. Cuando una persona se 
encuentra en tal estado, trata de evadirse a través de la verbosidad, 
la curiosidad, la inquietud y el desasosiego. Es lo que el castellano 
unifica con la palabra «vago», es decir, el que trabaja pero no para 
de moverse en el vacío6. La alternativa a la pereza es el amor 
creativo. Frente al vago que se evade y distrae el que ama de modo 
activo se para, pone los cinco sentidos en lo que esta haciendo. 
Concentrado en el momento presente, está en armonía consigo 
mismo, las cosas que toca, las personas con las que habla. En una 
palabra, vive y da vida, está siendo creativo.

4. Salir al encuentro
El individualismo, con su secuela de consumismo, deterioro del 
cosmos, racismos, guerras de religión o étnicas, nos envuelve y nos 
tienta. Basta pensar en la trampa del ordenador o de Internet, si no 
estamos alerta: ¿medios de comunicación o de aislamiento? La 
alternativa es el amor que sale al encuentro.

El amor es expansivo, el orgullo encierra. Los pobres de corazón 
lo experimentan—«Tú, que en el aprieto me diste anchura» (Sal 
4,2)— y, evadas de ese movimiento expansivo, salen al encuentro de 
los otros: «Entonces María se levantó y se dirigió apresuradamente a 
la serranía..» (Lc 1,39). El amor, derramado por el Espíritu en los 
corazones, empuja a salir, a caminar hacia la gran comunión 
universal que soñó Teilhard, actualizando el deseo de Jesús: «Que 
todos sean uno, para que el mundo crea» (Jn 17,21). 
Ante el demonio del «yo temeroso» que buscando su propia 
seguridad se apodera de las cosas y las personas, y al poseerlas las 
destruye, el Espíritu nos invita a saborear el regalo de la vida que 
nos hermana con las criaturas, como canta Francisco, el pobre de 
Asís: hermano sol, hermana luna, hermano lobo.. 

Mirar a las cosas con cariño aleja de nosotros al enemigo del 
consumismo. Si las amamos como hermanas, no las esconderemos 
en los armarios o cajas de caudales ni jugaremos a «usar y tirar», ni 
degradaremos la naturaleza con tanta bolsa de plástico inútilmente 
acumulada, etc.
Cuando miramos a las cosas con cariño, nos detenemos a 
saborearlas, como nos enseña la sabiduría oriental. Para gustar las 
cosas en lo que son y entablar con ellas un diálogo, no podemos 
tener muchas. ¡Cómo saboreamos el trozo de pan aunque esté seco, 
y el vaso de agua tras un día de ayuno...! 
Fruto de esta sabiduría es la propuesta de intentar vivir con lo 
suficiente y mantener de este modo alejado al demonio de la avaricia. 
Si caemos en sus redes, deterioramos la naturaleza. Pero aún es 
peor el daño que causamos a las personas al apoderarnos de los 
bienes que son de todos. Ante el aumento de los fosos Norte/Sur, es 
urgente que unos, la minoría, tengamos menos, para que la mayoría 
empobrecida tenga más. 

Mirar a los ojos con cariño es el modo de hacer frente al gran 
demonio del individualismo y a sus aliados: hedonismo, injusticias, 
violencias.. Entre las muchas trampas tendidas que dificultan la 
comunión, Luis Rojas Marcos desenmascara, en Semillas de 
Violencia7, algunas causas que las generan. Señala como más 
significativas el culto a los atributos masculinos, que justifican la 
superioridad del hombre sobre la mujer, y lo que de ello se deriva: 
maltratos, desigualdades injustas, generalización del modelo 
masculino, fuerte, triunfador, duro, frío; la glorificación de la 
competitividad o supervivencia del más fuerte; y la creencia o el 
deseo de que los grupos diferentes están afligidos por defectos 
graves, lo que nos permite pensar mal de ellos. Como alternativa, 
sugiere cultivar las semillas de la bondad, la compasión, el amor. 
El Espíritu, amor derramado en todos, brasa en las cenizas, nos 
invita a mirar a otros con el mismo cariño con el que somos mirados 
por el Padre, «que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace 
llover sobre justos e injustos» (Mt 5,45). Cuando me he visto tentada 
de ver «enfrente» a las personas con las que deseaba entrar en 
comunión, me ha dado buen resultado comulgar con la bondad que 
veía o intuía en ellas, con ese fondo de amor gratuitamente recibido 
que es lo más sagrado y querido que todos poseemos y que se 
traduce en los ojos, aun en los más ensombrecidos. 
Apostar por el diálogo social, político, eclesial, interreligioso, 
cultural.., es el modo de oponerse frontalmente al demonio de la 
división, que se camufla en el miedo. El miedo nos paraliza y 
entorpece la comunión. Jesús alerta a sus discípulos sobre la 
tentación del miedo, cuyas sombras hoy como ayer amenazan a la 
comunidad eclesial. 
Afrontar el miedo que paraliza significa salir de los cauces trillados 
y conocidos. Como la madre parturienta empuja al hijo de sus 
entrañas para que atraviese el túnel vaginal y pueda al fin ser él 
mismo, así también el Espíritu, dimensión maternal de Dios, nos 
empuja a salir de los cálidos senos maternos que nos dan seguridad. 
Pedro Arrupe el que se puede afirmar que vivió con Espíritu, decía: 
«No quiero defender cualquier equivocación que podamos cometer, 
pero la mayor equivocación sería permanecer en tal estado de miedo 
a cometer errores, que, simplemente, paralicemos la acción». 
Para hacer frente al demonio del individualismo es importante 
buscar espacios comunitarios en los que ejercitemos las actitudes de 
diálogo y comunión que deseamos irradiar. 

5. Amor hacia abajo
Ante el demonio del capitalismo salvaje, del neoliberalismo como 
pensamiento único, etc., el Espíritu está con nosotros, 
acompañándonos para que hagamos frente a ese mal cultural, 
intentando descubrir sus dinámicas perversas y transformar las 
estructuras que las sustentan: «Retírate, Satanás. Quieres hacerme 
caer» (Mt 16 23). Jesús, como uno de tantos, sintió el movimiento de 
abandonar el duro camino que había emprendido hacia los excluidos 
de la sociedad. Atraviesa la prueba y se mantiene en su decisión de 
amar y servir desde abajo. 
Bajar es el movimiento del Espíritu inequívocamente presente en 
los crucificados de la historia actual: «El espíritu del Señor sobre mí 
me ha enviado a evangelizar a los pobres». Los grandes espirituales, 
cristianos o no, movidos por el mismo Espíritu, sienten una atracción 
hacia abajo, hacia las basuras del mundo. Simone Weil, Gandhi, 
Casaldáliga o Teresa del Niño Jesús, recientemente nombrada 
doctora de la Iglesia y que, al atravesar la prueba de la fe, se 
«sentaba en la mesa de los pecadores» al identificarse con los 
anticlericales de su época. 
El movimiento hacia abajo se opone al intento de trepar que nos 
es tan connatural. Nos gusta tener y subir, dominar y figurar. Desde 
la altura nos permitimos juzgar, y hasta clasificar al mundo en 
categorías (1ª, 2ª, 3ª, 4ª...), según las economías. «Poderoso 
caballero es don dinero», es el dicho de Quevedo. Jesús fue más 
radical: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13). 
Al demonio del dinero se le mantiene alejado trabajando por una 
cultura de la solidaridad, que supone leer la historia y responder 
desde la posición que ocupan los de abajo. Abajo está la mayoría, la 
gente sencilla, las personas y pueblos empobrecidos que nos 
descubren las trampas que acechan a la minoría. De ellos 
aprendemos a ser personas. Nos devuelven valores humanos que 
vamos perdiendo en el Norte. Nos enseñan, sobre todo, a disfrutar 
del gran regalo de la vida, aceptando el dolor sin dramatismos, 
diciendo la verdad sin paliativos, gozando del momento presente, el 
único que poseemos. 
Más abajo, como «basuras» que genera nuestro mundo ciego, 
están los marginados, los nuevos pobres, cuya dignidad humana 
vamos deteriorando y destruyendo con eso que llamamos 
«progreso». Sin figura humana, cual otros «siervos sufrientes» en los 
que está «nuevamente encarnado» el crucificado. De su costado 
salen la sangre y el agua que pueden salvar a todos. Desde ellos, el 
Espíritu continúa engendrando nueva vida en el mundo, llamándonos 
a que los miremos, nos hagamos hermanos y descubramos en esos 
desechos humanos las consecuencias de un mal que aflige de raíz a 
la sociedad actual, y lloremos y gritemos y cambiemos las dinámicas 
del mal, transformando esas estructuras de pecado con la energía y 
el fuego del amor derramado en nuestro corazones por el Espíritu 
(Rm 5,5). 
Algunos han recibido el don de estar y vivir abajo, como Jesús, y 
de esa luz participamos el resto. A todos se nos invita a bajar de 
nuestras actitudes de superioridad en el trato humano, para 
situarnos ante los demás como iguales, hermanos, dando y 
recibiendo a un tiempo. 

Conclusión: «Estar a la escucha»
«¿Adónde nos llevaría el Espíritu si nos dejáramos conducir por 
él?». Esta frase, que escuché a una amiga, me resuena con 
frecuencia y me estimula a buscar el cómo. Lo escrito más arriba es 
un intento de respuesta. Pero, ante la sospecha de haber complicado 
lo que en principio tiene que ser algo muy sencillo, invito a mirar a 
María para aprender a estar a la escucha del Espíritu como ella. Vivió 
entre luces y sombras. Sin entender lo que veía, en ocasiones 
frustrada, dolorida, «lo guardaba todo en su interior» para discernir y 
echar una mano a los que estaban alegres, como Isabel, o 
perseguidos, como su Hijo, o tristes y esperanzados a un tiempo, 
como familiares, amigas y discípulos. De este modo sencillo, esta 
mujer de pueblo, María, logró su vida: «Quien entrega la vida la 
recupera» (Mc 8,35). Quiero subrayar su esperanza, su utopía. Sin 
más apoyo que la fe en una promesa -«Dichosa tú que creíste, 
porque se cumplirá lo que el Señor te anunció» (Lc 1,45)-, atravesó 
las pruebas, las tinieblas, las sombras de muerte, se fió y persistió: 
«Persistían unánimes en la oración.. y se llenaron todos de Espíritu 
Santo» (Hch 1,14; 2,4).

Ruiz-Teresa
SAL TERRAE/98/01. Págs. 37-46

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1. Este verano, en Ruanda, una gente sencilla de las colinas, dolorida por los 
horrores de la guerra del 94 y las actuales represalias algo realmente 
diabólico, se preguntaba «¿Qué nos ha pasado? Un espíritu maligno nos ha 
invadido». El sentimiento de que el mal esta fuera de nosotros indica que 
somos esencialmente buenos en nuestro corazón, como la psicologia y la 
antropología lo afirman, y podemos luchar contra el mal como realidad 
exterior a nosotros. 

2. Para ampliar este aspecto sugiero la lectura de Anselm GRUN, Nuestras 
propias sombras, Narcea, Madrid 1995, que muestra la relación entre las 
enseñanzas padres del desierto y las aportaciones psicológicas de C.G. Jung. 

3. José SARAMAGO, Ensayo sobre la ceguera, Alfaguara, Madrid 1996. 

4. Daniel GOLEMAN (autor de Inteligencia emocional. El punto ciego: 
Psicología del autoengaño, Plaza-Janes, Barcelona 1997) es psicólogo y 
profesor de la Universidad de Harvard.

5. Segundo GALILEA, en La sabiduría del desierto (Secretariado de la CLAR, 
Bogotá 1988, distri- buida por Paulinas), actualiza las grandes experiencias 
espirituales de los padres del desierto para cristianos inmersos en una 
cultura secularizada. 

6. José Antonio MARINA, en El laberinto sentimental (Anagrama, Barcelona 
1996 p. 196-198), ana- liza de modo ameno y documentado el campo de los 
sentimientos. Entre los que nos causan pavor, está la acedía o pereza, de 
la que habla en las pp. 196ss.

7. Luis ROJAS MARCOS, Las semillas de violencia, Espasa-Calpe, Madrid 
1995.

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