Utraquismo
EnciCato
El principal dogma y uno de cuatro artículos de los calixtinos o husitas. Fue
promulgado por primera vez en 1414 por Jacobo de Mies, profesor de filosofía de
la Universidad de Praga. John Hus no fue su autor ni su exponente. Él era
profesor de la universidad arriba mencionada que requería que sus bachilleres
dictaran cátedra sobre las obras de un doctor de Paris, Praga, u Oxford; y, en
cumplimiento de esta ley, aparentemente Hus basó sus enseñanzas en los escritos
de John Wyclif, un egresado de Oxford. Las opiniones de Wyclif, que fueron la
causa del utraquismo, fueron absorbidas por los estudiantes de Praga y, después
de que Hus fue confinado a prisión, la influencia wyclifiana se manifestó en las
exigencias de los husitas de que la Comunión se administrara bajo las dos formas
como requisito para la salvación. Esta herejía fue condenada en los Concilios de
Constanza, Basilea y Trento (Denzinger-Bannwart, 626, 930 sqq.).
El utraquismo, explicado en pocas palabras, significa lo siguiente: el hombre,
para ser salvado, debe recibir, la Sagrada Comunión cuándo y dónde desee, bajo
las especies de pan y vino (sub utraque specie). Esto, según el líder de los
husitas, es precepto divino. Porque, “Si no comiereis la carne del Hijo del
hombre, y no bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Juan, vi, 54).
Recibir sólo la Sagrada Hostia no es “beber” sino “comer” la Sangre de Cristo.
Según el husita, el hecho de que se trata de un precepto Divino es aún más
evidente con base e la tradición, ya que, hasta los siglos XI o XII, se ofrecían
el Cáliz y la Hostia a los fieles cuando comulgaban. Si a esto se agrega que se
confiere más gracia por la recepción de la Eucaristía bajo las dos especies,
según sostenía Jacobo de Mies, es evidente que la Comunión sub uraque specie es
obligatoria. Esta conclusión fue rechazada por el Concilio de Constanza (Denzinger-Bannwart,
626). Vinieron luego las guerras de los husitas. Para lograr la paz, el Concilio
de Basilea (1431) permitió la Comunión bajo ambas especies a aquellos que habían
llegado al uso de razón y se encontraban en estado de gracia, con las siguientes
condiciones: que los husitas confesaran que el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la
Divinidad de Cristo estaban presentes en su totalidad y completamente tanto bajo
la especie del pan como bajo la especie del vino; y que se retractaran de su
declaración de que era necesaria la Comunión bajo ambas especies para la
salvación (Mansi, XXX). Algunos husitas estuvieron de acuerdo con esto y se les
dio el nombre de calixtinos, por su uso del Cáliz. Los otros, bajo la dirección
de Ziska, llamados taboritas, por habitar en la cima de una montaña, se negaron
y fueron derrotados por George Podiebrad en 1453, fecha a partir de la cual el
utraquismo en Praga se convirtió prácticamente en un símbolo vacío. Sin embargo,
todavía es una de las afirmaciones del anglicanismo y se enumera entre “Las
razones evidentes en contra de la unión con la Iglesia de Roma” (Londres, 1880).
La Iglesia Católica nunca ha dicho que la Comunión bajo ambas especies sea de
por sí pecaminosa o herética. La Iglesia no ha ofrecido libremente el Cáliz a
los laicos por reverencia hacia la Preciosa Sangre y condenó a los husitas por
sostener que era esencial para la salvación, amenazando revivir así una herejía.
Los nestorianos fueron condenados en el período patrístico, y los heréticos en
el Concilio de Trento, porque negaban la Presencia Real, total y completa bajo
cada una de las dos especies (Denzinger Bannwart, 930 sqq.; Mansi, XXX). Los
nestorianos habían negado que la Presencia Real se encontrara total y completa
bajo cada especie. Según ellos, el pan contenía solamente el Cuerpo de Cristo y
el vino únicamente Su Sangre. Esto es una herejía; porque, según lo anota la
Iglesia (y el texto está en griego auténtico), “De manera que cualquiera que
comiere este pan, o bebiere el cáliz del Señor indignamente, reo será del cuerpo
y de la sangre del Señor” (I Cor., xi, 27). Sabiendo que “Cristo resucitado de
entre los muertos no muere ya otra vez” (Rom., vi, 9). La separación de la carne
y la sangre es la muerte, y, por consiguiente, la presencia de Cristo total y
completa bajo cada una de las especies es dogma de la fe católica. La teología
católica ofrece esta explicación: por las palabras de la consagración, el Cuerpo
de Cristo se encuentra bajo la apariencia del pan, y Su Sangre, bajo la
apariencia del vino. El Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo
forman una Persona indivisible y tienen que encontrarse unidas. Esa virtud de
fuerza que une el cuerpo con la sangre y viceversa, en la Eucaristía, es lo que
se conoce en teología católica como concomitancia. El utraquismo tendía a
deshacer este dogma porque declaraba esencial para la salvación la comunión bajo
las dos especies. Esto equivalía virtualmente a negar que Cristo estuviera total
y completamente presente bajo cada especie. Iba más allá, al declarar que la
Comunión, la recepción de la Eucaristía, era absolutamente necesaria para la
salvación.
Los teólogos distinguen entre dos tipos de necesidad: la de medio y la de
precepto. Necesidad de medio es el uso absolutamente obligatorio de aquellas
cosas necesarias para alcanzar un propósito. Es una “necesidad imperativa” que
surge de la misma naturaleza de las cosas. La necesidad de precepto es una
obligación impuesta por una orden, y por una buena razón, aquella que se
prescribe y que puede dispensarse. Los husitas sostenían que la Eucaristía era
un medio necesario para la salvación, de tal forma que quienes morían sin haber
recibido la Eucaristía, por ejemplo, los dementes, o los jóvenes, según los
husitas, no podían salvarse. Todo esto lo deducían de las palabras de Cristo:
“Si no comiereis la carne del Hijo del hombre, y no bebiereis su sangre, no
tendréis vida en vosotros” (Juan, vi, 54). Ahora la Iglesia católica, niega que
la Eucaristía sea necesaria como medio de salvación. Ordena que los fieles
reciban la Eucaristía, enfatiza su importancia, y declara que es prácticamente
imposible permanecer por mucho tiempo en estado de gracia sin la recepción de
este sacramento. Esto es un precepto; es posible una dispensa del mismo. Por
consiguiente, si alguno muriere sin este sacramento, su condenación eterna no
sería una consecuencia necesaria, sólo por esta razón. Esto queda claro a partir
de la práctica de la Iglesia Primitiva. Aún cuando prevalecía la comunión bajo
ambas especies, algunos recibían sólo una de las dos especies. Así solía
administrarse a los enfermos, y la Iglesia nunca los ha considerado perdidos. En
cuanto al texto que aparentemente obliga a comulgar bajo ambas especies, es
cuestión de interpretación. La Iglesia Católica es la única intérprete
autorizada de la doctrina de Cristo; a ninguna otra se le ha conferido este
poder. Omitiendo aquí los muchos significados que los teólogos católicos
atribuyen a este versículo. “Si no comiereis la carne del Hijo del hombre, y no
bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Juan, vi, 54), debe anotarse
que la Iglesia Católica ha declarado oficialmente que éstas palabras no hacen
obligatoria la comunión bajo las dos especies (Denzinger-Bannwart, 930). Esta
conclusión se basa en la Escritura: “Quien comiere de este pan, vivirá
eternamente; y el pan que yo daré, es mi misma carne, la cual daré yo para la
vida o salvación del mundo” (Juan, vi, 52). Es cierto que algunos teólogos creen
que se confiere más gracia con la Comunión bajo las dos especies. Sin embargo,
este es un aspecto especulativo, no práctico. No afecta el dogma de la Iglesia
ni es una opinión común, ni mucho menos, de todos los teólogos católicos.
B. HUGHES
Transcrito por Tomas Hancil y Joseph P. Thomas
Traducido por Rosario Camacho-Koppel
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