Universidades 
EnciCato
Las principales fundaciones han sido tratadas en artículos especiales; aquí se 
presentan los aspectos generales del tema:
I. Origen y organización; 
II. Labor académica y desarrollo; 
III. Renacimiento y Reforma; 
IV. Periodo moderno; 
V. Acción católica.
I. Origen y Organización
Aunque el nombre universidad se da a veces a las célebres escuelas de Atenas y 
Alejandría, generalmente se sostiene que las universidades surgieron por primera 
vez en la Edad Media. Para las que fueron estatuidas durante el Siglo XIII, se 
pueden dar con exactitud fechas y documentos; pero los comienzos de las más 
antiguas son oscuros, de ahí las leyendas relacionadas con su origen: Oxford se 
suponía fundada por el rey Alfredo, París por Carlomagno, y Bolonia por Teodosio 
II (año 433). Estos mitos aunque han subsistido hasta la época moderna, son 
ahora generalmente rechazados, y la única preocupación de los historiadores es 
descubrir sus fuentes y seguir su desarrollo. Se sabe, sin embargo, que durante 
los Siglos XI y XII tuvo lugar un resurgimiento de los estudios, de medicina en 
Salerno, de derecho en Bolonia, y de teología en París. La escuela médica de 
Salerno fue la más antigua y la más famosa de su género en la Edad media; pero 
no ejerció influencia en el desarrollo de las universidades. En París, el 
estudio de la dialéctica recibió un nuevo ímpetu de maestros como Roscellin y 
Abelardo, y eventualmente reemplazó al estudio de los clásicos que, 
especialmente en Chartres, había constituido un movimiento humanista enérgico 
aunque de corta duración. El método dialéctico, además, fue aplicado a las 
cuestiones teológicas y, principalmente a través de la obra de Pedro Lombardo, 
se desarrolló en el Escolasticismo (vid.).Esto significó no sólo que toda clase 
de cuestiones fueran puestas en discusión y examinadas con la mayor sutileza, 
sino también que se disponía de una nueva base para la exposición de la doctrina 
y que la teología misma era moldeada en la forma sistemática que presenta en la 
obra de Santo Tomás, y por encima de todo, en la gran “Summa”. En Bolonia, el 
nuevo movimiento fue práctico más que especulativo, afectó a la enseñanza, no a 
la filosofía ni a la teología, sino al derecho civil y canónico. Con 
anterioridad al Siglo XII, Bolonia había sido famosa como escuela de artes, 
mientras que respecto a ciencia legal era superada de lejos por otras ciudades, 
por ejemplo, Roma, Pavía, y Rávena. Lo que la convirtió en relativamente poco 
tiempo en el principal centro de enseñanza del derecho, no sólo en Italia sino 
en toda Europa, fue debido principalmente a Irnerius y a Graciano (vid.). El 
primero introdujo el estudio sistemático del Corpus juris civilis en su 
conjunto, y diferenció la carrera de derecho de la de Artes Liberales; el 
segundo, en su “Decretum”, aplicó el método escolástico al derecho canónico, y 
aseguró para su ciencia un espacio aparte distinto del de la teología. En 
consecuencia, Bolonia, mucho antes de convertirse en universidad, atrajo un gran 
número de estudiantes de todas las partes del Imperio, y sus maestros, a la vez 
que se hacían más numerosos, alcanzaban un prestigio indiscutido. 
La escuela que crecía así vigorosamente desde dentro fue aún más reforzada por 
los privilegios que le otorgó el Emperador. En la “Auténtica” Habita publicada 
en 1158, Federico I tomó bajo su protección a los estudiantes que acudían a las 
escuelas de Italia por motivos de estudio, y decretó que podrían viajar sin 
obstáculo o vejación, y que, en caso de que se presentara una queja contra 
ellos, tendrían la opción de defenderse a sí mismos bien ante sus profesores o 
bien ante el obispo. Esta concesión repercutió naturalmente en ventaja de 
Bolonia; pero también sirvió de base a muchos privilegios concedidos 
sucesivamente a ésta y otras escuelas. Que París disfrutara de una protección e 
inmunidades similares desde una fecha temprana es altamente probable, aunque la 
primera concesión que se registra fue hecha por Felipe Augusto en 1200. A esos 
dos factores de crecimiento interno y ventajas externas, se tuvo que añadir un 
tercero antes de que París o Bolonia se convirtieran en universidades: era 
necesaria una organización colectiva. Ambas ciudades a mediados del Siglo XII 
poseían los elementos requeridos en forma de escuelas, estudiantes, y 
profesores. En París había tres escuelas especialmente destacadas: la de Saint 
Víctor, adjunta a la iglesia de los canónigos regulares; Sainte-Geneviève-du-Mont, 
dirigida primero por seculares y luego por canónigos regulares; y Notre-Dame, la 
escuela de la catedral en la “isla”. Según una versión estas tres escuelas se 
unificaron para formar la universidad; Denifle, sin embargo, (Die Universitäten, 
655 ss.), mantiene que se originó sólo en Notre-Dame, y que esta escuela fue por 
tanto la cuna de la Universidad de París. Esto no implica que la escuela de la 
catedral como institución fuera elevada al rango de universidad por carta real o 
pontificia. La iniciativa fue tomada por los profesores quienes, con la licencia 
del canciller de Notre-Dame y sujetos a su autoridad, enseñaban bien en la 
catedral o bien en viviendas particulares de la “isla”. Cuando estos profesores, 
en el último cuarto del Siglo XII, se unieron en una corporación docente, se 
había fundado la Universidad de París (Para la opinión más antigua, ver PARIS, 
UNIVERSIDAD DE).
Este consortium magistrorum incluía a los profesores de teología, derecho, 
medicina, y artes (filosofía). Como los profesores de una misma materia tenían 
intereses específicos formaron de manera natural grupos más pequeños dentro del 
organismo central. El nombre “facultad” originariamente designaba una disciplina 
o rama del conocimiento, y se empleó en este sentido por Honorio III en su carta 
(18 de Febrero de 1219) a los estudiantes de París; más tarde, llegó a 
significar el grupo de profesores dedicados a enseñar la misma materia. La 
organización más estrecha en facultades fue ocasionada en primera instancia por 
cuestiones que surgieron en 1213, relativas a la concesión de grados. Luego vino 
la redacción de estatutos para cada facultad en los que se regulaban sus propios 
asuntos internos y se trazaban las líneas de demarcación entre su esfera de 
acción y las de las demás facultades. Esta organización debe haberse completado 
en la primera mitad, o quizá en el primer cuarto, del Siglo XIII, puesto que 
Gregorio IX en la Bula “Parens scientiarum” (1231) reconoce la existencia de 
facultades separadas. Los estudiantes, por su parte, con igual naturalidad, se 
dividieron en grupos diferentes. Pertenecían a diversas nacionalidades, y los 
del mismo país deben haberse dado cuenta de la ventaja, o incluso de la 
necesidad, de asociarse en una ciudad como París a la que llegaban como 
forasteros. Este fue el origen de las “Naciones”, que probablemente se 
organizaron a primeros del Siglo XIII, aunque la primera evidencia documental de 
su existencia data de 1249. Las cuatro naciones de París eran las de los 
franceses, los picardos, los normandos, y los ingleses. Eran característicamente 
asociaciones de estudiantes, formadas por motivos de administración y 
disciplina, mientras que las facultades se organizaron para tratar asuntos 
relativos a las diversas ciencias y a la labor docente. Las naciones, por tanto, 
no constituían la universidad, ni se identificaban con las facultades. Los 
maestros en artes estaban incluidos en las naciones y al mismo tiempo 
pertenecían a la facultad de artes, porque su curso de artes era simplemente una 
preparación para estudios superiores en una de las facultades superiores, y de 
ahí que las artes formaran una facultad “inferior”, cuyos maestros se 
clasificaban aún entre los estudiantes. Los profesores de las facultades 
superiores no pertenecían a las naciones. 
Cada nación elegía de entre sus miembros a un maestro en artes como procurador (proctor) 
y los cuatro procuradores elegían al rector, esto es, el cabeza de las naciones, 
no, al principio, el cabeza de la universidad. Como, sin embargo, la facultad de 
artes estaba estrechamente relacionada con las naciones, el rector gradualmente 
se convirtió en el funcionario principal de esa facultad, y fue reconocido como 
tal en 1274. Su autoridad se extendió más tarde a las facultades de derecho y 
medicina (1279) y finalmente (1341) a la facultad de teología; a partir de 
entonces el rector es la cabeza de toda la universidad. Por otro lado, la 
función de rector no otorgaba poderes muy amplios. Desde el principio la 
autoridad principal había sido ejercida por el canciller, como representante del 
Papa; y aunque esta autoridad, por razón de los conflictos con la universidad, 
se había reducido en cierta forma durante el Siglo XIII, el canciller era aún lo 
suficientemente poderoso como para hacer sombra al rector. Antes de que la 
universidad empezara a existir, el canciller había otorgado la licencia para 
enseñar, y esta función la siguió llevando a cabo, pese a todo el proceso de 
organización y después de que las facultades con sus diversos funcionarios 
estuvieran establecidas del todo.
En Bolonia, hacia finales del Siglo XII, se establecieron asociaciones 
voluntarias por los estudiantes extranjeros, esto es, por los no boloñeses, con 
fines de mutuo apoyo y protección. Estos estudiantes no eran muchachos, sino 
hombres maduros; muchos de ellos eran clérigos beneficiados. En su organización 
copiaron la de las cofradías de comerciantes viajeros; cada asociación 
comprendía un número de naciones, promulgaba sus propios estatutos, y elegía un 
rector que estaba asistido por un cuerpo de consiliarii. Estas cofradías de 
estudiantes fueron conocidas como universitates, esto es, corporaciones en el 
sentido legal aceptado, no órganos de enseñanza. Originariamente en número de 
cuatro, se redujeron a dos a mediados del Siglo XIII: universitas 
citramontanorum y universitas ultramontanorum. Ni los estudiantes ni los 
doctores boloñeses, al ser ciudadanos de Bolonia, pertenecían a la 
“universidad”. Los doctores eran empleados, mediante contrato, y pagados por los 
estudiantes, y estaban sometidos, en muchos aspectos, a los estatutos redactados 
por los organismos estudiantiles. A pesar de esta dependencia, sin embargo, los 
profesores mantenían el control de los asuntos estrictamente académicos; eran 
los rectores scholarum, mientras que los jefes de las universidades eran los 
rectores scholarium; en particular, el derecho de promoción, esto es, de 
conferir grados, estaba reservado a los doctores. Estos también formaron 
asociaciones, los collegia doctorum, que probablemente existían en la época de 
la fundación de las “universidades” de estudiantes o antes. Al principio los 
doctores tenían plena responsabilidad de los exámenes y concedían en su propio 
nombre la licencia para enseñar. Pero en 1219 Honorio III dio al arcediano de 
Bolonia autoridad exclusiva para conferir el doctorado, creando así un cargo 
equivalente al de canciller en París. El doctorado mismo, en cuanto que 
implicaba el derecho a ser miembro del collegium, se fue restringiendo 
gradualmente al círculo más estricto de doctores legentes, esto es, los que 
enseñaban efectivamente. Por otro lado, el control de los estudiantes fue 
disminuido por el hecho de que, con vistas a contrarrestar los incentivos 
ofrecidos por ciudades rivales, la ciudad de Bolonia, hacia el fin del Siglo 
XIII, empezó a pagar un salario regular a los profesores en lugar de los 
honorarios anteriormente entregados, en la cuantía que ellos estimaran 
conveniente, por los estudiantes. Como resultado el nombramiento de los 
profesores fue tomado a su cargo por la ciudad, y eventualmente por los 
reformatores studii, una oficina establecida por la autoridad local. Mientras 
tanto las dos “universidades” se estaban refundiendo en un único cuerpo y éste 
estaba abocado a establecer relaciones más estrechas con el colegio de doctores; 
de esa forma Clemente V (10 de Marzo de 1310) pudo hablar de una magistorum et 
scholarium universitas en Bolonia. A comienzos del Siglo XVI sólo había un 
rector.
El crecimiento de Oxford siguió, en sustancia, al de París A mediados del Siglo 
XII las escuelas estaban florecientes: Robert Pullen (vid.), autor de las 
“Sentencias” en las que se basó ampliamente la más famosa obra de Pedro 
Lombardo, y Vacarius, el eminente jurista lombardo, son mencionados como 
maestros. El número de estudiantes, ya considerable, se acrecentó en 1167 por un 
éxodo procedente de París. Había dos naciones: los boreales (norteños) incluían 
a los estudiantes ingleses y escoceses; los australes (sureños) a los galeses e 
irlandeses. En 1274 se refundieron en una nación, pero los dos procuradores 
siguieron diferenciados. En 1209, debido a las dificultades con la ciudad, 3.000 
estudiantes se dispersaron. A su vuelta, el legado papal Nicolás publicó (1214) 
una ordenanza que obligaba a la ciudad a pagar una suma anual para uso de los 
estudiantes pobres y que “en caso de un clérigo fuera arrestado por los de la 
ciudad, debería ser entregado en seguida a petición del obispo de Lincoln, o del 
arcediano del lugar o de sus funcionarios, o del canciller o de cualquiera en 
quien el obispo de Lincoln delegara este cargo” (Munimenta, I, p.2). Los 
primeros estatutos fueron promulgados en 1252, y confirmados por Inocencio IV en 
1254. El canciller era al principio un funcionario independiente nombrado por el 
obispo de Lincoln para actuar como juez eclesiástico en materias escolásticas. 
Gradualmente, sin embargo, fue absorbido en la universidad y se convirtió en su 
cabeza. 
El desarrollo en París y Bolonia explica el término por el que se designó al 
principio a la universidad, esto es, studium generale. Esto no significaba 
originaria ni esencialmente una escuela de aprendizaje universal, ni incluía a 
todas las cuatro facultades; teología era a menudo omitida o incluso excluida 
por las cartas iniciales. Apareció primero en Bolonia en 1360, en Salamanca 
hacia el fin del Siglo XIV, en Montpellier en 1421; aunque cada una de estas 
escuelas era un studium generale en el sentido original del término, esto es, 
una escuela que admitía estudiantes de todas partes, disfrutaba de privilegios 
especiales, y confería un derecho de enseñanza que era reconocido en todas 
partes. Este jus ubique docendi estaba implícito en la propia naturaleza del 
studium generale; fue explícitamente concedido por Gregorio IX en la Bula para 
Toulouse, el 27 de Abril de 1233, que declara que “cualquier maestro examinado 
allí y aprobado en cualquier facultad tendrá derecho a enseñar en todas partes 
sin examen ulterior”.
Universitas, tal como se entendía en la Edad media, era un término legal; tomó 
su significado del Corpus juris civilis, y quería decir una asociación tomada en 
su conjunto, esto es, en su calidad colectiva: Empleado con referencia a una 
escuela, universitas no significaba una recopilación de todas las ciencias, sino 
más bien el grupo completo de personas dedicadas en una institución dada a 
ocupaciones científicas, esto es, la entera corporación de maestros y 
estudiantes: universitas magistorum et scholarium. Esta es la significación del 
término en documentos oficiales relativos a París y Bolonia; así Alejandro IV 
(10 de Diciembre de 1255) afirma expresamente que bajo el nombre universidad 
entiende “todos los maestros y escolares residentes en París, cualquiera que sea 
la sociedad o congregación a la que pertenezcan.” Gradualmente, sin embargo, los 
términos universitas y studium llegaron a usarse indistintamente para significar 
una institución de enseñanza: Universitas Oxoniensis y Studium Oxoniense fueron 
ambos (nombres) aplicados a Oxford. Hay mención tan temprana como la de 1279 de 
delicta in universitate Oxoniae perpetrata (Munimenta, I, 39), y en el siglo 
siguiente aparecen (1306) frases tales como in universitate Oxoniae studere (ibid., 
87 ss.). Que los términos se habían vuelto prácticamente sinónimos al comienzo 
del Siglo XIV aparece en una declaración de Clemente V, de 13 de Julio de 1312, 
a resultas de que el arzobispo de Dublín, John Lech, había informado que en esos 
lugares no había scolarium univeristas vel studium generale. Hacia 1300 también 
la expresión mater universitas se usaba por los maestros de Oxford, y estos 
pueden haberlo tomado de un documento de Inocencio IV (6 de Octubre de 1254) en 
el que el Papa habla de Oxford como faecunda mater. Más tarde la expresión alma 
mater se aplicó, por ejemplo en Paría en 1389; en Colonia en 1392; en Oxford en 
1411. Alma fue probablemente sugerida por el uso litúrgico, como por ejemplo en 
el himno que empezaba “Alma redemptoris mater”.
Las primeras universidades no tenían estatutos; se desarrollaron ex consuetudine. 
Fuera de estas se desarrollaron rápidamente otras, por emigración, o por 
establecimiento formal. Como las universidades al principio no poseían edificios 
como nuestros modernos paraninfos y laboratorios, fue cosa fácil para 
estudiantes y profesores, si no les satisfacía un sitio, encontrar acomodo en 
otro. Los conflictos con el municipio a menudo llevaron a migraciones así, 
especialmente donde alguna ciudad rival ofrecía incentivos: de ahí las 
secesiones de Bolonia a Vicenza (1204), a Arezzo (1217), a Padua (1222), la 
“gran dispersión” de París (1229), y la emigración (1209) de Oxford a Cambridge. 
Pero causas de naturaleza menos tumultuosa actuaron también. Los privilegios 
disfrutados por los primeros universitarios condujeron a otras ciudades a buscar 
similares ventajas para mantener en ellas a sus propios estudiantes, y atraer 
posiblemente a forasteros, aumentando de ese modo la prosperidad y el prestigio 
locales. Bolonia y París sirvieron como modelos de la nueva organización, y los 
deseados privilegios se buscaban ante el Papa o el gobernante civil. Se hizo, de 
hecho, habitual en las cartas papales incluir una fórmula prefijada concediendo 
a la nueva universidad “los mismos privilegios, inmunidades, y libertades que se 
disfrutaban por los maestros y escolares de París” (o Bolonia); así Oxford, 
Cambridge, St. Andrews, y Aberdeen fueron en gran medida modeladas sobre París, 
y Glasgow sobre Bolonia. El modelo parisino fue también reproducido en las 
primeras universidades alemanas, Praga, Viena, Erfurt, y Heidelberg; pero éstas 
pronto comenzaron a separarse del original. Las naciones tenían menos 
importancia; el rector podía ser elegido de entre cualquier facultad; la 
autoridad se confería de manera permanente y dotaba a los profesores que 
predominaban en el consejo de la universidad; y los colegios estaban bajo 
control de la universidad, que mantenía la enseñanza en sus manos.
En Irlanda el primer paso hacia el establecimiento de una universidad fue dado 
por John Lech, arzobispo de Dublín. A instancias suyas, Clemente V publicó, el 
11 de Julio de 1312, una Bula para la erección de una universidad cerca de 
Dublín; sin embargo, Lech murió un año después, y no se llevó a cabo nada hasta 
que su sucesor, Alexander de Bicknor, en 1320, estableció una universidad en la 
catedral de San Patricio con la aprobación del Papa Juan XXII. El primer 
canciller fue William Rodiart, deán de San Patricio, y los primeros graduados 
William de Hardite, O.P., Edward de Karwarden, O.P., y Henry Cogry, O.F.M. Las 
clases se daban aún en 1358; en ese año Eduardo II publicó cartas-patentes 
protegiendo a los miembros de la universidad en sus viajes, y en 1364, Lionel, 
duque de Clarence, fundó una cátedra. La universidad fracasó por falta de 
dotación, como pasó también con una fundada por el Parlamento irlandés en 
Drogheda en 1465. 
Los fundadores: Papas y gobernantes civiles
En vista de la importancia de las universidades para la cultura y el progreso, 
es bastante comprensible que hubiera una considerable discusión y divergencia de 
opinión respecto a la autoridad a la que debería atribuirse el honor de su 
fundación. Se ha mantenido, por ejemplo, que sólo el Papa podía establecer una 
universidad; por el contrario, se ha sostenido que tal establecimiento era 
prerrogativa exclusiva de los gobernantes civiles, esto es, el emperador y el 
rey. Estas, sin embargo, son opiniones extremas, ninguna de las cuales concuerda 
con los hechos, mientras que ambas se basan en el estudio de un grupo limitado 
de universidades y, en gran medida, en un fallo de apreciación de las relaciones 
de la Iglesia y el Estado en el Siglo XIII. De las malas interpretaciones en 
este último punto se han derivado conclusiones erróneas, no sólo respecto a los 
orígenes de las universidades, sino también a la actitud general de la época 
hacia el papado y viceversa. Una vez se ha establecido, por ejemplo, que, según 
la opinión prevaleciente en el Siglo XIII, sólo el Papa podía fundar una 
universidad, es fácil interpretar cualquier fundación similar por un monarca o 
cualquier iniciativa tomada por un municipio, como una evidencia de hostilidad a 
la Santa Sede y un primer paso hacia esa “emancipación” que llegó a suceder 
efectivamente en el Siglo XVI. Por la misma clase de razonamiento se infiere que 
el Papa tomaba a mal la acción del poder civil al conceder estatutos y reprimía 
todos los intentos de libertad por parte de las propias universidades. Para 
colocar estas conclusiones bajo la luz apropiada, es suficiente con echar un 
vistazo a los diversos modos de fundación.
Con anterioridad a la Reforma se establecieron 81 universidades. De estas, 13 no 
tuvieron carta; se desarrollaron espontáneamente ex consuetudine; 33 tuvieron 
sólo carta papal; 15 fueron fundadas por la autoridad imperial o real; 20 por 
cartas papales e imperiales (o reales) a la vez. Una vez las universidades más 
antiguas, especialmente París y Bolonia, habían crecido en fama e influencia de 
forma que sus graduados disfrutaban de la licentia ubique docendi, se reconoció 
que una nueva institución, para convertirse en studium generale, requería la 
autorización de la suprema autoridad, esto es, del Papa como cabeza de la 
Iglesia o del emperador como protector de toda la Cristiandad. Así en “Las Siete 
Partidas” (1256-1263), Alfonso el Sabio declara que un “studium generale debe 
establecerse por mandato del Papa, del emperador, o del rey”; y Santo Tomás (Op. 
contra impug.relig., c.iii): “ordinare de studio pertinet ad eum qui praest 
republicae, et praecipue ad authoritatem apostolicae sedis qua universalis 
ecclesia gubernatur, cui per generale studium providetus”,esto es, en cuestión 
de universidades la autoridad pertenece al gobernante principal de la sociedad y 
especialmente a la Sede Apostólica, la cabeza de la Iglesia universal, “cuyo 
interés es promovido por la universidad”. Estas últimas palabras contienen la 
razón esencial para buscar la autorización del Papa: la universidad no iba a ser 
una institución meramente local o nacional; su enseñanza y sus grados iban a ser 
reconocidos en todo el mundo cristiano. Por otro lado, en el orden civil, el 
emperador era (el poder) supremo; de ahí que otorgara a las universidades 
fundadas por él, sin ninguna carta papal, el derecho a conceder grados en todas 
las facultades, incluidas la teología y el derecho canónico. Las cartas 
imperiales eran reconocidas por los papas y, cuando era necesario, se concedían 
privilegios adicionales. No se puede decir entonces que la acción de Maximiliano 
I al fundar la universidad de Wittenberg (1502) fuera un acontecimiento de los 
que hacen época; Carlos IV había hecho lo mismo mucho antes con Siena, Arezzo y 
Orange; y las cartas con las que fundó Pavía y Lucca precedieron veinte años a 
las concesiones papales. Los reyes no estaban en el mismo plano que el 
emperador. De hecho, podían fundar una universidad, nombrar al canciller, y 
autorizarle a conferir grados; pero no podían establecer un studium generale en 
el sentido pleno del término; lo que fundaban era una universidad respectu regni, 
esto es, los grados que otorgaba eran válidos sólo dentro de los límites del 
reino. Esta fue la situación de Nápoles, fundada (1224) por Federico II, y 
especialmente en las universidades españolas. Los propios reyes eran conscientes 
de sus limitaciones a este respecto, y por consiguiente buscaban la autorización 
papal. Los papas por su parte, reconocían las cartas reales como válidas, y 
añadían a ellas el carácter de universidad requerido por un studium generale. En 
algunos casos la intervención papal era necesaria y se buscaba, no simplemente 
para confirmar lo que el rey había establecido, sino para salvar o revivir la 
universidad: tales fueron, por ejemplo, las medidas tomadas por Honorio III 
(1220) para Palencia, por Clemente VII (1379) para Perpiñán, y por Julio II 
(Pablo II ) (1464) para Huesca—todas ellas fundaciones reales que no mostraron 
vitalidad hasta que el Papa vino en su ayuda. El poder de los obispos y los 
municipios era, por supuesto, aún más restringido. Podían tomar la iniciativa, 
llamando a profesores, estableciendo cursos de estudio, y proporcionando fondos; 
pero más pronto o más tarde estaban obligados a buscar la autorización del Papa. 
Este fue el caso, notablemente, en Italia, donde las ciudades libres y 
emprendedoras (Treviso, Pisa, Florencia, Siena), estimuladas por el ejemplo de 
Bolonia, acometieron la fundación de sus propias universidades. En Siena, 
pareció al principio que el intento de prosperar sin carta imperial o papal 
tendría éxito; el studium, inaugurado en 1275, tenía abundantes fondos y un 
extenso cuerpo de profesores y estudiantes que continuamente se incrementaba por 
emigración desde Bolonia (1312); con todo en 1325 estaba al borde del colapso, y 
su existencia no se vio asegurada hasta que obtuvo privilegios de universidad de 
Carlos IV en 1357 y concesiones papales de Gregorio XII en 1404. San Andrews en 
escocia fue más afortunada. Fue fundada por el obispo Henry Wardlaw en 1411; 
pero poco después de su apertura el obispo en un documento dirigido el 27 de 
Febrero de 1412 a los maestros y estudiantes habla de la “universitas a nobis 
salva tamen sedis apostolicae auctoritate de facto instituta et fundata”. Seis 
meses después (28 de Agosto de 1412), Benedicto XIII (Aviñón) publicó la carta 
de fundación, y nombró a Wardlaw canciller. No hay base, por tanto, para la 
inferencia de que la fundación de universidades por el poder civil y su 
organización por laicos para estudiantes laicos fuera un síntoma de antagonismo 
contra la Santa Sede o un intento de emancipación de la autoridad de la Iglesia. 
Tal interpretación de los hechos meramente proyecta ideas modernas hacia un 
periodo anterior en el que prevalecía un espíritu enteramente diferente. Ese 
espíritu fue de cooperación, incluso de emulación, en una causa común; y ni el 
espíritu ni la causa habría sido posible si no fuera por la unidad de fe y de 
jurisdicción jerárquica que mantenía a Occidente reunido en una Iglesia. Si esta 
unidad hubiera incluido a toda la Cristiandad, el Oriente habría tenido sin duda 
su parte en el movimiento universitario; en cualquier caso, es significativo que 
en Rusia y los demás países dominados por la Iglesia Cismática Griega no se 
estableciera ninguna universidad durante la Edad Media.
Aparte de publicar cartas los papas contribuyeron de diversas maneras al 
desarrollo y prosperidad de las universidades. (1) Los clérigos que tenían 
beneficios fueron dispensados de su obligación de residencia, si se ausentaban 
para acudir a la universidad. Los estudiantes, tanto clérigos como laicos, 
disfrutaban de ciertas exenciones, por ejemplo, de impuestos, del servicio 
militar, de la jurisdicción de los tribunales ordinarios, y de citación a 
tribunales que estuvieran a cierta distancia de París (privilegium fori ). 
Salvaguardar estos privilegios era tarea especial del conservador apostólico, 
habitualmente un obispo o arzobispo nombrado por el Papa con este fin. (2) Por 
la Bula “Parens scientiarum” (1231), la carta magna de la universidad de París, 
Gregorio IX autorizó a los maestros, en el caso de una ofensa cometida por 
alguien contra un maestro o un estudiante y no reparada dentro de los quince 
días, a suspender sus clases. Este derecho de suspensión fue frecuentemente 
usado en los conflictos entre ciudad y toga. (3) En diversas ocasiones los papas 
intervinieron para proteger a los estudiantes contra las usurpaciones de las 
autoridades civiles locales: Honorio III (1220) tomó partido por los estudiantes 
de Bolonia cuando el podestà redactó estatutos que interferían sus libertades; 
Nicolás IV (1288) amenazó con suspender el studium
en Padua salvo que las autoridades municipales abrogaran en quince días las 
ordenanzas que habían redactado contra los maestros y estudiantes. Incluso el 
canciller de París, cuando pidió a los maestros un juramento de obediencia 
personal a él, fue frenado por Inocencio III (1212), y sus poderes muy reducidos 
por acción de papas posteriores. De hecho se convirtió en bastante común para la 
universidad presentar sus quejas ante la Santa Sede, y su apelación 
habitualmente obtenía éxito. (4) En muchos casos, especialmente en Alemania, la 
dotación de las universidades se obtenía, en gran parte, si no completamente, de 
las rentas de los monasterios y capítulos. Más de una vez el Papa intervino para 
asegurar el pago de su salario a los profesores, por ejemplo, Bonifacio VIII 
(1301) y Clemente V (1313) en Salamanca; Clemente VI (1346) en Valladolid; y 
Gregorio IX (1236) en Toulouse, donde el Conde Raimundo había rechazado pagar 
los salarios. Los papas también dieron ejemplo de dotar colegios, y estos, 
fundados por reyes, obispos, sacerdotes, nobles, o ciudadanos privados, no sólo 
fueron lugares de residencia para estudiantes sino también el principal apoyo 
financiero de la universidad.
II. Labor Académica y Desarrollo 
El año académico
En un primer periodo se daban clases a lo largo de todo el año, con cortos 
descansos en Navidad, Pascua, y Pentecostés y unas vacaciones más largas en 
verano. En París estas vacaciones fueron limitadas por orden de Gregorio IX 
(1261) (1231?) a un mes, pero para finales del Siglo XIV se había extendido para 
la facultad de artes del 25 de Junio al 25 de Agosto, para teología y derecho 
canónico del 28 de Junio al 15 de Septiembre. El año empezaba realmente el 1 de 
Octubre, y estaba dividido en dos periodos; el ordinario largo, de 1 de Octubre 
a Pascua, y el ordinario corto, de Pascua a finales de Junio. En Bolonia las 
vacaciones comenzaban el 7 de Septiembre, y el año escolar se abría de nuevo el 
19 de Octubre; éste, sin embargo, se interrumpía durante diez días en Navidad, 
dos semanas en Pascua, y tres semanas en carnaval. En Alemania, había 
considerable diferencia entre los calendarios de las diversas universidades e 
incluso entre los de las diferentes facultades de la misma universidad. En 
general, el año empezaba hacia mediados de Octubre y terminaba hacia mediados de 
Junio. Pero en Colonia, Heidelberg y Viena había un ordinario corto del 25 de 
Agosto al 9 de Octubre. Las vacaciones, sin embargo, no constituían una 
suspensión completa de la labor académica; continuaban las clases 
extraordinarias, dadas en su mayor parte por licenciados, y se daba crédito a 
los estudiantes que asistían a ellas. Hacia mediados del Siglo XV, la división 
del año en dos semestres, verano e invierno, se introdujo en Leipzig, y 
eventualmente fue adoptada por las demás universidades alemanas. 
Clases
Tanto el calendario anual como el programa diario tenían en cuenta la distinción 
entre clases ordinarias y extraordinarias o cursillos. Esto se originó en 
Bolonia donde ciertos libros de derecho civil (“Digestum Vetus” y “Codex”) eran 
ordinarios, mientras que otros (“Infortiatum”, “Digestum novum”, y los libros de 
texto más breves) eran extraordinarios. En derecho canónico, los libros 
ordinarios eran el Decretum y los cinco libros de las Decretales (Gregorio IX); 
los extraordinarios eran las Clementinas y las Extravagantes. Las clases 
ordinarias estaban reservadas a los doctores, y se daban por las mañanas; las 
clases extraordinarias, conocidas en parís como cursillos, y dadas por maestros 
o por licenciados, se asignaban a las tardes durante el año; en vacaciones 
podían darse a cualquier hora del día, pues las clases ordinarias estaban 
entonces suspendidas. Cursillo quería decir o que la clase era seguida por los 
cursores, esto es, los candidatos a la licencia, o que pasaba rápidamente por la 
materia, mientras que el tratamiento en la clase ordinaria era más completo.
En todas las facultades el trabajo de enseñanza se centraba en libros, esto es, 
los textos, compilaciones, y glosas que eran considerados como las autoridades 
principales en cada materia. Al comienzo del año (o semestre) los libros se 
distribuían entre los profesores, que estaban obligados a usarlos de acuerdo con 
las regulaciones establecidas por cada facultad relativas al programa diario, la 
duración del curso, el aula que debía usarse, el vestido académico que se había 
de llevar, y el método a seguir. La clase era en sentido estricto una praelectio 
(de donde el alemán Vorlesung); el profesor tenía que leer el texto; en las 
clases ordinarias no se permitía dictar nada más allá de las divisiones y 
conclusiones y cuantas correcciones en el texto juzgaba necesarias. Se suponía 
que los estudiantes tenían sus propios ejemplares del texto; si eran demasiado 
pobres para procurarse los libros, el profesor podía dictarles el texto a ellos, 
no en la clase ordinaria sino en clases especiales o ejercicios (recitaciones). 
El plan de la clase era analítico: explicación cuidadosa y definición de 
términos (ponere et determinare); división de la materia y discusión de los 
diversos puntos seguidos por un resumen de lo esencial (scindere et summare); 
presentación de los problemas sugeridos por el texto (quaestiones), y solución 
de objeciones. En las clases de derecho la lectura de glosas era una 
característica importante, y se proponían frecuentemente casos para ilustrar los 
principios. En las clases ordinarias, se daba por supuesto que los estudiantes 
no hacían preguntas; en las extraordinarias se permitía una mayor libertad, 
siendo los estudiantes animados a expresar sus dudas respecto al sentido de los 
textos y a solicitar mayor información sobre los asuntos oscuros. Una formación 
más completa, sin embargo, se daba en la recapitulación y en las recitaciones 
que los maestros tenían en épocas establecidas para el tratamiento de problemas 
especiales. Los ejercicios, llevados a cabo en forma dialéctica, concedían plena 
oportunidad de discusión entre estudiante y maestro; y servían como exámenes en 
los que se constataba el progreso del alumno. Pero el ejercicio académico más 
importante era la disputa. Esta era de dos clases, d. ordinaria y d. de 
quodlibet. La disputa ordinaria tenía lugar cada semana y duraba desde la mañana 
hasta el mediodía, o hasta la tarde según el número de participantes. En el día 
reservado para este propósito se suspendían las clases y otros ejercicios, de 
forma que todos los maestros, licenciados y estudiantes pudieran estar presentes 
en la disputa. Uno de los maestros (disputans) anunciaba en forma de cuestión o 
tesis, la materia del debate; otros maestros (opponentes) presentaban argumentos 
contra la tesis; las respuestas a los argumentos se daban por dos o tres 
licenciados (respondentes) nombrados para la ocasión. El número de argumentos se 
fijaba por estatuto o era fijado por el decano de la facultad cuya función era 
presidir. Durante la disputa se empleaba la forma silogística. La disputatio de 
quodlibet se celebraba sólo una vez al año, pero con mayor solemnidad que la 
ordinaria, y sobre una gama más amplia de asuntos. El maestro elegido o 
designado para la ocasión, conocido como el quodlibetarius tenía que debatir una 
cuestión independiente con cada uno de los demás maestros que elegían apuntarse 
en las listas. La disputa duraba varios días, a veces una quincena. Los 
argumentos y sus soluciones se escribían y conservaban en forma de libro. Un 
ejemplar puede encontrarse en las “Quodlibetales” de Santo Tomás. Era 
principalmente a partir de estas clases, recitaciones, y disputas como se 
desarrollaba la obra de los doctores medievales; de forma que los diversos 
comentarios, summae, y libros de “sentencias” nos proporcionan la mejor idea de 
la enseñanza de la universidad tanto en su contenido como en su método. 
Cursos de estudio: Grados 
La distribución de las materias a estudiar y de los libros a ser leídos en la 
carrera se regulaba con vistas a los grados, esto es, los diversos pasos (gradus) 
por los que el estudiante avanzaba desde el estadio de simple alumno al de 
maestro o doctor. El sistema de grados se desarrolló a partir de la necesidad de 
restringir el derecho a enseñar, y consiguientemente de fijar las 
cualificaciones que el maestro debía poseer. No surgieron, como no lo hizo la 
propia universidad, repentinamente, ni en todas partes presentaron los mismos 
detalles. Tres grados, sin embargo eran generalmente reconocidos: bachillerato, 
licenciatura, y doctorado o maestría. Los requisitos para estos variaron en 
diferentes periodos y en diferentes universidades; cada facultad, además, tenía 
sus propias regulaciones respecto a la duración de las carreras y las materias 
de estudio; en particular, había una diferencia bastante grande entre la 
facultad de artes y las facultades superiores teología, medicina, y derecho. 
Para las carreras de artes, ver ARTES, LICENCIADO EN; ARTES, FACULTAD DE; ARTES, 
MAESTRO EN.
En teología, los textos eran la Biblia y las “Sentencias” de Pedro Lombardo; en 
derecho, los libros arriba mencionados; en medicina, las obras de Galeno, 
Avicena, y otros autores prescrito para Montpellier por Clemente V en 1309. La 
carrera médica incluía también trabajos prácticos en anatomía, para las que 
servían de guía la “Anatomía” de Mondino (1275-1326) de Bolonia y un texto 
similar de Henri de Mondeville (1260-1320) de Montpellier. Más adelante, se 
requería del estudiante, antes de su graduación, que acompañara al profesor en 
las visitas de este último a los enfermos con la finalidad de estudio clínico. 
Para los grados en las facultades superiores, ver DOCTOR.
Estudiantes
El rasgo más visible del cuerpo estudiantil en su conjunto era su carácter 
cosmopolita. Esto se evidenciaba en la división en naciones arriba mencionada. 
La Universidad de Bolonia debió su origen principalmente a las asociaciones de 
estudiantes extranjeros, y entre estas los alemanes disfrutaron de excepcionales 
privilegios. En París la nación inglesa fue destacada, y los estudiantes 
irlandeses se encontraban en las universidades continentales mucho antes de que 
fueran expulsados de las universidades inglesas en 1423. Cuál fuera el número 
total en algunas de las universidades más antiguas es una cuestión debatida. 
Según Odofredo, Bolonia, a fines del Siglo XII, tenía 10.000; Oxford, según 
Richard Fitz Ralph (muerto en 1360), tuvo en una época 30.000, y en la suya 
6.000; los relatos más antiguos daban a París entre 20.000 y 40.000. 
Estimaciones recientes han reducido esas cifras, concediendo a París un máximo 
de 6 ó 7.000, a Bolonia aproximadamente lo mismo, a Oxford 1.500-3.000 (Rashdall, 
op.cit. infra). Para las universidades alemanas, las cifras son aún más 
pequeñas; en 1380-89 Praga tenía 1.027, en la segunda mitad del Siglo XVI Viena 
tenía 933, en 1450-1479 Colonia tenía 852, en 1472 Leipzig tenía 662; mientras 
que Greifswald en 1465-1478 tenía sólo 103 y Friburgo, en 1460-1500, sólo 143 (Paulsen). 
En lo que respecta a la edad las diferencias eran considerables. Un muchacho 
podía empezar artes entre los doce y los quince años de edad y graduarse a los 
veinte o veintidós. Los estudiantes de las facultades superiores eran, por 
supuesto, hombres mucho mayores. Los candidatos al doctorado en teología en 
París deben haber sido de más de treinta años; y no era raro en sacerdotes que 
ya habían pasado algún tiempo en el ministerio, matricularse en la universidad; 
un abad, un preboste, o incluso un obispo podían convertirse en estudiantes sin 
sacrificar su dignidad. 
El frecuente uso de la palabra clericus o “clérigo” para designar a un 
estudiante de universidad, no implica que todo estudiante fuera un eclesiástico. 
En Bolonia estaba claramente trazada la distinción entre el scholaris y el 
clericus; los estatutos referentes al rector preveían que debía ser un 
estudiante de Bolonia y, además, “un clérigo soltero, que llevara vestido 
clerical y no perteneciera una orden religiosa”. Disposiciones similares se 
encuentran en Florencia, Perugia, y Padua. Mucho antes del surgimiento de las 
universidades, los clérigos disfrutaban de ciertos privilegios e inmunidades, y 
estas se extendieron, cuando se establecieron las universidades, a todos los 
estudiantes, laicos y clérigos por igual. El laico había de llevar naturalmente 
el ropaje clerical no meramente como vestido académico sino como evidencia de 
que tenía derecho a los privilegios clericales. Incluso en París y Oxford, donde 
el elemento eclesiástico dominaba, el disfrute de esos privilegios no dependía 
de la recepción de la tonsura, esto es, de la admisión al estado clerical en 
sentido canónico (Rashdall, II, 646). El celibato, sin embargo, era obligatorio 
para todos los estudiantes y maestros; como regla, un maestro que se casaba 
perdía su posición, y aunque a veces se menciona a estudiantes casados, por 
ejemplo, en Oxford, estaban incapacitados para obtener grados. Aun así, el 
celibato no estuvo universalmente vigente; había profesores casados de medicina 
en Salerno, y en la universidad de la Curia Romana, que estaba bajo la directa 
supervisión del Papa, los maestros de derecho tenían sus mujeres e hijos. Uno de 
los famosos canonistas de Bolonia fue Joannes Andrea (1270-1328), cuya hija 
Novella a veces daba clase en su lugar. En París la obligación del celibato para 
los maestros en medicina fue suprimida por el cardenal d’Estouteville en 1452, 
para los de derecho por los estatutos de 1600. El primer rector de Greifswald 
(1456) estaba casado, y también lo estaba el rector de Viena en 1470. En otras 
universidades alemanas el requisito del celibato permaneció en vigor más tiempo, 
debido en parte, al menos, al hecho de que muchas de las cátedras estaban 
dotadas con la renta de canonjías; pero esto no implicaba que los laicos 
estuvieran excluidos de los puestos universitarios. 
Un elemento importante en el cuerpo estudiantil y en el conjunto de la vida 
universitaria fue aportado por las órdenes religiosas. En Italia habían sido 
durante mucho tiempo los profesores reconocidos de teología, y cuando se 
estableció la facultad de teología en Bolonia en 1260, proporcionaron los 
profesores y la mayoría de los estudiantes. Los dominicos se establecieron en 
París en 1217 y en Oxford en 1221; los franciscanos en París en 1230 y en Oxford 
en 1224. En ambas universidades tenían también conventos los carmelitas y los 
agustinos. Los miembros de estas órdenes en su vida de comunidad disfrutaban de 
muchas ventajas; un hogar permanente en el que sus necesidades materiales 
estaban aseguradas, horario regular de estudio, disciplina, y práctica 
religiosa; y para cada orden el vínculo de fraternidad era una fuente de fuerza 
y solidaridad. No es entonces sorprendente que los religiosos ocuparan un alto 
rango como alumnos y profesores. De los clérigos seculares algunos vivían en 
apartamentos, otros con sus maestros, y otros aun, los “martinets”, con los 
ciudadanos. Los estudiantes frecuentemente se asociaban y vivían en una 
residencia alquilada (hospicium) bajo la dirección de uno de los suyos, un 
licenciado o maestro elegido por ellos como director. Para los estudiantes más 
pobres se establecieron colegios y se dotaron con becas por fundadores 
generosos. Entre 1200 y 1500 París tuvo seis colegios; Oxford, once; Cambridge, 
trece. Los fundadores fueron principalmente obispos, canónigos, u otros 
eclesiásticos; pero los laicos, incluyendo los soberanos, tuvieron su parte (ver 
OXFORD, UNIVERSIDAD DE: I. Origen e Historia). En Bolonia el más famosos fue el 
Colegio de España fundado por Gil de Albornoz, cardenal arzobispo de Toledo 
(muerto en 1367). Los colegios en las universidades alemanas fueron 
primariamente para beneficio de los maestros, aunque los alumnos también eran 
recibidos. Los residentes en colegios de París eran estudiantes de artes o 
teología; eran conocidos como socii (socios) y estaban gobernado por un maestro, 
o por varios maestros si los estudiantes pertenecían a facultades diferentes. Se 
requería de los maestros que tuvieran recitaciones de las materias tratadas en 
las escuelas de la universidad y que “instruyeran fielmente a los alumnos en la 
vida y doctrina”. Esta tutoría se hizo gradualmente más importante que las 
clases de la universidad, y atrajo a los colegios a un gran número de 
estudiantes aparte de los que tenían bolsas de estudio o becas; para la mitad 
del Siglo XV casi toda la universidad residía en los colegios, y los paraninfos 
servían sólo para la conclusión y los comienzos. De esta manera, la Sorbona, 
originariamente un hospicio para clérigos pobres , se convirtió en el centro de 
la enseñanza teológica en París. La universidad, sin embargo, reclamó y ejerció 
el derecho de inspección y de actuación disciplinaria. En 1457 obligó a los 
“martinets” a vivir en algún colegio o cerca de él, y prohibió la emigración de 
estudiantes de casa de un maestro a la de otro; y en 1486 decretó que los 
profesores de los colegios debían ser nombrados por la facultad de artes.
Con la fundación de los colegios, mejoró la disciplina. Las primeras 
regulaciones universitarias trataban principalmente de asuntos académicos, 
dejando a los estudiantes bastante libertad en otros aspectos. Según todos los 
relatos, esta libertad significó licencia en sus diversas formas—peleas, bebida, 
y ofensas más graves a la moralidad. Aun teniendo en cuenta la exageración de 
algunos escritores que acusan a los estudiantes de todos los crímenes, resulta 
claro de los estatutos de los colegios que era muy necesaria una reforma. Debe, 
sin embargo, recordarse que en cualquier época los elementos borrascosos y 
rebeldes son más visibles que los estudiantes serios y concienzudos; y sin duda 
es mérito de la universidad medieval, como factor social, que tuviera éxito en 
imponer alguna clase de disciplina al abigarrado tropel de trataba de enseñar. 
Cuando llegó la reforma, compitió bastante, en minuciosidad y rigor, con la 
forma de vida monástica. Pero no pudo evitar la supervivencia de ciertas 
prácticas, por ejemplo, la iniciación y deposición del bejaumus (pico amarillo), 
la forma medieval de las novatadas; ni estableció una tranquilidad perfecta en 
la universidad.
Agitaciones de una naturaleza más seria afectaron al desarrollo de las 
universidades. Tanto París (1252-1261) como Oxford (1303-1320) se enredaron en 
querellas con los frailes mendicantes. Los repetidos conflictos con la ciudad, 
especialmente la “matanza” de 1354 en Oxford, se volvieron finalmente en 
beneficio de la universidad, que, como dice Rashdall (II, 407) “prosperó por sus 
propias desgracias”. Fue el canciller quien más se aprovechó y cuya jurisdicción 
se extendió gradualmente hasta que, en 1290, incluía “todos los crímenes 
cometidos en Oxford cuando una de las partes fuera un estudiante, excepto los 
alegatos de homicidio y mutilación” (Rashdall, II, 401). En 1395, una Bula de 
Bonifacio IX eximía la universidad de toda jurisdicción episcopal o 
archiepiscopal; pero a consecuencia de la oposición del arzobispo la Bula fue 
revocada por Juan XXIII en 1411, sólo para ser renovada en 1479 por Sixto IV. El 
conflicto entre Nominalismo y Realismo fue en sí mismo una disputa escolástica; 
con todo estaba estrechamente relacionada con la “reforma” inaugurada por Wyclif; 
y mientras que Wyclif puede ser considerado como un campeón de la libertad 
intelectual, es interesante señalar entre sus errores condenados en Constanza 
(1415) y por Martín V (1418), la proposición de que “las universidades con sus 
estudios, colegios, graduaciones, y maestrías, fueron introducidas por vano 
paganismo; hacen a la Iglesia el mismo bien que el diablo” (Denzinger-Bannwart, 
“Enchiridion”, n.609)
En la apreciación más calmada de los historiadores modernos la universidad 
medieval fue un potente factor de ilustración y orden social. Despertó el 
entusiasmo por aprender, e impuso disciplina. Su formación aguzó la 
inteligencia, aunque subordinó la razón a la fe. Fue el centro en el que la 
filosofía y la jurisprudencia de la antigüedad fueron restauradas y adaptadas a 
los nuevos requerimientos. De ella ha heredado la universidad moderna los 
elementos esenciales de enseñanza colectiva, organización en facultades, 
carreras, y grados académicos; y la herencia ha sido transmitida a través de los 
múltiples trastornos que hundieron la enseñanza antigua y rompieron en dos la 
Cristiandad.
III. Renacimiento y Reforma
El efecto de la “nueva enseñanza” en las universidades alemanas fue 
revolucionario. Al principio los profesores humanistas se llevaron bien con el 
resto de la facultad; pero cuando afirmaron su superioridad como representantes 
del único conocimiento real, se siguieron amargos ataques y recriminaciones. Los 
humanistas ridiculizaban el latín bárbaro de la universidad y las lamentables 
traducciones de Aristóteles utilizadas en comentarios y clases. Luego 
acometieron contra el método escolástico de enseñanza con sus interminables 
nimiedades y disputas, y se esforzaron por sustituir la retórica con la 
dialéctica. Finalmente atacaron el contenido mismo, declarando que se pasaba 
mucho tiempo para conseguir muy poco conocimiento de casi ningún valor. Todas 
las acusaciones se redactaron en publicaciones que se distinguían por su 
brillante estilo y aguda invectiva; por ejemplo, las “Epistolae obscurorum 
virorum”, escrita contra los profesores de artes y teología, especialmente los 
de Leipzig y Colonia. Esta violenta sátira contenía mucho que era falso o 
exagerado, y por tanto calculado más para añadir nueva perturbación que para 
llevar a cabo la reforma que realmente se necesitaba. Los mejores días del 
escolasticismo, en efecto, habían pasado; las universidades ya no tenían los 
líderes del pensamiento que habían producido en el Siglo XIII; tanto los 
estudios como la disciplina estaban en decadencia. El Humanismo triunfó, en 
primer lugar, porque, como reacción y novedad, atraía a los hombres más jóvenes 
que estaban ansiosos de liberarse de la sequedad de los ejercicios escolásticos 
y de las restricciones impuestas por los estatutos de los colegios. Su conducta 
revoltosa y sus incesantes pendencias con las gentes de la ciudad dieron a los 
príncipes y a las autoridades municipales un pretexto para emprender reformas 
universitarias; y la reforma consistió en colocar bajo control a los humanistas. 
Estos conflictos y medidas para remediarlos, sin embargo, eran sólo la 
superficie de un movimiento mucho más profundo. Antes de imponerse en las 
universidades, el Humanismo había triunfado en las clases más altas e 
influyentes del pueblo sirviendo, en forma de literatura, al espíritu de lujo 
que el desarrollo y creciente riqueza de las ciudades había engendrado. Sin duda 
había encanto en la dicción elegante de los humanistas; pero su fuerza de 
atracción residía en la rehabilitación de las opiniones e ideales de vida que el 
naturalismo del mundo pagano había expresado en forma perfecta y que devolvía a 
los hombres a sí mismos y a la tierra. Aristóteles había triunfado en el Siglo 
XIII; en el XV fue vencido por los oradores y los poetas.
El Renacimiento, que se originó en Italia, se había extendido desde allí a los 
países del norte. Su introducción en las universidades de Italia y Francia no 
condujeron a una revuelta contra la Iglesia; los papas fueron sus 
patrocinadores, y muchos distinguidos humanistas permanecieron fieles al 
catolicismo. En Alemania e Inglaterra, por el contrario, el Renacimiento se 
fundió con otro movimiento que tuvo consecuencias mucho más serias. Lutero, 
aunque no simpatizaba con el Humanismo, se inclinaba por hacer desaparecer la 
teología escolástica mediante la vuelta, como reclamaba, a la pura enseñanza del 
Evangelio; y habría acabado con las universidades, que él denunciaba como 
talleres del diablo. Las violentas discusiones teológicas suscitadas por la 
doctrina reformadora tuvieron un efecto desastroso, no sólo para el Humanismo, 
sino también para la vida de las universidades. Algunas de ellas cerraron sus 
puertas, y casi todas estuvieron en peligro de disolución por falta de 
estudiantes. Melanchton declaró que la filosofía era el culto a los ídolos y que 
él único conocimiento necesario para un cristiano tenía que obtenerse de la 
Biblia. Pero los reformadores se dieron cuenta pronto de que su causa no podía 
prescindir de la educación superior; y fue el propio Melanchton quien reformó 
las universidades existentes y organizó las nuevas, esto es, las fundaciones 
protestantes, Marburgo (1527), Königsberg (1544), Helmstadt (1574). La dotación 
se obtuvo de las rentas de los monasterios confiscados y de otras propiedades de 
la Iglesia; la filología clásica y la nueva teología ocuparon el lugar del 
escolasticismo; y las universidades se convirtieron en instituciones estatales 
bajo control de los príncipes seculares. Como resultado, las universidades 
perdieron en gran parte su carácter internacional. En lugar del studium generale 
medieval, surgió una multitud de instituciones cada una limitada a su propio 
territorio y fieles al credo de sus fundadores. 
Durante los Siglos XVI y XVII, la organización tradicional se conservó; pero la 
cultura clásica estaba en decadencia, y hubo poco progreso en otras ramas. “A 
fines del Siglo XVII las universidades alemanas habían descendido al nivel más 
bajo que nunca habían alcanzado en la estimación pública y en su influencia 
sobre la vida intelectual del pueblo alemán...La ciencia académica ya no estaba 
en contacto con la realidad y sus ideas predominantes; se quedó pronto en un 
sistema obsoleto de instrucción por organización y estatutos, y un penoso 
conformismo fue el único resultado de su actividad. Añadido a esto estaba la 
grosería prevaleciente de la vida en su conjunto. Los estudiantes se habían 
hundido en las profundidades más bajas, y las jaranas y pendencias, llevadas a 
los límites de la brutalidad y bestialidad, llenaban en gran medida sus días” (Paulsen, 
“Las universidades alemanas”, p.42).
Cuando Erasmo vino a Inglaterra en 1497, los estudios clásicos importados de 
Italia ya se cultivaban en Oxford por hombres como Colet, Groeyn, Lynacre y sir 
Thomas More. En 1516, Richard Fox, obispo de Winchester, dotó la primera cátedra 
de griego y fundó el Corpus Christi College. En 1525, Wolsey fundó el Cardinal 
College y contrató a eminentes profesores para “cultivar la nueva literatura al 
servicio de la vieja Iglesia” (Huber). Pero sus magnificentes designios fueron 
interrumpidos por la cuestión del divorcio de Enrique (VIII) y Catalina de 
Aragón. En Cambridge también el movimiento renacentista fue promovido por las 
enseñanzas de Erasmo y los esfuerzos del obispo Fisher; pero al mismo tiempo los 
escritos de Lutero estaban siendo estudiados por un grupo de estudiantes bajo 
(la dirección de) Tyndale y Latimer, y fue Cranmer, entonces un miembro de la 
junta del Jesus College, quien sugirió que la legalidad del matrimonio de 
Enrique fuera remitida a las universidades de la Cristiandad. Después de alguna 
oposición tanto Oxford como Cambridge dieron una opinión favorable al rey; y 
finalmente se declararon por la separación de Roma que se consumó por la Ley de 
1534. Por las Interdicciones Reales de 1535, se abolió la enseñanza del derecho 
canónico y de las Sentencias; Aristóteles, sin embargo, se mantuvo, y se fomentó 
el estudio del derecho civil, el hebreo, las matemáticas, la lógica, y la 
medicina. El expolio de los monasterios, que habían dado asilo a muchos de los 
estudiantes más pobres, redujo las cifras en las universidades. En 1549 una 
inspección real eliminó de los estatutos toda huella de papismo, y abolió 
numerosos estipendios que anteriormente se daban para misas. En un espíritu de 
iconoclastia, altares, imágenes, y estatuas fueron arrancadas de las capillas de 
los colegios, y muchos valiosos manuscritos de las bibliotecas fueron quemados. 
Bajo el breve gobierno de María (Tudor) los protestantes sufrieron a su vez; 
Cranmer, Ridley, y Latimer perecieron en la hoguera en Oxford, y los estatutos 
anticatólicos fueron derogados. Durante el reinado de Isabel y la cancillería de 
Leicester, todo estudiante de Oxford mayor de dieciséis años estaba obligado a 
suscribir al matricularse los Treinta y Nueve Artículos y la (Ley de) Supremacía 
Real, una medida que hizo de la universidad una institución exclusiva de la 
Iglesia de Inglaterra. En Cambridge un mandato real de 1613 requería de todos 
los candidatos a la licenciatura en teología, o al doctorado en cualquier 
facultad suscribir los Tres Artículos. En ambas universidades, el puritanismo 
fue un elemento perturbador, y un buen número de sus seguidores fue obligado a 
abandonar Cambridge. En 1570 entraron en vigor los estatutos isabelinos “habida 
cuenta de la nuevamente creciente audacia y la excesiva licencia de los hombres” 
como declara el preámbulo. Estas nuevas regulaciones limitaban el poder de los 
procuradores y disponían que fueran elegidos, no como anteriormente, por los 
regentes, sino según una rotación de colegios. El código isabelino permaneció en 
vigor durante casi tres siglos. Bajo Carlos I se tomaron disposiciones similares 
respecto a Oxford por los estatutos de Laud (1636), y toda la administración de 
la universidad fue confiada al vicecanciller, a los procuradores, y a los 
directores de los colegios. “Este estatuto estereotipó eficazmente el monopolio 
administrativo de los colegios, y destruyó toda huella de la antigua 
constitución democrática que había sido controlada únicamente por la autoridad 
de la Iglesia medieval” (Brodrick). Oxford se gobernó por este código hasta 
1854.
En Escocia, tras la abolición de la jurisdicción papal y la ratificación de la 
doctrina protestante en 1560, las universidades sufrieron gravemente. “Para St. 
Andrews, como para las demás universidades, la reforma hizo un serio daño. Su 
constitución y organización fueron alteradas por la disidencia eclesiástica; su 
renta se vio muy reducida por la rapacidad de los nobles que se apropiaron de la 
parte del león del patrimonio de la Iglesia. De una renta muy disminuida había 
que sostener los estipendios de las parroquias que pertenecían a ellas. Esto fue 
acompañado necesariamente de una reducción de los salarios de los profesores, a 
la que ciertas concesiones de sucesivas administraciones hicieron pequeñas pero 
insuficientes enmiendas. La asistencia de estudiantes se vio también afectada 
negativamente” (Kerr, p. 108). Aunque se propusieron varios planes de reforma, 
especialmente por Knox, se mostraron ineficaces debido a los tumultos sobre 
religión y a las alternativas entre episcopalismo y presbiterianismo. Las 
universidades se convirtieron en instituciones del estado en 1690 y los exámenes 
religiosos fueron puestos en vigor para todos, médicos y funcionarios. Los 
currículos y la organización, sin embargo, conservaron durante mucho tiempo sus 
rasgos medievales. Durante los Siglos XVII y XVIII, se introdujeron diversas 
modificaciones en las carreras; se fundaron nuevas cátedras y mejoraron las 
condiciones financieras. 
En París este periodo fue testigo de la larga querella entre la universidad y 
los jesuitas (Ver COMPAÑÍA DE JESÚS: Historia; Francia), las irrupciones del 
galicanismo y del jansenismo, y la sustitución de la supremacía papal por la 
real. Ya en 1475 (1457), Carlos VII había colocado la universidad bajo la 
jurisdicción del Parlamento; para finales del Siglo XVI la secularización era 
completa. Si Richelieu, reconstruyendo la Sorbona, y Mazarino estableciendo el 
Collège des Quatre-Nations, realzaron el esplendor externo de la universidad, no 
la dotaron de vitalidad suficiente como para detener el nuevo movimiento 
filosófico que culminó en la obra de los enciclopedistas y en la Revolución. En 
1793 la universidad fue suprimida y con ella todas las demás universidades de 
Francia. Napoleón I las reorganizó como facultades bajo la única universidad 
imperial situada en París; y esta disposición continuó hasta que, en 1896, se 
restauraron las facultades a su rango universitario.
IV. Periodo Moderno
En Alemania, el Siglo XVIII trajo decididos cambios que algunos autores (Paulsen) 
consideran el origen de la universidad moderna. Desde Halle, fundada en 1694, la 
filosofía racionalista de Christian Wolff se extendió a todas las universidades 
protestantes, y desde Göttingen (1737) lo hizo el nuevo Humanismo, especialmente 
el estudio del griego. La libertad de investigación se convirtió en el rasgo 
característico de la universidad; la clase sistemática reemplazó a la exposición 
de textos; los ejercicios de seminario sustituyeron a las disputas; y el alemán 
fue utilizado en vez del latín como vehículo de instrucción. La fundación de la 
Universidad de Berlín (1800) fue otro avance en el camino de la cultura 
científica libre. La filosofía se convirtió en la materia principal de estudio. 
Lo siguiente en importancia fue la filología, románica clásica y germana. El 
desarrollo del método histórico y su aplicación a todas las ramas de la 
investigación están entre los principales logros del Siglo XIX. En ciencias 
naturales se reconoció como indispensable la formación en laboratorios, y el 
estudio de la medicina se estableció sobre una nueva base mediante métodos de 
investigación mejorados. La investigación especializada con becas productivas , 
más que la acumulación de conocimientos, fue tenido por el objetivo de la labor 
universitaria. Como resultado los departamentos de ciencias se multiplicaron y 
en cada uno de ellos se incrementó rápidamente el número de cursos. Este fue el 
caso especialmente en la facultad de filosofía, que llegó a incluir 
prácticamente todo lo que no pertenecía a teología, medicina, o derecho. El 
grado de licenciado en artes desapareció, el de maestro en artes se refundió con 
el doctorado en filosofía, y éste tuvo su significación principal como requisito 
para la enseñanza. Se asignó gran importancia a la preparación de los maestros 
para escuelas y gimnasios, mientras que en la propia universidad, la selección 
de profesores fue asegurad mediante el sistema de los Privatdozents, esto es, 
instructores que tenían el privilegio de enseñar pero no derecho oficial ni 
salario. Estos instructores a menudo enseñan en varias universidades antes de 
ser promovidos al profesorado, y así adquieren una amplia experiencia tanto como 
se familiarizan con las condiciones de las diferentes partes del imperio. Los 
estudiantes también son animados a pasar de una universidad a otra. Ya no viven 
en colegios, ni están exentos del control municipal ni del servicio militar. La 
mayor parte de ellos, sin embargo, son miembros de alguna Verein o Verbindung, 
que desarrolla el espíritu social, aunque a menudo anima a duelos, borracheras y 
otras prácticas que apenas favorecen el progreso intelectual o moral.
En Inglaterra y Escocia el Siglo XIX fue marcado por cambios numerosos y de 
largo alcance. Una sucesión de estatutos revisó el sistema de exámenes y grados; 
las pruebas religiosas fueron abolidas en las universidades inglesas en 1871, en 
las escocesas en 1892; muchos de los juramentos tradicionales desaparecieron, y 
las restricciones impuestas por el código isabelino fueron en gran parte 
retiradas. La tendencia de la legislación (Leyes de 1854, 1856,1877) estaban en 
línea con las reformas recomendadas por la Comisión Real en 1852, esto es, “la 
restauración en su integridad de la antigua supervisión de la universidad sobre 
los estudios de sus miembros mediante la extensión de sistema profesoral, 
añadiendo a ese sistema tantos instrumentos suplementarios como sean precisos 
para que pueda obviar las indebidas usurpaciones del de las clases 
particulares...la retirada de toda restricción sobre elecciones a las juntas de 
gobierno y becas...una adecuada contribución de los fondos colectivos de los 
diversos colegios a hacer el curso de la enseñanza pública, llevado a cabo por 
la propia universidad, más eficiente y completo”. Este movimiento hacia un 
resurgimiento de la autoridad de la universidad ha sido promovido por Lord 
Curzon en sus “Principios y métodos de reforma universitaria” (1909). El 
monopolio de la educación superior hasta entonces disfrutado por Oxford y 
Cambridge fue roto por la creación de nuevas universidades; Durham se estableció 
en 1832, y la Universidad de Londres, fundada en 1825 y establecida como una 
institución que examinaba y confería grados en 1838, fue reorganizada sobre una 
base más amplia en1889.El movimiento de extensión universitaria, inaugurado en 
Cambridge en 1867, fue seguido también por Oxford. Las mujeres fueron admitidas 
a los exámenes y grados en Londres en 1878, en Cambridge en 1881 y en Oxford en 
1884. Las universidades escocesas fueron remodeladas en 1858 y en 1889; el 
sistema de estudios y grados fue reorganizado y se consiguió una mayor 
uniformidad en su gobierno. En Aberdeen y Glasgow, sin embargo, el rector es 
elegido aún por los estudiantes matriculados, que están divididos en cuatro 
naciones como en la Edad Media. Las mujeres fueron admitidas como estudiantes en 
1892.
Para las primeras fundaciones en América ver UNIVERSIDADES HISPANO-AMERICANAS. 
En los Estados Unidos las universidades más antiguas se desarrollaron a partir 
de colegios modelados según los de Inglaterra; Harvard (1636), Yale (1701), 
Princeton (1726), Washington y Lee (1749), la Universidad de Pennsylvania 
(1751), King’s, esto es, Columbia (1754), Brown (1764). El primer paso hacia la 
instrucción universitaria fue la añadidura de estudios de graduación proseguidos 
por estudiantes residentes (mencionados en Harvard hacia fines del Siglo XVIII). 
Durante el primer cuarto del Siglo XIX, los estudiantes americanos comenzaron a 
estudiar en Alemania y naturalmente, al volver a su propio país, buscaron 
introducir elementos de las universidades alemanas. No fue, sin embargo, hasta 
1861 que se otorgó el doctorado en filosofía (Yale); desde esa época, las 
universidades se han desarrollado rápidamente pero no según un plan uniforme de 
organización. En todas estas instituciones hay una combinación de estudios de 
graduación e inferiores, y en muchas de ellas departamentos de ciencia pura 
existen junto a escuelas profesionales; pero sería imposible seleccionar ninguna 
de ellas como la universidad americana típica, y es difícil agruparlas sobre una 
base puramente educativa. Esta diversidad es en gran medida debida al hecho de 
que las instituciones americanas, especialmente las más recientes, han sido 
organizadas para enfrentarse con necesidades reales más que para perpetuar 
tradiciones; y puesto que esas necesidades estaban cambiando constantemente, es 
bastante comprensible que aparecieran nuevas formas de organización 
universitaria y que las formas más antiguas debieran ser revisadas 
frecuentemente. Aparte, sin embargo, de los detalles, lo que puede llamarse la 
situación de la universidad presenta ciertos rasgos que son dignos de señalarse.
(1) Las universidades más antiguas fueron establecidas y dotadas por individuos 
privados, y han conservado su carácter privado. Incluso cuando los estados han 
organizado universidades propias, no se han tomado medidas para evitar las 
fundaciones privadas; estas últimas son de hecho como de una clase más 
influyente que las controladas por el Estado, y, por otro lado, las 
universidades privadas están facultadas para dar grados mediante cartas 
otorgadas por el Estado. Esta libertad está mucho más de acuerdo con el espíritu 
de las instituciones americanas y es más esencial a la prosperidad nacional que 
cualquier uniformidad inflexible e inalterable bajo el dominio estatal.
(2) Desde el principio, como declaran explícitamente las cartas más antiguas, la 
promoción de la moralidad y la religión, no meramente de forma general, sino de 
acuerdo con la fe de alguna denominación cristiana, era una de las finalidades 
confesadas de los fundadores; y las escuelas de teología se mantienen aún en 
Harvard, Yale, y Princeton. Pero las universidades estatales y casi todas las 
universidades privadas fundadas más recientemente excluyen la teología. Hay una 
tendencia decidida que cuenta con un poderoso respaldo financiero a hacer la 
universidad no-sectaria, eliminando toda prueba religiosa y quitando influencia 
a las denominaciones.
(3) Además de las asignaciones estatales, se aportan grandes sumas por personas 
individuales a la dotación de las universidades y al establecimiento de 
institutos de investigación científica. Tal liberalidad es una evidencia del 
interés práctico tomado en la educación, que se considera como el mejor medio de 
perfeccionamiento de las condiciones morales, sociales, y económicas. Si el 
resultado final será la aplicación de un test del dinero para decidir qué sea y 
qué no sea una universidad, dependerá en gran medida de los niveles de cultura 
que se adopten y de la idea de sus funciones como poder social que se forme la 
institución a la que se confía tanta riqueza.
(4) El carácter práctico de la formación universitaria se muestra por la 
atención que se presta a la instrucción técnica en todas sus formas. La 
preferencia por la ciencia aplicada manifestada por muchos estudiantes tiene un 
serio efecto no sólo en la política y currículo de la universidad, sino también 
en la labor de las escuelas secundarias y elementales, en las que el valor 
relativo de los estudios vocacionales y culturales se debate intensamente.
(5)Como la eficiencia de la universidad está en parte determinada por la calidad 
y extensión de la educación previa del estudiante, uno de los principales 
problemas que demandan solución en la actualidad es la relación entre la 
universidad y las escuelas preparatorias. En la empresa de garantizar relaciones 
satisfactorias entre colegio, escuela superior, y escuela elemental, la 
universidad ejerce una influencia que va impregnando más el sistema educativo 
conforme éste se articula más completamente. Toda la problemática del ajuste 
será resuelta probablemente no tanto por la discusión o la legislación cuanto 
por la formación de los profesores, que tiene ahora un destacado lugar en cada 
una de las universidades más grandes.
(6) Aunque las mujeres han formado desde hace tiempo la mayoría del profesorado 
en las escuelas elementales y públicas, no fueron admitidas en las universidades 
hasta aproximadamente mediados del Siglo XIX. El movimiento coeducativo comenzó 
en las universidades estatales del Oeste, recibió un nuevo ímpetu en la 
Universidad de Michigan en 1870, y luego se extendió rápidamente al Este. En 
algunas universidades todos los departamentos de instrucción están hoy abiertos 
a las mujeres en pie de igualdad con los hombres; en otras, las mujeres están 
excluidas de las carreras de derecho, medicina, e ingeniería y reciben enseñanza 
separada en colegios filiales.
(7) En los años recientes, la extensión universitaria, los cursos por 
correspondencia, y los exámenes locales han capacitado a la universidad para 
ensanchar su esfera de actividad. Puede parecer en realidad que el movimiento 
centrípeto que en la Edad Media traía a los estudiantes de todas partes al 
studium generale, se hubiera hoy revertido o al menos reconsiderado en dirección 
opuesta.
V. Acción Católica
Las universidades de Francia, Italia, y España, aunque afectadas en alguna 
medida por la Reforma, habían permanecido leales a la Fe Católica, y conservaron 
sus cátedras de ciencia eclesiástica. Lovaina especialmente, mientras 
desarrollaba a un alto grado las humanidades, resistió las acometidas del 
protestantismo. El Concilio de Trento ordenó que se tomaran disposiciones para 
el estudio de la Escritura, que los beneficiados que estudiaban en las 
universidades disfrutaran de sus privilegios tradicionales, que los obispos y 
otros dignatarios fueran seleccionados con preferencia de entre profesores de la 
universidad y graduados (Sess. V, can.i; VII, xiii; XIV, v; XXII, ii; XXIII, vi; 
XXIV, viii, xii, xvi, xvii). También dispuso sobre la educación de los 
sacerdotes mediante sus decretos relativos al establecimiento de seminarios 
eclesiásticos. (Ver SEMINARIOS ECLESIÁSTICOS). Pero la Iglesia no perdió el 
interés en las universidades ni desistió de establecer nuevas. A pesar de la 
pérdida de rentas derivada de la confiscación de propiedades eclesiásticas, se 
fundaron universidades o academias en Dillingen (1549), Würzburg (1575), 
Paderborn (1613), Salzburgo (1623), Osnabruck (1630), Bamberg (a648), Olmutz 
(1581), Graz (1586), Linz (1636), Innsbruk (1672), Breslau (1702), Fulda (1732), 
y Münster (1771). A este periodo pertenecen también las universidades francesas 
de Douai (1559), Lille (1560), Pont-à-Mousson, más tarde Nancy (1572), y Dijon 
(1722); las italianas de Macerata (1540), Cagliari (1603), y Camerino (1721); 
las españolas de Granada (1526) y Oviedo (1574); Manila en Filipinas (1611) y 
las fundaciones sudamericanas (ver UNIVERSIDADES HISPANO-AMERICANAS). La mayor 
parte de estas nuevas universidades fue confiada a los jesuitas, cuyos colegios 
rivalizaban con las universidades en materia de estudios clásicos, y las 
superaban en cuestión de disciplina. Después de la supresión de la Compañía 
(1773), las cátedras que habían ocupado fueron, bien abolidas, bien transferidas 
a profesores seculares. Entre los documentos papales tratando de las 
universidades deben citarse: la Constitución “Imperscrutabilis”, dirigida por 
Clemente XII (4 de Diciembre de 1730) a Felipe V de España respecto a la 
Universidad de Cervera; la “Quod divina sapientia”, publicada el 28 de Agosto de 
1824 por León XII para la reforma de los estudios en los Estados Pontificios y 
algunas otras provincias de Italia; el Breve por el que Gregorio XVI, el 13 de 
Diciembre de 1833, aprobó la acción de los obispos belgas de restaurar la 
Universidad de Lovaina; y la Carta Apostólica de Pío IX, de 23 de Marzo de 1852, 
aprobando los estatutos de la Universidad de Dublín, cuya fundación había sido 
decidida por el episcopado irlandés en el Concilio de Thurles en 1850.
Durante la última mitad del Siglo XIX las universidades españolas e italianas 
fueron asumidas por el Estado, y las facultades de teología desaparecieron. En 
Francia, bajo el actual sistema, no hay ninguna facultad de teología en las 
universidades estatales; las facultades católicas de París, Burdeos, Aix, Ruán y 
Lyon fueron abolidas en 1882, y las facultades protestantes de París y Montauban 
se convirtieron en escuelas teológicas libres en 1905. En 1875, sin embargo, los 
obispos franceses establecieron universidades católicas independientes o 
institutos en Angers, Lille, Lyon, París y Toulouse. En Alemania, aunque todas 
las universidades son instituciones estatales, hay facultades católicas de 
teología en Bonn, Breslau, Friburgo, Munich, Münster, Estrasburgo, Tübingen, y 
Würzburg. Los profesores son nombrados y pagados por el Estado, pero deben ser 
aprobados por los obispos, que tienen también el derecho de supervisar la 
enseñanza. Las universidades austriacas, aunque dañadas en el Siglo XVIII por el 
jansenismo y modificadas por diversas reformas en el Siglo XIX, conservan 
todavía la enseñanza de teología en las facultades de Graz, Innsbruck, Cracovia, 
Lemberg, Praga, Olmutz, Salzburgo, y Viena; y en Hungría en Agram y Budapest. 
Debe señalarse, sin embargo, que en Alemania y Austria la existencia de una 
facultad de teología no hace católica a toda la universidad; las demás 
facultades pueden incluir miembros que no profesen dicho credo. Esta situación 
naturalmente da origen a dificultades para los estudiantes católicos, 
especialmente en filosofía e historia. En países donde se disfrutaba una mayor 
libertad, la Santa Sede ha animado a nuevas fundaciones. Pío IX dio carta de 
fundación a Laval, Canadá (1876); León XIII a Beirut, Siria (1881), y a Ottawa, 
Canadá (1889). La Universidad de Friburgo, Suiza, establecida en 1889, fue 
cálidamente aprobada por León XIII. El proyecto de fundar una universidad 
católica en los Estados Unidos fue sugerido en el Segundo Concilio Plenario de 
Baltimore en 1866; su ejecución fue resuelta en el Tercer Concilio Plenario en 
1884, y los estatutos de la Universidad Católica de América fueron aprobados por 
León XIII en la Carta Apostólica de 7 de Marzo de 1889.
Ley actual de la Iglesia 
Las principales normas ahora en vigor relativas a las universidades son las 
siguientes:
Para el establecimiento de una universidad católica completa, incluyendo las 
facultades de teología y derecho canónico, es necesaria la autorización del 
Papa; y esta sola basta si la fundación se hace con fondos eclesiásticos o 
dotación privada. Si se utilizan para esta finalidad fondos públicos del estado, 
se debe obtener igualmente autorización del poder civil. La Iglesia, además, 
reconoce el derecho del Estado, o de corporaciones o individuos bajo control del 
Estado, a establecer facultades puramente seculares, por ejemplo, de derecho o 
medicina (Clemente XII, Const. “Imperscrutabilis”, 1730). La Iglesia requiere 
que en las universidades fundadas por el poder civil para católicos, las 
facultades de teología y derecho canónico, una vez sean establecidas 
canónicamente, permanezcan sujetas a la autoridad eclesiástica suprema, y 
además, que los profesores en las demás facultades sean católicos y que su 
enseñanza esté de acuerdo con la doctrina católica y los principios de una sana 
moral.
Tal como aparece en las cartas papales recientes, la universidad disfruta de 
autonomía, por ejemplo, en el nombramiento de profesores, la regulación de los 
estudios, y la concesión de grados de acuerdo con los estatutos.
Por la Constitución "Sapienti Consilio", de 29 de Junio de 1908, la Congregación 
de Estudios está encargada de todas las cuestiones relativas al establecimiento 
de nuevas universidades católicas y de los cambios importantes en las ya 
fundadas. 
Los grados en teología y derecho canónico otorgados sin examen por la Santa Sede 
a través de la Congregación de Estudios, dan al que los recibe los mismos 
derechos y privilegios que los grados conferidos tras examen por una universidad 
católica (Cong. Stud., 19 de Diciembre de 1903; Roviano, “De Jure ecclesiae in 
universitatibus studiorum” Lovaina, 1864; Wernz, "Jus Decretalium", III, Roma, 
1901).
Obras Generales.-MEINERS, Gesch. der Entstehung u. Entwicklund der hohen Schulen 
(Gottingen, 1802-05); VON SAVIGNY, Gesch. des rom. Rechts im Mittelalter (2ª ed., 
Heidelberg, 1834); NEWMAN, Idea of a University (Londres, 1852); IDEM, 
Historical Sketches, III (Londres, 1872); DRANE, Christian Schools and Scholars 
(2ª ed., Londres, 1881); DENIFLE, Die Universitaten des Mittelalters bis 1400 (1 
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1888); HINSCHIUS, System des kathol. Kirchenrechts, IV (Berlín, 1888); RASHDALL, 
The Universities of Europe in the Middle Ages (Oxford, 1895); LAURIE, Rise and 
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History of Education: Medieval Universities (Cambridge, Massachusetts, 1909); 
WALSH, The Thirteenth the greatest of Centuries (Nueva York, 1910). 
Especial.-Francia: Chartularium Univ. Paris., ed. DENIFLE y CHATELAIN (París, 
1889-97); FOURNIER, Les statuts et privileges des universites francaises (París, 
1890-94); DU BOULAY, Hist. Univ. Paris (París, 1865); JOURDAIN, Hist. de 
l'universitate de Paris au XXVII siecle (París, 1894). Alemania: ERMAN y HORN, 
Bibliographie der deutsch. Universitaten (3 vols., Leipzig, 1904); ZARNCKE, Die 
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Great Britain: HURER, tr. F.W. NEWMAN, The English Universities (Londres, 1843); 
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FULLER, Hist. of the Univ. of Cambridge (1655), ed. PRICKETT y WRIGHT (Cambridge, 
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España (Madrid, 1884-1889). América: ROSS, The Universities of Canada, Appendix 
to Report of the Minister of Education (Toronto, 1896); Report of the 
Commissioner of Education (Washington, D.C.), una publicación anual; ZIMMERMANN, 
Die Universitaten in dem Vereinigten Staaten Amerikas (Friburgo, 1896); PERRY, 
The American University in Monographs on Education in the U.S., ed. BUTLER (Albany, 
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American Education (Nueva York, 1909). Información relativa a todas las 
universidades del mundo se da en Minerva (Estrasburgo), cuyo Handbuch (Manual)(vol. 
I, 1911) describe la organización, y el Jahrbuch (Anuario), ahora en su vigésimo 
año, contiene anuncios anuales de cursos, equipamiento y estadísticas 
EDWARD A. PACE 
Transcrito por Michael T. Barrett 
Dedicado a las Benditas Ánimas del Purgatorio
Traducido por Francisco Vázquez