Unam 
Sanctam 
EnciCato
(En latín, Una y Santa, i.e. la Iglesia), es la bula acerca de la supremacía 
papal, publicada el 18 de noviembre de 1302 por Bonifacio VIII durante la 
disputa con Felipe el Hermoso, rey de Francia. Se le llama así a causa de sus 
palabras iniciales (vea BONIFACIO VIII). La bula fue promulgada en relación con 
el Concilio Romano de octubre de 1302, en el que probablemente fue discutida. No 
es improbable que el mismo Bonifacio VIII la haya revisado. Pero también parece 
que el texto sufrió influencia del arzobispo de Bourges, Egidio Colonna, quien 
había viajado al concilio de Roma a pesar de una prohibición real. Ya no existe 
el original de la bula; el texto más antiguo se encuentra en los registros de 
Bonifacio VIII en los archivos vaticanos [“Reg. Vatic.”, L, fol. 387]. También 
fue incorporada al “Corpus juris canonici” (“Extravag. Comm.”, I, VIII, 1; ed. 
Friedberg, II, 1245). La autenticidad de la bula ha sido establecida 
definitivamente al incluírsele en los registros oficiales de los breves papales 
y por su incorporación en el derecho canónico. Las objeciones respecto a su 
autenticidad presentadas por estudiosos como Damberger, Mury y Verlaque quedaron 
totalmente respondidas por este testimonio externo. Posteriormente Mury retiró 
su objeción. 
La bula establece ciertas posiciones dogmáticas acerca de la unidad de la 
Iglesia, la necesidad de pertenecer a ella para lograr la salvación eterna, y la 
obligación que de ahí se deriva de someterse al Papa para pertenecer a la 
Iglesia y así alcanzar la salvación. El Papa ahonda además en la supremacía de 
lo espiritual en comparación con el orden secular. Y a partir de ahí llega a 
conclusiones sobre la relación entre el poder espiritual de la Iglesia y la 
autoridad secular. Las principales proposiciones de la bula son las siguientes: 
Primero, a partir de varios pasajes bíblicos y referencias al arca del diluvio 
universal y a la túnica sin costura de Cristo se declara y establece la unidad 
de la Iglesia y su necesidad para la salvación. Enseguida afirma el Papa que la 
unidad de la cabeza de la Iglesia, establecida en Pedro y sus sucesores, es 
idéntica a la unidad del cuerpo de la Iglesia. Consecuentemente, todo quien 
desee pertenecer al rebaño de Cristo queda bajo el dominio de Pedro y sus 
sucesores. De modo que cuando los griegos y otros afirman que no están sujetos a 
la autoridad de Pedro ni a la de sus sucesores, con ello están afirmando no 
pertenecer al rebaño de Cristo. 
Enseguida aparecen algunos principios y conclusiones referentes al poder 
espiritual y secular:
Hay dos espadas en poder de la Iglesia- expresión conectada con la teoría 
medieval de las dos espadas-: la espiritual y la secular. Ello se apoya en la 
acostumbrada referencia a las espadas de los apóstoles durante el arresto de 
Cristo (LC. 22,38: MT. 26,52).
Ambas espadas están en poder de la Iglesia. La espiritual es utilizada por la 
Iglesia a través de la mano del clero; la Iglesia emplea la secular a través de 
la mano de la autoridad civil, bajo la dirección del poder espiritual.
Una espada debe estar subordinada a la otra: el poder terrenal debe someterse a 
la autoridad espiritual, pues ésta tiene precedencia sobre aquél a causa de su 
grandeza y sublimidad; la autoridad espiritual tiene derecho a establecer y 
conducir a la secular, e incluso a juzgarla cuando no actúa correctamente. El 
poder terrenal es juzgado por el espiritual cuando se desvía; un poder 
espiritual inferior es juzgado por uno superior, y éste es juzgado por Dios. 
Tal autoridad, aunque se le otorga al ser humano y es ejercida por él, no 
constituye una autoridad humana. Es una autoridad divina, otorgada a Pedro por 
decisión divina y, así mismo, confirmada en él y en sus sucesores. Quienquiera 
que se oponga a esta autoridad ordenada por Dios se opone a la ley de Dios y, al 
igual que los maniqueos, parece aceptar dos principios.
“Así pues, declaramos, afirmamos, determinamos y proclamamos que es necesario a 
toda creatura para su salvación sujetarse a la autoridad del pontífice romano” 
(Porro subesse Romano Pontifici omni humanae creaturae declaramus, dicimus, 
definimus, et pronuntiamus omnino esse de necessitate salutis).
La bula tiene carácter universal. Su contenido hace una distinción cuidadosa 
entre los principios fundamentales relativos a la primacía romana y las 
declaraciones sobre la forma en que se deben aplicar al poder secular y a sus 
representantes. En el margen del texto de la bula se establece la última frase 
como su definición verdadera: “Declaratio quod subesse Romano Pontifici est omni 
humanae creaturae de necessitate salutis” (se declara, por tanto, que es 
necesario para la salvación que cada creatura humana se someta a la autoridad 
del pontífice romano). Esta definición, cuyo significado e importancia son 
evidentes por su conexión con la parte primera, relativa a la necesidad de la 
única iglesia, expresa la necesidad, para quien desee lograr la salvación, de 
pertenecer a la Iglesia y, por tanto, de someterse a la autoridad papal en 
cualquier asunto religioso. Esto ha sido una enseñanza constante de la Iglesia, 
y así fue declarado por el V Concilio Ecuménico de Letrán, en 1516: "De 
necessitate esse salutis omnes Christi fideles Romano Pontifici subesse" (Es 
necesario para la salvación de todos los fieles cristianos el estar sometidos al 
pontífice romano). La traducción de Berchtold de la expresión humanae creaturae 
como “autoridades temporales” es absolutamente incorrecta. La bula también 
declara que la sujeción del poder secular al espiritual constituye una sujeción 
a un poder superior y de ello concluye que los representantes del poder 
espiritual pueden instalar en sus puestos a los poseedores del poder secular y 
juzgar su desempeño, si éste fuese contrario a la ley de Cristo. 
Eso constituye un principio fundamental que ha nacido del desenvolvimiento 
integral de la centralidad del papado para la familia cristiana nacional de la 
Europa Occidental de la Edad Media. Ya había sido expresado en el siglo XI por 
teólogos como Bernardo de Claraval y Juan de Salisbury, y por papas como Nicolás 
II y León IX. Bonifacio VIII le dio una expresión precisa al oponerse al 
proceder del rey de Francia. Sus principales conclusiones se sacan de los 
escritos de San Bernardo, Hugo de San Víctor, Santo Tomás de Aquino, y de cartas 
de Inocencio III. Tanto de esas autoridades como de declaraciones hechas por el 
mismo Bonifacio VIII está claro que la jurisdicción del poder espiritual sobre 
el secular se basa en el concepto de la Iglesia como guardiana de la ley moral 
cristiana, y de ahí su jurisdicción se extiende hasta donde alcanza esa ley. Por 
ello, cuando el rey Felipe protestó, Clemente V fue capaz, en su breve “Meruit”, 
del 1 de febrero de 1306, de declarar que ni el rey francés ni Francia sufrirían 
daño alguno como consecuencia de la bula “Unam Sanctam”, y que la publicación de 
esa bula no los había hecho súbditos de la autoridad romana en forma distinta de 
cómo ya eran antes. De ese modo Clemente V pudo dar a Francia y a su gobernante 
una garantía en contra de perjuicios políticos y eclesiásticos derivados de la 
opiniones manifestadas en la bula, sin que la decisión dogmática contenida en 
ella sufriera tampoco demérito alguno. En las luchas del partido galicano en 
contra de la autoridad de la Sede Romana, y en los escritos de autores no 
católicos en contra de la definición de la infalibilidad papal, se utilizó in 
apropiadamente porque su contenido no da pie para ello- la bula “Unam Sanctam” 
en contra de Bonifacio VIII y de la supremacía papal. Las afirmaciones relativas 
a los poderes espiritual y secular tienen un carácter meramente histórico, en 
cuanto que no se refieren a la naturaleza del poder espiritual y se basan en las 
condiciones medievales de Europa Occidental.
J. P. KIRSCH
Transcrito por Carol Kerstner 
Traducido por Javier Algara Cossío