Soberbia
EnciCato
La soberbia es el amor excesivo de la propia excelencia. Se cuenta
ordinariamente entre los siete pecados capitales. Santo Tomás, sin embargo,
confirmando la opinión de San Gregorio, lo considera el rey de todos los vicios,
y pone en su lugar la vanagloria como uno de los pecados capitales. Al darle
esta preeminencia lo toma en su significado más formal y completo. Entiende que
es esa estructura mental en la que un hombre, a través del amor a la propia
valía, aspira a alejarse de la sujección a Dios Todopoderoso, y no hace caso de
la órdenes de los superiores. Es una especie de desprecio de Dios y de los que
tienen su encargo. Considerado así, es por supuesto un pecado mortal de la
especie más atroz. De hecho Santo Tomás lo clasifica en este sentido como uno de
los pecados más negros. Por él la criatura rechaza permanecer en su órbita
esencial; vuelve su espalda a Dios, no por debilidad e ignorancia, sino
solamente porque en su autoexaltación no se molesta en someterse. Su actitud
tiene probablemente en sí algo de satánica, y probablemente no se verifica a
menudo en los seres humanos. Una clase menos atroz de soberbia es la que implica
que uno piense muy bien de sí mismo indebidamente y sin la suficiente
justificación, sin tomar ninguna disposición para repudiar sin embargo el
dominio del Creador. Esto puede suceder, según San Gregorio, o bien porque el
hombre se considera a sí mismo como el origen de cuantas ventajas puede
discernir en sí, o porque, aunque admita que Dios se las ha concedido, reputa
que esto ha sido en respuesta a sus propios méritos, o porque se atribuye dones
que no tiene, o, finalmente, porque incluso cuando estos son reales, busca
irrazonablemente ponerlos por delante de los demás. Suponiendo que la convicción
indicada en los dos primeros casos se abrigara seriamente, el pecado sería grave
y tendría la culpa adicional de herejía. Ordinariamente, sin embargo, esta
persuasión errónea no existe; es la conducta lo que es reprensible. Los dos
últimos casos, hablando en términos generales, no se considera que constituyan
ofensas graves. Esto no es verdad, sin embargo, cuando la arrogancia de un
hombre es la ocasión de un gran daño para otro, como por ejemplo, su asunción de
las tareas de médico sin el conocimiento preciso. El mismo juicio debe hacerse
cuando la soberbia ha dado origen a tal disposición del alma que en persecución
de su objetivo uno está dispuesto a todo, incluso al pecado mortal. La
vanagloria, la ambición y la presunción son habitualmente enumeradas como los
vicios hijos del soberbia, porque están bien adaptados para servir a sus
desordenados fines. Todos ellos son pecados veniales salvo que alguna
consideración extrínseca los coloque en el rango de las transgresiones graves.
Debe señalarse que la presunción no significa aquí el pecado contra la
esperanza. Significa el deseo de intentar lo que excede la propia capacidad.
JOSEPH F. DELANY
Transcrito por Jim Holden
Traducido por Francisco Vázquez