Sacerdocio
EnciCato
El término presbítero (en alemán, Priester; en francés prêtre; en italino. prete)
se deriva del griego presbyteros (el anciano, en contraposición al neoteros, el
joven) y, en el sentido jerárquico, equivale al término latino sacerdos, al
griego iereus, y al hebreo kahane. El término significa persona (de género
masculino) llamada al servicio inmediato de la Deidad y autorizada para celebrar
culto público, especialmente para ofrecer sacrificios. En muchos casos, el
sacerdote es el mediador religioso entre Dios (los dioses) y el hombre y el
maestro responsable de enseñar las verdades religiosas, sobre todo cuando éstas
incluyen doctrinas esotéricas. Aplicar el término sacerdote a los magos,
profetas y médicos de las religiones de los pueblos primitivos es una mala
utilización del mismo. El correlativo esencial del sacerdocio es el sacrificio,
por consiguiente, los simples líderes de las plegarias públicas o los guardianes
de los templos no pueden reclamar el titulo de sacerdotes.
El tema que nos ocupa puede tratarse en forma conveniente bajo cuatro
encabezados:
El Sacerdocio Pagano;
El Sacerdocio Judío;
El Sacerdocio Cristiano;
La contribución del Sacerdocio Católico a la civilización.
I. EL SACERDOCIO PAGANO
A. Desde el punto de vista histórico, la más antigua de las religiones paganas,
la más desarrollada, y la más marcada por vicisitudes es la de la India. Se
pueden reconocer cuatro divisiones, diferentes en historia y naturaleza: el
vedismo, el braminismo, el budismo y el hinduismo. Aún en los antiguos himnos
védicos se puede diferencias un sacerdocio especial, porque aunque originalmente
el padre de familia era también quién ofrecía el sacrificio, solía buscar la
cooperación de un bramin. De las funciones esenciales de orar y cantar durante
el sacrificio, surgieron, en el vedismo, las tres clases de sacerdotes, los que
ofrecen sacrificios (adhvariu), los que cantan (udgâtar), y los que oran (hotar).
Las cuatro categorías que incluyen soldados, sacerdotes, artesanos o granjeros y
esclavos se desarrollaron formalmente en el braminismo tardío en las cuatro
castas (Dahlmann), rígidamente diferenciadas, entre tanto, los bramines
avanzaron por encima de los soldados a la posición de mayor importancia. Sólo
los bramines entendían el intrincado y difícil ceremonial sacrificial; gracias a
sus grandes conocimientos y sacrificios, ejercían una influencia irresistible
sobre los dioses; una explicación panteísta del dios Brahma los investía de
carácter divino. Por consiguiente, el bramin era una persona sagrada e
inviolable y asesinarlo representaba el mayor de los pecados. El braminismo se
ha comparado equivocadamente con la cristianidad medieval (cf. Teichmüller, "Religionsphilosophie",
Leipzig, 1886, p. 528). En la Edad Media existió, de hecho, un sacerdocio
privilegiado, pero no una casta sacerdotal hereditaria; entonces, como ahora,
las clases más bajas podían alcanzar las más altas funciones eclesiásticas. Aún
menos justificados, desde el punto de vista del carácter panteístico de la
religión bramínica, son los intentos por rastrear una relación genética ente los
sacerdocios católico e indio, puesto que el espíritu monoteísta del catolicismo
y la organización característica de su clero son irreconciliables con el
concepto panteísta de la Deidad y el temperamento insociable de un sistema de
castas.
Lo mismo puede decirse, aún con más fuerza, del budismo, que, mediante la
reforma introducida mediante el Rey Asoka (239-23 A.C.), forzó al braminismo a
un segundo plano. Debido a que esta reforma inauguró el reino del Agnosticismo,
el Ilusionismo y la moralidad unilateral, el sacerdocio braminico, con la
decadencia de los servicios sacrificiales antiguos, perdió su razón de ser. Si
no había sustancia eterna, ni ego, ni alma inmortal, ni vida en el más allá, la
idea de un dios, de un redentor, de un sacerdocio tenía que desaparecer de
inmediato. La redención budista es sólo una autoredención ascética forjada
mediante el hundimiento en el abismo de la nada (el nirvana). Los bonzos no son
sacerdotes en el sentido estricto de la palabra; ni tampoco tiene el
monasticismo budista nada más que el nombre en común con el monasticismo
cristiano. Los celotes modernos del budismo declaran con creciente osadía desde
Schopenhauer, que lo que desean ante todo es una religión sin dogma y sin un
redentor extraño, un servicio sin un sacerdocio. Parecerá entonces aún más
extraordinario que el budismo, como consecuencia de los esfuerzos del reformador
Thong-Kaba, haya desarrollado en el Tibet una jerarquía formal y una jerarcracia
en el Lamaísmo (Lama=Brahma).
El monasticismo y los servicios religiosos del Lamaísmo presentan también una
similitud tan sorprendente con las instituciones católicas que los
investigadores no católicos no han vacilado en referirse a un "catolicismo
budista" en el Tibet. El Papa y el Dalai-Lama, Roma y la ciudad de Lasa son
contrapartes; el lamaísmo tiene sus monasterios, campanas, procesiones,
letanías, reliquias, imágenes de santos, agua bendita, cuentas del rosario,
mitras obispales, cruces, vestiduras, capas, bautismo, confesión, misa,
sacrificios por los muertos. Sin embargo, puesto que es el espíritu interior el
que da a una religión su sello característico, en estas manifestaciones externas
no podemos reconocer una verdadera copia del catolicismo sino sólo una
distorsionada caricatura. Además, debido a que este conglomerado religioso se
inició apneas en el siglo XIV, es evidente que el sorprendente paralelismo es el
resultado de la influencia del catolicismo en el lamaismo y no lo contrario.
Sólo podemos suponer que el fundador, Thong-Kaba fue educado por un misionero
católico. Schanz presenta un panorama sombrío del hinduismo moderno: "Además de
Vishnu y Siva, se veneran y temen espíritus y demonios. El Río Ganges es objeto
de especial veneración. Los templos suelen construirse cerca de los lagos porque
a todos los que se bañen en ellos Brama les promete el perdón de sus pecados.
Las bestias (las vacas) también y especialmente las serpientes y los objetos
inanimados, sirven de fetiches. Las ofrendas consisten en flores, aceite,
incienso y alimentos. Se ofrecen también sacrificios cruentos a Siva y su
cónyuge. No faltan tampoco la idolatría ni la prostitución" ("Apologie d.
Christentums", Freiburg, 1905, II, 84 sq.).
B. En la religión similar, aunque éticamente superior, de los iraníes (parseismo,
zoroastranismo, mazdeismo), que, desafortunadamente nunca superaron el dualismo
teológico entre el dios bueno, (Ormuzd=Athura-Mazda) y el malvado antidiós (Ahriman=Angrô-Mainyu),
hubo, desde el principio, una casta sacerdotal especial, que en el Avesta (q.v.)
estaba dividida en seis clases. El nombre genérico para el sacerdote era
âthravan (hombre de fuego), y la principal función del sacerdocio era el
servicio del fuego, dado que el fuego era el símbolo especial de Ormuzd, el dios
de la luz. Después de la destrucción de la monarquía persa sólo quedaron dos
categorías de sacerdotes: los oficiantes (zoatar, jôtî) y los ministros (rathwi).
Ambos fueron sucedidos más tarde por los magos Median (magus), que en el
parceísmo moderno se conocen como mobed (de mogh-pati, padre mágico). Además del
mantenimiento del fuego sagrado, los deberes de los sacerdotes eran ofrecer
sacrificios (carne, pan, flores, frutos), hacer purificaciones, recitar
oraciones, cantar himnos e instruir en la ley sagrada. Los animales para el
sacrificio se colocaban sobre una pila de ramas secas a la intemperie para
evitar que la tierra pura quedara profanada por la sangre. Los sacrificios
humanos, acostumbrados desde tiempos inmemoriales, fueron abolidos por Zoroastro
(Zarathustra). En épocas antiguas, los altares del fuego se colocaban a la
intemperie, de preferencia en las montañas, aunque los parses modernos tienen
templos especiales para el fuego. El haoma, como el más antiguo de los
sacrificios, requiere mención especial; hecho del zumo narcótico de una cierta
planta y utilizado como bebida de ofrenda, se identificaba con la misma deidad y
se administraba a los fieles como medio de procurar la inmortalidad. Sin duda,
esta haoma iraní es idéntica al soma de la India, el embriagante zumo (asclepias
acida o sacrostemma acidum) que supuestamente restauraba la inmortalidad que el
hombre perdió en el Paraíso (ver EUCARISTÍA). Cuando, durante el reino de
Sassanides, Mithras el dios del sol, según la versión más reciente del Avesta,
el sumo sacerdote y mediador entre dios y el hombre, había suplantado
gradualmente al creativo dios Ormuzd, el culto mitra persa dominó el campo
prácticamente sin oposición; además, bajo el Imperio Romano ejerció una
influencia irresistible sobre occidente (ver MISA).
C. Pasando a la antigüedad clásica, Grecia nunca tuvo una casta sacerdotal
exclusiva, aunque a partir del período dórico-jónico, el sacerdocio público se
consideró privilegio de la nobleza. En Homero los reyes también ofrecía
sacrificio s a los dioses. Por lo general, el culto público era responsabilidad
del estado y los sacerdotes eran funcionarios estatales asignados, generalmente,
al servicio de templos especiales. La importancia del sacerdocio fue creciendo
con la expansión de los misterios, representados sobre todo en los cultos órfico
y eleusiano. Los sacrificios iban siempre acompañados de oraciones por las que
los griegos mostraban especial preferencia debido a que expresaban sus
sentimientos religiosos.
Pero ningún pueblo del mundo consideraba la religión, el sacrificio y el
sacerdocio como responsabilidad del estado hasta el punto en que lo hacían los
antiguos romanos. En las primeras épocas de su historia, sus reyes legendarios
(entre ellos Numa) eran sacerdotes encargados de ofrecer sacrificios. Durante la
República, la función sacerdotal sólo admitía patricios hasta que la Lex Ogulina
(aproximadamente en 300 A.C.) admitió también a los plebeyos. Dado que el objeto
especial del sacrificio romano era ahuywntar el infortunio y atraer el favor de
los dioses, la adivinación desempeñó una importante función dentro del
sacrificio desde las épocas más remotas. De ahí la importancia de las distintas
clases de sacerdotes que interpretaban la voluntad de los dioses con base en el
vuelo de las aves o en las entrañas de las bestias que sacrificaban (augures,
haruspices) (augurios auspicios). Había muchas otras categorías: pontifices,
flamines, fetiales, luperci, etc. Durante las épocas imperiales, el emperador
era el sumo sacerdote (pontifex maximus).
D. Según Tácito, la religión de los antiguos germanos era un simple culto a los
dioses, sin imágenes; sus servicios tenían lugar no en templos sino en bosques
sagrados. Los sacerdotes, si se pueden llamar así, eran altamente respetados y
poseían facultades judiciales, como lo demuestra el antiguo término germano para
sumo sacerdote, êwarte (guardián de la justicia). Sin embargo, los sacerdotes
celtas o druidas (del irlandés antiguo, drui, mago) tuvieron una influencia
mucho mayor en los pueblos. Su verdadero origen fue en Irlanda y Bretaña de
donde se trasladaron a Gaula en el siglo III A.C. Aquí aparecen como casta
sacerdotal, exenta de impuestos y de la obligación de prestar servicio militar;
junto con la nobleza constituyen la clase dirigente y, por su actividad como
maestros, jueces y médicos, se convierten en representantes de una cultura más
alta, religiosa, moral e intelectual. Los druidas enseñaron la existencia de la
divina providencia, la inmortalidad del alma y la trasmigración. Aparentemente
han tenido imágenes de dioses y han ofrecido sacrificios humanos: esta última
práctica puede haber entrado en desuso desde una época mucho más remota. Por lo
general, realizaban sus servicios religiosos en las cimas de las montañas o en
los robledales. Después de la conquista de Gaula, los druidas perdieron la
estima popular.
E. La más antigua religión china es el sionismo que puede caracterizarse como el
"monoteísmo espiritualista y moral más perfecto que haya conocido la antigüedad
fuera de Judea" (Schanz). No contaba con un sacerdocio propiamente dicho, los
sacrificios (animales, frutas e incienso) eran ofrecidos por funcionarios
estatales a nombre del mandatario. A este respecto, el reformador Confucio no
cambió nada (en el siglo VI A.C), aunque desmeritó el concepto de la religión y
convirtió a un emperador casi deificado, en "El Hijo del Cielo" y en órgano del
intelecto cósmico. En contraste directo con este sistema carente de sacerdotes,
Laotse (nacido en el año 604 A.C.), fundador del taoísmo (tao, razón), introdujo
el monasticismo y el sacerdocio regular, encabezado por el sumo sacerdote. A
partir del siglo primero antes de Cristo, estas dos religiones encontraron un
fuerte rival en el budismo, aunque, aún hoy, el confucionismo sigue siendo la
religión oficial de China.
La religión nacional original de los japoneses fue el shintoismo, una extraña
mezcla de culto a la naturaleza, a los antepasados y a los héroes. Se trata de
una religión sin dogmas, sin código moral, sin escrituras sagradas. El Mikado es
un hijo de la deidad y, como tal, es también un sumo sacerdote; su palacio es el
templo: sólo años más tarde construyó el templo de Ise. Cerca del año 280 D.C,
el confucionismo se abrió camino hacia Japón, desde China, y trató de coalecer
con su símil el shintoismo. Sin embargo, el mayor golpe al shintoismo provino
del budismo, que llegó del Japón en el año 552 D.C y, por un extraordinario
proceso de amalgama, se unió con la antigua religión nacional para formar una
tercera religión. Esta fusión dio origen a lo que se conoce como Rio-bu-Shinto.
En la revolución de 1868 se dejó a un lado a este religión mixta y se declaró el
shintoismo como la religión del Estado. En 1877, la ley que establecía esta
situación fue abrogada y, en 1889, se otorgó la libertad religiosa general. en
1879 se abolieron los distintos rangos entre los sacerdotes.
F. Por varios miles de años, el concepto de sacerdocio estuvo inseparablemente
unido a la antigua religión de los egipcios. Aunque el mandatario que ocupara el
poder en un determinado momento era, nominalmente, el único sacerdote, se había
desarrollado, aún en el reino antiguo (desde aproximadamente el año 3400 A.C.)
una casta sacerdotal especial, que en el reino medio (desde cerca del año 2000
A.C), y aún más en el reino tardío (desde aproximadamente 1090 A.C), se
convirtió en la clase dirigente. El gran intento de reforma del Rey Amenhotep IV
(muerto en 1374 A.C.), quien trató de desterrar a todos los dioses de la
religión egipcia, con excepción del dios sol, y convertir el culto al sol en la
religión del Estado, se vio frustrado por la oposición de los sacerdotes. Toda
la dinastía XXI fue una familia de reyes-sacerdotes. Aunque Moisés, instruido
como fue en la sabiduría de los egipcios, puede haberle debido a un modelo
egipcio una o dos de las características externas de su organización del culto
divino, fue, gracias a la inspiración divina, totalmente original en el
establecimientos del sacerdocio judío, que se basa en la idea única de la
alianza de Yahvé con el Pueblo Elegido (cf. "Realencyklopädie für protest.
Theologie", XVI, Leipzig, 1905, 33). Aún menos justificado es el intento de
algunos autores de historia comparativa de las religiones de rastrear el origen
del sacerdocio católico hasta las castas sacerdotales egipcias; porque, en el
mismo momento en que este préstamo se hubiera podido llevar a cabo, la idolatría
egipcia había degenerado en un culto animal tan detestable, que no sólo los
cristianos sino los paganos lo despreciaban con aversión (cf. Aristides, "Apol.",
xii; Clemente de Alejandría, "Cohortatio", ii).
G. En la religión de los semitas, encontramos a los primeros sacerdotes
babilonios-asirios, quienes, bajo el nombre de "caldeos", practicaron la
interpretación de los sueños, la lectura de los astros y los sacrificios. De ahí
sus divisiones en distintas clases: los oficiantes de sacrificios (nisakku), los
videntes (bârû), los exorcistas (asipu), etc. En Asiria surgieron templos
grandiosos con ídolos de figuras humanas e híbridas que (fuera del culto
obligatorio de las estrellas) sirvieron para propósitos astrológicos y
astronómicos. Entre los sirios, el cruel y voluptuoso culto a Moloch y Astarta
tuvieron su sede principal en Babilonia, sobre todo Astarta (Ishtar,) a quienes
los antiguos conocían simplemente como la "Diosa Siria" (Dea Syria). Igualmente,
entre los fenicios, amonitas y filistinos semitizados, estas ominosas deidades
encontraron especial veneración. Con gritos y danzas, los sacerdotes procuraban
apaciguar a Moloch sediento de la sangre de niños sacrificados y
automutilaciones, a la vez que el análogo Galh procuraba apaciguar a la diosa
frigia, Cibeles. Los notables sacerdotes de Baal de los cananitas eran para los
judíos un incentivo a la idolatría tan acendrado como el culto a Astarta era una
tentación a la inmoralidad. La religión semítica del sur de los antiguos árabes
paganos era una religión simple del desierto, sin sacerdocio definido: el Islam
moderno o mahometanismo tiene un clero (el muezzin, anunciador de la hora de
oración; los imanes, líderes de las oraciones; el khâtib, predicador), pero no
posee un sacerdocio propiamente dicho. La rama semítica occidental de los
hebreos se analizará en la siguiente sección.
II. EL SACERDOCIO JUDÍO
En la era de los patriarcas, la ofrenda de sacrificios era responsabilidad del
padre o jefe de familia (cf. Gen., viii, 20; xii, 7, etc.; Job, i, 5). Pero, aún
antes de Moisés, también había sacerdotes regulares, que no eran padres de
familia (cf. Ex., xix, 22 sqq.). La hipótesis de Hummelauer "Das vormosaische
Priestertum in Israel", Friburgo, 1899) que sostiene que este sacerdocio
premosaico fue establecido por el mismo Dios y que luego se tornó hereditario en
la familia de Manasses, pero que fue luego abolido en castigo por la adoración
del becerro de oro (cf. Ex., xxxii, 26 sqq.), difícilmente puede establecerse
sobre bases científicas (cf. Rev. bibl. internat., 1899, pp. 470 sqq.). En el
período mosaico hay que diferenciar: sacerdotes, levitas y sumos sacerdotes.
A. Sacerdotes
Sólo después de la legislación sinaítica el sacerdocio israelita se convirtió en
una clase especial dentro de la comunidad. De la tribu de Leví, Yahvé eligió la
casa de Aarón para desempeñar en forma permanente y exclusiva todas las
funciones religiosas; Aarón mismo, y luego el primogénito de su familia, debería
encabezar este sacerdocio como sumo sacerdote, mientras que los demás levitas
actuarían no como sacerdotes sino como asistentes y sirvientes. La consagración
solemne de los aaronitas al sacerdocio tuvo lugar al tiempo con la unción de
Aarón como sumo sacerdote y caso con el mismo ceremonial (Ex., xxix, 1-37; xl,
12 sqq.; Lev., viii, 1-36). Esta consagración única abarcaba la consagración de
todos los futuros descendientes de los sacerdotes, de manera que el sacerdocio
quedó establecido en la casa de Aarón por simple descendencia, y fue por lo
tanto hereditario. Después del exilio de babilonia, se exigió aún con más
rigidez la prueba genealógica estricta de la descendencia sacerdotal y cualquier
falla en el suministro de la misma equivalía a la exclusión del sacerdocio (I
Esd., ii, 61 sq.; II Esd., vii, 63 sq.). Algunos defectos físicos, entre los que
los talmudistas tardíos mencionan 142, eran también motivo de descalificación
del ejercicio del oficio sacerdotal (Lev., xxi, 17 sqq.). Se fijaron, además,
los límites de edad (veinte y cincuenta años) (II Par., xxxi, 17); a los
sacerdotes les estaba prohibido tener esposa o concubina o una mujer divorciada
(Lev., xxi, 7); durante el ejercicio activo del sacerdocio, estaba prohibido el
contacto sexual marital. Además de una vida previa impecable, la limpieza
levítica era también requisito esencial para el sacerdocio. Quienquiera que
ejerciere una función sacerdotal en impureza levítica era expulsado al igual que
cualquiera que ingresara al santuario después de haber tomado vino u otras
bebidas embriagantes (Lev., x, 9; xxii, 3). Estaba estrictamente prohibido
incurrir en impureza "a la muerte de sus ciudadanos", excepto en el caso de
parientes de primer grado, (Lev., xxi, 1 sqq.). En casos de duelo, no debía
haber signos externos de tristeza (por ejemplo, desgarrarse las vestiduras). Al
asumir su cargo, el sacerdote tenía que bañarse primero para purificarse (Ex.,
xxix, 4; xl, 12), ser rociado con aceite (Ex., xxix, 21; Lev., viii, 30), y
colocarse luego las vestiduras.
Las vestiduras sacerdotales consistían en pantalones, túnica, faja y mitra. Los
pantalones (feminalia linea) los cubrían desde los riñones hasta los muslos
(Ex., xxviii, 42). La túnica (tunica) era un tipo de abrigo tejido de una sola
pieza, con mangas estrechas, que iba desde el cuellos hasta los tobillos y se
ataba al cuello con bandas (Ex., xxviii, 4). La faja (balteus) tenía tres o
cuatro dedos de ancho y (según la tradición rabínica) tenía 36 metros de largo;
debía ser bordada con el mismo patrón y tener el mismo color de la cortina del
patio anterior del Tabernáculo de la Alianza (Ex., xxxix, 38). La mitra
complementaba las vestiduras oficiales (Ex., xxxix, 26), era una especie de
gorro de lino fino. Puesto que nada se dice del calzado, los sacerdotes deben
haber oficiado descalzos como lo declara, de hecho, la tradición judía (cf. Ex.,
iii, 5). Estas vestiduras se prescribían para ser utilizados únicamente durante
los servicios y el resto del tiempo permanecían guardadas en un lugar
determinado para ese fin, a cargo de un custodio especial. Para información
detallada sobre las vestiduras sacerdotales , ver Josephus, "Antiq.", III, vii,
1 sqq.
Los deberes oficiales de los sacerdotes se relacionaban en parte con sus
ocupaciones principales y en parte con servicios subsidiarios. A la primera de
esta categoría, correspondían todas las funciones relacionadas con el culto
público; por ejemplo, las ofrendas de incienso, dos veces al día (Ex., xxx, 7),
la renovación semanal de los panes de la proposición sobre la mesa de oro (Lev.,
xxiv, 9), la limpieza y llenado de las lámpara de aceite del candelabro de oro
(lev., xxiv, 1). Todos estos servicios se realizaban dentro del santuario.
Había, además, algunas funciones que se realizaban en el patio exterior: el
mantenimiento del fuego sagrado en el altar para los sacrificios inmolados
(Lev., vi, 9 sqq.), las ofrendas diarias de los sacrificios de la mañana y de la
tarde, en especial corderos (Ex., xxix, 38 sqq.). Como servicios subsidiarios,
los sacerdotes debían presentar el agua maldita a las esposas sospechosas de
adulterio (Num., v, 12 sqq.), tocar las trompetas que anunciaban los días
sagrados (Num., x, 1 sqq.), declarar puros o impuros a los leprosos (Lev., xiii-xiv;
Deut., xxiv, 8; cf. Matt., viii, 4), dispensar de los votos, evaluar los objetos
ofrecidos al santuario (Lev., xxvii), y, por último, ofrecer sacrificios por
quienes violaran la ley de los nazaritas, es decir, un voto por el que se
comprometían a evitar cualquier bebida embriagante y cualquier impureza
(especialmente por contacto con un cadáver) y dejarse crecer el pelo (Num., vi,
1-21). Además, los sacerdotes eran maestros y jueces; no sólo debían explicar la
ley a las gentes (Lev., x, 11; Deut., xxxiii, 10) sin remuneración (Mich., iii,
11) y preservar cuidadosamente el Libro de la Ley, copia del cual se le
presentaba al (futuro) rey (Deut., xvii, 18), sino que tenían que dirimir,
además, las demandas legales difíciles entre los individuos (Deut., xvii, 8; xix,
17; xxi, 5). Dada la compleja naturaleza del servicio litúrgico, más tarde,
David dividió el sacerdocio en veinticuatro clases o cursos, cada uno de los
cuales, a su vez, con su miembro más antiguo como cabeza, tenía que oficiar el
servicio de un sábado al otro (IV Reyes, xi, 9; cf. Lucas, i, 8). Las otras
clases se determinaban a la suerte (I Par., xxiv, 7 sqq.).
Los ingresos de los sacerdotes provenían de los diezmos y primicias de los
frutos y animales. A esto se agregaban los ingresos accidentales y los restos de
alimentos y las oblaciones presentadas en satisfacción de las culpas, cuando
dichas oblaciones no fueran totalmente consumidas por el fuego; además recibían
las pieles de los animales sacrificados y los productos naturales y el dinero
ofrecido a Dios (Lev., xxvii; Num., viii, 14). Con todos estos requisitos
previos, todo parece indicar que los sacerdotes judíos no fueron nunca una clase
adinerada, debido en parte a su creciente número y en parte a las numerosas
familias que criaban. Pero su alto rango, su educación superior y su posición
social les garantizaba gran prestigio entre el pueblo. En términos generales,
cumplían con su alto cargo en forma honrosa, aunque con frecuencia merecieron la
rígida reprobación de los Profetas (cf. Jer., v, 31; Ezech., xxii, 26; Os., vi,
9; Mich., iii, 11; Mal., i, 7). Con la destrucción de Jerusalén por Tito, en el
año 70 D.C, todo el servicio sacrificial y con él el sacerdocio judío, llegaron
a su fin. Los últimos rabinos nunca se consideraron sacerdotes sino simples
maestros de la ley.
B. Los Levitas en el Sentido Estricto de la Palabra
Ya se ha dicho antes que el verdadero sacerdocio fue hereditario exclusivamente
para la casa de Aarón y que a los demás descendientes de Leví se les asignó una
posición subordinada como sirvientes y asistentes de los sacerdotes. Estos
últimos son los levitas propiamente dichos. Estaban divididos en las familias de
los gersonitas, caatitas, y meraritas (Ex., vi, 16; Num., xxvi, 57), llamados
así por los tres hijos de Leví, Gersón, Caat, y Merari (cf. Gen., xlvi, 11; I
Par., vi, 1). Como simples sirvientes de los sacerdotes, los levitanos no podían
ingresar al santuario ni oficiar actos sacrificiales, sobre todo la aspersión de
sangre (aspersio sanguinis). Este era privilegio de los sacerdotes (Num., xviii,
3, 19 sqq.; xviii, 6). No obstante, los levitas tenían que asistir a las
aspersiones durante los servicios sagrados, preparar las distintas oblaciones y
mantener en buen estado los vasos sagrados. Entre sus principales deberes estaba
el de custodiar constantemente el Tabernáculo con el Arca de la Alianza; los
gersonitas acampaban al occidente, los caatitas al sur, los meraritas al norte y
Moisés con Aarón y sus hijos custodiaban el Santo Tabernáculo hacia el este
(Num., iii, 23 sqq.). Una vez que el tabernáculo encontró un hogar fijo en
Jerusalén, David creó cuatro clases de levitas: los sirvientes de los
sacerdotes, los funcionarios y jueces, los porteros y, por último, los músicos y
cantores (I Par., xxiii, 3 sqq.). Después de la construcción del Templo por
Salomón, los levitas se convirtieron, como era de esperarse, en sus guardianes
(I Par., xxvi, 12 sqq.). Cuando se reconstruyó el Templo los levitas se
establecieron como guardias en veintiún puntos a su alrededor (Talmud; Middoth,
I, i). Al igual que los sacerdotes, los levitas estaban también obligados a
instruir al pueblo en la ley (II Par., xvii, 8; II Esd., viii, 7), e incluso, en
ciertos momentos, estuvieron facultados para ejercer funciones judiciales (II
Par., xix, 11).
Se posesionaban de su cargo mediante un rito de consagración: se les roseaba con
agua de purificación, se les afeitaban las cabezas y se lavaban sus vestiduras,
se ofrecían sacrificios, los ancianos les imponían las manos (Num., viii, 5 sqq.).
En cuanto a la edad del servicio se fijó la de treinta años para el ingreso y
cincuenta para retirarse del cargo (Num., iv, 3; I Par., xxiii, 24; I Esd., iii,
8). La ley no prescribía para ellos vestiduras especiales; en tiempos de David y
de Salomón, los portadores del Arca de la Alianza y los cantores utilizaban
vestiduras de lino fino (I Par., xv, 27; II Par., v, 12). Cuando se dividió la
Tierra Prometida entre las doce tribus, la tribu de Leví quedó sin territorio
puesto que el Señor mismo era la porción de su heredad (cf. Num., xviii, 20;
Deut., xii, 12; Jos., xiii, 14). En compensación, Yahvé cedió a los levitas y
sacerdotes los dones de los productos naturales hechos por el pueblo y otros
ingresos. En primer lugar, los levitas recibieron los diezmos de las frutas y
las bestias del campo (Lev., xxvii, 30 sqq.; Num., xviii, 20 sq.), de los que, a
su vez, debían entregar la décima parte a los sacerdotes (Num., xviii, 26 sqq.).
Además, tenían participación en los banquetes sacrificiales (Deut., xii, 18) y,
al igual que los sacerdotes, estaban exentos de impuestos y de la obligación de
prestar servicio militar. El aspecto de la residencia se resolvió ordenando a
las tribus dotadas de propiedad territorial a ceder a los levitas cuarenta y
ocho ciudades levíticas con sus precintos, diseminadas por toda la región,
(Num., xxxv, 1 sqq.);, trece de éstas fueron asignadas a los sacerdotes. Después
de la división de la monarquía en el Reinos del Norte de Israel y el Reino del
Sur de Judá, muchos levitas de la parte norte trasladados al Reino de Judá que
se mantuvieron fieles a la ley, y se instalaron en Jerusalén. Después de que el
Reino del Norte fue castigado por la deportación a Asiria, en 722, A.C., el
Reino del Sur fue también derrocado por los babilonios en 606 A.C., y numerosos
judíos, incluyendo muchos levitas, huyeron apresuradamente al "exilio en
Babilonia". Sólo unos pocos levitas regresaron a su antiguo hogar, bajo Esdras
en el año 450 (cf. I Esd., ii, 40 sqq.). Con la destrucción del templo
herodiano, en el año 70 D.C., quedó sellado el final de los levitas.
C. El sumo sacerdote
Por orden de Yahvé, Moisés consagró a Aarón, su hermano, como el primer sumo
sacerdote, repitió la consagración durante siete días y, al octavo día, lo
introdujo solemnemente en el Tabernáculo de la Alianza. La consagración de Aarón
consistió en abluciones, investidura con costosos ornamentos, unción con aceite
bendito y el ofrecimiento de varios sacrificios (Ex., xxix). Como signo de que
Aarón estaba dotado de la plenitud del sacerdocio, Moisés vertió sobre su cabeza
el aceite de la unción (Lev., viii, 12), mientras que los demás aaronitas, como
simples sacerdotes, sólo recibían la unción en las manos (Ex., xxix, 7, 29).Para
los judíos, el sumo sacerdote era la máxima personificación de la teocracia, el
monarca de todos los sacerdotes, el mediador especial entre Dios y el Pueblo de
la Alianza, y la cabeza espiritual de la sinagoga. Era el sacerdote por
excelencia, el "gran sacerdote" (en griego archiereus), el "príncipe de todos
los sacerdotes" y, debido a la unción de su cabeza, el "sacerdote ungido". A
este altísimo cargo correspondían sus vestiduras especiales y costosas, que
utilizaba además de las de los sacerdotes comunes (Ex., xxviii). Una prenda
(probablemente sin mangas) de color azul violeta (tunica) que le llegaba hasta
las rodillas, con el borde orlado con pequeñas campanas doradas y granadas
bordadas en hilos de colores. Sobre los hombros utilizaba una prenda conocida
como efod; elaborada de un costo material, hecha de dos partes de
aproximadamente 114 cms. de largo cada una (o la medida conocida como un
"elle"), que le cubrían la espalda y el pecho, estaban unidas en la parte
superior por dos bandas u hombreras, y terminaban en la parte inferior en una
magnífica faja. Al frente del efod colgaba el escudo (rationale), una bolsa
cuadrada que llevaba grabados en su exterior en piedras preciosas los nombres de
las doce tribus (Ex., xxviii, 6), en cuyo interior se guardaban los famosos Urim
y Thummim (q.v.) como medios para obtener las profecías y los oráculos;
completaba las vestiduras del sumo sacerdote un precioso turbante (tiara), que
ostentaba una placa de oro al frente con la inscripción "Consagrado a Yahvé".
El sumo sacerdote era responsable de la supervisión suprema del Arca dela
Alianza (y del Templo), del servicios divinos en general y de todo el personal
relacionado con la totalidad del culto público. Era él quien presidía el
Sanedrín. Sólo él podía celebrar la liturgia en la Fiesta de la Expiación,
ocasión para la cual sólo se ponía sus costosas vestiduras una vez terminados
los sacrificios. Sólo él podía ofrecer sacrificios por sus propios pecados y los
del pueblo (Lev., iv, 5), entrar al sanctum sanctorum y pedir consejo a Yahvé en
ocasiones importantes. Inicialmente, el cargo de sumo sacerdote en la casa de
Aarón fue hereditario, en la línea de su primogénito Eleazar, pero en el período
desde Helí hasta Abiatar (1131 a 973 A.C.), perteneció, por derecho de
primogenitura, a la línea de Itamar. Bajo el reinado de Seleucide (desde cerca
de 175 A.C.), el cargo se vendió por dinero al mayor postor. En un período más
tardío se tornó hereditario, en la familia de Hasmon. El sumo sacerdocio
desapareció con la destrucción del Santuario Cntral por los romanos. Los
críticos bíblicos negativos actuales están radicalmente en contra del anterior
relato del sacerdocio mosaico, basado en el Antiguo Testamento. Según la
hipótesis de Graf-Wellhausen, Moisés (aproximadamente en 1250 A.C.), no puede
ser el autor del Pentateuco. No fue el legislador nombrado por voluntad divina,
sino simplemente el fundador de la monolatría, puesto que el monoteísmo ético
fue el resultado de los esfuerzos de Profetas que vinieron mucho tiempo después.
El Deuteronomio D apareció físicamente en el año 621 A.C., cuando el astuto sumo
sacerdote Helkias, mediante un fraude piadoso, le entregó al rey Josias, un
hombre temeroso de Dios, el recién compuesto "Libro de las Leyes" D, como
escrito por Moisés (cf. IV Reyes, xxii, 1 sqq.). Cuando Esdras regresó a
Jerusalén del Exilio de Babilonia, cerca del año 450 A.C., trajo con él el
"Libro del Ritual" o el código sacerdotal P, es decir, las porciones
intermedias, entre el Génesis y el Deuteronomio, que había compuesto él mismo en
su colegio en Babilonia, aunque sólo en el año 444 A.C., se atrevió a hacerlo
público. Un ingenioso editor introdujo ahora las partes relativas al culto
público en los antiguos libros históricos preexílicos, y se remontó en el
tiempo, proyectando, hasta Moisés, toda una nueva idea acerca de un sacerdocio
aarónico y de la centralización del culto. Así, la historia del Tabernáculo de
la Alianza es una mera ficción, inventada para representar el Templo de
Jerusalén tal como fue establecido en su forma plenamente desarrollada al
comienzo de la historia israelita y para justificar la unidad del culto. Aunque
esta hipótesis no niega la gran antigüedad del sacerdocio judío, sostiene que la
centralización del culto, la diferencia esencial entre sacerdotes y levitas, la
autoridad suprema de los sacerdotes del templo de Jerusalén, comparada con la de
los llamados sacerdotes de montaña (cf. Ezech., xliv, 4 sqq.), debe relacionarse
a la época postexílica.
Sin entrar en una crítica detallada de estas declaraciones de Wellhausen y de la
escuela crítica (ver PENTATEUCO), podemos decir, en términos generales, que la
escuela conservadora admite o puede admitir también que sólo la parte original
del Pentateuco debe aceptarse como mosaica; que, en el mismo texto, se han
incluido, aparentemente, repeticiones de distintas fuentes y, por último, que no
se excluye, de ninguna manera, la posibilidad de adiciones, extensiones y
adaptaciones a las nuevas condiciones por un autor inspirado de un período
posterior. También debe admitirse que, aunque se fijó un lugar de culto, se
ofrecían sacrificios, aún en tiempos más remotos, por parte de laicos y simples
levitas, lejos del lugar donde se encontraba el Arca de la Alianza, y que, en
épocas de inestabilidad y perturbación política, no siempre se observaron las
órdenes de Moisés. En los períodos sombríos, caracterizados por el descuido de
la ley, no se acató a la prohibición de ofrecer sacrificios en los montes y, con
frecuencia, los profetas veían con agrado el que se ofrecieran sacrificios en
lugares elevados (bamoth), no a dioses paganos, sino a Yahvé. Sin embargo, el
problema del Pentateuco es uno de los aspectos más difíciles e intrincados de la
crítica bíblica. La hipótesis de Wellhausen, con sus osadas suposiciones de
engaños piadosos y proyecciones artificiales, queda abierta a dificultades y
misterios tan grandes, si no mayores, que los del concepto tradicional, aunque
algunas de sus contribuciones a la crítica literaria pueden ser objeto de
examen. Es innegable que la estructura crítica a experimentado un duro golpe
desde el descubrimiento de las cartas de Tell-el-Amarna que datan del siglo XV
A.C., y desde cuando se descifró el Código Hamurabi. La suposición de que la
religión más antigua de Israel debe haber sido idéntica a la de los semitas
primitivos (polidemonismo, animismo, fetichismo, culto a los ancestros) ha
demostrado ser falsa, puesto que mucho antes del año 2000 A.C., la religión
oficial de Babilonia era una especie de Henoteísmo, es decir, un politeísmo con
una cabeza monárquica. Los inicios de las religiones de todos los pueblos son
mucho más puros y espirituales de lo que muchos historiadores de las religiones
han estado dispuestos a admitir hasta ahora. Una cosa es cierta: aún no se ha
dicho la última palabra en cuanto al valor de la hipótesis de Wellhausen.
III. EL SACERDOCIO CRISTIANO
En el Nuevo Testamento, según la enseñanza católica, los obispos y sacerdotes
son los únicos autorizados para ejercer el sacerdocio; los primeros lo ejercen a
plenitud (summus sacerdos s. primi ordinis), mientras que los presbíteros son
simples sacerdotes (simplex sacerdos s. secundi ordinis). El diácono, por otra
parte, es un simple asistente del sacerdote, sin ninguna facultad sacerdotal.
Omitiendo todo tratamiento especial del obispo y del diácono, limitaremos
nuestra atención principalmente al presbiterado, puesto que ahora el término,
"preste" sin calificación, se interpreta como presbítero.
A. La Divina Institución del Sacerdocio
Según el concepto protestante, no había en la Iglesia cristiana primitiva
distinción especial entre los laicos y el clero; no había diferencia jerárquica
entre las distintas órdenes (obispo, sacerdote, diácono), no se reconocía al
papa ni a los obispos como poseedores del más alto poder de jurisdicción sobre
la Iglesia Universal ni sobre sus diversas divisiones territoriales. Por el
contrario, la constitución de la Iglesia, en sus comienzos, fue democrática, por
virtud de lo cual, las Iglesias locales eligieron sus propios jefes y ministros
y les impartieron su inherente autoridad espiritual, tal como en la república
moderna el "pueblo soberano" confiere a su presidente electo y a sus
funcionarios la autoridad administrativa. La base más profunda de esta
trasmisión de poder debe buscarse en la idea cristiana primitiva del sacerdocio
universal, que excluye el reconocimiento de un sacerdocio especial. Cristo es el
único sumo sacerdote del Nuevo Testamento así como su cruenta muerte en la cruz
es el único sacrificio de la cristiandad. Si todos los cristianos, sin
excepción, son sacerdotes por virtud de su bautismo, un sacerdocio oficial,
obtenido por ordenación especial, es tan inadmisible como el Sacrificio Católico
de la Misa. No el sacrificio material de la Eucaristía, que consiste en el
ofrecimiento de dones (reales), sino sólo el sacrificio puramente espiritual de
la oración, armoniza con el espíritu de la cristiandad. No queda más remedio que
admitir que la gradual corrupción del cristianismo comenzó muy temprano (a fines
del siglo primero), puesto que no se puede negar que Clemente de Roma (Ep. Cor.,
xliv, 4), en las Enseñanzas de los Doce Apóstoles (Didache, xiv), y Tertuliano
(De bapt., xvii; "De præsc. hær.", xli; "De exhort. cast.", vii) reconocen un
sacerdocio oficial con el Sacrificio objetivo de la Misa. La corrupción se
difundió rápidamente por todo el oriente y el occidente y continuó sin freno
durante la Edad Media, hasta que, por fin, la Reforma pudo restaurar el
cristianismo a su pureza original. "Revivió la idea del sacerdocio universal; se
consideraba consecuencia necesaria de la misma naturaleza del cristianismo. . .
. Puesto que toda la idea del sacrificio fue desechada, se eliminó todo riesgo
de reversión a las creencias que una vez de derivaron de ella" ("Realency cl.
für prot. Theol.", XVI, Leipzig, 1905, p. 50).
A estos conceptos se puede responder, de forma breve, lo siguiente: los teólogos
católicos no niegan que "la doble jerarquía de orden y jurisdicción" se haya
desarrollado gradualmente a partir del germen ya existente en la Iglesia
primitiva, al mismo tiempo que se reconocía con mayor claridad, a medida que
avanzaba el tiempo, el primado del papa en Roma y, sobre todo, la diferenciación
entre los simples sacerdotes y los obispos (ver JERARQUÍA). Sin embargo, el
aspecto de si al comienzo existía o no en la Iglesia un sacerdocio especial es
algo totalmente distinto. Si es cierto que "la aceptación de la idea del
sacrificio llevó a la idea del sacerdocio eclesiástico" (loc. cit., p. 48), y si
el sacerdocio y el sacrificio son términos recíprocos, entonces la prueba del
origen divino del sacerdocio católico debe considerarse establecida, una vez
demostrado que el Sacrificio Eucarístico de la Misa surgió simultáneamente con
los comienzos y la esencia de la cristiandad. Para probar lo anterior se puede
recurrir al Antiguo Testamento, cuando el Profeta Isaías prevé el ingreso de los
paganos al reino mesiánico y hace un llamado a los sacerdotes de los infieles
(es decir, a los no judíos), una característica especial de la Iglesia (Is.,
lxvi, 21): "Y de entre éstos escogeré yo para hacerlos sacerdotes y levitas,
dice el Señor". Ahora bien, este sacerdocio no judío (cristiano) en la futura
Iglesia mesiánica presupone un sacrificio permanente, en otros términos, un
"sacrificio sin mancha"que, "desde donde sale el sol hasta el ocaso", debe ser
ofrecido al Señor de los ejércitos entre los gentiles (Mal., i, 11). El
sacrificio de pan y vino ofrecido por Melquisedec (cf. Gen., xiv, 18 sqq.),
prototipo de Cristo (cf. Ps. cix, 4; Heb., v, 5 sq.; vii, 1 sqq.), se refiere
también, en sentido profético, no sólo a la Última Cena sino a su repetición
perpetua en conmemoración del Sacrificio de la Cruz (Ver MISA). Con razón, el
Concilio de Trento enfatiza, por lo tanto, la íntima relación entre el
Sacrificio de la Misa y el sacerdocio (Sess. XXIII, cap. i, in Denzinger, "Enchiridion",
10th ed., 957): "El Sacrificio y el sacerdocio son tan inseparables, por
voluntad divina, que se encuentran unidos en todas las leyes. Dado que, por
consiguiente, la Iglesia católica ha recibido por institución del Señor, en el
Nuevo Testamento, el sacrificio santo y visible de la Eucaristía, hay que
admitir que en la Iglesia hay un sacerdocio nuevo, visible y externo en el que
se ha convertido el antiguo sacerdocio". Es evidente que esta lógica no admite
respuesta. Por lo tanto, es aún más extraordinario que Harnack haya querido
buscar el origen de la constitución jerárquica de la Iglesia no en Palestina
sino en la Roma pagana. Escribe, refiriéndose a la Iglesia católica: "Continúa
gobernando siempre a sus pueblos, sus papas ejercen dominio sobre ella como
Trajano y Marco Aurelio. A Rómulo y Remo los sucedieron Pedro y Pablo; a los
procónsules los sucedieron los arzobispos y los obispos. Las fuerzas
correspondientes a las legiones son los ejércitos de sacerdotes y monjes; los
sucesores de los guardias imperiales son los jesuitas. Hasta en sus más mínimos
detalles, inclusive en su organización jurídica, para no mencionar sus
vestiduras, se puede rastrear la influencia continua del antiguo imperio y de
sus instituciones"("Das Wesen d. Christentums", Leipzig, 1902, p. 157). Con la
mejor buena voluntad, en esta descripción se puede reconocer apenas una muestra
del ingenio del autor, puesto que una investigación histórica de las
instituciones citadas llevaría indudablemente a fuentes, orígenes y motivos
totalmente distintos de las condiciones análogas del Imperio Romano.
Sin embargo, el Sacrificio de la Misa muestra solamente una cara del sacerdocio;
la otra cara se revela en su facultad de perdonar los pecados, puesto que el
ejercicio de esta facultad sacerdotal es tan necesario como su facultad de
consagrar y ofrecer el Sacrificio. Al igual que la facultad general de atar y
desatar (cf. Mat., xvi, 19; xviii, 18), la facultad de perdonar y retener los
pecados fue solemnemente conferida por Cristo a la Iglesia (cf. Juan, xx, 21 sqq.).
por consiguiente, el sacerdocio católico tiene el derecho indiscutible de
rastrear su origen también, en este respecto, al Divino Fundador de la Iglesia.
Ambos aspectos del sacerdocio fueron destacados por el Concilio de Trento (loc.
cit., n. 961): "Si alguien dijere que en el Nuevo Testamento no hay sacerdocio
visible y externo ni poder alguno de consagrar y ofrecer el Cuerpo y la Sangre
del Señor, y de perdonar o retener los pecados, sino simplemente el ejercicio de
un ministerio escueto para predicar el Evangelio, sea anatema". Lejos de ser una
"usurpación injustificable de los poderes divinos", el sacerdocio constituye una
base tan esencial del cristianismo que su remoción llevaría a la destrucción de
todo el edificio. Un cristianismo sin sacerdocio no puede ser la Iglesia de
Cristo. Esta convicción se fortalece al considerar la imposibilidad psicológica
de la suposición protestante que sostiene que a partir del final del siglo
primero, el cristianismo toleró, sin luchas ni protestas, la usurpación sin
precedentes de los sacerdotes quienes, sin credenciales ni testimonio, se
arrogaron, de un momento a otro, los poderes divinos en relación con la
Eucaristía y, con la fuerza de una apelación ficticia a Cristo, pusieron sobre
los pecadores bautizados la carga onerosa de la penitencia pública como
condición indispensable para el perdón de los pecados.
En cuanto al "sacerdocio universal" en el cual basa el protestantismo su
negación del sacerdocio especial, puede decirse que los católicos creen también
en un sacerdocio universal; éste, sin embargo, no excluye, ni mucho menos, un
sacerdocio especial, sino que presupone su existencia, dado que los dos están
relacionados tanto en lo general como en lo particular, lo abstracto y lo
concreto, en lo figurativo y en lo real. El cristiano corriente no pude ser un
sacerdote en el sentido estricto de la palabra, puesto que no puede ofrecer un
sacrificio real sino sólo el sacrificio figurativo de la oración. Por esta
razón, el desarrollo dogmático histórico no siguió ni pudo haber seguido el
curso que habría seguido si se hubieran enfrentado en la Iglesia primitiva dos
corrientes de pensamiento opuestas (es decir, el sacerdocio universal versus el
sacerdocio especial) disputándose la supremacía hasta que una de las dos hubiera
sido vencida. La historia del dogma señala, por el contrario, que ambos
conceptos avanzaron de manera armónica a través de los siglos y nunca han
desaparecido del pensamiento católico. De hecho, el concepto profundo y hermoso
del sacerdocio universal puede rastrearse a partir de Justino Martir (Dial. cum
Tryph., cxvi), Ireneo, (Adv. hær., IV, viii, 3), y Origenes ("De orat.", xxviii,
9; "In Levit.", hom. ix, 1), hasta Agustín (De civit. Dei, XX, x) y León Magno (Sermo,
iv, 1), y luego a Santo Tomás (Summa, III, Q. lxxxii, a. 1) y el Catecismo
Romano. Sin embargo, todos estos autores reconocieron, junto con el Sacrificio
de la Misa, el sacerdocio especial en la Iglesia. El origen del sacerdocio
universal se remonta, como se sabe, a San Pedro, quien declara a los fieles, en
su carácter de cristianos, como "sacerdocio santo, llamado a ofrecer víctimas
espirituales" y "pueblo elegido, sacerdocio real" (I Pedro, ii, 5, 9). *** Sin
embargo, el mismo texto indica que el Apóstol se refería únicamente a un
sacerdocio figurado, puesto que las "víctimas espirituales" eran oraciones y el
término "real" (regale, basileion) sólo pudo haber tenido un significado
metamórfico para los cristianos. Los gnósticos, los montanistas y los cataristas,
quienes, en sus ataques contra el sacerdocio especial han aplicado mal la
metáfora, fueron tan ilógicos como los reformistas, puesto que los dos
conceptos, sacerdocio real y sacerdocio figurado, son muy compatibles. Teniendo
en cuenta lo anterior, es evidente que sólo el clero católico tiene derecho a
ser designado "sacerdocio", puesto que sólo sus sacerdotes tienen un sacrificio
verdadero y real que ofrecer: la Santa Misa. Por consiguiente, los anglicanos,
que rechazan el Sacrificio de la Misa, caen en la inconsistencia al referirse a
su clero como compuesto de "sacerdotes". Los predicadores en Alemania, con mucha
lógica y cierta indignación, rechazan este título.
B. La Posición Jerárquica del Presbiterado
Descrita en pocas palabras, la relación del sacerdote con el obispo y el diácono
es la de una persona intermedia que, desde el punto de vista jerárquico, está
subordinado al obispo y es superior al diácono (cf. Concilio de Trento, Sess.
XXVI, can. vi). Mientras que la preeminencia del obispo sobre el sacerdote
radica básicamente en su facultad de impartir el sacramento del Orden Sagrado,
la del sacerdote sobre el diácono se basa en su facultad de consagrar e impartir
la absolución (cf. Concilio de Trento, loc. cit., cap. iv; can. i y vii). La
independencia del diaconado aparece en una época más temprana y de forma más
clara, en fuentes más antiguas que las del sacerdocio, debido, principalmente, a
la prolongada y constante fluctuación en el significado de los títulos de obispo
y presbítero que, hasta mediados del siglo II, fueron intercambiables y
sinónimos. Es probable que hubiera, de hecho, una razón para esta imprecisión,
debido a que la distinción jerárquica entre el obispo y el sacerdote parece
haberse desarrollado en forma gradual. Epifanio (Adv. hær., lxxv, 5) explicó
esta incertidumbre al suponer que los sacerdotes se nombraban en algunos lugares
donde no había obispo, mientras que en otras partes, donde no había candidatos
al sacerdocio, las personas aceptaban tener un obispo que, sin embargo, no podía
ejercer sin la ayuda de un diácono. El Cardenal Franzelin ("De eccles. Christi",
2nd ed., Roma, 1907, thes. xvi) da buenas bases para el concepto que sostiene
que en la Biblia los obispos se mencionan con el nombre de presbíteros, mientras
que los simples sacerdotes no reciben nunca el nombre de obispo. Sin embargo, el
problema está muy lejos de resolverse, dado que en la Iglesia primitiva aún no
se tenían nombres determinados para las distintas órdenes; estos debían
deducirse del contexto según las funciones características desempeñadas. La
adopción del uso de los griegos paganos, que tenían sus episkopoi y presbyteroi,
no resuelve este interrogante, como lo ha demostrado Ziebarth ("Das griechische
Vereinswesen", Leipzig, 1896) en respuesta a Hatch y Harnack. Cualquier intento
por aclarar este aspecto deberá tener en cuenta los distintos usos en los
diferentes países (por ejemplo, en Palestina, en Asia Menor). En algunos
lugares, los "presbíteros" pueden haber sido verdaderos obispos y en otros
sacerdotes en el verdadero sentido de la palabra, mientras que en otras partes
pueden haber sido simples funcionarios administrativos o ancianos meritorios
elegidos para representar a la iglesia local en sus relaciones externas (ver
JERARQUÍA DE LAS PRIMERAS ÉPOCAS DE LA IGLESIA).
Al igual que los escritos apostólicos, el "Didache", Hermas, Clemente de Roma, e
Ireneo suelen utilizar indistintamente los términos "obispo" y "sacerdote". De
hecho, saber si el presbiterado se desarrolló de manera gradual como una rama
del episcopado, lo que, por naturaleza, es más probable, y más fácil de
entender, teniendo en cuenta las necesidades de la Iglesia en expansión, o si,
por otra parte, el episcopado tuvo su origen en la elevación del presbiterado a
un rango más alto (Lightfoot), algo más difícil de admitir, ha sido un punto de
controversia. Por otra parte, ya a principios del siglo II, Ignacio de Antioquía
(Ep. ad Magnes., vi y passim) destaca con gran claridad la distinción jerárquica
entre los obispos, los sacerdotes y los diáconos monárquicos. Enfatiza esta
tríada como esencial para el establecimiento de la Iglesia: "Sin estos [tres] no
podría llamarse Iglesia" (Ad Trall., iii). No obstante, según la ley de la
continuidad histórica, esta diferenciación entre las órdenes tiene que haber
existido en forma sustancial y embrionaria durante el siglo I; y, de hecho, San
Pablo ( (I Tim., v, 17, 19) menciona a los "presbíteros" que estaban
subordinados al obispo real, Timoteo. Sin embargo, no hay ambigüedad entre los
autores latinos. Tertuliano (De bapt., xvii) se refiere al obispo como al "sumo
sacerdote" bajo cuyo mando están los "presbíteros y los diáconos"; y Cipriano (Ep.
lxi, 3) habla de los "presbyteri cum episcopo sacerdotali honore conjuncti", es
decir, los sacerdotes unidos por la dignidad sacerdotal con el obispo (ver
OBISPO).
Aproximadamente en el año 360, mucho tiempo después de terminado el desarrollo
de las órdenes, Aërius de Pontus se atrevió por primera vez a obliterar la
distinción entre las órdenes sacerdotal y episcopal y a considerarlas a un mismo
nivel en cuanto a sus facultades. Por esto fue contado entre los herejes por
Epifanio (Adv. hær., lxxv, 3). El testimonio de San Jerónimo (muerto en el año
420), a quien los escoceses presbiterianos citan a nombre de la constitución
presbiteriana de la Iglesia, presenta algunas dificultades, cuando parece
aseverar la plena igualdad entre sacerdotes y obispos. Es cierto que Jerónimo se
esforzó por elevar la dignidad del sacerdocio a costa de la dignidad del
episcopado y por atribuir la superioridad del obispo "a una costumbre
eclesiástica más que a un reglamento Divino" (En Tit., i, 5: "Episcopi noverint
se magis consuetudine quam dispositionis dominicæ veritate presbyteris esse
majores"). Deseaba una constitución más democrática en la que los sacerdotes,
hasta entonces injustamente despreciados, tuvieran participación y urgió la
corrección del abuso, diseminado a partir del siglo III, por el que los
archidiáconos, como "la mano derecha" de los obispos, controlaban toda la
administración diocesana (Ep. cxliv ad Evangel.). Queda en evidencia el hecho de
que Jerónimo no está en contra de los rangos jerárquicos (potestas ordinis) de
los obispos sino de sus facultades de gobierno (potestas jurisdictionis)—y esto
no tanto en principio, sino únicamente para insistir que los diáconos debían ser
retirados de esa posición que habían usurpado y que los sacerdotes debían asumir
ese cargo oficial al que tenían derecho por su mayor rango. El grado hasta el
que Jerónimo llegaba a ser prácticamente un seguidor de Aërius como precursor
del presbiterianismo, queda claro con su importante admisión de que únicamente
los obispo, y no los sacerdotes, tienen la facultad de administrar el sacramento
del orden (loc. cit. en P.L., XXII, 1193: "Quid enim facit--excepta ordinatione--episcopus
quod presbyter non faciat?"). Al admitir este hecho, Jerónimo establece su
ortodoxia.
C. El Carácter Sacramental del Presbiterado
El Concilio de Trento decretó (Sess. XXIII, can. iii, en Denzinger, n. 963): "Si
alguno dijere que el orden o la sagrada ordenación no es real y verdaderamente
un sacramento instituido por Cristo Nuestro Señor. . .sea anatema". Aunque el
sínodo definió únicamente la existencia del Sacramento del Orden Sagrado, sin
decidir si todos los demás órdenes, o sólo algunos, corresponden a esta
definición, se admite que la ordenación sacerdotal posee, aún con mayor certeza
que las ordenaciones episcopal y diaconal, la dignidad de un sacramento (cf.
Benedicto XIV, "De syn. dioces.", VIII, ix, 2). Los tres aspectos esenciales de
un sacramento: los signos externos, la gracia interior y el haber sido
instituida por Cristo, son todas condiciones presentes en la ordenación
sacerdotal.
En cuanto a los signos externos, ha habido una prolongada controversia entre los
teólogos, por muchos años, en cuanto a la materia y la forma, no sólo de la
ordenación sacerdotal sino del sacramento del Orden Sagrado en general. ¿Debe
considerarse como materia esencial del sacramento solamente la imposición de las
manos (Bonaventure, Morin, y la mayoría de los teólogos modernos) o la
presentación de los instrumentos (Gregorio de Valencia, los tomistas), o deben
considerarse estos dos hechos como materia del sacramento en conjunto (Bellarmine,
De Lugo, Billot etc)?. En cuanto a la ordenación sacerdotal en sí misma, que es
la que aquí nos interesa, la diferencia de conceptos se explica por el hecho de
que, además de las tres imposiciones de las manos, el rito incluye la entrega
que se hace al candidato el cáliz lleno de vino y la patena con la hostia. En
relación con esto último, Eugenio IV dice expresamente en su "Decretum pro
Armenis" (1439; en Denzinger, n. 701): "El sacerdocio se confiere mediante la
entrega del cáliz con el vino y la patena con el pan". Sin embargo, dado que en
la Biblia (Hechos, xiii, 3; xiv, 22; I Tim., iv, 14; v, 22; II Tim., i, 6), en
toda la literatura patrística y en todo el oriente sólo se encuentra la
imposición de las manos, mientras que aún en occidente la presentación de los
vasos sagrados no se remonta más allá del siglo X, hay que admitir, por fuerza,
desde el punto de vista teórico, que esta última ceremonia no es esencial, como
la solemne unción de las manos del sacerdote que, evidentemente, ha sido tomada
prestada del antiguo testamento y pasó del rito gálico al romano (cf. "Statuta
ecclesiæ antiquæ" en P.L., LVI, 879 sqq.). En defensa de la unción, el Concilio
de Trento condenó a quienes la declaraban "despreciable y perniciosa" (Sess.
XXXIII, can. v). En lo que se refiere a la forma sacramental, podría aceptarse
como probable que la oración que acompaña la segunda extensión de las manos (cheirotonia)
es la forma esencial, aunque no se descarta que las palabras pronunciadas por el
obispo durante la tercera imposición de las manos (cheirothesia): "Recibid el
Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados les serán perdonados, etc",
constituya una forma parcial. La primera imposición de las manos por el obispo
(y los sacerdotes) no puede considerarse como forma, dado que se realiza en
silencio, aunque también puede tener importancia esencial si se tiene en cuenta
que la segunda extensión de las manos es sólo la continuación moral de la
primera vez que se toca la cabeza del ordinandus (cf. Gregorio IX, "Decret.", I,
tit. xvi, cap. III). Las más antiguas fórmulas, por ejemplo el "Euchologium" de
Serapio de Thmuis (cf. Funk, "Didascalia", II, Tübingen, 1905, 189), las
"Constituciones Pseudo-Apostólicas" (Funk, loc. cit., I, 520), el recientemente
descubierto "Testamento del Señor"(ed. Rahmani, Mainz, 1899, p. 68), y los
Cánones de Hipólito (ed. Achelis, Leipzig, 1891, p. 61)—contienen sólo una
imposición de manos con una corta oración que acompaña este acto. En el siglo XI,
el rito mozárabe es bastante sencillo (cf. "Monum. liturg.", V, Paris, 1904, pp.
54 sq.), mientras que, por el contrario, el rito armenio de la Edad Media es de
una gran complejidad (cf. Conybeare-Maclean, "Rituale Armenorum", Oxford, 1905,
pp. 231 sqq.). En el rito griego bizantino, el obispo, luego de trazar tres
signos de la cruz, coloca su mano derecha sobre la cabeza del ordinandus,
mientras reza una oración y luego, mientras ora en secreto, sostiene la mano
extendida sobre el candidato e invoca sobre él los siete dones del Espíritu
Santo (cf. Goar, "Euchol. Græc.", Paris, 1647, pp. 292 sqq.). Para otras
fórmulas de ordenación ver Denzinger, "Ritus Orientalium", II (Würzburg, 1864);
Manser en Buchberger, "Kirchliches Handlexikon", s.v. Priesterweihe.
Como sacramento de vivos, el sacramento del Sagrado Orden presupone la posesión
de la gracia santificante y confiere, por lo tanto, además del derecho a las
gracias actuales de la función sacerdotal, un incremento de la gracia
santificante (cf. "Decret. pro Armenis" en Denzinger, n. 701). Sin embargo, en
todos los casos, ya sea que el candidato se encuentre o no en estado de gracia
santificante, el sacramento imprime en el alma una marca espiritual indeleble (cf.
Concilio de Trento, Sess. VII, can. ix, en Denzinger, n. 852), es decir, el
carácter sacerdotal al que van permanentemente ligadas las facultades de
consagrar y absolver, aunque esta última bajo reserva de que, para la
administración válida del sacramento de la Penitencia, se requiere también la
jurisdicción (ver CARÁCTER). Dado que el carácter sacerdotal, al igual que el
que confieren los Sacramentos del Bautismo y la Confirmación, es indeleble, el
Sacramento del Orden no puede repetirse nunca y es totalmente imposible volver
al estado laical (cf. Concilio de Trento, Sess. XXIII, can. iv, en Denzinger, n.
964). Que el Orden Sacerdotal fue instituido por Cristo queda comprobado no sólo
por la institución Divina del sacerdocio (ver la sección A de este artículo),
sino también por el testimonio de las Sagradas Escrituras y de la Tradición que
declaran, de manera unánime que los Apóstoles transmitieron sus facultades a sus
sucesores, quienes, a su vez, las transmitieron a la siguiente generación (cf. I
Tim., v, 22). Puesto que los dones carismáticos de los "apóstoles y profetas"
mencionados en la "Didache" no tenían nada que ver con el sacerdocio como tal,
estos misioneros itinerantes necesitaban aún la imposición de las manos a fin de
quedar facultados para desempeñar las funciones específicas del sacerdocio (ver
CARISMAS) .
Para la recepción válida del Sacramento del Orden, es necesario que el ministro
sea un obispo y que quien lo recibe sea bautizado y del sexo masculino. El
primer requisito se basa en la prerrogativa episcopal de la ordenación y el
segundo en la convicción de que el Bautismo abre la puerta para la recepción de
todos los demás sacramentos y de que a las mujeres les está definitivamente
vedado el servicio del altar (cf. Epiphanius, "De hær.", lxxix, 2). San Pablo es
defensor acérrimo del sacerdocio exclusivamente masculino (cf. I Cor., xiv, 34).
En lo que se refiere a este aspecto, hay una diferencia esencial entre la
cristiandad y el paganismo ya que este último reconoce tanto a las sacerdotisas
como a los sacerdotes; por ejemplo, las hieródulas de la Antigua Grecia y las
vírgenes vestales de Roma, las bayaderas de la India, las wu de China y las
mujeres bonzo de Japón. La Iglesia primitiva condenaba como un absurdo el
sacerdocio femenino de los montanistas y los coliridianos y no consideró nunca
la institución apostólica de las diaconesas como una rama del Orden Sagrado.
Para la recepción lícita de la ordenación sacerdotal, el derecho canónico exige:
estar libre de cualquier irregularidad, tener veinticuatro años cumplidos, la
recepción de los órdenes anteriores (incluyendo el diaconado), la observación de
los intersticios regulares y la posesión de un título al momento de la
ordenación.
Además de los requisitos para la recepción válida y legal del sacerdocio, surge
un interrogante en cuanto a los méritos del candidato. Según el derecho canónico
antiguo, este aspecto se dirimía mediante tres balotas (scrutinia); ahora se
decide por examen y certificación oficiales. Uno de los medios más importantes
de obtener candidatos meritorios al sacerdocio es una cuidadosa inquisición
relacionada con las vocaciones. Los intrusos en el santuario siempre han sido
motivo de grandes males para la Iglesia y de escándalo para el pueblo. Por esta
razón el Papa Pío X, con mucho mayor rigor que el de las reglamentaciones
eclesiásticas previas, insiste en la exclusión de todos los candidatos que no
muestren la mayor promesa de una vida conspicua en cuanto a firmeza de fe y
rectitud moral. En este aspecto, habrá que enfatizar al máximo la importancia y
la necesidad de colegios y seminarios eclesiásticos para la capacitación del
clero.
D. Las Facultades Oficiales del Sacerdote
Como ya se ha dicho, las facultades oficiales del sacerdote están estrechamente
relacionadas con el carácter sacramental, impreso indeleblemente en su alma.
Junto con este carácter se confiere no sólo la facultad de celebrar al
Sacrificio de la Misa y la facultad (virtual) de perdonar los pecados, sino
también la autoridad para administrar la unción de los enfermos y, como ministro
regular, el solemne bautismo. Sólo por virtud de una facultad extraordinaria,
recibida del Papa, puede un sacerdote administrar el Sacramento de la
Confirmación. Si bien el conferir los tres órdenes sacramentales del episcopado,
el presbiterado y el diaconado corresponden exclusivamente al obispo, el Papa
puede delegar a un sacerdote la administración de los cuatro órdenes menores, e
inclusive del subdiaconado. Sin embargo, según el derecho canónico actual, el
permiso papal conferido a los abades de los monasterios está limitado a conferir
la tonsura y los cuatro órdenes menores a sus monjes (cf. Concilio de Trento,
Sess. XXIII de Ref., cap. x). En cuanto al privilegio de conferir el diaconado,
que según dicen fue otorgado por Inocencio VIII en 1489 a los abades
cistercienses, ver Gasparri, "De sacr. ordin.", II (Paris, 1893), n. 798, y
Pohle, "Dogmatik", III (4th ed., Paderborn, 1910), pp. 587 sqq. Pertenece
también a las funciones sacerdotales la facultad de administrar las bendiciones
eclesiásticas y sacramentales, en general, en la medida en que no estén
reservadas al papa o a los obispos. Al predicar la Palabra de Dios, el sacerdote
participa en la función docente de la Iglesia, aunque siempre como subordinado
del obispo y únicamente dentro del ámbito del deber que le haya sido asignado
por éste como pastor, cura, etc. Por último, el sacerdote puede participar en la
tarea pastoral, en la medida en que el obispo se la encomiende, con una función
eclesiástica definida que abarca una jurisdicción más o menos extensa,
indispensable sobre todo, para la absolución válida de los pecados de los
penitentes. Algunos privilegios honorarios externos como por ejemplo, aquellos
conferidos a los sacerdotes cardenales, prelados, conciliares eclesiásticos,
etc., no incrementan la dignidad intrínseca del sacerdocio.
IV. LA CONTRIBUCIÓN DEL SACERDOCIO CATÓLICO A LA CIVILIZACIÓN
Pasando a otro plano, más allá de las bendiciones supernaturales de las que se
beneficia la humanidad, como resultado de las oraciones del sacerdocio, de la
celebración del Santo Sacrificio y de la administración de los sacramentos, nos
limitaremos aquí a la civilización secular que, a través del sacerdocio
católico, se ha difundido a todas las naciones y ha hecho florecer plenamente la
religión, la moralidad, la ciencia, el arte y la industria. Si la religión, en
términos generales, es la madre de todas las culturas, hay que reconocer que el
cristianismo es la fuente, la medida y el semillero de toda verdadera
civilización. La Iglesia, la más antigua y más exitosa maestra de la humanidad,
ha desempeñado en cada siglo un servicio pionero en todos los sectores de la
cultura. A través de sus entidades, los sacerdotes y en especial, los miembros
de las órdenes religiosas, han guiado a los fieles hacia la luz de la moralidad
y la educación cristianas ¿qué hubiera sido de los países de las costas
mediterráneas durante la época de la migración de las naciones (a partir del año
375), si los papas, los obispos y el clero no hubieran apaciguado a las hordas
germánicas convirtiéndolas del arrianismo al catolicismo y sacándolas del orden
hacia el que había evolucionado el barbarismo? Lo que Irlanda le debe a San
Patricio, se lo debe Inglaterra a San Agustín, quien, enviado por el Papa
Gregorio Magno, trajo no sólo el Evangelio, sino un nivel más alto de moralidad
y cultura. Mientras brillaba así, intensamente, la luz de la cristiandad en toda
su plenitud en Irlanda y Gran Bretaña, parte de Alemania estaba todavía sumida
en la oscuridad del paganismo. Bandas de misioneros de la Isla de los Santos
trajeron entonces al continente el mensaje de la salvación y establecieron
nuevos centros de cultura. El gran trabajo de Carlomagno de unificar todas las
tribus germanas en un imperio fue sólo el fruto gloriosos de la semilla plantada
por San Bonifacio de Certon (muerto en el año 755) en tierra alemana y regada
con sangre de mártires. La Iglesia de la Edad Media, ahora en el poder, continuó
propagando el Evangelio en tierras paganas a través de sus sacerdotes. Fueron
los misioneros quienes trajeron a Europa las primeras noticias de la existencia
de China. En el año 1246, tres franciscanos, comisionados por el Papa,
asistieron a una audiencia ante el emperador de los mongoles; en el año1306, se
construyó la primera Iglesia cristiana en Pekín. Desde el Volga hasta el
Desierto de Gobi, los franciscanos y dominicos cubrieron el territorio con sus
centros de misiones. En el siglo XVI, el celo de las órdenes más antiguas se vio
igualado por el de los jesuitas, a uno de cuyos miembros, San Francisco Javier,
debe asignársele un lugar de honor; sus logros en las Reducciones de Paraguay
son tan innegables como los enormes servicios prestados en los Estados Unidos.
En lo que respecta a las colonias francesas en América, el historiador
estadounidense Bancroft señala que no se fundó ninguna cuidad importante, ni se
exploró ningún río, ni se circunnavegó ningún cabo sin un jesuita como guía. Aún
si las declaraciones sesgadas de Bucle fueran ciertas, en relación con el hecho
de que la cultura no es el resultado de la religión sino viceversa, podríamos
señalar el trabajo de los misioneros católicos que se esfuerzan por hacer que
los salvajes de tierras paganas alcancen un nivel más alto de moralidad y
civilización y trasformarlos así en cristianos decentes.
A la saga de la religión viene su compañera inseparable, la moralidad; la
combinación de estas dos formas es requisito previo indispensable para la
continuidad y vitalidad de toda la civilización de más alto nivel. La decadencia
de la cultura ha sido siempre preconizada por un reino de incredulidad e
inmoralidad; la Caída del Imperio Romano y la Revolución Francesa son ejemplos
fehacientes. Lo que logró la Iglesia en el curso de los siglos para elevar la
norma de moralidad en el sentido más amplio de la palabra, mediante la
inculcación del Decálogo, el pilar de la sociedad humana, con la promulgación
del mandamiento del amor a Dios y al prójimo, con la predicación de la pureza en
la vida célibe, marital y familiar, en su batalla contra la superstición y las
costumbres malignas, a través de la práctica de los tres consejos de pobreza,
obediencia y pureza perfecta voluntarias, al presentar la "imitación de Cristo"
como el ideal de la perfección cristiana, se puede comprobar sin lugar a dudas
en los registros de los últimos veinte siglos. La historia de la Iglesia es a la
vez la historia de su actividad caritativa ejercida a través del sacerdocio. Es
cierto que ha habido oleadas de degeneración e inmoralidad que han llegado, en
ocasiones, hasta la cátedra papal y han resultado en una corrupción generalizada
de los pueblos y en la apostasía de la Iglesia. La heroica lucha de Gregorio VII
(muerto en 1085) contra la simonía y la incontinencia del clero es muestra
palpable de como restauró la sal de la tierra que se había tornado sosa y le
devolvió su antigua fuerza y su antiguo sabor.
Las clases más desgraciadas y oprimidas de la humanidad son los esclavos, los
pobres y los enfermos. Nada contrasta tanto con las ideas de la personalidad
humana y la libertad cristiana como la esclavitud de las tierras paganas. En un
comienzo, los esfuerzos de la Iglesia se orientaron a librar a la esclavitud de
su característica más repulsiva enfatizando la igualdad y la libertad de todos
los hijos de Dios (cf. I Cor., vii, 21 sqq.; Filem., 16 sqq.), luego se
encaminaron a mejorar, en la medida de lo posible, la situación de los esclavos
y, por último, se centraron en lograr la abolición de este yugo infame. La
lentitud del movimiento orientado a abolir la esclavitud, cuyo triunfo final
sobre los traficantes de esclavos africanos se logró gracias a una cruzada del
cardenal Lavigerie (muerto en 1892), se debió la necesidad de tener en cuenta
los derechos económicos de los amos y el bienestar personal de los esclavos
mismos, puesto que la proclamación abierta de "Los Derechos del Hombre" habría
dejado en las calles a millones de esclavos indefensos y sin medios de
supervivencia. La emancipación implicaba la obligación de ocuparse de las
necesidades corporales de los libertos y, siempre que se llevó a cabo el
experimento, fue el clero el que se hizo cargo de esta obligación.
Congregaciones especiales como las de los trinitarios y los mercedarios, se
dedicaron exclusivamente a la liberación y rescate de los prisioneros y esclavos
en tierras paganas, sobre todo en territorio mahometano. Fue la compasión
cristiana por los indios débiles y decadentes lo que sugirió al monje español De
las Casas la desafortunada idea de importar los fornidos negros de África para
que trabajaran en las minas americanas. El noble monje nunca sospechó que su
idea pudiera dar lugar al escandaloso tráfico de esclavos negros, como lo
atestigua la historia de los tres siglos siguientes (ver ESCLAVITUD).
En lo que se refiere a remediar las necesidades de los pobres y enfermos, un
solo sacerdote, San Vicente de Paul (muerto en 1660), logró más en todos los
aspectos de esta labor que muchas ciudades y estados en conjunto. No cabe
analizar aquí los servicios del clero en general, en lo que se refiere al
ejercicio de la caridad (ver CARIDAD Y CARIDADES). Sin embargo, se puede anotar
que la famosa Escuela de Salerno, la primera y más famosa, y por muchos siglos
la única, facultad de medicina de Europa, fue fundada por los benedictinos
quienes trabajaban en parte como médicos y en parte en la formación de médicos
debidamente capacitados para ejercer en todo el continente europeo. Entre los
más recientes pioneros en el campo de la caridad y el trabajo social cabe
mencionar al "apóstol de la templanza", el padre irlandés Theobald Matthew y al
sacerdote alemán Kolping, conocido como el "Padre de los viajeros" (Gesellenvater),.
Estrechamente relacionada con lo moralmente bueno está la idea de lo verdadero y
lo bello, el objeto de la ciencia y del arte. El clero católico ha demostrado
ser, en todo momento, patrono de la ciencia y de las artes, en parte por sus
propios logros en estos campos y en parte por el aliento y apoyo del trabajo de
terceros. El que la teología como ciencia encontrara su sitio entre el clero era
algo de esperarse; sin embargo, durante la Edad Media todo el ámbito de la
educación estuvo controlado de forma tan exclusiva por el sacerdocio, que la
diferenciación eclesiástica entre clericus (clérigo) y laicus (lego) se
convirtió en la diferenciación social entre las personas educadas y las
ignorantes. De no haber sido por los monjes y los clérigos, se hubiera perdido
la literatura clásica antigua. Un filósofo e historiador medieval sostiene: "Es
extraño que, después de la caída de la erudición romana, los anales de un pueblo
tan inculto como eran los ingleses, se hayan trasmitido a la posteridad al igual
que los de otras naciones europeas, de forma tan completa y con tan poca mezcla
de falsedad y fábula. Esta ventaja se debe en su totalidad al clero de la
Iglesia de Roma que, basado en su autoridad y en su conocimiento superior,
preservó la preciosa literatura de la antigüedad de la extinción total" (Hume,
"Hist. de Inglaterra", cap. xxiii, Ricardo III). Entre los historiadores
ingleses, Gildas el Sabio, el Venerable Beda, y Lingard conforman un ilustre
triunvirato. La idea del progreso científico, utilizada inicialmente por Vincent
of Lerins en relación con la teología y transferida luego a las otras ciencias,
es de origen puramente católico. El lema moderno de "La educación para todos",
fue pronunciado por primera vez por Inocencio III. Antes de la fundación de las
primeras universidades, que también deben su existencia a los papas, funcionaban
ya famosas escuelas catedralicias y otras instituciones científicas que se
ocupaban de propagar el conocimiento secular. El padre de la educación pública
en Alemania es Rhabanus Maurus. Entre los antiguos centros de civilización cabe
mencionar, entre los de primer rango, los de Canterbury, la isla de Iona,
Malmesbury y York en Gran Bretaña; los de Paris, Orléans, Corbie, Cluny,
Chartres, Toul, y Bec en Francia; los de Fulda, Reichenau, St. Gall, y Corvey en
Alemania. El que, durante la Edad Media, el clero estuviera encargado del
funcionamiento de estas universidades es por demás sorprendente: en 1340, la
Universidad de Oxford tenía no menos de 30.000 estudiantes y, en 1538, cuando,
según Lutero, las universidades alemanas estaban casi desiertas, unos 20.000
estudiantes se fueron a Paris.
También, en los lugares donde había escuelas primarias, éstas eran dirigidas por
sacerdotes. Carlomagno ya había expedido el capitulario "Presbyteri per villas
et vicos scholas habeant et cum summa charitate parvulos doceant", esto es, "Los
sacerdotes tendrán escuelas en pueblos y aldeas y enseñarán a los niños con suma
dedicación". El arte de la impresión fue recibido por toda la Iglesia, desde el
menor de los clérigos hasta el papa como "arte sacro". Casi toda la producción
de libros durante el siglo XV se orientó a satisfacer el gusto del clero por la
lectura, lo que impulsó el desarrollo del comercio del libro. La queja de Erasmo
era: "Los vendedores de libros sostienen que antes de la Reforma podían vender
3000 volúmenes en menos tiempo del que ahora les toma vender 600" (ver Döllinger,
"Die Reformation, ihre innere Entwickelung u. ihre Wirkungen", I, Ratisbon,
1851, p. 348. El Humanismo Temprano, fomentado ampliamente por los papas Nicolás
V y León X, contaba entre sus entusiastas seguidores con muchos clérigos
católicos como Petrarca y Erasmo; la Escuela Humanista Tardía, muy influida por
el paganismo, no encontró respaldo entre el clero católico sino, en gran medida,
una fuerte y generalizada oposición. Los más prominentes escritores españoles
del siglo XVII fueron sacerdotes: Cervantes, Lope de Vega, Calderon, etc. En
Oxford en es siglo XIII, los franciscanos adquirieron fama por su destreza en
las ciencias naturales y el arzobispo Grosseteste gozó de gran influencia. Fray
Roger Bacon (muerto en 1249), fue famoso por sus conocimientos científicos, al
igual que Gerbert of Rheims y, después de él, el Papa Silvestre II, Alberto
Magno, Raymond Lully, y Vincent of Beauvais. Copernico, canónigo de Thorn, es el
fundador de la astronomía moderna, campo en el cual, aún hoy, en especial los
jesuitas (p.ej. Scheiner, Clavius, Secchi, Perry), han hecho importantes
contribuciones. A Fray Mauro de Venecia (muerto en 1459) le debemos la primera
carta (o mapa) geográfica. El jesuita español Hervas y Panduro (muerto en 1809),
es el padre de la filología comparativa; el carmelita Paolino di san Bartolomeo,
fue el autor de la primera gramática sánscrita (Roma, 1790). Las bases de la
crítica histórica provienen de las obras y los estudios del Cardenal Baronius
(muerto en 1607), los monjes de San Maur, y los bolandistas. Un estudio de la
historia del arte revelaría un número proporcionalmente mayor de apóstoles de
las bellas artes entre el clero católico de todos los siglos. Desde las pinturas
de las catacumbas hasta los frescos de Fray Angélico y de ahí a la escuela de
Beuron, encontramos múltiples sacerdotes no tanto artistas, propiamente dichos,
sino mecenas de las artes. El clero ha contribuido en gran medida a justificar
lo que el célebre escultor Canova le escribiera a Napoleón I: "El arte tiene una
deuda infinitamente con la religión, pero con ninguna tanto como con la religión
católica".
El fundamento de la cultura superior es la cultura material o económica que, a
pesar de la técnica y la maquinaria modernas, radica en último término en el
trabajo humano. Sin la energía del trabajador, que consiste en la fuerza y la
voluntad de realizar el trabajo, ninguna cultura puede prosperar. No obstante,
el sacerdocio católico, más que cualquier otro estamento, ha alabado de palabra
y comprobado con obras el valor y la bondad del trabajo que requieren las
labores como la agricultura, la minería y la artesanía. La maldición y el
desdeño que el paganismo vertió sobre el trabajo manual fueron eliminados por el
cristianismo. Inclusive Aristóteles (Polit., III, iii) llegó a anatematizar el
trabajo manual como "filisteo" y las ocupaciones más humildes como "indignas de
un hombre libre". ¿A quiénes, si no a los monjes católicos, se les debe,
principalmente en Europa, la tala de los bosques primitivos, los planes de
drenaje e irrigación, el cultivo de nuevas frutas y cosechas, la construcción de
caminos y puentes? En Europa oriental, los basilianos, en Europa occidental, los
benedictinos y más tarde los cistercienses y los trapistas, trabajaron en el
cultivo de la tierra y erradicaron las fiebres de múltiples distritos
tornándolos habitables. La minería y la fundición deben igualmente su desarrollo
y, hasta cierto punto su origen, al agudo sentido económico de los monasterios.
Para dar una base científica a toda la vida económica de las naciones, los
primeros obispos y sacerdotes católicos establecieron las bases de la ciencia de
la economía nacional: entre ellos, Duns Scotus (muerto en 1308), Nicholas Oresme,
obispo de Lisieux (muerto en 1382), San Antonio de Florencia (muerto en 1459), y
Gabriel Biel (muerto en 1495). La Iglesia y el clero se han esforzado, por lo
tanto, en desarrollar, en todas las esferas y en todos los siglos, el programa
que León XIII declarara como el ideal de la Iglesia Católica, en su famosa
encíclica "Immortale Dei" del 1º de noviembre de 1885: "Imo inertiæ desidiæque
inimica [Ecclesia] magnopere vult, ut hominum ingenia uberes ferant
exercitatione et cultura fructus". Su "alejamiento del mundo", que con tanta
frecuencia se les reprocha, o su "hostilidad hacia la civilización" a la que con
tanta frecuencia los ignorantes ha hecho eco, nunca han impedido a la Iglesia ni
a su clero cumplir su llamado como entidad civilizadora de primer orden, y
refutar así todas las calumnias con la lógica de los hechos.
SACERDOCIO PAGANO: Sólo cabe citar aquí algunas obras fundamentales de esta
vasta literatura:
Obras Generales: MöLLER, Physical Religion (Londres, 1891); IDEM,
Anthropological Relig. (Londres, 1892); IDEM, The Books of the East (Oxford,
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Relacionadas con el sacerdocio indio: ASMUS, Die indogerman. Religion in den
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Hinduism (Londres, 1891); OLDENBURG, Die Religion des Veda (Leipzig, 1894);
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Opfer u. Zauber (Leipzig, 1897); DAHLMANN, Der Idealismus der. ind.
Religionsphilos. im Zeitalter der Opfermystik (Freiburg, 1901); DILGER, Die
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Sobre los semitas: LENORMANT, La magie chez les Chaldéens (Paris, 1871);
LAGRANGE, Sur les religions sémitiques (Paris, 1903); SCHRADER, Die
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also in MIGNE, Cursus theol., XXIV; MORIN, Comment. de sacris Ecclesiæ ordinat.
(Paris, 1655; Antwerp, 1695); OBERNDORFER, De sacr. ord. (Freising, 1759); among
later works consult: KOPPLER, Priester u. Opfergabe (Mainz, 1886); GASPARRI,
Tractatus canonicus de sacr. ordinat. (Paris, 1893); SCHANZ, Die Lehre von den
Sakramenten d. kathol. Kirche (Freiburg, 1893); GIHR, Die Lehre von den hll.
Sakramenten der kathol. Kirche, II (Freiburg, 1903); KLUGE, Die Idee des
Priestertums in Israel-Juda u. im Urchristentum (1906); POURRAT, La théologie
sacramentaire (Paris, 1907); SALTET, Les réordinations (Paris, 1907). The
following are written rather from the ascetical standpoint: OLIER, Traité des
saints ordres (7o ed., Paris, 1868); MANNING, The Eternal Priesthood (Londres,
1883); MERCIER, Retraite pastorale (7th ed., Brussels, 1911).
Sobre las supuestas influencias paganas en el Sacrificio y el Sacerdocio
Católicos: DOLLINGER, Heidentum u. Judentum (Ratisbon, 1857); HATCH, The
Influence of Greek Ideas and Usages upon the Christian Church, ed. by FAIRBAIRN
(lONDON, 1890); ANRICH, Das antike Mysterienwesen in seinem Einfluss auf das
Christentum (Göttingen, 1894); WOBBERMIN, Religionsgeschichtl. Studien zur Frage
der Beeinflussung des Christentums durch das antike Mysterienwesen (Berlin,
1896); CUMONT, Textes et mon. relatifs aux mystères de Mithra (Bruselas,
1896-9); ROBERTSON, Christianity and Mythology (Londres, 1900); CHAPUIS,
L'influence de l'essénisme sur les orinines chrét. in Rev. de théol. et philos.
(1903), pp. 193 sqq.; CUMONT, The Mysteries of Mithra, tr. McCORMACK (Londres,
1903); GRILL, Die persische Mysterienreligion u. das Christentum (Leipzig,
1903); DIETERICH, Eine Mithrasliturgie (Leipzig, 1903); BLOTZER, Die heidnischen
Mysterien u. die Hellenisierung des Christentums in Stimmen aus Maria-Laach
(1906), pp. 376 sqq., 500 sqq.; (1907), pp. 37 sqq., 182 sqq.; FEINE, Ueber
Babylonische Einflüsse im Neuen Testament in Neue kirchl. Zeitschr. (1906), pp.
696 sqq.; JENSEN, Das Gilgamesch-Epos in der Weltliteratur, I (Strasburg, 1906);
WENDLAND, Die hellenisch-römische Kultur in ihren Beziehungen zu Judentum u.
Christentum (Tübingen, 1907); SOLTAU, Das Fortleben des Heidentums in der
altchristl. Kirche (Berlin, 1906); DE JONG, Das antike Mysterienwesen (Leiden,
1909); CLEMEN, Religionsgeschichtl. Erklärung des Neuen Testaments (Giessen,
1909).
Sobre las relaciones entre los obispos y los sacerdotes en la Iglesia primitiva,
consultar: KURZ, Der Episkopat der höchste vom Presbyterat verschiedene Ordo
(Viena, 1877); HATCH, The Organization of the Early Christian Churches (2a ed.,
Londres, 1882); SMITH AND CHEETHAM, Dict. of Christ. Antiq., s.v. Priest;
SCHULTE-PLASSMAN, Der Episkopat ein vom Presbyterat verschiedener, selbständiger
und sakramentaler Ordo (Paderborn, 1883); LONING, Die Gemeindeverfassung des
Urchristentums (Halle, 1889), cf. Hist. Jahrb. der Görresgesellschaft, XII
(1900), 221 sqq.; SOBKOWSKI, Episkopat und Presbyterat in den ersten christl.
Jahrhund. (Würzburg, 1893); GOBET, L'origine divine de l'episcopat (Fribourg,
1898); DUNIN-BORKOWSKI, Die neueren Forschungen über die Anfänge des Episkopats
(Freiburg, 1900); MICHIELS, L'origine de l'épiscopat (Louvain, 1900);
WEIZSéCKER, Das apostolische Zeitalter der christl. Kirche (3a ed., Leipzig,
1902); BRUDERS, Die Verfassung der Kirche von den ersten Jahrzehnten der
apostolischen Wirksamkeit bis zum Jahre 175 nach Chr. (Mainz, 1904); KNOPF, Das
nachapostolische Zeitalter (Leipzig, 1905); BATIFFOL, L'église naissante et le
Catholicisme (2a ed., Paris, 1908); HARNACK, Entstehung und Entwickelung der
Kirchenverfassung und des Kirchenrechts (Leipzig, 1910). Para el tratamiento
especial de los conceptos de San Jerónimo, consultar: BLONDEL, Apologia pro
sententia Hieronymi de episcopis et presbyteris (Amsterdam, 1646); KOENIG, Der
katholische Priester vor 1500 Jahren: Priester und Priestertum nach Hieronymus
(Breslau, 1890); SANDERS, Etudes sur S. Jérome (Paris, 1903), 296, sqq.;
TIXERONT, Hist. des dogmes, II (Paris, 1909). On clerical training see
bibliography under SEMINARY.
SOBRE LOS BENEFICIOS DEL SACERDOCIO CATÓLICO: Para la literatura de las
distintas ramas de la actividad eclesiástica y clerical en el desarrollo de la
civilización deben consultarse las voces especiales, por ejemplo, MISIONES,
COLEGIOS, UNIVERSIDADES, etc. Aquí sólo se mencionan unas pocas obras. De
carácter general: BALMES, Der Protestantismus verglichen mit dem Katholizismus
in seinen Beziehungen zur europäischen Civilisation (Ratisbon, 1844); GUIZOT,
Hist. de la civilisation en Europe (Paris, 1840); LACHAUD, La civilisation ou
les bienfaits de l'eglise (Paris, 1890); LILLY, Christianity and Modern
Civilization (Londres, 1903); Christ and Civilization, a Survey of the Influence
of the Christian Religion upon the Course of Civilization (Londres, 1910);
DEVAS, Key to the World's Progress (2a ed., Londres, 1908); HETTINGER, Apologie
des Christentums, V (9a ed., Freiburg, 1908); EHRHARD, Kathol. Christentum u.
moderne Kultur (2a ed., Mainz, 1906), (cf.); SADOC SZALO, Ehrhards Schrift etc.,
ein Beitrag zur Klärung der religiösen Frage der Gegenwart (Graz, 1909);
CATHREIN, Die kathol. Weltanschauung in ihren Grundlinien mit besonderer
Berücksichtigung der Moral (2a ed., Freiburg, 1910).
Special works are: SCHELL, Der Katholizismus als Prinzip des Fortschritts (7a
ed., Würzburg, 1909); PESCH, Die soziale Befähigung der Kirche (2a ed., Berlin,
1897); DE CHAMPAGNY, La charité chrétienne dans les premiers siècles (Paris,
1856); COCHIN, L'abolition de l'esclavage (Paris, 1862); MARGRAF, Christentum u.
Sklaverei (1865); RATZINGER, Gesch. der kirchl. Armenpflege (Freiburg, 1868);
SCHAUB, Die Kathol. Charitas u. ihre Gegner (Freiburg, 1909); MONTALEMBERT, The
Monks of the West (tr. Boston, 1872); WHEWELL, Hist. of the Inductive Sciences
(Londres, 1847); WISEMAN, Science and Religion (Londres, 1853); MAITRE, Les
écoles de l'Occident (Paris, 1858); WEDEWER, Das Christentum u. die
Sprachwissenschaft (1867); ROSCHER, Principles of Pol. Economy (tr. New York,
1878); SECRETAN, Civilisation et croyance (Lausanne, 1882); DAHLMANN, Die
Sprachkunde u. die Missionen (Freiburg, 1891); LILLY, Christianity and Modern
Civilisation (Londres, 1903); PAULSEN, Gesch. des gelehrten Unterrichts (2
vols., Berlin, 1896); KNELLER, Christianity and the Leaders of Modern Science
(tr. St. Louis, 1911); MöLLER, Nik. Kopernikus. Der Altmeister der neueren
Astronomie (Freiburg, 1898); POHLE, P. Angelo Secchi, ein Lebens-u. Kulturbild
(2nd ed., Cologne, 1904); WILLMANN, Gesch. des Idealismus (3 vols., Brunswick,
1908); ILGNER, Die volkswirtschaftl. Anschauungen des hl. Antonin von Florenz
(Breslau, 1904).
J. POHLE
Trascrito por Robert B. Olson
Ofrecido a Dios Omnipotente por el padre Jeffrey A. Ingham y todos los padres de
Nuestra Santa Iglesia Católica de Nuestro Santo Señor
Traducido por Rosario Camacho-Koppel
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