Retiros
EnciCato
La serie de días pasados de manera solitaria y consagrados a prácticas de
ascetismo, particularmente oración y penitencia, y que llamamos retiro, es tan
antiguo como la Cristiandad. Sin referirnos a las costumbres de los Profetas del
Antiguo Testamento, los cuarenta días que Jesucristo pasó en el desierto después
de su bautismo es un ejemplo que ha encontrado a muchos imitadores en todas las
épocas de la Iglesia. De esta imitación surgieron la vida ermitaña y la
institución de los cenobitas. Los religiosos que buscaban la soledad de los
desiertos o los monasterios, o en general aquellos que deseaban llevar una vida
contemplativa se alejaban del mundo, con el fin de acercarse más a Dios y
aplicarse en llevar a cabo ejercicios de perfección Cristiana. La “Forma clero”
de Tronson, t. IV, ofrece numerosos textos de los Padres y escritores
eclesiásticos, que recomiendan un retiro por al menos algunos días. De acuerdo a
San Francisco de Sales (Tratado sobre el Amor de Dios, XII, cap. vii), la
práctica del retiro fue especialmente restaurada por San Ignacio de Loyola.
Podemos decir sin duda que en sus “Ejercicios Espirituales” San Ignacio ha
combinado los métodos de reformar la vida de uno y buscar la voluntad de Dios en
la soledad. La Sociedad de Jesús fue la primera orden religiosa activa en la
cual la práctica del retiro llegó a ser obligatoria por regla. San Francisco de
Asís y sus primeros compañeros ocasionalmente se retiraban a ermitas donde se
dedicaban a orar y a mortificarse. San Ignacio prescribió a sus religiosos los
ejercicios de treinta días como una experiencia indispensable antes de realizar
sus votos. Más tarde se introdujo la costumbre de repetir este retiro de treinta
días durante uno de los meses de la tercera prueba, y el uso de renovarlo en
forma abreviada cada año durante ocho años fue establecido poco a poco. Esta
costumbre obtuvo la fuerza de ley por decreto de la Sexta Congregación General,
llevada a cabo en 1608, además de ser imitada en otras órdenes religiosas, y
alentada por una Bula del Papa Pablo V, en 1606.
La Sociedad de Jesús no reservó estos ejercicios para su uso exclusivo, sino que
las daba a las comunidades y a los individuos. El santo Meter Faber en su
“Memoriale” afirma haberlas dado a los Grandes de España, Italia y Alemania, y
haberlas usado para restaurar a cientos de conventos a su fervor inicial. Una
carta de San Ignacio (3 de febrero de 1554) recomienda dar los ejercicios
públicamente en las iglesias. Además, las casas de la Sociedad con frecuencia
contenían habitaciones para sacerdotes o laicos deseosos de llevar a cabo los
ejercicios en privado. Ignacio, habiendo establecido esta costumbre durante su
vida, uno de sus sucesores, Aquaviva, en 1599 exhortó a los provinciales a
mantenerla. Al estudiar la extensión de esta práctica no debemos dejar de
reconocer la influencia de San Carlos Borromeo. El cardenal y los Jesuitas
colaboraron con el fin de promover este tipo de apostolado. Como ferviente
admirador y discípulo de los “Ejercicios Espirituales”, San Carlos las introdujo
como práctica regular entre los clérigos seglares por medio de retiros para
seminaristas y candidatos a ordenarse. Construyó en Milán un asceterium, o casa
destinada únicamente para recibir a aquellos haciendo retiro, cuya dirección
confió a los Oblatos. El celo de San Carlos tuvo efecto al alentar a los hijos
de San Ignacio a que adoptaran definitivamente el retiro anual y a organizar
externamente retiros colectivos de sacerdotes y laicos.
Otros dos santos continuaron la práctica. San Francisco de Sales, cuya
veneración por el Arzobispo de Milán y sus obras es bien conocida, hizo los
retiros, los alabó y hizo que la Orden de la Visitación, del cual era el
fundador (Const. XLVI) se familiarizara con ellos. Después fue San Vicente de
Paul, elegido por San Francisco de Sales, para que fuera el padre espiritual de
la Visitación en París. Él era el organizador de los retiros eclesiásticos en
Francia, cuyos planes ya habían sido propuestos en 1625, en la asamblea de
clérigos, por un cura de Normandía, Charles Dodefroy, en una pequeña obra
llamada “Le collège des saints exercises”. San Vicente de Paul estableció
retiros para los candidatos a ordenarse primero en Beauvais (1628), después en
París (1631). Se llevaban a cabo seis veces al año cuando él dirigió el Collage
des Bons-Enfants. Pronto otros clérigos además de los de la Diócesis de París
fueron admitidos; y cuando Saint-Lazare fue adquirida (1634), esta casa recibía
indiscriminadamente a clérigos, la nobleza y al pueblo para retiros. En tiempos
de San Vicente alrededor de 20,000 personas hicieron retiros ahí. Pierre de
Bérulle, fundador de la congregación del Oratorio, y Jean-Jacques Olier,
fundador del Seminario del Santo Suplicio, secundaron este movimiento de reforma
y santificación. Desde mediados del siglo diecisiete, los estatutos sinodales
prescribieron que los clérigos debían hacer un retiro de vez en cuando. En
ocasiones era obligatorio para aquellos que obtenían beneficios de la curación
de almas. En una palabra, el retiro fue desde entonces una costumbre establecida
de los piadosos eclesiásticos. En 1663 M. de Kerlivio, quien conocía los
excelentes resultados obtenidos en Saint-Lazare, fundó una casa de retiro para
varones en Vannes en Bretaña, con la cooperación de P. Huby, S.J. Esta
institución tiene una importancia especial en la historia de los retiros, debido
a que los reglamentos de Vannes en general eran la guía para los directores de
las otras casas que establecían los jesuitas. Éstas estaban en Quimper, Rennes,
Nantes, Rouen, París, Dijon, Nancy y pronto en la mayoría de las grandes
ciudades de Francia. Con frecuencia, junto a la casa de retiro para varones, se
construía uno para mujeres; al igual que en Vannes, gracias a la Venerable
Catherine de Franceville, en Rennes, en Quimper, en París, Nantes, etc. Con
miras a organizar y facilitar los retiros para mujeres, se formaron,
particularmente en Bretaña, congregaciones de Damas del Retiro que aún existen.
Francia no era el único país en tener casas de ejercicios. Se establecieron en
Munich y Praga (Alemania, hoy República Checa); en Barcelona y Gerona (España);
en Roma, Perugia, Ancona y Milán (Italia); en Palermo, Alcamo, Mazzara, Termini,
Messina, etc. (Sicilia); en Vilna (Polonia); en la Cd. de México y Puebla
(México). La enumeración en necesariamente incompleta; debe incluir también
países misioneros, Canadá, Chile, China, etc. Tampoco fueron los jesuitas los
únicos en ocuparse en los retiros: los Franciscanos, Benedictinos, Lazaristas,
Eudistas, Oratorianos, Pasionistas, Redencionistas y otros los llevaban a cabo
de manera devota. Pero la supresión de la Sociedad fue un golpe mortal de los
trabajos en muchos países. En Bretaña, tierra clásica de retiros, varios
religiosos y principalmente sacerdotes, continuaron este ministerio de los
jesuitas. En Franche-Comté un santo cura, el Venerable Antoine Recevour,
organizó la Congregación del Retiro Cristiano para asegurar a los hombres y
mujeres los beneficios de los ejercicios espirituales. En Italia, el Venerable
Bruno Lanteri instituyó una sociedad de sacerdotes, los Oblatos de la Bendita
Virgen María, quienes se ocupaban únicamente de retiros. San Alfonso Liguori,
quien desde su juventud había seguido los ejercicios entre los Jesuitas o entre
los Lazaristas, no podía descuidar esta forma de apostolado. Lo adoptó como una
de sus propias prácticas y la prescribía a la Congregación del Santísimo
Redentor. Así los Redencionistas mantuvieron la costumbre de los retiros en los
Reinos de Nápoles y Sicilia durante la segunda mitad del siglo dieciocho. En
Argentina y Paraguay los retiros continuaron gracias a la extraordinaria
iniciativa de Maria-Antonia de San José de la Paz (1730-1799). Ayudada por
varios sacerdotes y varias órdenes religiosas, tuvo éxito en que casi 100,000
personas asistieran a retiros.
Los retiros eclesiásticos anuales comenzaron como cosa general en Francia y en
otros países en 1815. Numerosos promotores de estos retiros provenían de los
rangos del clero secular así como de las órdenes regulares. Un gran número de
directores participan anualmente ofreciendo retiros a las comunidades
religiosas. Varias instituciones desempeñan ejercicios completos de veinte a
treinta días. Pero no sólo había retiros sacerdotales o conventuales; los había
para los fieles, agrupados en las parroquias o en congregaciones, hermandades,
órdenes terciarias, etc. Así los retiros son llevados a cabo para empleados,
trabajadores, maestros, conscriptos, sordomudos, etc. También podemos mencionar
que se llevan a cabo retiros al final de un curso de estudios, establecido en la
Universidad de San Acheul en Amiens en 1825, el cual, distribuido por grados,
llevó a la organización de retiros entre el alumnado, una costumbre que ha
llegado a ser bastante general. No ha faltado la cooperación en esta gran obra
de regeneración: los obispos han abierto sus seminarios a los laicos, la nobleza
Cristiana ha prestado sus castillos; las órdenes religiosas –Benedictinos,
Cistercianos, Cartusianos, Dominicos, Franciscanos, Lazaristas, Eudistas,
Redencionistas, Pasionistas, La Sociedad de María, Los Hermanos de San Vicente
de Paul, y los Hermanos de las Escuelas Cristianas, todos ellos promovieron los
retiros, ya sea proporcionando lugares adecuados para ese fin, o trabajando como
directores de retiros. Tan solo los jesuitas poseían doce casas de ejercicios en
territorio francés antes de 1901; ahora tienen siete en Bélgica y otras en
España, Austria, Italia, Holanda, Inglaterra, Canadá, Estados Unidos, Colombia,
Chile y varios otros países de América, al Norte y al Sur. Han establecido casas
en Australia, China, India, Ceilán y Madagascar. Además de las congregaciones
bretonas ya mencionadas, se han formado nuevas sociedades especialmente
dedicadas a retiros para mujeres, tales como Notre Dame du Cenacle y Marie
Reparatrice.
Los retiros para laicos se han extendido en gran medida a lo largo del mundo
Católico durante los últimos veinticinco años. Un Jesuita francés, Père Henry,
fue pionero en este gran resurgimiento. En 1882 se dio a la tarea de instituir
retiros para los hombres de trabajo, y no pasó mucho tiempo para que se fundaran
casas dedicadas a este propósito en toda Europa. Durante 1908, sólo en Bélgica
se ofrecieron 243 retiros, a los cuales asistieron 10,253 personas, y desde 1890
en ese país al menos 100,000 personas pertenecientes a la clase trabajadora y
alrededor de 25,000 hombres profesionistas y de negocios han participado en
retiros. Francia, Alemania, Holanda y otros países europeos también han
extendido estos trabajos con resultados gratificantes. En una casa en Francia,
Notre Dame du Haut-Mont, más de 30,500 hombres han hecho retiro en los últimos
veinticinco años. Inglaterra e Irlanda se han unido al movimiento y en este
momento participan en organizaciones de retiros, al igual que Canadá. En los
Estados Unidos ha habido una generosa respuesta al movimiento, y se ha fundado
una casa de retiro en Staten Island, Ciudad de Nueva Cork (1911).
La razón principal del éxito de estos retiros, llamados de claustro para
distinguirlos de los retiros parroquiales que están abiertos a todos, es la
necesidad misma. En la afiebrada y agitada vida moderna, la necesidad de
meditación y calma espiritual se imprime en las almas cristianas que desean
dirigir su destino eterno y sus vidas en este mundo hacia Dios.
PAUL DEBUCHY.
Transcrito por Douglas J. Potter
Traducido por Lucía Lessan
Dedicado al Corazón Inmaculado de la Bendita Virgen María