Profecía
EnciCato
Según el uso del término en la teología mística, se aplica tanto a las profecías
de la Escritura canónica como a las profecías personales. Entendido según su
sentido estricto, significa el conocimiento anticipado de eventos futuros aún
cuando en ocasiones se aplica a eventos pasados de los que no se tiene memoria,
y a presentar sucesos que no pueden ser conocidos a la luz de la razón natural.
San Pablo, hablando de la profecía en 1 Corintios 14, no limita su significado a
la predicción de eventos futuros, sino que incluye las inspiraciones Divinas
sobre lo que es secreto, sea que haya sucedido o no. Sin embargo, conforme se
revelan las manifestaciones de sucesos pasados o misterios ocultos actuales
tenemos que entender aquí por profecía lo que significa en su sentido propio y
estricto: la revelación de sucesos futuros. La profecía consiste en el
conocimiento y en la manifestación de lo que se sabe o se conoce. El
conocimiento debe ser sobrenatural e inspirado por Dios ya que trata de sucesos
más allá del poder natural de la inteligencia creada, y el conocimiento debe
manifestarse mediante signos o palabras pues el don de la profecía se da en
primer lugar para el bien de otros y por lo tanto necesita ser manifestado. Es
una luz Divina por la que Dios revela sucesos del futuro y con la que son
representadas de cierto manera mental al profeta, cuya obligación es
manifestarlas a los demás.
División
Los escritores de teología mística examinan las profecías sobre la base de la
iluminación de la mente, a los objetos revelados y a los medios por las que el
conocimiento se expresa a la mente humana. En razón de la iluminación de la
mente la profecía puede ser perfecta o imperfecta. Se le llama perfecta cuando
se da a conocer no solo el objeto revelado sino también la revelación misma,
esto es, cuando el profeta sabe que es Dios quién habla. La profecía es
imperfecta cuando el que la recibe no sabe con claridad o suficientemente de
quien procede la revelación o si el que habla es el espíritu profético o del
individuo. A esto se le llama instinto profético donde es posible que el
individuo haga un juicio incorrecto, tal como sucedió con Natán que le dice a
David cuando éste planeaba construir el Templo a Dios: “ Anda, haz todo lo que
te dicta el corazón, porque el Señor está contigo” (II Samuel, vii, 3) (N. del
T. la versión en inglés dice: II Reyes, vii, 3). Sin embargo esa misma noche el
Señor ordenó al Profeta a regresar con el rey y decirle que la gloria de la
construcción del edificio del templo no estaba reservada para él, sino para su
hijo. Benedicto XIV, citando a San Gregorio, explica que algunos santos profetas
por la práctica frecuente de la profecía, han profetizado de su propia cosecha
de algunos sucesos considerando que estaban influenciados con el espíritu
profético.
En razón del objeto, existen de acuerdo a Santo Tomás (Summa II-II: 174: 1) tres
clase de profecía: profecía de denuncia, de presentimiento y de predestinación.
En la primer clase Dios revela eventos futuros subordinados a sucesos de orden
secundario, que puede ser que se cumplan o no sobre la base de otros sucesos que
a su vez podrían necesitar de una fuerza milagrosa para impedir que no
ocurriesen, y aún cuando los profetas no lo expresen y parezca que hablan con
certidumbre podrían no suceder. Isaías habló de esta manera cuando le dijo a
Ezequías: “Ordena en tu casa, porque morirás, y no vivirás” (Is, xxxviii, 1). A
esta categoría pertenece la profecía de la promesa, como la mencionada en 1
Samuel, ii, 30 (N. del T. en la versión en inglés dice: 1 Reyes, ii, 30): “Por
eso –palabra de Yahve, Dios de Israel- yo había dicho que tu casa y la casa de
tu padre andarían siempre en mi presencia”, lo que no se cumplió. Fue una
promesa condicional hecha a Elí que dependía de otras causas las cuales
impidieron su cumplimiento.
La segunda, de presentimiento, tiene lugar cuando Dios revela eventos futuros
que dependen de una libre decisión y los cuales ve presentes desde la eternidad.
Tienen referencia a la vida y a la muerte, a la guerra y a las dinastías, a los
asuntos de la Iglesia y el Estado así como a los de la vida del individuo.
La tercer clase, la profecía de predestinación, toma lugar cuando Dios revela lo
que hará, y lo que ve presente en la eternidad y en Su decisión absoluta. Esto
incluye no solo el secreto de la predestinación a la gracia y a la gloria sino
también aquellos sucesos que Dios ha decretado absolutamente que hará por Su
poder supremo y que pasarán infaliblemente.
Los objetos de profecía también pueden verse con respecto al conocimiento del
hombre:
Cuando un evento puede estar más allá del conocimiento naturalmente posible del
profeta, pero puede estar dentro del alcance del conocimiento humano y ser
conocidos por otros que atestiguan el hecho, como por ejemplo el resultado
revelado a Pío V de la batalla de Lepanto.
Cuando el objeto sobrepasa el conocimiento de todos los hombres, sin que esto
signifique que sea desconocido sino que la mente humana no puede recibir
naturalmente el conocimiento tal como el misterio de la Santísima Trinidad, o el
misterio de la predestinación.
Cuando los sucesos que están más allá del conocimiento de la mente humana y no
son posibles de ser conocidos a causa de que su verdad aún no ha sido desvelada,
tal como sucesos eventuales futuros que dependen del libre albedrío. Se
considera que esta es la forma más perfecta de profecía en razón de su
generalidad y de abarcar todos los eventos que son desconocidos.
Dios puede iluminar a la mente humana en cualquier forma que desee. En muchos
casos hace uso del ministerio angélico para las comunicaciones proféticas, Él
mismo puede hablar al profeta e iluminarlo. Asimismo la luz sobrenatural de la
profecía puede trasmitirse al intelecto, o a través de los sentidos o la
imaginación. Las profecías pueden tener lugar aún y cuando los sentidos estén
suspendidos en éxtasis, aunque esto en terminología mística se llama trance.
Santo Tomás enseña que los sentidos no se suspenden de cuando algo se presenta a
la mente del profeta a través de ellos y tampoco es necesario que se suspendan
cuando la iluminación es instantánea; pero esto sí es necesario que ocurra
cuando la manifestación es hecha a través de la imaginación, por lo menos al
momento de la visión o al escuchar la revelación, ya que es cuando la mente esta
separada de las cosas externas para fijarse completamente en el objeto
manifestado a la imaginación. En tal caso no puede formarse un juicio perfecto
de la visión profética durante la separación del alma, puesto que los sentidos
necesarios para comprender correctamente los sucesos o cosas no pueden actuar, y
es solamente cuando el hombre se reintegra a sí mismo y despierta del éxtasis
que puede discernir y conocer apropiadamente la naturaleza de su visión.
Receptores de la Profecía
El don de la profecía es una gracia extraordinaria otorgada por Dios. Jamás ha
sido limitada a un tipo particular de personas, familias, o tribus. No existe
una facultad particular en la naturaleza humana por la que cualquier persona
normal o anormal pueda profetizar y tampoco se requiere una preparación
anticipada especial para recibir este don. Cornely comenta así: “los autores
modernos hablan con inexactitud de las ‘escuelas de profetas’, una expresión que
no se encuentra en las Escrituras de los Padres” (Comp. Introduct. en N. T., n.
463). Tampoco existe ningún rito externo por el que fuese iniciado el oficio de
profeta; su ejercicio fue siempre extraordinario y dependiente de llamado
inmediato de Dios. La luz profética, de acuerdo a S. Tomás, no es una forma de
hábitat permanente en el alma del profeta, sino en la forma de una pasión o
impresión pasajera (Summa II-II: 171:2). De esta forma los antiguos profetas
solicitaban esta luz Divina con sus oraciones (1 Reyes, vii, 6; Jer. , xxii. 16;
xxiii, 2 sq. ; xlii, 4 sq.), y estaban expuestos a errar si daban una respuesta
antes de invocar a Dios (II Reyes, vii, 2, 3).
Escribiendo acerca de los receptores de profecías, Benedicto XIV (Virtud
Heroica, III, 144, 150) dice: “Los receptores de profecías pueden ser ángeles,
demonios, hombres, mujeres, niños, paganos o gentiles; tampoco es necesario que
a un hombre se le otorgue el don de una disposición particular para recibir la
luz profética si su juicio e inteligencia están adaptados para hacer manifiestas
las cosas que Dios le revela. Aún cuando los méritos morales son muy útiles para
un profeta, no es necesaria para obtener el don de la profecía”. También nos
comenta que a causa de su propia penetración natural, los ángeles no pueden
conocer eventos futuros que sean casuales e inciertos así como tampoco pueden
conocer los secretos del corazón ajenos, sea hombre o ángel. Por lo tanto,
cuando Dios escoge un ángel como medio para por el que hará conocer el futuro al
hombre, también el ángel se convierte en profeta. Respecto al Diablo, el mismo
autor nos dice que él no puede con su conocimiento natural predecir eventos
futuros que sean los objetos mismos de profecía, aún y cuando Dios puede usarlo
con este propósito. Así leemos en el Evangelio de Lucas que cuando el Diablo vio
a Jesús, cayó ante Él y gritando con gran voz dijo: “¿Qué tengo yo contigo,
Jesús, Hijo de Dios Altísimo?” (Lucas, viii, 28). En las Sagradas Escritura
existen ejemplos de mujeres y niños profetizando. María, a la hermana de Moisés
se la llama profetiza; Ana la madre de Samuel profetizó; Isabel, madre de Juan
el Bautista por Divina revelación reconoció y declaró a María como la madre de
Dios. Samuel y Daniel profetizaron cuando jóvenes. Un gentil, Balaán predijo la
venida del Mesías así como la devastación de Asiria y Palestina. Para probar que
los paganos eran capaces de profecía, Santo Tomás refiere al caso de las Sibilas
quienes hicieron clara mención de los misterios de la Trinidad, del Verbo
Encarnado, de la Vida, Pasión y Resurrección de Cristo. Es cierto que los poemas
Sibilinos existentes fueron interpolados en el transcurso del tiempo, pero, como
comenta Benedicto XIV esto no es gran impedimento para no considerarlos genuinos
y en modo alguno apócrifos, especialmente a la idea a que hacían referencia los
primeros Padres.
Por las Escrituras y las actas de canonización de los santos de todas las épocas
es claro que el don de la profecía individual existe dentro de la Iglesia. A la
pregunta de que credibilidad debe dársele a estas profecías, contesta el
cardenal Cajetan, como lo menciona Benedicto XIV: “Las obras del hombre son de
dos tipos, una sobre los deberes públicos y especialmente los asuntos
eclesiásticos tales como la celebración de la Misa, pronunciarse sobre
decisiones judiciales y similares; con respecto a éstas la pregunta esta
resuelta en la ley canónica, donde se establece que no debe dársele credibilidad
a aquel que afirma que ha recibido en privado una misión de Dios, a menos que lo
confirme con un milagro o testimonio especial de las Sagradas Escrituras. El
otro tipo de acciones humanas es la individual, y en éstas distingue las obras
de personas que tienen como guía un profeta que las forma de acuerdo a las leyes
universales de la Iglesia, y las de aquellos en que el profeta las guía sin base
en esas leyes. En el primer caso todo hombre puede dejar a su juicio aceptar
dirigir sus acciones de acuerdo al deseo del profeta; en el segundo ejemplo no
debe ser escuchado” (Virtud Heroica, III, 192).
También es importante que aquellos que tienen que enseñar y dirigir a otros
deben tener reglas para su guía para permitirles distinguir los profetas falsos
de los verdaderos. Puede ser útil un sumario de aquellas reglas prescritas por
los teólogos para nuestra guía para mostrar prácticamente como debe aplicarse la
doctrina a las almas devotas para salvarlas de los errores o alucinaciones
diabólicas:
El receptor del Don de la profecía deberá, por regla general, ser virtuoso y de
mérito, ya que todos los autores místicos concuerdan que en mayor medida Dios
concede este Don a los individuos santos. Debe considerarse asimismo el
temperamento y disposición del individuo así como su estado de salud física y
mental;
La profecía debe ser de acuerdo a la verdad y piedad Cristiana, puesto que si
propone cualquier cosa contra la fe o la moral no puede proceder del Espíritu de
Verdad;
La predicción debe involucrar objetos fuera del alcance del conocimiento natural
y debe tener como objetivo sucesos eventuales futuros o aquellos sucesos que
solo Dios conoce;
También deberá implicar sucesos de naturaleza grave e importante, que sean de
bien para la Iglesia o el bien de las almas. Ésta y la regla anterior ayudará a
distinguir las profecías verdaderas de las pueriles, sin sentido e inútiles de
adivinadores de la suerte, lectores de bolas de cristal, espiritistas y
charlatanes. Estos pueden mencionar sucesos mas allá del conocimiento humano,
pero al alcance del conocimiento de demonios, pero no aquellos sucesos que
estrictamente hablando son el objeto de profecía;
Las profecías o revelaciones que dan a conocer los pecados de otros, o que
anuncien la condenación o predestinación de almas deben ser objeto de duda.
Deben siempre considerarse siempre con profundo respeto tres secretos especiales
de Dios que muy raramente se han revelado: el estado de conciencia en esta vida,
el estado de las almas después de la muerte a menos que hayan sido canonizadas
por la Iglesia, y el misterio de la predestinación. El secreto de la
predestinación solo ha sido revelado en casos excepcionales, pero el de
condenación jamás lo ha sido, puesto que en tanto el alma permanezca en esta
vida, es posible la salvación. También el Día del Juicio Final es un secreto que
no ha sido revelado nunca;
Debemos asegurarnos posteriormente si la profecía ha sido cumplida de acuerdo
como se predijo. Existen limitaciones a esta regla: (1) si la profecía no fue
absoluta sino que solo contiene conminaciones y esta atemperada por condiciones
expresas o sobreentendidas como se ejemplifica en la profecía de Jonás a lo
Ninivitas y la Isaías al rey Ezequías; (2) en ocasiones puede suceder que la
profecía viene de Dios y su interpretación por los hombres es falsa ya que el
hombre puede interpretarla de manera diferente a su intención.
Es por estas limitaciones que nos explicamos la profecía de San Bernardo
respecto al éxito de la segunda cruzada y la de San Vicente Ferrer acerca de la
proximidad del Juicio Final en su tiempo.
Principales Profecías Personales
El último trabajo profético reconocido por la Iglesia como Divinamente inspirado
es el Apocalipsis, (Revelaciones). El espíritu profético no desapareció con los
Apóstoles, pero la Iglesia no ha declarado profética ninguna obra desde
entonces, aun cuando ha canonizado a innumerables santos que de una forma u otra
han tenido el don de la profecía. La Iglesia otorga libertad para aceptar o
rechazar profecías individuales o personales según la evidencia a favor o en
contra. Debemos tener cuidado al admitirlas o rechazarlas y en cualquier caso
debemos tratarlas con respeto cuando nos llegan de fuentes confiables y que
estén en concordancia con la doctrina Católica y sus reglas morales. La
verdadera prueba de estas profecías es su cumplimiento; pueden ser solamente
pías anticipaciones de manifestaciones de la Providencia y en ocasiones pueden
cumplirse parcialmente y ser contradichas en parte por los acontecimientos. Las
profecías conminatorias que anuncian calamidades por ser mayormente
condicionales pueden o no cumplirse. La mayoría de las profecías individuales de
los santos y servidores de Dios fueron sobre personas, su muerte, recuperación
de enfermedades o sobre vocaciones. Algunos predijeron cosas que afectarían el
destino de naciones como Francia, Inglaterra e Irlanda. Un gran número tienen
referencia la los papas y al papado y finalmente tenemos muchas profecías sobre
el fin del mundo y la proximidad del Juicio Final.
Las profecías más notables sobre el “fin del mundo” parecen tener un objetivo
común, anunciar grandes calamidades inminentes a la humanidad, el triunfo de la
Iglesia y la renovación del mundo. Todos los videntes concuerdan en dos
características principales según lo delinea E.H.Thompson en su “La Vida de Ana
María Taigi” (cap. 18): “En primer término, todos apuntan a una convulsión
terrible, a una revolución originada en la impiedad mas profundamente enraizada,
formada por una oposición formal a Dios y Su verdad resultando en la persecución
más formidable a que haya sido sujeta la Iglesia. En segundo término, todos
prometen para la Iglesia la victoria más espléndida que haya tenido en la
tierra. Podríamos añadir otro punto en el que existe una concordancia notable en
la catena de las profecías modernas, y es la peculiar conexión entre la suerte
de Francia y la de la Iglesia y la Santa Sede, así como también el gran papel
que ese país tiene aún que jugar en la historia de la Iglesia y el mundo y que
continuará teniendo hasta el fin de los tiempos.”
Algunos espíritus proféticos fueron prolíficos en la predicción del futuro. El
biógrafo de San Felipe Neri dice que si fueran narradas todas las profecías
atribuidas a este santo, llenaría volúmenes completos. Los ejemplos siguientes
serán suficientes para ilustrar las profecías individuales.
Las Profecías de San Eduardo el Confesor
En una carta de Ambrosio Lisle Philipps al Conde de Shrewsbury del 28 de octubre
de 1850 dando un panorama de la Iglesia Católica Inglesa relata la siguiente
visión o profecía hecha por San Eduardo: “Durante el mes de enero de 1066, el
Rey santo de Inglaterra San Eduardo el Confesor estaba confinado a su cama
debido a su enfermedad terminal en su real Palacio de Westminster. San Aelredo,
Abad de Recraux en Yorkshire, comenta que un poco tiempo antes de su feliz
deceso, el rey santo cayó en éxtasis cuando dos piadosos monjes Benedictinos de
Normandía a quienes él había conocido en su juventud durante su exilio en ese
país se le aparecieron y le revelaron lo que le ocurriría a Inglaterra en los
siglos futuros y la causa de ese terrible castigo. Dijeron: ‘La corrupción
extrema y maldad de la nación Inglesa ha provocado la justa ira de Dios. Cuando
la maldad haya alcanzado su plenitud, Dios, en su ira mandará a los ingleses
espíritus malignos quienes los castigarán y afligirán con gran dureza separando
el árbol verde de su tronco paternal una distancia de tres estadios. Sin embargo
al final este mismo árbol, por la misericordiosa compasión de Dios y sin ninguna
ayuda oficial (del gobierno) regresará a su raíz original, floreciendo
nuevamente y dando frutos abundantes.’ Después de escuchar estas palabras
proféticas abrió nuevamente sus ojos el santo Rey Eduardo, retornando a sus
sentidos y la visión se desvaneció. Inmediatamente le platicó a su virginal
esposa Edgitha, a Estigando, Arzobispo de Canterbury y a Haroldo su sucesor al
trono, quienes estaban en su aposento orando alrededor de su cama, todo lo que
había visto y escuchado.” (Ver “Vita beati Edwardi regis et confessoris”, del
manuscrito Selden 55 en la Biblioteca Bodleian en Oxford).
Es notable la interpretación dada a esta profecía cuando se aplica a los eventos
que han sucedido. Los espíritus mencionados son los Protestantes innovadores que
pretendían en el siglo dieciséis reformar la Iglesia Católica en Inglaterra. La
separación del árbol verde de su tronco simboliza la separación de la Iglesia de
Inglaterra de la raíz de la Iglesia Católica, de su Sede en Roma. Aún mas, este
árbol iba a ser separado una distancia de “tres estadios” de su raíz
vivificadora. Estos tres estadios se entiende que significan tres siglos al
final de los cuales Inglaterra se reuniría otra vez a la Iglesia Católica
trayendo flores de virtud y frutos de santidad. La profecía fue citada por
Ambrosio Lisle Philipps en la ocasión del restablecimiento de la jerarquía
Católica en Inglaterra por el Papa Pío IX en 1850.
Las Profecías de San Malaquías
Con relación a Irlanda
Esta profecía, diferente a las profecías atribuidas a San Malaquías sobre los
Papas es al efecto de las persecuciones y calamidades de toda clase que en el
transcurso de una semana de siglos su amada isla nativa sufriría en manos de la
opresión de Inglaterra; sin embargo conservaría su fidelidad a Dios y a Su
Iglesia en todas sus pruebas. Al final de siete siglos se libraría de sus
opresores (u opresiones) quienes a su vez serían sujetos de horribles castigos y
la Irlanda Católica sería instrumental para regresar la nación Británica a la Fe
Divina que tan salvajemente había peleado por arrancársela la Inglaterra
Protestante durante trescientos años. Se dice que esta profecía había sido
copiada por el erudito Dom Mabillon de un manuscrito antiguo conservado en
Clairvaux y trasmitido por él al martirizado sucesor de Oliverio Plunkett.
Con relación a los Papas
La profecía mas famosas y mejor conocida sobre el papado son las atribuidas a
San Malaquías, en 1139 se dirigió a Roma a dar un reporte del estado que
guardaban los asuntos en su diócesis al Papa Inocencio II quien le prometio dos
palios para las Sedes metropolitanas de Armagh y Cashel. Mientras estaba en Roma
tuvo (de acuerdo al abad Cucherat) la extraña visión del futuro en la que
desfilaba ante su mente la larga lista de ilustres Pontífices que gobernarían la
Iglesia hasta el fin de los tiempos. El mismo autor nos cuenta que San Malaquías
le entrego su manuscrito a Inocencio II para consolarlo en medio de sus
tribulaciones y que el documento permaneció sin identificar en los Archivos
Romanos hasta su descubrimiento en 1590 (Cucherat, “Proph. de la succession des
papes”, cap. xv). Arnoldo de Wyon las publico por vez primera y desde entonces
ha existido gran discusión acerca de si son las predicciones genuinas de San
Malaquías o falsificaciones. El silencio de 400 años de tantos eruditos autores
que han escrito sobre los papas y especialmente el silencio de San Bernardo
quien escribió “La Vida de San Malaquías” es un fuerte argumento en contra de su
autenticidad, pero no es concluyente si adoptamos la teoría de Cucherat de que
estuvieron escondidos en los archivos esos 400 años.
Estos pequeños anuncios proféticos, en número de 112, señalan un rasgo peculiar
de todos lo futuros papas comenzando con Celestino II electo en 1130, hasta el
fin del mundo. Están anunciados con títulos místicos. Aquellos que han tratado
de interpretar y explicar estas profecías simbólicas han tenido éxito el
descubrir algún rasgo, alusión, punto o similitud con su aplicación a las papas
individuales, ya sea a su país de origen, a su nombre, su escudo de armas o
insignia, su lugar de nacimiento, su talento o formación, el título de su
cardenalato, los títulos que recibieron, etc. Por ejemplo, la profecía de Urbano
VII es Lilium et Rosa (la lila y la rosa); él era nativo de Florencia y en el
escudo de armas esa ciudad aparece una fleur-de-lis; tenía tres abejas en su
escudo de armas y las abejas recogen miel de las lilas y las rosas. En otras
instancias el nombre otorgado en ocasiones concuerda con una circunstancia rara
y notable de la carrera de Papa, así Peregrinus Apostolicus (el peregrino del
pueblo) que designa a Pío VI lo confirma su viaje a Alemania, su larga carrera
como Papa y por su expatriación de Roma al final de su pontificado. Aquellos que
vivieron y siguieron el curso de los acontecimientos de una manera inteligente
en los pontificados de Pío IX, León XIII, y Pío X no pueden dejar de
sorprenderse con los títulos otorgados a cada uno en las profecías de San
Malaquías y su maravillosa propiedad: Crux de Cruce (Cruz de la Cruz) Pío IX;
Lumen in Caelo (luz en el Cielo) León XIII; Ignis ardens (Fuego Ardiente) Pío X.
Existe mas que una coincidencia en los nombre dados a estos tres papas tantos
años antes de su época. No necesitamos recurrir ni a nombres de familia, escudos
de armas o títulos cardenalicios para observar la adecuado de sus nombres en las
profecías. Las cruces y sufrimientos de Pío IX fueron mas que sentidos por sus
sucesores, siendo la más pesada de estas cruces la infligida por la Casa de
Saboya cuyo emblema es una cruz. León XIII fue una verdadera flama del papado.
El Papa actual es realmente un ardiente fuego de celo de las restauración a
Cristo de todas las cosas.
La ultima de las profecías trata del fin del mundo y es como sigue: “En la
persecución final de la Santa Iglesia Romana reinará Pedro el Romano quien
alimentara a su grey entre muchas tribulaciones, después de las cuales será
destruida la ciudad de las siete colinas y el espantoso Juez juzgará al pueblo.
Fin”. Se ha hecho notar con relación a Petrus Romanus que de acuerdo a la lista
de San Malaquías será el último Papa, que la profecía no menciona que no
existirán Papas entre él y su predecesor designado como Gloria olivoe. Solamente
dice él será el último de tal manera que podemos suponer tantos papas como
deseemos antes de “Pedro el Romano”. Cornelio a Lapide se refiere a esta
profecía en su comentario “Sobre el Evangelio de San Juan” (Cap. xvi) y en su
“Sobre el Apocalipsis” (caps. xvii-xx) y se aventura a calcular de acuerdo a lo
anterior los años que quedan en el tiempo.
Por mas de cincuenta años San Pablo de la Cruz acostumbró a orar por el retorno
de Inglaterra a la Fe Católica y en varias ocasiones tuvo visiones y
revelaciones sobre su reconversión. Vio en espíritu a los Pasionistas
establecerse en Inglaterra y trabajar ahí por la conversión y santificación de
las almas. Es bien conocido que algunos lideres del Movimiento de Oxford, el
cardenal Newman incluido y miles de conversos han sido recibidos en la Iglesia
de Inglaterra por los misioneros Pasionistas.
Existen muchas otras profecías individuales sobre los signos lejanos y próximos
que precederán el Juicio Final y con relación al Anticristo como las atribuidas
a Santa Hildegarda, Santa Brígida de Suecia, la Bendita Ana María Taigi (los
“tres días de oscuridad”), el Curé d’Ars y otros muchos. Estos no nos iluminan
mas de lo que las profecías de la Escrituras lo hacen sobre el día y la hora del
Juicio Final que permanece como un Secreto Divino.
ARTHUR DEVINE
Transcrito por Marie Jutras
Traducido por Felipe J. Pérez Sariñana