Jerusalén (71 - 1099 d.C)
EnciCat
I. Hasta el Tiempo de Constantino (71-312 d.C.)
II. Constantino y los Santos Lugares (312-337)
III. El Patriarcado (325-451)
IV. Desde juvenal hasta la Conquista Serracenea (458-636)
V. Desde la Conquista Árabe hasta la primera Cruzada
I. HASTA EL TIEMPO DE CONSTANTINO (71-312 d.C.)
Cuando Tito tomó Jerusalén (abril – septiembre, 70 d.C.) ordenó a sus soldados
destruir la ciudad (Josefo, “De bello Jud.”, VI, ix). Sólo salvaron las tres
grande torres al norte del palacio de Herodes (Hipicus, Fasael, Mariamne) y la
pared occidental. Pocos judíos sobrevivieron. La Décima Legión Romana retuvo la
parte superior de la ciudad y el castillo de Herodes como fortaleza; Josefo dice
que Tito se apropió de los campos alrededor para sus solados (“Vita”, 76). La
presencia de estos paganos repelería naturalmente a los judíos, aunque en este
periodo no había leyes en contra de su presencia en Jerusalén. Los rabinos
judíos se reunieron en Jabne (o Jamnia, actualmente Jebna) en el valle, al
noroeste de la ciudad, a dos horas de Ramla.
Mientras tanto, la comunidad cristiana había huido a Pel-la en Perea, al este
del Jordán (sureste de Jenin), antes de que comenzara el sitio. Los cristianos
eran casi todos conversos del judaísmo (Eusebio, “Hist. Ecl.”. IV, v). Después
de la destrucción regresaron y se congregaron en la casa de Juan Marcos y su
madre María, donde se habían encontrado antes (Hch., xii, 12, sg.) Aparentemente
fue en esta casa donde estaba el Cuarto Superior, donde se celebró la Última
Cena y donde se realizó la asamblea de Pentecostés. Epifanio (m. 403) dice que
cuando el Emperador Adriano llegó a Jerusalén en el 130 encontró el Templo y
toda la ciudad destruida salvo algunas casas, entre las cuales aquella en donde
los Apóstoles habían recibido al Espíritu Santo. Esta casa, dice Epifanio, está
“en aquella parte de Sión que se salvó cuando la ciudad fue destruida” – es
decir en la “parte superior” (“De mens. Et pond.”, cap. xiv). Desde los tiempos
de Cirilo de Jerusalén, quien habla de “la Iglesia superior de los Apóstoles,
donde el Espíritu Santo bajó sobre ellos” (Catech., ii, 6; P. G., XXXIII),
existen abundantes testigos del lugar. Una gran basílica fue construida sobre el
terreno en el siglo cuarto; los cruzados construyeron otra iglesia cuando la
antigua fue destruida por Hakim en el 1010. Es el famoso Coenaculum o Cenáculo –
actualmente una capilla musulmana – cerca de la Puerta de David, y se supone que
es la tumba de David (Nebi Daud). Durante los primeros siglos del cristianismo
la iglesia en este lugar fue el centro de la cristiandad en Jerusalén, “Santa y
gloriosa Sión, madre de todas las iglesias” (Intercesión en “La Liturgia de
Santiago”, ed. Brightman, p. 54). Ciertamente, ningún lugar de la cristiandad
puede ser más venerado que el sitio de la Última Cena, el cual se convirtió en
la primera iglesia cristiana. El uso constante del nombre Sión para el Cenáculo
ha llevado a considerables discusiones en cuanto a la topografía de Jerusalén.
Muchos escritores concluyen que está en el Monte Sión, el cual sería por lo
tanto la colina suroeste de la ciudad (Meistermann, "Nouveau Guide de Terre
Sainte", Paris, 1907, p. 121, plan). Otros (Baedeker, "Palaestina u. Syrien",
6th ed., 1904, p. 27) oponen a esta tradición la fuerza de los pasajes del
Antiguo Testamento que claramente distinguen Sión de Jerusalén y afirman que el
Señor habita en Sión y que el palacio del rey está allí (Is., x, 12; viii, 18;
Joel iii, 21; etc.). De tal manera que Sión sería la colina al occidente, el
lugar del Templo y del palacio de David. Fue más tarde que el nombre de Sión
comenzó a utilizarse para toda Jerusalén. Josefo nunca lo utiliza; ya en el
Antiguo Testamento el camino estaba preparado para su uso extendido. Jerusalén
es la “hija de Sión” (Jr., vi, 2, etc.). Todos sus habitantes sin distinción son
“Sión” (Za., ii, 7, etc.). En los primeros años de la cristiandad Sión parece
haber perdido su significado, en el sentido de una determinada colina, para
convertirse simplemente en otro nombre para Jerusalén. Naturalmente ellos
llamaron su centro allí por el nombre de la ciudad, aunque no se encontraba en
el Monte Sión original. La peregrina Eteria (Silvia), a finales del siglo
cuarto, siempre habla del Cenáculo como Sión, de la misma manera que el Santo
Sepulcro siempre es Anástasis.
Desde el cenáculo los primeros obispos cristianos regían la Iglesia de
Jerusalén. Todos eran conversos del judaísmo, como lo eran también sus
compañeros. Eusebio (Hist. Ecl., IV, v) da la lista de estos obispos. De acuerdo
con la tradición universal, el primero fue el Apóstol Santiago el Menor, el
“hermano del Señor”. Su lugar predominante y de residencia en la ciudad está
implícito en Ga., i, 19. Eusebio dice que él fue nombrado obispo por san Pedro,
Santiago (el Mayor), y Juan (II, i). Naturalmente los otros Apóstoles cuando
estaban en Jerusalén compartían el gobierno con él. (Hch., xv, 6, etc.; Eus.,
“Hist. Ecl.”, II, xxiii). Fue lanzado por los judíos desde una roca y luego
lapidado hasta morir cerca del año 63 (Eus., ib.; Josefo, "Antiq. Jud.", XX, ix,
1; ed. cit., p. 786). Después de su muerte los Apóstoles sobrevivientes y otros
discípulos que estaban en Jerusalén escogieron a Simeón, el hijo de Cleofás
(también llamado hermano de Nuestro Señor, Mt., xiii, 55), como su sucesor. Él
era el obispo en la época de la destrucción (70) y probablemente fue a Pel-la
con los otros. Cerca del año 106 o 107 fue crucificado bajo Trajano (Eus.,
"Hist. Ecl.", III, xxxii). La línea de obispos de Jerusalén continuó como sigue:
Judas (Justo), 107-113;
Zaqueo o Zacarías:
Tobias;
Benjamín;
Juan;
Matías (m. 120);
Felipe (murió c. 124);
Séneca;
Justo;
Leví;
Efraín;
José;
Judas Quiríaco (m. entre 134-148).
Todos ellos eran judíos (Eus., "Hist., Eccl.", IV, v). Fue durante el episcopado
de Judas Quiríaco que ocurrió la segunda gran calamidad, la revuelta de
Barcokebas y la destrucción final de la ciudad. Incitados por la tiranía de los
romanos, por la reconstrucción de Jerusalén como colonia romana y el
establecimiento de un altar a Júpiter en el lugar del Templo, los judíos se
lanzaron a una desesperanzada rebelión liderados por el famoso falso Mesías
Barcokebas cerca del año 132.
Durante esta rebelión él persiguió a los judíos cristianos, quienes naturalmente
se negaron a reconocerlo (Eus., "Cron.", por el decimoséptimo año de Adriano).
El Emperador Adriano sofocó la rebelión, después de un sitio que duró un año, en
135. Como resultado de esta última guerra todo el vecindario de la ciudad se
convirtió en un desierto. Sobre las ruinas de Jerusalén se construyó una nueva
ciudad, llamada AElia Capitolina (Aelius era uno de los nombres de Adriano), y
un templo a Júpiter Capitolino fue edificado en el Monte Moira. A ningún judío
(por lo tanto a ningún judío cristiano) se le permitió la entrada a la ciudad
bajo pena de muerte. Esto trajo un cambio completo en las circunstancias de la
Iglesia de Jerusalén. La vieja comunidad judeocristiana llegó a su fin. En su
lugar se formó una Iglesia de cristianos gentiles, con obispos gentiles, quienes
dependían mucho menos de las memorias sagradas de la ciudad. De ahí que la
Iglesia de Jerusalén, por algunos siglos, no tomó el lugar entre la jerarquía de
las sedes que podríamos esperar. AElia era un pueblo sin importancia en el
imperio; el gobernador de la provincia residía en Cesarea, en Palestina. El uso
del nombre AElia entre los cristianos de esa época marca la insignificancia de
la pequeña iglesia gentil, mientras que la restauración del viejo nombre de
Jerusalén, tiempo después, marca el renacimiento de su dignidad.
Tan tarde como el años 325 (Nicea I, can. vii) la ciudad es llamada todavía tan
sólo AElia. El nombre permaneció entre los árabes en la forma de Ilia hasta muy
entrada la Edad Media. Como el rango de las diferentes sedes era arreglado
gradualmente de acuerdo a las divisiones del imperio, Cesarea se convirtió en la
sede metropolitana; el Obispo de AElia era simplemente uno de sus sufragantes.
Los obispos desde el sitio bajo Adriano (135) hasta Constantino (312) fueron:
Casiano;
Publio;
Máximo;
Julián;
Cayo;
Símmaco;
Cayo II;
Julián II, (ordenado en 168);
Cápito (m. 185);
Máximo II;
Antonio;
Valentín;
Doliquiano (m. 185);
Narciso (Eus., "Hist. Ecl.", V, xii)
Narciso fue un hombre famoso por sus virtudes y milagros, pero odiado por
ciertas personas viciosas de la ciudad que temían su severidad. Lo acusaron de
diferentes crímenes y él, en nombre de la paz, se retiró a un lugar desconocido
(Eus., "Hist. Ecl.", VI, ix). Los obispos vecinos, al no volver a oír nada de
él, procedieron a elegir y a consagrar a Dius como su sucesor. Dius fue sucedido
por Germanión y Gordius. Luego, repentinamente, Narciso reapareció, un anciano
de 110 años. Los otros obispos lo persuadieron para que volviera a ocupar su
cargo como obispo. Muy viejo para hacer cualquier cosa diferente de orar por su
pueblo, nombró como su coadjutor a un obispo capadocio, Alejandro, quien había
llegado en peregrinación a Jerusalén. De esta manera, Alejandro se convirtió
prácticamente en obispo diocesano aún antes de la muerte de Narciso en 212.
Alejandro fue amigo de Orígenes y fundó una biblioteca que Eusebio utilizó para
su “Historia” (VI, x). Murió en prisión durante la persecución de Decio (250).
Luego siguieron:
Mazabanes o Megabezes (m. 266);
Himeneo (m. 298);
Zabdas;
Hermón (m. 311);
Macario (m. 333)
II. CONSTANTINO Y LOS SANTOS LUGARES (312-337)
Durante el episcopado de Macario un gran cambio llegó a todo el imperio que
incidentalmente afectó la Sede de Jerusalén de manera profunda. La Fe cristiana
fue reconocida como una religión lícita y la Iglesia se convirtió en una
sociedad reconocida (Edicto de Milán, Enero, 313). A la muerte de Constantino
(337) el cristianismo se había convertido en la religión de la Corte y el
Gobierno. Como resultado natural la Fe se esparció rápidamente por todas partes.
La misma generación que había visto la persecución de Diocleciano ahora veía al
cristianismo como la religión dominante y al viejo paganismo reducido
gradualmente a aldeas del campo y pueblos aislados. Hubo entonces un gran
movimiento de organización entre los cristianos; las iglesias se construyeron en
todas partes. Un resultado posterior de la libertad y el dominio de la
cristiandad fue el resurgimiento del entusiasmo por los santos lugares donde la
nueva religión había nacido, donde habían tenido lugar los eventos acerca de los
que ahora todos habían leído u oído en sermones. Ya en el siglo cuarto
comenzaron aquellas grandes olas de peregrinaciones a Tierra Santa que han
continuado desde entonces. Fue en el siglo cuarto cuando el peregrino de Burdeos
y Eteria hicieron sus famosos viajes (Peregrinatio Silviae). San Jerónimo (m.
420) dice que en su época los peregrinos llegaban a Tierra Santa de todas partes
del mundo, aún de la distante Bretaña (Ep. xliv ad Paulam; lxxxiv, ad Oceanum).
También llegó un gran número de monjes de Egipto y Libia y se estableció en el
desierto cerca del Jordán. Esto llevó a un incrementado respeto por el obispo
que gobernaba sobre los lugares donde Cristo había vivido y muerto. Estos
peregrinos, a su llegada, se encontraban bajo su jurisdicción; tomaron parte en
los sacrificios de su iglesia y animosamente siguieron los ritos que se
realizaban en el Monte de los Olivos, el Cenáculo y el Santo Sepulcro. El
cuidadoso relato de Eteria acerca de todo lo que vio en las iglesias de
Jerusalén durante la Pascua es típico de ese interés. Cuando los peregrinos
regresaron a casa y le contaron a sus amigos acerca de los servicios que habían
visto en los lugares más sagrados de la cristiandad y comenzaron a imitarlos en
sus propias iglesias. De esta manera un gran número de nuestras bien conocidas
ceremonias (el Domingo de Ramos, más tarde el Vía Crucis, etc.) fueron
originalmente imitaciones de los ritos locales en Jerusalén. Todo esto no podía
fallar en traerle al obispo local un avance en el rango. Desde la liberación de
la Iglesia y su desarrollo fue inevitable que cambiara el Obispo de AElia de
simple sufragante de Cesarea, a gran “Patriarca de la Ciudad Santa de Jerusalén
y de toda la Tierra Prometida”.
A la vez, otro de los descubrimientos de estas peregrinaciones fue el de los
Santos Lugares. Naturalmente, cuando los peregrinos llegaron querían ver los
verdaderos puntos donde habían ocurrido los eventos acerca de los cuales habían
leído en los Evangelios. También, lógicamente, cada uno de estos lugares, cuando
se conocían o eran supuestos, se convirtió en un santuario con una iglesia
construida sobre él. De estos santuarios los más famosos son aquellos
construidos por Constantino y su madre santa Helena. Cuando santa Helena, en su
año octavo (326-327) llegó en peregrinación, hizo construir iglesias en Belén y
sobre el Monte de los Olivos.
Constantino construyó la famosa iglesia del Santo Sepulcro (Anástasis). Eusebio
(Vita Constantine, III, xxvi) dice que el lugar del Calvario, alrededor del año
326, estaba cubierto con polvo y basura; sobre él había un templo a Venus. El
Emperador Adriano había construido una gran terraza alrededor del lugar
encerrada en un muro, sobre esta había plantado un bosque para Júpiter y Venus
(ver san Jerónimo. Ep. 58). Cuando llegó santa Helena y le mostraron el lugar,
ella decidió restaurarlo como santuario cristiano. Por orden del emperador todos
los soldados de la guarnición fueron empleados en limpiar el templo, el bosque y
la terraza. Debajo encontraron el Gólgota y la tumba de nuestro Señor.
Constantino le escribió al Obispo Macario diciéndole: “no tengo nada más en mi
corazón que adornar con el debido esplendor ese lugar sagrado”, etc. (Vita
Const., III, xxx). Dos grandes edificaciones fueron erigidas en este punto una
cerca de la otra. Al oeste la roca que contenía la tumba tallada, dejándola como
un pequeño altar o capilla colocado sobre el suelo. Sobre ella se construyó una
iglesia circular cubierta por un domo. Esta es la Anástasis, la cual todavía
tiene la forma de una rotonda con domo y que contiene el Santo Sepulcro en la
mitad. Muy cerca, al este, estaba una gran basílica con el ábside hacia la
Anástasis, una nave larga y cuatro naves laterales separadas por filas de
columnas. Encima de las naves había galerías; todo el conjunto estaba cubierto
por un techo de dos agujas. Alrededor del ábside había doce columnas coronadas
con plata, al este había un nártex, tres puertas y una columnata enfrente de la
entrada. Esta basílica era el Martirium; cubría el suelo ahora ocupado en parte
por el Katolikon y la capilla de santa Helena. Eteria habla de ella como “la
gran iglesia que es llamada el Martirium” (Per. Silv., ed. Cit., p. 38). Debajo
de ella estaba la cripta de la Exaltación de la Cruz. El Monte Calvario no
estaba adjunto a la basílica. Estaba justo al sureste del ábside. Eteria siempre
distingue tres santuarios, Anástasis, Cruz y Martirium. El lugar de la Cruz
(Calvario) estaba en su época abierto al cielo y rodeado por una balaustrada de
plata (op. cit., p 43). La gente subía a ella por unas escaleras (Eus., "Vita
Const.", III, xxi-xl). Más tarde en el siglo quinto santa Melania la Joven
(439), una mujer romana que llegó a Jerusalén con su esposo, Piniano, donde
ambos ingresaron a órdenes religiosas, construyó una pequeña capilla en el lugar
de la Crucifixión. Estos edificios fueron destruidos por los persas en 614. No
es posible entrar allí debido a la interminable discusión que todavía se lleva a
cabo acerca de la autenticidad de este santuario. La primera cuestión que surge
está relacionada con el lugar del muro de Jerusalén en tiempos de Cristo. Es
verdad que Él fue crucificado fuera de la muralla de la ciudad. Ninguna
ejecución tenía lugar dentro de la ciudad (Mt., xxvii, 33; Jn., xix, 17; Hb.
xiii, 12, etc.). Si entonces se pudiera mostrar que el sitio tradicional estaba
dentro del muro (el segundo muro construido por Nehemías) se probaría que es
falso. Es, sin embargo, muy cierto que todos los intentos para probar esto han
fallado. Por el contrario, Conder encontró otras tumbas contemporáneas cerca del
Santo Sepulcro tradicional, las cuales muestran que estaban fuera de la ciudad,
ya que los judíos nunca enterraban dentro de sus pueblos. Suponiendo que esto
fuera posible, tenemos esta cadena de evidencia: si Adriano realmente construyó
su templo de Venus intencionalmente en el lugar, la autenticidad está probada.
La basílica de Constantino se erigió donde estaba ese templo; que la iglesia
actual fue construida en el lugar donde estaba la basílica de Constantino no es
puesto en duda por nadie. Varios escritores (como Eusebio, op. cit.) del siglo
cuarto describen el templo como construido en el lugar del Calvario para detener
su veneración por los cristianos, de la misma manera que el templo de Júpiter
fue construido donde se encontraba el Templo de los judíos. Hemos visto que una
invariable comunidad cristiana vivió en Jerusalén a los largo del tiempo de
Adriano (revuelta de Barcokebas) Sería extraño si ellos no hubiesen recordado el
lugar de la Crucifixión y no lo hubieran reverenciado. La analogía de la
profanación del Templo por Adriano no deja ninguna dificultad con relación a una
profanación similar del santuario cristiano. La teoría de Fergusson, quien
pensaba que la cueva bajo el Qubbet-es-Sachra, en el lugar del Templo, era el
Santo Sepulcro de la época de Constantino, y el sitio de Conder y Gordon afuera
de la Puerta de damasco (Conder, "The City of Jerusalem", London, 1909, pp.
151-158) difícilmente merecen mención. Con el hallazgo del Santo Sepulcro y la
construcción de la Anástasis y el Martirión está conectada la historia de la
Exaltación de la Santa Cruz. Como lo cuentan Rufino (Hist. Eccl. X, viii, P. L.
XXI, 477 – cerca del año 402), Paulino de Nola (Ep. xxi, v; P. L. LXI, 329; A.D.
403) y otros. Cuando los soldados estaban removiendo la vieja balaustrada y
excavando el Santo Sepulcro encontraron al este de la tumba tres cruces con la
inscripción separada de ellas. El Obispo Macario descubrió cuál era la Cruz de
nuestro Señor al colocar cada una de ellas en una mujer enferma. La Tercera Cruz
la sanó milagrosamente (ver las enseñanzas del segundo nocturno de la fiesta, 3
de mayo). Paulino (op. cit.) añade que un hombre muerto fue vuelto a la vida por
la Cruz de Cristo.
La fama de los grandes santuarios, Anástasis y Martirión, comenzó entonces a
eclipsar la del Cenáculo. Desde esta época el Obispo de Jerusalén celebraba la
mayoría de las funciones solemnes en el Martirión. Pero Constantino tenía una
nueva “Iglesia de los Apóstoles” construida sobre el Cenáculo. Otros santuarios
que van al menos hasta su época son el lugar de la Ascensión en la cima del
Monte de los Olivos, donde construyó una iglesia, y la todavía existente
magnífica basílica de Belén.
III. EL PATRIARCADO (325-451)
Desde el tiempo de Constantino comenzó entonces el avance de la Sede de
Jerusalén. El primer Concilio General (Nicea I, 325) decidió reconocer la
dignidad única de la Ciudad Santa sin inquietar su dependencia canónica de la
metrópolis, Cesarea. De esta manera, el séptimo canon declara: “ya que la
costumbre y la tradición antigua han hecho que el obispo de AElia sea honrado,
que tenga la sucesión de honor (echeto ten akolouthian tes times) salvando, sin
embargo, el derecho doméstico de la metrópolis (te metropolei sozomenou tou
oikeiou axiomatos)". El canon está en el “Decretum” de Graciano, dist. 65, vii.
La “sucesión de honor” significa un lugar especial de honor, una precedencia
honorífica inmediatamente después de los Patriarcas (de Roma, Alejandría,
Antioquía); pero esto sin interferir con los derechos metropolitanos de Cesarea
en Palestina. La situación de un obispo sufragante que tiene precedencia sobre
su metropolitano era anómala y obviamente no podía durar. Los sucesores de
Macario fueron: Máximo II (333-349); san Cirilo de Jerusalén (350-386); Eutiquio
(impuesto 357-359); Ireneo (impuesto 360-361); Hilarión (impuesto 367-378); Juan
II (386-417); Prailos (417-421); Juvenal (421-458). Ya en tiempos de san Cirilo
surgieron dificultades acerca de su relación con su metropolitano.
Mientras él estaba defendiendo la Fe contra los arianos, Acacio de Cesarea, un
ariano extremo, convocó a un Sínodo (358) para tratar a Cirilo por varias
ofensas, de las cuales la principal era que había desobedecido o se había
insubordinado contra Acacio, su superior. Es difícil tener la certeza de cuál
era exactamente la acusación. Sozómeno (IV, xxv) dice que Cirilo había
desobedecido y se había rehusado a aceptar a Cesarea como su metrópolis;
}Teodoro dice que era solamente acerca de su reclamo muy legal de precedencia.
El caso muestra qué tan difícil era la posición. Cirilo rehusó presentarse al
sínodo y fue depuesto en su ausencia. Su rechazó abrió de nuevo la cuestión
relacionada con su posición. ¿Se rehusó simplemente porque sabía que Acacio era
un ariano determinado y con certeza lo condenaría, o fue porque pensó que su
excepcional “sucesión de honor” lo exentaba de la jurisdicción de cualquiera
diferente a un sínodo patriarcal? Los tres usurpadores, Eutiquio, Ireneo e
Hilarión eran arianos impuestos en su sede por su partido durante sus tres
exilios.
Fue Juvenal de Jerusalén (420-458) quien finalmente tuvo éxito en cambiar la
posición anómala de su sede en un verdadero patriarcado. Desde el principio de
su reino asumió una actitud que era muy incompatible con su posición canónica de
sufragante de Cesarea. Cerca del año 425 una determinada tribu de árabes fue
convertida al cristianismo. Esta gente fijó su campamento en los vecindarios de
Jerusalén. Juvenal procedió entonces a fundar un obispado para ellos. Ordenó a
un Pedro como “Obispo del Campamento” (episkopos parembolon). Este Pedro
(aparentemente el jeque de la tribu) firmó en Éfeso en 425 con ese título. La
acción de Juvenal puede explicarse quizás como la simple ordenación de un
coadjutor de habla árabe para esta gente cuya lengua él mismo no conocía; pero
el título de Pedro y su presencia en Éfeso ciertamente sugieren que él se
consideraba a sí mismo un obispo diocesano. Juvenal no tenía ningún derecho para
fundar una nueva diócesis ni para ordenar un sufragante para su propia sede. La
“Sede del Parembolai” desapareció de nuevo en el siglo sexto. Por las Actas de
Éfeso parece que Juvenal había ordenado otros obispos en Palestina y Arabia.
Varios obispos del patriarcado de Antioquía escribieron una carta al Emperador
Teodosio II en la cual parece que tuvieran ciertas dudas acerca de la
regularidad de su posición ya que, como dicen, habían “sido ordenados
anteriormente por el más piadoso Juvenal” (Mansi, IV, 1402), Ahora, el derecho
de ordenar a un obispo siempre significaba en Oriente tener jurisdicción sobre
él. Vemos un ejemplo de esto en las Actas del Concilio. Saidas, Obispo de Fanio
en Palestina, describe a Juvenal como “nuestro obispo” (ho episkopos meon
="nuestro metropolitano", aparentemente). Claramente, aún antes del concilio,
Juvenal había hecho esfuerzos tentativos para asumir al menos derechos
metropolitanos. En el concilio dio un golpe cuya audacia es asombrosa. Trató de
que su sede fuera reconocida no sólo como independiente e igual a Cesarea, sino
superior al gran Patriarcado de Antioquía. Antioquía, pretendía él, debía
someterse a la sede que canónicamente (a pesar de su posición honorífica) era el
sufragante de Antioquía. Su intento falló por completo. Pudo haber conmocionado
quizás la autoridad de Cesarea; pero esto era bastante asombroso. A pesar de
todo, la oportunidad fue espléndida para él. Vemos la astucia de Juvenal al
aprovecharla. En Éfeso él fue el segundo obispo en presentarse. Celestino de
Roma fue representado por sus delegados; Cirilo de Alejandría era residente,
pero ya tenía problemas con Candidiano, el Comisionado Imperial; Juan de
Antioquía llegó tarde y entonces armó un concilio rival a favor de los herejes,
Nestorio de Constantinopla era el acusado. El propio metropolitano de Juvenal
(de Cesarea) no estaba presente. La actitud cismática de Juan de Antioquía
especialmente, le dio la oportunidad a Juvenal. Con seguridad, el concilio de
Cirilo no apoyaba a Juan. Juvenal, entonces, bajo la bandera de apoyar a Cirilo
y al papa, trato de obtener del concilio su reconocimiento para nada menos que
su propia jurisdicción sobre Antioquía. En un discurso explicó a los Padres que
Juan de Antioquía debió haber aparecido en el concilio para dar al sínodo
ecuménico una explicación de lo que había pasado (su llegada tardía y el anti-concilio
que estaba montando) y para mostrar obediencia y reverencia a la Sede Apostólica
de Roma y a la Iglesia Santa de Dios en Jerusalén. “Ya que era especialmente la
costumbre, de acuerdo a la orden Apostólica y la tradición, que la Sede de
Antioquía fuese corregida y juzgada por la de Jerusalén. Contrario a esto, Juan
con su habitual insolencia ha despreciado al concilio” (Mansi, IV, 1312).
Mezclar su propio reclamo insolente con la justa queja de los otros Padres fue
un golpe maestro. Pero Cirilo no obtendría nada de él. La pretensión era
ampliamente absurda. León el Grande, escribiendo después a Máximo de Antioquía,
dice que Juvenal había tratado de confirmar su insolente intento con documentos
falsos; pero Cirilo le había advertido no apresurar tales reclamos poco legales
(Ep. 119, ad Max.). Así que este primer intento no tuvo éxito. Durante los
siguientes veinte años las cosas permanecieron como habían estado. Juvenal
continuó actuando sobre su reclamo y comportándose como la autoridad en jefe de
Palestina. Después del Concilio ordenó al Obispo de Jamnia (“Vita S. Euthymii”,
P.G., CXIV, c. 57).
Cuando comenzó la herejía monofisita, Juvenal estaba al principio del lado de
los herejes. Estaba presente en el sínodo Ladrón de 449, al lado de Dioscuro, y
se unió en la destitución de Flaviano de Constantinopla. El hecho debió haber
arruinado su oportunidad de obtener alguna ventaja de Calcedonia (451). Sin
embargo, fue lo suficientemente astuto para cambiar aún esta posición en su
ventaja. Al final, Calcedonia le dio gran parte de lo que él quería. Al comienzo
apareció en el concilio con los otros monofisitas como un acusado. Pero de
inmediato vio en qué dirección iba la marea, se alejó de sus antiguos amigos,
giró completamente y firmó la carta dogmática del Papa León a Flaviano. Los
padres ortodoxos estaban asombrados. En un concilio general el rango titular
dado a Jerusalén en Nicea naturalmente se habría hecho sentir. La adherencia de
una sede tan venerable fue recibida con deleite, el ilustre converso merecía
alguna recompensa. Juvenal explicó entonces que él había llegado al principio a
un entendimiento amistoso con Máximo de Antioquía, por el cual la larga disputa
entre sus sedes debería terminar. Antioquía quería, por supuesto, mantener su
precedencia sobre Jerusalén y la gran mayoría del patriarcado. Pero estaba
dispuesta a sacrificar un pequeño territorio, Palestina en el sentido estricto
(las tres provincias romanas así llamadas), y aparentemente Arabia, para hacer
un pequeño patriarcado para Jerusalén. El emperador (Teodosio II) ya había
intervenido en la disputa y había pretendido quitarle un territorio más grande a
Antioquía para beneficio de Jerusalén. Así que este arreglo parecía una clase de
compromiso. El concilio aceptó la propuesta de Juvenal en la séptima y octava
sesión (La correspondencia de Máximo con León el Grande muestra que él no estaba
del todo satisfecho) y convirtió a Jerusalén en un patriarcado con un pequeño
territorio. Desde esta época Jerusalén es una sede patriarcal, la última (la
quinta) en orden y la más pequeña. Así fue como se estableció el número, sagrado
después de todo, de cinco patriarcados. El Quincuagésimo sexto Concilio (692)
admite este orden. Enumera los patriarcados de Roma, Constantinopla, Alejandría,
Antioquía y añade: “después de estos aquel de la ciudad de Jerusalén” (can.
xxxvi), Este también es el orden proclamado por el Cuarto Concilio de
Constantinopla (869) en el Canon xxi e incorporado en nuestra ley canónica (C.I.C.,
dis. 22, c. 7). Desde Calcedonia nadie ha disputado el lugar de Jerusalén en la
jerarquía de los patriarcados. Pero se notará cuán tarde se le dio este rango,
cuán poco constructiva la conducta del obispo que lo obtuvo. Como el otro
comparativamente moderno Patriarcado de Constantinopla (hecho finalmente por el
mismo concilio, can. xxviii) representa una concesión tardía que molesta el
ideal más viejo y más venerable de tres patriarcados solamente – Roma,
Alejandría y Antioquía. Jerusalén le debe su lugar no a Santiago, el hermano del
Señor, sino al astuto e inescrupuloso Juvenal. Nada, por lo tanto, puede mostrar
una mayor ignorancia de toda la situación que la ingenua proposición de los
anglicanos en diferentes épocas (por ejemplo, los No-Juramentados en su carta a
los patriarcas, 1720) de que todos deberían admitir a Jerusalén “madre de todas
la Iglesias” como la primera sede de todas.
Las fronteras de este nuevo patriarcado, establecidas por Calcedonia, son al
norte el Líbano, al oeste el Mediterráneo, al sur el Sinaí (el Monte Sinaí
estaba originalmente incluido en estos límites), al este Arabia y el desierto.
Bajo el patriarcado estaban estos metropolitanos:Cesarea en Palestina (quien
ahora tenía que obedecer a su antiguo súbdito), Metrópolis de Palestina I, con
29 sufragantes;
Escitópolis (en la Vulgata Bethsan, Jos. xvii, 11; Juéces i, 27; actualmente
Besán, a siete horas al sur de Tiberíades), Metrópolis de Palestina II con
catorce sufragantes;
Petra (Sela’ en el hebreo, 2 R., xvi, 7; Is., xvi, 1; en el Wadi Musa, medio
camino entre el Mar Muerto y el Mar Rojo), Metrópolis de Palestina III con trece
sufragantes.
IV. DESDE JUVENAL HASTA LA CONQUISTA SARRACENA (458-636)
Los patriarcas de esta época fueron: Teodosio (monofisita usurpador, 452);
Anastasio (458-478); Martirio (479-486); Salustio (486-494); Elías (494-513)
(ver ELÍAS DE JERUSALÉN) Juan III (513-524); Pedro (524-544) ; Macario (544-574)
; (Eustaquio, Origenista, usurpador -563); Juan IV (574-593); Neamo (593-601);
Isaac (601-609); Zacarías (609-631); Moderato (631-634); Sofronio (634-638 o
644). Un importante evento para la ciudad fue la residencia allí de la
Emperatriz Eudoxia, esposa de Teodosio II. Llegó primero en 438 y luego se
asentó en Jerusalén desde 444 hasta su muerte cerca del año 460 (ver EUDOXIA).
Pasó la última parte de su vida en ardiente devoción en los Santos Lugares,
embelleciendo la ciudad y construyendo iglesias. Reconstruyó las murallas a lo
largo del sur e incluyó al Cenáculo dentro de la ciudad. Al norte construyó la
iglesia de san Esteban en el lugar tradicional de su martirio (actualmente el
famoso convento dominico y la Ecole Biblique). Justiniano I (527-565) también
añadió a la belleza de la ciudad muchos edificios espléndidos. De estos el más
famoso era una gran basílica dedicada a al Santísima Virgen con una casa para
peregrinos. Se construyó en medio de la ciudad, pero ahora ha desaparecido
completamente. También construyó otra gran iglesia de la Santísima Virgen en la
punta sur del área del viejo Templo (actualmente la mezquita de Al-aqsa). El
famoso mapa mosaico de Jerusalén descubierto en Madeba (Guthe y Palmer, “Die
Mosaikkarte von Madeba”, 1906) da una idea del estado de la ciudad en tiempos de
Justiniano. Durante este periodo la Sede de Jerusalén, como las de Alejandría y
Antioquía, era perturbada constantemente por el cisma monofisita. Bajo Juvenal
la gran multitud de monjes que se habían asentado en Palestina irrumpieron en
una revolución regular en contra del gobierno y en contra del patriarca, cuyo
cambio de frente en Calcedonia resentían amargamente. Eligieron a uno de sus
miembros, Teodosio, como anti-patriarca. Por un corto tiempo (en 452) Juvenal
tuvo que ceder espacio a esta persona. Por lo tanto, en otras sedes del
patriarcado los obispos ortodoxos fueron expulsados y los monofisitas (como
Pedro el Ibero en Majuma-Gaza) fueron elegidos en su lugar. La Emperatriz
Eudoxia fue al comienzo una declarada monofisita y ayudó a ese partido casi todo
el tiempo en que estuvo en la ciudad. Juvenal viajó a Constantinopla e imploró
la ayuda del emperador (Marciano, 450-457). Regreso con un cuerpo de soldados
que lo reinstalaron, matando un gran número de monjes, y finalmente apresó a
Teodosio, quien había huido. Teodosio fue mantenido en prisión en Constantinopla
casi hasta su muerte. Los disturbios no fueron sofocados completamente sino
hasta finales del 453. Eventualmente, el abad ortodoxo Eutimio convirtió a
Eudoxia, quien murió en comunión con la Iglesia (c. 460).
Los disturbios monofisitas posteriores, por supuesto, también afectaron a
Jerusalén. Martirio aceptó el Henoticón (ver su carta a Pedro Monogo de
Alejandría en Zacharias Scholasticus: "Syriac Chronicle", ed. Ahrens and Krueger,
Leipzig, 1899, VI, i, pp. 86, 18-20) con los obispos de su patriarcado. Elías de
Jerusalén apoyó a Flaviano de Antioquía en su resistencia a la condena de
Calcedonia del Emperador Anastasio (491-518). Fue entonces desterrado y Juan,
Obispo de Sebaste, impuesto en su lugar (513) (ver ELÍAS DE JERUSALÉN). Pero
Juan se volvió ortodoxo y rompió su compromiso con el emperador monofisita tan
pronto como obtuvo posesión de la sede (Theophanes Confessor, "Chronographia",
ed. de Boors, Leipzig, 1883-1885, I, 156). Mientras tanto san Sabas (d. 531)
desde su monasterio en el Mar Muerto fue un poderoso apoyo de los ortodoxos.
Juan III de Jerusalén aceptó los decretos del Sínodo ortodoxo de Constantinopla
en 518 y la fórmula del papa Ormisdas (514-523). El sucesor de Juan III, Pedro,
realizó un sínodo en septiembre del 536, en el cual proclamó su adherencia a
Calcedonia y a la ortodoxia al estar de acuerdo con la destitución del
monofisita Antimo de Constantinopla (depuesto ese año; las Actas de este sínodo
están en Mansi, VIII, 1163-1176). Desde esta época los patriarcas parecen haber
sido todos ortodoxos; aunque los monofisitas tenían un fuerte partido en
Palestina y eventualmente nombraron obispos monofisitas en comunión con los
patriarcas (jacobitas) de Antioquía de la línea de Sergio de Tella (desde 539)
aún en la misma Jerusalén. El primero de estos obispos jacobitas (ellos no
tomaron el título de patriarcas) de Jerusalén fue Severo en 597. De él desciende
la presente línea jacobita. En el año 614 una gran calamidad cayó sobre la
ciudad; fue tomada por los persas. En 602 el Emperador romano Mauricio había
sido bárbaramente asesinado por orden de Focas (602-610), quien usurpó su lugar.
Cosroes (Khusru) II, Rey de Persia, había encontrado protección de sus enemigos
con Mauricio, quien incluso había enviado un ejército para restituirlo (591). El
rey persa, furioso con el asesinato de su amigo y benefactor, declaró la guerra
contra Focas e invadió Siria (604). La guerra con persa continuó con el sucesor
de Focas, Heraclio (610-642). En el 611 los persas tomaron Antioquía, luego
Cesarea en Capadocia y Damasco. En 614 asolaron Jerusalén. El yerno de Corroes,
Shaharbarz asedió la ciudad; en su campamento había 26 mil judíos dispuestos a
acabar con la soberanía cristiana en su ciudad santa. Se dice que no menos de
noventa mil cristianos perecieron cuando Jerusalén cayó. El Patriarca Zacario
fue llevado cautivo a Persia. La Anástasis, el Martirión y otros santuarios
cristianos fueron quemados o arrasados hasta el suelo. La gran reliquia de santa
Helena de la Santa Cruz fue llevada a Persia como señal de triunfo. A los
judíos, como recompensa por su ayuda, se les permitió hacer lo que quisieran en
la ciudad. Pero su triunfo no duró mucho. En 622 Heraclio marchó a través de
Asia menor, haciendo retroceder a los persas. En 162 invadió Persia; Cosroes
huyó, fue depuesto y asesinado en 628 por su hijo Siroes.
El mismo año los persas tuvieron que firmar la paz que los despojaba de todas
sus conquistas. Los soldados persas evacuaron las ciudades de Siria y Egipto que
habían conquistado, la reliquia de la Verdadera Cruz fue regresada. En 624 el
mismo Heraclio llegó a Jerusalén para venerar la Cruz. Este es el origen de la
fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre: ver las lecciones
del segundo nocturno de ese día). El emperador, como castigo por la traición de
los judíos, renovó la vieja ley de Adriano prohibiéndoles entrar a la ciudad.
Después del asalto persa al pueblo, aún antes de que los romanos la
reconquistaran, Modesto, abad del monasterio de san Teodosio en el desierto del
sur, actuando aparentemente como vicario para el patriarca capturado, ya había
comenzado a restaurar los santuarios. Fue imposible bajo el gobierno persa
restaurar el esplendor del gran Martirión de Constantino. Modesto, por lo tanto,
tuvo que contentarse con un grupo de edificios mucho más modestos en el Santo
Sepulcro. Restauró la Anástasis, casi como había sido antes, excepto que un
techo cónico reemplazaba la vieja cúpula. La costumbre de orientar las iglesias
se había vuelto ahora universal; así que se hizo un nuevo ábside al este (donde
había estado la entrada) para el altar. Se abrieron puertas en el muro circular
al norte y al sur del ábside. La Anástasis, anteriormente una capilla
subsidiaria de la gran Basílica, ahora se convertía en el edificio principal.
Modesto restauró la pequeña capilla de la Crucifixión, originalmente construida
por Melania, pero no trató de reconstruir ninguna parte de la Basílica (Martirión)
excepto la cripta de la Exaltación de la Santa Cruz. Toda la explanada alrededor
de estos edificios fue encerrada por un muro y de esta manera se hizo un gran
atrio. Durante los siguientes siglos un gran número de capillas fueron
construidas aquí para contener diferentes reliquias de la Pasión. Heraclio,
cuando reconquistó la ciudad, reconstruyó los muros y restauró muchos otros
santuarios arruinados. Desde esta época hasta la conquista de los árabes, la
Jerusalén cristiana disfrutó un corto periodo de paz y prosperidad. San Sofronio
(634-638) o (644), quien vio esa conquista, fue uno de los más famosos
patriarcas de Jerusalén. En su época el monotelismo había surgido como uno de
los muchos intentos desesperados de conciliar a los monofisitas. Sofronio se
distinguió como un oponente de esta nueva herejía. Nació en Damasco y había sido
monje del monasterio de san Teodosio. En defensa de la Fe contra los monofisitas
había viajado a través de Siria y Egipto y había visitado Constantinopla. Como
patriarca en 634 escribió una carta sinodal en defensa de las dos voluntades en
Cristo que es uno de los documentos más importantes de esta controversia (Mansi
XI, 461 sg.). En 636 había tenido que rendir su ciudad a los musulmanes.
V. DESDE LA CONQUISTA ÁRABE HASTA LA PRIMERA CRUZADA.
Los musulmanes en el primer ardor de su nueva fe procedieron a invadir Siria. El
califa Abu-bakr (632-634) le dio el mando del ejército a Abu-‘Ubaidah, uno de
los Ashab originales (compañeros de Mahoma en su viaje, 622). Primero tomaron
Bosra. En julio de 633, derrotaron al ejército de Heraclio en Ajnadain cerca de
Emesa; en 634 arrasaron Damasco y de nuevo derrotaron a los romanos en Yarmuk.
Emesa cayó en 636. Los musulmanes consultaron entonces al califa Omar (643-644)
acerca de si deberían marchar sobre Jerusalén o Cesarea. Por consejo de ‘Ali
recibieron órdenes de tomar la Ciudad Santa, Primero enviaron a Mo'awiya Ibn-Abu-Sufyan
con cinco mil árabes para sorprender a la ciudad; poco después fue sitiada por
todo el ejército de Abu-‘Ubaidah. Fue defendida por una gran fuerza compuesta de
refugiados de todas las partes de Siria, soldados que habían escapado de Yarmuk
y una fuerte guarnición. Por cuatro meses continuó el sitio, cada día había
fieros asaltos. Al fin, cuando toda resistencia era inútil, el Patriarca
Sofronio (quien actuó durante ese tiempo como cabeza de la defensa cristiana)
apareció en los muros y demandó una conferencia con Abu-‘Ubaidah. Propuso
entonces capitular en términos honorables y justos; los cristianos pudieron
mantener sus santuarios y capillas, ninguno fue forzado a aceptar al Islam.
Sofronio además insistió en que estos términos fueran ratificados por el califa
en persona. Omar, entonces en Medina, estuvo de acuerdo con los términos y llegó
en un camello a los muros de Jerusalén. Firmó la rendición, luego entró en la
ciudad con Sofronio “y cortésmente discutió con el patriarca respecto a las
antigüedades religiosas” (Gibbon, ci, ed. Bury, London, 1898, V, 436). Se dice
que cuando llegó la hora para sus oraciones él estaba en la Anástasis, pero
rehusó decirlas allí, por temor a que en tiempos futuros los musulmanes tomaran
esto como excusa para romper el tratado y confiscar la iglesia. La Mezquita de
Omar (Jami ‘Saidna ‘Omar), opuesta a las puertas de la Anástasis, con el alto
alminar, es mostrado como el lugar al que él se retiró para sus oraciones. Bajo
los musulmanes la población cristiana de Jerusalén durante el primer periodo
disfrutó la tolerancia habitual dada a los teístas no musulmanes. Las
peregrinaciones siguieron como antes. El nuevo gobierno no hizo de Jerusalén el
centro político de Palestina. Este fue arreglado en Lidia hasta el año 716,
luego en Ar-Ramla (Ramleh). Pero también desde el punto de vista de los
musulmanes, Jerusalén, la ciudad de David y Cristo, a la cual fue llevado Mahoma
milagrosamente en una noche (Corán, Sura. XVII), la cual había sido la primera
Qibla de su religión, era un lugar muy sagrado, en tercer lugar sólo después de
la Meca y Medina. Ellos la llamaron Beit al-makdis (actualmente en general Al-Kuds).
En el reino del Califa ‘Abd-al-malik (684-705, el quinto califa omeya, en
damasco) el pueblo de Irak se rebeló y tomó posesión del Hijaz. Para darle a sus
seguidores un substituto para el haraman (Meca y Medina), del cual habían sido
advertidos de visitar, resolvió hacer de Jerusalén un centro de peregrinaje.
Entonces se dispuso a adornar el lugar del Templo con una espléndida mezquita.
Parece que los cristianos habían dejado intacto el lugar donde alguna vez había
estado el Templo. Omar lo visitó y lo encontró lleno de deshechos. En su época
un gran edificio cuadrado sin pretensión arquitectónica fue colocado para
refugiar a los Verdaderos Creyentes que iban allí a rezar. En 691 ‘Abd-al-malik
lo reemplazo con el exquisito “Domo de la Roca” (Qubbet-es-Sachra), construido
por arquitectos bizantinos, que todavía se alza en medio del área del templo.
Este es el edificio conocido durante mucho tiempo como la Mezquita de Omar,
falsamente atribuido a él. Es un edificio octogonal coronado con un domo,
cubierto en el exterior con mármol y los más hermosos azulejos multicolores,
ciertamente uno de los monumentos más espléndidos de la arquitectura mundial.
Fue construido sobre una gran roca plana, probablemente el lugar del viejo altar
de los holocaustos. ‘Abd-allah al- Iman al-Mamun (Califa, 813-833) la restauró.
El domo cayó en un terremoto y fue reconstruido en 1022. Los Cruzados (quienes
la convirtieron en una iglesia) pensaron que era originalmente el Templo judío;
de ahí la gran cantidad de templos construidos como imitación. Rafael en su
“Esponsales de la Santísima Virgen” la ha pintado, tan bien como pudo, a partir
de descripciones, en el fondo como el Templo. Toda el área del Templo se
convirtió para los musulmanes en el “Santuario ilustre” (Haram-ash-sherif) y fue
gradualmente cubierto por columnatas, almimbares (púlpitos) y pequeños domos.
En el extremo sur la basílica de Justiniano se convirtió en la “Mezquita más
remota” (Al-Masjid-al-aqsa, Sura XVII, 1). La descripción de Arculf, un obispo
franco que viajó en peregrinaje a Tierra Santa en el siglo VII, escrita a partir
de su relato por Adamman, monje de Jonia (d. 704): “De locis térrea sanctae”
lib. III (P. L., LXXXVIIl, 725 sq.), nos da una descripción nada placentera de
la condiciones de los cristianos en Palestina en el primer periodo del gobierno
musulmán. Los califas de Damasco (661-750) fueron príncipes iluminados y
tolerantes, en muy buenos términos con sus súbditos cristianos. Muchos
cristianos (por ejemplo, san Juan Damaceno, 754 d.C.) desempeñaron importante
oficios en sus cortes. Los califas abasíes en Bagdad (753-1242), durante el
tiempo que gobernaron Siria, también fueron tolerantes con los cristianos. El
famoso Harun Abu-Ja-‘afar (Haroun al-rashid, 786-809) envió las llaves del Santo
Sepulcro a Carlomagno quien construyó un hospicio para los peregrinos latinos
cerca del santuario. Las revoluciones y las dinastías rivales que rompieron la
unidad del Islam en pedazos, hicieron de Siria el campo de batalla para el mundo
musulmán; los cristianos bajo los nuevos amos comenzaron a sufrir la opresión
que eventualmente llevó a las Cruzadas.
En 891 la secta del Karamita (carmatianos) bajo Abu-Said al-jannabi surgió en
los alrededores de Kufa. Derrotaron las tropas del Califa Al-Mutazid (Ahmed
Abu'l Abbas), entraron a Siria (903-904) y devastaron la provincia. Asediaron la
Meca y evitaron que los peregrinos fueran allí desde 929 hasta 950, cuando
finalmente fueron destruidos. Durante este tiempo los musulmanes comenzaron de
nuevo a ir en peregrinación a Jerusalén en vez de ir al Hijaz. La importancia
religiosa que ganó de esta manera la ciudad fue el comienzo de la intolerancia
hacia los cristianos. Es el resultado invariable en el Islam; entre más sagrado
es un lugar para los musulmanes menos están ellos dispuestos a tolerar a los
infieles en él. La dinastía de los Fatimíes surgía ahora en África (908). Cerca
del año 967 tomaron posesión de Egipto. Mientras tanto una guerra fronteriza con
el imperio continuaba siempre. Los romanos tomaron ventaja de este
desmembramiento de los musulmanes para invadir sus antiguas provincias. Ya en
901, en el reino de León VI (886-911), los ejércitos romanos habían avanzado
sobre Siria tan lejos como Alepo y habían tomado un gran número de prisioneros.
En 962 Nicéforo Focas con cien mil hombres llegó hasta Alepo y devastó el país.
En 968 y 969 los romanos reconquistaron Antioquía. Fue inevitable que los
cristianos de Jerusalén trataran de ayudar a sus compatriotas a reconquistar la
tierra que había sido romana y cristiana; inevitable, también, que los
musulmanes castigaran tales intentos de alta traición. En 969 el patriarca, Juan
VII, fue sentenciado a muerte por mantener correspondencia traidora con los
romanos; muchos otros cristianos sufrieron el mismo destino, y un número de
iglesias fueron destruidas. Al mismo tiempo la primera ola de la gran raza turca
(los selyúcidas) estaba entrando a raudales sobre el imperio del califa.
En 934 un turco, Ikshid, se rebeló y sus sucesores se apoderaron de Palestina
por unos años.
En 969 Mu-‘ezz-li-Din-Allah, el cuarto Califa fatimí en Egipto, conquistó
Jerusalén. Un peregrino musulmán, Al-Muqaddasi, escribió una descripción de la
ciudad, especialmente del Haram ash-sharig, en esta época (citado por Le Strange,
“Palestina bajo los musulmanes”, 1890). El infame Hakim (Al-Hakim bi-amr-Allah,
el sexto Califa egipcio, 996-1021, quien se convirtió en el dios de los drusos)
decidió destruir el Santo Sepulcro.
Realmente este sólo fue un incidente en su persecución de los cristianos: su
excusa fue que el milagro del fuego sagrado (ya practicado en su época) era una
escandalosa impostura. En 1010 los edificios erigidos por Modesto fueron
quemados por completo. Las noticias de la destrucción, llevadas por peregrinos,
ocasionaron una ola de indignación a través de Europa. Fue una de las causas del
sentimiento que eventualmente provocó la Primera Cruzada. Mientras tanto se
recolectaron fondos para reconstruir el santuario. El Emperador Constantino IX
(1042-1054) persuadió al Califa Al-Mustansir-bi-llah (1036-1094) para que
permitiera la reconstrucción con la condición de liberar a cinco mil prisioneros
musulmanes y permitir la oración a Al-Mustansir en las mezquitas del imperio. Se
enviaron arquitectos bizantinos a Jerusalén. La reconstrucción fue terminada en
1048. El trabajo de Modesto fue restaurado con algunas adiciones apresuradas e
imperfectas. El Santo Sepulcro permaneció en su estado hasta que los cruzados lo
reemplazaron con el actual grupo de edificios (1140-1149).
En 1030 mercaderes de Amalfi pudieron establecerse permanentemente en Jerusalén.
Ellos habían dejado de comerciar por completo con la gente de Palestina,
construyeron una iglesia (santa María Latina), un monasterio Benedictino y un
hospedaje para los peregrinos. En 1077 los turcos selyúcidas se convirtieron en
los amos de Palestina. Desde esta época las condiciones de los cristianos se
hicieron intolerables. Los turcos prohibieron los servicios cristianos,
devastaron iglesias, asesinaron peregrinos. Fueron las noticias de estos abusos
las que provocaron el Concilio de Clermont (1095) y trajeron a los cruzados en
1099. La sucesión patriarcal después de Sofronio fue: (La sede estuvo vacante
desde la muerte de Sofronio hasta 705. Mientras Esteban de Dora actuó como
vicario papal para Palestina); Juan V (705-735); Juan VI (735-760),
(posiblemente la misma persona como Juan V); Teodoro (760-c. 770); Eusebio
(772); Elías II (expulsado en 784, murió c. 800); (mientras Teodoro ocupó la
sede por un tiempo ); Jorge de Sergio (800-807); Tomás (807-821); Basilio
(821-842); Sergio (842- c. 859); Salomón (c. 859-c. 864); Teodosio (c. 864- c.
879); Elías III (c. 879-907); Sergio II (907-911 ); León o Leoncio (911-928;
Anastasio o Atanasio; Nicolás; Cristóbal de Cristodoro (murió en 937); Ágato;
Juan VII (asesinado en 969); Cristóbal II; Tomás II; José II; Alejandro; Agapito
(986-?): Jeremías u Orestes (desterrado y asesinado c. 1012); Teofilo; Arsenio
(c. 1024); Jordano; Nicéforo; Sofronio II; Marcos II; Eutimio II (murió en
1099).
ADRIAN FORTESCUE
Transcribed by Donald J. Boon
Traducción: Mauricio Acosta Rojas