Hechos de los Apóstoles
BC
Siguiendo el orden aceptado de los libros del Nuevo Testamento, el quinto libro
es llamado Hechos de los Apóstoles (praxeis Apostolon). Algunos han pensado que
el título del libro fue diseñado personalmente por el autor. Tal es la opinión
de Cornely en su “Introduction to the Books of the New Testament” (Segunda
edición, página 315). Pero parece más probable que el título haya sido añadido
posteriormente, del mismo modo como fueron añadidos los encabezados de varios
evangelios. Basta pensar que el nombre “Hechos de los Apóstoles” no da una idea
precisa acerca del contenido del libro y que difícilmente el autor hubiera
utilizado tal título.
I. Contenido
II. Los orígenes de la Iglesia
III. División del Libro
IV. Objeto
V. Autenticidad
VI. Objeciones contra la autenticidad
VII. Fecha de composición
VIII. Textos de los Hechos
IX. La Comisión Bíblica
I. Contenido
El libro no contiene los hechos de todos los apóstoles, ni tampoco todos los
hechos de algún apóstol en particular. El texto comienza aportando una breve
información de los cuarenta días que sucedieron a la resurrección de Cristo y
durante los cuales Él se apareció a los apóstoles “hablándoles del Reino de
Dios”. Enseguida se mencionan brevemente la promesa del Espíritu Santo y la
Ascensión de Cristo. San Pedro aconseja que se elija a un sucesor para que tome
el lugar de Judas Iscariote; Matías es seleccionado a base de echar suertes. En
Pentecostés, el Espíritu Santo desciende sobre los apóstoles y les da el don de
lenguas. San Pedro explica el gran milagro a los asombrados testigos,
probándoles que es por el poder de Jesucristo que dicho milagro se realiza. Como
resultado de ese maravilloso discurso muchos se convirtieron a la religión de
Cristo y fueron bautizados, “y aquel día se les unieron unas tres mil personas”.
Esto marcó el comienzo de la Iglesia Judeo-cristiana. “Y el Señor agregaba al
grupo a los que cada día se iban salvando”. Junto a la puerta del templo que
llamaban “la Hermosa”, Pedro y Juan sanan a un hombre que era paralítico desde
el vientre de su madre. La población estaba llena de azoro y admiración ante el
milagro y corrieron tras Pedro y Juan en el pórtico llamado de Salomón. De nueva
cuenta, Pedro predica a Jesucristo, afirmando que la fe en el nombre de Jesús
era la que había sanado al tullido. “Muchos de los que habían oído el discurso
creyeron y el número, contando sólo a los hombres, llegó a unos cinco mil”. Pero
“se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y los
saduceos, indignados porque enseñaban al pueblo y anunciaban en la persona de
Jesús la resurrección de los muertos. Les echaron mano y los pusieron bajo
custodia hasta el día siguiente”. A la mañana siguiente Pedro y Juan fueron
llamados ante los gobernantes, los ancianos y los escribas, entre los que se
encontraban Anás, el Sumo Sacerdote, Caifás, y todos los parientes del Sumo
Sacerdote. Habiendoles puesto en medio de ellos, les preguntaron: “¿Con qué
poder o en nombre de quién habéis hecho eso vosotros?”. A lo cual, Pedro, lleno
del Espíritu Santo, respondió pronunciando una de las más sublimes profesiones
de fe cristiana que haya hecho persona alguna: “Sabed todos vosotros y todo el
pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo, el Nazoreo, a quien
vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su
nombre y no por ningún otro se presenta éste aquí sano delante de vosotros. Él
es la piedra que vosotros, los constructores, habéis despreciado y que se ha
convertido en piedra angular (Is . 28; Mt 21, 42) y no hay bajo el cielo otro
nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos”. Los miembros
del Consejo hubieron de enfrentar directamente la evidencia más positiva de la
verdad de la religión cristiana. Ordenaron a los dos apóstoles que abandonaran
el salón y entonces el Consejo deliberó, diciendo: “¿Qué haremos con estos
hombres?. Es evidente para todos los habitantes de Jerusalén que ellos han
realizado un milagro manifiesto y no podemos negarlo”. He aquí uno de los
grandes cumulus de evidencia sobre los que descansa la fe cristiana. El consejo
de los jefes judíos de Jerusalén, amargamente hostil, se ve obligado a declarar
que ha sucedió un notable milagro, innegable y manifiesto a los habitantes de
esa ciudad.
Con toda astucia, el Consejo intenta frenar el gran movimiento del cristianismo.
Amenazan a los apóstoles y les ordenan que no hablen ni enseñen a nadie en el
nombre de Jesús. Pedro y Juan cuestionan la orden, invitando al Consejo a que
juzgue si es correcto obedecer a éste antes que obedecer a Dios. Por temor a la
población, que estaba glorificando a Dios por el gran milagro, los miembros del
Consejo no pudieron imponer ningún castigo a los dos apóstoles. Puestos en
libertad, Pedro y Juan volvieron a donde estaban los otros apóstoles. Todos
alabaron a Dios y le pidieron fortaleza para anunciar su palabra. Después de la
oración, el lugar tembló y todos quedaron llenos del Espíritu Santo. En aquella
época, el fervor de los cristianos era muy grande. Todos tenían un solo espíritu
y un solo corazón. Todo lo tenían en común. Los que tenían tierras o casas las
vendían y daban el precio a los apóstoles para que éstos lo distribuyeran entre
los que tenían necesidad. Pero un cierto Ananías, en complicidad con su esposa
Safira, vendió una posesión y guardó parte del dinero. El Espíritu Santo reveló
a San Pedro la verdad del engaño por lo que el apóstol regañó a Ananías por
mentir al Espíritu Santo. Enseguida el hombre cayó muerto. Poco después llegó
Safira, sin conocer aún la muerte de su esposo, y fue interrogada por San Pedro
acerca del negocio. También ella había guardado una parte del dinero y
mentirosamente afirmó que ya se había entregado la cantidad completa a los
apóstoles. San Pedro la amonestó y también ella murió ahí mismo. La multitud vio
en la muerte de Ananías y Safira un castigo de Dios y el temor se apoderó de
todos. Este milagro del castigo de Dios también confirmó la fe de los creyentes
y atrajo más discípulos. Los milagros eran necesarios en esta etapa de la vida
de la Iglesia para dar testimonio de la verdad de su enseñanza, por lo que el
poder de los milagros fue abundantemente derramado sobre los apóstoles. Tales
milagros no son detallados minuciosamente en los Hechos, pero sí se afirma: “Por
mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en el pueblo...” (Hech
5, 12). Multitudes de hombres y mujeres se añadían a la comunidad cristiana. La
población de Jerusalén llevaba a los enfermos y los ponía en literas y camillas
a lo largo de las calles para que la sombra de San Pedro pudiera cubrirlos.
Traían incluso a los enfermos de las ciudades vecinas de Jerusalén, y todos
quedaban curados.
La secta más poderosa entre los judíos de esa época era la de los saduceos.
Ellos se oponían duramente a la religión cristiana a causa de la doctrina sobre
la resurrección de los muertos. La verdad cardinal de la enseñanza de los
apóstoles era: la vida eterna a través de Jesús, crucificado por nuestros
pecados y resucitado de entre los muertos. El Sumo Sacerdote Anás favorecía a
los saduceos y su hijo Anano, quien después se convertiría en Sumo Sacerdote,
era un saduceo (Josefo, Antigüedades de los Judíos, XX, 8). Estos terribles
sectarios hicieron causa común con Anás y Caifás en contra de los apóstoles de
Cristo y los metieron a la cárcel. El libro de los Hechos no deja duda alguna
respecto al motivo- “Llenos de envidia”- que inspiró al Sumo Sacerdote y sus
sectarios. Los líderes religiosos de la antigua Ley veían cómo disminuía su
influencia entre el pueblo ante el poder que actuaba a través de los apóstoles
de Cristo. Por la noche, un ángel del Señor abrió las puertas de la prisión,
liberó a los apóstoles y les ordenó ir a predicar en el Templo. El Consejo de
los judíos, a no encontrar en la cárcel a Pedro y a Juan, y habiendo oído de su
milagrosa liberación, se quedaron perplejos. Al saber que estaban en el Templo,
enseñando, enviaron a los soldados a que los trajeran ante ellos, sin violencia,
por temor a pueblo. Queda evidente que la gente común estaba dispuesta a seguir
a los apóstoles; la oposición venía de los sacerdotes y de las clases
dirigentes, mayormente configuradas por los saduceos. El Consejo acusó a los
apóstoles de que, lejos de obedecer la prohibición de predicar en nombre de
Cristo, habían llenado a Jerusalén con sus enseñanzas. La respuesta de Pedro fue
que ellos debían obedecer a Dios antes que a los hombres. Y valientemente
reiteró la doctrina de la redención y de la resurrección. El Consejo, desde
entonces, andaba buscando cómo matar a los apóstoles. En ese punto, Gamaliel, un
doctor de la Ley judía, tenido en mucho por todo el pueblo, se levantó en medio
del Consejo para defender a los apóstoles. Argumentó que si la nueva enseñanza
era de los hombres, terminaría cayendo por si misma, pero si fuera de Dios,
sería imposible de aniquilar. Prevaleció la opinión de Gamaliel y el Consejo,
habiendo llamado a los apóstoles, luego de tortirarlos, los dejó ir,
ordenándoles que no hablasen más en nombre de Jesús. Al partir los apóstoles, lo
hacen llenos de regocijo de saberse dignos de sufrir afrentas a causa del
Nombre. Y diariamente, en el Templo o en privado, no cesaban de enseñar y
predicar a Jesús el Cristo.
Habiéndose levantado un rumor entre los judíos griegos de que sus viudas eran
menospreciadas en el reparto diario, los apóstoles considerando indigno que
ellos se tuvieran que ocupar del servicio a las mesas y descuidar con ello la
palabra de Dios, nombraron a siete diáconos para ocuparse de ello. Entre ellos
hacía cabeza Esteban, un hombre lleno del Espíritu Santo. El realizó muchas
señales maravillosas entre la gente. Los judíos anti cristianos trataron de
resistirle, pero no podían ante su sabiduría y el espíritu con el que hablaba.
Entonces recurrieron al soborno de algunas gentes para que afirmaran que él
había hablado en contra de Moisés y del Templo. Esteban fue aprehendido y
llevado ante el Consejo. Los falsos testigos afirmaron que ellos habían
escuchado a Esteban decir que “Jesús, ese Nazoreo, destruiría este lugar y
cambiaría las costumbres que Moisés nos transmitió”. Los que estaban en el
Consejo vieron el rostro de Esteban que parecía el de un ángel. Esteban se
defiende, repasando los eventos de la primera alianza y su relación a la nueva
Ley. Es después arrastrado fuera de la ciudad, donde es apedreado a muerte.
Antes de morir, de rodillas, ora: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”.
A partir del martirio de Esteban se desató una gran persecución en contra de la
Iglesia de Jerusalén. Excepción hecha de los apóstoles, los fieles hubieron de
dispersarse en Samaria y Judea. El líder de la persecución era Saulo, quien
después se convertiría en el gran San Pablo, el Apóstol de los Gentiles. El
diácono Felipe primero predicó exitosamente en Samaria. Como todos los
predicadores de los primeros días de la Iglesia, Felipe confirmaba su
predicación con milagros. Pedro y Juan subieron a Samaria para confirmar a los
convertidos por Felipe. Este, guiado por un ángel, va de Jerusalén a Gaza, y en
el camino convierte al eunuco de Candace, la reina de Etiopía. Enseguida es
conducido Felipe por la fuerza de Dios a Azoto desde donde comenzó a predicar en
todas las ciudades costeras hasta llegar a Cesárea.
Saulo, respirando amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, parte para
Damasco a arrestar a cuanto cristiano pudiera encontrar ahí. Ya cerca de
Damasco, el Señor Jesús le habla desde el cielo y lo convierte. San Pablo es
bautizado en Damasco por Ananías y continúa viviendo en esa ciudad durante un
tiempo, predicando en la sinagoga que Jesucristo es el Hijo de Dios. Se retiró
posteriormente a Arabia, para retornar a Damasco y, tres años después, viajar a
Jerusalén. Ahí, Pablo fue originalmente recibido con desconfianza por los
discípulos de Jesús. Pero, luego que Bernabé describió cómo Pablo había sido
maravillosamente convertido, aquellos terminaron por aceptralo. Enseguida se
dedicó a predicar valientemente en el nombre de Jesús, disputando especialmente
con los judíos helenistas. Ellos planeaban matar a Pablo, pero los cristianos lo
llevaron a Cesárea y de ahí a Tarso, su ciudad natal.
Los Hechos describen la Iglesia de esta época en Judea, Samaria y Galilea
diciendo que “gozaban de paz...; se edificaban y progresaban en el temor del
Señor y estaban llenas de la consolación del Espíritu Santo”. Pedro va entonces
a todas partes para confortar a los fieles. En Lida curó al paralítico Eneas y
en Joppe levantó de entre los muertos a la piadosa viuda Tabitá (Dorcás, en
griego). Tales milagros confirmaban aún más la fe en Jesucristo. En Jope, Pedro
tuvo la gran visión de la sábana que era bajada del cielo conteniendo toda clase
de animales a los que, en trance, se le ordenó matar y comer. Pedro se rehusó,
basado en que era ilícito comer lo que era impuro. Como respuesta Dios lo hizo
saber que Él había purificado lo que para los judíos era impuro. Tal visión,
repetida en tres ocasiones, era la manifestación de la voluntad celestial de que
debía terminarse la ley ritual de los judíos y que la salvación debía ser
ofrecida a judíos y gentiles sin distinción. El significado de esa visión le fue
explicada a Pedro cuando un ángel le ordena ir a Cesárea a visitar al centurión
Cornelio, cuyos enviados ya estaban en camino para llevarlo a casa de este
último. Pedro obedece y, llegado a casa de Cornelio, escucha de éste su propia
visión. Pedro le predica a él y a cuantos se reunieron allí. El Espíritu Santo
desciende sobre ellos y Pedro ordena que sean bautizados. De regreso en
Jerusalén, los judíos alegaban que Pedro había ido a los incircuncisos y comido
con ellos. Pedro les explicó la visión de Jope y la Cornelio, y cómo éste había
recibido órdenes de un ángel para que enviara a recoger a Pedro a Jope, y para
que él y su familia recibieran de Pedro el Evangelio. Los judíos reconocieron la
obra de Dios y lo glorificaban declarando que “también a los gentiles les ha
dado Dios la conversión que lleva a la vida”. Quienes se habían dispersado
saliendo de Jerusalén en tiempos del martirio de Esteban habían llegado a
lugares tan lejanos como Fenicia, Chipre y Antioquía, pero exclusivamente
predicaban a los judíos. No habían entendido aún la llamada a los gentiles. Pero
luego algunos conversos de Chipre y Cirene llegaron a Antioquía y comenzaron a
predicar a los gentiles. Muchos creyeron y se convirtieron al Señor. Los
informes del trabajo en Antioquía llegaron a oídos de la Iglesia en Jerusalén y
entonces se decidió enviar allá a Bernabé, “un hombre bueno, lleno del Espíritu
Santo y de fe”. Él se llevó consigo a Pablo de Tarso y ambos permanecieron en
Antioquía un año enseñando a muchas personas. Los discípulos de Cristo
comenzaron a ser llamados cristianos en Antioquía.
El resto de los Hechos narra la persecución sufrida por los cristianos a manos
de Herodes Agripa; la misión encomendada por el Espíritu Santo a Pablo y Bernabé
de salir de Antioquía e ir a predicar en las naciones gentiles; los trabajos de
Pablo y Bernabé en Chipre y Asia Menor; su retorno a Antioquía; la disusión en
Antioquía en torno a la circuncisión; el viaje de Pablo y Bernabé a Jerusalén;
la decisión del Concilio Apostólico de Jerusalén; la separación de Pablo y
Bernabé, a quien suplió Silas o Silvano; la visita de Pablo a las iglesias de
Asia; la fundación de la iglesia de Filipo; los sufrimientos de Pablo en nombre
de Jesucristo; la visita de Pablo a Atenas; la fundación de las iglesias de
Corinto y Éfeso; la vuelta de Pablo a Jerusalén; la persecución de los judíos en
contra de Pablo; la prisión de Pablo en Cesárea; la apelación al Cesar por parte
de Pablo; su viaje a Roma; el naufragio; la llegada de Pablo a Roma; su vida en
esa ciudad. Por lo dicho, pensamos que un nombre más apropiado para este libro
hubiera sido “Los comienzos de la Religión Cristiana”. Se trata de una
totalidad, artística, la historia más completa que poseemos de la manera en que
se desarrolló la Iglesia.
II. Los orígenes de la Iglesia
En los Hechos vemos el cumplimiento de las promesas de Cristo. Jesús, en Hech
1,8, había prometido que los apóstoles serían investidos de poder cuando el
Espíritu Santo descendiera sobre ellos, y que serían sus testigos tanto en
Jerusalén como en Samaria, Judea y en los fines más remotos de la Tierra. Jesús
había declarado, en Jn 14, 12: “El que crea en mi, hará él también las obras que
yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre”. En esos pasajes se
encuentra la clave del origen de la Iglesia. La Iglesia se desarrolló según el
plan trazado por Cristo. Indudablemente que en la narración se nota el
desarrollo de un plan maestro. El autor detalla el desenvolvimiento del gran
plan de Cristo, elaborado por su infinita sabiduría y llevado a cabo con un
poder omnipotente. A lo largo de la obra se percibe, a través de su orden
sistemático de narración, una precisa descripción de los detalles. Luego de la
vocación de los primeros doce apóstoles, no hay otro evento de tanta importancia
en la Iglesia que la conversión de San Pablo y el mandato de enseñar en nombre
de Cristo. Hasta el momento de la conversión de San Pablo, el historiador
inspirado de los Hechos nos había dado una versión condensada del crecimiento de
la Iglesia entre los judíos. Pedro y Juan eran los actores más destacados. Pero
el gran mensaje debería salir de los confines del judaísmo; toda carne deberá
ver la salvación de Dios. Y San Pablo será el gran instrumento por el que Cristo
será predicado a los gentiles. En términos de desarrollo de la Iglesia
Cristiana, San Pabló aportó más que todos los demás apóstoles y es por ello que
en los Hechos él brilla como el agente más prominente de Dios para la conversión
del mundo. Su designación como Apóstol de los Gentiles no impedía que él
predicara a los judíos, pero sus frutos más abundantes saldrán de entre los
gentiles. Él llena con el Evangelio de Cristo el Asia Proconsular, Macedonia,
Grecia y Roma, y la mayor parte de los Hechos está dedicada a describir su
trabajo.
III. División del Libro
El autor no visualizó divisiones en la narración de los Hechos. La división la
hacemos nosotros según vemos necesario. Sin embargo, la naturaleza de la
historia ahí narrada fácilmente sugiere una división general de los Hechos en
dos partes:
El comienzo y propagación de la religión cristiana entre los judíos (1-9)
El comienzo y la propagación de la religión cristiana entre los gentiles
(10-28). San Pedro es el protagonista de la primera parte; San Pablo, de la
segunda.
IV. Objeto
Los Hechos de los Apóstoles no deben ser vistos como un escrito aislado, sino
como una parte integral dentro de una serie bien ordenada. Los Hechos presuponen
que sus lectores ya conocen los Evangelios; es una continuación de los mismos.
Los cuatro evangelistas concluyen con la narración de la resurrección y
ascensión de Jesucristo. San Marcos es el único que trata de sugerir la
continuación de la historia y resume su narración en una breve frase: “Ellos
salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y
confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban” (Mc 16, 20). Los
Hechos toman la narración en ese punto y registra sucintamente los eventos que
fueron realizados por el Espíritu Santo a través de los agentes humanos que Él
eligió. Es el registro condensado del cumplimiento de las promesas de
Jesucristo. Los evangelistas reportan las promesas que Cristo hizo a sus
discípulos referentes a la institución de la Iglesia y a su misión (Mt 16,
15-20); el don del Espíritu Santo (Lc 24, 49; Jn 14, 16-17); la vocación de los
gentiles (Mt 28, 18-20; Lc 24, 46-47). Los Hechos reportan su cumplimiento. La
historia comienza en Jerusalén y termina en Roma. Con una simplicidad que se
antoja divina, los Hechos nos muestran el crecimiento de la religión de Cristo
entre las naciones. La revelación hecha a San Pedro elimina la distinción entre
judíos y gentiles; Pablo es llamado para dedicarse especialmente al ministerio
de los gentiles; el Espíritu Santo opera maravillas para confirmar las
enseñanzas de Cristo; los hombres sufren y mueren pero la Iglesia crece, y de
esa manera todo el mundo llega a ver la salvación de Dios. En ninguna otra parte
de la Sagrada Escritura se ve al Espíritu Santo actuando con tanta fuerza como
en los Hechos de los Apóstoles. Él llena a los apóstoles de conocimiento y poder
en Pentecostés. Ellos dicen lo que el Espíritu Santo les indica. El Espíritu
Santo impulsa a Felipe el diácono para que se dirija al eunuco de Candace. El
mismo Espíritu toma a Felipe, después del bautismo del eunuco, y lo lleva a
Azoto. El Espíritu Santo le dice a Pedro que vaya a casa de Cornelio y cuando le
está predicando a este último y a su familia, es el Espíritu Santo quien
desciende sobre ellos. El Espíritu Santo directamente ordena que Pablo y Bernabé
sean destinados al ministerio de los gentiles. Es el Espíritu Santo quien
prohíbe a Pablo y a Silas que prediquen en Asia. Por la imposición de manos, el
Espíritu Santo constantemente viene a los fieles. En todos los asuntos Pablo es
dirigido por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo le advierte que le esperan
cadenas y aflicciones en cada ciudad. Cuando Agabo profetiza el martirio de
Pablo, le dice: “Así dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén
al hombre de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles”. Los
Hechos afirman que la gracia del Espíritu Santo es derramada sobre los gentiles.
En la espléndida narración del martirio de Esteban, se dice de él que estaba
lleno del Espíritu Santo. Frecuentemente se afirma que los apóstoles están
llenos del Espíritu Santo. Cuando Pedro hace su defensa ante los gobernantes,
escribas y ancianos, él está lleno del Espíritu Santo. Felipe es elegido como
diácono porque está lleno de fe y del Espíritu Santo. Al ser enviado Ananías a
Pablo en Damasco, dice que el motivo es que Pablo recobre la vista y sea lleno
del Espíritu Santo. De Jesucristo se dice que fue ungido por el Espíritu Santo.
Bernabé también es descrito como lleno del Espíritu Santo. Los samaritanos
reciben el Espíritu Santo por la imposición de las manos de Pedro y Juan. Esta
historia revela el verdadero carácter de la religión cristiana: sus miembros son
bautizados en el Espíritu Santo y sostenidos por su poder. El Espíritu Santo es
la fuente de la infalibilidad en la enseñanza de la Iglesia, de la gracia, y del
poder que resiste las puertas del infierno. Fue por la fuerza del Espíritu Santo
que los apóstoles establecieron la Iglesia en los grandes centros del orbe:
Jerusalén, Antioquía, Chipre, Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra, Derbe,
Filipo, Tesalónica, Berea, Atenas, Corinto, Efeso y Roma. Desde esos lugares
partió el mensaje a las naciones vecinas. Vemos en los Hechos el cumplimiento de
las promesas hechas por Cristo justo antes de la ascensión: “Vosotros recibiréis
una fuerza, cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y de este modo seréis
mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la
tierra”. En el Nuevo Testamento los Hechos actúan como vínculo entre los
evangelios y las epístolas de San Pablo; proveen la información necesaria acerca
de la conversión de San Pablo y su apostolado, y acerca de la formación de las
grandes iglesias a las que Pablo dirigió sus cartas.
V. Autenticidad
La autenticidad de los Hechos de los Apóstoles queda probada por su evidencia
intrínseca y es atestiguada por la voz concordante de la tradición. La unidad de
estilo y la perfección artística de los Hechos nos llevan a aceptar que se trata
de la obra de un solo autor. Tal cosa no sucedería si se tratara de una
colección de obras de diferentes autores. El autor escribe dejando ver que es un
testigo presencial y compañero de San pablo. Los pasajes 16,10.17; 20, 5-15; 21,
1-8; 27, 1; 28, 16 son conocidos como los pasajes nosotros. En ellos el autor
siempre utiliza la primera persona de plural, identificándose como alguien muy
cercano a San Pablo. Ello excluye la teoría de que Hechos es obra de un
redactor. Como bien dice Renan, el uso del pronombre de primera persona de
plural es incompatible con cualquier teoría de redacción. Sabemos por muchas
fuentes que Lucas fue compañero y colaborador de Pablo. En el saludo de su
escrito a los Colosenses, Pablo asocia consigo a “Lucas, el médico querido” (4,
14). En II Tim 4, 11 Pablo declara “El único que está conmigo es Lucas”. A
Filemón (24) Pablo le menciona a Lucas entre sus su colaboradores. En este
artículo podemos suponer como probada la autoría lucana del tercer evangelio. En
su frase inicial el autor de los Hechos implícitamente se confiesa como el autor
de ese evangelio. Dirige su trabajo a Teófilo, destinatario del tercer
evangelio; menciona su trabajo anterior y substancialmente da a conocer su
intención de continuar la historia que, en su anterior trabajo, había dejado en
el momento en que el Señor Jesús había sido recibido en el Cielo. Hay identidad
de estilo entre los Hechos y el tercer evangelio. Si se examinan los textos
griegos de ambas obras se percibe una notable identidad en la manera de pensar y
escribir. En ambas existe la misma mirada tierna hacia los gentiles, el mismo
respeto respecto al Imperio Romano, el mismo tratamiento de los rituales judíos,
y la misma concepción amplia de que el Evangelio es para todos los hombres.
También se nota la identidad de autoría al examinar las formas de expresión del
tercer evangelio y de los Hechos. Muchas expresiones comunes en ambas obras rara
vez son usadas en el resto del Nuevo Testamento. Otras incluso únicamente
aparecen en esas dos obras. Comparemos las siguientes expresiones griegas; nos
convenceremos que ambas son del mismo autor:
Lc 1,1 y Hech 15, 24-25
Lc 15 y Hech 1, 5; 27, 14; 19, 11
Lc 1, 20, 80 y Hech 1, 2, 22; 2, 29; 7, 45
Lc 4, 34 y Hech 2, 27; 4, 27, 30
Lc 23, 5 y Hech 10, 37
Lc 1, 9 y Hech 1, 17
Lc 12, 56; 21, 35 y Hech 17, 26
La última de las expresiones paralelas citadas, to prosopon tes ges, solamente
es usada en el tercer evangelio y en los Hechos. La evidencia de la autoría de
los Hechos es acumulativa. La evidencia intrínseca queda corroborada por los
testimonios de muchos testigos. Debe reconocerse, sí, que en los Padres
Apostólicos apenas se menciona el libro de los Hechos de los Apóstoles. Los
Padres de ese tiempo escribieron muy poco, y los efectos del paso del tiempo nos
han robado de mucho de lo que escribieron. Los evangelios eran más importantes
en la enseñanza de aquellos días y consecuentemente poseen testigos más
abundantes. El canon de Muratori contiene el canon de las Escrituras de la
Iglesia de Roma del siglo II. De los Hechos dice: “Pero los hechos de todos los
Apóstoles fueron escritos en un libro, escrito por Lucas para el excelente
Teófilo, porque él fue testigo ocular de todo”. En “La Doctrina de Addai”, que
contiene la antigua tradición de la Iglesia de Edesa, se reconocen los Hechos
como parte de las Sagradas Escrituras (Doctrina de Addai, ed. Phillips, 1876,
46). Los capítulos 12, 13, 14 y 15 del tercer libro de San Ireneo, “Contra los
herejes”, están basados en los Hechos de los Apóstoles. Ireneo defiende
convincentemente la autoría lucana del tercer evangelio y los Hechos de los
Apóstoles diciendo: “Que Lucas fue inseparable de Pablo, y su colaborador en el
Evangelio, él mismo lo señala claramente, no para presumir sino como obligado
por la verdad misma... Y narra el resto de los acontecimientos en los que estuvo
con Pablo... Como Lucas hubiese estado presente en todos ellos, él los anota
cuidadosamente en sus escritos, de modo que no se le puede acusar de falsedad o
presunción, etc.”. Ireneo unifica en si mismo ser testigo de la Iglesia
Cristiana del Este y del Oeste del segundo siglo. Él da inalterada continuidad a
las enseñanzas de los Padres Apostólicos. En su tratado “Del ayuno”, Tertuliano
acepta los Hechos como escritura sagrada y los apoda “Comentarios de Lucas”. En
su tratado “Sobre las normas acerca de los herejes”, XXII, Tertuliano defiende
fuertemente la canonicidad de los Hechos: “Definitivamente Dios cumplió su
promesa, pues en los Hechos de los Apóstoles se prueba que el Espíritu Santo
había descendido. Aquellos que rechazan las Escrituras no pueden pertenecer al
Espíritu Santo, pues no pueden reconocer que el Espíritu Santo ya fue enviado a
los discípulos, ni pueden presumir que son una iglesia quienes no tienen forma
de probar positivamente cuándo y con cuáles cuidados maternales fue establecido
este cuerpo”. En el capítulo XXIII del mismo tratado Tertuliano lanza un reto a
aquellos que rechazan los Hechos: “Puedo decir aquí a quienes rechazan los
Hechos de los Apóstoles: Hace falta que primeramente nos demuestren quién era
Pablo, tanto antes de convertirse en apóstol como después de su conversión, y
cómo llegó a ser apóstol”, etc. Clemente de Alejandría es otro claro testigo. En
“Stromata”, V, 11, afirma: “Muy instructivamente, pues, dice Pablo en los Hechos
de los Apóstoles: `El Dios que hizo el mundo y todo cuanto hay en él, que es el
Señor del cielo y de la tierra, no habita en santuarios fabricados por manos de
hombres`” (Hech 17, 24-25). Y en el capítulo 12 sentencia: “Como Lucas en los
Hechos de los Apóstoles relata que Pablo dijo: `Varones de Atenas, yo percibo
que ustedes son muy supersticiosos en todo`”. En su Homilía XIII, sobre el
capítulo 2 del Génesis, Orígenes afirma que la autoría lucana de los Hechos de
los Apóstoles es una verdad aceptada mundialmente. Eusebio (Historia
Ecclesiastica III, XXV) ubica los Hechos entre los ta homologoumena, los libros
de los que nadie ha dudado. La autenticidad de los Hechos ha quedado tan bien
demostrada que aún el escéptico Renan se vio forzado a declarar: “Algo fuera de
duda es que los Hechos tienen el mismo autor del tercer evangelio y son una
continuación del mismo. No es necesario probar ese hecho, que nunca ha sido
cuestionado seriamente. Los prefacios de ambas obras, su dedicación a Teófilo,
la similitud perfecta entre sus ideas y maneras de expresión proveen una
demostración convincente de esa realidad” (Les Apôtres, Introduction, p. x). Y
agrega: “El tercer evangelio y los Hechos forman una obra bien ordenada, escrita
reflexivamente y aún con arte, por la misma mano y con un plan bien definido.
Las dos obras forma una totalidad, teniendo el mismo estilo, presentando las
mismas expresiones características y citando las escrituras de la misma manera”
(ibid. p. XI).
VI. Objeciones contra la autenticidad
A pesar de todo, hay quien contradice esta bien probada verdad. Baur, Schwanbeck,
De Wette, Davidson, Mayerhoff, Schleiermacher, Bleek, Krenkel y otros han
objetado la autenticidad de los Hechos. Una de las objeciones se debe a la
discrepancia entre Hech 9, 19-28 y Gal 1, 17-19. En la Epístola a los Gálatas,
1, 17-18, San Pablo declara que, inmediatamente después de su conversión, él se
fue a Arabia y luego volvió a Damasco. “”Luego, de ahí a tres años, subí a
Jerusalén para conocer a Cefas”. En los Hechos no se hace mención del viaje de
Pablo a Arabia, y el viaje a Jerusalén se ubica inmediatamente después de la
noticia sobre la predicación de Pablo en las sinagogas. Hilgenfeld, Wendt,
Weizäcker, Weiss y otros alegan que existe ahí una contradicción entre el autor
de los Hechos y San Pablo. Es una acusación insostenible. Lo que queda patente
ahí es lo que frecuentemente pasa entre dos autores inspirados que narran
eventos sincrónicos. Ningún autor, en cualquiera de los dos testamentos, tuvo
nunca en mente escribir una historia completa. Simplemente buscaban entresacar
de entre un cúmulo de palabras y acciones aquellas cosas que ellos consideraban
importantes y agruparlas según sus necesidades. La concordancia entre ellos se
da en las grandes líneas doctrinales y en los acontecimientos importantes,
aunque alguien omita lo que otro narra. Los escritores del Nuevo Testamento
escriben convencidos de que el mundo ya ha recibido el mensaje por medio de la
transmisión oral. No todos podían tener a su alcance un manuscrito con la
palabra escrita, pero todos habían escuchado las palabras de quienes predicaban
a Cristo. La intensa actividad de los primeros maestros de la Nueva Ley hizo de
ella una realidad nueva en cada nación. Los pocos escritos que llegaron a ver la
luz eran considerados como suplementos de la gran economía de la predicación. De
ahí que encontremos notables omisiones en todos los escritores del Nuevo
Testamento y cosas que son propias y únicas de cada escritor. En el caso que nos
ocupa, el autor de los hechos omitió el viaje y la estancia de Pablo en Arabia.
La evidencia de que se trata de una omisión está el texto mismo. En Hech 9, 19
el autor habla de la estancia del Apóstol en Damasco como algo que duró “algunos
días”. Esta es una expresión indefinida utilizada para indicar un período muy
breve de tiempo. En Hech 9, 23 él conecta el siguiente evento con el precedente
al decir que aquél sucedió “al cabo de bastante tiempo”. Es evidente que una
serie de acontecimientos debió haber tenido lugar entre los “algunos días” del
verso 19 y el “bastante tiempo” del verso 23. Esos hechos debieron incluir el
viaje de Pablo a Arabia, su estancia ahí y su retorno a Damasco. Otra objeción
nace a raíz de la comparación del texto de I Tes 3, 1-2 con Hech 17, 14-15 y 18,
5. En Hech 17, 14-15 Pablo deja a Silas en Berea con la orden de seguirlo
después a Atenas. En Hech 18, 5 Timoteo y Silas salen de Macedonia para
encontrarse con Pablo en Corinto. Mas en I Tes 3, 1-2 Pablo ordena a Timoteo que
viaje de Atenas a Tesalónica, sin mencionar a Silas. Debemos apelar al principio
de que cuando un escritor omite uno o más miembros de una serie de
acontecimientos no necesariamente intenta contradecir a otro autor que haya
narrado lo que él omitió. Habiendo viajado desde Berea, Timoteo y Silas se
encontraron con Pablo en Atenas. En su celo por las iglesias de Macedonia Pablo
envió a Timoteo de regreso a Tesalónica desde Atenas, y Silas a algún otro sitio
de Macedonia. Al regresar de Macedonia ellos se encuentran con Pablo en Corinto.
Los hechos omiten su viaje a Atenas y su retorno a Macedonia. En Hechos muchos
acontecimientos están resumidos en un espacio muy breve. Un ejemplo de ello es
el apostolado paulino en Galacia, al que debe haber dedicado un tiempo
considerable, y que Hechos condensa en una frase: “Pasaron a través de la región
de Frigia y Galacia” (Hech 16, 6). El cuarto viaje de San Pablo es descrito en
un versículo (Hech 18, 22). La objeción nace de que, de acuerdo a Hech 16, 12,
queda claro que el autor de los Hechos estaba junto con Pablo durante la
fundación de la iglesia de Filipo. Por lo tanto, dicen los objetores, si Lucas
estaba con Pablo en Roma cuando éste escribió su carta a los filipenses, Lucas
no podría haber sido el autor de Hechos puesto que, de ser así, Pablo lo hubiera
asociado consigo en el saludo que dirige a los filipenses en su carta a ellos. Y
es todo lo contrario. No se halla mención alguna de Lucas en ese texto. Sin
embargo, sí se menciona en el saludo a Timoteo como compañero de Pablo. Este es
un argumento negativo e igualmente insostenible. Los varones apostólicos de esos
días no buscaban ni otorgaban reconocimientos por sus trabajos. San Pablo, por
ejemplo, escribió desde Roma sin mencionar a Pedro ni una sola vez. No había
entre aquellos hombres luchas por los mejores sitios o por la fama. Pudo haber
pasado que, aunque Lucas estuviera junto a San Pablo en Filipo, Timoteo era más
conocido en esa iglesia. O que, al momento de escribir la carta, Lucas no estaba
ahí físicamente. Los racionalistas argumentan que hay un error en el discurso de
Gamaliel (Hech 5, 36). Gamaliel se refiere a la insurrección de Teudas como a un
asunto que tuvo lugar antes de los días de los apóstoles, mientras que Josefo
(Antigüedades Judaicas XX, V,1) ubica la rebelión de Teudas bajo el gobierno de
Cayo Cuspio Fado (Procurador de Judea del 44 al 46 d.C., N.T.), 14 años después
del discurso de Gamaliel. Como frecuentemente ocurre, aquí también sucede que
los adversarios de las Sagradas Escrituras presuponen que quienquiera que esté
en desacuerdo con ellas debe tener razón. Quien haya examinado a Josefo se habrá
impresionado por su falta de precisión y descuido. Él escribió mayormente de
memoria y con frecuencia se contradice a si mismo. En el caso que nos ocupa,
algunos piensan que él confundió la insurrección de Teudas con la de un cierto
Matías, del que habla en Antigüedades XVII, VI, 4. Theodas es una contracción de
Theodoros, y tiene idéntica significación que el nombre hebreo Mathias, pues
ambos quieren decir “Don de Dios”. Tal es la opinión de Corluy en Vigouroux,
“Dictionnaire de la Bible”. Se puede correctamente decir en contra de esa
opinión que Gamaliel claramente afirma que el autor de esa insurrección no actuó
por motivos rectos. Es más, afirma que era un hombre sedicioso que engañó a sus
seguidores, “que pretendía ser alguien”. Pero Josefo describe a Matías como un
intérprete bastante elocuente de la ley judía, querido por el pueblo, y cuyas
conferencias eran escuchadas por los amantes de la virtud. Añade que incitaba a
los jóvenes a derribar el águila dorada que había sido erigida por el impío
Herodes en el Templo de Dios. Nadie puede dudar que tales actos sean agradables
a Dios; no así los de un impostor. El argumento de Gamaliel se basa en el hecho
de que Teudas afirmaba ser alguien que no era en realidad. El carácter de Teudas,
según lo describe Josefo, XX, V,1, es conforme al descrito respecto al Teudas de
los Hechos. Si no fuera por la discrepancia de fechas, ambos testimonios
estarían en total concordancia. Parece más probable, por tanto, que ambos
escritores hablen del mismo personaje y que Josefo haya erróneamente ubicado su
época con 30 años de retraso. Aunque también es posible que haya habido dos
Teudas de igual temperamento: uno en los días de Herodes el Grande, a quien
Josefo no nombra, pero que sí es aludido por Gamaliel, y otro, cuya insurrección
sí es mencionada por Josefo, en los días de Cuspio Fado, el procurador de Judea.
Debe haber habido muchas personas con carácter semejante en tiempos de Herodes
el Grande, pues Josefo, al hablar de esa época, dice: “en ese tiempo hubo como
10,000 diversos desórdenes en Judea que fueron como tumultos” (Antigüedades,
XVII, X, 4).
Se dice que las tres narraciones de la conversión de San Pablo (Hech 9, 7; 22,
9; 26, 14) no concuerdan entre si. En Hech 9, 7 el autor afirma que “los hombres
que iban con él se habían detenido (según la versión española de la Biblia de
Jerusalén; el original inglés de este artículo dice “de pie”, N.T.) mudos de
espanto, pues oían la voz, pero no veían a nadie”. En 22, 9 Pablo dice: “Los que
estaban vieron la luz pero no oyeron la voz del que me hablaba”. Y en 26, 14
Pablo afirma que todos cayeron a tierra, lo que parece contradecir la primera
afirmación, de que “se habían detenido (Cfr. nota anterior del traductor) mudos
de espanto”. Se trata aquí de un problema de detalle circunstancial, de poca
trascendencia. Hay muchas soluciones a ese problema. Apoyados en otros
precedentes, podemos afirmar que en varias narraciones del mismo evento la
inspiración no exige una concordancia total en los detalles puramente
extrínsecos, que para nada afectan la substancia de la narración. En la Biblia,
cuando el mismo acontecimiento es narrado repetidas veces por el mismo autor, o
por varios autores, siempre existe una ligera diferencia, lo cual es de
esperarse en personas que escriben de memoria. La inspiración divina cubre la
substancia de la narrativa. Para aquellos que insisten en que la inspiración
divina se debe extender hasta los detalles existen varias respuestas. Pape y
otros dan al eistekeisan el sentido de un enfático einai, que puede ser
traducido: ”Los hombres que viajaban conmigo se quedaron sin habla”, en
concordancia con 26, 14. Aún más, los tres relatos pueden ser vistos como
coincidentes si suponemos que todos ellos contemplan el mismo incidente en
diferentes momentos de su realización. Todos vieron una gran luz; todos oyeron
un sonido celestial. Caen rostro en tierra llenos de miedo. Enseguida se
levantan, se quedan quietos, sin poder pronunciar palabra alguna, mientras Pablo
conversa con Jesús, cuya voz sólo es escuchada por él. Acerca de Hech 9, 7
debemos aceptar los comentarios marginales de la Edición Revisada de Oxford: “al
escuchar el sonido”. El griego dice akoyontes tes phones. Cuando el autor
menciona la voz articulada de Cristo, la que sólo Pablo escuchó, utiliza la
frase ekousan phonen. De ese modo, el mismo término, phone, gracias a una
construcción gramatical distinta, puede significar el sonido vago que todos
escucharon o la voz articulada que únicamente Pablo oyó.
Se argumenta también que Hechos 16, 6 y 18, 23 representan a Pablo como
meramente de paso por Galacia, mientras que la Epístola a los Gálatas evidencia
que Pablo permaneció por largo tiempo en ese lugar. Cornely y otros responden a
eso diciendo que se puede suponer que Pablo emplea el nombre Galatia en el
sentido administrativo, como provincia, que abarcaba a Galacia propiamente
dicha, Licaonia, Pisidia, Isauria y gran parte de Frigia, mientras que Lucas
emplea el término para referirse a la localidad urbana de Galacia. Pero tampoco
tenemos que limitarnos a esta explicación. Lucas frecuentemente condensa los
eventos en su narración de Hechos. Únicamente dedica un versículo a describir el
cuarto viaje de Pablo a Jerusalén; resume en unas cuantas líneas la narración de
los dos años de prisión de Pablo en Cesárea. Puede haber también juzgado
apropiado para su objetivo el reducir a una frase el ministerio de Pablo en
Galacia.
VII. Fecha de composición
En lo que toca a la fecha del libro de los Hechos solamente podemos asignarle
una fecha tentativa a la finalización del escrito. Todo mundo sabe que Hechos
termina abruptamente. El autor sólo dedica dos versículos a los dos años que
Pablo pasó en Roma. Durante esos dos años, en cierto sentido, no pasó gran cosa.
Pablo vivió tranquilamente en Roma y predicó el Reino de Dios a quienes se
acercaban a él. Parece probable que Lucas compusiera el libro de los Hechos en
ese período y que terminara súbitamente al fin de esos dos años, quizás a causa
de alguna vicisitud inesperada y no descrita que lo alejó de su redacción. La
fecha de su terminación, por tanto, depende de la fecha de la cautividad de
Pablo en Roma. Los estudiosos concuerdan en ubicar la llegada de Pablo a Roma en
el año 62, de modo que la fecha más probable de la terminación de Hechos sería
el año 64.
VIII. Textos de los Hechos
En los códices greco-latinos D y E de Hechos encontramos un texto que varía
substancialmente de los demás códices y del texto recibido. Este texto es
llamado delta por Sanday y Headlam (Romanos, p. 21); beta, por Blass (Acta
Apostolorum, p. 24). El famoso Códice Latino, ahora en Estocolmo, llamado Codex
Gigas por su tamaño, también representa ese texto principalmente. El Dr.
Bornemann (Acta Apostolorum) intentó probar que dicho texto era original de
Lucas, pero su teoría no ha sido aceptada. El Dr. Blass (Acta Apostolorum, p. 7)
se propuso probar que Lucas inició escribiendo un borrador de hechos y que es lo
que está conservado en los códices D y E. Posteriormente Lucas revisó el
borrador y se lo envió a Teófilo. El Dr. Blass supone que esa copia revisada es
lo que constituye el original del texto recibido. Belser, Nestle, Zoeckler y
otros han aceptado tal teoría. Pero muchos otros la han rechazado. Parece mucho
más probable que D y E contengan un resumen, al que los copistas han añadido,
parafraseado y cambiado el texto original, siguiendo las tendencias que
prevalecían en la segunda mitad del siglo segundo de la era cristiana.
IX. La Comisión Bíblica
En junio 12 de 1913 la Comisión Bíblica publicó las siguientes respuestas a
varios cuestionamientos sobre los Hechos: El autor de los Hechos de los
Apóstoles el evangelista Lucas, tal como queda claro por la tradición, la
evidencia interna del texto mismo de los Hechos y en su relación con el tercer
evangelio (Lc 1, 1-4; Hech 1, 1-2). La unidad de su autoría queda probada
críticamente por su lenguaje, estilo y plan narrativo, y por la unidad de
objetivo y doctrina. La substitución original de la primera persona de plural
por la tercera, lejos de debilitar la unión de composición y autenticidad, la
afirma más. La relación entre Lucas y los principales fundadores de la Iglesia
en Palestina, y con Pablo, el Apóstol de los Gentiles; su dedicación y
diligencia como testigo ocular y al examinar a otros testigos; la notable
congruencia entre los Hechos de los Apóstoles y las epístolas de San Pablo y con
los más genuinos documentos históricos, todo indica que Lucas tenía a la mano
las fuentes más fidedignas y que las usó de tal modo que hizo de su escrito uno
de gran autoridad histórica. Esa autoridad no queda disminuida por las
dificultades presentadas en contra de los hechos sobrenaturales que él describe,
ni por su manera de condensar los sucesos, ni por las diferencias aparentes con
la historia bíblica o profana, ni por las aparentes inconsistencias con sus
propios escritos o con otras obras escriturísticas.
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A.E. BREEN
Transcrito por Vernon Bremberg
Dedicado a las religiosas dominicas de clausura del Convento del Niño Jesús,
Lufkin, Texas.
Traducido por Javier Algara Cossío