Felipe II
EnciCato
Rey de España, único hijo del Emperador Carlos V, e Isabel de Portugal, n. en
Valladolid el 21 de Mayo de 1527; f. en el Escorial el 13 de Setiembre de 1598.
Fue cuidadosamente educado en las ciencias, aprendió Francés y Latín, aunque
nunca habló nada más que Castellano, y también mostró mucho interés en la
arquitectura y la música. En 1543 se casó con su prima María de Portugal, quien
murió al nacer de Don Carlos (1545). Fue designado regente de España con el
consejo de Carlos V. En 1554 se casó con María Tudor, Reina de Inglaterra, quien
era once años mayor. Este matrimonio político dio a España influencia indirecta
en los asuntos de Inglaterra, recientemente restaurada al Catolicismo; pero en
1555 Felipe fue convocado a las Países Bajos, y la muerte de María en el mismo
año cortó la conexión entre los dos países. En una solemne conferencia llevada a
cabo en Bruselas el 22 de Octubre de 1555, Carlos V cedió a Felipe los Países
Bajos; las coronas de Castilla, Aragón y Sicilia, el 16 de Enero de 1556, y el
condado de Borgoña el diez de Junio. Pensó aún asegurarle la corona imperial,
pero la oposición de su hermano Fernando lo hizo abandonar este proyecto.
Convertido en rey, Felipe, un devoto al Catolicismo, defendió la Fe a través del
mundo y se opuso al progreso de la herejía, y estas dos cosas son la clave de
todo su reinado. Hizo ambas cosas por medio del absolutismo. Su reinado comenzó
desagradablemente para un soberano Católico. Había firmado con Francia el
Tratado de Vaucelles (5 de Febrero de 1556), pero el mismo fue pronto roto por
Francia, que se unió con Pablo IV contra él. Al igual que Julio II este papa
deseaba sacar los extranjeros de Italia. Felipe tenía dos guerras en sus manos
al mismo tiempo, en Italia y en los Países Bajos. En Italia el Duque de Alba,
Virrey de Nápoles, derrotó al Duque de Guisa e infligió tal daño al papa como
para forzarlo a hacer la paz. Felipe garantizó la misma en los más favorables
términos y el Duque de Alba fue hasta obligado a pedir el perdón del papa por
haber invadido los Estado Pontificios. En los Países Bajos Felipe derrotó a los
Franceses en San Quintín (1557) y Gravelines (1558) y posteriormente firmó la
Paz del Cateau-Cambresis (3 de Abril, 1559), que fue sellada por su matrimonio
con Isabel de Valois, hija de Enrique II. Concluida la paz, Felipe, quien había
sido demorado en los Países Bajos, regresó a España. Por más de cuarenta años
Felipe se dirigió al Príncipe de Orange decidido a proclamarle miembro de su
gabinete de asuntos de la monarquía. Residió alternativamente en Madrid, al que
hizo capital del reino y en villegiatures, la más famosa de las cuales es el
Escorial, que construyó en cumplimiento de un voto hecho al momento de la
batalla de San Quintín.
En España, Felipe continuó la política de los Católicos Fernando e Isabel. No
tuvo piedad en la supresión de la herejía Luterana, que había aparecido en
varias partes del país, particularmente en Valladolid y Sevilla. “Si mi propio
hijo fuera culpable como tu”, respondió a un gentilhombre condenado a muerte por
herejía que le había reprochado su crueldad, “lo llevaría con mis propias manos
a la estaca”. Tuvo éxito en exterminar al Protestantismo en España, pero
encontró otro enemigo no menos peligroso. Los moriscos del antiguo Reino de
Granada habían sido conquistados, pero permanecieron como enemigos implacables
de sus conquistadores, de los que estaban separados por religión, idioma,
vestimenta y maneras y complotaban incesantemente con los Musulmanes de fuera
del país. Felipe deseaba forzarlos a renunciar a su idioma y vestido, con lo
cual se rebelaron e involucraron en una sangrienta lucha contra España que duró
tres años (1567-70) hasta que fue finalizada por Don Juan, hijo natural de
Carlos V. Los derrotados Moriscos fueron transplantados en gran número al
interior del país. Otro evento de importancia histórica en el reino de Felipe
fue la conquista de Portugal en 1580. Después de la muerte del joven Rey
Sebastián en la batalla de Alcazar (1578) y la de su sucesor el anciano Cardenal
Enrique (1580), Felipe II, quien a través de su madre era un nieto del Rey
Emanuel, reclamó su título de heredero y envió al Duque de Alba a ocupar el
país. Esta fue la única conquista del reino. La unidad Ibérica, así realizada,
duró desde 1580 hasta 1640. Otros acontecimientos fueron los problemas en
Aragón, que fueron fomentados por Antonio Perez, anterior secretario del reino.
Perseguido por alta traición buscó refugio en su país nativo, y apeló a la
protección de sus fueros para que no pudiera ser entregado a los jueces
Castellanos, ni a la Inquisición. Los habitantes de Zaragoza lo defendieron con
la fuerza de sus armas y tuvo éxito en escapar al exterior, pero Felipe envió un
ejército a castigar a Aragón, violó los fueros y estableció el absolutismo en el
Reino de Aragón, hasta entonces orgulloso de su libertad (1592).
En los Países Bajos, donde Felipe había encomendado el gobierno a su tía,
Margarita de Parma, los nobles, irritados debido a su deseo de influencia,
complotaron y presentaron quejas. Protestaron contra la presencia en el país de
varios miles de soldados Españoles, contra la influencia del Cardenal Granvelle
con la regente, y contra la severidad de los decretos de Carlos V contra la
herejía. Felipe retiró a los soldados españoles y al Cardenal Greanvelle, pero
rehusó mitigar los decretos y declaró que no deseaba reinar sobre una nación de
herejes. Al estallar las dificultades con los Iconoclastas, juró castigarlos y
envió al Duque de Alba con un ejército, con lo cual Margarita de Parma renunció.
Alba se comportó como en un país conquistado, produjo el arresto y ejecución del
Conde Egmon y de Hornes, quienes fueron acusado de complicidad con los rebeldes,
creó el Consejo de Problemas, que era popularmente llamado el “Consejo de la
Sangre”, derrotó al Príncipe de Orange y a su hermano quienes habían invadido el
país con mercenarios alemanes, pero no pudo evitar que los “mendigos del Mar”
capturaran Brille. Continuó con sus éxitos militares pero fue retirado en 1573.
Su sucesor Requesens no pudo recuperar Leyden. Influenciadas por el Príncipe de
Orange las provincia concluyeron con la “Pacificación de Ghent” que reguló la
situación religiosa en los Países Bajos sin intervención real. El nuevo
gobernador, Don Juan, alteró los cálculos de Orange aceptando la “Pacificación”
y finalmente el Príncipe de Orange decidió proclamar la deposición de Felipe por
las provincias rebeladas. El rey respondió colocando al príncipe bajo
proscripción, poco tiempo después fue muerto por un asesino (1584). Sin embargo,
las provincias unidas no se sometieron y se perdieron para España. Aquellas del
Sur, sin embargo, fueron recobradas una tras otra por el nuevo gobernador,
Alejandro Farnese, Príncipe de Parma. Pero su muerte en 1592, y las crecientes
dificultades de la guerra contra los rebeldes, liderados por el gran general
Maurice de Nassau, hijo de Guillermo de Orange, llevaron a Felipe a comprender
que debía cambiar su política y cedió los Países Bajos a su hija Isabel, a la
que esposó al Archiduque Alberto de Austria, con la condición de que las
provincias serían devueltas a España en caso de que no hubiera hijos de esta
unión (1598). (Ver ALBA; EGMONT; GRANVELLE; PAISES BAJOS.). El objetivo del
reino de Felipe se realizó sólo parcialmente. Había salvaguardado la unidad
religiosa de España y exterminado la herejía en el sur de los Países Bajos, pero
el norte de los Países Bajos había sido perdido para él para siempre.
Felipe tenía tres enemigos contra quienes luchar en el extranjero, el Islam,
Inglaterra, y Francia.
El Islam era amo del Mediterráneo, estando en posesión de la Península
Balcánica, Asia Menor, Egipto, toda la costa norte de Africa (Túnez, Argelia y
Marruecos); había conquistado recién la Isla de Chipre y puesto bajo sitio a la
Isla de Malta (1505), la que valientemente había rechazado el asalto. Dragut, el
almirante Otomano, era el terror del Mediterráneo. En varias ocasiones Felipe
había peleado contra el peligro Musulmán, encontrándose alternativamente con el
éxito y con la derrota. Él por lo tanto se unió con entusiasmo a la Santa Liga
organizada por Pío V para resistir al Islam, y a la cual Venecia consintió
unirse. La flota de la Liga, comandada por Don Juan, hermano de Felipe II,
infligió a la flota Turca la terrible derrota de Lepanto (7 de Octubre de 1571),
los resultados de la cual hubieran sido mayores de no haberse probado la
falsedad de Venecia y de no haber muerto Pío V en 1572. No obstante, la
dominación Turca del Mediterráneo había terminado y en 1578 Felipe concluyó un
tratado con los Turcos que duró hasta el fin de su reinado.
Las relaciones de familiaridad con Inglaterra habían cesado a la muerte de María
Tudor. Felipe intento renovarlas mediante su quimérico proyecto de casamiento
con Isabel, quien no se había convertido todavía en la cruel perseguidora del
Catolicismo. Cuando ella se constituyó en la protectora de los intereses
Protestantes a través del mundo e hizo todo cuanto estaba en su poder para
alentar la rebelión de los Países Bajos, Felipe pensó enfrentarla en su propio
país apoyando la causa de María Estuardo, pero Isabel terminó con ella en 1587,
y proveyó ayuda a los Países Bajos contra Felipe, quien por tanto armó una
inmensa flota (la Armada Invencible) contra Inglaterra. Pero al ser conducida
por un comandante incompetente, no logró nada y fue casi totalmente destruida
por tormentas (1588). Este fue un desastre irreparable que inauguró la
declinación naval de España. Los corsarios Ingleses pudieron saquear sus
colonias y bajo Drake casi sus propias costas; en 1596 el Duque de Essex saqueó
la floreciente ciudad de Cádiz, y el cetro de los mares pasó de España a
Inglaterra.
Desde 1559 Felipe II había estado en paz con Francia, y se había contentado
urgiéndola a aplastar la herejía. La intervención Francesa en favor de los
Países Bajos no le hizo cambiar esta actitud, pero cuando a la muerte de Enrique
III en 1589 el Protestante Enrique de Borbón se convirtió en heredero al trono
de Francia, Felipe II se alió con los Guisa, quienes encabezaban la Liga, los
proveyó de dinero y hombres, y en varias ocasiones les mandó en su ayuda a su
gran general Alejandro Farnese. Incluso soñó con obtener la corona de Francia
para su hija Isabel, pero este audaz proyecto no se realizó. La conversión de
Enrique IV (1593) al Catolicismo eliminó el último obstáculo para su acceso al
trono Francés. Aparentemente Felipe II falló en la comprensión de la situación,
ya que continuó por dos años más la guerra contra Enrique IV, pero sus
infructuosos esfuerzos fueron finalmente terminados en 1595 por la absolución de
Enrique IV por parte de Clemente VIII.
Ningún soberano ha sido objeto de tan diversos juicios. Mientras los Españoles
lo consideraban como su Salomón y lo llamaba “el rey prudente”, para los
Protestantes era el “demonio del sur” (dæmon meridianus) y el más cruel de los
tiranos. Esto fue porque, habiéndose constituido a si mismo como el defensor del
Catolicismo en todo el mundo, encontró innumerables enemigos, sin mencionar a
tales adversarios como Antonio Perez y Guillermo de Orange quienes para
justificar su traición lo calumniaron tanto. Posteriormente poetas (Schiller en
su “Don Carlos”), escritores de romance y publicistas repitieron esas calumnias.
En realidad Felipe II reunía grandes cualidades y graves defectos. Fue
industrioso, tenaz, devoto al estudio, serio, de maneras simples, generoso para
con quienes lo servían, amigo y patrocinador de las artes. Fue hijo responsable,
amoroso esposo y padre, a quien su familia veneraba. Su piedad era ferviente,
tenía una devoción sin fronteras a la Fe Católica y fue, más aún, un celoso
amante de la Justicia. Su estoica fortaleza en la adversidad y el coraje con el
que soportó los sufrimientos de su última enfermedad son dignos de admiración.
Por otro lado era frío, desconfiado, reservado, escrupuloso hasta el exceso,
indeciso y propenso a aplazar sus responsabilidades, poco dispuesto a la
clemencia o a olvidar las ofensas. Su religión era austera y sombría. No podía
entender la oposición a la herejía excepto por la fuerza. Imbuido de ideas de
absolutismo, como todos los gobernantes de su época, fue llevado a actos
desaprobados por la ley moral. La política de su gabinete, siempre a trasmano
con relación a los acontecimientos y mal informada en lo relativo a la verdadera
situación, explica en gran medida sus fracasos. Para resumir podemos citar la
opinión de Baumstark: “Fue un pecador, como lo somos todos, pero fue también un
rey y un rey Cristiano en el completo sentido del término”.
GACHARD, Correspondance de Philippe II sur les affaires des Pays Bas (Brussels
and Ghent, 1848-1851); IDEM, Lettres de Philippe II a ses filles (Paris, 1884);
IDEM, Don Carlos et Philippe II (Paris, 1863); PRESCOTT, History of the reign of
Philip II, King of Spain (London, 1855); CORDOBA, Felipe II, rey de Espana
(Madrid, 1876-78); BAUMSTARK, Philippe II, Konig von Spanien (Freiburg, 1875),
tr. into French, KURTH (1877); MONTANA, Nueva luz y juicio verdadero sobre
Felipe II (Madrid, 1882); FORNERON, Histoire de Philippe II (Paris, 1882); HUME,
Philip II of Spain (London, 1897).
GODEFROID KURTH
Transcripto por John Paul Bradford
Traducido por Luis Alberto Alvarez Bianchi