Escolasticismo
EnciCato
Escolasticismo es un término usado para designar un método y un sistema. Se
aplica tanto en teología como en filosofía. La teología escolástica se distingue
de la teología patrística por un lado, y de la teología positiva por otro. Los
propios escolares distinguieron entre theologia speculativa sive scholastica y
theologia positiva. Aplicada a la filosofía, la palabra "escolástica" con
frecuencia se usa también para designar una división cronológica de un intervalo
entre el final de la época patrística en el siglo quinto y el principio de la
era moderna, por 1450. Será, entonces, de mayor claridad y orden si
consideramos:
I. El origen de la palabra "escolástica";
II. La historia del período llamado "escolástico" en la historia de la
filosofía;
III. El método escolástico en filosofía, con referencias incidentales al método
escolástico en teología
A. Teología y filosofía
B. Racionalismo escolástico
C. Detalles del método escolástico; y
IV. El contenido del sistema escolástico.
El resurgimiento del escolasticismo en tiempos recientes ya ha sido tratado en
el título NEOESCOLASTICISMO.
I. ORIGEN DEL NOMBRE "ESCOLÁSTICA"
Hay en la literatura griega algunos casos del uso de la palabra scholastikos
para designar a un filósofo profesional. Históricamente, sin embargo, la
palabra, como se usa ahora, se ha de buscar no en el griego, sino en las
primeras instituciones cristianas. En las escuelas cristianas, especialmente
después de principios del siglo sexto, era costumbre llamar al líder de la
escuela magister scholae, capiscola, o scholasticus. Conforme pasó el tiempo, se
usó el último de estos apelativos exclusivamente. El compendio de esas escuelas
incluía la dialéctica entre las siete artes liberales, que era en ese tiempo la
única rama de la filosofía que se estudiaba sistemáticamente. El líder de la
escuela generalmente enseñaba dialéctica, y fuera de su enseñanza cultivaba la
manera de filosofar y el sistema de filosofía que prevaleció durante toda la
Edad Media. Consecuentemente, el nombre "escolástica" fue usado y sigue usándose
para designar al método y al sistema que creció del compendio académico de las
escuelas o, más definidamente, de la enseñanza dialéctica de los maestros de las
escuelas (scholastici). No importa que, históricamente, la era de oro de la
filosofía escolástica, por decir, el siglo decimotercero, cae en el período
cuando las escuelas, el compendio de las cuales fue las siete artes liberales,
incluyendo la dialéctica, dieron paso a otra organización de estudios: el studia
generalia, o universidades. El nombre, una vez dado, continuó, como casi siempre
sucede, designando al método y sistema que había pasado para entonces a una
nueva fase de desarrollo. Académicamente, los filósofos del siglo decimotercero
son conocidos como magistri, o maestros; históricamente, sin embargo, son
escolásticos, y continúan siendo así designados hasta el fin del período
medieval. Y, aún después del cierre de la Edad Media, a un filósofo o teólogo
que adopta el método o el sistema del escolasticismo medieval se le conoce como
escolástico.
II. EL PERÍODO ESCOLÁSTICO
El período que se extiende desde el principio de la especulación cristiana al
tiempo de San Agustín, inclusive, se conoce como la era patrística en filosofía
y teología. En general, esa época se inclinó al platonismo y subestimó la
importancia de Aristóteles. Los Padres se esforzaron en construir en principios
platónicos un sistema de filosofía cristiana. Trajeron la razón en ayuda de la
revelación. Se inclinaron, sin embargo, hacia la doctrina de los místicos, y
como último recurso, se apoyaron más en la intuición espiritual que en la prueba
dialéctica para el establecimiento y explicación de las más grandes verdades de
la filosofía. Entre el fin de la era patrística en el siglo quinto y el comienzo
de la era escolástica en el noveno, intervinieron un número de pensadores
esporádicos, como se les podría llamar, como Claudiano Mamerto, Boecio,
Casiodoro, San Isidoro de Sevilla, Beda el Venerable, etc., quienes ayudaron a
llevar a la nueva generación las tradiciones de la era patrística y continuar en
la era escolástica la corriente del platonismo. Con el resurgimiento carolingio
del aprendizaje en el siglo noveno empezó un período de actividad educacional
que resultó en una nueva fase de pensamiento cristiano conocido como
escolasticismo. Los primeros maestros de las escuelas en el siglo noveno,
Alcuino, Rabano, etc., no fueron, de hecho, más originales que Boecio o
Casiodoro; el primer pensador original en la era escolástica fue Juan el Escoto
(véase ERIUGENA, JUAN ESCOTO). Sin embargo, inauguraron el movimiento
escolástico porque se esforzaron en traer la tradición patrística
(principalmente la agustiniana) en contacto con la nueva vida de la cristiandad
europea. No abandonaron el platonismo. Conocían poco a Aristóteles, excepto como
lógico. Pero principalmente se basaron en el razonamiento dialéctico; dieron una
nueva dirección a la tradición cristiana en filosofía. En el compendio de las
escuelas donde enseñaron, la filosofía era representada por la dialéctica. En
los libros de texto de dialéctica que usaron escribieron comentarios y notas en
las que, poco a poco, admitieron problemas de psicología, metafísica, cosmología
y ética. Así, el movimiento escolástico como un todo puede decirse que haya
surgido de las discusiones de los dialécticos.
Métodos, contenidos y conclusiones fueron influenciados por este origen. Allí
resultó una especie de racionalismo cristiano que más que ninguna otra cosa
caracteriza la filosofía escolástica en cada etapa sucesiva a su desarrollo y se
diferencía marcadamente de la filosofía patrística, la cual, como ya se dijo,
fue finalmente intuitiva y mística. Con Roscelin, quien apareció como a mediados
del siglo onceavo, la importancia del racionalismo suena muy diferente, y el
primer rumor se escucha de la inevitable reacción: la voz del misticismo
cristiano dando su grito de advertencia y condenando el exceso en el que el
racionalismo había caído. En los siglos onceavo y doceavo, por lo tanto, el
escolasticismo pasó a través de su período tormentoso y de tensión. Por un lado
estaban los partidarios de la razón: Roscelin, Abelardo, Pedro Lombardo; por
otro estaban los campeones del misticismo: San Anselmo, San Pedro Damián, San
Bernardo y los victorinos. Como todo partidario ardiente, los racionalistas
fueron demasiado lejos al principio, y sólo gradualmente trajeron su método a
las líneas de la ortodoxia y las armonizaron con reverencia cristiana para los
misterios de la fe. Como todo reaccionario conservador, los místicos primero
condenaron el uso y abuso de la razón; no llegaron a un acuerdo inteligente con
los dialécticos hasta finales del siglo doceavo. En el resultado final de la
lucha, fue el racionalismo que, habiendo modificado sus aseveraciones
irracionales, triunfó en las escuelas cristianas sin quitar, sin embargo, a los
místicos del panorama.
Mientras tanto, los eclécticos, como Juan de Salisbury, y los platonistas, como
los miembros de la escuela de Chartres, dieron al movimiento escolástico un más
amplio espíritu de tolerancia, impartiendo, por decirlo así, una clase de
humanismo a la filosofía para que, cuando lleguemos a la alborada del siglo
decimotercero, el escolasticismo haya dado dos pasos muy decisivos por
adelantado. Primero, el uso de la razón en la discusión de la verdad espiritual
y la aplicación de la dialéctica a la teología son aceptados sin protesta,
mientras estén dentro de los límites de la moderación. Segundo, hay voluntad por
parte de los escolares para salirse de las líneas de la estricta tradición
eclesial y aprender no sólo de Aristóteles, que ahora se le empezaba a conocer
como metafísico y psicólogo, sino también de los árabes y judíos, cuyos trabajos
habían comenzado a penetrar en traducciones latinas en las escuelas de la Europa
cristiana. La toma de Constantinopla en 1204, la introducción de trabajos
árabes, judíos y griegos en las escuelas cristianas, el apogeo de las
universidades y la fundación de las órdenes mendicantes, fueron eventos que
llevaron a la extraordinaria actividad intelectual del siglo decimotercero, que
se centró en la Universidad de París. Al principio, había una considerable
confusión, y pareció como si las batallas ganadas en el sigo doceavo por los
dialécticos debieran ser peleadas otra vez. Las traducciones de Aristóteles
hechas del árabe y acompañadas de comentarios árabes estuvieron teñidas con
panteísmo, fatalismo y otros errores neoplatónicos. Aún en las escuelas
cristianas había panteístas declarados, como David de Dinant, y bruscos
averroístas, como Siger de Barbant, quienes se inclinaron a prejuzgar la causa
del aristotelismo. Estos eventos fueron suprimidos por las más estrictas medidas
disciplinarias durante las primeras décadas del siglo decimotercero. Mientras
aún eran fuente de peligro, hombres como Guillermo de Auvergne y Alejandro de
Hales dudaban entre el tradicional agustinianismo de las escuelas cristianas y
el nuevo aristotelismo, que venía de fuentes dudosas. Además, el agustinianismo
y el platonismo concordaban con la piedad, mientras que el aristotelismo se
encontró falto del elemento del misticismo. Más tarde, sin embargo, las
traducciones hechas del griego revelaron un Aristóteles libre de los errores
atribuidos a él por los árabes y, sobre todo, el genio maestro de San Alberto
Magno y su aún más ilustre discípulo Santo Tomás de Aquino, quien apareció en el
momento crítico, pacientemente analizaron las dificultades de la situación y las
acometieron sin temor, ganaron la batalla de la nueva filosofía y continuaron
exitosamente las tradiciones establecidas en el siglo sucedáneo. Su
contemporáneo, San Buenaventura, mostró que la nueva enseñanza no era
incompatible con el misticismo proveniente de fuentes cristianas, y Roger Bacon
demostró con sus inexitosos intentos para desarrollar las ciencias naturales las
posibilidades de otra clase que estaban latentes en el aristotelismo.
Con Duns Escoto, un genio de primer orden, pero no del tipo constructivo,
empieza la fase crítica del escolasticismo. Aún antes de su tiempo, los
contemporáneos franciscanos y dominicos se habían separado en direcciones
contrarias. Fue su entusiasta y rígida búsqueda por los puntos débiles en la
filosofía tomista la que irritó e hirió susceptibilidades entre los seguidores
de Santo Tomás, y despertaron el espíritu de partisanos que hizo mucho por
disipar la energía del escolasticismo en el siglo decimocuarto. El surgimiento
del averroismo en las escuelas, el excesivo crecimiento del formalismo y la
sutileza, el crecimiento de terminología artificial e incluso bárbara y la
negligencia en el estudio de la naturaleza y de la historia contribuyeron al
mismo resultado. El nominalismo de Ockham y el intento de Durandus de
simplificar la filosofía escolástica no tuvieron el efecto que los autores
pretendían. "La gloria y el poder del escolasticismo se desvaneció en el calor y
brillo del misticismo", y Gerson, Tomás de Kempis y Eckhart son más
representativos de lo que la Iglesia en realidad pensaba en los siglos
decimocuarto y decimoquinto que los tomistas, escotistas y ockhamistas de ese
período, quienes desperdiciaron mucho tiempo valioso en la discusión de
cuestiones altamente técnicas que destacaron en las escuelas y despertaron poco
interés excepto por los adeptos a la sutileza escolástica. Después del
florecimiento del humanismo, cuando el Renacimiento, que precedió la era
moderna, estaba en apogeo, los grandes comentaristas italianos, españoles y
portugueses inauguraron una era de escolasticismo más sano, y los grandes
maestros jesuitas, Toledo, Vázquez y Suárez, parecían recordar los mejores días
de la especulación del siglo decimotercero. El triunfo del descubrimiento
científico con el que, como una regla, los representantes del escolasticismo en
los asientos de la autoridad académica, desafortunadamente, tenían muy poca
simpatía, guió a los nuevos caminos del filosofar; y cuando, finalmente,
Descartes en la práctica, si no en la teoría, separó completamente la filosofía
de la teología, la era moderna había empezado y la época conocida como
escolasticismo había llegado a su fin.
III. EL MÉTODO ESCOLÁSTICO
Ningún método en filosofía ha sido tan condenado como el de los escolásticos.
Ninguna filosofía ha sido más burdamente malinterpretada. Y esto es cierto no
sólo de los detalles, sino también de los elementos más esenciales del
escolasticismo. Dos cargos, especialmente, se presentan contra los escolares:
primero, que confundían filosofía con teología y, segundo, que hicieron la razón
subordinada a la autoridad. De hecho, la misma esencia del escolasticismo es,
primero, su clara limitación de los respectivos dominios de la filosofía y la
teología y, segundo, su dedicación al uso de la razón.
A. Teología y filosofía
Los pensadores cristianos, desde el principio, se encontraron con la pregunta:
¿cómo tenemos que hacer para reunir razón con revelación, ciencia con fe,
filosofía con teología? Los primeros apologistas no poseían una filosofía
propia. Tuvieron que tratar con un mundo pagano orgulloso de su literatura y su
filosofía, listo para ostentar en cualquier momento su legado de sabiduría ante
los ignorantes cristianos. Los apologistas acometieron la situación mediante una
teoría que fue tan audaz como habrá sido desconcertante para los paganos. Ellos
presentaron la explicación de que toda la sabiduría de Platón y los otros
griegos era por inspiración del Logos; que era la verdad de Dios y, por lo
tanto, no podía estar en contradicción con la revelación sobrenatural contenida
en los Evangelios. Era una hipótesis calculada no sólo para acallar a un
oponente pagano, sino también para trabajar constructivamente. La encontramos en
San Basilio, en Orígenes y aún en San Agustín. La creencia de que los dos
órdenes de la verdad, el natural y el sobrenatural, deben armonizar, es la
inspiración de la actividad intelectual en la época patrística. Pero esa época
hizo poco por definir los límites de los dos campos de la verdad. San Agustín
cree que la fe ayuda a la razón (credo ut intelligam) y que la razón ayuda a la
fe (intelligo ut credam); sin embargo, está inclinado a enfatizar el primer
fundamento y no el segundo. No desarrolla una metodología definida al tratarlos.
Los escolásticos, casi desde el principio, tendieron a hacer eso.
Juan Escoto Eriugena, en el siglo noveno, mediante su doctrina que toda verdad
es teofanía, o muestra previa de Dios, trató de elevar la filosofía al rango de
la teología, e identificar a ambos en una especie de teosofía. Abelardo, en el
siglo doceavo, trató de bajar la teología al nivel de la filosofía, e
identificar a ambos en un sistema racionalista. Los mejores de los escolásticos
en el siglo decimotercero, especialmente santo Tomás de Aquino, resolvieron el
problema para siempre, concerniente a la especulación cristiana, mostrando que
las dos son distintas ciencias y sin embargo concuerdan. Son distintas, enseña,
porque, mientras la filosofía se apoya sólo en la razón, la teología usa las
verdades derivadas de la revelación, y también porque hay algunas verdades, los
misterios de la fe, que recaen completamente fuera del dominio de la filosofía y
pertenecen a la teología. Concuerdan, y deben concordar, porque Dios es el autor
de toda verdad, y es imposible pensar que Él enseñaría en el orden natural algo
que contradice lo que enseña en el orden sobrenatural. El reconocimiento de
estos principios es uno de los mayores logros del escolasticismo. Fue una de las
características que lo diferenciaron de la era patrística, en la que los mismos
principios eran, por así decirlo, en solución, y no cristalizados en expresiones
definidas. Es la cualidad que diferencía al escolasticismo del averroismo. Es la
inspiración de todo esfuerzo escolástico. Mientras duró, el escolasticismo duró,
y luego que la convicción opuesta se estableció, la convicción, a saber, que lo
que es verdad en teología puede ser falsedad en filosofía, el escolasticismo
dejó de existir. Es, por tanto, cuestión de constante sorpresa para aquellos que
conocen el escolasticismo encontrarlo malinterpretado en su punto vital.
B. Racionalismo escolástico
El escolasticismo surgió del estudio de la dialéctica en las escuelas. La
batalla más decisiva del escolasticismo fue la del vaivén en el siglo doceavo
contra los místicos que condenaban el uso de la dialéctica. La marca distintiva
del escolasticismo en la época de su más grande desarrollo es su uso del método
dialéctico. Es, por tanto, cuestión, una vez más, de sorpresa, el encontrar al
escolasticismo acusado de demasiada subordinación a la autoridad y a la
banalidad de la razón. Racionalismo es una palabra que tiene varios
significados. A veces es usado para designar un sistema que, negándose a
reconocer la autoridad de la revelación, prueba cada verdad mediante la regla de
la razón. En este sentido, los escolásticos no eran racionalistas. El
racionalismo del escolasticismo consiste en la convicción de que la razón es
para ser usada en la explicación de la verdad espiritual y para la defensa de
los dogmas de fe. Se opone al misticismo, que dudó de la razón y puso énfasis en
la intuición y la contemplación. En este vago significado del término todos los
escolásticos eran racionalistas convencidos; la única diferencia era que
algunos, como Abelardo y Roscelin, eran demasiado vehementes en la causa del uso
de la razón, y llegaron tan lejos como para mantener que la razón puede probar
aún los misterios sobrenaturales de la fe, mientras otros, como santo Tomás,
moderaron los hechos de la razón, pusieron límites a su poder de probar la
verdad espiritual y mantuvieron que los misterios de la fe no podían ser
descubiertos ni podían ser probados por la razón sola.
Todo el movimiento escolástico, por lo tanto, es un movimiento racional en el
segundo sentido del término racionalismo. Los escolásticos usaron su razón:
aplicaron la dialéctica al estudio de la naturaleza, de la naturaleza humana y
de la verdad sobrenatural. Lejos de desvalorar la razón, llegaron hasta donde el
hombre puede -algunos críticos modernos piensan que llegaron demasiado lejos- en
la aplicación de la razón a la discusión de los dogmas de fe. Reconocían la
autoridad de la revelación, como todos los filósofos cristianos están obligados.
Admitieron la fuerza de la autoridad humana cuando las condiciones de su
aplicación válida eran verificadas. Pero en teología, la autoridad de la
revelación no forzaba su razón y en filosofía y en ciencias naturales enseñaban
muy enfáticamente que el argumento de la autoridad es el más débil de todos los
argumentos. No subordinaban la razón a la autoridad en ningún sentido impropio
de esa frase. Fue un oponente del movimiento escolástico quien nombró la
filosofía como "la sirviente de la teología", una designación que, sin embargo,
algunos de los escolásticos aceptaron para significar que a la filosofía
pertenece la honrosa labor de llevar la luz para guiar los pasos de la teología.
Uno no debe ir tan lejos como para decir, con Barthélemy Saint Hilaire, que "el
escolasticismo, en su resultado general, es la primera revuelta del espíritu
moderno contra la autoridad." No obstante, uno está obligado por los hechos de
la historia a admitir que hay más verdad en esa descripción que en el juicio
superficial de los historiadores que describen el escolasticismo como la
subordinación de la razón a la autoridad.
C. Detalles del método escolástico
La manera escolástica de tratar los problemas de la filosofía y la teología se
hace evidente de un vistazo en el cuerpo literario que los escolares producían.
La inmensa cantidad de comentarios sobre Aristóteles, Pedro Lombardo, Boecio,
Pseudo-Dionisio y las Escrituras indica la forma de la actividad académica que
caracteriza el período escolástico. El uso de textos data de muy a principios de
la época escolástica en filosofía y teología y fue continuado hasta los tiempos
modernos. El maestro maduro, sin embargo, frecuentemente encuadraba los
resultados de su propia especulación en una Summa, que, después, se volvía libro
de texto en las manos de sus sucesores. Las Questiones disputatae eran tratados
especiales de los temas más difíciles o importantes, y como el nombre indicaba,
seguían el método de debate prevaleciente en las escuelas, generalmente llamado
disputa o determinación. Los Quodlibeta eran misceláneas generalmente en la
forma de respuestas a preguntas que, tan pronto como un profesor obtenía un
renombre muy extendido, empezaban a llegar a él no sólo del mundo académico en
el que vivía, sino toda clase de personas y de todas partes de la cristiandad.
La división de los temas en teología era determinado por el arreglo de Pedro
Lombardo en sus "Libros de las sentencias" (véase SUMMA, SIMMULAE), y en
filosofía se adhirió cercanamente al orden de tratados en los trabajos de
Aristóteles. Hay una gran divergencia entre los principales escolásticos en los
detalles de orden, así como en los valores relativos a los subtítulos "parte",
"cuestión", "disputar", "artículo", etc. Todos, sin embargo, adoptan la manera
de tratamiento por la que tesis, objeciones y soluciones a objeciones saltan
distintivamente en la discusión de cada problema. Encontramos rastros de esto en
el pequeño tratado de Gerbert "De rational et ratione uti" en el siglo décimo, y
es adoptado aún más definidamente en el de Abelardo "Sic et non". Tiene su raíz
en el método aristotélico, pero fue determinado más inmediatamente por la
actividad dialéctica de las primeras escuelas de las cuales, como se dijo, el
escolasticismo surgió.
Mucho se ha dicho a favor y en contra de la terminología escolástica en
filosofía y teología. Es generalmente más reconocido que cualquier precisión que
haya en las lenguas modernas de Europa occidental se debe en gran medida a los
discursos dialécticos de los escolásticos. Por otra parte, el ridículo ha sido
derramado en la rigidez, la aspereza y la barbaridad del estilo escolástico. En
un estudio imparcial de la cuestión, debe ser recordado que los escolásticos del
siglo decimotercero -y no eran ellos sino sus sucesores quienes eran culpables
de los pecados de estilo más grotescos- eran confrontados con un problema de
terminología único en la historia del pensamiento. Rápidamente se posesionaron
de una literatura completamente nueva: los trabajos de Aristóteles. Hablaban una
lengua, el latín, en la que la terminología de Aristóteles en metafísica,
psicología, etc., no había hecho impresión alguna. Consecuentemente, estaban
obligados a crear al mismo tiempo palabras y frases para expresar la
terminología de Aristóteles , una terminología notable por su volumen, su
variedad y su complejidad técnica. Lo hicieron honesta y humildemente,
traduciendo las frases de Aristóteles literalmente, y muchas frases latinas de
sonido extraño en los escritos de los escolásticos estarían muy bien en griego
aristotélico, si regresan palabra por palabra en esa lengua. El latín de los
mejores de los escolásticos puede carecer de elegancia y distinción, pero nadie
negará los méritos de su rigurosa severidad de enunciado y su lógica sonoridad
de estructuración. Aún queriendo las gracias de lo que se llama el estilo
refinado, gracias que tienen el poder de agradar pero no facilitan la tarea del
aprendiz de filosofía, el estilo de los maestros del siglo treceavo poseé las
cualidades fundamentales: claridad, concisión y riqueza de la frase técnica.
IV. EL CONTENIDO DEL SISTEMA ESCOLÁSTICO
En lógica, los escolásticos adoptaron todos los detalles del sistema
aristotélico, que fue conocido en el mundo latino por la época de Boecio. Sus
contribuciones individuales consistieron en algunas pequeñas mejoras en materia
de enseñanza y en la técnica de la ciencia. La teoría fundamental del
conocimiento es también aristotélica. Puede describirse diciendo que es un
sistema de realismo moderado e intelectualismo moderado. El realismo consiste en
enseñar que fuera de la mente existen cosas fundamentalmente universales que
corresponden a nuestras ideas universales. El intelectualismo moderno está
resumido en los dos principios:
todo nuestro conocimiento se deriva del conocimiento sensitivo; y
el conocimiento intelectual difiere del conocimiento sensitivo no sólo en el
grado sino también en la clase.
En este sentido, el escolasticismo evita el innatismo, en el cual todas nuestras
ideas, o parte de nuestras ideas, nacen con el alma y no tienen origen en el
mundo exterior a nosotros. Al mismo tiempo, evita el sensitivismo, en el que
nuestro conocimiento intelectual es sólo conocimiento sensitivo de una clase más
alta o más fina. Los escolásticos, más aún, dieron un firme paso contra la
doctrina del subjetivismo. En su discusión del valor del conocimiento
sostuvieron que hay un mundo externo que es real e independiente de nuestros
pensamientos. En ese mundo están las formas que hacen las cosas ser lo que son.
Las mismas formas recibidas en la mente en el proceso de conocer nos causan no
ser el objeto sino conocer el objeto. Esta presencia de cosas en la mente por
medio de formas es representación real, o mejor, presentación. Porque es la cosa
objetiva por la que estamos primero conscientes de ella, no su representación en
nosotros.
La visión escolástica del mundo natural es aristotélica. Los escolares adoptan
la doctrina de materia y forma, que aplican no sólo a cosas vivientes sino
también a la naturaleza inorgánica. Desde que la forma, o su causa, siempre está
luchando por su propia realización o actualización, la visión de la naturaleza a
la que esta doctrina dirige es teológica. En vez, sin embargo, de atribuir un
propósito en una manera vaga o insatisfactoria a la misma naturaleza, los
escolásticos atribuían el diseño al inteligente, providente autor de la
naturaleza. El principio de finalidad entonces adquirió un significado más
preciso y al mismo tiempo el peligro de una interpretación panteísta fue
evitada. En la cuestión de la universalidad de la materia los escolares se
dividieron entre sí; algunos, como los profesores franciscanos, manteniendo que
todos los seres creados son materiales; otros, como Santo Tomás, sosteniendo la
existencia de "formas separadas", como los ángeles, en quienes hay potencia pero
no materia. Nuevamente, en la cuestión de la unicidad de las formas
substanciales, no hubo acuerdo alguno. Santo Tomás sostuvo que en cada
substancia individual material, orgánica o inorgánica, hay sólo una forma
substancial, que confiere ser, substancialidad, y, en consideración al hombre,
vida, sensación y razón. Otros, por el contrario, creían que en una substancia,
el hombre, por ejemplo, hay simultáneamente muchas formas, una de las cuales
confiere existencia, otra substancialidad, otra vida y otra razón. Finalmente,
había divergencia de visiones como de qué es el principio de individualidad, por
el que muchos individuos de la misma especie se diferencían unos de otros. Santo
Tomás enseñó que el principio de individualidad es la materia con sus
dimensiones determinadas, materia signata.
Con respecto a la naturaleza del hombre, los primeros escolásticos eran
agustinianos. Su definición del alma es lo que se puede llamar la definición
espiritual, en oposición a la biológica. Ellos sostenían que el alma era el
principio de la actividad de pensamiento, y que el ejercicio de los sentidos es
un proceso desde el alma al cuerpo, no un proceso de todo el organismo, esto es,
del cuerpo animado por el alma. Los escolásticos del siglo decimotercero
francamente adoptaron la definición aristotélica del alma como el principio de
la vida, no meramente del pensamiento. Por lo tanto, mantenían, el hombre es un
compuesto de cuerpo y alma, cada uno de los cuales es un principio substancial
incompleto siendo la unión, consecuentemente, inmediata, vital y substancial.
Para ellos no hay necesidad de un intermediario "cuerpo de luz" como San Agustín
imaginó que existía. Todas las actividades vitales del ser humano individual
están adscritas finalmente al alma, como a su principio activo, aunque pueden
tener principios más inmediatos, a saber, las facultades, como la inteligencia,
los sentidos, los poderes vegetativo y muscular. Pero mientras el alma está en
este sentido relacionada con todas las funciones vitales, siendo, de hecho, la
fuente de ellas, y el cuerpo entra como un principio pasivo en todas las
actividades del alma, se debe hacer una excepción en consideración a las
actividades de pensamiento inmateriales. Son, como todas las otras actividades,
actividades del individuo. El alma es el principio activo de ellas. Pero el
cuerpo contribuye a ellas, no de la misma manera intrínseca en la que contribuye
a ver, oír, digerir, etc., sino sólo de una manera extrínseca, proporcionando
los materiales con los que el intelecto elabora ideas. Esta dependencia
extrínseca explica el fenómeno de la fatiga, etc. Al mismo tiempo deja al alma
tan independiente intrínsecamente que lo último es verdaderamente inmaterial.
De la inmaterialidad del alma se sigue su inmortalidad. Poniendo aparte la
posibilidad de aniquilamiento, posibilidad a la que todas las criaturas, incluso
los ángeles, están sujetas, el alma humana es naturalmente inmortal, y su
inmortalidad, cree Santo Tomás, puede ser probada desde su inmaterialidad. Duns
Escoto, sin embargo, cuya noción de los requerimientos estrictos de una
demostración fue influenciada por su instrucción en matemáticas, niega la fuerza
conclusiva del argumento de la inmaterialidad y señala la incertidumbre u
obscuridad de Aristóteles en este punto. Aristóteles, interpretado por los
árabes, fue, sin duda, opuesto a la inmoralidad. Fue, sin embargo, uno de los
mayores logros de Santo Tomás en filosofía que, especialmente en su opusculum
"De unitate intellectus", refutó la interpretación árabe de Aristóteles, mostró
que el intelecto activo es parte del alma individual y por tanto quitó la
incertidumbre que, para los aristotelianos, colgaba alrededor de las nociones de
inmaterialidad e inmoralidad. De la inmaterialidad del alma se sigue no sólo que
es inmortal, sino también que es originada por un acto de creación. Fue creada
al momento en el que se unió con el cuerpo: creando infunditur, et infundendo
creatur es la frase escolástica.
La metafísica escolástica añadió al sistema aristotélico una total discusión de
la naturaleza de la personalidad, restableció en términos más certeros los
argumentos tradicionales para la existencia de Dios, y desarrolló la doctrina
del gobierno providencial del universo. Las exigencias de discusión teológica
ocasionaron también un análisis minucioso de la naturaleza del accidente en
general y de la cantidad en particular. La aplicación de los principios
resultantes a la explicación del misterio de la Eucaristía, contenida en los
trabajos de Santo Tomás al respecto, es uno de los más exitosos de todos los
intentos escolásticos para llevar la fe razonablemente por caminos de discusión
dialéctica. De hecho, puede decirse, en general, que la peculiar excelencia de
los escolásticos como pensadores sistemáticos consistió en su habilidad de
apropiarse de las distinciones metafísicas más profundas, como la materia y la
forma, potencia y acto, substancia y accidente, y aplicarlos a toda división del
pensamiento. No eran meros aprioristas; reconocían en principio y en práctica
que el método científico comienza con la observación de hechos. Sin embargo,
destacaron más que nada en el talento que es peculiarmente metafísico: el poder
de tomar principios generales abstractos y aplicarlos consistente y
sistemáticamente.
Como la ética del escolasticismo no es distintivamente cristiana, buscando
exponer y justificar la ley divina y las normas morales cristianas, es
aristotélica. Esto está libre de la adopción y aplicación de la definición
aristotélica de la virtud como el punto medio de oro entre dos extremos.
Fundamentalmente, la definición es eudemonista. Se apoya en la convicción de que
el bien supremo del hombre es la felicidad, que la felicidad es la realización,
o completa actualización, de la naturaleza de uno, y que la virtud es un
conducto esencial para un fin. Pero lo que es vago e insatisfactorio en el
eudemonismo aristotélico se vuelve definido y seguro en el sistema escolástico,
que determina el significado de felicidad y realización de acuerdo al propósito
divino en la creación y la dignidad a la que el hombre está destinado como hijo
de Dios.
En su discusión de los problemas de filosofía política los filósofos del siglo
treceavo, aunque no descartando las visiones teológicas de San Agustín
contenidas en "La ciudad de Dios", establecieron una nueva fundación para el
estudio de organizaciones políticas introduciendo la definición científica de
Aristóteles del origen y propósito de la sociedad civil. El hombre, dice Santo
Tomás, es naturalmente un animal social y político. Dando a los seres humanos
una naturaleza que requiere la cooperación de otros seres humanos para su
bienestar, Dios ordenó al hombre para la sociedad, y por tanto es Su voluntad
que los príncipes deban gobernar con miras al bien público. El fin por el que el
estado existe no es, entonces, meramente vivere sino bene vivere. Todo lo que
hace al fife mejor y más alegre está incluido la divina constitución de la que
reyes y regentes reciben su autoridad. Los tratados escolásticos en esta materia
y los comentarios de las "Políticas" de Aristóteles prepararon el camino para
las discusiones medievales y modernas de problemas políticos. En esta división
del pensamiento, como en muchos otros, los escolares hicieron cuando menos un
servicio que la posteridad debe apreciar: luchan por expresar en forma clara y
sistemática lo que estuvo presente en la conciencia de la cristiandad en sus
días.
WILLIAM TURNER
Transcrito por Tomas Hancil
Traducido por Juan Ignacio González Gómez