Concilio de Éfeso
EnciCato
El tercer concilio ecuménico, celebrado en 431.
LA OCASIÓN Y PREPARACIÓN DEL CONCILIO
La idea de este gran concilio parece que se debió a Nestorio, el obispo de
Constantinopla. San Cirilo, Patriarca de Alejandría, le había acusado ante el
Papa San Celestino de herejía, y el Papa había replicado el 11 de Agosto de 430
encargando a San Cirilo que asumiera su autoridad y avisara en su nombre a
Nestorio de que, salvo que se retractara dentro de los diez días de la recepción
de este ultimátum, se le consideraría excomulgado y depuesto. El requerimiento
le fue entregado a Nestorio un domingo, el 30 de Noviembre o el 7 de Diciembre,
por cuatro obispos enviados por Cirilo. Pero Nestorio estaba evidentemente bien
informado de lo que era de esperar. Se consideró a sí mismo como habiendo sido
calumniado ante el Papa, y optó por no entregarse en manos de Cirilo. Éste era,
en su opinión, no sólo un enemigo personal, sino un teólogo peligroso, que
estaba reviviendo hasta cierto punto los errores de Apolinar. Nestorio tenía
influencia sobre el emperador de Oriente, Teodosio II, al que indujo a convocar
un concilio general para juzgar sobre la discrepancia entre el Patriarca de
Alejandría y él mismo, y trabajó tan bien que las cartas de convocatoria del
emperador a todos los metropolitanos se publicaron el 19 de Noviembre, unos días
antes de que los mensajeros de Cirilo llegaran. El emperador pudo tomar esta
decisión sin que pareciera demasiado que favorecía a Nestorio, porque los monjes
de la capital, a quienes Nestorio había excomulgado por su oposición a su
enseñanza herética, habían apelado también a él para que convocara un concilio.
Nestorio, por tanto, no prestó atención al ultimátum del Papa, y rechazó dejarse
guiar por el consejo de someterse que su amigo Juan, el Patriarca de Antioquía,
le ofreció.
El Papa estaba contento de que todo Oriente se uniera para condenar la nueva
herejía. Envió a dos obispos, Arcadio y Proyecto para representarle a él y a su
concilio romano, y al sacerdote romano Felipe, como su representante personal.
Felipe, por tanto, tomó el primer lugar, aunque, al no ser obispo, no podía
presidir. Probablemente se daba por supuesto que el Patriarca de Alejandría
sería el presidente. Se ordenó a los legados que no tomaran parte en las
discusiones, sino que juzgaran sobre ellas. Parece que Calcedonia, veinte años
después, estableció el precedente de que los legados papales fueran siempre
técnicamente los presidentes de un concilio ecuménico, y esto fue en lo sucesivo
considerado como algo que se daba por supuesto y los historiadores griegos
suponían que ese debió ser el caso en Nicea.
El emperador estaba ansioso por la presencia del prelado más venerado de todo el
mundo, Agustín, y envió un mensajero especial al gran hombre con una carta en
términos honorables. Pero el santo había muerto durante el sitio de Hipona en
Agosto anterior, aunque los disturbios de África habían impedido que la noticia
llegara a Constantinopla.
Teodosio escribió una carta airada a Cirilo, y una atemperada al concilio. El
tono de esta última epístola y de las instrucciones dadas al comandante
imperial, conde Candidiano, de ser absolutamente imparcial, son atribuidas por
las Actas coptas a la influencia ejercida sobre el emperador por el Abad Víctor,
que había sido enviado a Constantinopla por Cirilo para actuar como su agente en
la Corte por la veneración y amistad que se sabía que Teodosio sentía por el
santo varón.
LLEGADA DE LOS PARTICIPANTES A ÉFESO
Nestorio, con dieciséis obispos, y Cirilo, con cincuenta, llegaron antes de
Pentecostés a Éfeso. Las Actas coptas nos cuentan que las dos partes llegaron el
mismo día, y que por la tarde Nestorio propuso que todos se reunieron en el
oficio de Vísperas. Los demás obispos rehusaron. Memnón, obispo de Éfeso, temía
la violencia, y envió sólo a su clero a la iglesia. La mención de un tal
Flaviano, que parece ser el obispo de Filipos, arroja alguna duda sobre esta
historia, pues ese obispo no llegó hasta más tarde. Memnón de Éfeso tenía
presentes cuarenta sufragáneos, sin contar doce de Panfilia (a los que Juan de
Antioquia llama herejes). Juvenal de Jerusalén, con los obispos vecinos a
quienes consideraba como sus sufragáneos, y Flaviano de Filipos, con un
contingente de las regiones que consideraban a Tesalónica como su metrópoli,
llegaron poco después de Pentecostés. El Patriarca de Antioquia, Juan, un viejo
amigo de Nestorio, escribió para explicar que sus sufragáneos no habían podido
ponerse en marcha hasta después de la Octava de Pascua. (Las Actas coptas dicen
que había hambre en Antioquia). El viaje de treinta días se había alargado por
la muerte de algunos caballos; realizaría las últimas cinco o seis etapas con
calma. Pero no llegó, y se dijo que se estaba entreteniendo porque no deseaba
unirse a la condena de Nestorio. Mientras tanto el calor era grande. Muchos
obispos estaban enfermos. Dos o tres murieron. Dos de los metropolitanos de
Juan, los de Apamea y de Hierápolis, llegaron y declararon que Juan no deseaba
que la apertura del concilio se aplazara por su retraso. Sin embargo, estos dos
obispos y Teodoreto de Ciro, con otros sesenta y cinco, escribieron un memorial
dirigido a San Cirilo y a Juvenal de Jerusalén, pidiendo que se esperara a la
llegada de Juan. El conde Candidiano llegó, con el decreto imperial, y adoptó la
misma opinión.
EL CONCILIO PROPIAMENTE DICHO
Pero Cirilo y la mayoría determinaron abrir el concilio el 22 de Junio, al haber
pasado dieciséis días desde que Juan anunció su llegada en cinco o seis. Estaba
claro para la mayoría que este retraso era intencionado, y probablemente tenían
razón. Aun así es lamentable que no se hicieran todas las concesiones posibles,
especialmente cuando aún no habían llegado noticias de Roma. Porque Cirilo había
escrito al Papa en relación con una importante cuestión de procedimiento.
Nestorio no se había retractado en los diez días fijados por el papa, y por
consiguiente se le trataba como excomulgado por la mayoría de los obispos. ¿Se
le iba a conceder un nuevo juicio, aunque el Papa ya lo hubiera condenado? ¿O,
por el contrario, meramente se le iba a dar la oportunidad de explicar o excusar
su rebeldía? Uno podía presumir que el Papa Celestino, al aprobar el concilio,
pretendía que Nestorio tuviera un juicio completo, y de hecho esto declaraba en
su carta que aún estaba en camino. Pero como no le había llegado la respuesta a
Cirilo, este santo consideró que no tenía derecho a tratar la sentencia del Papa
como una cuestión de discusión ulterior, y sin duda no deseaba mucho hacerlo
así.
Primera Sesión (22 de Junio)
El concilio se reunió el 22 de Junio, y San Cirilo asumió la presidencia tanto
como Patriarca de Alejandría “como ocupando el lugar del santísimo y
bienaventurado arzobispo de la Iglesia de Roma, Celestino”, para llevar a cabo
su encargo original, que él consideraba, en ausencia de respuesta de Roma, que
estaba aún en vigor.
Por la mañana estaban presentes 160 obispos, y por la tarde se reunieron 198. La
sesión comenzó con una justificación de la decisión de no retrasar más la
apertura. Nestorio había sido invitado a asistir el día anterior. Respondió que
iría si así lo decidiera. Ante una segunda convocatoria, que le fue remitida
ahora, envió un mensaje desde su casa, que estaba rodeada de hombres armados, de
que comparecería cuando todos los obispos hubieran llegado. De hecho sólo unos
veinte de los sesenta y ocho que habían pedido un aplazamiento se habían unido a
Cirilo, y los propios sufragáneos de Nestorio también estaban ausentes. A una
tercera convocatoria no dio respuesta. Esta actitud se corresponde con su
actitud original ante el ultimátum enviado por Cirilo. No reconocía a Cirilo
como juez, y consideraba la apertura del concilio antes de la llegada de sus
amigos de Antioquia como una flagrante injusticia.
La sesión prosiguió. Se leyó el Credo niceno, y luego la segunda carta de Cirilo
a Nestorio, sobre la cual los obispos por deseo de Cirilo, juzgaron por separado
que estaba de acuerdo con la fe de Nicea, hablando sucesivamente 126. Luego se
leyó la respuesta de Nestorio. Todos entonces gritaron Anatema a Nestorio. Luego
se leyó la carta del Papa Celestino a San Cirilo, y después de ella la tercera
carta de Cirilo a Nestorio con los anatemas que el hereje debía aceptar. Los
obispos que habían entregado este ultimátum a Nestorio declararon que le habían
dado la carta. Había prometido su respuesta para el día siguiente, pero no había
dado ninguna, y ni siquiera les dejó entrar.
Luego dos amigos de Nestorio, Teodoto de Ancira y Acacio de Mitilene, fueron
invitados por Cirilo a dar una relación de sus conversaciones en Éfeso con
Nestorio. Acacio dijo que Nestorio había declarado repetidamente dimenaion e
trimenaion me dei legesthai Theon. El relato del propio Nestorio de esta
conversación en su “Apología” (Bethune-Baker, p. 71) muestra que su frase debe
traducirse así: “No debemos decir que Dios tiene dos o tres meses de edad.”Esto
no es tan chocante como el sentido que habitualmente se ha atribuido a las
palabras en la época moderna tanto como en la antigua (vg., por Sócrates, VII,
xxxiv): “Un niño de dos o tres meses de edad no debería ser llamado Dios.” El
primer sentido está de acuerdo con la acusación de Acacio de que Nestorio
declaró:”uno debe o bien negar que la Divinidad (theotes) del Unigénito se ha
hecho hombre, o bien admitir lo mismo del Padre y el Espíritu Santo.” (Nestorio
quiere decir que la Naturaleza Divina es numéricamente una; y si Nestorio
realmente dijo theotes y no hypostasis, tenía razón, y Acacio estaba
equivocado).
Acacio además le acusó de pronunciar la herejía de que el Hijo que murió debe
distinguirse de la Palabra de Dios. Entonces se leyó una serie de extractos de
los Santos Padres, Pedro I y Atanasio de Alejandría, Julio y Félix de Roma (pero
estas cartas papales eran falsificaciones de Apolinar), Teófilo, el tío de
Cirilo, Cipriano, Ambrosio, Gregorio Nacianceno, Basilio, Gregorio de Nisa,
Ático, Anfiloquio. Después de estos, se leyeron pasajes comparados de los
escritos de Nestorio. Estos eran, naturalmente, piezas justificativas
presentadas por Cirilo, y necesarias para informar al concilio respecto a la
cuestión en litigio. Hefele ha entendido equivocadamente que los obispos estaban
examinando la doctrina de Nestorio de nuevo, sin aceptar la condena del Papa
como necesariamente correcta. Se presentó a continuación una admirable carta de
Capreolo, obispo de Cartago, y primado de un número mayor de obispos que
cualquiera de los patriarcas orientales. Escribe en medio de la devastación de
África por los vándalos, y naturalmente no podía celebrar ningún sínodo ni
enviar obispos. No siguió ninguna discusión (y Hefele se equivoca al sugerir una
omisión en las Actas, que ya son de extraordinaria longitud para un solo día),
sino que los obispos aceptaron con aclamación las palabras de Capreolo contra la
innovación y en elogio de la antigua fe, y todos se adelantaron a firmar la
sentencia contra Nestorio. Como la excomunión de San Celestino estaba aún en
vigor, y Nestorio había rehusado con contumacia responder a la triple citación
ordenada por los cánones, la sentencia se expresó como sigue:
El santo sínodo dijo: Puesto que además del resto el muy impío Nestorio no ha
querido obedecer a nuestra citación, ni recibir a los muy santos y temerosos de
Dios obispos que le enviamos, tenemos necesariamente que acudir nosotros mismos
al examen de sus impiedades; y habiendo entendido a partir de sus cartas y de
sus escritos, y de sus recientes dichos en esta metrópoli de los que se nos ha
informado, que sus opiniones y enseñanzas son impías, estando necesariamente
obligados a ello tanto por los cánones [por su contumacia] como por la carta [a
Cirilo] de nuestro santísimo padre y colega Celestino, obispo de la Iglesia
Romana, con muchas lágrimas hemos llegado a la penosa sentencia siguiente contra
él: Nuestro Señor, Jesucristo, del que él ha blasfemado, ha definido por medio
de este santo sínodo que el mismo Nestorio sea excluido de toda dignidad
episcopal y de toda asamblea de obispos.
Esta sentencia recibió 198 firmas, y algunas más se añadieron después. Una breve
notificación dirigida al “nuevo Judas” se envió a Nestorio. Las Actas coptas nos
dicen que, como no la quiso recibir, se le pegó en su puerta. Todo el asunto se
concluyó en una sola larga sesión, y era tarde cuando se conoció el resultado.
El pueblo de Éfeso, lleno de regocijo, escoltó a los padres con antorchas e
incienso hasta sus casas. Por otra parte, el conde Candidiano tuvo noticia de la
deposición arrancada, y silenció los gritos de las calles. El concilio escribió
enseguida al emperador y al pueblo y clero de Constantinopla, aunque las Actas
aún no habían sido escritas por completo. En una carta a los obispos egipcios en
la misma ciudad y al abad Dalmacio (las Actas coptas lo sustituyen por el abad
Víctor), Cirilo les pide vigilancia, pues Candidiano estaba enviando informes
falsos. Se predicaron sermones por Cirilo y sus amigos, y el pueblo de Éfeso
estaba muy excitado. Incluso antes de esto, Nestorio, escribiendo, con diez
obispos, al emperador para quejarse de que el concilio iba a comenzar sin
esperar a los de Antioquia y los de Occidente, había hablado de la violencia del
pueblo, incitado por su obispo Memnón que (decía el hereje) le había cerrado las
iglesias y le amenazaba de muerte.
Llegada de Juan de Antioquia (27 de Junio)
Cinco días después de la primera sesión llegó Juan de Antioquia. El partido de
Cirilo envió una delegación para recibirlo honorablemente, pero Juan estaba
rodeado de soldados, y se quejó de que los obispos estaban creando un tumulto.
Antes de que pudiera hablarles, celebró una asamblea que designó como “santo
sínodo”. Candidiano declaró que había desaprobado la reunión de los obispos
antes de la llegada de Juan; había asistido a la sesión y leído la carta del
emperador (de esto no hay ni una palabra en las Actas, de modo que aparentemente
Candidiano estaba mintiendo). Juan acusó a Memnón de violencia, y a Cirilo de
herejía arriana, apolinariana y eunomiana. Estos dos fueron depuestos por
cuarenta y tres obispos presentes; los miembros del concilio serían perdonados,
siempre que condenaran los doce anatemas de Cirilo. Esto era absurdo, pues la
mayoría de ellos no podía entenderse sino en sentido católico. Pero Juan, que no
era un mal hombre, estaba de mal humor. Se ha de señalar que ni una palabra se
dijo a favor de Nestorio en esta asamblea. El partido de Cirilo se estaba ahora
quejando del conde Candidiano y sus soldados, como la otra parte lo hizo de
Memnón y el populacho. Ambos partidos enviaron sus informes a Roma. El emperador
estaba muy dolido por la división, y escribió que debía celebrarse una sesión
colectiva, y comenzar de nuevo el asunto. El funcionario que trajo esta epístola
llamado Paladio se llevó de vuelta muchas cartas de ambos bandos. Cirilo propuso
que el emperador mandara por él y cinco obispos, para darle un relato exacto.
Segunda Sesión (10 de Julio)
Al fin el 10 de Julio llegaron los enviados papales. La segunda sesión se reunió
en la residencia episcopal. El legado Felipe inauguró el acto diciendo que la
carta anterior de San Celestino, en la que había decidido la cuestión actual, ya
había sido leída; el Papa había enviado ahora otra carta. Se leyó esta. Contenía
una exhortación general al concilio, y concluía diciendo que los legados tenían
instrucciones para llevar a cabo lo que el Papa había decidido anteriormente;
sin duda el concilio estaría de acuerdo. Los Padres entonces gritaron: Este es
un juicio justo. ¡Celestino el nuevo Pablo!¡Cirilo el nuevo Pablo! ¡Celestino el
guardián de la Fe!¡Celestino de acuerdo con el Sínodo! El Sínodo da las gracias
a Cirilo ¡Un Celestino, un Cirilo!
El legado Proyecto dice entonces que la carta ordena al concilio, aunque éste no
necesitaba instrucciones, que lleve a efecto la sentencia que el Papa ha
pronunciado. Hefele interpreta esto erróneamente: “Es decir, que todos los
obispos debían acceder a la sentencia papal” (Vol. III, 136). Firmo, el Exarca
de Cesarea de Capadocia, responde que el Papa, mediante la carta que envió a los
obispos de Alejandría, Jerusalén, Tesalónica, Constantinopla y Antioquia, había
dictado hacía mucho tiempo sus sentencia y decisión; y el sínodo – al haber
pasado lo diez días, y también un periodo mucho más largo – habiendo esperado
más allá del día de apertura señalado por el emperador, había seguido el camino
indicado por el Papa, y, como Nestorio no compareció, había ejecutado en él la
sentencia papal, habiéndole infligido la pena canónica y apostólica. Esto era
una réplica a Proyecto, al declarar que lo que requería el Papa había sido
hecho, y es un relato preciso de la labor de la primera sesión y de la
sentencia; canónica se refiere a las palabras de la sentencia, “obligados
necesariamente por los cánones”, y apostólica a las palabras “y por la carta del
obispo de Roma”. El legado Arcadio expresó su disgusto por la tardía llegada de
su grupo, por las tormentas, y pidió ver los decretos del concilio. Felipe, el
legado personal del Papa, agradeció luego a los obispos por adherirse mediante
sus aclamaciones como miembros santos a su sagrada cabeza – “Pues sus santidades
no ignoran que el apóstol Pedro es la cabeza de la Fe y de los Apóstoles.” El
Metropolitano de Ancira declaró que Dios había demostrado la justicia de la
sentencia del sínodo con la llegada de la carta de San Celestino y de los
legados. La sesión se clausuró con la lectura de la carta del Papa al emperador.
Tercera Sesión (11 de Julio)
Al día siguiente, 11 de Julio, tuvo lugar la tercera sesión. Los legados habían
leído las Actas de la primera sesión y ahora sólo pedían que la condena de
Nestorio se leyera formalmente en presencia de ellos. Cuando se hubo hecho esto,
los tres legados pronunciaron por separado una confirmación en nombre del Papa.
El exordio del discurso de Felipe es célebre:
No cabe duda a nadie, sino que se ha conocido en todos los tiempos, que el santo
y bienaventurado Pedro, príncipe y cabeza de los Apóstoles, la columna de la Fe,
el fundamento de la Iglesia Católica, recibió de nuestro Señor Jesucristo, el
Salvador y Redentor de la raza humana, las llaves del Reino, que se le dio poder
de atar y desatar los pecados, que hasta este día y por siempre vive y juzga en
sus sucesores. Su sucesor en orden y su representante, nuestro santo y más
bienaventurado Papa Celestino...
Fue con palabras tales como éstas ante sus ojos que los Padres griegos y los
concilios hablaron del Concilio de Éfeso como celebrado “por Celestino y Cirilo”.
Se leyó una traducción de estos discursos, pues Cirilo entonces se levantó y
dijo que el Sínodo les había comprendido claramente; y ahora se debían presentar
las Actas de las tres sesiones a los legados para su firma. Arcadio respondió
que naturalmente estaban dispuestos. El sínodo ordenó que se pusieran las Actas
ante ellos, y las firmaron. Se envió una carta al emperador, diciéndole cómo San
Celestino había celebrado un sínodo en Roma y había enviado sus legados, que le
representaban a él y a todo Occidente. Todo el mundo estaba por tanto de
acuerdo; Teodosio debía permitir a los obispos volverse a sus casas, pues mucho
sufrían por estar en Éfeso, y sus diócesis también debían sufrir. Sólo unos
cuantos amigos de Nestorio resistían contra el juicio del mundo. Se debía
nombrar un nuevo obispo para Constantinopla.
El 16 de Julio se celebró una sesión más solemne, como la primera, en la
catedral de la Theotokos. Cirilo y Memnón presentaron una protesta escrita
contra el conciliábulo de Juan de Antioquia. Fue citado a comparecer, pero ni
siquiera recibió a los enviados.
Finalmente el piadoso y bienintencionado emperador llegó a la extraordinaria
decisión de que debía ratificar las deposiciones decretadas por ambos concilios.
Por tanto declaró que Cirilo, Memnón, y Juan estaban todos depuestos. Memnón y
Cirilo fueron mantenidos en estrecho confinamiento. Pero a pesar de todos los
esfuerzos del partido de Antioquia, los representantes de los embajadores que el
concilio había en su momento aceptado enviar, con el legado Felipe, a la Corte,
persuadieron al emperador para que aceptara el gran concilio como el único
verdadero. Nestorio anticipó su destino al pedir permiso para retirarse a su
antiguo monasterio. El sínodo se disolvió hacia primeros de Octubre, y Cirilo
llegó en medio de mucha alegría a Alejandría el 30 de Octubre. San Celestino
había muerto entonces, pero su sucesor, San Sixto III, confirmó el concilio.
JOHN CHAPMAN
Transcrito por Sean Hyland
Traducido por Francisco Vázquez