El
Cid
EnciCato
(Rodrigo, o Ruiz Díaz de Vivar)
El gran héroe popular de la edad caballerosa de España, nació en Burgos el año
1040; murió en Valencia el año 1099. Los moros le dieron el título de seid o cid
(señor, jefe) llamándole "Mío Cid" (Mí Señor) los cristianos le llamaron "El Cid
Campeador" (el señor victorioso, campeón) por sus victorias. La leyenda de sus
hazañas han ensombrecido la realidad histórica de este caballero valiente, los
relatos literarios son tantos que, sin ninguna razón, han llegado a poner en
duda su existencia real e histórica. Hay que distinguir esa doble imagen, y
distinguir entre el Cid histórico y el Cid legendario o literario.
De las fuentes históricas se puede interpretar su figura como la de un
mercenario libre, un aventurero sin patria que batalló con igual energía contra
cristianos y contra moros; quién, para extender sus fronteras sus tropas
destruían, lo mismo, una iglesia o una mezquita; quién pilló y mató tanto en
beneficio propio como por motivos patrióticos. Sin embargo debe tenerse en
cuenta que las fuentes históricas que lo desacreditan provienen de historiadores
moros enemigos, y que para ser justos el pillaje era la norma del vencedor en
sus días.
Totalmente diferente es el Cid del romance "El cantar del mío Cid", leyenda, y
balada, donde se le describe como generoso con sus amigos, marido y padre
afectuoso; soldado valeroso; conquistador noble, magnánimo con los vencidos,
firmemente fiel a su país y su rey; el hombre cuyo nombre y hazañas han servido
de inspiración hasta nuestros días al patriotismo español.
Pero independientemente de como se valoren las aventuras reales de El Cid
Campeador, su presencia ha llegado a nosotros muy documentada relatando diversos
hechos heroicos en los que su persona destaca como figura central en la larga
lucha de la España cristiana contra los invasores musulmanes.
El rey Fernando I, fallecido en el año 1065, había dividido sus dominios entre
sus tres hijos y sus dos hijas, Sancho, Alfonso, García y Elvira y Urraca. Les
había exigido la promesa de que a su muerte respetarían sus deseos y mantendrían
la división. Pero Sancho el mayor de los hermanos, al que le había tocado el
Reino de Castilla, pensaba que a él le correspondían la totalidad de los
dominios de su padre, así que decidió repudiar la promesa hecha porque la había
dado por la fuerza. Más fuerte, muy bien dotado, más osado, y más hábil que sus
hermanos, decidió arrebatar los dominios de sus hermanos, y convertirse en el
único sucesor de su padre.
Al comienzo del reinado de Sancho, Rodrigo Díaz era joven, y Sancho, en gratitud
a los servicios que el padre de Rodrigo le había prestado, había admitido al
joven en la corte, había cuidado de su educación y sobre todo de su
entrenamiento militar. En la guerra que Sancho mantuvo con Aragón, ya se
distinguió Rodrigo a pesar de su juventud y Sancho le nombró alférez
(abanderado) de las tropas del rey. Después de asentar su frontera oriental con
esta guerra, Sancho comenzó en el año 1070 su plan de expoliar a sus hermanos y
hermanas. Logró hacerse con los reinos de León y Galicia, de sus hermanos García
y Alfonso. La ciudad de Toro que era la herencia de Elvira, fue tomada con
facilidad. La ciudad de Zamora, herencia de su hermana Urraca se resistió y
Sancho le puso cerco. Durante el asedio y a las puertas de la ciudad, Sancho fue
muerto alevosamente por uno de los soldados de Urraca en el año 1072. En todos
estos sucesos intervino Rodrigo el Cid a las ordenes de Sancho. Alfonso, que
había sido desterrado a la ciudad mora de Toledo, al conocer la muerte de su
hermano volvió rápidamente para exigir todos los dominios de su hermano. Fue
reconocido como rey como Alfonso VI, aunque no sin la oposición, de su hermano
García en Galicia, y sobre todo del reino de Castilla, cuyos habitantes ponían
objeciones a un rey de leonés. La tradición cuenta, aunque no con mucha base
histórica, que los nobles castellanos negaron a Alfonso su obediencia hasta que
éste no hubo jurado que de ninguna forma había participado en la muerte de su
hermano. Como ninguno del nobles deseaba tomar juramento al rey por temor a
ofenderle, Rodrigo en persona lo hizo en la iglesia de Santa Gadea ante la
nobleza congregada. De ser esta tradición históricamente cierta, explicaría en
gran medida la malquerencia que Alfonso VI tuvo hacia Rodrigo, y el
comportamiento final del Cid.
Alfonso VI no mostró su malquerencia al principio, pues intentó amigarse con
Rodrigo y los nobles castellanos dándole a su sobrina Jimena en matrimonio
(1074). Sin embargo poco después tuvo la oportunidad de satisfacer su
animosidad. Rodrigo habido sido enviado por Alfonso VI a cobrar el tributo del
rey de Sevilla, vasallo de Alfonso, a su regreso es acusado por sus enemigos de
haber retenido una parte del tributo (Nota del traductor: en esa ocasión había
combatido contra caballeros leoneses amigos del rey en defensa del rey de
Sevilla). Después de lo cual, Alfonso da rienda libre a su rabia y lo destierra
de sus dominios (1076).
Así empieza Rodrigo su vida como soldado de fortuna, carrera que ha servido de
base a los poemas españoles antiguos y modernos, idealizado la tradición y
creado la leyenda, que ha hecho de Rodrigo Díaz de Vivar el Cid Campeador, el
héroe de la España Cristiana contra sus invasores moros. Durante este periodo de
su vida, él y sus seguidores se ofrecieron al servicio de varios reyes, y a
menudo luchó por su propia cuenta, contra cristianos o contra moros,
valientemente y siempre con éxito, alcanzando gran poder e influencia.
El rey Alfonso VI solicitó la ayuda del Cid cuando los reinos cristianos estaban
en apuros, por los ejércitos de Yusuf, el fundador de Marruecos, que había
desembarcado en España. Sin embargo por algún error o mal entendido, el Cid y
sus tropas no se unieron al rey a tiempo Alfonso escuchando las quejas y las
imputaciones del los enemigos del Cid, confiscó todas sus posesiones, encarceló
a su esposa e hijos, y de nuevo lo desterró para sus dominios. (Nota del
traductor: Él y sus tropas llegaron días más tarde cuando los ejércitos de Yusuf
se habían retirado sin combatir. Se le acusó de traidor y como tal podía el rey
arrebatarle sus tierras y encarcelar a sus familiares). Deshonrado y sin fortuna
el Cid reanudó sus actividades como militar de fortuna. A la vuelta de una de
sus campañas, teniendo noticias que moros rebelde habían expulsado a los
cristianos de Valencia y se habían hecho con la posesión de la ciudad, decidió
recuperar la ciudad y hacerse señor de ella. Lo realizó el año 1094 después de
un duro asedio. Vivió el resto de sus días allí. Sus dos hijas se casaron
respectivamente con el Infante de Navarra y el Conde de Barcelona. Sus restos se
trasladaron al monasterio de San Pedro de Cardeña muy cerca de Burgos, donde
descansan ahora.
(Nota del traductor: Sus restos y los de su esposa fueron ultrajados por las
fuerzas francesas de Napoleón, el general francés los tuvo debajo de su cama.
Recuperados posteriormente ahora descansan en la catedral de Burgos. Fue durante
muchos siglos prototipo del militar y caballero español. Felipe II propuso al
papa su canonización quinientos años más tarde).
Las hazañas de El Cid forman el tema de lo que generalmente está considerado
como el monumento más viejo de literatura española. "El Cantar del mío Cid" es
un poema épico del que nos ha llegado un poco más de 3700 líneas (se han perdido
algunos cientos de líneas), el autor del mismo es desconocido, cosa habitual en
aquellos días. La fecha de su composición ha sido discutida durante mucho
tiempo. Muchos críticos cuyos nombres deben mencionarse, entre ellos Dozy y
Ticknor, lo sitúan al principio del siglo XIII; pero la opinión más probable
sitúa el poema un medio siglo antes. Entre los que piensan se escribió en la
mitad del siglo XII hay muchos españoles eminentes y estudiosos extranjeros,
entre ellos Sánchez, el primer editor del poema, Capmany, Quintana, Gil y
Zárate, Bouterwek, Sismondi, Shlegel, Huber, y Lobo. Amador del los Ríos cuya
opinión tiene gran peso, piensa que el famoso poema se debe de haber escrito
antes de 1157.
Aunque esta basado en los hechos históricos, "El Cantar del mío Cid" es en gran
parte leyenda. Su tema es doble, las aventuras del Cid desterrado y el
matrimonio mítico de sus dos hijas con los Condes de Carrión. De la primera
parte algunas páginas se han perdido, y el texto arranca con el destierro del
Cid por Rey Alfonso, y termina con una ligera alusión a la muerte del héroe.
Pero la historia que cuenta no es la razón principal de nuestra consideración.
El poema merece ser leído aunque solo sea por las descripciones que se relatan,
fieles a los hábitos y costumbres de la época. Se escribe con simplicidad
homérica y en la lengua de la calle, el idioma que el Cid usó y que estaba
separándose poco a poco del latín pero todavía el idioma español estaba en la
mitad de su desarrolló. La versificación es bastante burda y débilmente
mantenida. La métrica que prevalece es el verso alejandrino o verso de catorce
sílabas con una pausa después de la octava; pero las líneas a menudo cuentan con
dieciséis o incluso veinte sílabas, y a veces se paran en la décima o duodécima.
Sin embargo esto puede ser debido en gran parte al poco cuidado de los copistas.
Las aventuras del Cid han suministrado materia para muchos escritores
dramáticos. Debe citarse al eminente dramaturgo Guillen de Castro, el poeta de
Valencia, de comienzos del siglo XVII, cuya obra maestra, "Las Mocedades del
Cid" le ganaron la reputación que disfrutó fuera de España. Esta última obra, a
su vez, fue la base para la inteligente tragedia de Corneille, "Le Cid", qué
según Ticknor, sirvió más que cualquier otro drama para el establecer las
características del teatro de Europa durante dos siglos.
Entre otros trabajos que tratan con la vida y aventuras del Cid hay que citar:
"La Leyenda de las Mocedades de Rodrigo", o "La Crónica Rimada", como a veces se
llama. Se ha pensado por algunos críticos que este trabajo es aun más antiguo
que el "Cantar del mío Cid", entre ellos de autoridad tan eminente como la de
Amador del los Ríos.
· "La Crónica ó Estoria General de España", escrito por el Rey Alfonso X el
Sabio.
· "La Crónica del Cid", manuscrito de que se encontró en el mismo lugar donde
estuvieron enterradas las cenizas del Cid, en el monasterio de San Pedro de
Cardeña. Su autor y el tiempo de su aparición son desconocidas.
VENTURA FUENTES
Transcrito por Joe P. Schneider
Traducido por Felix Carbo Alonso