San Alfonso María de Ligorio
BC
Nacido en Marianela, cerca de Nápoles, el 27 de Septiembre de 1696; murió en
Nocera de Pagani el primero de Agosto de 1787. El siglo dieciocho no fue una
época notable por su vida espiritual, aun así produjo a tres de los más grandes
misioneros de la Iglesia, San. Leonardo de Port Maurice, San Pablo de la Cruz, y
San Alfonso Maria de Ligorio. Alfonso Maria Antonio Juan Cosme Damián Miguel
Gaspar de Ligorio nació en la casa de campo de su padre en Marianela, cerca de
Nápoles, el martes 27 de Septiembre de 1696. Fue bautizado dos días después en
la Iglesia de Nuestra Señora de las Vírgenes en Nápoles. Era su familia una
familia antigua y noble, aunque la rama a la cual pertenecía el santo se había
empobrecido. El padre de Alfonso, Don José de Ligorio era un oficial naval y
capitán de la Flota Real. La madre del Santo era descendiente de Españoles, y
si, de lo que hay pequeñas dudas, la raza es un elemento en el carácter de un
individuo, nosotros vemos en la sangre española de Alfonso una explicación a la
enorme tenacidad de propósito que lo caracterizó desde una temprana edad. "Yo
conozco su obstinación", decía su padre acerca del joven; "una vez que toma una
decisión, es inflexible". No han quedado muchos detalles de la niñez de Alfonso.
Él era el mas grande de siete niños y la esperanza de su casa. El muchacho era
brillante y muy despierto para su edad, y mostraba gran progreso en todo tipo de
aprendizaje. Además su padre lo hizo practicar el clavicordio por tres horas al
día, y a la edad de trece años lo tocaba con la perfección de un maestro. Sus
diversiones eran la esgrima y montar a caballo, y por la tarde jugar a las
cartas; él nos dice que fue excluido de ser un buen tirador por su mala vista.
Al inicio de su edad viril se convirtió en aficionado a la ópera, pero sólo
porque oía la música, ya que en cuanto subía la cortina, él se quitaba los
lentes, para no distinguir a los artistas. En esta época el foro Napolitano se
encontraba en un buen momento, pero el Santo tenía desde sus primeros años una
repugnancia ascética a los teatros, una repugnancia que nunca perdió. La falta
infantil por la que más se reprochó durante su posterior vida, fue la de
habérsele resistido fuertemente a su padre cuando se le propuso participar en
una obra. Alfonso no fue a la escuela sino que fue educado por tutores bajo la
vigilancia de su padre. A la edad de dieciséis años, el 21 de Enero de 1713,
obtuvo el grado de doctor en leyes, aunque veinte era la edad fijada por los
estatutos. Él mismo dijo que en ese momento era tan pequeño como para ser
completamente cubierto por su toga de doctor y que todos los asistentes rieron.
Poco después el muchacho inició sus estudios para el colegio de abogados, y
alrededor de los diecinueve años practicó su profesión en las cortes. En los
ocho años de su carrera como abogado, años colmados de trabajo, se dice que
nunca perdió un caso. Aun si hubiera alguna exageración en esto, ya que no está
siempre en las manos del abogado el estar del lado ganador, la tradición muestra
que fue extraordinariamente capaz y exitoso. De hecho, a pesar de su juventud,
parece ser que a sus veintisiete años era uno de los líderes del Colegio
Napolitano.
Alfonso, como muchos santos, tuvo un padre excelente y una santa madre. Don José
de Ligorio tenía sus defectos. Él era algo mundano y ambicioso, comparado con su
hijo, y era de carácter fuerte cuando se le oponía. Pero era un hombre de fe
genuina, y de una vida piadosa y sin mancha, y pretendía que su hijo fuera
también así. Aun cuando lo presentaba en sociedad para arreglarle un buen
matrimonio, él deseaba que Alfonso tuviera a Dios primero, y cada año padre e
hijo hacían un retiro religioso en alguna casa religiosa. Alfonso, asistido por
la gracia divina, no decepcionó a su padre. De una infancia modesta y pura, pasó
a la adultez sin reproche. Se le preguntó a un compañero, Baltasar Cito, quien
después se convirtió en un distinguido juez, si Alfonso dio señas de veleidad en
su juventud. Él respondió enfáticamente: "¡Nunca! , Sería un sacrilegio decir
otra cosa." El confesor del Santo declaró que éste preservó su inocencia
bautismal hasta la muerte. Aun en tiempos de peligro.
Puede haber poca duda de que el joven Alfonso con su elevado espíritu y fuerte
carácter estaba ardientemente dedicado a su profesión, y en camino a ser
consentido por el éxito y la popularidad que ésta daba. Cerca del año1722,
cuando él tenía veintiséis años de edad, comenzó a asistir constantemente a la
vida de la sociedad, desatendiendo las prácticas piadosas y la oración, que
habían sido parte integral de su vida, y disfrutar del placer de la atención que
le brindaban en todos lados.
"Banquetes, entretenimientos, teatros," escribió mas tarde--"estos son los
placeres del mundo, pero son placeres que están llenos de la amargura de la hiel
y de afiladas espinas. Créanme porque lo he vivido, y ahora lloro sobre ello".
No hubo un gran pecado, pero tampoco santidad, y Dios, Quien deseaba que su
servidor fuera santo y un gran santo, le iba a hacer tomar ahora el camino a
Damasco. En 1723 hubo un litigio entre un noble Napolitano, cuyo nombre no ha
llegado a nosotros, y el gran duque de Toscana, en la que una propiedad valuada
en 500,000 ducados, es decir, $500,000 o 100,000 libras, estaba en disputa.
Alfonso era uno de los principales abogados; no sabemos de cual lado. Cuando
llegó el día el futuro Santo dio un brillante discurso de apertura y se sentó
confiado de la victoria. Pero antes de que él llamara a un testigo, el consejero
opositor le dijo en tono escalofriante: "Sus argumentos son un desperdicio de
oxígeno. Usted no revisó el documento que trae abajo todo su caso". "Qué
documento es ese?" Dijo Alfonso algo resentido. "Deje que lo veamos”. Se le pasó
una pieza de evidencia que él la había leído y releído varias veces, pero
siempre en un sentido exactamente contrario al que en ese momento veía que
tenía. El pobre abogado empalideció. Permaneció inmóvil por un momento; y dijo
con voz quebrada: "Usted tiene razón. He estado equivocado. Este documento le da
a usted la razón". En vano, los que estaban a su alrededor y aun el juez
trataron de consolarle. Se había estrellado contra la tierra. Él pensó que su
error sería adjudicado no a un descuido sino a un olvido deliberado. Sintió que
su carrera estaba arruinada, y dejó la corte casi de lado, diciendo: "Mundo, Yo
sé que sabes. Cortes, no me verán nunca más" Durante tres días rechazo la
comida. Entonces cesó la tormenta, y él comenzó a ver que la humillación había
sido enviada por Dios, para quebrar su orgullo y sacarlo del mundo. Confiado en
que algún sacrificio especial se requería de él, aunque todavía no sabía que, no
regresó a su profesión, pero pasó días en oración, buscando saber la voluntad de
Dios. Después de un corto intervalo--no sabemos que tan largo--vino la
respuesta. El 28 de Agosto de 1723, el joven abogado había ido a realizar su
acto de caridad favorito visitando a los enfermos del Hospital de Incurables. De
pronto se encontró rodeado de una misteriosa luz; la casa parecía estremecerse,
y una voz interior le dijo: "Deja el mundo y entrégate a Mí." Esto ocurrió dos
veces. Alfonso dejó el Hospital y fue a la Iglesia de la Redención de los
Cautivos. Aquí reposó su espada ante la estatua de Nuestra Señora, e hizo la
resolución solemne de entrar en estado eclesiástico, y aun mas ofrecerse como
novicio a los Padres del Oratorio. Él sabía que tendría duras pruebas. Su padre,
ya disgustado del fracaso de dos planes de matrimonio para su hijo, y exasperado
del rechazo de Alfonso hacia su profesión, iba a ofrecer una enérgica oposición
a la decisión de dejar este mundo. Y así resultó. Tuvo que soportar una
persecución de dos meses. Al final se llegó a un compromiso. Don José estuvo de
acuerdo en que su hijo fuera sacerdote, siempre y cuando él cediera en su
propósito de unirse al oratorio, y continuara viviendo en casa. Para esto,
Alfonso, aconsejado por su director, el Padre Tomás Pagano quien también era
Oratoriano, estuvo de acuerdo. De esta manera quedó libre para su verdadero
trabajo, la fundación de una nueva congregación religiosa. El 23 de Octubre del
mismo año, 1723, el santo se vistió con el hábito sacerdotal. En Septiembre del
siguiente año recibió la tonsura y pronto se unió a la asociación de sacerdotes
misioneros seculares llamados "Propaganda Napolitana", la cual para ser miembro,
no requería tener una residencia común. En Diciembre de 1724, él recibió las
ordenes menores, y el subdiaconado en Septiembre de 1725. El 6 de Abril de 1726,
fue ordenado diácono, y poco más tarde pronunció su primer sermón. El 21 de
Diciembre del mismo año, a la edad de treinta, fue ordenado sacerdote. Por seis
años trabajó en y alrededor de Nápoles, llevando a cabo misiones para la
Propaganda y predicando a los pobres de la capital. Con la ayuda de dos laicos,
Pedro Barbarese, un maestro de escuela, y Nardone, un viejo soldado, a quienes
él convirtió de una mala vida, enroló a miles de pobres en una suerte de
confraternidad llamada la" Asociación de las Capillas", que hasta hoy existe.
Entonces, Dios lo llamó para el trabajo de su vida.
En Abril de 1729, el apóstol de China, Mateo Ripa, fundó un colegio misionero en
Nápoles, conocido coloquialmente como el "Colegio Chino". Pocos meses después
Alfonso dejó la casa de su padre y se fue a vivir con Ripa, sin llegar a ser
miembro de su sociedad. En su nuevo aposento conoció a un amigo de su anfitrión,
el Padre Tomás Falcoia, de la congregación de los "Pii Operarii" (Obreros Píos),
y entabló con él la gran amistad de su vida. Había una diferencia considerable
en edad entre ellos, porque Falcoia, nacido en 1663, tenía ahora sesenta y seis,
y Alfonso solo treinta y tres, pero el viejo sacerdote y el joven tenían almas
semejantes. Muchos años antes, en Roma, Falcoia había tenido una visión de una
nueva familia de hombres religiosos y mujeres cuyo propósito particular debía
ser la imitación perfecta de las virtudes de Nuestro Señor. Él había tratado de
formar una rama del Instituto al unir a doce sacerdotes en una vida común en
Tarentum, pero la comunidad se deshizo pronto. En 1719, junto con el Padre
Filangieri, también uno de los "Pii Operarii", había refundado un Conservatorium
de mujeres religiosas en Scala en las montañas detrás de Amalfi. Pero cuando les
puso una regla, formada de aquélla de las monjas de la Visitación, él no parecía
tener una idea clara para establecer el nuevo instituto de su visión. Sin
embargo, Dios quiso que el nuevo Instituto comenzara con estas monjas de la
Scala. En 1724, poco después de que Alfonso dejara el mundo, una postulante,
Julia Crostarosa, nacida en Nápoles el 31 de Octubre de 1696, y por lo tanto
casi de la misma edad que el Santo, entró al convento de Scala. Su nombre
religiosos era hermana María Celeste. En 1725, cuando ella era todavía una
novicia, tuvo una serie de visiones en las cuales vio una nueva orden
(aparentemente de monjas solamente) similar a la revelada a Falcoia muchos años
antes. Aún su Regla era conocida para ella. Se le pidió a ella que la escribiera
y que se la enseñara a la autoridad del convento, al mismo Falcoia. Con el
propósito en mente de tratar a la monja con severidad y no hacer caso de sus
visiones, el director se sorprendió al encontrar que la Regla que ella había
escrito era una realización de lo que había estado por largo tiempo en su mente.
Él entregó la nueva Regla a un grupo de teólogos, quienes la aprobaron, y
dijeron que podía ser implementada en el convento de la Scala, siempre y cuando
la comunidad la aceptara. Pero cuando el asunto se expuso a la comunidad,
comenzó la oposición. La mayoría estaba a favor de la aceptación, pero el
superior objetaba y apelaba a Filangieri, el compañero que ayudó a Falcoia a
fundar el convento, y ahora, como General de los "Pii Operarii", su superior.
Filangieri prohibió cualquier cambio a la Regla y removió a Falcoia de toda
comunicación con el convento. Así estuvieron los asuntos por varios años. Cerca
de 1729, sin embargo, Filangieri murió, y el 8 de Octubre de 1730, Falcoia fue
consagrado Obispo de Castellamare. Ahora él era libre, sujeto a la aprobación
del Obispo de Scala, para actuar de acuerdo a lo que él pensaba que era lo mejor
para el convento. Ocurrió que Alfonso, enfermo y agotado por el trabajo, había
ido con unos compañeros a la Scala a principios del verano de 1730. Incapaz de
permanecer desocupado, el había predicado a los pastores de cabras de las
montañas con tal éxito que Nicolás Guerriero, Obispo de Scala, le pidió que
regresara y dirigiera un retiro en su Catedral.
Falcoia, oyendo esto, le pidió a su amigo que diera un retiro a las monjas de su
Conservatorium al mismo tiempo. Alfonso estuvo de acuerdo con ambas peticiones y
arregló todo con sus dos amigos, Juan Mazzini y Vicente Mannarini, en
Septiembre. El resultado del retiro para las monjas fue que el joven sacerdote,
quien había tenido prejuicios en contra de la nueva Regla propuesta por unos
reportes en Nápoles, se volvió en un convencido partidario, y aún obtuvo el
permiso del Obispo de la Scala para el cambio. En 1731, el convento unánimemente
adoptó la nueva Regla, junto con el hábito rojo y azul, los colores
tradicionales del vestido de Nuestro Señor. Se estableció una rama del nuevo
Instituto de acuerdo a la visión de Falcoia. La otra no tardaría en llegar. Sin
duda Tomás Falcoia tenía la esperanza de que el ferviente joven sacerdote, quien
era devoto de él, pudiera bajo su dirección, ser el fundador de la nueva Orden
que él tenía en su corazón. Una nueva visión de la hermana Maria Celeste parecía
mostrar que tal era la voluntad de Dios. El 3 de Octubre de 1731, en la tarde de
la fiesta de San Francisco, ella vio a Nuestro Señor con San Francisco a su mano
derecha y a un sacerdote a su izquierda. Una voz dijo "Éste es a quien Yo he
escogido como cabeza de mi Instituto, el General Prefecto de una nueva
Congregación de hombres que trabajarán para Mi Gloria." El sacerdote era
Alfonso. Poco después, Falcoia le hizo saber a éste su vocación de dejar Nápoles
e ir y establecer una orden de misioneros en Scala, quien deberían sobre todo
trabajar por los pastores de cabras abandonados. Siguió a esto un año de
molestias y ansiedad.
El superior de la Propaganda y aun el amigo de Falcoia, Mateo Ripa, se opusieron
al proyecto fervientemente. Pero el director de Alfonso, el Padre Pagano; el
Padre Fiorillo, un gran predicador Dominico; el Padre Manulio, Provincial de los
Jesuitas; y Vicente Cutica, Superior de los Vicentinos, apoyaron al joven
sacerdote y el 9 de Noviembre de 1732, la "Congregación de el Más Santo
Redentor", o como se le llamó por diecisiete años, "del Más Santo Salvador",
comenzó en un pequeño hospicio perteneciente a las monjas de Scala. Aunque San
Alfonso era el fundador y de facto cabeza del Instituto, en un principio la
dirección general, así como la posición de director y consejero de Alfonso, fue
asumida por el Obispo de Castellamare y no fue sino hasta la muerte de este
ultimo, el 20 de Abril de 1743, que se tuvo una reunión general y el Santo fue
elegido formalmente Superior-General. De hecho, en su humildad, en el principio
el joven sacerdote no era Superior ni de la casa, con el juicio de que uno de
sus compañeros, Juan Bautista Donato, llenaba mejor el puesto porque el ya había
tenido alguna experiencia de la vida en comunidad en otro Instituto.
Los primeros años, después de la fundación de la nueva orden, no eran
prometedores. Surgieron las diferencias, el amigo y compañero principal del
Santo, Vicente Mannarini, se opuso a él y a Falcoia en todo. El primero de Abril
de 1733, todos los compañeros de Alfonso excepto un hermano laico, Vitus Curtius,
lo abandonaron, y fundaron la congregación del Sagrado Sacramento, la cual,
confinada al Reino de Nápoles, se extinguió en 1860 por la Revolución Italiana.
Las diferencias también se extendieron a las monjas, y la misma hermana Maria
Celeste dejó la Scala y fundó un convento en Foggia, donde murió en olor de
Santidad, el 14 de Septiembre de 1755. Ella fue declarada Venerable el 11 de
Agosto de 1901. Alfonso, sin embargo, se mantuvo firme; pronto llegaron otros
compañeros, y aunque la Scala misma fue dejada de lado por los Padres en 1738,
en 1746 la nueva congregación tenía cuatro casas en Nocera de Pagani, Ciorani,
Iliceto (ahora Deliceto), y Caposele, todas en el reino de Nápoles. En 1749, la
Regla y el Instituto para hombres fueron aprobados por el Papa Benedicto XIV, y
en1750, La Regla y el Instituto de monjas. Alfonso era abogado, fundador,
superior religioso, obispo, teólogo, y místico, pero sobre todo un misionero, y
ninguna biografía del Santo negará darle este lugar prominente. De 1726 a 1752,
primero como miembro de la "Propaganda", y luego como líder de sus propios
padres, él atravesó las provincias de Nápoles gran parte de cada año llevando
misiones aun a los pueblos mas pequeños y salvando muchas almas. Una
característica especial de su método era el regreso de sus misioneros, después
de un intervalo de varios meses, a la escena de sus trabajos para consolidar su
trabajo, en lo que se llamó la "renovación de la misión".
Después de1752 Alfonso dio menos misiones. Sus dolencias se incrementaban, y él
se mantenía ocupado con sus escritos. Su promoción al Episcopado en 1762 le
llevó a una renovación de su actividad misionera, pero de una forma ligeramente
diferente. El Santo tenía cuatro casas, pero durante su vida, no sólo se volvió
imposible abrir más en el reino de Nápoles, sino que apenas se podía obtener
alguna tolerancia mínima para las casas que ya existían. La causa de esto fue la
"regalismo", la omnipotencia de los reyes incluso en asuntos espirituales, la
cual era el sistema de gobierno en Nápoles al igual que en todos los estados
Borbones. El autor inmediato de lo que fue prácticamente toda una vida de
persecución para el Santo fue el Marqués Tanucci, quien llegó a Nápoles en 1734.
Nápoles había sido parte del dominio español desde 1503, pero en 1708 cuando
Alfonso tenía diez años, fue conquistado por Austria durante la guerra de la
sucesión Española. En 1734, sin embargo, fue reconquistada por Don Carlos, el
joven Duque de Parma, bisnieto de Luis XIV, y el reino Borbón independiente de
las dos Sicilias fue establecido. Con Don Carlos, o como se le llamaba
generalmente, Carlos III, de su último titulo como Rey de España, vino el
abogado, Bernardo Tanucci, quien gobernó Nápoles como Primer Ministro y regente
por los siguientes cuarenta y dos años. Esto fue una revolución grande para
Alfonso. Si esto hubiera ocurrido pocos años antes, el nuevo Gobierno podría
haber encontrado a la congregación Redentorista ya autorizada, y como la
política anticlerical de Tanucci mostró ser más la de suprimir nuevas Ordenes,
que, a excepción de la Sociedad de Jesús, en suprimir viejas Ordenes, El Santo
pudo haber sido libre en desarrollar la nueva orden con relativa paz. Lo que
pasó fue que se le negó la exequatur real al edicto de Benedicto XIV, y el
reconocimiento del estado de su Instituto como una congregación religiosa hasta
el día de su muerte. Hubo años enteros, de hecho, en que parecía que el
Instituto estuvo al borde de ser cerrado. El sufrimiento que esto le dio a
Alfonso, con su disposición sensitiva e intensa, fue muy grande, además, lo que
fue peor, la relajación de la disciplina y la pérdida de vocaciones en la Orden
misma. Alfonso, sin embargo, hacía incansables esfuerzos con la Corte. Quizá era
muy ansioso, y en una ocasión cuando él estaba impresionado por una denegación,
su amigo el Marqués Brancone, Ministro de Asuntos Eclesiásticos y un hombre de
piedad profunda, le dijo amablemente: "Pareciera que has puesto toda tu
confianza aquí abajo"; con lo cual el Santo recuperó la paz interior. Un intento
final para ganar la aprobación real, el cual finalmente parecía que tenía éxito,
le condujo a Alfonso a su dolor máximo: la división y la ruina aparente de su
Congregación y el disgusto de la Santa Sede. Esto fue en 1780, Alfonso tenía
ochenta y tres años. Pero, antes de relatar el episodio del "Reglamento", como
se le conoce, debemos hablar del periodo en el Episcopado del Santo.
En el año 1747, el Rey Carlos de Nápoles deseaba nombrar a Alfonso Arzobispo de
Palermo, y fue sólo por sus vivos ruegos que pudo librarse. En 1762, no hubo
escape y fue por la obediencia al Papa que aceptó el puesto de Obispo de Santa
Agata de los Góticos, una pequeña Diócesis Napolitana, que estaba a unas pocas
millas del camino de Nápoles a Capua. Aquí con 30,000 personas sin instrucción,
400 clérigos indiferentes y algunas veces escandalosos, y diecisiete casas
religiosas más o menos relajadas, a las cuales cuidar, en un campo tan lleno de
yerbas que parecía que era lo único que se podía cosechar, lloró y rezó días y
noches y trabajó incansablemente por trece años. Más de una vez intentaron
asesinarlo. En un motín que ocurrió durante la hambruna que afectó el sur de
Italia en 1764, él salvó la vida al sindical de Santa Ágata, ofreciendo la suya
a la muchedumbre. Él alimentó al pobre, instruyó al ignorante, reorganizó su
seminario, reformó sus conventos, creó un nuevo espíritu en sus sacerdotes,
reprendió a los nobles escandalosos y a las malas mujeres con la misma
imparcialidad, le dio el honor correspondiente al estudio de la teología y la
teología moral, y todo este tiempo le estuvo rogando al Papa que le permitiera
renunciar de su puesto porque no hacía nada por su diócesis. A todo su trabajo
administrativo debemos agregarle su continuo trabajo literario, sus muchas horas
de oración, sus terribles austeridades, y la tensión de una enfermedad que hizo
de su vida un martirio.
Ocho veces durante su larga vida sin contar su última enfermedad, el Santo
recibió los sacramentos para los moribundos, pero la peor de todas sus dolencias
fue un ataque de fiebre reumática durante su episcopado, un ataque que duró de
Mayo de 1768 a Junio de 1769, y lo dejó paralítico hasta el final de sus días.
Esto le dio a Alfonso la cabeza inclinada que notamos en los retratos que de él
se han hecho. Tan inclinada que al principio, la presión que producía su
barbilla le produjo una peligrosa herida en el pecho. Aunque los doctores
tuvieron éxito en enderezarle un poco el cuello, el santo por el resto de su
vida tuvo que alimentarse mediante un tubo. No hubiera podido celebrar misa
nunca más, si es que un prior Agustino no le hubiese enseñado cómo apoyarse en
la silla para que con la asistencia de un acólito pudiera llevar el cáliz a sus
labios. Pero a pesar de sus achaques, ambos Clemente XIII (1758-69) y Clemente
XIV (1769-74) obligaron a Alfonso a permanecer en su puesto. En Febrero de 1775,
sin embargo, Pío VI fue electo Papa, y el siguiente Mayo le permitió al santo
renunciar a su puesto.
Alfonso regresó a su pequeña celda en Nocera en Julio de 1775, para preparar,
una feliz y rápida muerte. Doce años, sin embargo, todavía lo separaban de su
recompensa, años que en su mayor parte no fueron de paz sino de grandes
aflicciones como nunca las había tenido. En 1777, el Santo, además de cuatro
casas en Nápoles y una en Sicilia, tenía otras cuatro en Scifelli, Frosinone,
San Ángelo a Cupclo, y Beneventum, en los Estados de la Iglesia.. En caso de que
las cosas se pusieran difíciles en Nápoles, el buscó mantener en estas casas la
Regla y el Instituto. En 1780, surgió una crisis en la cual ellos hicieron esto,
aunque de tal manera que trajo división en la Congregación y sufrimiento y
desgracia extremas para su fundador. La crisis surgió de esta manera. Desde el
año de 1759 dos benefactores de la Congregación, el Barón Sarnelli y Francis
Maffei, por uno de esos cambios comunes en Nápoles, se convirtieron en sus
enemigos más amargos, e iniciaron una vendetta contra ella en las cortes legales
que duró veinticuatro años. Sarnelli era apoyado casi abiertamente por el
poderoso Tanucci, y finalmente la eliminación de la Congregación parecía una
cuestión de días, cuando el 26 de Octubre de 1776, Tanucci, quien había ofendido
a la reina María Carolina, de repente cayó del poder. Bajo el gobierno del
Marqués de la Sambuca, quien, a pesar de que era un regalista, era un amigo
personal del santo, hubo una promesa de tiempos mejores, y en Agosto de 1779,
las esperanzas de Alfonso aumentaron por la publicación de un decreto real que
le permitía nombrar superiores en su Congregación y tener un noviciado y casa de
estudios. El Gobierno había reconocido el buen efecto de sus misiones, pero
deseaba que los misioneros fueran sacerdotes seglares y no de orden religiosa.
El decreto de1779, sin embargo, parecía un gran paso hacia adelante. Alfonso,
habiendo obtenido tanto, esperaba conseguir aún más, y mediante su amigo, Mgr.
Testa, el Gran Almoner, para conseguir la aprobación de su Regla. A diferencia
del pasado, no pidió exequatur al edicto de Benedicto XIV, porque las relaciones
en ese momento estaban más tensas que nunca entre las cortes de Roma y Nápoles;
pero él esperaba que el rey pudiera dar una sanción independiente a su Regla,
provisto, él renunció a todo derecho a la propiedad en común, lo cual él estaba
preparado a hacer. Era del todo importante para los Padres el rechazar el cargo
de ser una congregación religiosa ilegal, la cual era una de los principales
alegatos en la acción siempre presente y agresiva del Barón Sarnelli. Quizá, en
cualquier caso el sometimiento a su regla a un poder civil hostil y sospechoso
era un error. En todo evento, el resultado fue desastroso. Alfonso estando tan
viejo y débil--tenía ochenta y cinco años, paralítico, sordo, y casi ciego--su
única oportunidad de éxito era la de ser servido fielmente por sus amigos y
subordinados, y fue traicionado en ambos casos. Su amigo el Gran Almoner lo
traicionó; sus dos enviados para negociar con el Gran Almoner, Los Padres Majone
y Cimino, lo traicionaron, siendo ellos los consultores generales. Incluso su
confesor y vicario general en el gobierno de su Orden, El Padre Andrés Villani,
tomó parte en la conspiración. Al final la Regla fue alterada al punto de ser
irreconocible, los propios votos de religión fueron abolidos. En esta Regla
alterada o Reglamento, como fue llamada, el inocente Santo fue inducido a poner
su firma. Fue aprobada por el rey y forzada a la estupefacta congregación
mediante todo el poder del estado. Surgió una conmoción de miedo. Alfonso mismo
no estaba enterado. Le habían llegados vagos rumores de la traición, pero el se
había negado a creerlos. "Tú fundaste la Congregación y tú la destruiste ", le
dijo un padre. El santo lloró en silencio y trató en vano de encontrar un medio
por el cual la orden pudiera salvarse. Su mejor plan hubiera sido consultar a la
Santa Sede, pero en esto de le habían adelantado. Los padres en los Estados
Papales, con precipitado empeño, denunciaron muy temprano el cambio de la Regla
a Roma. Pío VI, ya de por sí disgustado con el Gobierno Napolitano, tomó a los
padres en sus dominios bajo su protección especial, les prohibió todo cambio de
Regla en sus casas, y aún renunciar a la obediencia a los superiores
napolitanos, es decir a San Alfonso, hasta que pudiera haber un interrogatorio.
Siguió un largo proceso en la corte de Roma , y el 22 de Septiembre de 1780, se
redactó un decreto provisional , el cual se hizo absoluto el 24 de Agosto de
1781, reconociendo que las casas en los estados papales solas constituían la
congregación Redentorista. El Padre Francisco de Paula, uno de los principales
apelantes, fue nombrado su Superior General, "en lugar de aquellos", el edicto
decía, "quienes siendo sus altos superiores de la dicha congregación han
adoptado junto son sus seguidores un nuevo sistema esencialmente diferente del
anterior, y han abandonado el Instituto en el cual ellos profesaron, y han por
lo tanto dejado de ser miembros de la congregación." De modo que el Santo fue
cortado de su propia orden por el Papa quien lo iba a declarar "Venerable". Él
vivió en este estado de exclusión por siete años más y en ese estado murió. No
fue hasta después de su muerte, como el profetizó, que el gobierno Napolitano,
al fin reconoció su Regla, y que se reuniera la Congregación Redentorista bajo
una cabeza (1793).
Alfonso todavía tenia que enfrentar una tormenta más, y sobre el final.
Alrededor de tres años antes de su muerte pasó a través de una verdadera "Noche
del Alma". Le cayeron espantosas tentaciones contra cada virtud, junto con
apariciones diabólicas y alucinaciones, y terribles escrúpulos e impulsos para
desanimarse le hicieron vivir un infierno. Al fin vino la paz, y el 1 de Agosto
de1787, cuando sonaban las campanas del ángelus del mediodía, el Santo pasó
pacíficamente a su recompensa. Casi había completado su año noventa y uno. Fue
declarado "Venerable", el 4 de Mayo de 1796; fue beatificado en1816, y
canonizado en 1839. En 1871, fue declarado Doctor de la Iglesia. "Alfonso fue de
estatura mediana", dice su primer biógrafo, Tannoia; "Su cabeza era algo grande,
su cabello negro, y barba larga." Él tenía una sonrisa placentera, y su
conversación muy agradable, pero aún así tenía modales de gran dignidad. Era
líder natural de hombres. Su devoción al Santísimo Sacramento y a Nuestra Señora
eran extraordinarios. Él tenía caridad tierna para todos los que estaban en
problemas; recorrería cualquier distancia para salvar una vocación; se expondría
a la muerte para prevenir el pecado. Sentía amor por los animales inferiores, y
las criaturas silvestres que volaban de todos lados se acercaban a él como a un
amigo. Sicológicamente, Alfonso puede ser clasificado entre las almas dos veces
nacidas; es decir, hubo un punto de conversión o cambio marcado en su vida, en
el cual él se convirtió, no del pecado serio, que el nunca cometió, sino de lo
comparativamente mundano, a un completo sacrificio personal para Dios. El
temperamento de Alfonso era muy ardiente. Él era un hombre de pasiones fuertes,
usando el término en el sentido filosófico, y de tremenda energía, pero desde su
infancia sus pasiones estuvieron bajo control. Aun más, hablando sólo de la ira,
aunque comparativamente temprano en su vida él parecía muerto al insulto o
injusticia cometido contra él, en casos de crueldad, o de injusticia con otros,
o del deshonor a Dios, el mostró la indignación de los profetas incluso en
avanzada edad. Al final, sin embargo, todo lo humano de esto había desaparecido.
En el peor caso, era solo el escaparate donde el templo de la perfección estaba
construido. De hecho, aparte de los que fueron santos por la gracia del
martirio, puede dudarse que muchos hombres y mujeres de temperamento flemático
hayan sido canonizados. La differentia en los santos no es que no tengan falta
sino el poder de guía, un poder de guía de generoso auto sacrificio y ardiente
amor a Dios. El impulso de este apasionado servicio a Dios , viene de la gracia
Divina, pero el alma debe corresponder (lo cual es también gracia de Dios), y el
alma de fuerte voluntad y pasión fuerte responde mejor. La dificultad entre
fuertes voluntades y fuertes pasiones es que son difíciles de domar, pero cuando
se les doma, son ingrediente principal para la santidad.
No menos notable que la intensidad con la que Alfonso trabajó, es la cantidad de
trabajo que realizó. Su perseverancia fue indomable. Él hizo y guardó un voto de
no perder un solo momento de su tiempo. A él le ayudó su característica de ser
muy práctico. Aunque era un buen teólogo dogmático--un hecho que aún no se
reconoce lo suficiente-- no era un metafísico como los grandes escolares. Él era
un abogado, no solo durante sus años en el Colegio, sino a través de toda su
vida--un abogado, que a su habilidad para abogar y enorme conocimiento de los
detalles prácticos se le agrega una compresión brillante de los principios
fundamentales. Esto fue lo que lo convirtió en el príncipe de los teólogos
morales, y le ganó, cuando su canonización lo hizo posible, el título de "Doctor
de la Iglesia". Esta combinación del sentido común práctico con la
extraordinaria energía en el trabajo administrativo debían hacer a Alfonso, si
fuera más conocido, particularmente atractivo a las naciones de habla inglesa,
especialmente siendo un santo moderno. Pero no debemos buscar los parecidos tan
lejos. Si en algunas cosas Alfonso era un anglo-sajón, en otras era un verdadero
napolitano, aunque siempre un santo. Él escribió frecuentemente de un napolitano
a los napolitanos. Si las cosas vehementes que escribió en sus cartas,
especialmente en los asuntos de quejas y alegatos, fueran considerados escritos
por un santo de sangre Anglo-Sajona, nos sorprendería e impactaría. Ver a los
estudiantes Napolitanos, en una animada pero amigable discusión, parecería a los
extraños como una disputa violenta. San Alfonso parecía un milagro de calma a
Tannoia. De haber sido lo que los anglo-sajones consideran un milagro de calma,
hubiera parecido a sus compañeros comocompletamente inhumano. Los santos no son
inhumanos sino hombres reales de carne y hueso, sin embargo muchos hagiógrafos
pueden ignorar este hecho.
En tanto que la intensidad continua de actos reiterados de virtud a los cuales
hemos llamado potencia de guía es lo que realmente llamamos santidad, hay otra
cualidad indispensable. La dificultad extrema del trabajo de toda una vida que
es moldear un santo consiste precisamente en esto, que cada acto de virtud que
el santo realiza refuerza su carácter, esto es, su voluntad. Por otra parte, aun
desde la caída del hombre, la voluntad del hombre ha tenido su peligro más
grande. Tiene una tendencia en cada momento a desviarse, y si se desvía del
camino correcto, más grande será el ímpetu y más terrible el choque final. El
santo tiene un gran ímpetu, y un santo estropeado es con frecuencia un gran
villano.
Para evitar que el barco se hiciera pedazos en las rocas, existe la necesidad de
un timón de respuesta rápida, respondiendo a la más ligera presión de la Gracia
Divina. El timón es la humildad, la cual, en el intelecto, es una realización de
nuestra propia falta de valor, y en la voluntad, la docilidad para la buena
guía. ¿Pero cómo fue que en Alfonso creció en tan necesaria virtud cuando él fue
una autoridad casi toda su vida? La respuesta es que Dios lo mantuvo humilde
mediante pruebas interiores. Desde sus más tiernos años tuvo un miedo ansioso
sobre cometer pecado, lo que a veces terminaba en escrúpulo.
Él, quien dio reglas y dirigió a otros tan sabiamente, tenía, en cuanto
concierne a su propia alma, que depender en la obediencia como un niño. Para
suplir esto, Dios le permitió en los últimos años de su vida, caer en ignominia
con el Papa, y encontrarse a sí mismo privado de toda autoridad externa,
temblando a veces por su salvación eterna. San Alfonso no ofrece tanto
directamente al estudiante de teología mística como otros santos contemplativos
que han llevado vidas de retiro. Desgraciadamente, él no fue obligado por su
confesor, en virtud de su santa obediencia, como le pasó a Santa Teresa, a
escribir sus estados de oración; así que no sabemos precisamente lo que eran. La
oración que él recomendó a su Congregación, de la cual tenemos hermosos ejemplos
en sus trabajos ascéticos, es afectiva; el uso de aspiraciones cortas,
peticiones, y actos de amor, más que meditación discursiva con gran reflexión.
Su propia oración fue en su mayor parte lo que algunos llaman" activa", otros
contemplación “ordinaria”. De estados pasivos extraordinarios, tales como
éxtasis, no hay muchos casos anotados en su vida, aunque hay algunos. En tres
diferentes ocasiones en sus misiones, mientras predicaba, un rayo de luz de una
pintura de Nuestra Señora se dirigió hacia él, y el cayó en el éxtasis delante
de la gente. Ya en avanzada edad, fue varias veces elevado en el aire mientras
hablaba de Dios.
Su intercesión curaba a los enfermos; él leía los secretos de los corazones, y
predecía el futuro. Cayó en un trance clarividente el 21 de Septiembre de 1774,
y estuvo presente en espíritu en el lecho de muerte en Roma del Papa Clemente
XIV.
Fue relativamente tarde en su vida cuando Alfonso se volvió escritor. Si hacemos
la excepción de algunos poemas publicados en 1733 (el Santo nació en 1696), su
primer trabajo, un pequeño volumen llamado "Visitas al Sagrado Sacramento",
apareció en 1744 o 1745, cuando tenía casi cincuenta años de edad. Tres años mas
tarde el publicó el primer esbozo de su "Teología Moral" en un solo volumen
llamado "Notas para Busembaum", un célebre teólogo moral Jesuita. Él pasó los
siguientes pocos años en remodelar su trabajo, y en 1753 apareció el primer
volumen de "Teología Moral", el segundo volumen, dedicado a Benedicto XIV, lo
publicó en 1755. Nueve ediciones de "Moral Theology" aparecieron durante la vida
del Santo, las de1748, 1753-1755, 1757, 1760, 1763, 1767, 1773, 1779, y 1785,
siendo las "Notas para Busembaum" la primera. En la segunda edición el trabajo
obtuvo la forma que retuvo en adelante, aunque en posteriores ediciones el Santo
retiró algunas opiniones, corrigió algunas pequeñas, y trabajó en el enunciado
de su teoría de Equiprobabilismo hasta que él la consideró completa. Además,
publicó muchas ediciones de compendios de sus grandes trabajos, tales como el
"Homo Apostolicus", hecha en 1759. La "Teología Moral", después de una
introducción histórica por el amigo del Santo: P. Zaccaria, S.J., la cual fue
omitida, sin embargo, de la octava y novena ediciones, comenzó con el tratado
"De Conscientia", seguido por el de "De Legibus". Estos forman el primer libro
de su trabajo, mientras que el segundo contiene los tratados sobre Fe,
Esperanza, y Caridad. El tercer libro trata de los diez Mandamientos, el cuarto
con los estados clericales y monásticos, y los deberes de los jueces, abogados,
doctores, comerciantes, y otros. El quinto libro tiene dos tratados "De Actibus
Humanis" y "De Peccatis"; el sexto es sobre los sacramentos, el séptimo y último
sobre las censuras de la Iglesia.
San Alfonso como un teólogo Moral ocupa el dorado centro entre las escuelas que
tendían ya sea al relajamiento o al rigor que dividía al mundo teológico de su
tiempo. Cuando él se estaba preparando para el sacerdocio en Nápoles, sus
maestros fueron de la escuela rígida, ya que aunque el centro de la agitación
Jansenista estaba en el norte de Europa, ninguna orilla estaba tan remota como
para no sentir la movimiento de sus olas. Cuando el santo comenzó a oír
confesiones, sin embargo, vio el daño echo por el rigorismo, y por el resto de
su vida el se inclinó mas hacia la escuela moderada de los teólogos Jesuitas, a
quienes él llama "los maestros de moral". San Alfonso, sin embargo, no en todo
siguió sus enseñanzas, especialmente en un punto muy debatido en las escuelas; a
saber: si nosotros podemos en la práctica seguir una opinión la cual niega una
obligación moral, cuando la opinión que afirma una obligación moral nos parece
del todo más probable. Esta es la gran pregunta del "Probabilismo". San Alfonso,
después de publicar anónimamente (en 1749 y 1755) dos tratados defendiendo el
derecho a seguir la opinión menos probable, al final se inclinó en contra de ese
legalismo, y en caso de duda solo permitía la libertad de la obligación donde
las opiniones a favor y en contra de la ley fueran iguales o casi iguales. Él
llamó a su sistema el Equiprobabilismo. Es verdad que los teólogos aun los de
las grandes escuelas han estado de acuerdo en que, cuando una opinión en favor
de la ley es más probable de tal modo que en la práctica se vuelve en una
certeza moral, no se debe seguir la opinión menos probable, y algunos han
supuesto que San Alfonso no quiso decir otra cosa en su terminología. De acuerdo
con este punto de vista él escogió una fórmula diferente que los escritores
Jesuitas, en parte porque él pensó que sus propios términos eran más exactos, y,
en parte para salvar sus enseñanzas y su congregación tanto como fuera posible
de la persecución del Estado, la cual después de 1764 había caído tan
pesadamente en la Sociedad de Jesús, y en 1773 estaba pronta a suprimirla
formalmente. Es un asunto de controversia familiar, pero parece que había una
diferencia real, aunque no mucha en la práctica como se supone, entre las
últimas enseñanzas del Santo y las actuales en la Sociedad. Alfonso era abogado,
y como abogado el le dio mucha importancia al peso de la evidencia. En una
acción civil una preponderancia de la evidencia le da el caso a una de las
partes. Si las cortes civiles no pudieran decidir en contra de un defendido
basado en una mayor probabilidad, pero tuviera que esperar, como debe esperar
una corte criminal, para certidumbre moral, muchas acciones nunca se
resolverían. A San Alfonso le pareció como el conflicto entre ley y libertad
para una acción civil en la que la ley tenía los onus probandi, aunque fueron
dadas mayores probabilidades en el veredicto. El Probabilismo puro se parece a
un juicio criminal, en el cual el jurado debe encontrar en favor de la libertad
(el prisionero en la barra) si queda cualquier duda razonable en su favor. Mas
aún, San Alfonso fue un gran teólogo, y así le dio mucho peso a la probabilidad
intrínseca. Él no tenía miedo de tomar una decisión. "Yo sigo mi conciencia",
escribió en 1764, " y cuando la razón me persuade le hago poco caso a los
moralistas." Para seguir una opinión en favor de la libertad sin pesarla, sólo
porque alguien mas la sostiene, le parecería a Alfonso una abdicación de la
oficina judicial con la cual estaba investido como confesor. Todavía debe ser
admitido con justicia que todos los sacerdotes no son grandes teólogos capaces
de estimar la probabilidad intrínseca en su verdadero valor, y la Iglesia misma
podía haber concedido algo al probabilismo puro por los honores sin precedente
que se le rindieron al santo en su decreto del 22 de Julio de 1831, el cual le
permite a los sucesores seguir cualquiera de las opiniones de San Alfonso sin
darle peso a las razones en las cuales estas se basaban.
Además de su Teología Moral, el santo escribió un gran número de trabajos
dogmáticos y ascéticos cercanos todos a lo vernacular. Las "Glorias de María",
"La Selva", "La verdadera Esposa de Cristo", "Los grandes medios de oración",
"El camino de la salvación", "Ópera Dogmática, o Historia del Concilio de
Trento", y "Sermones para todos los domingos del año", son los más conocidos.
También fue poeta y músico. Sus himnos se celebran justamente en Italia. A
principios del siglo XX, un dueto compuesto por él, “Entre el Alma y Dios”, se
encontró en el Museo Británico con la fecha aproximada de 1760 y conteniendo una
corrección con su propia letra.
Finalmente, San Alfonso era un maravilloso escritor de cartas, y nada más la
correspondencia que se ha salvado llega a 1,451 cartas, llenando tres grandes
volúmenes. No es necesario notar ciertos ataques no católicos sobre Alfonso como
el patrón de la mentira. San Alfonso fue tan escrupuloso de la verdad que cuando
en 1776, el regalista, Mgr. Filingeri, se convirtió en Arzobispo de Nápoles, el
santo no escribió para felicitar al nuevo primado, aun a riesgo de hacerse de
otro poderoso enemigo para su Congregación perseguida, porque pensaba que no era
honesto decir que "estamos felices de oír de su promoción." Será recordado que
incluso de joven su principal insatisfacción en la caída en la corte era el
temor de que su error sea entendido como un intento de engañar. La pregunta de
qué constituye o no una mentira, no es una pregunta fácil, sino todo un tema en
sí mismo. Alfonso no dijo nada en su "Teología Moral" lo cual no es enseñanza
común de los teólogos católicos.
Hay muy pocas anotaciones sobre sus propios tiempos en sus cartas. El siglo
dieciocho fue una serie de guerras; que los españoles, polacos, y la sucesión
austriaca; la guerra de los siete años, y la guerra de la independencia
americana, terminando con las aún mas gigantescas luchas en Europa, que
resultaron de los eventos de1789.A excepción del 45’ en todos estos, empezando
por el primer disparo en Lexington, el mundo de habla inglesa estaba en un lado
y los Estados Borbones, incluyendo Nápoles, en el otro. Pero para esta historia
seglar la única referencia en la correspondencia del Santo la cual llegó a
nosotros por una frase de su carta de Abril de 1744, la cual habla del paso de
las tropas españolas las cuales habían venido a defender Nápoles contra los
Austriacos. Él estaba más preocupado por el conflicto espiritual que estaba
ocurriendo a la misma vez. En efecto, eran días funestos. La infidelidad y falta
de piedad estaban ganando terreno; Voltaire y Rousseau eran los ídolos de la
sociedad; y el antiguo régimen, al menospreciar a la religión, su único soporte,
estaba tambaleándose. Alfonso era un amigo devoto de la Sociedad de Jesús y su
larga persecución por la Corte Borbona, la cual terminó en su eliminación en
1773, lo llenó de tristeza. Él murió en el inicio de la gran Revolución la cual
iba a barrer con sus perseguidores, habiendo visto en una visión los problemas
que la invasión Francesa a iba a traer en 1798 a Nápoles.
Podría pintarse una serie de retratos interesantes de todos los que tuvieron
algo que ver en la vida del santo: Carlos III y su ministro Tanucci; El hijo de
Carlos: Ferdinando, y la extraña e infeliz reina de Ferdinando, María Carolina,
hija de María Teresa y hermana de María Antonieta; Los Cardenales Spinelli,
Sersale, y Orsini; Los Papas Benedicto XIV, Clemente XIII, Clemente XIV, y Pío
VI, a cada uno de los cuales Alfonso dedicó un volumen de su trabajo. Aun la
sombra funesta de Voltaire aparece en la vida del santo, porque Alfonso le
escribió para felicitarlo por una conversión, la cual en realidad, nunca
ocurrió! De nuevo, tenemos una amistad de treinta años con el gran editor
Veneciano de la casa de Remondini, cuyas cartas del santo, fueron cuidadosamente
preservadas cuando se volvió en hombre de negocios, llenando un cuarto del
volumen. Otros amigos personales de Alfonso fueron los Padres Jesuitas de
Matteis, Zaccaria, y Nonnotte.
Un respetable oponente era el temible controversialita Dominicano, P. Vincenzo
Patuzzi, y por si fuera poco tenemos a otro Dominicano, P. Caputo, Presidente
del seminario de Alfonso y un dedicado ayudante en su trabajo de reforma. Para
hablar de santos, el gran misionero Jesuita San Francisco de Gerónimo tomó al
pequeño Alfonso en su brazos, lo bendijo, y profetizó que haría un gran trabajo
para Dios; mientras que un Franciscano, San Juan José de la Cruz, fue bien
conocido por Alfonso más tarde en su vida. Ambos fueron canonizados el mismo día
que el Santo Doctor, el 26 de Mayo de 1839. San. Pablo de la Cruz (1694-1775) y
San Alfonso, quienes fueron contemporáneos, parece que nunca se encontraron aquí
en la tierra, aunque el fundador de los pasionistas era un gran amigo del tío de
Alfonso, Mgr. Cavalieri, quien era un gran sirviente de Dios. Otros Santos y
sirvientes de Dios fueron aquellos de la propia casa de Alfonso, el hermano; San
Gerard Majella, quien murió en 1755, y Enero Sarnelli, César Sportelli, Dominic
Blasucci, y María Celeste, todos los cuales han sido declarados "Venerable" por
la Iglesia.
El Beato Clemente Hofbauer se unió a la congregación Redentorista en los años
seniles del Santo, aunque Alfonso nunca vio en persona al hombre que debería ser
el segundo fundador de su orden. Excepto por las probabilidades de la guerra
europea, Inglaterra y Nápoles estaban en mundos diferentes, pero Alfonso podía
haber visto al lado de Don Carlos cuando conquistó Nápoles en 1734, un muchacho
inglés, de catorce años, quien ya había mostrado gran galantería bajo el fuego e
iba a formar parte de la historia, El príncipe Carlos Eduardo Stewart. Pero uno
puede saturar un lienzo angosto y es mejor hacer un ligero diagrama para dejar
la figura central en su relieve solitario. Si cualquier lector de este artículo
acudiera a las fuentes originales y estudiara la vida del Santo mas
extensamente, su esfuerzo no sería desperdiciado.
Mucho del material para la vida completa de San Alfonso está todavía en
manuscrito en los archivos Romanos de la Congregación Redentorista y en los
archivos de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares. El fundamento de
todo lo demás está en: Della vita ed istituto del venerabile Alfonso Maria
Liguori, de ANTONY TANNOIA, uno de los grandes biógrafos de la literatura.
Tannoia nació alrededor de 1724 y entró a la Congregación Redentorista en 1746.
Como el no murió hasta1808 (su trabajo apareció en 1799) él fue un acompañante
del Santo por mas de cuarenta años y testigo de muchos de sus relatos. Aun donde
no lo fue, él puede en general ser confiado, ya que el era un Boswell en
recolectar hechos. Su vida contiene un número de inexactitudes menores, sin
embargo, es seriamente defectuosa en cuanto a la fundación de la Congregación y
en los problemas en los cuales cayó en 1780. Tannoia, también, mediante su
idiosincrasia mental, se las arregla para dar la impresión equivocada de que San
Alfonso era severo. Hay algo insatisfactorio en la traducción del Francés del
trabajo de Tannoia. Mimoires sur la vie et la congrigation de St. Alphonse de
Liguori (Paris, 1842, 3 vols.). La traducción inglesa en la Serie del Oratorio
es también inadecuada. Una vida celebrada justamente es Vie et Institut de Saint
Alphonse-Marie de Liguori, en cuatro volúmenes, por el CARDENAL VILLECOURT, (Tournai,
1893). La vida en alemán, DILGSKRON, Leben des heiligen Bischofs und
Kirchenlehrers, Alfonsus Maria de Liguori (New York, 1887),es académica e
inexacta. El CARDENAL CAPECELATRO ha escrito también la vida del Santo, La Vita
di Sant' Alfonso Maria de Liguori (Rome, 2 vols.). La última vida, BERTHE, Saint
Alphonse de Liguori (Paris, 1900, 2 vols.. SVO), da una cuenta extremadamente
completa y pictórica de la vida del Santo y su época. Esta ha sido recientemente
traducida al Inglés con adiciones y correcciones (Dublin, 2 vols. , Royal SVO);
DUMORTIER, Les premihres Redemptoristines (Lille, 1886), and Le Phre Antoine-Marie
Tannoia (Paris, 1902), contiene alguna información útil; Lo mismo que BERRUTI,
Lo Spirito di S. Alfonso Maria de Liguori, 3 ed. (Rome, 1896). Las propias
cartas del Santo son de valor extremo en suplemento a Tannoia. Una edición
centenaria, Lettere di S. Alfonso Maria de'Liguori (ROMA, 1887, 3 Vols.). Fue
publicada por P. KUNTZ, C.SS.R., director de los archivos Romanos de su
Congregación. Una traducción al inglés en cinco volúmenes está incluida en los
veintidós volúmenes de la edición Centenaria Americana de los trabajos ascéticos
de San Alfonso (New York). Hay muchas ediciones de la Teología Moral del Santo;
la mejor y la última es la de P. GAUDI, C.SS.R. (Roma, 1905).Los trabajos
dogmáticos completos del Santo se han traducido al Latín por P. WALTER, C.SS.R.,
S. Alphonsi Mariae de Liguori Ecclesiae Doctoris Opera Dogmática, (Nueva York,
1903, 2 vols., 4to). Ver también HASSALL, The Balance of Power (1715-89)
(Londres, 1901); COLLETTA, History of the Kingdom of Naples, 1734-1825, 2 vols.,
tr. by S. HORNER (Edinburgo, 1858); VON REUMONT, Die Carafa von Maddaloni (Berlin,
1851, 2 vols.); JOHNSTON, The Napoleonic Empire in South Italy, 2 vols.
(Londres, 1904). El libro de Colleti da la mejor fotografía general de la época,
pero esta llena de un sesgo anticlerical.
HAROLD CASTLE
Transcrito por Paul T. Crowley
Dedicado a Fr. Clarence F. Galli
Traducido por Alfonso Enríquez