Ágape
BC
La celebración de fiestas fúnebres en honor de las fechas de los difuntos, casi
retrocede a los comienzos del culto de los que partieron, es decir, a los
tiempos más primitivos. Se pensaba que el muerto, más allá de su tumba, recibía
alegrías y una condición más favorable por estas ofrendas. La misma convicción
explica la existencia del mobiliario fúnebre para uso del fallecido. Las armas,
vasijas, y vestuario, como objetos no sujetos a corrupción, no necesitaban ser
renovados, excepto los alimentos, dentro de las fiestas y en épocas
establecidas. Pero el cuerpo de los que partieron no ganaba alivio por las
ofrendas hechas a su sombra, a menos que fueran acompañadas, enarbolando los
ritos obligatorios. Todavía la fiesta fúnebre no era meramente una
conmemoración, sino una verdadera comunión y la significación de la comida
traída por los invitados era realmente para uso de los que partieron. La leche y
el vino se derramaban fuera, sobre la tierra, alrededor de la tumba, mientras la
comida sólida pasaba al cadáver por medio de una abertura en el sepulcro.
El uso de la fiesta fúnebre fue casi universal en el mundo greco-romano. Muchos
autores antiguos pueden citarse dando testimonio de esta práctica en tierras
clásicas. Entre los judíos, opuestos por gustos y razones a toda costumbre
extranjera, hallamos el equivalente a un banquete fúnebre, aunque no el mismo
rito. Las colonias judías de la Dispersión, menos impermeables a las influencias
circundantes, adoptaron la práctica de los banquetes fraternales. Si estudiamos
los textos relativos a la Cena, la última comida solemne tomada por Nuestro
Señor con Sus discípulos, encontraremos que fue la Cena de Pascua, con los
cambios forjados por el tiempo en el ritual primitivo, pues tuvo lugar por la
tarde y con los invitados, alrededor de la mesa. Cuando la comida litúrgica está
finalizando, el Organizador introduce un nuevo rito, invitando a los presentes a
reiterarla cuando Él deje de estar con ellos. Hecho esto, cantan el himno
habitual y se retiran. Tal es la comida que Nuestro Señor habría renovado. Es
evidente que Él no ordenó la repetición de la Cena de Pascua durante el año,
pues no podría tener significado alguno, excepto en la propia Fiesta. Pero los
primeros capítulos de los Actos de los Apóstoles manifiestan que la comida de la
Ruptura de Pan, tuvo lugar muy a menudo, quizás diariamente.
La que se repitió no fue, por lo tanto, la fiesta litúrgica del ritual judío,
sino el evento introducido por Nuestro Señor en esta fiesta, cuando tras beber
la cuarta copa, Él instituyó la Ruptura de Pan, la Eucaristía. En qué grado,
este nuevo rito repetido por el creyente, salió del rito y fórmula de la Cena de
Pascua, no tenemos los medios en la actualidad para determinarlo. Es probable,
sin embargo, que repetir la Eucaristía, se estimó adecuada para preservar
ciertas partes de la Cena de Pascua, tanto por respeto a lo que había tenido
lugar en el Cœnaculum, como por la imposibilidad de romper bruscamente con el
rito de Pascua judío, tan íntimamente ligado por las circunstancias, con el
Eucarístico.
Esto, en su origen, está claramente marcado su intención como funeraria, un
hecho autenticado por los testimonios más antiguos, que han llegado hasta
nosotros. Nuestro Señor, instituyendo la Eucaristía, usó estas palabras: "Toda
vez que ustedes coman de este Pan y beban de este cáliz, estarán representando
en adelante la Muerte del Señor". Nada podría estar más claro. Nuestro Señor
generalmente escogió los recursos utilizados en Su tiempo, a saber: el banquete
fúnebre. Unir a aquellos que permanecieron fiel a la memoria de Él, que al mismo
tiempo se había ido. Nosotros debemos, sin embargo, estar en guardia y en contra
de asociar la idea de tristeza con la Cena Eucarística, al contemplarla desde
esta perspectiva. Si el recuerdo de la Pasión del Maestro hizo a la
conmemoración de estas últimas horas, en alguna medida, triste, el pensamiento
glorioso de la Resurrección dio a esta reunión de hermanos, su aspecto gozoso.
La cristiana asamblea se llevó a cabo por la tarde, y continuó lejos en la
noche. La cena, la predicación, la oración común, la ruptura del pan, supuso
varias horas. La reunión comenzó el sábado y concluyó el domingo, pasando así de
la conmemoración de las tristes horas, al momento victorioso de la Resurrección
y el banquete Eucarístico, verdaderamente "mostrando la próxima Muerte del
Señor", tal como será hasta que Él venga". El mandato de nuestro Señor fue
comprendido y obedecido.
Ciertos textos se refieren a las reuniones de los fieles en los primeros
tiempos. Dos, de la Epístola de San Pablo a los corintios (I Cor., xi, 18, 20 -
22, 33, 34), nos permiten delinear las siguientes conclusiones: los hermanos
están en libertad para comer antes de ir a la reunión; todos los presentes deben
estar en dispuesta condición para celebrar la Cena del Señor, aunque no deben
comer de la cena fúnebre hasta que todos estuvieran juntos. Nosotros sabemos, de
dos textos del primer siglo, que estas reuniones no permanecieron mucho tiempo
dentro de los límites convenientes. El ágape, tal como debemos comprenderlo,
estuvo destinado, durante los pocos siglos que duró, a caer de vez en cuando en
abusos. El creyente, unido en cuerpos, hermandades, compañías o "collegia",
admitió hombres vulgares e inmoderados que degradaron el carácter de las
asambleas. Éstos “collegia“ cristianos parecen haber diferido, sino poco, de
aquéllos de los paganos, respecto a todo evento, de las obligaciones impuestas
por las reglas de incorporación. No hay ninguna evidencia disponible para
mostrar que los primeros collegia se encargaran del entierro de los miembros
difuntos; aunque parece probable que así hicieran en un período anterior.
El establecimiento de tales universidades dió, a los cristianos, la oportunidad
de reunión, de igual modo que hacían los paganos, siempre sometidas a los muchos
obstáculos que la ley imponía. Pequeñas fiestas fueron realizadas, donde cada
uno de los invitados aportó su parte, y la cena con que terminaban las reuniones
pudieron, muy bien, haber sido consentidas por las autoridades, como funerarias.
En la realidad y no obstante, para todo creyente digno del nombre, era una
asamblea litúrgica. Los textos, que sería demasiado extenso citar, no nos
permite afirmar que todas estas reuniones concluyeron con una celebración de la
Eucaristía. En tales temas deben evitarse generalizaciones aplastantes. En
principio debe manifestarse que ningún texto afirma que la cena fúnebre de las
universidades (o colegios) cristianas, siempre y en todas partes debe ser
identificada con el ágape, tampoco texto alguno nos dice que el ágape, siempre y
en todas partes, estuvo conectado con la celebración de la Eucaristía. Pero
sujetos a estas reservas, podemos inferir que, bajo ciertas circunstancias, el
ágape y la Eucaristía parecen formar parte de una misma función litúrgica.
La comida, tal como fue entendida por los cristianos, constituyó una verdadera
cena que seguía a la Comunión. Un monumento importante, una pintura al fresco
del segundo siglo conservada en el cementerio de Santa Priscila, en Roma, nos
muestra una compañía de fieles cenando y comulgando. Los invitados reclinados
sobre un lecho que les sirve de asiento, si bien están en posición de cenar, la
comida aparece como concluida. Ellos han alcanzado el momento de la comunión
Eucarística, simbolizada en el fresco por el pez místico y el cáliz. (Ver PEZ;
EUCARISTÍA; SIMBOLISMO.)
Tertuliano ha descrito en extensión (Apolog., vii - ix) estas cenas cristianas,
el misterio que confundió los paganos, dando un detallado informe del ágape que
fue tema de tanta calumnia; Informe que nos ofrece una visión interna del ritual
del ágape en África, en el segundo siglo.
La oración introductoria.
Los invitados reclinados sobre los lechos.
Una comida durante la que se habla sobre temas piadosos.
El lavado de manos.
El salón iluminado.
Cantos de salmos y elevados himnos.
Oración final y partida.
La hora de reunión no está especifica, pero el uso de antorchas muestra,
bastante claramente, que debe de haber sido en la tarde o en la noche. El
documento conocido como los "Cánones de Hipólito" parece haber sido escrito en
tiempos de Tertuliano, pero su origen, romano o egipcio, permanece en duda.
Contiene regulaciones muy precisas con respecto al ágape, similares a aquéllas
que pueden deducirse de otros textos. Inferimos que los invitados estaban en
libertad de comer y beber según la necesidad de cada uno. El ágape, como fue
prescrito a los Smyrnæans por San Ignacio de Antioquia, era presidido por el
obispo. Según los "Cánones de Hipólito", estaban excluidos los catecúmenos,
regulación que parece indicar que la reunión cansaba, en su aspecto litúrgico.
Un ejemplo de los salones, o espacios, en los que los creyentes se reunían para
celebrar el ágape, puede observarse en el vestíbulo de la Catacumba de Domitila.
Un banco redondo domina este gran vestíbulo, sobre el cual los invitados tomaban
lugar. Puede compararse, una inscripción encontrada en Cherchel, Argelia,
registrando el donativo hecho a la iglesia local de una parcela de tierra y una
construcción, proyectada como lugar de reunión, para la corporación o hermandad
de los cristianos. Desde el siglo cuarto en adelante, el ágape perdió
rápidamente su carácter original.
La libertad política otorgada a la Iglesia hizo posible a las reuniones,
desarrollarse más, involucrando un abandono de la primitiva sencillez. El
banquete fúnebre continuó siendo practicado, pero dio lugar a abusos flagrantes
y intolerables. San Paulino de Nola, habitualmente apacible y amable, estuvo
obligado a admitir que la multitud, reunida para honrar la fiesta de un cierto
mártir, tomó posesión de la basílica y atrio, y allí comió, alimentos que se
habían repartido en grandes cantidades. El Concilio de Laodicea (363) vedó, al
clero y laicidad que debían estar presentes en un ágape, convertirlo en un medio
de abastecimiento, o para llevarse comida de él y al mismo tiempo prohibió la
instalación de mesas en las iglesias. En el quinto siglo, el ágape es de
ocurrencia poco frecuente, y entre el sexto y el octavo desaparece completamente
de las iglesias. En realidad, en relación con un tema al presente tan estudiado
y discutido parece haberse establecido más allá de la cuestión a saber, que el
ágape nunca fue una institución universal. Si se encontró en un lugar, no hay
siquiera señal en otro, ni cualquier razón para suponer que alguna vez existió
allí. El banquete fúnebre inspiró un sentimiento de veneración para los muertos,
sentimiento, estrechamente semejante a la inspiración Cristiana.
La muerte no fue considerada como el fin total del hombre, sino como el comienzo
de un nuevo y misterioso lapso de vida. La última comida de Cristo con Sus
Apóstoles apuntó a esta fe, de la vida después de la muerte, pero le añadió algo
nuevo e incomparable, la comunión Eucarística. Sería inútil buscar analogías
entre el banquete fúnebre y la cena Eucarística pues no debe olvidarse que ésta
fue, fundamentalmente, un conmemorativo funerario.
BATIFFOL, Etudes d'histoire et de théologie positive (Paris, 1902), 277-311;
FUNK in the Revue d'histoire ecclésiastique (15 January, 1903); KEATIING, The
Agape and the Eucharist in the Early Church (London, 1901); LECLERCQ in Dict.
d'archéol. chrét. et de lit., I, col. 775-848.
H. LECLERCQ
Transcrito por Vernon Bremberg
Dedicado a las Monjas Dominicanas Enclaustradas en el Monasterio del Niño Jesús,
Lufkin, Texas
Traducido por José Luis Anastasio