Papa Adriano IV

 

Nacido en 1100 (?); muerto el 1 de Septiembre de 1159. Se sabe muy poco del lugar de nacimiento, linaje, o infancia de Adriano. Sin embargo, como es usual en tales casos, hasta nosotros han llegado relatos muy diversos, y algunas veces muy circunstanciales, acerca de él. Nuestra única información confiable la debemos a dos escritores, Cardenal Boso y Juan de Salisbury. El primero escribió una biografía de Adriano, que está incluida en la colección de Nicolás Roselli, creado Cardenal de Aragón en 1356 durante el pontificado de Inocencio VI. La biografía de Boso, publicada por Muratori (SS. Rer. Ital. III, I 441-446) y reimpresa en Migne (P.L., CLXXXVIII, 135-160), editada también por Watterich (Vitae Pontificum II, 323-374), y que ahora puede leerse en edición de Duchesne del Liber Pontificalis (II, 388-397; cf. proleg XXXVII-XLV), afirma que Boso, su autor, fue creado cardenal-diácono titular de Santos Cosme y Damián, fue camarlengo para Adriano y su constante y familiar asistente desde el comienzo de su apostolado. [Ciacconius afirma que Boso era sobrino de Adriano, pero Watterich observa (op. cit. prolegomena) que no encuentra prueba de ello]. Boso nos dice que Adriano nació en Inglaterra en la localidad de San Albans o cerca de ella, y que dejó su país y parientes en su juventud para completar sus estudios, y fue a Arles en Francia. Durante las vacaciones visitó el monasterio de San Rufo cerca de Aviñón, donde tomó los votos y el hábito como canónigo de Austin. Luego de algún tiempo fue elegido Abad y, yendo a Roma por un importante asunto relacionado con el monasterio, fue retenido allí por el Papa Eugenio III, y creado cardenal y Obispo de Albano (1146). Matthew Paris concuerda en alguna medida con esto, pero nos dice que, ante la solicitud de Adriano al abad de San Albano para ser recibido como monje, el abad, luego de examinarlo, lo encontró deficiente y le dijo amablemente: “Ten paciencia, hijo mío, y permanece en la escuela todavía por algún tiempo hasta que seas más digno de la posición que deseas”. Afirma además que era “nativo de alguna aldea perteneciente a la abadía, tal vez Langley”, y yo puedo añadir que ahora es bastante seguro que nació en Abbot’s Langley en Hertfordshire, alrededor del año 1100; que su padre fue Robert Brekespear, un hombre de modestos recursos, aunque de decente linaje; y que Adriano se fue al extranjero como un pobre estudiante, igual que Juan de Salisbury y muchos otros en esa época.

Sin embargo, William de Newburgh, en el North Riding of Yorkshire, canónigo de Austin e historiador de gran renombre (1136-98?), nos presenta un relato muy diferente, que probablemente procedía de las vecinas casas cistercienses de Rievaulx y Byland. “Eugenio III”, nos dice, “fue sucedido por Nicolás, Obispo de Albano, quien, cambiando de nombre con su fortuna, se llamó a sí mismo Adriano”. De este hombre es bueno contar cómo se levantó de entre el polvo para sentarse en medio de príncipes y ocupar el trono de la gloria apostólica. Nació en Inglaterra, y su padre era un empleado de escasos recursos quien, abandonando a su joven hijo, se convirtió en monje de San Albans. A medida que el muchacho crecía, viendo que debido a la pobreza no podría disponer de tiempo para ir a la escuela, asistía al monasterio por una limosna diaria. Su padre se avergonzó de esto, le echó en cara con amargas palabras por su holgazanería, y, altamente indignado, se alejó de él desconsolado. El muchacho, abandonado a su suerte, y obligado a hacer algo por extrema necesidad, ingenuamente avergonzado para escarbar o mendigar, cruzó a Francia.

Luego afirma que después que Adriano fue elegido Abad de San Rufo, los clérigos se arrepintieron de su elección y llegaron a odiarlo, y apelaron al Papa en dos ocasiones, presentando diversas acusaciones contra él (II, vi). Este relato no solamente es contrario al de Boso sino a lo que el mismo Adriano le contó a Juan de Salisbury. “El cargo de Papa, me aseguró él, era una cargo espinoso, acosado por todos lados por agudos puntillazos. El deseaba efectivamente nunca haber dejado Inglaterra, su tierra natal, o por lo menos haber vivido su vida tranquilamente en el claustro de San Rufo antes que haber entrado en tan difíciles senderos, pero no se atrevió a renunciar, puesto que era el ofrecimiento del Señor”. (Polycraticus, Bk. IV, xxviii). Cómo podría él haber recordado con pesar los días tranquilos y alegres si en San Albans había encontrado la crueldad paterna y la insubordinación monástica en San Rufo? En 1152 Adriano fue enviado en una delicada e importante misión a Escandinavia, como legado papal, en la cual, para satisfacción de todos, se defendió bien. Estableció una sede arzobispal independiente para Norway en Trondhjem, que fue seleccionada especialmente en honor de San Olaf, cuyas reliquias reposan en su iglesia. Reformó los abusos que se habían movido lentamente en las costumbres del clero, e incluso ayudó a mejorar las instituciones civiles del país. Snorro relata que hasta entonces ningún extranjero venido a Noruega había merecido tanto honor público y deferencia entre la gente como Nicolás Brekespear. No tuvo tiempo suficiente para establecer una sede arzobispal en Suecia debido a la rivalidad entre Suecia y Gotlandia, la una partidaria de reclamar el honor para Upsala, la otra para Skara. Pero allí también reformó los abusos, y estableció la contribución conocida como óbolo de Pedro. A su regreso a Roma fue aclamado como el Apóstol del Norte, y, a la muerte de Anastasio IV ocurrida en ese tiempo (2 de Diciembre de 1154), al siguiente día fue elegido por unanimidad sucesor de San Pedro; pero el cargo no fue un lecho de rosas. El Rey Guillermo de Sicilia estaba en abierta hostilidad, y la supuesta amistad de Federico Barbarroja (q.v.) era aún más peligrosa. Los barones de la Campaña peleaban entre sí y con el Papa y, saliendo de sus castillos, asaltaban el país en todas direcciones, y hasta atracaban a los peregrinos en su camino a las tumbas de los Apóstoles. El populacho turbulento e inconstante de Roma estaba en abierta revuelta bajo el mando de Arnoldo de Brescia. El Cardenal Gerardus fue mortalmente herido a plena luz del día, mientras caminaba por la Vía Sacra. Adriano, hombre decidido, de una vez dejó la ciudad bajo interdicción y se retiró a Viterbo. Prohibió la realización de cualquier servicio religioso hasta el Miércoles de Semana Santa. “Entonces, los senadores fueron impelidos por el clamor de los clérigos y los laicos igualmente a postrarse delante de Su Santidad”. Se realizó la sumisión y la prohibición fue removida. El Papa retornó a Roma, y Arnoldo escapó y fue tomado bajo la protección de algunos de los barones bandidos de la Campaña del Norte. Posteriormente fue liberado y ejecutado. Mientras tanto Barbarroja avanzaba a través de Lombardía, y después de recibir la Corona de Hierro en Pavia se había acercado a las fronteras del territorio papal, pensando recibir la corona imperial en Roma de manos del Papa. Después de algunas negociaciones tuvo lugar un famoso encuentro en Sutri, cerca de 30 millas al norte de Roma, el 9 de Junio de 1155, entre Federico de Hohenstauffen, entonces el más poderoso gobernante de Europa, y el humilde canónigo de San Rufo, ahora el más poderoso gobernante espiritual del mundo. En cuanto se aproximó el Papa, el Emperador avanzó para encontrarse con él, pero no sostuvo el estribo del Papa, lo cuál era parte de la ceremonia de homenaje acostumbrada. El Papa no dijo nada entonces, sino desmontó, y el Emperador lo condujo a una silla y besó su zapatilla. La costumbre requería que el Papa diera entonces el beso de la paz. El rehusó hacerlo, y dijo a Federico que, hasta que no se le hiciera el homenaje completo, no lo haría. Esto implicaba que no lo coronaría. Federico tuvo que someterse, y el 11 de Junio se convino otro encuentro en Nepi, en el que Federico avanzó a pie y sostuvo el estribo del Papa, y el incidente fue cerrado. Federico fue después debidamente coronado en San Pedro, y prestó los juramentos solemnes prescritos por la antigua costumbre. Durante las ceremonias, un guardia de las tropas imperiales había sido colocado en o cerca del puente del Santo Angel, para proteger ese suburbio, conocido entonces como la Ciudad Leonina. El puente fue tomado por asalto por las tropas republicanas de la misma ciudad, y siguió una fiera batalla entre el ejército imperial y los Romanos. Los enfrentamientos duraron a lo largo del caluroso día de verano y se prolongaron hasta el atardecer. Finalmente los Romanos fueron derrotados. Más de 200 cayeron prisioneros en manos de Federico, incluyendo a la mayoría de los líderes, y más de 1,000 fueron asesinados o murieron ahogados en el Tíber. Los ciudadanos, sin embargo, mantuvieron la ciudad y rehusaron dar provisiones al Emperador; éste, ahora que fue coronado, no hizo esfuerzos serios ni para ayudar al Papa contra los Normandos ni para someter la ciudad. La malaria apareció entre sus tropas. “Fue obligado a regresar”, dice Gregorovius, en su Historia de la Ciudad de Roma, “y, no sin algún doloroso remordimiento, a abandonar al Papa a su suerte”. Se apartó de él en Tívoli, y, marchando al norte por el camino de Farfa, redujo a cenizas a su paso la antigua y célebre ciudad de Spoleto.

Guillermo I sucedió a su padre en el trono de Sicilia en Febrero de 1154. Adriano rehusó reconocerlo como rey, y se dirigió a él simplemente como Dominus (Señor). Siguieron hostilidades. Los Sicilianos sitiaron a Benevento sin resultado, y después devastaron la Campaña del sur y se retiraron. Adriano excomulgó a Guillermo. Después de la partida de Federico, Adriano reunió a sus vasallos y mercenarios y marchó al sur a Benevento, una posesión papal, donde permaneció hasta Junio de 1156. Fue durante este tiempo que Juan de Salisbury pasó tres meses con él, y obtuvo de él la famosa Donación de Irlanda (ver página 158). La fortuna de la guerra favoreció a Guillermo. Capturó Brundusio, con un inmenso depósito de provisiones y municiones de guerra, y un peso de cinco mil libras de oro que el Emperador Griego, Manuel I, tenía pensado para su alianza con el Papa. También tomó cautivos a muchos Griegos ricos, a quienes envió a Palermo, algunos por rescate, pero la mayoría para ser vendidos a la esclavitud. Esto prácticamente determinó el asunto de la guerra. Se hizo la paz en Junio de 1153, y concluyó en un tratado. El Papa convino en investir a Guillermo con las coronas de Sicilia y Apulia, los territorios y estados de Nápoles, Salerno, y Amalfi, la Marcha de Ancona, y todas las otras ciudades que el Rey poseía entonces. Guillermo por su parte tomó el juramento feudal y llegó a ser el vasallo del Papa, y prometió pagar un tributo anual, y defender las posesiones papales (Watterich, op. Cit., II, 352). Después de esto, el Papa fue a Viterbo, donde llegó a un acuerdo con los Romanos, y a comienzos de 1157 regresó a la Ciudad. El Emperador resintió profundamente el acto del Papa al investir a Guillermo con territorios que él reclamaba como parte de sus dominios, y por esta y otras causas estalló un conflicto entre ellos. (Ver ALEXANDER III, FEDERICO I, INVESTIDURAS) Adriano murió en Anagni, en enfrentamiento abierto con el Emperador, y en alianza con los Lombardos contra él. Alejandro III llevó a cabo las intenciones de Adriano, y poco después excomulgó al Emperador.

LA DONACION DE IRLANDA

Fue durante la estadía del Papa en Benevento (1156), como hemos establecido, que Juan de Salisbury lo visitó. “Recordé”, escribe, “un viaje que hice una vez a Apulia con el fin de visitar a su Santidad, el Papa Adriano IV. Permanecí con él en Benevento por cerca de tres meses” (Polycraticus, VI, 24; P.L. CXCIX, 623). En otra obra, el Metalogicus, este escritor dice:

A solicitud mía [ad preces meas] dio y otorgó Hibernia a Enrique II, el ilustre Rey de Inglaterra, para mantenerla por derecho hereditario como lo atestigua su carta [que es extensa]. En cuanto a todas las islas de derecho antiguo, de acuerdo con la Donación de Constantino, se dice que pertenecen a la Iglesia Romana, que él fundó. También envió conmigo un anillo de oro, con las mejores esmeraldas puestas en él, por medio del cual podría hacerse la investidura para su gobierno de Irlanda, y se ordenó que ese mismo anillo estuviera y todavía está en el tesoro público del Rey.

Se observará que él dice, “a solicitud mía”, y no a pedido de Enrique, y que él fue “con el fin de visitar” (causâ visitandi), no en misión oficial. La insinuación de que por haber nacido en Inglaterra, Adriano puso a Irlanda por encima del monarca Angevin, quien no era pariente suyo, no merece seria atención. El Metalogicus fue escrito en el otoño de 1159 o a principios de 1160, y el pasaje citado ocurre en el último capítulo (IV, xlii; P.L., vol. cit., col. 945). Se encuentra en todos los manuscritos de la obra, uno de los cuales fue escrito posiblemente solo hasta 1175, y con seguridad antes de 1200. Nadie pone en duda la veracidad de Juan de Salisbury, y la única objeción surgida a la declaración es que puede ser una interpolación. Si no es una interpolación, constituye una prueba completa de la Donación, siendo la investidura por el anillo legalmente suficiente, y efectivamente el modo utilizado en el caso de la Isla de Man, como anota Boichorst. La Carta de Adriano, sin embargo, crea una dificultad. Su Bula, usualmente llamada Laudabiliter, no aparenta conferir Hibernia “por derecho hereditario”, pero la carta a la que se hace referencia no era Laudabiliter, sino una carta formal de investidura, tal como se usó en el caso de Roberto Guiscard en Italia, e.g. “Yo Gregorio, Papa, te invisto, Duque Roberto, con la tierra de”, etc. (Ego Gregorius Papa investo te, Roberte Dux, de terra, etc.; Mansi, Coll. Conc. XX, 313). El problema de la autenticidad del pasaje en el Metalogicus, impugnada por el Cardenal Morán, W.B. Morris, y otros, debe mantenerse separado de la cuestión de la autenticidad de Laudabiliter, y es principalmente por la mezcla de los dos que el pasaje en el Metalogicus es atacado como una falsificación.

Boichrst (Mittheilungen des Institus für österreischische Geschichtsforschung IV, volumen suplementario, 1893, p. 101) considera la Donación como irrefutable, mientras rechaza Laudabiliter como una falsificación. Liebermann (Deutsche Zeitschrift für Geschitswissenschaft 1892, I, 58) defiende la misma opinión. Thatcher, en Estudios Concernientes a Adriano IV; I. La oferta de Irlanda a Enrique II, impresa en el cuarto volumen de las Publicaciones Decenales por la Universidad de Chicago (Serie I, Chicago, 1903), reproduce los argumentos de Boichorst. El Obispo Creighton sostenía que Juan de Salisbury era incontestable (Tarleton, p. 180). El peso aplastante de la autoridad está por tanto a favor de la autenticidad del pasaje en Metalogicus. La Bula Laudabiliter se mantiene en un equilibrio diferente. Las opiniones hasta el momento han estado marcadamente divididas en cuanto a su autenticidad, como habremos visto por una referencia al final de este artículo; pero estas opiniones se han formado sin un conocimiento del texto de Laudabiliter en el Libro de Leinster, excepto en el caso de Boichorst, que se refiere a él casualmente en una nota que ha sido recientemente publicada por primera vez por el escritor (Revista Nueva Irlanda Marzo, 1906; cf. su Historia de Irlanda, xxvi, Dublin, 1906). Al texto de la Bula están prefijados los siguientes encabezados: “Ah! Hombres de fe del mundo, qué hermoso [hasta aquí Gaélico] cuando sobre el frío mar Zephyrus sopla en barcos buenas nuevas” [Latín] una Bula otorgada al Rey de los Ingleses sobre la donación de Hibernia, en la cual nada se deroga de los derechos de los Irlandeses, como se hace visible por las palabras del texto. Esto fue escrito casi con certeza, y probablemente por su viejo tutor Aedh McCrimthainn, durante el tiempo de vida de Diarmaid MacMurchada, quien fue desterrado en 1157, y murió en 1171. El texto de la Bula no fue por consiguiente un ejercicio escolástico medieval. Suponiendo que las declaraciones en el Metalogicus sean correctas, los textos relativos a la Donación de Adriano pueden, a manera de conjetura ordenarse como sigue: (1) La Carta de Investidura referida por Juan de Salisbury, en 1156, (2) Laudabiliter, preparada probablemente en 1156, y publicada en 1159 (?); (3) Una Confirmación de la Carta de Investidura por Alejandro III en 1159 (?); (4) Tres Cartas de Alejandro III, el 20 de Septiembre de 1172, en esencia una confirmación de Laudabiliter. La Bula no fue enviada en 1156 porque la oferta de Adriano no estaba entonces activa, si bien la investidura fue aceptada. Roberto de Torrigny (muerto en 1186 o 1184) nos dice que en un Concilio celebrado en Winchester, el 29 de septiembre de 1156, fue considerada la cuestión de avasallar a Irlanda y darla a Guillermo, hermano de Enrique; “pero debido a que no era satisfactorio a la Emperatriz, madre de Enrique, la expedición fue aplazada para otro momento” [intermissa est ad tempus illa expedite]. Esto claramente implica una aceptación de la investidura y apoya la autenticidad del pasaje en el Metalogicus. Enrique, de veintidos años entonces, estaba saturado de problemas internos con barones rebeldes en Inglaterra, con los Galeses, y con los elementos discordantes en sus dominios franceses, y no podía comprometerse a una gran operación militar como la invasión a Irlanda. Y no habiéndolo hecho durante la vida de Adriano, ciertamente requeriría una confirmación de la Donación por parte de Alejandro antes de conducir un ejército dentro de un territorio cuyo máximo señorío pertenecía a este último. La Carta de Confirmación se encuentra solamente en Giraldus Cambrensis, primero en De Expugnatione Hibernae (II, v, en Rolls Series V, 31t5), y nuevamente en De Instructione Principis (II, c. xix, en Rolls Series VIII, 197), donde el texto afirma que la autenticidad de la confirmación fue negada por algunos. Esto, sin embargo, puede ser una interpolación posterior, como sostienen algunos. Las tres cartas del 20 de Septiembre de 1172, no contienen una confirmación directa de la Donación de Adriano. Están dirigidas a Enrique II, los obispos, y los reyes y jefes de Irlanda, respectivamente. La carta dirigida a Enrique lo felicita por su éxito, lo exhorta a proteger y extender los derechos de la Iglesia, y a ofrecer a Dios los primeros frutos de su victoria. Se argumenta que no hay subvención de Irlanda contenida en la carta, ni confirmación alguna de una subvención previa, pero cómo podríamos esperar una segunda confirmación si la donación de Adriano ya había sido en efecto confirmada de acuerdo al texto de Giraldus? No hay duda sobre la autenticidad de las tres cartas del 20 de Septiembre. Estas se encuentran en el Liber Scaccarii, y están impresas en Migne (P.L. CC, col. 882).

La Donación de Adriano fue posteriormente reconocida en muchos escritos oficiales, y el Papa por más de cuatro siglos reivindicó el supremo señorío de Irlanda. En 1318 (1317?) Domhnall O’Neill y otros reyes y jefes, y todos los laicos de Irlanda, remitieron al Papa Juan XXII una carta de solicitud y protesta. Afirmaban en la carta que el Papa Adriano, inducido por falsas representaciones, otorgó Irlanda a Enrique II, y adjuntaban una copia de la Bula cuyo contexto muestra que era Laudabiliter. El 30 de Mayo de 1318, el Papa escribió desde Aviñón una carta de consejo paternal a Eduardo II, urgiéndolo a reparar los motivos de queja de los Irlandeses, e incluyó las cartas de O’Neill y “una copia de la donación que se dice hizo el Papa Adriano a Enrique II”. Eduardo II no negó que haya mantenido esa subvención. Por un Acto del Parlamento Irlandés (Parliament Roll, 7th Edward IV, Ann. 1467), después de recitar que “como nuestro Santo Padre Adriano, Papa de Roma, era soberano de Irlanda como parte de su dominio en la Iglesia de Roma, y con el propósito de que dicha tierra fuese enajenada al Rey de Inglaterra, adjudicación por la cual los súbditos irlandeses debían su lealtad al Rey de Inglaterra como su Señor soberano”, fue decretado “que todos los Arzobispos y Obispos excomulgaran a todos los súbditos Irlandeses desobedientes, y si no lo hacían así pagarían una multa de £100. En 1555, por un decreto consistorial seguido por una Bula, Pablo IV, ante la humilde súplica de Felipe y María, erigió en reino la Isla de Hibernia, de la que, desde la época en que los reyes de Inglaterra obtuvieron el dominio a través de la Sede Apostólica, se llamaban simplemente Señores (Domini), sin perjuicio de los derechos de la Iglesia Romana y de cualquier otra persona que reclamara tener derecho en ella o a ella. [Bull. Rom (ed. Turin.) VI, 489, 490.] En 1570 los Irlandeses habían ofrecido o iban a ofrecer el reino de Irlanda a Felipe de España. El Arzobispo de Cashel actuó como su enviado. El proyecto fue comunicado al Papa a través del Cardenal Alciato, quien escribió al Arzobispo Cashel (9 de Junio de 1570):

Su Santidad quedó sorprendido de que algo de esa clase se intentara sin contar con su autoridad pues era fácil recordar que el reino de Irlanda pertenecía a los dominios de la Iglesia, era mantenido como un feudo bajo ella, y no podría por consiguiente, a no ser por el Papa, someterse a cualquier nuevo gobernante. Y el Papa, para que el derecho de la Iglesia pueda preservarse como en efecto lo sería, dice que no dará las cartas que Ud. solicita para el Rey de España. Pero si el mismo Rey de España solicitara el feudo de ese Reino en mi opinión el Papa no rehusaría. (Spicil. Ossor., ed. Card. Moran, I, 69).

En conclusión, a mi juicio no existe en la historia hecho controvertido alguno acerca del cual la evidencia prepondere tan decisivamente a favor de un punto de vista, como lo referente a la Donación de Adriano.

Las principales fuentes para la vida de Adriano están reunidas en WATTERICH S Vitae Pontificum Romanorum (saec. IX-XII) adjectis suis cuique et annalibus et documentis gravioribus (Leipzig, 1862), II. Él presenta la Vida de Adriano por Boso, y extrae de los anales de WILLIAM OF NEWBURG, WILLIAM OF TYRE, ROMUALD OF SALERNO, OTTO OF FREISING, RADWIN, y GODFREY OF COLOGNE, así como varias cartas (II, 323). Hay también un valioso capítulo (v) de Prolegomena (I, LXXI). A Watterich pueden agregarse JOHN DE SALISBURY y GIRALDUS CAMBRENSIS, ya mencionados, RABY, Papa Adriano IV, un Esbozo Histórico, 1849; ALFRED TARLETON, Nicholas Breakspear (Adrian IV), Englishman and Pope (London, 1906). En cuanto a la autenticidad de Laudabiliter, la literatura es muy voluminosa. Pueden mencionarse los siguientes nombres: contra ella, JOHN LYNCH, Cambrensis Eversus (1662), STEPHEN WHITE (muerto antes de 1650), CARDINAL MORAN, DOM GASQUET, W. B. MORRIS, el escritor de Analecta Juris Pontificii (1882), A. BELLESHEIM PFLUGK- HARTUNG, GINNELL, HERGENR THER, DAMBERGER, SCHEFFER-BOICHORST, F. LIEBERMANN, y O. THATCHER; a favor de ella: LINGARD, LANIGAN, J. DIMOCK (editor de GIRALDUS en Rolls Series, V, 316 dice que es indiscutiblemente genuina), J. C. O CALLAGHAN S. MALONE, O. P.L., KATE NORGATE, A. TARLETON, L. CASARTELLI. Ninguno de estos escritores, excepto Scheffer-Boichorst, se refiere al texto de Laudabiliter en el Libro de Leinster, que es de lejos la pieza más importante de evidencia en relación con la cuestión. Una extensa bibliografía del tema se da en CHEVALIER, Rep. des sources hist. du moyen âge (Bio.-bibl., 2d ed., Paris 905), 56, 57. Cf. también O. J. THATCHER op. cit., 154.

ARTHUR UA CLERIGH
Traducido del Inglés por Daniel Reyes V.