Acólito
EnciCato


(Gr. akolouthos; Lat. sequens, comes, un seguidor, un servidor).

Un Acólito es un clérigo promovido al cuarto y más alto de las ordenes menores en la Iglesia Latina, siguiente en el ranking al subdiácono. Las principales tareas del acólito son encender las velas del altar, llevarlas en procesión y durante un canto solemne del Evangelio; prepara el vino y el agua para el sacrificio de la Misa; asiste en los sagrados misterios en la Misa y otros servicios públicos de la Iglesia. En la ordenación de un acólito, el obispo lo presenta con una vela apagada, y una vinagrera vacía, utilizando las palabras apropiadas que expresan estas tareas. Los chicos de Altar son a menudo llamados como acólitos y realizan las tareas de éstos. Las tareas del acólito en los servicios litúrgicos Católicos están descritos completamente en los manuales de la liturgia, ej. Pio Matinucci, "Manuale Sacrarum Caeremoniarum" (Rome, 1880), VI, 625; y De Herdt, "Sacrae Liturgiae Praxis" (Louvain, 1889), II, 28-39.

Es bastante posible que el oscuro pasaje en la vida de Víctor I (189-199), erróneamente atribuido  por Ferraris (I, 101) a Pío I (140-155), en relación a las  sequentes pueden realmente significar acólitos (Duchesne, Lib. Pont., I, 137; cf. I, 161). Siendo esto como puede ser, el primer auténtico documento existente donde se menciona a los acólitos es una carta (Eus., Hist. Eccl., VI, xliii) escrita en el año 251, por el Papa Cornelio a Fabio, Obispo de Antioquía y en la cual poseemos una enumeración definitiva del clero Romano. Existieron en aquella época en Roma, cuarenta y seis sacerdotes, siete diáconos, siete subdiáconos, cuarenta y dos acólitos y cincuenta y dos exorcistas, lectores y porteros. Es importante hacer notar que doscientos cincuenta años después la "Constitutum Silvestri," un documento de cerca del 501 (Mansi, "Coll. Conc.," II, 626; cf. "Lib. Pont.," ed. Duchesne, Introd., 138), informa de cuarenta y cinco acólitos en Roma. El Papa Fabián (236-250), el inmediato predecedor de Cornelio, había dividido Roma en siete distritos eclesiales o regiones, estableciendo un diácono sobre cada uno. Muy pronto, le siguió una redistribución del clero de la ciudad de acuerdo a estas siete divisiones. Los acólitos Romanos estaba sujetos al diácono de la región, o en caso de su ausencia o muerte, al archidiácono. En cada región había un diácono, un subdiácono y, de acuerdo a la numeración de más arriba, probablemente, seis acólitos. Antiguos monumentos y documentos eclesiales, nos llevan a creer que un subdiácono era una especie de acólito jefe o archidiácono, manteniendo la misma relación con los acólitos que el archidiácono con los diáconos, con sin embargo, esta diferencia, que había sólo un archidiácono, mientras que en cada región, había un diácono. Tan tarde como la primera mitad del siglo décimo, nos encontramos con el término archi-acólito en Luitprand de Cremona ("Antapodosis", VI, 6; Muratori, "SS. Rer. Ital.", II, 1, 473), donde significa “dignidad”(q.v.) en la Iglesia Metropolitana de Capua. Debemos, entonces, ver el ministerio del subdiácono y acólito como un desarrollo del diácono. Más aún, estas tres categorías de clérigos difieren de las ordenes mas bajas en esto, que todos están estrechamente vinculados al servicio del altar, mientras que los otros no lo están. Las cartas de San Cipriano (7, 28, 34, 52, 59, 78, 79) dieron amplias pruebas del hecho que también en Cártago, a mediados del siglo tercero, los acólitos ya existían. Eusebio (De Vita Constant., III, 8) menciona la presencia de los acólitos en el Concilio de Niza (325), no como designados para el servicio del altar sino como personas adjuntas al séquito de los obispos. La "Statuta Ecclesiae Antiqua", a menudo referida como los decretos del bien llamado Cuarto Sínodo de Cártago (398), aunque en realidad pertenecen a finales del siglo quinto o principios del siglo sexto  (Duchesne, "Christian Worship", 332, 350), demuestra que esta orden era conocida entonces en la provincia eclesial de Arles en Galia, donde éstos decretos fueron promulgados. Sin embargo, pareciera que todas las iglesias del Oeste y más especialmente las más pequeñas, no tenían acólitos. Si le otorgamos crédito al testamento del Obispo Benadius, predecesor de San Remigio (q.v) podemos concluir que en Reims, en el siglo quinto no habían acólitos. Otorga a todos la categoría de clérigo excepto a esta  (Flodoard, Hist. Rem. Eccl., I, ix, in P.L., LXXXV, 43). En la epigrafía Cristiana de la Galia, se hace mención, en la medida de lo que sabemos, de solo un acólito,  a saber, en Lyons en el año 517  (La Blant, "Inser. chrét. de la Gaule," I, 36), y, en general, se encuentran muy pocos epigrafos de acólitos en los primeros cinco siglos. En la Colección Irlandesa de Canones (Collectio Canonum Hibernensis, ed. Wasserschleben, Giessen, 1874, 32) el archiacólito no es mencionado entre los siete grados eclesiales, pero está ubicado con el salmista y el cantor fuera de la jerarquía ordinaria. En el sexto cánon de la ya mencionada “Statuta” las labores de los acólitos son específicas, como lo son por un escritor contemporáneo, Juan el Diácono en su carta a Senario (P.L., LIX, 404). La información específica en relación al lugar y deberes de los acólitos en la Iglesia romana entre los siglos quinto y noveno, se encuentra en una serie de ordenanzas conocidas como las “Ordines Romani” (q.v.-Duchesne, op. Cit., 146 and passim). De acuerdo a ellas, había en Roma (tal vez también en Cártago y en otras grandes ciudades occidentales) tres clases de acólitos, todos los cuales, sin embargo, tenían sus tareas  en relación a las synaxes litúrgicas o asambleas: (1) aquellos del palacio (palatino), que servían al Papa (u obispo) en su palacio, y en la Basílica Lateral; (2) aquellos regionales (regionarii), que asistían a los diáconos en sus tareas en diferentes partes de la ciudad; (3) aquellos de la estación (stationarii), quienes servían en la iglesia; estos últimos no pertenecían a cuerpos distintos, sino que pertenecían a los acólitos regionales. A los acólitos regionales también se les denominaba titulares (titulares)  a la Iglesia a la cual eran adjuntos (Mabillon, "Comm. in Ord. Rom.", en su "Musaeum Italicum," II, 20; por un antiguo epígrafe en Aringio, 156, ver Ferraris, I, 100; Magani, "Antica Lit. Rom.", Milan, 1899, III, 61 – ver también ROMA, CIUDAD DE). Los Acólitos del palacio estaban destinados de una forma particular al servicio del Papa, ayudandolo no solo en funciones de la Iglesia sino también como  nuncios, mensajeros de la corte papal, y  distribuidores de la limosna, llevando documentos y avisos pontificios, y realizando labores de carácter similar. No obstante, estas funciones eran compartidas con lectores y subdiáconos o archi-acólitos. En Roma, no sólo llevaban la eulogia (q.v.), o pan bendecido cuando la ocasión lo requería, sino también la Eucaristía Consagrada de la Misa del Papa a los sacerdotes cuyo deber era celebrar en las iglesias (tituli). Esto es evidente por la carta de Inocencio I (401-417) a Decentio, Obispo de Gubbio en Italia (P.L., XX, 556). También se encargaban de las sagradas especies a los ausentes, especialmente a los confesores de la fe detenidos en prisión (ver TARSICIO). Esta función de llevar la Sagrada Eucaristía a San Justino quien sufrió del martirio cerca del años 165 o 166, había sido asignada previamente a los diáconos (Apolog., I, 67), lo cual nos indica que en aquellos tiempos, los acólitos no existían. Sabemos aún más por las “Ordines Romani” que cuando el Papa debía pontificar en un distrito designado, todos los acólitos de esa región iban al Palacio Lateran para recibirlo y acompañarlo.

En el siglo sexto o séptimo, tal vez un poco antes, el acólito principal de la iglesia estacional, llevaba el crisma sagrado cubierto por un velo y, dirigía la procesión precediendo a pie el caballo que conducía el Papa. Los otros acólitos que lo seguían, llevaban el libro de los Evangelios, bolsas y otros artículos usados en el sacrificio sagrado. Acompañaban al Papa a la secretaría o sacristía (ver BASILICA). Uno de ellos ubicaba solemnemente el libro de los Evangelios sobre el altar. Llevaban siete velas encendidas antes que el pontífice ingresara al santuario. Dos acólitos con velas encendidas, acompañaban al diácono al ambón (q.v.) para el canto del Evangelio. Luego del Evangelio, otro acólito recibía el libro el cual, ubicado en un lugar y sellado, era luego devuelto al Lateran por el acólito principal. Un acólito lleva al diácono al altar, el cáliz y la palio; los acólitos recibían y cuidaban, las ofrendas reunidas por el Papa; un acólito sujetaba la patena, cubierto por un velo desde el principio hasta la mitad del canon. En momentos debidos cargaban, en bolsas de lino o bolsas suspendidas de sus cuellos, la oblata , u hogazas consagradas desde el altar a los obispos y sacerdotes en el santuario; que podían romper en especies sagradas (ver FRACTIO PANIS). Se puede apreciar a raíz de estas y otras tareas que involucran a los acólitos, que eran en gran medida responsables del éxito en las ceremonias pontificias y estacionales. Esto fue particularmente cierto luego de la fundación de la Schola Cantorum (q.v.) en Roma, de la cual hay clara evidencia desde el siglo séptimo en adelante. Siendo entonces, los únicos de órdenes menores involucrados en el ministerio activo, los acólitos adquirieron una mayor importancia que la que habían gozado hasta entonces. Los sacerdotes Cardenales no tenían otros asistentes en sus iglesias titulares. Durante la Cuaresma, y en la solemnidad del bautismo, los acólitos cumplieron todas las funciones que hasta entonces habían desarrollado los exorcistas, así como el subdiácono había absorbido aquellas de lector. Alejandro VII (1655-67) abolió el colegio medieval de acólitos descrito más arriba y lo sustituyó en su lugar (26 de Octubre de 1655) los doce prelados votantes de la Signatura de Justicia. Como evidencia de sus orígenes, éstos prelados aún tienen, en funciones papales, muchos de los deberes y tareas descritas más arriba. De acuerdo a la antigua disciplina de la Iglesia Romana, la orden de los acólitos era conferida en la medida que los  candidatos alcanzaban la adolescencia, como a los veinte años, tal como fueran interpretados los decretos del Papa Siricius (385) a Himerius, Obispo de Tarragona, en España. (P.L., XIII, 1142).  Debían pasar cinco años antes que un acólito pudiera ser subdiácono. El Papa Zosimus (418) los redujo a cuatro. El Concilio de Trento deja a juicio de los obispos la determinación del tiempo que debe pasar entre sr acólito y subdiácono; también es interesante con el Dr. Probst (Kirchenlex., I, 385), que el deseo del Concilio (Sess. XXIII, c. 17, de ref.) en relación al desempeño de los servicios minsteriales exclusivamente realizados por clérigos de órdenes menores nunca se cumplió.  En la antigua Roma eclesial, no existía ordenación solemne de acólitos. Durante la comunión en cualquier Misa ordinaria, incluso no siendo ésta estacional, el candidato se acercaba al Papa o, en su ausencia, a uno de los obispos de la corte pontificia. En un momento más temprano de la Misa éste ha sido vestido con una estola y una casulla. Sosteniendo en sus brazos, una bolsa de lino (porrigitur in ulnas ejus sacculus super planetam; símbolo de la más alta función de éstos clérigos, aquella de llevar, como lo mencionamos antes, las hostias consagradas) se postra mientras el Pontífice pronuncia sobre él una simple bendición (Mabillon, op. Cit., II, 85, ed. Paris, 1724). Sería bueno mencionar aquí dos oraciones del antiguo libro de Misas romano conocido como el “Sacramentarium Gregorianum" (Mabillon, Lit. Rom. Vetus, II, 407), dicho por el Pontífice sobre el acólito y el primero de los cuales es idéntico con aquel del actual libro Pontificio Romano "Domine, sancte Pater, aeterne Deus, qui ad Moysen et Aaron locutus es," etc. De acuerdo a la anteriormente señalada "Statuta Ecclesiae Antiqua," el cual nos dá el uso ritual de las iglesias más importantes de la Galia mas a oemnos en el año 500, el candidato a acólito era primero enseñado por el obispo en sus deberes y luego, un candelero, con una vela apagada, era colocada en sus manos por el archidiácono  como signo que las luces de la iglesia quedan a su cuidado; más aún, se le entrega un vinagrera vacía, que simboliza su trabajo de presentar el vino y el agua en el altar durante el sacrificio sagrado. Le sigue, una pequeña bendición. (Ver ORDENES MENORES; FRACTIO PANIS; EUCARISTÍA; MISA.)

ANDREW B. MEEHAN
Transcrito por Bob Knippenberg
Traducido por Carolina Eyzaguirre Arroyo.