Abadesa
BC
Es la superiora en lo espiritual y secular de una comunidad de doce o más
monjas. Con algunas necesarias excepciones, el cargo de una Abadesa en su
convento, se corresponde generalmente con el del Abad en su monasterio. El
título fue originalmente la denominación distintiva de los superiores
Benedictinos, pero con el curso de tiempo, se aplicó también al religioso
superior en otros órdenes, especialmente a los de la Segunda Orden de San
Francisco (Claras de los Menesterosos) y a los de ciertas universidades
canonesas.
I. Origen histórico;
II. Modo de Elección;
III. Elegibilidad;
IV. Rito de Bendición;
V. Autoridad de la Abadesa;
VI. Confesión de la Abadesa;
VII. Abadesas Protestantes de Alemania;
VIII. Abadesa Secular en Austria;
IX. Número y Distribución de Abadesas por Países hasta 1914.
I. ORIGEN HISTÓRICO
Las comunidades monásticas para mujeres habrían aparecido en Oriente en un
periodo muy antiguo. Después de su introducción en Europa, hacia el fin del
cuarto siglo, empezaron a florecer, también, en Occidente, particularmente en
Galia, donde la tradición le atribuye la fundación de muchas casas religiosas a
San Martín de Tours. Cassian el gran organizador del monacato en Galia, fundó un
famoso convento en Marsella, a principios del quinto siglo y de este convento,
en un periodo posterior, San Cesario (muerto en el año 542) llamó a su hermana
Cesaria, poniéndola a cargo de una casa religiosa que estaba fundando en Arles.
También se dice que San Benito habría fundado una comunidad de vírgenes
consagradas a Dios y puesto, bajo la dirección, a su hermana Santa Escolástica,
pero ante la duda de si el gran Patriarca estableció un convento, es cierto que
durante un breve tiempo él apareció como guía y Padre de los muchos conventos
que ya existían. Sus reglas fueron adoptadas casi universalmente, y por ellas el
título de Abadesa fue de uso general para designar a la superiora de un convento
de monjas. Antes de este tiempo, el título Mater Monasterii, Mater Monacharum, y
Praeposisa eran más comúnes. La designación de Abadesa aparece por primera vez
en una inscripción sepulcral del año 514, encontrada en 1901 en el sitio de un
antiguo convento de las virgines sacræ que se levantó en Roma cerca de la
Basílica de San Agnes extra Muros. La inscripción conmemora a la Abadesa Serena
que presidió este convento, hasta el momento de su muerte a la edad de ochenta y
cinco años: "Hic requieescit in pace, Serena Abbatissa S. V. quae vixzit annos
P. M. LXXXV."
II. MODO DE ELECCIÓN
El cargo de Abadesa es electivo, la elección se hace por sufragios secretos de
la hermandad. Por el derecho consuetudinario de la Iglesia, todas las monjas de
una comunidad, que profesan en el coro, y libre de censuras, están autorizadas
para votar; pero, por ley particular algunas constituciones extienden el derecho
de voto activo, solamente a aquéllas que han profesado por un cierto número de
años. Las hermanas laicas están excluidas, por las constituciones, de la mayoría
las órdenes, pero en comunidades donde ellas tienen derecho a votar, su
privilegio debe ser respetado. En monasterios no libres, la elección es
presidida, de ordinario, por el vicario de la diócesis; en los libres, bajo la
jurisdicción inmediata de la Santa Sede, preside además el Obispo, pero sólo
como delegado del Papa. En aquellos bajo jurisdicción de un prelado regular, las
monjas se obligan a informar al diocesano el día y hora de elección, para que si
lo desea, él o su representante, puedan estar presentes. El Obispo y el prelado
regular presiden conjuntamente, pero en ninguna instancia tienen voto, ni
siquiera, calificado.
El Concilio de Trento prescribe además, que "quién presida la elección, sea el
Obispo u otro superior, no pasarán el vallado del monasterio, sino escucharán o
recibirán el voto de cada una, en la reja". (Cone. Trid., Sess. XXV, De regular,
et monial., Cap. Vii.) La votación debe ser estrictamente confidencial, y si el
secreto no es observado (sea por ignorancia de la ley o no), la elección será
nula e inválida. Una mayoría simple de votos para una candidata es suficiente en
una elección válida, a menos que las constituciones de una orden exijan más que
mayoría simple. El resultado será proclamado enseguida, anunciando el número de
votos para cada monja, para que en caso de disputa, inmediatamente puedan
verificarse.
En caso que ninguna candidata obtenga el número requerido, el Obispo o el
prelado regular, ordenan una nueva elección, y momentáneamente designan una
superiora. Si la comunidad, nuevamente, no logra acuerdo sobre ninguna
candidata, el Obispo u otro superior puede nombrar a quien juzgue más digna y
delegarla como Abadesa. La Abadesa recién designada asume los deberes de su
cargo, inmediatamente después de la confirmación que obtiene del diocesano, para
los conventos no libres, o del prelado regular para los libres si están bajo su
jurisdicción, o de la Santa Sede, directamente. (Ferraris, Prompta Bibliotheca;
Abbatisa. -Cf. Taunton, The Law of the Church.)
III. ELEGIBILIDAD
Tocante a la edad en que una monja puede ser elegible para el cargo, la
disciplina de la Iglesia ha variado en diferentes momentos. El Papa Leoncio I
prescribía: cuarenta años. San Gregorio El Grande insistió en que las Abadesas
elegidas por las comunidades, debían ser por lo menos de sesenta, a quienes los
años habían dado dignidad, sensatez, y poder para resistir a la tentación. Él
prohibió muy vehementemente la designación de mujeres jóvenes como Abadesas (Ep.
55 ch. xi). Por otro lado, para los Papas Inocencio IV y Bonifacio VIII, treinta
años eran suficientes. Según la legislación presente, que es la del Concilio de
Trento, ninguna monja "puede elegirse como Abadesa a menos que haya completado
el cuadragésimo año de edad, y el octavo año de ejercicio religioso. "Pero no
habiendo ninguna en el convento con estos requisitos, puede elegirse otra de un
convento de la misma orden. Si el superior que preside la elección juzgará esto
inconveniente, puede elegirse, con acuerdo del Obispo u otro superior, una entre
aquéllas del mismo convento, que haya cumplido su trigésimo año, y que cinco
años, al menos, de su ejercicio subsiguiente, hayan transcurrido honrosamente. .
. En otras circunstancias, se observará la constitución de cada orden o
convento". (Conc. Trid., Sess, xxv, De regular. et monial., Cap. vii.) Por
varias decisiones de la Sagrada Congregación del Concilio y de la Sagrada
Congregación de Obispos y Regulares, se prohibe, sin un dispensación de la Sede
Santa, elegir a monja de nacimiento ilegítimo; sin integridad virginal del
cuerpo; que haya tenido que someterse a condena o pena públicas (a menos que
fuera salvable, solamente); una viuda; monja ciega o sorda; o una de tres
hermanas en actividad, al mismo tiempo y en el mismo convento. No se permite a
ninguna monja, votarse a sí misma. (Ferraris, Prompta Bibliotheea; Abbatissa. -Taunton,
op, el cit.) Generalmente las Abadesas son electas, de por vida. En Italia e
islas adyacentes, sin embargo, por una Bula de Gregorio XIII. "Exposcit debitum"
( del 1 enero de 1583), eran electas por tres años, y entonces debían dejar
vacante el cargo por un período de tres años, durante el cual tampoco podían
actuar como vicarios.
IV. RITO DE BENDICIÓN
Las Abadesas elegidas de por vida pueden ser solemnemente bendecidas según el
rito prescrito en el Pontificale Romanum. Esta bendición (también llamada
ordenación o consagración) ellas deben buscarla, bajo pena de privación, dentro
del año de su elección, del Obispo de la diócesis. La ceremonia que tiene lugar
durante el Santo Sacrificio de la Misa puede realizarse en cualquier día de la
semana. Ninguna mención se hace en el Pontificale sobre conferir el cayado,
costumbre en muchos lugares, al tomar posesión una Abadesa, pero el rito se
prescribe en muchos rituales monacales, y como regla, tanto la Abadesa, como el
Abad, ostentan el báculo como símbolo de su cargo y jerarquía; ella también
tiene derecho al anillo. La asunción de una Abadesa al cargo, antiguamente
implicaba un carácter litúrgico. San Redegundis, en una de sus cartas, habla de
eso, y nos informa que Agnes, la Abadesa de Sainte-Croix, antes de entrar en su
cargo, recibió el solemne Rito de la Bendición de San Germain, el Obispo de
París. Desde los tiempos de San Gregorio El Grande, la bendición se reservó al
obispo de la diócesis. En la actualidad algunas Abadesas son privilegiadas para
recibirlo de ciertos prelados regulares.
V. AUTORIDAD DE LA ABADESA
Una Abadesa puede ejercer suprema autoridad interior (potestas dominativa) en su
monasterio y en todas sus dependencias, pero como mujer, ella está privada de
ejercer cualquier poder de jurisdicción espiritual, como corresponde a un abad.
Ella está autorizada, en consecuencia, para administrar las posesiones
temporales del convento; para emitir órdenes a sus monjas "en virtud de la santa
obediencia", sujetándolas así en conciencia, proveyendo obediencia, demandando
estar de acuerdo con la regla y estatutos de la orden; prescribir y disponer lo
que sea necesario para el mantenimiento de la disciplina en la casa, o
conducente para la correcta observancia de la regla, la preservación de paz y
orden en la comunidad. También puede incitar directamente, los votos de sus
hermanas de confesión, e indirectamente, aquellos de las novicias, pero no puede
conmutar esos votos, ni eximirlos. Tampoco puede excusar sus asuntos de
cualquier observancia regular y eclesiástica, sin la licencia de su prelado,
aunque pueda, en particular instancia, peticionar que un cierto precepto deje de
obligar.
Ella no puede bendecir a sus monjas públicamente, como lo hace un sacerdote o un
prelado, pero puede bendecirlas del modo que una madre bendice a sus niños. No
se le permite predicar, aunque puede en reunión, exhortar a sus monjas mediante
entrevistas. Una Abadesa tiene, además, un cierto poder de coerción que la
autoriza a imponer castigos de una naturaleza más leve, en armonía con las
prevenciones de la regla, pero en ningún caso tiene derecho para infligir las
penalidades eclesiásticas más graves, tal como las censuras. Por el decreto "Quemadmodum",
17 diciembre, 1890, de Leoncio XIII, las abadesas y otros superiores están
absolutamente inhibidos "de tratar de inducir a su súbditos, directamente o
indirectamente, por mandato, consejo, temor, amenazas, o lisonjas, para que
hagan secretas manifestaciones de conciencia, en forma alguna, ni bajo ningún
nombre ". El mismo decreto declara que ese permiso o prohibición acerca de la
Sagrada Comunión "pertenece solamente al confesor ordinario o extraordinario,
los superiores no tienen ningún derecho, sea cual fuera, para interferir en la
materia, salvo, solamente, en caso que cualquiera de sus súbditos hayan
producido algún escándalo en la comunidad desde. . . su última confesión, o
habiendo sido culpable de alguna falta pública gravosa, y esto solamente hasta
que el culpable haya recibido el Sacramento de Penitencia". Con respecto a la
administración de propiedad monacal, debe notarse que en asuntos de instancia
mayor, una Abadesa es siempre más o menos dependiente del Ordenamiento, está
sujeta a él, o al prelado regular, si su abadía es libre. Por la Constitución "Inscrutabili,"
5 febrero, 1622, de Gregorio XV, todas las Abadesas, tanto libres como no
libres, están obligadas, además, a presentar una declaración anual de sus
temporalidades al obispo de la diócesis.
En tiempos medievales las Abadesas de las casas más grandes e importantes eran,
no excepcionalmente, mujeres de gran poder y distinción cuya autoridad e
influencia rivalizaban, en momentos, con las de los obispos y abades más
venerados. En la Inglaterra sajona, " tenían a menudo, séquito y dignidad de
princesas, especialmente cuando venían de sangre real. Trataron con reyes,
obispos, y los más grandes señores en condiciones de perfecta igualdad; estaban
presentes en todas las grandes solemnidades religiosas y nacionales, en la
dedicación de iglesias, e incluso como reinas, tomaron parte en la deliberación
de las asambleas nacionales, estampando sus firmas en las cartas
constitucionales concedidas". (Montalembert, "The Monks of the West," Bk. XV.)
También aparecían en los concilios de la Iglesia en medio de obispos, abades y
sacerdotes, como la Abadesa Hilda en el Sínodo de Whitby en 664, y la Abadesa
Elfleda, sucesora de aquella, en el del Río Nith en 705.
Cinco Abadesas estuvieron presentes en el Concilio de Becanfield en 694, donde
firmaron decretos frente a los Presbíteros. Tiempo más tarde la Abadesa "tomó
títulos expropiados a las iglesias para su casa, presentó a vicarios seculares
para servir en las iglesias parroquiales, y tuvo todos los privilegios de un
terrateniente sobre las propiedades temporales vinculadas a su abadía. La
Abadesa de Shaftesbury, por petición, una vez, estableció los honorarios de
siete caballeros al servicio del Rey y poseyó las cortes del feudo de Wilton.
Barking, Nunnaminster, así como Shaftesbury, "obtuvieron del rey una entera
baronía," y por derecho de esta tenencia, por un periodo, los privilegios de ser
convocados al Parlamento".(Gasquet, "English Monastic Life," 39.)
En Alemania las Abadesas de Quedimburg, Gandersheim, Lindau, Buchau, Obermünster,
etc., todas figuraron entre los príncipes independientes del Imperio, y como
tales se sentaron y votaron en la Dieta como miembros en los escaños de obispos
de Rhenish. Ellas vivieron en condiciones principescas, con corte propia,
gobernando sus extensas propiedades conventuales cual señores temporales, y no
reconociendo a ningún superior eclesiástico, excepto al Papa. Después de la
Reforma, sus sucesores Protestantes continuaron disfrutando, relativamente, los
mismos privilegios imperiales hasta tiempos recientes. En Francia, Italia, y
España, los superioras de las grandes casas monacales fueron igualmente muy
poderosas. Pero el externo esplendor y gloria de los días medievales, han
desaparecido, ahora, totalmente.
VI. CONFESIÓN DE LA ABADESA
Las Abadesas no tienen jurisdicción espiritual, y no pueden ejercer ninguna
autoridad que esté, de alguna forma, conectada con el poder de las llaves o de
las Órdenes. Durante la Edad Media, sin embargo, los intentos de usurpar este
poder espiritual del sacerdocio, no fueron infrecuentes, nosotros leímos sobre
Abadesas que fueron culpables de muchas intromisiones menores en las funciones
del oficio sacerdotal, presumiblemente para interferir, incluso, en la
administración del Sacramento de Penitencia y Confesión de sus monjas. Así, en
las Capitulaciones de Carlomagno, se hace mención de "ciertas Abadesas que
contrariamente a la disciplina establecida por la Iglesia de Dios, se atreven a
bendecir a las personas, imponer sus manos en ellas, hacer la señal de la cruz
en la frente de los hombres, otorgar el velo sobre las vírgenes, empleando
durante esa ceremonia, la bendición reservada exclusivamente al sacerdote," los
obispos instaron prohibir, absolutamente, tales prácticas en sus respectivas
diócesis. (Thomassin, "Vetus et Nova Ecclesae Disciplina," pars I, lib. II, xii,
no. 17.) El "Monastieum Cisterciense" registra la severa inhibición que
Inocencio III, en 1220, aplicó a las Abadesas Cistercienses de Burgos y
Palencia, en España, "quién bendijo a sus religiosas, oyó la confesión de sus
pecados y cuando leyó el Evangelio, se presume que predicó públicamente". (Thomassin,
op. cit., par I, lib. III. xlix, no. 4.)
El Papa caracterizó la intrusión de estas mujeres como una cosa "inaudita, muy
indecorosa y sumamente absurda". Dom Martene, Benedictino sabio, en su trabajo
"De Antiquis Ecclesiae Ritibus," habla de otras Abadesas que igualmente
confesaron a sus monjas, y agrega, no sin un toque de humor, que "estas
Abadesas, evidentemente, hacían sobreactuación de sus poderes espirituales, una
frivolidad". Y tan tarde como en 1658, los Sagrados Ritos de la Congregación
condenaron, categóricamente, los actos de la Abadesa de Fontevrault en Francia
que, con su propia autoridad, obligó a los monjes y monjas de su obediencia a
que recitaran oficios, dieran Misas, y observaran ritos y ceremonias que nunca
habían sido sancionados o aprobados por Roma.(Analecta Juris Pontificii, VII,
col. 348.)
En conexión debe observarse, no obstante, que cuando la antigua regla monacal
prescribe confesión a la superiora, no se refiere a la confesión sacramental,
sino al "reunión o cabildo de faltas" o la culpa en la que los religiosos se
acusan entre sí de faltas externas manifiestas para todos, y de infracciones
menores a la regla. Esta "confesión" puede hacerla cualquiera privadamente a la
superiora o públicamente en la casa de reunión o cabildo; ninguna absolución se
da y la penitencia asignada es meramente disciplinaria. El "cabildo o reunión de
faltas" todavía es una forma de ejercicio religioso, practicada en todos los
monasterios de antiguas órdenes.
Pero debe hacerse referencia a ciertos casos excepcionales, donde se han
permitido a las Abadesas, por concesión y privilegio Apostólico -se alega-
ejercer un poder muy extraordinario de jurisdicción.
Así, la Abadesa del Monasterio Cisterciense de Santa María la Real del las
Huelgas, cerca de Burgos, en España, fue, por los términos de su protocolo
oficial, una "noble señora, la superiora proclamada, curadora legal en lo
espiritual y temporal de la abadía real, y de todos los conventos, iglesias y
ermitas de su filiación, de los pueblos y lugares bajo su jurisdicción,
señoríos, y vasallajes, en virtud de Bulas y Apostólicas concesiones, con
jurisdicción plenaria, privativa, cuasi-episopal, nullius diacesis". (Florez,
"España Sagrada," XXVII, Madrid 1772, col. 578.) Como favor del rey, fue,
además, investida con prerrogativas casi reales, y ejerció una autoridad secular
ilimitada sobre más de cincuenta aldeas. Cual Señor de los Obispos, poseía sus
propias cortes, en los casos civiles y criminales, concedía cartas dimisorias
para la ordenación, emitía licencias autorizando a sacerdotes y dentro de los
límites de su jurisdicción abacial, oía confesiones, predicaba, y se comprometía
en la cura de almas. Ella fue también privilegiada para confirmar a Abadesas,
imponer censuras, y convocar sínodos. ("España Sagrada", XXVII, col. 581.)
En un Cabildo General Cisterciense efectuado en 1189, fue Abadesa General de la
Orden para el Reino de León y Castilla, con el privilegio de convocar,
anualmente, un cabildo general en Burgos. La Abadesa de Las Huelgas mantuvo su
antiguo prestigio, al tiempo del Concilio de Trento.
Un poder de jurisdicción casi igual al de la Abadesa de Las Huelgas fue
ejercido, una vez, por la Abadesa Cisterciense de Converano, en Italia. Entre
los muchos privilegios gozados por esta Abadesa, especialmente se pueden
mencionar, el de designar su propio vicario-general a través de quien, gobernaba
su territorio abacial; el de seleccionar y aprobar a confesores para la
laicidad; y el de autorizar a los clérigos la cura de almas en las iglesias,
bajo su jurisdicción. Cada Abadesa recientemente designada en Converano estaba
igualmente habilitada para recibir público "homenaje" de su clerecía, la
ceremonia era suficientemente elaborada. En el día fijado, la clerecía, en un
cuerpo se dirigía a la abadía; a la gran verja de su monasterio, la Abadesa, con
mitra y corsé, se sentaba entronizada bajo un palio, y así cada miembro del
clero pasaba ante ella, hacía su reverencia, y besaba su mano.
El clero, sin embargo, deseó anular esa práctica fastidiosa, y, en 1709, apeló a
Roma; la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, modificó, en consecuencia,
algunos detalles ceremoniales, pero reconoció el derecho de la Abadesa, al
homenaje. Finalmente, en 1750, la práctica se abolió totalmente, y la Abadesa
fue privada de todo su poder de jurisdicción. (Cf. "Analecta Juris Pontificii,"
XXXVIII, col. 723: y Bizzari, "Collectanea," 322.) dice, entre las Abadesas que
han ejercido los poderes de jurisdicción, por un período al menos, pueden
mencionarse a la Abadesa de Fontevrault en Francia, y de Quedlinburg en
Alemania. (Ferraris, "Biblioth. Prompta; Abbatissa.")
VII. ABADESAS PROTESTANTES DE ALEMANIA
En algunas partes de Alemania, notablemente en Hannover, Wurtemberg, Brunswick,
y Schleswig-Holstein, varios establecimientos educativos Protestantes, y ciertas
hermandades Luteranas son dirigidos por superioras llamadas Abadesas,
actualmente. Todos estos establecimientos fueron, una vez, conventos y
monasterios católicos, y las "Abadesas" que los presiden, son, en cada caso,
sucesoras Protestantes de una línea anterior de Abadesas Católicas. La
transformación en casas de las comunidades Protestantes y seminarios fue
efectuada, por supuesto, durante la revolución religiosa del decimosexto siglo,
cuando las monjas que permanecieron fieles a la fe católica fueron expulsadas
del claustro, y las hermandades Luteranas tomaron posesión de sus abadías. En
muchas comunidades religiosas, el Protestantismo se impuso violentamente sobre
los miembros, mientras en algún pocos, particularmente en Alemania del Norte,
fue adoptado voluntariamente. Pero en todas estas casas, donde los antiguos
cargos monacales continuaban, los títulos de los funcionarios fueron, asimismo,
retenidos.
Hubieron, de este modo, desde el decimosexto siglo, Abadesas católicas y
protestantes en Alemania. La Abadía de Quedinburg fue una de las primeras en
adoptar la Reforma. Su última Abadesa Católica, Magdalena, Princesa de Anhalt,
murió en 1514. Ya en 1539, la Abadesa Anna II de Stolberg que había sido elegida
para el cargo, cuando tenía escasamente trece años de edad, introdujo al
Luteranismo en todas las casas bajo su jurisdicción. El servicio del coro en la
iglesia de la abadía fue abandonado, y la religión católica, abolida totalmente.
Los cargos monacales se redujeron a cuatro, pero los antiguos títulos oficiales
fueron retenidos. Después de esto la institución continuó como una hermandad
luterana hasta la secularización de la abadía, en 1803. Las últimas dos Abadesas
fueron la Princesa Anna Amelia (fallecida en 1787), hermana de Federico el
Grande, y la Princesa Sophia Albertina (fallecida en 1829), hija de Rey Adolfo
Federico de Suecia. En 1542, bajo la Abadesa Clara de la casa de Brunswick, la
Liga de Esmacalda impuso forzadamente al Protestantismo, sobre los miembros de
la antigua y venerada Abadía Benedictina de Gandersheim; pero aunque los
intrusos luteranos fueron expulsados en 1547 por el padre de Clara, el Duque
Enrique el Juvenil, un católico fiel, el Luteranismo fue introducido
permanentemente, unos años después, por Julio, el Duque de Brunswick.
Margaret, la última Abadesa católica, murió en 1589, y después de ese periodo se
establecieron Abadesas luteranas para la fundación. Éstas continuaron
disfrutando los privilegios imperiales de sus predecesoras hasta 1802, cuando
Gandersheim se integró con Brunswick. Entre las casas de menor importancia,
todavía en existencia, puede notarse especialmente la Abadía de Drubeck. Una vez
convento católico, cayó en manos protestantes durante la Reforma. En 1687, el
Elector Federico Guillermo I de Brandenburg concedió los ingresos de la casa a
las Cuentas de Stolberg y estipuló, también, que las mujeres de nacimiento
noble, que profesen la fe Evangélica, siempre deben encontrar un hogar en el
convento, proporcionado adecuadamente para vivir allí, bajo el gobierno de una
Abadesa. El deseo del Elector, al parecer, todavía se respeta.
VIII. ABADESA SECULAR EN AUSTRIA
En los alrededores de Praga, hay un célebre Instituto Imperial Católico, cuya
directora siempre lleva el título de Abadesa. El instituto, ahora el más
exclusivo y mejor dotado en su tipo, fue fundado en Austria en1755, por la
Emperatriz María Teresa para empobrecidas mujeres nobles, de antiguo linaje. La
Abadesa siempre es una Archiduquesa austríaca, y debe tener al menos dieciocho
años de edad antes que pueda asumir las obligaciones de su cargo. Su insignia es
una cruz pectoral, el anillo, el cayado, y un principesco portaestandarte.
Antiguamente fue privilegio exclusivo de esta Abadesa, coronar a la Reina de
Bohemia. La última ceremonia se realizó en 1808, para la Emperatriz María Luisa.
Las aspirantes a ingresar al Instituto deben tener veintinueve años de edad,
moral irreprochable y la capacidad de localizar su ascendencia nobiliaria,
paterna y materna, hasta ocho generaciones atrás. No hacen ningún voto, pero
viven en comunidad y están obligadas a ayudar dos veces por día, en el servicio
divino en la Catedral, deben ir a confesión y recibir la sagrada comunión cuatro
veces por año, en días determinados. Hoy tienen una total Esperanza.
IX. NÚMERO Y DISTRIBUCIÓN DE ABADESAS POR PAÍSES HASTA 1914.
Las Abadesas de los Benedictinos Negros son 120 en la actualidad. De éstas hay
71 en Italia, 15 en España, 12 en Austro-Hungría, 11 en Francia (antes del
Derecho de las Asociaciones), 4 en Inglaterra, 3 en Bélgica, 2 en Alemania, y 2
en Suiza. Las Cistercienses de todas las Observancias tienen un total de 77
Abadesas. De éstas, 74 pertenecen a las Cistercienses de Observancia Común, que
tienen la mayoría de sus casas en España y en Italia. Las Cistercienses de
Observancia Estricta, tienen 2 Abadesas en Francia y 1 en Alemania. No hay
ninguna Abadesa en los Estados Unidos. En Inglaterra las superioras de las
siguientes casas son Abadesas: Abadía de Santa María, Stanbrook, Worcesster,:
Abadía de Santa María, Bergholt del este, Suffolk; Abadía de Santa María, Oulton,
Staffordshire; Abadía de Santa Escolástica, Teignmouth, Devon; Abadía de Santa
Brígida de Sion, Chudleigh, Devon (Brigttine); Abadía de Santa Clara, Darlington,
Durham (Claras de los Menesterosos). En Irlanda: El Convento de Claras de los
Menesterosos, Ballyjamesduff.
MONTALEMBERT, The Monks of the West (GASQUET'S ed., in 6 vols., New York, 1896),
Bk. XV; GASQUET, English Monastic Life (London, 1808), viii; TAUSTON, The
English Black Monks of St. Benedict (London, 1808), I, vi; TAUNTON, The Law of
the Church (St. Louis, 1906), ECNENSTEIX, Women under Monasticism (London 1896),
FERRAIS, Prompta Bibliotheca Canonica (Rome 1885); BIZZARRI, Collectanea S. C.
Episc. Et Reg. (Rome 1885); PETRA, Comment. ad Constitut. Apostolicas (Rome
1705); THOMASSINI, Vetus et Nova Ecclesia Disciplina (Mainz, 1787); FAGNANI, Jus
Conon., s. Comment. in Decret, (Cologne, 1704); TAMBURINI, De jure et
privilegiis abbat. pralat., abbatiss., et monial (Cologne, 1691); LAURAIN, De
Vinterrention des laiques, des diacres et des abbesses dans Vadministration de
lapcnitence (Paris, 1897); SAGULLER, Lehrbuch des katholischen Kirchenrechts (Freiburg
im Breisgau, 1904).
THOMAS OESTREICH
Transcrito por Isabel T. Montoya
Traducido por José Luis Anastasio