La escuela católica debe educar en la verdad,
en la libertad y en el amor evangélico
Discurso de Juan Pablo II
al sexto grupo de obispos de Estados Unidos
en su visita «ad limina Apostolorum» (30-5-98)
Querido cardenal George; queridos hermanos en el episcopado:
1. Durante esta serie de vistas ad limina, los obispos de Estados
Unidos han testimoniado nuevamente el profundo sentido de
comunión de los católicos norteamericanos con el Sucesor de Pedro.
Desde el comienzo de mi pontificado he experimentado esta cercanía,
así como el apoyo espiritual y material de numerosas personas de
vuestro pueblo. Al daros la bienvenida a vosotros, obispos de las
regiones eclesiásticas de Chicago, Indianápolis y Milwaukee, os
expreso una vez más, tanto a vosotros como a toda la Iglesia en
vuestro país, mi cordial gratitud: «Porque Dios, a quien venero en mi
espíritu predicando el Evangelio de su Hijo, me es testigo de cuán
incesantemente me acuerdo de vosotros» (Rm 1, 9). Continuando la
reflexión comenzada con los anteriores grupos de obispos sobre la
renovación de la vida eclesial a la luz del Concilio Vaticano II y con
vistas a los desafíos de la evangelización que afrontamos en el umbral
del próximo milenio, deseo hoy abordar algunos aspectos de vuestra
responsabilidad en la educación católica.
Un magnífico servicio a la sociedad
2. Desde los primeros días de la república norteamericana, cuando
el arzobispo John Carroll animaba la vocación pedagógica de santa
Elizabeth Ann Seton y fundaba el primer colegio católico de la nueva
nación, la Iglesia en Estados Unidos ha estado siempre
profundamente comprometida en la educación en todos los niveles.
Durante más de doscientos años, las escuelas católicas primarias, las
escuelas secundarias, los colegios y las universidades han contribuido
a la educación de las sucesivas generaciones de católicos y a la
enseñanza de las verdades de la fe, promoviendo el respeto a la
persona humana y desarrollando el carácter moral de sus estudiantes.
Su gran nivel académico y su éxito en la preparación de los jóvenes
para la vida han brindado un servicio a toda la sociedad
norteamericana.
Mientras nos acercamos al tercer milenio cristiano, la llamada del
Concilio Vaticano II a un compromiso generoso en la educación
católica tiene que ponerse en práctica más profundamente (cf.
Gravíssimum educationis, l). Se trata de una de las áreas de la vida
católica en Estados Unidos que más necesita la guía de los obispos
para su reafirmación y renovación. La renovación en este ámbito
requiere una clara visión de la misión educativa de la Iglesia que, a su
vez, no debe separarse del mandato del Señor de predicar el
Evangelio a todas las naciones. Como otras instituciones educativas,
las escuelas católicas transmiten conocimientos y promueven el
desarrollo humano de sus estudiantes. Sin embargo, como subraya el
Concilio, la escuela católica hace algo más: «Su nota característica es
crear un ámbito de comunidad escolar animado por el espíritu
evangélico de libertad y amor, ayudar a los adolescentes a que, al
mismo tiempo que se desarrolla su propia persona, crezcan según la
nueva criatura en que por el bautismo se han convertido, y,
finalmente, ordenar toda la cultura humana al anuncio de la salvación,
de modo que el conocimiento que gradualmente van adquiriendo los
alumnos sobre el mundo, la vida y el hombre sea iluminado por la fe»
(ib., 8). La misión de la escuela católica es la formación integral de los
estudiantes, para que puedan ser fieles a su condición de discípulos
de Cristo y, como tales, puedan trabajar efectivamente por la
evangelización de la cultura y por el bien común de la sociedad.
Enseñar una visión de la vida
3. La educación católica no sólo procura comunicar hechos, sino
también transmitir una visión de la vida coherente y completa, con la
convicción de que las verdades contenidas en esa visión hacen libres
a los estudiantes, en el sentido más profundo de libertad humana. En
su reciente documento la escuela católica en el umbral del tercer
milenio, la Congregación para la educación católica llamó la atención
sobre la importancia de comunicar conocimientos en el marco de la
visión cristiana del mundo, de la vida, de la cultura y de la historia:
«En el proyecto educativo de la escuela católica no existe, por tanto,
separación entre momentos de aprendizaje y momentos de educación,
entre momentos del concepto y momentos de la sabiduría. Cada
disciplina no presenta sólo un saber por adquirir, sino también valores
por asimilar y verdades por descubrir» (n. 14: L'Osservatore Romano,
edición en lengua española, 24 de abril de 1998, p. 12).
El mayor desafío que ha de afrontar hoy la educación católica en
Estados Unidos, y la mayor contribución que puede dar, si es
auténticamente católica, a la cultura norteamericana, consiste en
devolver a la cultura la convicción de que los seres humanos pueden
comprender la verdad de las cosas y, al hacerlo, pueden conocer sus
deberes para con Dios, para consigo mismos y para con su prójimo. Al
afrontar este desafío, el educador católico tendrá presentes las
palabras de Cristo: «Si os mantenéis en mi palabra, seréis
verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os
hará libres» (Jn 8, 31-32). El mundo contemporáneo tiene urgente
necesidad del servicio de instituciones educativas que apoyen y
enseñen la verdad «valor fundamental sin el cual desaparecen la
libertad, la justicia y la dignidad del hombre» (Ex corde Ecelesiae, 4).
Educar en la verdad, en la libertad auténtica y en amor evangélico
constituye la esencia de la misión de la Iglesia. En un clima cultural en
el que a menudo se considera que las normas morales son cuestiones
de preferencia personal, las escuelas católicas desempeñan un papel
vital en la guía de las generaciones más jóvenes, para que
comprendan que la libertad consiste sobre todo en ser capaces de
responder a las exigencias de la verdad (cf. Veritatis splendor, 84). El
respeto de que gozan las escuelas católicas primarias y secundarias
sugiere que su compromiso en la transmisión de la sabiduría moral
está respondiendo a una necesidad cultural ampliamente percibida en
vuestro país. El ejemplo de obispos y pastores que, con el apoyo de
padres católicos, han seguido cumpliendo un papel de liderazgo en
este campo, debería animar a todos a promover un nuevo
compromiso y un nuevo crecimiento. El hecho de que algunas diócesis
participen en un programa de construcción de escuelas es un signo
significativo de vitalidad y una gran esperanza para el futuro.
Compartir una experiencia de fe en Dios
4. Han pasado casi veinticinco años desde que vuestra Conferencia
publicó el documento Enseñar como Jesús, que aún hoy sigue
teniendo actualidad. Ponía de relieve la importancia de otro aspecto
de la educación católica: «Más que cualquier otro programa de
educación promovido por la Iglesia, la escuela católica tiene la
oportunidad y la obligación de estar ( ... ) orientada al servicio
cristiano, porque ayuda a los estudiantes a adquirir cualidades,
virtudes y hábitos M corazón y de la mente, que se necesitan para un
servicio efectivo a los demás» (n. 106). Basándose en lo que ven y
oyen, los estudiantes deberían tomar mayor conciencia de la dignidad
de toda persona humana y asimilar gradualmente los elementos clave
de la doctrina social de la Iglesia y su solicitud por los pobres. Las
instituciones católicas deberían continuar su tradición de compromiso
en favor de la educación de los pobres, a pesar de la carga financiera
que implica. En algunos casos, puede ser necesario encontrar modos
de repartir más equitativamente esta carga, para que las parroquias
que tienen escuelas no la sostengan solas.
La escuela católica es un lugar donde los estudiantes comparten
una experiencia de fe en Dios y aprenden las riquezas de la cultura
católica. Las escuelas católicas, al tener debidamente en cuenta las
etapas del desarrollo humano, la libertad de las personas y los
derechos de los padres en la educación de sus hijos, deben ayudar a
los estudiantes a profundizar su relación personal con Dios y a
descubrir que el significado más profundo de todas las cosas
humanas está en la persona y en la enseñanza de Jesucristo. La
oración y la liturgia, especialmente los sacramentos de la Eucaristía y
la penitencia, deberían marcar el ritmo de vida de la escuela católica.
Transmitir conocimientos sobre la fe, aunque es esencial, no basta.
Para que los estudiantes de las escuelas católicas adquieran una
genuina experiencia de la Iglesia, es fundamental el ejemplo de los
profesores y de los demás responsables de su formación: el
testimonio de los adultos en la comunidad escolar es parte vital de la
identidad de la escuela.
Innumerables profesores religiosos y laicos, así como muchos
miembros del personal de las escuelas católicas, han mostrado cómo,
a lo largo de los años, su competencia profesional y su empeño se
basan en los valores espirituales, intelectuales y morales de la
tradición católica. La comunidad católica en Estados Unidos, y todo el
país, se han beneficiado inmensamente con la labor de tantos
religiosos dedicados a la enseñanza en las escuelas, en todas las
partes de vuestra nación. También sé cuánto apreciáis la dedicación
de numerosos laicos, hombres y mujeres que, a veces con gran
sacrificio económico, participan en la educación católica porque creen
en la misión de las escuelas católicas. Aunque en algunos casos se
ha perdido la confianza en la vocación de enseñar, debéis hacer todo
lo posible porque se recupere.
Renovar la catequesis
5. La catequesis, tanto en las es cuelas como en los programas
organizados en las parroquias, desempeña un papel fundamental en
la transmisión de la fe. El obispo debería alentar a los catequistas a
considerar su trabajo como una vocación: como una participación
privilegiada en la misión de transmitir la fe y dar razón de nuestra
esperanza (cf. 1 P 3, 15). El mensaje evangélico es la respuesta
definitiva a las aspiraciones más profundas del corazón humano. Los
jóvenes católicos tienen derecho a escuchar el contenido íntegro de
este mensaje, para llegar a conocer a Cristo, que venció a la muerte y
abrió el camino de la salvación. Los esfuerzos por renovar la
catequesis deben basarse en la premisa de que la enseñanza de
Cristo, como la transmite la Iglesia y la interpreta auténticamente el
Magisterio, tiene que presentarse en toda su riqueza; y que las
metodologías que se usan han de responder a la naturaleza de la fe
como verdad recibida (cf. 1 Co 15, l). El trabajo que habéis empezado
a través de vuestra Conferencia para evaluar los textos catequisticos
según el modelo del Catecismo de la Iglesia catálica, ayudará a
asegurar la unidad y la integridad de la fe, al presentarla en vuestras
diócesis.
Una sabiduría secular
6. La tradición de la Iglesia del compromiso en las universidades,
que tiene casi mil años, se consolidó rápidamente en Estados Unidos.
Hoy los colegios y las universidades católicas pueden dar una
importante contribución a la renovación de la educación superior
norteamericana. Pertenecer a una comunidad universitaria, como tuve
el privilegio de experimentar en mi época de profesor, significa estar
en la encrucijada de las culturas que han formado el mundo moderno.
Significa ser heredero de una sabiduría secular y promotor de la
creatividad que transmitirá esa sabiduría a las generaciones futuras.
En un tiempo en que a menudo se piensa que el conocimiento es algo
fragmentario y nunca absoluto, las universidades católicas deberían
defender la objetividad y la coherencia del conocimiento. Ahora que el
largo conflicto entre ciencia y fe está desapareciendo, las
universidades católicas tendrían que estar en la vanguardia de un
diálogo nuevo y largamente esperado entre las ciencias empíricas y
las verdades de fe.
Para que las universidades católicas lleguen a ser líderes en la
renovación de la educación superior, deben tener ante todo un fuerte
sentido de su propia identidad católica. Esta identidad no se establece
de una vez para siempre cuando nace la institución; brota del hecho
de vivir dentro de la Iglesia hoy y siempre, hablando desde el corazón
de la Iglesia (ex corde Ecclesiae) al mundo contemporáneo. La
identidad católica de una universidad debería ser evidente en su
currículo, en sus facultades, en las actividades de sus estudiantes y
en la calidad de su vida comunitaria. De esa manera no se viola la
naturaleza de la universidad como verdadero centro de aprendizaje,
en el que se respeta plenamente la verdad del orden creado, sino que
también es iluminada con la luz de la nueva creación en Cristo.
La identidad católica de una universidad incluye necesariamente su
relación con la Iglesia particular y con su obispo. Se dice a veces que
una universidad que reconoce una responsabilidad a cualquier
comunidad o autoridad fuera de las importantes asociaciones
académicas profesionales pierde su independencia y su integridad.
Pero esto significa separar la libertad de su objeto, que es la verdad.
Las universidades católicas comprenden que no existe contradicción
entre la investigación libre y vigorosa de la verdad y «el
reconocimiento y adhesión a la autoridad magisterial de la Iglesia en
materia de fe y de moral» (Ex corde Ecclesiae, 27).
Conservar y defender la identidad católica
7. Al salvaguardar la identidad católica de las instituciones católicas
de educación superior, los obispos tienen una responsabilidad
especial con respecto a la labor de los teólogos. Si, como testimonia
toda la tradición católica, la teología se ha de elaborar en la Iglesia y
para la Iglesia, entonces la cuestión de la relación de la teología con
la autoridad magisterial de la Iglesia no es extrínseca, algo impuesto
desde fuera, sino más bien intrínseca a la teología en cuanto ciencia
eclesial. La teología misma es responsable ante aquellos a quienes
Cristo encomendó la misión de velar por la comunidad eclesial y por
su estabilidad en la verdad. Ahora que en vuestro país se está
intensificando la discusión sobre estas cuestiones, los obispos deben
cerciorarse de que los términos usados sean genuinamente
eclesiales.
Además, los obispos deberían interesarse personalmente en la
actividad de las capellanías universitarias, no sólo en las instituciones
católicas, sino también en otros colegios y universidades donde haya
estudiantes católicos. El ministerio en la ciudad universitaria ofrece
una notable oportunidad de estar cerca de los jóvenes en un tiempo
significativo de su vida: «La capilla universitaria está llamada a ser un
centro vital para promover la renovación cristiana de la cultura
mediante un diálogo respetuoso y franco, unas razones claras y bien
fundadas (cf. 1 P 3, 15), y un testimonio que cuestione y convenza»
(Discurso al Congreso europeo de capellanes universitarios, 1 de
mayo de 1998, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua
española, 8 de mayo de 1998, p. 8). Los adultos jóvenes necesitan el
servicio de capellanes comprometidos, que puedan ayudarles,
intelectual y espiritualmente, a alcanzar su plena madurez en Cristo.
Instituciones modelo
8. Queridos hermanos en el episcopado, en el umbral de un nuevo
siglo y de un nuevo milenio, la Iglesia sigue proclamando la capacidad
de los seres humanos de conocer la verdad y llegar a la auténtica
libertad a través de la aceptación de esa verdad. A este respecto, la
Iglesia defiende el ideal moral sobre el que se ha fundado vuestra
nación. Vuestras escuelas católicas son consideradas generalmente
como modelos para la renovación de la educación primaria y
secundaria norteamericana. Vuestros colegios y universidades
católicas pueden ser líderes en la renovación de la educación
superior norteamericana. En un tiempo en el que se discute la relación
entre libertad y verdad moral acerca de una serie de cuestiones en
todos los niveles de la sociedad y del gobierno, los estudiosos
católicos tienen los recursos necesarios para contribuir a una
renovación intelectual y moral de la cultura norteamericana. Que la
santísima Virgen María, Sede de la sabiduría, os proteja en vuestro
compromiso por afianzar la educación católica y promover la vida
intelectual católica en todas sus dimensiones. En la víspera de la
fiesta de Pentecostés, me uno a vosotros para invocar los dones del
Espíritu Santo sobre la Iglesia en Estados Unidos. Con afecto en el
Señor, os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros, así
como a los sacerdotes, a los religiosos y los laicos de vuestras
diócesis.
(«O. R.» en español; 19-6-98.)
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