ATREVERSE A EDUCAR A FONDO


Antonio Orozco


Educar a fondo a los hijos, para la verdadera felicidad; programar, 
en cierta manera, un plan de formación y seguirlo con flexibilidad y 
constancia, para transmitir los valores auténticos, no es una tarea 
hercúlea que exija "mucho tiempo". Más bien consiste en una 
constante del vivir.

¿HASTA QUE PUNTO INFLUYE LA DEDICACION DE 
LOS PADRES EN LA FORMACION DE SUS HIJOS?

Wolfrang Amadeus Mozart a los siete años escribía sonatas y a los 
doce, óperas. Parece increíble, pero alguien lo hizo posible: su padre 
Leopoldo Mozart, un gran músico que sacrificó sus muchas 
posibilidades de éxito para dedicarse por entero a la educación del 
pequeño genio.

Robert Browning, cuando contaba apenas cinco años, cierto día vio 
a su padre leyendo un libro. "¿Qué lees, papá?". El padre levanta su 
mirada llena de luz y contesta: "El sitio de Troya". "¿Qué es Troya?", 
pregunta el niño. La respuesta no fue: "Troya es una ciudad de la 
Antigua Grecia. Ahora vete a jugar", sino que allí mismo, en el cuarto 
de estar, el padre de Robert hizo con asientos y mesas una especie 
de ciudad. Una silla de brazos hizo de trono y en él puso al pequeño 
Robert. "Aquí tienes a Troya, y tú eres el rey Príamo. Ahí está Helena 
de Troya, bella y zalamera (señaló a la gata bajo el escabel). Allá 
afuera, en el patio, ¿ves unos perros grandes que tratan siempre de 
entrar en la casa? Son los aguerridos reyes Agamenón y Menelao 
que están poniendo sitio a Troya para apoderarse de Helena..."

A los siete años, Robert leía ya la Ilíada, penetrando gracias al 
ingenio de su padre, con toda naturalidad, en el mundo de la gran 
poesía. Años más tarde sería el más importante poeta inglés de la 
época victoriana.

Quizá nosotros no tengamos el talento musical de Leopoldo Mozart 
ni el ingenio de Mr. Browning. No es indispensable, porque lo 
importante es que hagamos de nuestros hijos hombres y mujeres 
felices. Y para esto basta enseñar a ser hombres y mujeres cabales. 
Y esto nos es asequible, luchando por serlo nosotros.

Es significativo que el escritor existencialista Jean Paul Sartre -que 
a tantos ha llevado con sus escritos a la náusea del mundo y de sí 
mismos-, confesara que él no llegó al ateísmo por un conflicto de 
dogmas, sino por la indiferencia religiosa de su familia.

Afortunadamente, cabe recordar, también tantos casos como el 
bien conocido de la madre de San Agustín. Con su ejemplo, larga 
oración y penitencia hizo de un hijo a la deriva uno de los más 
grandes santos doctores de la Iglesia.

LA EDUCACION Y EL PLUMERO

Desde luego la educación de los hijos requiere tiempo. Pero no 
mucho, sino todo (es una ventaja). Porque en todo momento, 
queramos o no, estamos enseñando cosas muy importantes a 
nuestros hijos, con nuestras actitudes y nuestro comportamiento ante 
las cosas más pequeñas de la vida cotidiana: tanto si los castigamos 
como si los mimamos o los divertimos; tanto si los miráramos con 
indiferencia como si lo hacemos con preocupación, siempre estamos 
enseñándo, formando o... deformando. Cabe decir: en todo momento 
se nos ve el plumero, es decir, la escala de valores que llevamos 
dentro, en la cabeza y en el corazón.

Los hijos lo perciben todo: la mirada esquiva, la sonrisa irónica al 
otro lado de la habitación; no digamos ya un juicio inequívoco: "la 
vecina del quinto es insoportable", "qué desgracia, no nos ha tocado 
la lotería", etcétera.

Si el padre al llegar a casa nunca dice a su hijo más que "hola", 
para sumergirse acto continuo en "lo suyo", está enseñando al niño 
de un modo tan efectivo como si se preocupara intensamente de él y 
le consagrara varias horas al día. Lo malo es que en ese caso, la 
enseñanza es negativa y deformante. Se le ve al padre la pobre idea 
que padece de paternidad, de filiación, de familia y de todo lo humano 
y lo divino. No hay que olvidar que es toda la persona del padre que 
educa a toda la persona del hijo.

¿QUE VA A SER DE NUESTROS HIJOS?

¿Qué va a ser de nuestros hijos? Es cosa clara que la educación 
de los hijos entraña una aventura en el más estricto sentido de la 
palabra. Se emprende con la ilusión de alcanzar una alta meta: la 
felicidad de los hijos. Pero no cabe esperar una garantía de éxito 
infalible, y menos un triunfo inmediato. Pero esta incertidumbre es 
providencial, porque impide que los padres se duerman, se 
aburguesen y se compliquen la vida con preocupaciones demasiado 
egoístas. Los padres se encuentran siempre instados a poner toda la 
carne en el asador, desde el primer momento al último del día.

EL NIÑO, ESE ANIMAL RACIONAL

A pesar de lo incierto del resultado, es bueno y alentador pensar 
que "el niño y el adolescente son animales racionales (creados a 
imagen y semejanza de Dios) y no hacen ni dicen nada 
irracionalmente (...). Desde siempre han empezado a pensar. 
Debemos tener muy presente esta idea. Si fallamos, seremos 
nosotros, no ellos. Existen caracteres más y menos dóciles, es cierto, 
pero las personas con más o menos docilidad -es otra cosa- son fruto 
directo de la educación que han recibido. Si unos hijos resultan más 
fáciles de educar que otros, no depende tanto de los caracteres, sino 
de la educación que han recibido, desde el momento de nacer (...) 
(EUSEBIO FERRER, Exigir para educar, Ed. Palabra, Col. Hacer 
familia 4, págs. 190-191).

¿QUE HACER CON LOS INTERMINABLES POR QUÉS?

Los niños, afortunadamente, hacen miles de preguntas (cada una 
de ellas es una oportunidad estimulante para la enseñanza). Cuando 
un niño mirando por la ventanilla del tren pregunta: "¿Por qué los 
alambres suben y bajan?", si se le contesta: "No me molestes", o 
"Eslavelocidadeltren", el niño llega a la conclusión de que las 
personas mayores no tienen respuestas razonables o que tienen un 
genio endiablado. De este modo, es natural, se desilusionan un poco 
del mundo y disminuye su interés por conocerlo. Cuando los niños le 
pregunten -dice Gilbert Highet- "¿de dónde viene la lluvia?", dígaselo, 
y si no lo sabe dígales eso también, que no lo sabe, y prométales 
averiguarlo.

Si hacen preguntas en un momento inoportuno, como cuando 
tratamos de hacerles dormir, se les debe decir: "Pregúntame eso 
mañana, a la hora del desayuno, ¿quieres?". Nunca es bueno dejar 
sin alguna respuesta verdadera la pregunta de un niño.

VENTAJAS DE LA MENTE INFANTIL

El niño es un gran ignorante, pero tiene la ventaja de carecer de 
nuestros prejuicios (escépticos, relativistas o subjetivistas). El niño es 
una persona, un ser racional que razona; y razona siempre, aun 
cuando no lo parezca. Sus antenas están siempre desplegadas, y su 
razón hace lo que debiera hacer toda razón: buscar razones, los 
porqués profundos de las cosas. El niño sabe que todo tiene una 
explicación, aunque no sepa cuál sea la explicación de tantas cosas 
concretas. Sus por qués son continuos y exasperantes... para quienes 
han renunciado a razonar y se conforman con verdades a medias, 
medias verdades, conjeturas, o incluso con opiniones tan volubles 
como erradas.

Si no se le facilita pronto al niño la respuesta que está al final (o al 
principio, según se mire) de todas las preguntas posibles -es decir, 
Dios-, su razón sufrirá sin duda una dolorosa insatisfacción, porque 
¿cómo admitir sin artificiosos ejercicios mentales, que pueda existir 
algo sin causa proporcionada, sin razón de ser, sin sentido?; en otros 
términos, ¿cómo puede una razón sana admitir el absurdo?. El 
absurdo es precisamente una voluntaria renuncia a proseguir la 
búsqueda de la verdad acerca de alguna cuestión, es decir, su 
porqué radical; equivale a la parálisis responsable de la razón, quizá 
porque no interese la verdad, o porque no compense a la pereza 
mental el esfuerzo de continuar la indagación.

EL ABSURDO HACE DAÑO

Por eso admitir el absurdo hace daño a la razón, a la persona 
entera, porque es una gran mentira. Lo cierto es que todo tiene su 
porqué, al menos -y nada menos- en la sapientísima y amorosísima 
Voluntad de Dios.

No se trata, por supuesto, de poner a Dios como respuesta 
inmediata de todo cuanto sucede. Si, por ejemplo, algún conocido ha 
muerto, no debemos explicarlo siempre enseguida con un "porque 
Dios lo ha querido", porque si ha sido víctima de un atentado 
terrorista, es evidente que no lo ha querido Dios. Lo que sí es cierto 
es que el Amor de Dios a la persona, se encuentra de algún modo 
siempre en la explicación profunda de cuanto ha sucedido y sucede. 
Esto es lo que hay que aprender a explicar, no sin antes -claro es- 
habérnoslo explicado a nosotros mismos. Una buena educación de la 
mente y de la afectividad requiere hablar de Dios. "Dios debe ser un 
miembro más de la familia, no un fetiche al que se acude cuando hay 
algún peligro y que se olvida cuando éste pasó. Eso sería inventar 
algo más parecido al genio de la lámpara de Aladino que aceptar la 
realidad del Dios verdadero" (Ibid., p 208).

¿ES POSIBLE LA NEUTRALIDAD EN MATERIA RELIGOSA?

La experiencia enseña que un niño sin religión equivale a un 
niño-problema, ocupado de sí mismo, de sus cosas, de su egoísmo. 
La felicidad estriba en la generosidad, y se proyecta al futuro que 
salta hasta la vida eterna. Por eso, los padres que quieren la felicidad 
de sus hijos han de enseñarles cuanto antes la raíz de la felicidad 
temporal y de la plenitud de la felicidad eterna: el Amor infinito de 
Dios.

Las dimensiones, el relieve, la relevancia de las cosas cambia 
mucho si se miran a la luz de Dios o a la luz del materialismo. Por eso, 
en la cuestión sobre si es necesario enseñar la religión a los niños, o 
silenciársela, no cabe neutralidad. El silencio es una opción 
concretísima, de enormes, disolventes y desasosegantes 
consecuencias.

SI DIOS NO EXISTIESE

Hace unos pocos años había en cierto país europeo un hombre de 
Gobierno que declaró públicamente -y de ello se hizo eco la prensa- 
que le había entusiasmado una pintada que vio en un muro, que 
decía: "Si Dios existe, ése es su problema"; y rizando el rizo apostilló: 
"existirá o no, pero a mí que no me maree".

Dejando a un lado la insolente y preocupante trivialización del 
asunto a cargo de hombre investido de tan alta responsabilidad, cabe 
preguntarse si de veras es o no indiferente para la vida de cada 
persona en particular, y de la sociedad en general, la existencia de 
Dios.

Dostoiewski, el gran escritor ruso, dice por medio de uno de sus 
personajes: "Si Dios no existe, todo está permitido". Es claro, porque 
Dios es el único ser verdaderamente superior que puede exigir al 
hombre. Obviamente, en el todo permitido se incluiría -¿por qué no?- 
el terrorismo, el infanticidio (aborto procurado) y el geronticidio (matar 
ancianos, aunque con la mayor dulzura posible). "En efecto -tuvo que 
reconocer el ateo Jean Paul Sartre -, todo está permitido si Dios no 
existe, y por consiguiente el hombre se encuentra abandonado 
porque no encuentra en él ni fuera de él, dónde aferrarse".

Es claro que si Dios no existe, no hay Absoluto: ni principios 
absolutos, ni derechos absolutos; todo es relativo, y el bien y el mal 
moral no pasan de ser palabras huecas. ¿No plantea esto ningún 
problema a todo ser humano inteligente? ¿Da igual que haya o no 
haya Dios?¿Se vive igual cuando se sabe que Dios existe que cuando 
se niega? ¿No es evidente la gran sima que se abre entre el supuesto 
mundo encapsulado en sí mismo, sin autor, rodando a su aire, hacia 
su suerte fatal y el mundo realmente creado y cuidado por Dios?

SIN DIOS, LA SELVA

"Haz el mal, verás como te sientes libre", dice uno de los héroes de 
Sartre, en Le Diable et le bon Dieu. Sin Dios no hay posibilidad de 
fundar sólidamente valores éticos para el hombre o la sociedad. Sólo 
cabe la ley del más fuerte. "Puesto que yo he eliminado a Dios Padre 
-sigue Sartre-, alguien ha de haber que fije los valores. Pero al ser 
nosotros quienes fijamos los valores, esto quiere decir llanamente que 
la vida no tiene sentido a priori". En rigor, para el ateísmo "no tiene 
sentido que hayamos nacido, ni tiene sentido que hayamos de morir. 
Que uno se embriague o que llegue a acaudillar pueblos, viene a ser 
lo mismo; el hombre es una pasión inútil"; y el niño "un ser vomitado al 
mundo", "la libertad es una condena" y "el infierno son los otros".

El Premio Nobel, agnóstico, Albert Camus reconoció que "si no se 
cree en nada, si nada tiene sentido y si en ninguna parte se puede 
descubrir valor alguno, entonces todo está permitido y nada tiene 
importancia. Entonces no hay nada bueno ni malo, y Hitler no tenía 
razón ni sinrazón. Lo mismo da arrastrar al horno crematorio a 
millones de inocentes que consagrarse al cuidado de enfermos. A los 
muertos se les puede hacer honores o se les puede tratar como 
basura. Todo tiene entonces el mismo valor..." En este caso, ya no se 
divide el mundo en justos e injustos, sino en señores y esclavos. El 
que domina tiene razón". Es la ley de la selva. Y el héroe así 
concebido es Sísifo, el hombre que se mofa de los dioses, 
menosprecia su propio destino, mira estúpidamente cómo una y otra 
vez se le cae el peñasco que había empujado hasta una cima, y torna 
a subirlo, sin saber por qué, sin lograr nunca una finalidad, un 
sentido.

LA LUZ GOZOSA DE LA FE

En cambio, quien tiene fe en Dios Padre Todopoderoso, por mal 
que se le den las cosas siempre tendrá la posibilidad de venirse 
arriba, de enriquecer su corazón incluso con el amor a sus enemigos 
-porque verá que también son hijos de Dios-, y de vivir una alegría 
íntima que nada ni nadie, pase lo que pase, pueden arrebatar.

CUIDADO CON EL CUELLO DE LA BOTELLA

Tampoco se trata de atosigar al niño con lecciones profundas 
incesantes. La mente del niño se ha comparado al cuello de una 
botella: si se intenta meterle gran cantidad de licor en poco tiempo, se 
derrama y desperdicia; en cambio, gota a gota, despacio, pero con 
constancia, pronto se llena y va asimilando sabiduría.

LA CONTRAEDUCACION Y LAS COSAS PEQUEÑAS

El mal se suele difundir ordinariamente por medio de cosas 
pequeñas. Lo virus, las bacterias nocivas se instalan en los buenos 
alimentos. No dar importancia a pequeños detalles de higiene puede 
acarrear graves enfermedades. La "contraeducación" promovida por 
ciertos -abundantes- medios de comunicación social muchas veces es 
subliminal, a base de indirectas, insinuaciones, pequeñas ironías 
aparentemente inofensivas, pero que dividen, destruyen un afecto 
hacia los padres, la fe en Dios, la fidelidad a un amor importante.

La solución de los grandes males -el peor de nuestra época es la 
indiferencia religiosa- se encuentra muchas veces en el cuidado de 
cosas pequeñas, aparentemente insignificantes, en la vida de familia. 
El breve comentario o la sonrisa laudatoria que despierta el amor a lo 
bueno y noble y lo discierne de lo zafio y vil. La ayuda para rezar las 
oraciones diarias. La bendición de la mesa. El empeño por conseguir, 
a pesar de algún sacrificio, rezar el Rosario en familia (explicando por 
qué). Ir juntos -y elegantes- a Misa, ocasión de comentar alguna de 
las grandes maravillas que encierra tan gran misterio. Dar gracias 
después de la Comunión, etcétera.

Vale la pena meditar esta poesía de Juan Bárbara: "Dichoso el niño/ 
que al oir que Dios baja a la mesa,/ sorprende en su padre la pupila 
grave/ pendiente del misterio,/ no perdida en desconches y vidrieras;/ 
y percibe,/entre los femeninos gestos de su madre,/ esa seguridad de 
hablar con alguien./ Qué rica herencia,/ si no sufre el desmentido de 
la vida,/ salir a contemplar desde el origen/ la variable irisación del 
mundo"

Estar educando de continuo no es una forma angustiosa de vivir, 
sino un estímulo de superación constante, un deporte superior, en el 
que tampoco importa demasiado que haya altibajos de forma, sino la 
voluntad inquebrantable de mejorar la calidad de vida espiritual 
propia, con vistas a enriquecer la de toda la familia. Y, como en la vida 
de un buen deportista, como en la vida de un buen cristiano, habrá 
derrotas y momentos en que parecerá que todo se ha perdido, pero 
enseguida se redescubrirán en el último Porqué sobradas razones 
para proseguir con esperanza hasta el fin de la prueba. Así, en todo 
caso seremos vencedores.

OROZCO ANTONIO